CARTA A LAS MUJERES
"A vosotras, mujeres del mundo entero,
os doy mi más cordial saludo:
1. A cada una de vosotras dirijo esta
carta con objeto de compartir y manifestar gratitud, en la proximidad de la IV
Conferencia Mundial sobre la Mujer, que tendrá lugar en Pekín el próximo mes de
septiembre.
Ante todo deseo expresar mi vivo
reconocimiento a la Organización de las Naciones Unidas, que ha promovido tan
importante iniciativa. La Iglesia quiere ofrecer también su contribución en
defensa de la dignidad, papel y derechos de las mujeres, no sólo a través de la
aportación especifica de la Delegación oficial de la Santa Sede a los trabajos
de Pekín, sino también hablando directamente al corazón y a la mente de todas
las mujeres. Recientemente, con ocasión de la visita que la señora Gertrudis
Mongella, Secretaría General de la Conferencia, me ha hecho precisamente con
vistas a este importante encuentro, le he entregado un Mensaje en el que se
recogen algunos puntos fundamentales de la enseñanza de la Iglesia al respecto.
Es un mensaje que, más allá de la circunstancia específica que lo ha inspirado se
abre a la perspectiva más general de la realidad y de los problemas de las
mujeres en su conjunto, poniéndose al servicio de su causa en la Iglesia y en
el mundo contemporáneo. Por lo cual he dispuesto que se enviara a todas las
Conferencias Episcopales, para asegurar su máxima difusión.
Refiriéndome a lo expuesto en dicho
documento, quiero ahora dirigirme directamente a cada mujer, para reflexionar
con ella sobre sus problemas y las perspectivas de la condición femenina en
nuestro tiempo, deteniéndome en particular sobre el tema esencial de la
dignidad y de los derechos de las mujeres, considerados a la luz de la Palabra
de Dios.
El punto de partida de este diálogo
ideal no es otro que dar gracias. "La Iglesia -escribía en la Carta
apostólica Mulieris dignitatem- desea dar gracias a la Santisima Trinidad por
el misterio de la mujer y por cada mujer, por lo que constituye la medida
eterna de su dignidad femenina, por las maravillas de Dios, que en la historia
de la Humanidad se han realizado en ella y por ella" (n. 31).
2. Dar gracias al Señor por su
designio sobre la vocación y la misión de la mujer en el mundo se convierte en
un agradecimiento concreto y directo a las mujeres, a cada mujer, por lo que
representan en la vida de la Humanidad.
Te doy gracias, mujer-madre, que te
conviertes en seno del ser humano con la alegría y los dolores de parto de una
experiencia única, la cual te hace sonrisa de Dios para el niño que viene a la
luz y te hace guía de sus primeros pasos, apoyo de su crecimiento, punto de
referencia en el posterior camino de la vida.
Te doy gracias, mujer-esposa, que
unes irrevocablemente tu destino al de un hombre, mediante una relación de
recíproca entrega, al servicio de la comunión y de la vida.
Te doy gracias, mujer-hija y mujer-hermana,
que aportas al núcleo familiar y también al conjunto de la vida social las
riquezas de tu sensibilidad, intuición, generosidad y constancia.
Te doy gracias, mujer-trabajadora,
que participas en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural,
artística y política, mediante la indispensable aportación que das a la
elaboración de una cultura capaz de conciliar razón y sentimiento, a una
concepción de la vida siempre abierta al sentido del "misterio", a la
edificación de estructuras económicas y políticas más ricas de Humanidad.
Te doy gracias, mujer-consagrada, que
a ejemplo de la más grande de las mujeres, la Madre de Cristo, Verbo encarnado,
te abres con docilidad y fidelidad al amor de Dios, ayudando a la Iglesia y a
toda la Humanidad a vivir para Dios una respuesta "esponsal", que
expresa maravillosamente la comunión que El quiere establecer con su criatura.
Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho
mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu femineidad enriqueces la
comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones
humanas.
