LUZ DEL DOMINGO
Domingo, 25 de mayo de 2014
SEXTO DOMINGO DE PASCUA
Primera lectura: Hechos de los apóstoles 8, 5-8. 14-17
Salmo responsorial: Salmo 65, 1-7. 16-20
Segunda lectura: 1 Pedro 3, 15-18
EVANGELIO: Juan 14, 15-21
15Si
me amáis, cumpliréis los mandamientos míos; 16yo,
a mi vez, le rogaré al Padre y os dará otro valedor que esté siempre con
vosotros, 17el
Espíritu de la verdad, el que el mundo no puede recibir porque no lo percibe ni
lo reconoce. Vosotros lo reconocéis, porque vive con vosotros y además estará
con vosotros.
18No os voy a dejar desamparados, volveré con vosotros. 19Dentro de poco, el mundo
dejará de verme; vosotros, en cambio, me veréis, porque de la vida que yo
tengo viviréis también vosotros. 20Aquel
día experimentaréis que yo estoy identificado con mi Padre, vosotros conmigo y
yo con vosotros.
21El que ha hecho suyos mis mandamientos y los cumple,
ése es el que me ama; y al que me ama mi Padre le demostrará su amor y yo
también se lo demostraré manifestándole mi persona.
COMENTARIOS
I
¿UNA
ÉTICA CRISTIANA?
¿Existe una
ética cristiana? ¿Existen unas normas de comportamiento que se puedan
considerar propiamente cristianas?
No. No se trata
de ponerlo todo en duda. Hay normas o principios de comportamiento que son
aceptados y defendidos por la
Iglesia , pero que no le pertenecen en exclusiva, sino que son
patrimonio de toda o de gran parte de la humanidad. Entonces, ¿qué es «lo
propio» del comportamiento cristiano?
«SI ME AMÁIS. . . »
Además de los buenos
sentimientos que de forma natural pueda tener una persona, en el origen del
comportamiento cristiano hay un hecho fundamental: la relación del creyente
con Jesús de Nazaret. Una relación que es, primero, de adhesión a su persona y
a su proyecto de hombre y de humanidad; y en segundo lugar, y como consecuencia
de lo anterior, una relación de amor que conduce a la plena identificación
entre Jesús y el creyente.
Según esto, el comportamiento
del creyente en Jesús no se rige por unas normas impuestas o por unos
principios aceptados sin rechistar, ni de una ley que se le impone desde fuera,
sino, muy al contrario, su actuación nace del amor, sus normas de
comportamiento se las da él mismo, le salen de dentro como consecuencia de su
identificación personal con Jesús: «El que ha hecho suyos mis mandamientos y los cumple, ése
es el que me ama».
«... CUMPLIRÉIS LOS
MANDAMIENTOS MÍOS»
Pero ¿cuáles son esos mandamientos?
En el capítulo anterior de su
evangelio, Juan nos deja el testimonio del único
mandamiento que Jesús ha
dejado a los suyos, un mandamiento nuevo que, por serlo, sustituye a los
mandamientos viejos: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros;
igual que yo os he amado, también vosotros amaos unos a otros. En esto
conocerán que sois discípulos míos: en que os tenéis amor entre vosotros»
(13,34). Jesús, que acababa de aceptar su muerte como culminación de su entrega
en favor de los hombres sus hermanos y que de esa manera llevaba su amor hasta el extremo, se pone como ejemplo y medida del
amor entre sus discípulos. Y hace de ese amor el signo mediante el cual se podrá
reconocer en adelante a sus seguidores. Poner en práctica en cada caso y en
cada circunstancia este único mandamiento, en eso consisten los mandamientos de Jesús.
En realidad, el mandamiento
nuevo no es sino el encargo de Jesús a sus seguidores para que continúen su
misión. En efecto, antes de hablar del mandamiento nuevo, Jesús, en el
evangelio de Juan, había hablado dos veces de la misión que él tenía que
desarrollar diciendo que era un mandamiento, un encargo de su Padre. La primera
vez se refiere a lo que tenía que hacer: «Por eso el Padre me demuestra su
amor, porque yo entrego mi vida y así la recobro. Nadie me la quita, yo la
entrego por decisión propia. Está en mi mano entregarla y está en mi mano
recobrarla. Este es el mandamiento que recibí de mi
Padre» (Jn 10,17-18). Entregar la vida voluntariamente, éste es el mandamiento que Jesús ha recibido de su Padre.
