miércoles, 8 de febrero de 2023

Caminando por nuestra cuenta o con maestros ajenos



¿Deben los seminaristas volver a la Facultad de Teología de Granada?


Ahora, con el cambio de obispo, muchos se preguntan si volverán o no a la facultad los seminaristas de Granada; algunos idolatran a los jesuitas, no es mi caso; ese mito del que se han rodeado estos; la sabiduría y amor a los pobres los podemos encontrar en mucha gente, en otras ordenes religiosas o movimientos nuevos o en el clero diocesano, aunque sólo sea porque somos muchos más; obras son amores y no buenas razones.

La cuestión es: ¿Qué le conviene a la Diócesis de Granada y si ésta tiene capacidad para formar a los sacerdotes en su vertiente intelectual? Cuando hablo de diócesis, no pienso más en el arzobispo y en los sacerdotes que en el pueblo de Dios.

Desconozco tanto la situación de la Facultad, en este momento, como la consistencia de la formación que los seminaristas reciben en el Seminario. Por ello, sólo puedo responder partiendo de mi experiencia en la facultad en los años que pasé en ella y contrastarlos con la facultad de Filosofía de la Universidad Lateranense de Roma, donde realicé, más tarde, el Bachiller, la Licencia y los cursos de doctorado en filosofía.

Para poder realizar los estudios de teología había que superar tres pruebas: una de griego, otra de latín y otra de francés; exactamente igual que en Roma; lo que las diferenciaba era el método. La primera diferencia es que los profesores romanos debían conocer al menos cinco idiomas y no veían a los alumnos como unos ridículos incultos que aspiran a saber; en la Lateranense, los exámenes siempre eran orales, alumno por alumno; me sorprendió que el profesorado partiese del principio de que el alumno, ante un examen, había estudiado y que lo sabía todo; en la medida en que avanzaba la disertación, la nota podía bajar de la máxima a la mínima; al final, el profesor preguntaba al alumno si estaba de acuerdo con la nota; si era así, el alumno firmaba; de lo contrario, podía volver a presentarse a la semana siguiente. La universidad romana giraba en torno al alumno; en Granada, no; recuerdo que cuando tuvimos que realizar el examen de latín en la FTGr, las chuletas iban de mano en mano hasta que cayó en las garras de una jesuitina que, tras copiarse, la destruyó; el examen de francés constaba de dos párrafos distintos e inconexos; el primero, sencillo; el segundo era para los aspirantes a entrar, no en dicha facultad granadina, sino en la Academia de la Lengua Francesa; el de griego, asumible; en Roma, en cambio, se conseguían los objetivos perseguidos por profesores y alumnos; el alumno elegía un libro de filosofía en cualquier idioma que no estuviese escrito ni en la lengua materna del alumno ni en italiano; así mismo, elegía un libro en latín; yo elegí uno de Étienne Gilson en francés y la Monodología de Leibniz, en latín; durante el examen, el alumno acudía con el libro elegido, el profesor tomaba el libro y lo abría aleatoriamente varias veces y el alumno tenía que traducirlo oralmente y de inmediato; me parece este método mejor que el practicado en la facultad de teología de Granada, pues el alumno se veía forzado a trabajar una obra filosófica consiguiendo adquirir vocabulario filosófico en otro idioma; así es posible que el alumno no alcanzase a conocer el vocabulario propio de las guías turísticas pero sí el filosófico y éste era el objetivo.