3. Pero dar gracias no basta, lo sé.
Por desgracia somos herederos de una historia de enormes condicionamientos que,
en todos los tiempos y en cada lugar han hecho difícil el camino de la mujer,
despreciada en su dignidad, olvidada en sus prerrogativas, marginada
frecuentemente e incluso reducida a esclavitud. Esto le ha impedido ser
profundamente ella misma y ha empobrecido la Humanidad entera de auténticas
riquezas espirituales. No seria ciertamente fácil señalar responsabilidades
precisas, considerando la fuerza de las sedimentaciones culturales que, a lo
largo de los siglos, han plasmado mentalidades e instituciones. Pero si en esto
no han faltado, especialmente en determinados contextos históricos,
responsabilidades objetivas incluso en no pocos hijos de la Iglesia, lo siento
sinceramente. Que este sentimiento se convierta para toda la Iglesia en un
compromiso de renovada fidelidad a la inspiración evangélica, que precisamente
sobre el tema de la liberación de la mujer de toda forma de abuso y de dominio
tiene un mensaje de perenne actualidad, el cual brota de la actitud misma de
Cristo. Él, superando las normas vigentes en la cultura de su tiempo, tuvo en
relación con las mujeres una actitud de apertura de respeto, de acogida y de
ternura. De este modo honraba en la mujer la dignidad que tiene desde siempre,
en el proyecto y en el amor de Dios. Mirando hacia Él, al final de este segundo
milenio, resulta espontáneo preguntarse: ¿qué parte de su mensaje ha sido
comprendido y llevado a término?
Adela Cortina, catedrática de ética |
Ciertamente, es la hora de mirar con
la valentía de la memoria, y reconociendo sinceramente las responsabilidades,
la larga historia de la Humanidad, a la que las mujeres han contribuido no
menos que los hombres, y la mayor parte de las veces en condiciones bastante
más adversas. Pienso, en particular, en las mujeres que han amado la cultura y
el arte, y se han dedicado a ello partiendo con desventaja, excluidas a menudo
de una educación igual, expuestas a la infravaloración, al desconocimiento e
incluso al despojo de su aportación intelectual. Por desgracia, de la múltiple
actividad de las mujeres en la historia ha quedado muy poco que se pueda
recuperar con los instrumentos de la historiografía científica. Por suerte,
aunque el tiempo haya enterrado sus huellas documentales, sin embargo se
percibe su influjo benéfico en la linfa vital que conforma el ser de las
generaciones que se han sucedido hasta nosotros. Respecto a esta grande e
inmensa "tradición" femenina, la Humanidad tiene una deuda incalculable.
¡Cuántas mujeres han sido y son todavía más tenidas en cuenta por su aspecto
físico que por su competencia, profesionalidad, capacidad intelectual, riqueza
de su sensibilidad y en definitiva por la dignidad misma de su ser!.
4. ¿Y qué decir también de los
obstáculos que, en tantas partes del mundo, impiden aún a las mujeres su plena
inserción en la vida social, política y económica? Baste pensar en cómo a
menudo es penalizado, más que gratificado, el don de la maternidad, al que la
Humanidad debe también su misma supervivencia. Ciertamente, aún queda mucho por
hacer para que el ser mujer y madre no comporte una discriminación. Es urgente
alcanzar en todas partes la efectiva igualdad de los derechos de la persona y
por tanto igualdad de salario respecto a igualdad de trabajo, tutela de la
trabajadora-madre, justas promociones en la carrera, igualdad de los esposos en
el derecho de familia, reconocimiento de todo lo que va unido a los derechos y
deberes del ciudadano en un régimen democrático.
Se trata de un acto de justicia, pero
también de una necesidad. Los graves problemas sobre la mesa, en la política
del futuro, verán a la mujer comprometida cada vez más: tiempo libre, calidad
de la vida, migraciones, servicios sociales, eutanasia, droga, sanidad y asistencia,
ecología, etc. Para todos estos campos será preciosa una mayor presencia social
de la mujer, porque contribuirá a manifestar las contradicciones de una
sociedad organizada sobre puros criterios de eficiencia y productividad, y
obligará a replantear los sistemas en favor de los procesos de humanización que
configuran la "civilización del amor".
5. Mirando también uno de los
aspectos más delicados de la situación femenina en el mundo, ¿cómo no recordar
la larga y humillante historia -a menudo "subterránea"-de abusos
cometidos contra las mujeres en el campo de la sexualidad? A las puertas del
tercer milenio no podemos permanecer impasibles y resignados ante este
fenómeno. Es hora de condenar con determinación, empleando los medios
legislativos apropiados de defensa, las formas de violencia sexual que con
frecuencia tienen por objeto a las mujeres. En nombre del respeto de la persona
no podemos, además, no denunciar la difundida cultura hedonística y comercial
que promueve la explotación sistemática de la sexualidad, induciendo a chicas,
incluso de muy joven edad, a caer en los ambientes de la corrupción y hacer un
uso mercenario de su cuerpo.
