domingo, 30 de diciembre de 2012

Año Nuevo, oración Kierkegaard.

 
Fotos antiguas Granada Fiesta de la toma 2 enero principios del s. xx
 
 
 Soren Kierkegaard
 
ORACIÓN AÑO NUEVO
 
          "Un año más ha pasado, ¡Oh Padre Celestial! Te agradecemos que lo añadas al tiempo del perdón; y no estamos en absoluto asustados al pensar que se añadirá también a las cuentas que habremos de entregarte, porque confiamos en Tu misericordia.

      El año nuevo se nos presenta con sus exigencias, y aunque entremos en él abatidos y preocupados, sin poder ni querer ocultar el pensamiento de lo que deleitó nuestros ojos y nos mantuvo bajo su encanto, ni el pensamiento de venganza cuya dulzura nos sedujo, ni  de la ira que nos volvió implacables, ni del corazón reseco que huyó lejos de Ti; sin embargo, no entramos en el año nuevo sin recordar las angustiosas dudas que fueron apaciguadas, las secretas aflicciones que fueron consoladas, el alma abatida que fue levantada, la alegre esperanza que no fue desilusionada. 

      En nuestros momentos de tristeza queremos fortalecer y reanimar el corazón con el pensamiento de los grandes hombres que Tú escogiste para ser instrumentos y que en la dureza de las tribulaciones espirituales, en la angustia de sus corazones, conservaron el alma libre, el valor intacto, el cielo abierto ante sus ojos; también nosotros queremos sumar nuestro testimonio al suyo, seguros de que como ellos, si nuestro ánimo no es más que desfallecimiento y nuestra fuerza impotencia, Tú al menos eres el mismo, el mismo Dios poderoso que prueba a los espíritus en la lucha, el mismo Padre sin cuya voluntad los pájaros no caen en tierra. Amén".
 
(Kierkegaard, En la espera de la fe/ todo don bueno y toda dádiva perfecta viene de lo alto, ed.,Universidad Iberoamericana)
 
 
Fotos antiguas Granada, Albaizín
 
 
Fotos antiguas Granada. La Chana.
 Entrada a Granada antigua carretera de Málaga


 Jesús del Valle fotos antiguas Granada


Fotos antiguas Loja Granada




aventando en las cercanías de Loja
fotos antiguas Loja Granada
 
 
 
 
 
 
fotos antiguas Loja Granada
aventando y trillando
 
 
 
 Calaburras Malaga





 
 foto antigua cercanias de Loja Granada
 

 

 

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Edith Stein: El misterio de la Navidad I

EL MISTERIO DE LA NAVIDAD



          Nos encontramos en medio del tiempo de la Navidad. La gran solemnidad, que nos ha precedido como una estrella luminosa en el oscuro cielo nocturno del Adviento, ha pasado, quizás para algunos de nosotros demasiado deprisa. No ha permanecido en silencio como la estrella sobre el pesebre de Belén. Ha pasado rápidamente y quizás permanecimos sorprendidos porque no pudimos comprender o extraer de que el misterio quería y debería traernos. Entonces resulta ciertamente consolador que la Iglesia tenga en cuenta, como sabia y buena madre, la debilidad de sus hijos que haya previsto un buen número de semanas para el tiempo de navidad. Así se puede todavía recuperar algo de lao que se ha perdido; e incluso para hoy no se me ocurre nada mejor que el que permanezcamos un poco en silencio y volvamos la mirada a las últimas semanas.
 
ADVIENTO Y NAVIDAD





           Cuando los días se hacen todavía más cortos, cuando (en un invierno normal) comienzan a caer los primeros copos de nieve, entonces surge tímida y calladamente los primeros pensamientos de Navidad. Y de la sola palabra brota un encanto, ante el cual apenas un corazón puede resistirse. Incluso los fieles de otras confesiones y los no creyentes, para los cueles la vieja historia del niño de Belén no significa nada, se preparan para esta fiesta pensando cómo pueden ellos encender aquí o allá un rayo e alegría. Es como si un cálido torrente de amor se desbordara sobre toda la tierra con semanas y meses de anticipación. Una fiesta de amor y alegría –esta es la estrella hacia la cual caminamos todos en los primeros meses del invierno. Para los cristianos y, en especial para los católicos, tiene un significado mayor. La estrella los conduce hasta el pesebre donde se encuentra el Niño que trae la paz a la tierra. El arte cristiano nos lo presenta ante nuestros ojos en innumerables y tiernas imágenes, viejas melodías, en las cuales resuena todo el encanto de la infancia, nos cantan de él.