Cuando llegué a la facultad de teología de Granada, estaba en su última fase la lucha entre profesores con discursos teológicos distintos; a mí me interesaron muy poco, pues me parecían más disensiones personales entre jesuitas que teológicas, más cosas internas de ellos que cuestiones intelectuales; recuerdo un día que bajaba un histriónico gritando: “Están desmontando el despacho de Castillo, ¡impidámoslo!”; los que estábamos en el hall lo miramos y ni nos inmutamos; más tarde recibí clases del padre Pozo, no me pareció nada del otro mundo, muy anodino. Filosofía contemporánea nos las dio un recién licenciado en filosofía, y de aquellas clases, recuerdo cómo se nos dijo:“La filosofía contemporánea se caracterizaba por las obras de Marx, Nietzsche y Freud, los maestros de la sospecha, y en ¿qué consistía la sospecha? En pensar que Dios no existe”; esta frase, dicha por el sabio profesor a unos alumnos que iban a dedicar su vida a ese Dios inexistente era de una lucidez propia de los griegos; al licenciado se le olvidó someterlos a la crítica filosófica; pues digo yo que podrán ser cuestionados; al licenciado se le olvidó citar a todos aquellos pensadores que ya habían sometido a la crítica a tales filósofos; para el licenciado parece que el pensamiento terminó con los de la sospecha, lo cual siempre me hizo sospechar de su formación; tuve que esperar ir a la Urbe para enterarme del método fenomenológico del maestro Husserl, así como del pensamiento de sus discípulos Max Scheler, Edith Stein, Heidegger,  y por supuesto el de la discípula y amante del anterior, la gran Hannah Arendt. Si en la facultad granadina no podían coexistir planteamientos filosóficos y teológicos distintos, como hemos visto, en la Lateranense era todo lo contrario: había tomistas, agustinianos, hegelianos, forofos de la fenomenología, del personalismo, etc..., sin problema alguno, y esto con el Papa blanco, Juan Pablo II, tan cuestionado en estos lares por aquellos tiempos. ¡Cómo se iba a comparar al profesor polaco con los profesores de la FTGr! ¡Qué osadía la de Karol!  

No quisiera pasar de largo el examen de Filosofía Antigua en la FTGr; en mi respuesta a la pregunta en el examen, comencé a hablar de la analogía, y el profesor, temiendo mi ignorancia, me detuvo y me dijo: “No pises esos barros”. Ésta era la fe en los alumnos; pues si recorro estos caminos es porque los conozco, le contesté... En cuanto al modo como se enseñaba la lógica en la FTGr, era ridículo; me recordaba a los estudiantes de Magisterio que asomaban las manos sujetando marionetas por las ventanas de sus aulas; la lógica se nos quería enseñar con pequeños recortes de periódico; entiendo que el profesor quería que descubriésemos la estructura lógica del texto, del discurso, pero antes hay que enseñar la teoría; en la Urbe íbamos de la lógica formal al teorema de Göedel; el pensamiento de Wittgenstein lo vimos a través de una joven profesora italiana, magnífico; y a Carl Jung lo estudié por mi cuenta. Sólo vi a un profesor dejar de serlo para filosofar en directo, espectáculo único, se trataba del profesor Aniceto Molinaro; en la lateranense, profesor de metafísica; en San Anselmo, su casa, aunque era diocesano, abordaba la relación entre metafísica y mística; vivía en una de las torres del monasterio, los libros comenzaban en el primer escalón y al par que ascendías hasta la estancia, caminabas flanqueado por ellos; al llegar a la cumbre, unas copas sobre una mesa rodeada de sillones dispuestos para el diálogo y todo envuelto por estantes llenos de pensamientos, mientras que por el aire revoloteaba el maestro Eckhart, como en Zambrano Miguel de Molinos.

Hace un tiempo,  leyendo a Antonio Regalado, hijo de exiliado, criado en Estados Unidos, alumno en Harvard y profesor en la universidad de Nueva York, me sorprendió que admirase, junto con su amigo Julio Caro Baroja, a la casuística y yo tomé conciencia de lo poco que sabía sobre este tema; me trajo a la memoria las clases de moral de la persona en la FTGr, aquel profesor, aquel divo que desde que comenzaba la clase no paraba de defender sus ideas ridiculizando las demás, incluida la casuística; pero ¿cómo era esto posible, acaso no estábamos en la facultad más progre, más abierta y por tanto la más inteligente y crítica de toda España?, ¿cómo era posible que se liquidasen las ideas contrarias con un chiste y poco más?

Hay más, pero por ahora aquí me quedo...

¿Deben volver los seminaristas a la FTGr? No lo sé, pienso que deben tener una buena formación intelectual; la cuestión es si la facultad está preparada para recibirlos; si es una institución monolítica o plural; si tiene un profesorado sin complejos, maduro tanto a nivel personal como intelectual... Es sorprendente, una facultad de teología tan lejana...

La Diócesis debe pensar si le conviene ser dependiente de una orden religiosa.


Aniceto Molinaro



 

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