Ante estas perversiones, cuánto
reconocimiento merecen en cambio las mujeres que, con amor heroico por su criatura,
llevan a término un embarazo derivado de la injusticia de relaciones sexuales
impuestas con la fuerza; y esto no sólo en el conjunto de las atrocidades que
por desgracia tienen lugar en contextos de guerra todavía tan frecuentes en el
mundo, sino también en situaciones de bienestar y de paz, viciadas a menudo por
una cultura de permisivismo hedonístico, en que prosperan también más
fácilmente tendencias de machismo agresivo. En semejantes condiciones, la
opción del aborto, que es siempre un pecado grave, antes de ser una
responsabilidad de las mujeres, es un crimen imputable al hombre y a la
complicidad del ambiente que lo rodea.
6. Mi "gratitud" a las
mujeres se convierte pues en una llamada apremiante, a fin de que por parte de
todos, y en particular por parte de los Estados y de las instituciones
internacionales, se haga lo necesario para devolver a las mujeres el pleno
respeto de su dignidad y de su papel. A este propósito expreso mi admiración
hacia las mujeres de buena voluntad que se han dedicado a defender la dignidad
de su condición femenina mediante la conquista de fundamentales derechos
sociales económicos y politicos, y han tomado esta valiente iniciativa en
tiempos en que este compromiso suyo era considerado un acto de transgresión,
un signo de falta de femineidad, una manifestación de exhibicionismo, y tal vez
un pecado.
Como expuse en el Mensaje para la
Jornada Mundial de la Paz de este año mirando este gran proceso de liberación
de la mujer, se puede decir que ha sido un camino difícil y complicado y,
alguna vez, no exento de errores, aunque sustancialmente positivo, incluso
estando todavía incompleto por tantos obstáculos que, en varias partes del
mundo se interponen a que la mujer sea reconocida, respetada y valorada en su
peculiar dignidad" (n. 4).
¡Es necesario continuar en este
camino! Sin embargo, estoy convencido de que el secreto para recorrer
libremente el camino del pleno respeto de la identidad femenina no está
solamente en la denuncia, aunque necesaria, de las discriminaciones y de las
injusticias, sino también y sobre todo en un eficaz e ilustrado proyecto de
promoción, que con temple todos los ámbitos de la vida femenina, a partir de
una renovada y universal toma de conciencia de la dignidad de la mujer. A su
reconocimiento, no obstante los múltiples condicionamientos históricos, nos
lleva la razón misma, que siente la Ley de Dios inscrita en el corazón de cada
hombre. Pero es sobre todo la Palabra de Dios la que nos permite descubrir con
claridad el radical fundamento antropológico de la dignidad de la mujer,
indicándonoslo en el designio de Dios sobre la Humanidad.
7. Permitidme pues, queridas
hermanas, que medite de nuevo con vosotras sobre la maravillosa página bíblica
que presenta la creación del ser humano, y que dice tanto sobre vuestra
dignidad y misión en el mundo.
El Libro del Génesis habla de la
creación de modo sintético y con lenguaje poético y simbó1ico, pero
profundamente verdadero: "Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a
imagen de Dios le creó: varón y mujer los creó" (Gn 1, 27). La acción
creadora de Dios se desarrolla según un proyecto preciso. Ante todo, se dice
que el ser humano es creado "a imagen y semejanza de Dios" (cf. Gn 1,
26), expresión que aclara en seguida el carácter peculiar del ser humano en el
conjunto de la obra de la creación.
Se dice además que el ser humano,
desde el principio, es creado como "varón y mujer" (Gn 1, 27). La
Escritura misma da la interpretación de este dato: el hombre, aun encontrándose rodeado de las innumerables criaturas del mundo visible, ve que está
solo (cf. Gn 2, 20). Dios interviene para hacerlo salir de tal situación de
soledad: No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda
adecuada" (Gn 2, 18). En la creación de la mujer está inscrito, pues,
desde el inicio el principio de la ayuda: ayuda-mírese bien-no unilateral, sino
recíproca. La mujer es el complemento del hombre, como el hombre es el complemento de la mujer: mujer y hombre son entre sí complementarios. La femineidad
realiza lo "humano" tanto como la masculinidad, pero con una
modulación diversa y complementaria.