iglesia Granada

          En el corazón del que vive con la Iglesia se despierta una santa ansia con las campnas del “rorate” y los cánticos del Adviento; y en aquel, que esté abierto al inagotable manantial de la santa liturgia, palpitan día a día las exhortaciones y promesas del profeta de la Encarnación: “Rorate, coeli, desuper et nubes plutant justum! Prope este jam Dominus- Venite adoremusVeni, Domine, et noli tardere. –Jerusalem, gaude Gaudio magno, quia veniet tibi Salvator. Desde el 17 hasta el 24 de diciembre resuenan las solemnes antífonas “Oh” del Magnificat (O Sapientia, O Adonai, O Radix Jesse, O Clavis David, O Oriens, O Rex gentium, O Emmanuel), cada vez más ansiosas y fervorosas: veni ad liberandum nos. Y cada vez más prometedor resuena: Ecce completa sunt omnia (en el último domingo de adviento); y finalmente: Hodie scientis, quia veniet Dominus et name videbitis gloriam eius. Precisamente cuando al atardecer se encienden las velas del árbol y se intercambian los regalos, una nostalgia insatisfecha nos impulsa todavía más hacia el resplandor de otra luz, hasta que las campanas tocan a la Misa del Gallo y –Dum médium silentium teneret omnia- el misterio de la Nochebuena se renueva sobre los altares cubiertos de flores y luces: Et verbum caro factum est. Entonces es el momento de la gozosa plenitud: hodie per totum mundum melliflui facti sunt coeli.

 

parroquias Granada

domingo, 16 de diciembre de 2012

Historia e historias MENTIRAS Y VERDADES

     GÓJAR
 HISTORIA VIVA



        
         Somos conscientes de que se les ha privado de derechos fundamentales a las personas que carecen de alimentos, cultura, ropa, casa y lo imprescindible para vivir.

   
 Libro Cuentas Patronato Salas

         Somos conscientes de que nadie debería pedir lo que tendría que tener por derecho propio.

          Somos conscientes de que nuestra fe en Jesucristo nos obliga, nos obligamos, a compartir con quien tiene menos.

 Archivo Parroquial

          Este compromiso con quien tiene menos ha sido una constante en la Iglesia. Aunque nos han mentido cuando nos han dicho lo contrario: periodistas, intelectualillos, maestrillos, etc. También nos han mentido cuando, dentro de la Iglesia, voces poco evangélicas han querido apartar los ojos de aquellas personas necesitadas. Así, Teresa de Calcuta, en una reunión de religiosas dedicadas al servicio de los demás, argumentó contra alguna monja: " acepto que algunas ordenes religiosas pidan algo a cambio de la ayuda que se le presta a los necesitados, pero YO HE DECIDIDO NO PEDIR NADA A CAMBIO"
          Sobre  la Iglesia han mentido mucho; aún hoy lo intentan, pero ahora son muy poco creíbles.

 
 Libro visitas parroquia Gójar Granada
          Mucha gente se sorprendería al descubrir, en los centenarios archivos de las parroquias, cuál ha sido el papel real de la Iglesia en nuestro país a lo largo de los siglos.



Archivo parroquial de Gójar:
         En este archivo, en el libro de visitas, encontramos cómo el Arzobispo de Granada en el año 1679 manda:  "si en el pueblo no hay maestro, el sacristán enseñe a leer y a escribir a los niños del pueblo, que los padres paguen al sacristán su trabajo como maestro y si hay padres que no pueden pagar, que el sacristán les enseñe también a leer y a escribir, que Dios le pagará al sacristán". Así aparece en la foto del libro de visitas de esta parroquia de Granada.




