Síntesis del artículo de Hannah Arendt: De la
naturaleza del totalitarismo. Ensayo de comprensión.
“Para
combatir el totalitarismo se necesita comprender una sola cosa: el
totalitarismo es la más radical negación de la libertad”.
“El
descubrimiento de Montesquieu de que cada forma de gobierno tiene su propio
principio inherente, el cual pone en movimiento al gobierno y orienta todas sus
acciones, entraña gran relevancia. No sólo este principio de motivación guarda
estrecha relación con la experiencia histórica (siendo el honor, obviamente, el
principio de la monarquía medieval basada en la nobleza, como la virtud era el
principio de la República romana), sino que en cuanto principio de movimiento,
introducía la historia y el proceso histórico en estructuras de gobierno que,
tal como los griegos las descubrieron y definieron, se concebían como inmóviles
e inamovibles.
Los
principios que mueven y guían según Montesquieu -la virtud, el honor, el miedo-
eran principios en la medida en que regían tanto la acción del gobierno como las
acciones de los gobernados. El miedo en la tiranía no es sólo el de los
súbditos respecto del tirano, sino asimismo el miedo del tirano respecto de sus
súbditos. Miedo, honor y virtud no son meramente motivos psicológicos, sino los
propios criterios según los cuales se dirige y juzga toda la vida pública. (…)
(Montesquieu) analiza la vida pública de los ciudadanos, no la privada de las
personas y descubre que en esta vida pública (…) la acción se determina por
ciertos principios. Si se desatienden estos principios y dejan de tenerse por
válidos los criterios específicos de comportamiento, las propias instituciones
políticas corren peligro.
Bajo
la distinción de Montesquieu entre la naturaleza del gobierno (lo que le hace
ser lo que es << Kant: dos estructuras básicas de gobierno: el gobierno
republicano, basado en la separación de poderes, incluso si hay un príncipe a
la cabeza del Estado; y el gobierno despótico, en que los poderes de legislar,
aplicar las leyes y juzgar no están separados>>) y el principio que lo
mueve o guía (lo que lo pone en movimiento mediante acciones <<miedo,
honor y virtud) yace otra diferencia; y se trata del hombre como ciudadano y el
hombre como individuo>>. (…) El pensamiento político moderno suele
afrontar este problema como el de la distinción entre vida pública y vida
privada. (…) los gobiernos totalitarios pretenden haber solucionado ambos. La
distinción y el dilema entre política exterior y política doméstica se resuelve
con la pretensión de dominio universal… la pretensión de dominio universal es
idéntica a la pretensión de establecer una nueva ley sobre la Tierra que sea
universalmente válida. Para la mente totalitaria, toda la política exterior se
disfraza, en consecuencia, de política doméstica, y todas las guerras en el
extranjero son, de hecho, guerras civiles. Por su parte, la distinción y el
dilema entre ciudadano e individuo, con las perplejidades que acompañan a la
dicotomía entre vida pública y vida personal, quedan eliminados con la
pretensión totalitaria a una dominación total del hombre.
La
distinción entre el ciudadano y el individuo se vuelve un problema tan pronto
como se toma conciencia de la discordancia entre la vida pública, en que soy un
ciudadano como todos los demás ciudadanos, y la vida personal, en que soy un
individuo distinto de todos los demás.
La
ley en todas las formas constitucionales de gobierno determina y provee el suum cuique: por medio de él todos y
cada uno reciben lo que es suyo.
La
regla del suum cuique nunca se
extiende, sin embargo, a todas las esferas de la vida. No existe que pudiera
determinarse y proporcionarse a los individuos en sus vidas personales. El
hecho mismo de que en todas las sociedades libres todo lo que no está
explícitamente prohibido está permitido, revela esta situación con claridad. La
ley define los límites de la vida personal, pero no puede tocar lo que ocurra
dentro de ellos.
El
fenómeno de la correspondencia entre las distintas esferas de la vida y el
milagro de la unidad de la culturas y períodos pese a las discrepancias y
contingencias, indica que a la base de cada entidad histórica o cultural hay un
suelo común que es a la vez fundamento y fuente, soporte y origen.