Cuando el Génesis habla de
"ayuda" no se refiere solamente al ámbito del obrar, sino también al
del ser. Femineidad y masculinidad son entre sí complementarias no sólo desde
el punto de vista físico y psíquico, sino ontológico. Sólo gracias a la
dualidad de lo "masculino" y de lo "femenino" lo
"humano" se realiza plenamente.
8. Después de crear al ser humano
varón y mujer, Dios dice a ambos: "Llenad la tierra y sometedla" (Gn
1, 28). No les da sólo el poder de procrear para perpetuar en el tiempo el
género humano, sino que les entrega también la tierra como tarea,
comprometiéndolos a administrar sus recursos con responsabilidad. El ser
humano, ser racional y libre, está llamado a transformar la faz de la tierra.
En este encargo, que esencialmente es obra de cultura, tanto el hombre como la
mujer tienen desde el principio igual responsabilidad. En su reciprocidad
esponsal y fecunda, en su común tarea de dominar y someter la tierra, la mujer
y el hombre no reflejan una igualdad estática y uniforme, y ni siquiera una
diferencia abismal e inexorablemente conflictiva: su relación más natural, de
acuerdo con el designio de Dios, es la "unidad de los dos", o sea una
"unidualidad" relacional, que permite a cada uno sentir la relación
interpersonal y recíproca como un don enriquecedor y responsabilizante.
A esta "unidad de los dos"
confía Dios no sólo la obra de la procreación y la vida de la familia, sino la
construcción misma de la historia. Si durante el Año internacional de la
Familia, celebrado en 1994, se puso la atención sobre la mujer como madre, la
Conferencia de Pekín es la ocasión propicia para una nueva toma de conciencia
de la múltiple aportación que la mujer ofrece a la vida de todas las sociedades
y naciones. Es una aportación, ante todo, de naturaleza espiritual y cultural,
pero también sociopolítíca y económica. ¡Es mucho verdaderamente lo que deben a
la aportación de la mujer los diversos sectores de la sociedad, los Estados,
las culturas nacionales y, en definitiva, el progreso de todo el género
humano!.
9. Normalmente el progreso se valora
según categorías científicas y técnicas, y también desde este punto de vista no
falta la aportación de la mujer. Sin embargo, no es ésta la única dimensión del
progreso, es más, ni siquiera es la principal. Más importante es la dimensión
ética y social, que afecta a las relaciones humanas y a los valores del
espíritu: en esta dimensión, desarrollada a menudo sin clamor, a partir de las
relaciones cotidianas entre las personas, especialmente dentro de la familia,
la sociedad es en gran parte deudora precisamente al "genio de la
mujer".
A este respecto, quiero manifestar
una particular gratitud a las mujeres comprometidas en los más diversos
sectores de la actividad educativa, fuera de la familia: asilos, escuelas,
universidades, instituciones asistenciales, parroquias, asociaciones y
movimientos. Donde se da la exigencia de un trabajo formativo se puede
constatar la inmensa disponibilidad de las mujeres a dedicarse a las relaciones
humanas, especialmente en favor de los más débiles e indefensos. En este
cometido manifiestan una forma de maternidad afectiva, cultural y espiritual,
de un valor verdaderamente inestimable, por la influencia que tiene en el
desarrollo de la persona y en el futuro de la sociedad. ¿Cómo no recordar aquí
el testimonio de tantas mujeres cató1icas y de tantas Congregaciones religiosas
femeninas que, en los diversos continentes. han hecho de la educación,
especialmente de los niños y de las niñas, su principal servicio? ¿Cómo no
mirar con gratitud a todas las mujeres que han trabajado y siguen trabajando en
el campo de la salud, no sólo en el ámbito de las instituciones sanitarias
mejor organizadas, sino a menudo en circunstancias muy precarias, en los Países
más pobres del mundo, dando un testimonio de disponibilidad que a veces roza el
martirio?.
