El poder y la gloria, de
Graham Greene
Miguel Ángel Moreno Cazalilla
Preliminares
Graham Greene comenzó a publicar en 1925, pero no alcanzó su
máximo desarrollo en la novela hasta 1940, finalizada ya la I Guerra Mundial,
con la difusión, por toda Europa, de su novela El poder y la gloria1.
El éxito posterior de esta novela se debe a que había
surgido un sentimiento de aniquilación en todo el mundo después de 1945 y
a que tras la explosión de violencia,
masacre y exterminio de los últimos años, se produce en el hombre un
desequilibrio espiritual y un desencanto vital.
Graham Greene es testigo de una angustiada época. Convertido
al catolicismo en 1927, percibe que en el mundo flota una presencia nefasta: el
Pecado, que golpea constantemente al hombre y hace imposible que éste alcance
la felicidad. El mundo aparece sombrío, corrupto, injusto, cruel, lacerante; es
el Mal el que causa el abuso de poder y la violencia desmedida, el crimen
gratuito y la cobardía...
A través de esta visión negativa, donde habita el Mal,
Graham Greene nos conduce a la búsqueda
de la verdad. Y en esa búsqueda sobreviene la Gracia. En medio de tanta
desolación, soledad y angustia, sobrepasando el dolor y superada la náusea
y la nada, surge la Gracia, y la Esperanza y el Poder de Dios que busca
al hombre.
Dios, a través de su silencio, de su presencia silenciosa,
de su aparente muerte, manifiesta todo su poder y su gloria. Es la Gracia que
llega al encuentro del hombre. En El poder y la gloria descubrimos una
novela que tiene distintos planos, donde el autor nos lleva a lo más profundo
de su intención. Y así, el lector, según su sensibilidad o la formación
cultural, entenderá una simple novela policiaca o una gran novela de
problemática religiosa.
Esta historia de Graham Greene, como todas las contadas por
él, es aparentemente profana y mundana. Leída superficialmente, vemos que un
hombre del que desconocemos su nombre y al que se alude con el sobrenombre de Páter
Whisky, es perseguido por la policía, acusado de traición; en su huida
Graham Greene nos presenta, a través de una técnica cinematográfica, en un
ritmo vertiginoso, una sucesión de escenas y ambientes claustrofóbicos en un
México húmedo y caluroso. El protagonista pierde tres oportunidades para cruzar
la frontera y salvarse, es hecho prisionero, ajusticiado y fusilado. Es la
corriente del río la que nos lleva al final de la novela y nos da a conocer a
los distintos personajes que pueblan esta historia. Pero leyendo en lo
profundo, como el poeta que es capaz de ver
las piedras que reposan en el
fondo del río, descubrimos una realidad que supera la propia historia que, tras
el drama que acontece, y vemos que
surge, poderoso, un eco que resuena en cada gesto, palabra o ambiente, y
trasciende una presencia transformadora
que habita en el hombre, y que lo conduce, a través de la Gracia, a la
esperanza.
El sacerdote fugitivo es
perseguido por la policía, pero al mismo tiempo es acosado por la conciencia.
Ante la presencia del mal y el pecado,
parece que Dios ha muerto o
que guarda silencio o que está ausente
y el mal triunfa con la
violencia, la corrupción y la crueldad máximas.
Será esta conciencia la que impedirá que cruce la frontera y
se ponga a salvo, y la que, con efecto de llamada o vocación, salga al encuentro
del hombre y ejerza su ministerio sacramental en un mundo despiadado y salvaje:
no se embarcará hacia Veracruz y se dirigirá hacia su verdadero destino, hacia
su verdadera Cruz, un viacrucis: su muerte, su martirio. Así, de la
posible huida en un barco hacia la libertad, se adentrará hacia el interior del
Estado, hacia las tierras pantanosas, hacia los bosques tupidos, en busca de su
propio martirio -sin saberlo-, como en un camino de cruz que nos recuerda la vida de Cristo. Y como Él, al
cruzarse con la personas, será un soplo de misericordia para ellas, a quienes
bautizará, confesará, sanará y con quienes celebrará la Eucaristía.