 Libro en el que consta el mandato del Arzobispo de Granada para que los niños aprendiesen a escribir y leer

          ¡Cuántas veces hemos escuchado la mentira!: la Iglesia no quería que la gente accediese a la cultura. La Iglesia, que es la fundadora de la Universidad.



          En el archivo de esta parroquia, también se conservan los libros de cuentas de dos patronatos fundados por dos curas de Gójar, en épocas distintas, patronatos creados con la herencia de ambos párrocos, (beneficiados). Estos dos hombres dejaron todos sus bienes a los pobres de Gójar. Uno de ellos, el patronato de SALAS, fue creado en 1649 y estuvo vigente hasta la desamortización; así mismo, el padre Durán creó otro patronato a medidos del s. XVIII y que permaneció favoreciendo a la gente de Gójar hasta la desamortización.




          Las cuentas de ambos patronatos se conservan, se conserva cómo y con qué se benefició la gente de Gójar durante CIENTOS DE AÑOS.

 Patronato creado por el párroco de Gójar en 1640, más de 100 años depués sigue funcionando

 

          La actual Cáritas Gójar es una actualización en nuestro tiempo de nuestro compromiso: con Dios, con la Vida, con el Hombre.
         

domingo, 9 de diciembre de 2012

Simone Weil. La luz en medio de la noche.

Juana de Arco, Paris
 
 
GUERRA CIVIL ESPAÑOLA
 
CARTA DE SIMONE WEIL A GEORGES BERNANOS 
 
 



Estimado señor:

 
          Por ridículo que sea escribir a un escritor, que está siempre, por la naturaleza de su oficio, inundado de cartas, no puedo resistirme a hacerlo después de haber leído Los grandes cementerios bajo la luna. No es la primera vez que un libro suyo me afecta; el Diario de un cura rural es a mis ojos el más hermoso, al menos de los que he leído, y ciertamente un gran libro. Pero aunque me hayan podido gustar otros libros suyos, no tenía ninguna razón para importunarle escribiéndole. En cuanto a este último es otra cosa; he tenido una experiencia que responde a la suya, aunque mucho más breve, menos profunda, situada en otro lugar y vivida, en apariencia —solamente en apariencia— en un espíritu muy distinto.Yo no soy católica, aunque —lo que voy a decir parecerá presuntuoso a cualquier católico, dicho por un no católico, pero no me puedo expresar de otra manera— nada católico, nada cristiano me haya parecido nunca ajeno. A veces me he dicho que si se fijara a las puertas de las iglesias un cartel diciendo que se prohíbe la entrada a cualquiera que disfrute de una renta superior a tal o cual suma, poco elevada, yo me convertiría inmediatamente.



          Desde la infancia, mis simpatías se han dirigido hacia los grupos que se identificaban con las capas despreciadas de la jerarquía social, hasta que he tomado conciencia de que tales grupos son de una naturaleza que hace extinguirse cualquier simpatía. El último que me había inspirado alguna confianza era la CNT española. Había viajado un poco por España antes de la guerra civil; muy poco, pero lo suficiente para sentir el amor que es difícil no experimentar hacia ese pueblo; yo había visto en el movimiento anarquista la expresión natural de sus grandezas y sus defectos, de sus aspiraciones más legítimas y de las menos legítimas. La CNT, la FAI eran una mezcla asombrosa, donde se admitía a cualquiera, y donde, en consecuencia, se podría encontrar inmoralidad, cinismo, fanatismo, crueldad, pero también amor, espíritu de fraternidad y, sobre todo, la reivindicación del honor tan hermosa entre los hombres humillados; me parecía que aquellos que iban allí animados por un ideal prevalecían sobre aquellos a los que impulsaba la violencia y el desorden.
 
 
 

          En julio de 1936 yo estaba en París. No me gusta la guerra, pero lo que siempre me ha provocado más horror que la guerra es la situación de los que se encuentran en retaguardia. Cuando comprendí que, a pesar de mis esfuerzos, no podía dejar de participar moralmente en esa guerra, es decir, desear todos los días, a todas horas, la victoria de unos y la derrota de los otros, me dije que París era para mí la retaguardia, y tomé el tren para Barcelona con la intención de comprometerme. Era a principios de agosto de 1936. Un accidente me hizo abreviar forzosamente mi estancia en España. Estuve algunos días en Barcelona, después en pleno campo aragonés, junto al Ebro, a una quincena de kilómetros de Zaragoza, en el mismo lugar en que recientemente las tropas de Yagüe han pasado el Ebro. Después en el palacio de Sitges transformado en hospital; después nuevamente en Barcelona; en total, aproximadamente dos meses.