La segunda vez se refiere a lo que Jesús tiene que decir, al mensaje que tiene
que comunicar: «Porque yo no he propuesto lo que se me ha ocurrido, sino que el
Padre que me envió me dejó
mandado él mismo lo que tenía
que decir y que proponer, y sé que su mandamiento
significa vida definitiva» (Jn 12, 49-50). El mandamiento del Padre consiste en que
comunique un mensaje que es al mismo tiempo una oferta de vida, que si la
aceptamos, nos hace hijos y nos compromete a trabajar para convertir este mundo
en un mundo de hermanos.
A la luz de estos mandamientos que cumple Jesús debemos entender el mandamiento que él nos deja.
UN COMPORTAMIENTO CRISTIANO
En consecuencia, una moral
cristiana no se distingue de otras porque, por ejemplo, condena el divorcio o
prácticamente todo lo relacionado con el sexo. No. La moral, la ética cristiana
se distingue porque nace de un
amor hasta el extremo y tiene como meta practicar un amor de la misma calidad. En todo tipo de relación
interpersonal, ésta es la característica que debe distinguir el comportamiento
de los cristianos. (De este modo, el matrimonio cristiano, siguiendo con el
ejemplo, no se distingue de un matrimonio no cristiano en su indisolubilidad,
sino en que marido y mujer se quieren tanto que están dispuestos a dar la vida
el uno por el otro y, en ese amor, sienten la presencia del amor sin límites
del mismo Jesús. Y en que ese amor no se encierra ni siquiera en los límites
del matrimonio mismo, ni en los de la familia, ni dentro de ningún otro límite,
sino que se extiende y se comunica a cuantos pueda alcanzar. De esa manera, la
pareja se convierte en una unidad de lucha en favor de un mundo de hermanos en
el que sea posible la felicidad de todos los seres humanos. La indisolubilidad
vendrá por añadidura.)
¿SEREMOS CAPACES?
Si quisiéramos hacer un esfuerzo
de síntesis de la ética cristiana podríamos proponer esta fórmula: Todo lo que
se opone, estorba o ignora cualquier tipo de amor es moralmente malo. Todo lo que es amor es moralmente bueno; todo lo que es amor hasta el
extremo y, por tanto, compromiso de realizar el proyecto de un mundo de
hermanos, es específicamente cristiano.
Comportarse de esa manera es,
sin duda, un proyecto difícil. Pero Jesús no nos deja solos: antes de
marcharse promete el envío de alguien que nos sirva de apoyo: «Yo, a mi vez, le
rogaré al Padre y os dará otro valedor que esté siempre con vosotros, el
Espíritu de la verdad...»; y anuncia su próxima vuelta («No os voy a dejar
desamparados, volveré con vosotros») a un mundo que lo ha rechazado, que no lo
reconoce, pero en el que ha quedado un grupo de personas que, mediante la
práctica del amor, están identificados con él y se han comprometido a hacer
posible que en el mundo sea verdaderamente posible el amor.
¿Seremos capaces?
II
15-17 «Si me amáis, cumpliréis los mandamientos míos; yo, por
mi parte, le rogaré al Padre y os dará otro valedor que esté siempre con
vosotros, el Espíritu de la verdad, el que el mundo no puede recibir porque no
lo percibe ni lo reconoce. Vosotros lo reconocéis, porque vive con vosotros y
además estará con vosotros».
Por primera vez menciona Jesús el amor de sus discípulos a él: la
adhesión a su persona y obra se convierte en un impulso de identificación con
él. Después de haber expuesto el mandamiento nuevo (13,34), habla Jesús de “sus mandamientos”: El primero
expresaba la actitud del discípulo y creaba la solidaridad del amor. “Los
mandamientos suyos”, cuyo contenido nunca se explicita, son las exigencias de
actuación que las circunstancias presentan al amor de los discípulos. En “el
mandamiento” habla Dios en el interior del discípulo; en “los mandamientos” le
habla desde la realidad histórica.
Si Jesús conserva el término “mandamiento” para designar esta realidad, es
sólo para oponer su norma de vida a los mandamientos de la Ley antigua,
que quedan superados.
El amor de identificación con Jesús no absorbe al discípulo, sino que
lo abre a los demás. No hay verdadero amor a Jesús que no lleve al amor de los otros.