Charles Moeller, en el volumen primero de Literatura del
siglo XX y Cristianismo, expone:
“Es Dios mismo que, a través
de esta caza del hombre, continúa llamándole: su destino se convierte así en
una vocación. El cura responde a la llamada haciendo tres actos de caridad
perfecta: el primero, cuando para seguir a un niño que le suplica que vaya a
administrar a su madre, renuncia a tomar el barco que lo salvaría; el segundo, cuando cede al mestizo la mula
que debía hacer posible su propia huida..., el tercero, el más hermoso de
todos, le hace repasar la frontera con el mestizo, quien le hace creer que un
gánster moribundo pide los sacramentos.”2
El poder
Comienza la novela con el acecho de los zopilotes, símbolo
del poder político y militar que se cierne sobre el hombre y todo el pueblo,
omnipresentes en toda la obra, mostrándonos que el hombre es pura carroña.
Inmediatamente, conducidos por Míster Tench,
dentista, se nos presenta un edificio que antes era iglesia y ahora es
Tesorería. Se nos dice que hay un estado de prohibición sobre el alcohol y que
el Gobierno tiene un monopolio sobre la cerveza que se vende.
Zopilotes, prohibición,
control policial, monopolio gubernamental y falta de libertad conducen al
hombre a una angustia existencial expresada como náusea:
“Una horrible sensación le
afligió el estómago...”3
“El hombre no tenía ningún
diente; por eso no podía hablar claro; él se los había arrancado todos. Le
sobrecogió otra náusea. Algo no estaba en regla: lombrices, disentería...”4
En medio de todo esto, surge un hombre, un forastero,
del que no se nos dice que sea sacerdote, sino “una especie de médico o
curandero”, “pequeño, con traje oscuro y andrajoso, con barba de tres días”.
Es un hombre que busca la libertad en el barco que lo transportará lejos de
allí y que lleva consigo una pequeña caja y un libro. Ese hombre parece que es
la respuesta a la náusea y sin embargo, con breves líneas, el autor nos
adelanta lo que pasará al final de la novela en una admirable prolepsis:
“Este hombre de traje
oscuro y hombros caídos le traía el recuerdo penoso de un ataúd; la muerte ya
residía en su boca cariada”.5
Ya desde este primer capítulo, los personajes sienten la
ausencia de Dios:
“De todos modos había...
Dios”, dice el forastero. Y cuando el
barco partió hacia Veracruz, sintió que
“había sido abandonado”.
Pese
a todo ello, el sacerdote opta por su vocación y sigue al muchacho que ha
pedido un médico para su madre enferma. Aquí se adentra en las dificultades de
la existencia humana, simbolizadas en la zona pantanosa que atraviesa, llamado
por el sufrimiento del otro. Ha elegido. Es una respuesta. Será su viacrucis.
La figura del teniente, con “las polainas y la
funda de la pistola lustrosas” y con una idea de “limpieza”, es la
de un hombre con ambición excesiva en una ciudad donde impera la fuerza y la
violencia, presentidas en los buitres de alas negras y ásperas que, desde los
tejados, acechan con las garras preparadas.
El jefe de policía es descrito como un hombre
fornido, vestido de franela blanca, con sombrero ancho y cinturón-canana y con
un enorme revólver.
Llama la atención que los detenidos son condenados, sin
juicio ni defensa alguna, a pagar una multa. Los delitos han sido:
emborracharse, alborotar, estropear un cartel electoral o llevar una medalla
religiosa.
El gobernador presiona
al jefe de policía para que capture y fusile al último sacerdote que queda en
todo el Estado, a quien se compara con
James Calver, reclamado por los Estados Unidos por robar en un
banco y por homicidio.
El teniente piensa del ladrón que “al menos es un hombre”,
a diferencia del cura. Añade que si tuviese autoridad, daría una batida, desde
el norte al sur, casa por casa, cogería rehenes en cada pueblo y fusilaría a
las personas por no delatar al sacerdote.
