CARTA APOSTÓLICA
EN FORMA DE MOTU PROPRIO
PARA LA PROCLAMACIÓN DE SANTO TOMÁS MORO
COMO PATRONO DE LOS GOBERNANTES Y DE LOS POLÍTICOS
JUAN PABLO II
SUMO PONTÍFICE
PARA PERPETUA MEMORIA
SUMO PONTÍFICE
PARA PERPETUA MEMORIA
1. De la vida y del martirio de santo Tomás Moro brota un mensaje
que a través de los siglos habla a los hombres de todos los tiempos de la
inalienable dignidad de la conciencia, la cual, como recuerda el Concilio
Vaticano II, "es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que
está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella". Cuando el hombre y la
mujer escuchan la llamada de la verdad, entonces la conciencia orienta con
seguridad sus actos hacia el bien. Precisamente por el testimonio, ofrecido
hasta el derramamiento de su sangre, de la primacía de la verdad sobre el
poder, santo Tomás Moro es venerado como ejemplo imperecedero de coherencia
moral. Y también fuera de la Iglesia, especialmente entre los que están
llamados a dirigir los destinos de los pueblos, su figura es reconocida como
fuente de inspiración para una política que tenga como fin supremo el servicio
a la persona humana.
Recientemente, algunos Jefes de Estado y de Gobierno, numerosos
exponentes políticos, algunas Conferencias Episcopales y Obispos de forma
individual, me han dirigido peticiones en favor de la proclamación de santo
Tomás Moro como Patrono de los Gobernantes y de los Políticos. Entre los
firmantes de esta petición hay personalidades de diversa orientación política,
cultural y religiosa, como expresión de vivo y difundido interés hacia el
pensamiento y la conducta de este insigne hombre de gobierno.
2. Tomás Moro vivió una extraordinaria carrera política en su
País. Nacido en Londres en 1478 en el seno de una respetable familia, entró
desde joven al servicio del Arzobispo de Canterbury Juan Morton, Canciller del
Reino. Prosiguió después los estudios de leyes en Oxford y Londres,
interesándose también por amplios sectores de la cultura, de la teología y de
la literatura clásica. Aprendió bien el griego y mantuvo relaciones de
intercambio y amistad con importantes protagonistas de la cultura renacentista,
entre ellos Erasmo Desiderio de Rotterdam.
Su sensibilidad religiosa lo llevó a buscar la virtud a través de
una asidua práctica ascética: cultivó la amistad con los frailes menores
observantes del convento de Greenwich y durante un tiempo se alojó en la
cartuja de Londres, dos de los principales centros de fervor religioso del
Reino. Sintiéndose llamado al matrimonio, a la vida familiar y al compromiso
laical, se casó en 1505 con Juana Colt, de la cual tuvo cuatro hijos. Juana
murió en 1511 y Tomás se casó en segundas nupcias con Alicia Middleton, viuda
con una hija. Fue durante toda su vida un marido y un padre cariñoso y fiel,
profundamente comprometido en la educación religiosa, moral e intelectual de sus
hijos. Su casa acogía yernos, nueras y nietos y estaba abierta a muchos jóvenes
amigos en busca de la verdad o de la propia vocación. La vida de familia
permitía, además, largo tiempo para la oración común y la lectio divina, así
como para sanas formas de recreo hogareño. Tomás asistía diariamente a Misa en
la iglesia parroquial, y las austeras penitencias que se imponía eran conocidas
solamente por sus parientes más íntimos.
3. En 1504, bajo el rey Enrique VII, fue elegido por primera vez
para el Parlamento. Enrique VIII le renovó el mandato en 1510 y lo nombró
también representante de la Corona en la capital, abriéndole así una brillante
carrera en la administración pública. En la década sucesiva, el rey lo envió en
varias ocasiones para misiones diplomáticas y comerciales en Flandes y en el
territorio de la actual Francia. Nombrado miembro del Consejo de la Corona,
juez presidente de un tribunal importante, vicetesorero y caballero, en 1523
llegó a ser portavoz, es decir, presidente de la Cámara de los Comunes.
Estimado por todos por su indefectible integridad moral, la
agudeza de su ingenio, su carácter alegre y simpático y su erudición
extraordinaria, en 1529, en un momento de crisis política y económica del País,
el Rey le nombró Canciller del Reino. Como primer laico en ocupar este cargo,
Tomás afrontó un período extremadamente difícil, esforzándose en servir al Rey
y al País. Fiel a sus principios se empeñó en promover la justicia e impedir el
influjo nocivo de quien buscaba los propios intereses en detrimento de los
débiles. En 1532, no queriendo dar su apoyo al proyecto de Enrique VIII que
quería asumir el control sobre la Iglesia en Inglaterra, presentó su dimisión.
Se retiró de la vida pública aceptando sufrir con su familia la pobreza y el
abandono de muchos que, en la prueba, se mostraron falsos amigos.
Constatada su gran firmeza en rechazar cualquier compromiso contra
su propia conciencia, el Rey, en 1534, lo hizo encarcelar en la Torre de
Londres dónde fue sometido a diversas formas de presión psicológica. Tomás Moro
no se dejó vencer y rechazó prestar el juramento que se le pedía, porque ello
hubiera supuesto la aceptación de una situación política y eclesiástica que
preparaba el terreno a un despotismo sin control. Durante el proceso al que fue
sometido, pronunció una apasionada apología de las propias convicciones sobre
la indisolubilidad del matrimonio, el respeto del patrimonio jurídico inspirado
en los valores cristianos y la libertad de la Iglesia ante el Estado. Condenado
por el tribunal, fue decapitado.