10. Deseo pues, queridas hermanas,
que se reflexione con mucha atención sobre el tema del "genio de la
mujer", no sólo para reconocer los caracteres que en el mismo hay de un
preciso proyecto de Dios que ha de ser acogido y respetado, sino también para
darle un mayor espacio en el conjunto de la vida social así como en la
eclesial. Precisamente sobre este tema, ya tratado con ocasión del Año Mariano,
tuve oportunidad de ocuparme ampliamente en la citada Carta apostó1ica Mulieris
dignitatem, publicada en 1988. Este año, además, con ocasión del Jueves Santo,
a la tradicional Carta que envío a los sacerdotes he querido agregar idealmente
la Mulieris dignitatem invitándoles a reflexionar sobre el significativo papel
que la mujer tiene en sus vidas como madre como hermana y como colaboradora en
las obras apostolicas. Es ésta otra dimensión-diversa de la conyugal, pero
asimismo importante-de aquella "ayuda" que la mujer, según el
Génesis, está llamada a ofrecer al hombre.
La Iglesia ve en María la máxima
expresión del "genio femenino" y encuentra en Ella una fuente de
continua inspiración. María se ha autodefinido "esclava del Señor"
(Lc 1, 38). Por su obediencia a la Palabra de Dios Ella ha acogido su vocación
privilegiada, nada fácil, de esposa y de madre en la familia de Nazaret.
Poniéndose al servicio de Dios, ha estado también al servicio de los hombres:
un servicio de amor. Precisamente este servicio le ha permitido realizar en su
vida la experiencia de un misterioso, pero auténtico "reinar". No es
por casualidad que se la invoca como "Reina del cielo y de la
tierra". Con este título la invoca toda la comunidad de los creyentes, la
invocan como "Reina" muchos pueblos y naciones. ¡Su
"reinar" es servir! ¡Su servir es "reinar"!.
De este modo debería entenderse la
autoridad, tanto en la familia como en la sociedad y en la Iglesia. El
"reinar" es la revelación de la vocación fundamental del ser humano,
creado a "imagen" de Aquel que es el Señor del cielo y de la tierra,
llamado a ser en Cristo su hijo adoptivo. El hombre es la única criatura sobre
la tierra que Dios ha amado por si misma", como enseña el Concilio
Vaticano II, el cual añade significativamente que el hombre "no puede
encontrarse plenamente a sí mismo sino en la entrega sincera de sí mismo"
(Gaudium et spes, 24).
En esto consiste el
"reinar" materno de María. Siendo, con todo su ser, un don para el
Hijo, es un don también para los hijos e hijas de todo el género humano,
suscitando profunda confianza en quien se dirige a Ella para ser guiado por los
difíciles caminos de la vida al propio y definitivo destino trascendente. A
esta meta final llega cada uno a través de las etapas de la propia vocación,
una meta que orienta el compromiso en el tiempo tanto del hombre como de la
mujer.
11. En este horizonte de
"servicio" -que, si se realiza con libertad, reciprocidad y amor,
expresa la verdadera "realeza" del ser humano-es posible acoger
también, sin desventajas para la mujer, una cierta diversidad de papeles, en la
medida en que tal diversidad no es fruto de imposición arbitraria sino que mana
del carácter peculiar del ser masculino y femenino. Es un tema que tiene su
aplicación específica incluso dentro de la Iglesia. Si Cristo-con una elección
libre y soberana, atestiguada por el Evangelio y la constante tradición
eclesial -ha confiado solamente a los varones la tarea de ser "icono"
de su rostro de "pastor" y de "esposo" de la Iglesia a
través del ejercicio del "sacerdocio ministerial", esto no quita nada
al papel de la mujer, así como al de los demás miembros de la Iglesia que no
han recibido el orden sagrado siendo por lo demás todos igualmente dotados de
la dignidad propia del "sacerdocio común", fundamentado en el
Bautismo. En efecto, estas distinción es de papel no deben interpretarse a la
luz de los cánones de funcionamiento propios de las sociedades humanas, sino
con los criterios específicos de la economía sacramental, o sea, la economía de
"signos" elegidos libremente por Dios para hacerse presente en medio
de los hombres.