“Habían fusilado a cinco
curas; dos o tres habían escapado; el obispo estaba en Ciudad de México a salvo
y uno se había sometido al decreto del gobernador sobre el casamiento forzoso
de los sacerdotes (testimonio vivo de la flaqueza de su fe)”.(p. 43)
Como telón de fondo en la novela está la Guerra Cristera en
México. La constitución de 1917 legalizó el ataque a la Iglesia y se radicalizó
la violencia y el crimen.
Graham Greene relata cómo “cierto católico renegado,
engreído con la política del gobernador , irrumpió una vez en la iglesia
(cuando aún había iglesia) y se apoderó de la hostia consagrada, la escupió, la
pisoteó, y entonces el pueblo lo cogió y lo ahorcó en el campanario”.
La Cristiada tuvo su punto culminante entre 1926 y 1929,
cuando el presidente Plutarco Elías
Calles promulgó una ley sobre el culto para llevar a la práctica las
disposiciones de la Constitución de 1917, conocida como “Ley Calles”. Estas
disposiciones6:
–
Establecían el
número de sacerdotes por localidad.
–
Prohibían la
presencia de sacerdotes extranjeros en
el país.
–
Limitaban el
ejercicio de los actos de culto.
–
Prohibían los
seminarios y conventos.
La milicias de religiosos católicos resistían la aplicación de una ley injusta,
cruel e inhumana orientada a restringir la actuación y participación de la
Iglesia Católica en la sociedad y en la nación. La persecución religiosa hizo
que obispos, sacerdotes, laicos, hombres, mujeres y niños ofrecieran sus vidas
al grito de ¡Viva Cristo Rey! Era la epopeya de los Cristeros, apoyados por
mujeres que tomaban a su cargo la sanidad, el abastecimiento y las
comunicaciones. No obstante, la guerra fue desigual, porque los cristeros no
poseían las armas, que eran compradas por el ejército mexicano a los Estados
Unidos. Los cristianos fueron tratados de modo crudelísimo, padecieron
sufrimientos y vejaciones bajo una apariencia de legislación.
Ante esta situación, el Papa Pío XI escribió tres encíclicas que condenaron la actitud del
Gobierno Mexicano. En la Encíclica Iniquis afflictisque dice:
“...vedendo che il Governo
messicano, per il suo odio implacabile contro la religione, ha continuato ad
applicare con durezza e violenza anche maggiore gli iniqui suoi editti, perché
in realtà il clero e la moltitudine di quei fedeli, sorretti da più abbondante
effusione di grazia divina nella paziente loro resistenza, hanno dato tale
esemplare spettacolo da meritarsi a buon diritto che Noi, con un solenne
documento della Nostra autorità apostolica, lo rileviamo al cospetto di tutto
il mondo cattolico. Nel mese
scorso, in occasione della beatificazione dei molti Martiri della rivoluzione
francese, il Nostro pensiero volava spontaneamente ai cattolici messicani, che,
come quelli, si mantengono fermi nel proposito di resistere pazientemente
all’arbitrio e alla prepotenza altrui, pur di non separarsi dall’unità della
Chiesa e dall’Ubbidienza alla Sede Apostolica”.7
Y protesta enérgicamente contra el atropello cometido por el
gobierno mexicano a la Iglesia católica:
“...trattandosi di fatti
notori, contro i quali pubblicamente alzammo la Nostra protesta.”8
Efectivamente. En la novela, la ciudad entera estaba
cambiada, ya que el campo de deportes ocupaba ahora el emplazamiento antiguo de
la catedral. Se trataba de generar nuevos recuerdos en la población, de
sustituir el elemento religioso por un nuevo orden social, de crear muros que
impidiera a la gente creer en un Dios amante y misericordioso; había que casar
a los sacerdotes para subyugar a la religión, para dominar a Dios, para
desdeñar la Fe.
Sin embargo, todo esto conduciría a la experimentación del vacío y a la
presencia de un mundo inhumano y gélido. El anciano padre José, de
sesenta y dos años, casado y pensionista del Gobierno, había perdido todo el
respeto en su hogar, en la ciudad y sentía cómo la chiquillería se mofaba de él
cuando, todos a una, le gritaban lo que su mujer le decía:
“- ¡José, ven a la cama!”