Con el paso de los siglos se atenuó la discriminación respecto a
la Iglesia. En 1850 fue restablecida en Inglaterra la jerarquía católica. Así
fue posible iniciar las causas de canonización de numerosos mártires. Tomás
Moro, junto con otros 53 mártires, entre ellos el Obispo Juan Fisher, fue
beatificado por el Papa León XIII en 1886. Junto con el mismo Obispo, fue
canonizado después por Pío XI en 1935, con ocasión del IV centenario de su
martirio.
4. Son muchas las razones a favor de la proclamación de santo
Tomás Moro como Patrono de los Gobernantes y de los Políticos. Entre éstas, la
necesidad que siente el mundo político y administrativo de modelos creíbles,
que muestren el camino de la verdad en un momento histórico en el que se
multiplican arduos desafíos y graves responsabilidades. En efecto, fenómenos
económicos muy innovadores están hoy modificando las estructuras sociales. Por
otra parte, las conquistas científicas en el sector de las biotecnologías
agudizan la exigencia de defender la vida humana en todas sus expresiones,
mientras las promesas de una nueva sociedad, propuestas con buenos resultados a
una opinión pública desorientada, exigen con urgencia opciones políticas claras
en favor de la familia, de los jóvenes, de los ancianos y de los marginados.
En este contexto es útil volver al ejemplo de santo Tomás Moro que
se distinguió por la constante fidelidad a las autoridades y a las
instituciones legítimas, precisamente porque en las mismas quería servir no al
poder, sino al supremo ideal de la justicia. Su vida nos enseña que el gobierno
es, antes que nada, ejercicio de virtudes. Convencido de este riguroso
imperativo moral, el Estadista inglés puso su actividad pública al servicio de
la persona, especialmente si era débil o pobre; gestionó las controversias
sociales con exquisito sentido de equidad; tuteló la familia y la defendió con
gran empeño; promovió la educación integral de la juventud. El profundo
desprendimiento de honores y riquezas, la humildad serena y jovial, el equilibrado
conocimiento de la naturaleza humana y de la vanidad del éxito, así como la
seguridad de juicio basada en la fe, le dieron aquella confiada fortaleza
interior que lo sostuvo en las adversidades y frente a la muerte. Su santidad,
que brilló en el martirio, se forjó a través de toda una vida entera de trabajo
y de entrega a Dios y al prójimo.
Refiriéndome a semejantes ejemplos de armonía entre la fe y las
obras, en la Exhortación apostólica postsinodalChristifideles laici escribí que "la unidad de
vida de los fieles laicos tiene una gran importancia. Ellos, en efecto, deben
santificarse en la vida profesional ordinaria. Por tanto, para que puedan
responder a su vocación, los fieles laicos deben considerar las actividades de
la vida cotidiana como ocasión de unión con Dios y de cumplimiento de su
voluntad, así como también de servicio a los demás hombres" (n. 17).
Esta armonía entre lo natural y lo sobrenatural es tal vez el
elemento que mejor define la personalidad del gran Estadista inglés. Él vivió
su intensa vida pública con sencilla humildad, caracterizada por el célebre
"buen humor", incluso ante la muerte.
Éste es el horizonte a donde le llevó su pasión por la verdad. El
hombre no se puede separar de Dios, ni la política de la moral. Ésta es la luz
que iluminó su conciencia. Como ya tuve ocasión de decir, "el hombre es
criatura de Dios, y por esto los derechos humanos tienen su origen en Él, se
basan en el designio de la creación y se enmarcan en el plan de la Redención.
Podría decirse, con expresión atrevida, que los derechos del hombre son también
derechos de Dios" (Discurso 7.4.1998,
3).
Y fue precisamente en la defensa de los derechos de la conciencia
donde el ejemplo de Tomás Moro brilló con intensa luz. Se puede decir que él
vivió de modo singular el valor de una conciencia moral que es "testimonio
de Dios mismo, cuya voz y cuyo juicio penetran la intimidad del hombre hasta
las raíces de su alma". Aunque, por lo que
se refiere a su acción contra los herejes, sufrió los límites de la cultura de
su tiempo.
El Concilio Ecuménico Vaticano II, en la Constitución Gaudium et spes, señala cómo en el mundo
contemporáneo está creciendo "la conciencia de la excelsa dignidad que
corresponde a la persona humana, ya que está por encima de todas las cosas, y
sus derechos y deberes son universales e inviolables" (n.26). La historia
de santo Tomás Moro ilustra con claridad una verdad fundamental de la ética
política. En efecto, la defensa de la libertad de la Iglesia frente a indebidas
ingerencias del Estado es, al mismo tiempo, defensa, en nombre de la primacía
de la conciencia, de la libertad de la persona frente al poder político. En
esto reside el principio fundamental de todo orden civil de acuerdo con la
naturaleza del hombre.
5. Confío, por tanto, que la elevación de la eximia figura de
santo Tomás Moro como Patrono de los Gobernantes y de los Políticos ayude al
bien de la sociedad. Ésta es, además, una iniciativa en plena sintonía con el
espíritu del Gran Jubileo que nos introduce en el tercer milenio cristiano.
Por tanto, después de una madura consideración, acogiendo
complacido las peticiones recibidas, constituyo y declaro Patrono de los
Gobernantes y de los Políticos a santo Tomás Moro, concediendo que le vengan
otorgados todos los honores y privilegios litúrgicos que corresponden, según el
derecho, a los Patronos de categorías de personas.
Sea bendito y glorificado Jesucristo, Redentor del hombre, ayer,
hoy y siempre.
Roma, junto a San Pedro, el día 31 de octubre de 2000, vigésimo
tercero de mi Pontificado
IOANNES PAULUS PP.II
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