Por otra parte, precisamente en la
línea de esta economía de signos, incluso fuera del ámbito sacramental, hay que
tener en cuenta la "femineidad" vivida según el modelo sublime de
María. En efecto, en la "femineidad" de la mujer creyente, y
particularmente en el de la "consagrada", se da una especie de
"profecia" inmanente (cf. Mulieris dignitatem, 29), un simbolismo muy
evocador, podría decirse un fecundo carácter de "icono", que se
realiza plenamente en María y expresa muy bien el ser mismo de la Iglesia como
comunidad consagrada totalmente con corazón "virgen", para ser
"esposa" de Cristo y "madre" de los creyentes. En esta
perspectiva de complementariedad "icónica" de los papeles masculino y
femenino se ponen mejor de relieve las dos dimensiones imprescindibles de la
Iglesia: el principio "mariano" y el "apostó1ico-petrino"
(cf. ibid., 27).
Por otra parte-lo recordaba a los
sacerdotes en la citada Carta del Jueves Santo de este año -el sacerdocio
ministerial, en el plan de Cristo "no es expresión de dominio, sino de
servicio" (n. 7). Es deber urgente de la Iglesia en su renovación diaria a
la luz de la Palabra de Dios, evidenciar esto cada vez más, tanto en el
desarrollo del espíritu de comunión y en la atenta promoción de todos los
medios típicamente eclesiales de participación, como a través del respeto y
valoración de los innumerables carismas personales y comunitarios que el
Espíritu de Dios suscita para la edificación de la comunidad cristiana y el
servicio a los hombres.
En este amplio ámbito de servicio la
historia de la Iglesia en estos dos milenios, a pesar de tantos
condicionamientos, ha conocido verdaderamente el "genio de la mujer",
habiendo visto surgir en su seno mujeres de gran talla que han dejado amplia y
beneficiosa huella de sí mismas en el tiempo. Pienso en la larga serie de
mártires, de santas, de místicas insignes. Pienso de modo especial en Santa
Catalina de Siena y en Santa Teresa de Jesús, a las que el Papa Pablo VI
concedió el titulo de Doctoras de la Iglesia. Y ¿cómo no recordar además a
tantas-mujeres que, movidas por la fe, han emprendido iniciativas de
extraordinaria importancia social especialmente al servicio de los más pobres?
En el futuro de la Iglesia en el tercer milenio no dejarán de darse ciertamente
nuevas y admirables manifestaciones del "genio femenino".
12. Vosotras veis, pues, queridas
hermanas, cuántos motivos tiene la Iglesia para desear que, en la próxima
Conferencia, promovida por las Naciones Unidas en Pekín, se clarifique la plena
verdad sobre la mujer. Que se dé verdaderamente su debido relieve al
"genio de la mujer", teniendo en cuenta no sólo a las mujeres
importantes y famosas del pasado o las contemporáneas, sino también a las
sencillas, que expresan su talento femenino en el servicio de los demás en lo
ordinario de cada día. En efecto, es dándose a los otros en la vida diaria como
la mujer descubre la vocación profunda de su vida; ella que quizá más aún que
el hombre ve al hombre, porque lo ve con el corazón. Lo ve independientemente
de los diversos sistemas ideológicos y políticos. Lo ve en su grandeza y en sus
limites, y trata de acercarse a él y serle de ayuda. De este modo, se realiza
en la historia de la Humanidad el plan fundamental del Creador e incesantemente
viene a la luz, en la variedad de vocaciones, la belleza-no solamente física,
sino sobre todo espiritual- con que Dios ha dotado desde el principio a la
criatura humana y especialmente a la mujer.
Mientras confío al Señor en la
oración el buen resultado de la importante reunión de Pekín, invito a las
comunidades eclesiales a hacer del presente año una ocasión para una sentida
acción de gracias al Creador y al Redentor del mundo precisamente por el don de
un bien tan grande como es el de la femineidad: ésta, en sus múltiples
expresiones, pertenece al patrimonio constitutivo de la humanidad y de la misma
Iglesia.
Que María, Reina del amor, vele sobre
las mujeres y sobre su misión al servicio de la Humanidad, de la paz y de la
extensión del Reino de Dios.
Con mi bendición.
Vaticano, 29 de junio, solemnidad de
los Santos Pedro y Pablo, del año 1995."
SIMONE WEIL.
Mucho más que una filósofa
un privilegio ser mujer...este articulo lo editaba yo tambien....".la Mujer, una de las potencias mas grandes del mundo" y sobre todo cuando entra en ellas la santidad...un abrazo
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