          Dejé España a mi pesar y con la intención de regresar; más tarde, voluntariamente no he hecho nada. No sentía ya ninguna necesidad interior de participar en una guerra que no era ya, como me había parecido al principio, una guerra de campesinos hambrientos contra propietarios terratenientes y un clero cómplice de los propietarios, sino una guerra entre Rusia, Alemania e Italia.He conocido ese olor de guerra civil, de sangre y de terror que desprende su libro; lo había respirado. No he visto ni oído nada, debo decirlo, que alcance la ignominia de algunas historias que usted cuenta, esos asesinatos de viejos campesinos, esos ballilas325 haciendo correr a los viejos a golpes de garrote. Sin embargo, lo que oí bastaba. Estuve a punto de asistir a la ejecución de un sacerdote; durante los minutos de espera, me preguntaba si simplemente iba a mirar o haría que me fusilaran al tratar de intervenir; todavía no sé qué habría hecho si una feliz casualidad no hubiera impedido la ejecución.
 
 

          Cuántas historias se agolpan bajo mi pluma... Pero sería demasiado largo; ¿y para qué? Una sola bastará. Estaba en Sitges cuando llegaron, vencidos, los milicianos de la expedición de Mallorca. Habían sido diezmados. De cuarenta muchachos jóvenes que habían salido de Sitges, habían muerto nueve. Sólo se supo a la vuelta de los otros treinta y uno. La misma noche siguiente se hicieron nueve expediciones punitivas, se mató a nueve fascistas, o supuestamente tales, en esta pequeña ciudad donde, en julio, no había pasado nada. Entre esos nueve, un panadero de unos treinta años, cuyo crimen era, me dijeron, haber pertenecido a la milicia de los «somatén»; su anciano padre, del que era hijo único y el único sostén, se volvió loco. Otra: en Aragón, un pequeño grupo internacional de veintidós milicianos de todos los países cogió, después de una escaramuza, a un joven de quince años que combatía como falangista. Nada más ser cogido, temblando por haber visto cómo morían sus camaradas junto a él, dijo que se le había enrolado a la fuerza. Se le registró, se le encontró una medalla de la Virgen y un carné de falangista. Se le envió a Durruti, jefe de la columna, que tras haberle expuesto durante una hora las bellezas del ideal anarquista le dio la elección entre morir y enrolarse inmediatamente en las filas de aquellos que lo habían hecho prisionero, contra sus camaradas de la víspera. Durruti dio al muchacho veinticuatro horas de reflexión; al cabo de veinticuatro horas, el chico dijo no y fue fusilado. Durruti era, sin embargo, en algunos aspectos, un hombre admirable. La muerte de este joven héroe no ha dejado nunca de pesar sobre mi conciencia, aunque no lo haya sabido sino después. Y esto otro: en una aldea que rojos y blancos habían tomado, perdido, retomado, vuelto a perder, no sé cuántas veces, los milicianos rojos, habiéndola vuelto a tomar definitivamente, encontraron en las cuevas un puñado de seres despavoridos, aterrorizados y hambrientos, entre ellos tres o cuatro jóvenes. Razonaron así: si estos jóvenes, en lugar de venirse con nosotros la última vez que nos hemos retirado, han permanecido aquí y han esperado a los fascistas, es que son fascistas. Por lo tanto, los fusilaron inmediatamente, después dieron de comer a los demás y se creyeron muy humanos.