Por la identificación con Jesús, los mandamientos pierden todo
carácter de imposición; son la exigencia del amor. Cumplirlos significa ser
como Jesús, y a esto lleva espontáneamente la fuerza interior del Espíritu. No
se trata de la obediencia de los discípulos a normas externas, sino de la
expansión exterior de la sintonía con Jesús.
Mientras estaba con ellos, Jesús les ha enseñado y los ha
protegido. El Espíritu será “otro valedor”, toma el puesto de Jesús. La
comunidad lo recibirá gracias a él.
El término “valedor”, que se aplica al Espíritu, significa el que ayuda a la comunidad en
cualquier circunstancia. Es el Espíritu de la verdad, por ser él la verdad y comunicarla.
El término “verdad” significa también “fidelidad / lealtad" (cf. 4,24) y
está en conexión con el amor (1,14). El Espíritu de la verdad-amor da libertad
al hombre, pues la verdad hace libres (8,31s); él continuará el proceso de
liberación.
El mundo, el
orden injusto, el sistema de poder, profesa “la mentira”, una ideología que
propone como valor lo que es contrario al designio creador, lo que merma la
vida del ser humano. El sistema es la mentira institucionalizada, que llega al
homicidio, a la supresión de la vida (8,44). No puede percibir el Espíritu de
la verdad ni conocerlo, pues la estructura de muerte es incompatible con el
principio de vida.
Los discípulos tienen experiencia del Espíritu en Jesús; pero esta
experiencia será mayor en el futuro, cuando lo reciban ellos mismos y esté en
ellos como principio dinámico y vivificante.
18-20 «No os voy a dejar desamparados, volveré con vosotros.
Dentro de poco, el mundo dejará de verme; vosotros, en cambio, me veréis,
porque de la vida que yo tengo viviréis también vosotros. Aquel día experimentaréis
que yo estoy identificado con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros».
Jesús sigue preparando a sus discípulos para el momento de su
ausencia; les da todas las seguridades para que no estén intranquilos. No los
dejará huérfanos, indefensos.
Su ausencia no será definitiva; promete su vuelta dentro de poco.
Después de su muerte, no se manifestará al mundo, pero sí a ellos. Al
participar de su misma vida, que es su Espíritu, experimentarán su presencia.
“Aquel día” llegará cuando Jesús se haga presente, ya resucitado, a su
comunidad. El efecto de la comunicación de la vida-Espíritu será la experiencia
de identificación con Jesús y con el Padre. Comunión de vida entre Dios y los
hombres: se constituye así un núcleo de donde irradia el amor.
21 «El que ha hecho suyos mis mandamientos y los cumple, ése es el
que me ama; y al que me ama mi Padre le demostrará su amor y yo también se lo
demostraré manifestándole mi persona».
De su relación y la del Padre con la comunidad pasa Jesús a la que
establecen con cada miembro de ella. Su comunidad no es gregaria, ni su
Espíritu uniforma; cada uno es responsable de su modo de obrar.
El discípulo hace suyos los mandamientos de Jesús y los cumple. La
actividad en favor del hombre (mis
mandamientos) es lo único que
da realidad al amor a él (cf. 14,15) y, por tanto, el único criterio para
verificar su existencia. El amor a Jesús consiste, por tanto, en vivir sus
mismos valores y comportarse como él. El amor verdadero no es solamente
interior, sino visible: un dinamismo de transformación y de acción.
La semejanza con Jesús, efecto de ese amor, provoca una respuesta de
amor de parte del Padre, que ve realizada en el hombre la imagen de su Hijo. La
respuesta de Jesús se traducirá en una manifestación personal suya. El Padre y
Jesús, que son uno, responden al unísono. El Padre considera hijo al que ama
como Jesús; Jesús lo ve como hermano. Jesús menciona solamente su propia
manifestación, porque él seguirá siendo el santuario donde Dios habita (2,21);
en él se revela el Padre (14,9).
III
La 1ª lectura, tomada del libro de los Hechos, nos
presenta a Felipe predicando a los samaritanos en su capital. Es una noticia
inusitada si tenemos en cuenta la enemistad tradicional entre judíos y
samaritanos, tan presente en los evangelios, en pasajes como la parábola del
buen samaritano (Lc 10,29-37), o la conversación de Jesús con la samaritana (Jn
4,1-42) o en otros pasajes más breves (Mt 10,5; Lc 9,51-56; 17,16; Jn 8,48).