Pese a todo ello, en este segundo capítulo, mientras el
poder gubernamental y militar intenta
ahogar la presencia católica en todo el Estado, una madre anónima, en la
intimidad de su hogar, empieza a leer a sus dos hijas pequeñas y a su hijo de
catorce años una historia, la del joven Juan, humilde y piadoso, que
llegará a ser sacerdote mártir y morirá contra el paredón gritando: ¡Viva
Cristo Rey!
En el capítulo tercero, se describe al capitán Fellows,
a su mujer Trixy y a la hija de ambos, Coral. Extranjeros en
México, viven respetando las leyes mexicanas, pero no son felices, y la única
vida que la hija de trece años podía recordar era la del pantano y los buitres.
No había otras personas, no había otro paisaje, no había otro modo de vida que
el impuesto por el poder del Gobierno
Mexicano, representado en aquel pantano y aquellos buitres. La pequeña Coral
esconde al forastero de las garras del teniente y le indica la solución para
salvarse: renunciar a la fe. El forastero le responde que no está en su poder
renunciar, porque es sacerdote, y siente la vocación de su ministerio
sacerdotal. Es a Coral a quien le hace la revelación: “soy sacerdote y tengo
una misión, y no tengo en mi poder renunciar a la fe”.
K. Rahner, en su Curso fundamental de la fe, explica de
dónde viene el verdadero poder y el ministerio
de la Iglesia:
“Los ministerios
fundamentales de la Iglesia son constitutivos esenciales de ella misma. La
Iglesia sólo es ella misma si posee y transmite los encargos que le vienen de
Cristo y los poderes que van ligados con aquéllos y que están a su servicio.” 9
Y
será un anciano de la aldea que visita, viviendo en el límite de la existencia,
quien lo reconozca, le tome la mano y se la bese, y quien le demande confesión
y misa.
El sacerdote fugitivo cura, sana, confiesa, celebra misa. Y,
sin embargo, México, humilla, veja y
fusila a la población. Es el poder de Dios frente al poder legislativo.
El silencio de Dios
“De allí la vida se había retirado por completo”. En ese lugar había intimidad y silencio. El padre
José gustaba de pasear por el cementerio porque no había nadie que se burlara
de él. Y en ese silencio, una mujer y un anciano estaban enterrando a una niña de cinco años,
víctima de la barbarie del país o de la miseria humana, en la más absoluta de
las pobrezas. Cuando vieron al padre José, le pidieron con desesperación una
oración final. Abrigaban cierta esperanza, que se desvaneció por la negativa
del sacerdote.
Habían perdido a una hija y
también habían visto desvanecerse una esperanza:
“La mujer empezó a llorar,
en seco, sin lágrimas, con el ruido de un animal cogido en la trampa y que
implora ser liberado; el anciano cayó de rodillas con las manos extendidas.
–
Padre José
-dijo ella-, no hay ningún otro...”10
Se sintió indigno, repugnante, cobarde y fue “como si un
coro de ángeles se hubiese retirado en silencio dejando oír las voces de los
chiquillos: José, ven a la cama”. Era la conciencia que le espoleaba por un
pecado imperdonable. Era la total desesperación.
El Páter Whisky -así era conocido por su afición a la
bebida- “era el único sacerdote que los niños podían recordar. También
recibían de él a Dios en la boca. Cuando se hubiese marchado, sería como si
Dios, en todo aquel espacio entre el mar y las montañas, hubiera dejado de existir”.11
El sacerdote sostenía al mestizo con firmeza en la silla y
seguían andando; sus pies sangraban, pero se curtirían pronto. “Un extraño
silencio caía sobra la selva y de la tierra se alzaba un velo de niebla. Era
como un armisticio, el momento en que cesan los tiros por ambos lados. Podía
imaginarse el mundo entero escuchando lo que jamás había oído antes: la paz”12
Ya en la cárcel, “por todas partes había un silencio
extraño, incluso en las otras celdas; parecía que el mundo entero hubiese
vuelto la espalda para no verle morir. Volvió a lo largo de la pared hasta el
rincón más apartado y se sentó con el frasco entre las rodillas... se hallaba
solo...se imaginó los rostros fríos de los santos rechazándole...Se sentía
enfermo de miedo, le dolía el estómago y tenía la boca seca por el alcohol.