Sagrado Corazón, París

          Una última historia, ésta de la retaguardia: dos anarquistas me contaron una vez cómo, con otros camaradas, habían cogido a dos sacerdotes; a uno se le mató en el sitio, en presencia del otro, de un disparo de revólver; después se dijo al otro que podía marcharse. Cuando estaba a veinte pasos, se le abatió. El que me contaba la historia se asombró mucho de no verme reír. En Barcelona se mataba como media, en forma de expediciones punitivas, a una cincuentena de hombres por noche. Proporcionalmente, era mucho menos que en Mallorca, puesto que Barcelona es una ciudad de casi un millón de habitantes; por otra parte, se desarrolló allí durante tres días una sangrienta batalla callejera. Pero tal vez las cifras no sean lo esencial en semejante materia. Lo esencial es la actitud con respecto al hecho de matar a alguien.

Simone Weil

          Ni entre los españoles, ni siquiera entre los franceses llegados, sea para combatir, sea para darse un paseo —estos últimos con mucha frecuencia intelectuales blandos e inofensivos—, he visto nunca expresar, ni siquiera en la intimidad, la repulsión, el desagrado ni tan sólo la desaprobación por la sangre vertida inútilmente. Usted habla de miedo. Sí, el miedo ha tenido una parte en esas matanzas; pero allí donde yo estaba no he visto la parte que usted le atribuye. Hombres aparentemente valientes —de uno de ellos, al menos, he constatado personalmente su valor— contaban con una sonrisa fraternal, en medio de una comida llena de camaradería, cómo habían matado a sacerdotes o a «fascistas», término muy amplio. En cuanto a mí, tuve el sentimiento de que, cuando las autoridades temporales y espirituales han puesto una categoría de seres humanos fuera de aquellos cuya vida tiene un precio, no hay nada más natural para el hombre que matar. Cuando se sabe que es posible matar sin arriesgarse a un castigo ni reprobación, se mata; o al menos se rodea de sonrisas alentadoras a aquellos que matan. Si por casualidad se experimenta primero cierto desagrado, se calla y pronto se lo sofoca por miedo a parecer que se carece de virilidad. Hay ahí una incitación, una ebriedad a la que es imposible resistirse sin una fuerza de ánimo que me parece excepcional, puesto que no la he encontrado en ninguna parte. He encontrado en cambio franceses pacíficos, que hasta ese momento yo no despreciaba, a los que no se les habría ocurrido ir por sí mismos a matar, pero que se sumergían en esa atmósfera impregnada de sangre con un visible placer. Nunca podré sentir por ellos, en el futuro, ninguna estima. Una atmósfera así borra pronto el objetivo mismo de la lucha. Pues no se puede formular el objetivo más que reconduciéndolo al bien público, al bien de los hombres, y los hombres tienen un valor nulo. En un país en que los pobres son, en su gran mayoría, campesinos, el mayor bienestar de los campesinos debe ser un objetivo esencial para todo grupo de extrema izquierda; y esta guerra fue tal vez, ante todo, al principio, una guerra por y contra la repartición de tierras. Y bien, esos míseros y magníficos campesinos de Aragón, tan dignos bajo las humillaciones, no eran para los milicianos siquiera un objeto de curiosidad. Sin insolencias, sin injurias, sin brutalidad —al menos yo no vi nada de eso, y sé que robo y violación eran merecedores, en las columnas anarquistas, de pena de muerte— un abismo separaba a los hombres armados de la población desarmada, un abismo semejante al que separa a los pobres y a los ricos. Se sentía en la actitud siempre algo humilde, sumisa, temerosa de unos, en la soltura, la desenvoltura, la condescendencia de los otros. Se parte como voluntario, con ideas de sacrificio, y se cae en una guerra que se parece a una guerra de mercenarios, con muchas crueldades de más y el sentido del respeto debido al enemigo de menos. Podría prolongar indefinidamente estas reflexiones, pero debo limitarme.




          Desde que estuve en España, oigo, leo todo tipo de con sideraciones sobre España, y no puedo citar a nadie, aparte de usted, que se haya sumergido, que yo sepa, en la atmósfera de la guerra española y lo haya resistido. Usted es monárquico, discípulo de Drumont: ¿qué me importa? Usted me es más cercano, sin comparación, que mis camaradas de las milicias de Aragón, esos camaradas a los que, sin embargo, yo amaba.