1.-El
suelo común en el que arraigan las leyes de una monarquía y del que brotan las
acciones de sus súbditos lo define Montesquieu como la distinción; e identifica
el honor, el principio-guía supremo en una monarquía, con el correspondiente
amor a la distinción.
2.-La
experiencia fundamental en que se fundan las leyes republicanas y que brota la
acción de sus ciudadanos es la experiencia de vivir junto con y en pertenencia
a un grupo de hombres igualmente poderosos. Las leyes que regulan las vidas de
los ciudadanos republicanos no están al servicio de la distinción; antes bien,
restringen el poder de cada uno a fin de hacer sitio al poder de su congénere.
3.-Montesquieu
no acertó a indicar cuál era el suelo común en las tiranías de la estructura y
la acción. Hannah, viendo esta laguna, intenta descubrir dicho suelo a partir
de otros descubrimientos del propio Montesquieu:
-el Temor es el principio que en la tiranía
inspira la acción; guarda relación con la
Angustia que se experimenta cuando se está en plena soledad.
-La
dependencia e interdependencia de que precisamos en orden a hacer realidad nuestro
poder se vuelve una fuente de desesperación siempre que, en la completa
soledad, nos percatamos de que un hombre solo no tiene ningún poder en
absoluto, sino que siempre lo abruma y derrota un poder superior.
-El
miedo como principio de acción es en cierto sentido una contradicción en los
términos, ya que el miedo, en cuanto distinto de los principios de virtud y
honor, no tiene poder para autotrascenderse y por ello es antipolítico.
-El
miedo como principio de acción sólo puede ser destructivo o, en palabras de
Montesquieu, autodestructivo.
La tiranía es, por ello,
la única forma de gobierno que porta en sí los gérmenes de su destrucción.
De
este modo, el suelo común sobre el que puede erigirse la ausencia de legalidad
y del que brota el miedo es impotencia que sienten todos los hombres que están
radicalmente aislados. Un hombre que se enfrenta a todos los demás.
De
la convicción de la impotencia propia y del miedo al poder de todos los otros,
surge la voluntad de dominar, que es la voluntad del tirano. Justo como la
virtud es amor a la igualdad de poder, así el miedo es realmente la voluntad de
poder o, en su forma pervertida, el ansia de poder. Dicho en términos concretos
políticos, no existe más voluntad de poder que la voluntad de dominar.
La
tiranía, basada en la impotencia esencial de todos los hombres que están solos,
es la tentativa, hybris de ser como
Dios, con una investidura individual del poder en completa soledad.
Estas tres formas de gobierno -monarquía,
republicanismo, tiranía- son auténticas porque los suelos sobre los que se
levantan sus estructuras (la distinción de cada uno, la igualdad de todos, la
impotencia) y de los que brotan sus principios de movimiento son elementos
genuinos de la condición humana y reflejan experiencias humanas primarias.
El Totalitarismo es una realidad nueva,
de la que Montesquieu no tenía ni idea; Arendt se pregunta si tiene éste un suelo igualmente genuino en la condición humana.
Totalitarismo:
A
la hora de poder comprender el fenómeno totalitarista apunta Arendt: La precisión científica no tolera ninguna
comprensión que vaya más allá de los estrechos límites de la escueta
facticidad, y por esta arrogancia ha pagado un alto precio, ya que las salvajes
supersticiones del siglo XX, revestidas de un cientificismo embaucador,
empezaron a suplir sus deficiencias. Hoy, la necesidad de comprender ha crecido
hasta hacerse desesperada, y da al traste con las pautas, no sólo de la
comprensión sino de la pura precisión científica, así como la honestidad
intelectual.
La
comprensión, hasta el momento de la aparición de los totalitarismos, se dividía
entre:
-Gobierno
legal: constitucional o republicano.
-Gobierno
ilegal: arbitrario o tiránico.
El
totalitarismo aparece siendo, por una parte, como ilegal, en la medida en que
desafía a la ley positiva; pero por otro lado, no es arbitrario, puesto que
obedece con estricta lógica y ejecuta con escrupulosa compulsión las leyes de
la Historia o de la Naturaleza.