Empezó a levantar la voz, para sí mismo, porque no podía resistir ya el
silencio”.13
En el capítulo cuarto suceden dos hechos importantes:
1.
Una perra
abandonada, con una pata herida y el lomo lacerado, en su estado más
lamentable, estaba echada sobre un hueso y el sacerdote se lo arrebata
por la pura hambre, por la mera supervivencia, por un instinto animal.
Se identifica aquí al hombre con el animal, invirtiendo los términos: el animal
tullido, con hambre y esperanza; el hombre, con hambre y sin dignidad. Hasta
tal punto el Mal ha cambiado la faz de la tierra.
2.
La violencia, que
se extendía por todo el Estado, provoca una visión horrorosa: un niño de tres
años en un charco de sangre, envuelto en dolor y finalmente muerto. Tres
balazos contra una criatura indefensa, inocente; el hombre contra el hombre; el
hombre eliminando al hombre. Esta es la consecuencia de los disparos entre la
policía y el bandido americano. La madre reza y el Páter Whisky se siente
pecador e inútil, por sus pecados, para ayudar con sus plegarias a la madre del
niño muerto. Pero la madre le sigue, huyendo de las fuerte lluvias y de la
tormenta, con el niño muerto a cuestas. El niño muerto es depositado al pie de
una cruz por su madre, y abandonado en la tierra, el autor nos lo presenta como
un objeto inerte. Es la aniquilación del hombre por el hombre.
El sacerdote llega a pensar que la vida ya no existía en
ninguna parte y pensó también que lo que encontraría sería: nada. Llegó a
sentirse solo, abandonado y que la vida humana retrocedía ante él. “Sentía
una sed espantosa y se movía por un desierto mapa en blanco, penetrando más y
más en la tierra abandonada”. Incluso se encontraba cansado, infinitamente
cansado, sin motivos para seguir viviendo, con dolor de cabeza, apoyó las manos
en la pared para descansar y esa pared resultó ser la de una iglesia. Había
vuelto a la casa del Padre. Y descansó:
“...se sentó en la hierba
embebida de lluvia y, apoyando la cabeza contra la blanca pared, se quedó
dormido con su propia casa sirviéndole de respaldo”.14
Graham Greene ha hablado con espanto de su infancia, en
Berkhampstead, donde su padre era el director de la escuela. Había una estrecha
frontera de hierba entre la escuela y la casa de su padre. Esta frontera es la
que acabamos de ver al finalizar este capítulo, en el que termina apoyándose en
una iglesia. Es la frontera entre el Pecado y la Gracia, entre el Mal y la casa
del Padre; y es precisamente aquí, al finalizar un tormentoso recorrido por el
Mal y la violencia, causantes de la muerte, del hambre, del pecado que habita
en el hombre, exhausto y al límite de sus posibilidades, llega a la casa del
Padre, a la Iglesia, y descansa.
Dios, a través de su silencio,
de su aparente muerte, sale al encuentro del hombre. El mundo está habitado por
Dios.
Karl Rahner escribe al
respecto:
“...tal espacio divino del
amor interhumano aparece como posibilidad y promesa de la victoria de este amor
en la Iglesia -especialmente en la Cena-, por eso el cristiano puede aguantar
con serenidad, consuelo y valentía en Jesucristo el fracaso aparente, el
desengaño y la transitoriedad de todo amor sin el cual no puede vivir. En el
amor que se nos comunica en Cristo, se nos ha prometido también la victoria
definitiva del amor interhumano, una victoria que se nos ha dado ya en
esperanza y está presente en la
Iglesia.”15
El sacramento
El capítulo primero de la 2ª parte es un capítulo
eucarístico, preparatorio de lo que acontecerá finalmente, indicador del camino
de sufrimiento que emprenderá el sacerdote, en donde se plantearán las
similitudes entre el protagonista y Jesucristo.