          Lo que dice del nacionalismo, de la guerra, de la política exterior francesa después de la guerra me ha llegado igualmente al corazón. Yo tenía diez años cuando el tratado de Versalles. Hasta entonces había sido patriota con toda la exaltación de los niños en período de guerra. La voluntad de humillar al enemigo vencido, que se desbordó por todas partes en ese momento (y en los años que siguieron) de una manera tan repugnante, me curó de una vez por todas de ese patriotismo ingenuo. Las humillaciones infligidas por mi país me son más dolorosas que las que éste pueda sufrir. Temo haberle molestado con una carta tan larga. No me queda más que expresarle mi más sincera admiración.

 
S. Weil
 
Mlle. Simone Weil, 3, rué Auguste-Comte, París (VIe) 
P.D.: He puesto mi dirección de forma mecánica. Pues, en primer lugar, pienso que usted tendrá mejores cosas que hacer que responder cartas. Además, pasaré un mes o dos en Italia, donde una carta suya tal vez no me llegaría, quedando detenida en la frontera.

 
SIMONE WEIL
 


Contexto histórico

          El siglo XX puede ser considerado como el gran fracaso de la Modernidad: el proceso histórico que comenzó con Descartes, tuvo su punto más ilusorio con la ilustración francesa y alemana con Kant, su expresión más “intelectual” con Hegel, su crítica más sistemática al pensamiento idealista con Marx y Nietzsche; muestra en el siglo XX su rostro más oscuro y atroz con las dos guerras mundiales.
 
 



Clara Lucchetti
 
          Así afirma la profesora Mª Clara Lucchetti Bingemer en su libro: Simone Weil, La fuerza y la debilidad del amor:

“El proceso de secularización llegó a su auge en el siglo XX, con todos sus elementos de autonomía del pensamiento, rechazo de la tutela de la religión, ateísmo y agnosticismo. Por otra parte, fueron 100 años en los que el mundo vivió la ascensión y caída de las utopías totalitarias, las ideologías materialistas y la canonización del progreso como la meta más grande del ser humano.
 
Dos ateos y el mal

          Al mismo tiempo fue un siglo marcado por el refinamiento de la violencia, una violencia que siempre ha estado presente en la historia humana, una violencia organizada, modernizada, sofisticada, que supo utilizar los recursos de la técnica para perpetrar sus objetivos. Se vivieron dos guerras mundiales, en las que el mundo vio su supervivencia seriamente amenazada por la ideología nacionalsocialista y el genocidio más cruel de su historia. Es el siglo de la Guerra Civil española, la bomba de Hiroshima, las guerras de Camboya y Vietnam.
 
 
 
          En fin, 100 años de cultura secularizada y técnica todopoderosa. El siglo que cuestiona la cultura occidental en sus raíces y parece deconstruirla en profundidad para dar a luz una nueva cultura. (…) El perfil del siglo XX parece decirnos que se trata de un periodo sin Dios, (…) esta perplejidad nos lleva a “escuchar” a Pablo de Tarso: <Que nadie se engañe. Si alguno de vosotros piensa que es sabio según el mundo, hágase necio para llegar a ser sabio. Porque la sabiduría del mundo es necedad a los ojos de Dios> (1Cor 3,18).”
 

          Este es el tiempo que le tocó vivir a Simone Weil, la forma de vivirlo, de pensarlo, la llevará a dar una respuesta desconcertante para ese mundo violento; ella, adentrada en el bosque de la historia violenta del siglo xx, encontrará en un claro de ese bosque, el resplandor de la verdad, del mundo y del hombre, más allá de la violencia.
 
 






sábado, 8 de diciembre de 2012

Belén en Huétor Tájar

NAVIDAD EN HUÉTOR TÁJAR
  
Portal de Belén realizado en la Casa de la Cultura  de Huétor Tájar
 
 
 Calle Nueva

 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 Tejas Verdes Huétor Tájar
 
 
 
 
 
 
 
  
 
 
 
 
  
 
 
  
 

 

 
 Plaza Guadix Belén Huétor Tájar
 
 Fuente de los veinticinco caños Loja Belén Huetor Tájar
 
 
 
 
 
 

 
 
 
 

 

 
Granada Calle del Darro Belén Huétor Tájar