Los judíos consideraban a los samaritanos como herejes y extranjeros (Cfr. 2Re
17,24-41) pues, aunque adoraban al único Dios y vivían de acuerdo con su ley,
no querían rendir culto en Jerusalén, ni aceptaban ninguna revelación ni otras
normas que las contenidas en el Pentateuco. Los samaritanos pagaban a los
judíos con la misma moneda pues éstos los habían hostigado en los períodos de
su poderío y habían llegado a destruir su templo en el monte Garizim. Por todo
esto nos parece sorprendente encontrar a Felipe predicando entre ellos, en su
propia capital, y con tanto éxito como testimonia el pasaje que hemos leído,
hasta concluir con un hermoso final: que su ciudad, la de los samaritanos,
"se llenó de alegría".
Esta obra evangelizadora que rompe
fronteras nacionales, que supera odios y rivalidades ancestrales, provocando en
cambio la unidad y la concordia de los creyentes, es obra del Espíritu Santo,
como comprueban los apóstoles Pedro y Juan, que con su presencia en Samaria
confirman la labor de Felipe. Se trata de una especie de Pentecostés, de venida
del Espíritu Santo sobre estos nuevos cristianos procedentes de un grupo tan
despreciado por los judíos. Para el Espíritu divino, no hay barreras ni
fronteras. Es Espíritu de unidad y de paz.
La 2ª lectura sigue siendo, como en los
domingos anteriores, un pasaje de la 1ª carta de Pedro. Escuchamos una
exhortación que con frecuencia se nos repite y recuerda: que los cristianos
debemos estar dispuestos a dar razón de nuestra esperanza a todo el que nos la
pida. ¿Por qué creemos, por qué esperamos, por qué nos empeñamos en confiar en
la bondad de Dios en medio de los sufrimientos de la existencia, las
injusticias y opresiones de la historia? Porque hemos experimentado el amor del
Padre, y porque Jesucristo ha padecido por nosotros y por todos, para darnos la
posibilidad de llegar a la plenitud de nuestra existencia en Dios. Por esta
misma razón el apóstol nos exhorta a mostrarnos pacientes en los sufrimientos,
contemplando al que es modelo perfecto para nosotros, a Jesucristo, el justo,
el inocente, que en medio del suplicio oraba por sus verdugos y los perdonaba.
La breve lectura termina con la mención del Espíritu Santo por cuyo poder
Jesucristo fue resucitado de entre los muertos.
A quince días de que termine la
cincuentena pascual, la
Iglesia comienza a prepararnos para la gran celebración que
la concluirá: la de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo sobre los
apóstoles. La manifestación pública de la Iglesia. Podríamos
decir que su inauguración. En la lectura del evangelio de san Juan, tomada de
los discursos de despedida de Jesús que encontramos en los capítulos 13 a 17 de su evangelio, el
Señor promete a sus discípulos el envío de un "Paráclito", un
defensor o consolador, que no es otro que el Espíritu mismo de Dios, su fuerza
y su energía, Espíritu de verdad porque procede de Dios que es la verdad en plenitud,
no un concepto, ni una fórmula, sino el mismo Ser Divino que ha dado la
existencia a todo cuanto existe y que conduce la historia humana a su plenitud.
Los grandes personajes de la historia
permanecen en el recuerdo agradecido de quienes les sobreviven, tal vez en las
consecuencias benéficas de sus obras a favor de la humanidad. Cristo permanece
en su Iglesia de una manera personal y efectiva: por medio del Espíritu divino
que envía sobre los apóstoles y que no deja de alentar a los cristianos a lo
largo de los siglos. Por eso puede decirles que no los dejará solos, que
volverá con ellos, que por el Espíritu establecerá una comunión de amor entre
el Padre, los fieles y El mismo.
El «mundo» (en el lenguaje de Juan) no
puede recibir el Espíritu divino. El mundo de la injusticia, de la opresión
contra los pobres, de la idolatría del dinero y del poder, de las vanidades de
las que tanto nos enorgullecemos a veces los humanos. En ese mundo no puede
tener parte Dios, porque Dios es amor, solidaridad, justicia, paz y fraternidad.
El Espíritu alienta en quienes se comprometen con estos valores, esos son los
discípulos de Jesús.
Esta presencia del Señor resucitado en
su comunidad ha de manifestarse en un compromiso efectivo, en una alianza
firme, en el cumplimiento de sus mandatos por parte de los discípulos, única
forma de hacer efectivo y real el amor que se dice profesar al Señor. No es un
regreso al legalismo judío, ni mucho menos. En el evangelio de San Juan ya
sabemos que los mandamientos de Jesús se reducen a uno solo, el del amor: amor
a Dios, amor entre los hermanos. Amor que se ha de mostrar creativo, operativo,
salvífico.