Después de haber aclarado a una niña que era sacerdote y que
no estaba en su mano el renegar de la fe, el protagonista, al igual que
Jesucristo, que entró en Jerusalén montado en una burra, se adentrará en su
propia Jerusalén -la selva y los pantanos- sobre una mula. Serán sufrimientos,
padecimientos y dificultades en todo el Estado. Tras lavarse la cara en un
charco de agua, se dirige a su casa, con los suyos. Se sabe un hombre impuro,
un páter-whisky, un mal sacerdote, pecador, que no merece la fuente de
Gracia. Sin embargo, es consciente de que es un mal cura que pone a Dios en la
boda de los hombres.
Los suyos le dirán que se vaya al norte, rechazándolo y
ninguno se adelantará para besarle la mano. Pasará entre los suyos como un
mendigo.
El “no se trata de lo que
vosotros queráis o de lo que yo quiera” que el sacerdote les responde nos
recuerda al “no se haga mi voluntad, sino la tuya” del evangelio.
El sacerdote lleva ocho años
huyendo y la policía lo busca como al peor de los criminales; comienza la
Eucaristía en su pueblo, con su gente. “¡Cómo he deseado celebrar la Pascua con
vosotros!”, dirá Jesucristo a sus apóstoles.
Después de afirmar que “el cielo está aquí” en la tierra,
comienza la eucaristía (celebración de la Pasión y Muerte de Jesucristo), rezan
el credo, continúa con el canon de la Misa, el memento por los vivos, la
consagración, el Cuerpo y la Sangre de
Cristo..., la policía se va acercando
y el sacerdote, a toda prisa, se
puso la Hostia en la boca, bebió el vino para evitar profanación. Un gallo
canta, llamando a la conversión...
La policía llega con todo el poder de que es posible: a
caballo, con fusiles, gritando, con
autoridad, un disparo,... Empieza la agonía. Aunque no será prendido en esta
ocasión, el protagonista sabe cuál será su final.
El sacerdote se arrepiente, en un monólogo interior: “...por
mis pecados, me pesan y pido perdón por todos mis pecados”.
Al despedirse de su
hija, Brígida, nacida del pecado, el sacerdote tiene una inmensa compasión por
ella; abandonada y sin protección, rodeada de violencia, buscó desesperadamente
salvarla. Rogó:
“¡Oh, Dios”. Dadme
cualquier clase de muerte, sin contrición, en estado de culpa, pero salvad al
menos a esta criatura”.16
En estas palabras está comprendido todo el amor de que es
capaz de dar un hombre y en esta niña está simbolizada la salvación de la
humanidad.
Jesucristo entregará la vida, redimiendo a todo la
humanidad; el sacerdote entregará la vida por su hija; por el mestizo, que lo
traicionará, como Judas; por el gánster, al que se acercará para administrar
los sacramentos. Y en todos estos rostros verá el rostro de Dios. La vida es un
sacramento y el sacerdote ha mostrado en este capítulo lo más esencial de su
vocación, de su ministerio sacerdotal, nos ha mostrado la importancia del
sacramento. Dios ha actuado.
K. Rahner expone:
“el hombre está capacitado
por la esperanza y está obligado a una esperanza firme, pues la gracia de Dios
que le llega en el sacramento ya ha superado misteriosamente en él la posibilidad
de un no a la misma. .. El sacramento es la acción del Dios libre en los
hombres.”17
El pecado y la Gracia
El cura realizará actos salvadores inconscientemente y
creerá, no obstante, que se condenará; aceptará su muerte pidiendo confesión
por su orgullo, por su cesión al alcoholismo, por su caída en el pecado con una
campesina, que le dará una hija desamparada.
El cura es un hombre
perseguido por la policía, pero la conciencia será más implacable aún que la
propia policía.