Diferencia fundamental entre la
concepción totalitaria de la ley y toda otra concepción. Es verdad que
Naturaleza o Historia, en cuanto fuente de autoridad de las leyes positivas,
podían en la perspectiva tradicional revelarse al hombre, ya como lumen naturale en la ley natural, ya
como voz de la conciencia en la ley religiosa revelada históricamente. Pero
esto difícilmente hacía de los seres humanos encarnaciones vivientes de tales
leyes. Las acciones humanas eran cambiantes, las leyes positivas también, pero
éstas últimas recibían su permanencia relativa de lo que era la presencia
atemporal de sus fuentes de autoridad.
En
el totalitarismo, todas las leyes se vuelven, en cambio, leyes de movimiento.
La Naturaleza o la Historia ya no son fuentes estabilizadoras de autoridad para
las leyes que gobiernan las acciones de los hombres mortales, sino que ellas
mismas son movimientos.
Historia y Naturaleza = Movimiento; no son
permanentes.
-En la base de la
creencia de los nazis en las leyes
raciales yace la idea darwiniana del
hombre como producto más o menos accidental de la evolución natural (evolución que no se detiene necesariamente en la
especie de los seres humanos tal como los conocemos).
-En la base de la
creencia de los bolcheviques en las
clases sociales yace la noción marxista del hombre como el producto de un
gigantesco proceso histórico que se está
acelerando hacia el fin del tiempo histórico, o sea, un proceso que tiende a
abolirse a sí mismo.
El
término mismo de “ley” ha cambiado de
significado; de denotar el marco de estabilidad en el seno del cual las
acciones humanas debían tener lugar, y se permitía que tuvieran lugar, se ha
convertido en la pura expresión de estos movimientos en sí mismos.
Las
ideologías del racismo y del materialismo dialéctico trasformaron la Naturaleza
y la Historia, de suelos firmes que soportan la vida y acción humanas, en
fuerzas supragigantescas, cuyos movimientos atraviesan a la humanidad,
arrastrando consigo a todos los individuos, tanto si quieren como si no quieren
-tanto si se suben al carro triunfante como si caen aplastados bajos sus
ruedas-. Con la eliminación de los
individuos dañinos o superfluos, el movimiento, el movimiento natural o histórico
se alza de sus propias cenizas como el fénix; pero a diferencia del pájaro
fabuloso, esta humanidad que es la meta y al mismo tiempo encarnación del
movimiento, sea de la Historia como de la Naturaleza, requiere de sacrificios
permanentes, de la permanente eliminación de las clases o las razas hostiles,
parásitas o insanas, en orden a realizar así su sangrienta eternidad.
Si la ley es la esencia del gobierno
constitucional o republicano, el terror es la esencia del gobierno totalitario.
Las
leyes se establecieron para ser límites y mantenerse estables, permitiendo a
los hombres moverse en su interior; bajo condiciones totalitarias, por el
contrario, se disponen todos los medios para estabilizar a los hombres, para
hacer a los hombres estáticos, a fin de prevenir todo acto imprevisto, libre o
espontáneo, que pueda obstaculizar el libre curso del terror.
La
propia ley del movimiento, Naturaleza o Historia, señala a los enemigos de la
Humanidad. Los gobernantes no aplican leyes, sino que ejecutan ese movimiento
de acuerdo con la ley que le es inherente; no pretenden ser justos ni sabios,
sino conocer científicamente.
El
terror congela a los hombres para abrir paso al movimiento de la Naturaleza o
de la Historia. Elimina a los individuos en aras de la especie, sacrifica a los
hombres en aras de la humanidad.
El
terror sustituye los límites y canales de comunicación entre los hombres
individuales por un anillo de hierro que los presiona a todos ellos tan
estrechamente, unos contra otros, que es como si los fundiese, como si fuesen
un solo hombre. El terror, el siervo fiel de la Naturaleza o de la Historia y
el ejecutor omnipresente de su movimiento prefijado, fabrica la unidad de todos
los hombres al abolir los límites de la ley que proporcionan el espacio vital
para la libertad de cada individuo. El terror totalitario no coarta todas las
libertades ni abole ciertas libertades esenciales; el terror totalitario,
sencilla e implacablemente, presiona unos contra otros a todos los hombres tal
como son, de modo que desaparezca el espacio mismo de la acción libre.