El evangelio de hoy no es dramatizado
en la serie «Un tal Jesús», de los hermanos LÓPEZ VIGIL. En la páginahttp://www.untaljesus.net puede recogerse algún otro que el
animador de la comunidad juzgue oportuno.
Para la revisión de vida
Con frecuencia entendemos el amor que
nuestra fe nos pide como una cuestión de sentimientos; pero, de ser así, ¿cómo
entender el amor al enemigo, que nos pide Jesús? El amor cristiano no es tanto
un sentimiento del corazón como una actitud de vida ante el prójimo, sea amigo
o enemigo. ¿Cómo muestro yo mi amor a Dios y al prójimo, con sentimentalismos
o, como Él nos dice, cumpliendo su voluntad?; ¿vivo mi fe como un «asunto del
corazón» o como un asunto de mi vida entera?; ¿recuerdo y vivo aquello de
«obras son amores y no buenas razones»?
Para la reunión de grupo
En el evangelio de hoy Jesús nos
promete la compañía del Espíritu en la comunidad. ÉL nos llevará a la verdad
completa, y gracias a Él no estaremos solos. Sin embargo, en la historia de la Iglesia –y probablemente,
en nuestra propia infancia- nuestra formación cristiana dejó a un lado al
Espíritu. Dios, sin más especificación, era Dios Padre, y Cristo era el
protagonista del proyecto del Padre. El Espíritu con frecuencia brillaba por su
ausencia. ¿A qué se debe este olvido del Espíritu en nuestra historia
cristiana? ¿Qué consecuencias ha podido traer?
Por otra parte, es verdad que decir de
un grupo que es pentecostal, espiritual, pentecostalista o espiritualista,
carismático… son calificaciones con frecuencia entendidas como negativas. ¿Por
qué? ¿En qué peligros se basa este temor?
El Espíritu es la fuerza que nos capacita
para cumplir la tarea que Dios nos asigna a personas y comunidades; sin
Espíritu, la religión se queda en magia; con Espíritu se convierte en vida;
¿cómo celebra nuestra Iglesia los sacramentos: como ritos mágicos, como
celebraciones folclóricas? ¿En qué sentido?
Para la oración de los fieles
Por la Iglesia , para que siempre
sea consciente de que su vida no está en sus normas e instituciones sino en
dejarse llegar por el Espíritu, y no se anuncie a sí misma sino el Reino de
Dios. Roguemos al Señor.
Por todos los creyentes, para que
sintamos siempre el gozo y la alegría de haber recibido la Buena Noticia y
sintamos también el impulso de anunciarla a los demás. Roguemos al Señor.
Por todos los que ya no esperan nada ni
de Dios ni de los hombres, para que nuestro testimonio les abra una puerta a la
esperanza. Roguemos al Señor.
Por los jóvenes, esperanza del mundo
del mañana, para que se preparen a construir un mundo mejor, más solidario, más
justo y más fraterno. Roguemos al Señor.
Por todos los pobres del mundo, para
que los cristianos, con nuestra fraternidad solidaria, seamos causa real de su
esperanza en verse libres de sus limitaciones. Roguemos al Señor.
Por todos nosotros, para que formemos
una verdadera comunidad en la que se alimente nuestra fe y nuestra esperanza,
de modo que podamos transmitir nuestro amor a los demás. Roguemos al Señor.
Oración comunitaria
Dios, Padre nuestro, que en Jesús
de Nazaret, nuestro hermano, has hecho renacer nuestra esperanza de un cielo
nuevo y una tierra nueva; te pedimos que nos hagas apasionados seguidores de su
Causa, de modo que sepamos transmitir a nuestros hermanos, con la palabra y con
las obras, las razones de la esperanza que sostiene nuestra lucha. Por
Jesucristo.
- Rafael García Avilés: Llamados a ser libres. No la ley, sino el hombre. Ciclo A,B,C. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Juan Mateos y Fernando Camacho: Marcos. Texto y comentario. Ediciones El Almendro.
- Juan. Texto y comentario. Ediciones El Almendro. Más información sobre estos libros en www.elalmendro.org
- El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Ediciones Cristiandad, Madrid.
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bien
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