Los pecados del sacerdote son los de cualquier hombre, pero
aquí se resaltan más por ser quien es. Ésa es la innovación brillante de Graham
Greene. El pecado está presente en el mundo y golpea una y otra vez al hombre,
lo que le produce una angustia vital:
–
Ambición: “No
se conformaba con ser toda la vida el cura de una parroquia no muy grande”.18
–
Orgullo: “Cuando
se quedó como único cura en el Estado, su orgullo fue mayor: creía ser un héroe
porque transportaba a Dios”.19
–
Lujuria: “He
yacido con mujer; he fornicado; he tenido una hija”.20
Acosado por la conciencia, buscando ser feliz, el sacerdote
hace un examen de conciencia: “Me he emborrachado, no sé cuántas veces; no
hay deber que no haya descuidado; he sido culpable de orgullo, he carecido de
caridad...” 21
Y esto le lleva a pedir perdón y a decir con humildad:
“...se merecen que cuide de
ellos un mártir y no un necio como yo”.22
El gallo ha cantado hasta tres veces (es una invitación a la
conversión) y el protagonista de la
novela hace un acto sincero de contrición:
“Oh, Señor, me pesa y pido
perdón....crucificado...digno de tus horribles padecimientos”. 23
No obstante, su vocación es fuerte, pues confiesa al
mestizo, quien lo traicionará, como Judas. Un hombre enfermo, inseguro,
asustadizo, que llora tras la confesión y al que abraza como al mismo Dios,
porque está hecho a imagen de Dios; todos están hechos a imagen. Ésta es la
respuesta a la pregunta: “¿Cómo es Dios?”
La vocación del cura es amar,
llevar a Dios, orar en silencio.
Y se siente inútil en sus últimas horas, pensando que no ha
hecho nada ante Dios y que se presenta ante Él con las manos vacías. Y una vez
más “por todas partes había un silencio extraño”, el silencio de Dios...
....
….
….
Vista su ejecución final, desde la ventana del dentista, parece la de un
bandido, un perdedor, un hombre derrotado que levanta las brazos y grita; pero
a los ojos del lector, ese hombre se revela como un mártir de Cristo, que
levanta las manos y muere por Cristo: “Viva Cristo Rey”.
En el pecador penetra la Gracia y se siente la
presencia cálida de Dios. El cura no ha
mostrado a lo largo de la novela ningún gesto negativo hacia los hombres con
los que se ha cruzado, ninguna palabra desabrida; es más, se ha mostrado
dolorido cuando faltaba el vino para celebrar misa, conmovido ante el
sufrimiento.
K Rahner escribe:
“ Este hombre cristiano,
que experimenta el esfuerzo de la aspiración moral como un dato ineludible de su propia existencia,... es
siempre el que se deja envolver por el amor de Dios y a la vez se conoce como
el pecador,.. es el conducido a través de la historia de su existencia...y
tiene siempre conciencia de que ha de refugiarse siempre en esta gracia de
Dios...ora humildemente y con toda verdad: Perdónanos nuestra culpa.”24
El modo en como trataba a los hombres -todos imagen y
semejanza de Dios- nos hace ver una misericordia infinita, una compasión
humana; y en esta compasión y en esta misericordia se ve el reflejo de Dios, el
poder y la gloria del sacramento: el perdón sacramental y la transformación en
cuerpo y sangre de Cristo.
Dios se ha entregado en el sacramento por amor a los
hombres. Así, cuando vemos que el
sacerdote se angustia ante la imposibilidad de decir misa por la falta de vino,
comprendemos que la pasión y el sufrimiento del cura y su postrimero martirio
son la pasión y la muerte de Dios mismo.
Un Dios oculto en un poco de
pan y de vino.
En una época en la que se dice: “Dios ha muerto y el mundo
ha sido abandonado por Dios”, Graham Greene proclama con fuerza con su novela,
en palabras de Moeller:
“¡No es verdad!¡El mundo
está habitado por Dios! ¡Dios no ha fracasado!”25
Graham Greene ha superado la náusea de Sartre. El hombre ha
decidido ser un hombre abierto a la trascendencia, y ha superado la nada
para dejarnos un mensaje de esperanza; toda la novela es una existencia de un
ser finito, que a través de la debilidad de los sacramentos nos habla del poder
y la gloria de Dios allí presente. Toda la novela es la de una existencia de un
Dios muerto y resucitado, una bocanada de esperanza.
La historia del sacerdote y la del novicio Juan han corrido
paralelas y han coincidido en el martirio: los dos levantan las manos y gritan
“viva Cristo Rey”.
La novela no termina con la muerte, sino con la vida, con la
esperanza en un mundo mejor, con la
llegada de otro sacerdote. Dios no abandona al hombre: sale a su encuentro.
“...la muerte es la única
puerta hacia la vida, hacia una vida que realmente no conoce ocaso y ya no experimenta la muerte
como su núcleo más íntimo...En el misterio central de la vida cristiana y
eclesiástica -en la cena- anunciamos la muerte del Señor hasta su
retorno...sólo si vivimos ...con renuncia a una ideología que absolutiza y
diviniza un sector muy determinado de la existencia humana; sólo entonces
tenemos la posibilidad de que Dios nos dé aquella esperanza que nos libera
realmente.” 26
Todos los personajes, que de alguna manera u otra se han
relacionado con el protagonista, han percibido el rayo de esperanza necesario
para cambiar de vida y tomar un nuevo rumbo. Dios no abandona al hombre, sino
que se conmueve por él y sale a su encuentro. El hombre responde:
“...el muchacho tenía ya la
puerta del todo abierta y posaba sus labios en la mano del sacerdote antes que
que éste pudiera siquiera dar su nombre.”27
En el rito de Comunión de la Misa, el sacerdote dice con las
manos extendidas:
“Líbranos, Señor, de todos
los males y concédenos la paz en nuestros días...”
Y el pueblo responde, aclamando:
“Tuyo es el reino, tuyo el
poder y la gloria por siempre, Señor.”
Leopoldo Durán, sacerdote y amigo de Graham Greene, tiene un
magnífico estudio sobre esta obra que hemos analizado y concluye diciendo:
“En El poder y la gloria,
Greene no sólamente describe la lucha de la Iglesia con el mundo, sino también
el camino de la victoria: la caridad. El Páter Whisky recorre la región
haciendo el bien, como Cristo. Él ya sabe que lo que se requiere en la conducta
hacia los demás, puede resumirse en el mandato del amor”.28
1GREENE, G., El poder y
la gloria, Edhasa, Barcelona, 2001. Esta obra se leyó y analizó en el Grupo de Literatura de la
Parroquia “Nuestra Señora de la Paz”, de Gójar, siendo párroco José Antonio
Espejo Zamora. Las reflexiones ante la lectura de la novela, en el mes de enero
de 2014, es el germen de este artículo.
2MOELLER, CH., Literatura
del siglo XX y Cristianismo, Vol. I, Gredos, Madrid, 1970.
3GREENE,
G., op. cit., p.14.
4GREENE,
G., op. cit., p.15.
5GREENE,
G., op. cit., p.24.
6Información aportada
por Mª Teresa Golzarri.
7PÍO XI. Encíclica Iniquis
afflictisque.
8Ibíd.
9RAHNER, K.,Curso
fundamental de la fe, Herder, Barcelona, 2007 p. 480.
10GREENE,
G., op. cit., p.82.
11GREENE,
G., op. cit., p.108
12GREENE,
G., op. cit., p.162.
13GREENE,
G., op. cit., p.323.
14GREENE,
G., op. cit., p. 250.
15RAHNER, K.,Curso
fundamental de la fe, Herder, Barcelona, 2007 p. 459-460.
16GREENE,
G., op. cit., p.136 .
17RAHNER, K.,Curso
fundamental de la fe, Herder, Barcelona, 2007 p. 476.
18GREENE,
G., op. cit., p.154 .
19GREENE,
G., op. cit., p.154-155 .
20GREENE,
G., op. cit., p.322 .
21GREENE, G., op. cit., p.322 .
22GREENE,
G., op. cit., p.155 .
23GREENE,
G., op. cit., p.325 .
24RAHNER, K.,Curso
fundamental de la fe, Herder, Barcelona, 2012 p. 472.
25MOELLER, CH., Literatura
del siglo XX y Cristianismo, Vol. I, Gredos, Madrid, 1970.
26RAHNER, K.,Curso
fundamental de la fe, Herder, Barcelona, 2012
p. 465-466..
27GREENE,
G., op. cit., p.345
28DURÁN, L., Estudio
sobre el poder y la gloria, Caralt, Barcelona, 1981.
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