La
humanidad, al ser organizada de tal manera que marche con el movimiento de la
Naturaleza o Historia, como si todos los hombres fuesen un solo hombre, acelera
el movimiento automático de la Naturaleza o la Historia hasta una velocidad que
nunca podría alcanzar por sí sola. En términos prácticos, esto significa que en
todos los casos el terror ejecuta en el acto las sentencias a muerte que la
Naturaleza ha pronunciado ya sobre razas e individuos no aptos, o que la Historia
ha declarado ya para clases e instituciones moribundas, sin tener que esperar a
la eliminación más lenta y menos eficiente que de todos modos iba
presumiblemente a producirse.
El
gobierno totalitario existe únicamente en la medida en que se mantiene en
constante movilidad. Mientras el dominio totalitario no haya conquistado todo
el orbe y, con el anillo de hierro del terror, fundidos todos los individuos
humanos en una humanidad, el terror, en su doble función, como esencia del
gobierno y como principio no de acción sino de movimiento, no puede quedar
plenamente realizado.
Le
estrecha relación de los gobiernos totalitarios con el régimen despótico es muy
evidente. Sin embargo, hay grandes diferencias:
1.-La
tiranía y el totalitarismo ejercen violencia, pero en la tiranía una vez que
han ocupado el poder y controlan a la población, relajan las técnicas
terroríficas, mientras que en el totalitarismo las técnicas terroríficas no
cesan nunca.
2.-En
la tiranía y en el totalitarismo todo el poder se concentra en una sola
persona, el cual usa este poder de manera que hace a todos los demás hombres
absoluta y radicalmente impotentes. La
diferencia reside en que, mientras cualquier tirano desea ser la única cabeza
de la humanidad, sabe que esto no es posible (ejemplo Nerón), el líder
totalitario (Hitler y Stalin), por el contrario, se siente como la sola y única
cabeza de toda la raza humana: le preocupa la oposición política sólo en la
medida en que hay que borrarla del mapa antes de que él pueda dar comienzo a su
régimen de dominación total. Su propósito último no es la tranquilidad de su
propio régimen, sino la imitación, en el caso de Hitler, o la interpretación,
en el caso de Stalin, de las leyes de la Naturaleza o de la Historia. Pero
estas leyes son leyes en movimiento que requieren de una constante movilidad,
lo que por definición hace imposible el relajado disfrute de los frutos de la
dominación, ese gozoso tiempo de los honores en el mandato del tirano (que
fijaba al mismo tiempo los límites más allá de los cuales el tirano no tenía
mayor interés en ejercer su poder).
2.1.-Hannah
cita aquí, y aplica indistintamente a Hitler como a Stalin, el principio del
nacionalsocialismo en la organización del Estado, Führerprinzep, según el cual el líder dotado de legitimación
personal o plebiscitaria tiene potestad plena de nombrar a todos los demás
dirigentes y cargos, que a su vez ejercen la misma competencia sobre sus
subordinados. Contrario a las formas y equilibrios democráticos, pero
equiparado a una ley de la naturaleza, debía extenderse a todas las áreas de la
organización social.
3.-En
agudo contraste con el tirano, el dictador totalitario no se cree un agente
libre con poder para ejecutar su voluntad arbitraria, sino que más bien se cree
el ejecutor de leyes que están por encima de él.
El
gobierno totalitario, si tiene poco que ver con las antiguas tiranías, menos
tiene que ver con las dictaduras recientes:
1-.Las
dictaduras de partido único, sean fascistas o comunistas, no son totalitarias.
2.-Ni
Lenin, ni Mussolini, ni Franco fueron totalitarios:
2.1.-Lenin:
revolución de partido único cuyo poder descansaba en la burocracia (Tito sería
igual).
2.2.-Mussolini:
un nacionalista adorador del Estado con aspiraciones nacionalistas.
2.3.-Franco:
es definido por Hannah como un dictador militar corriente, con la ayuda y con
las restricciones que le impone la Iglesia Católica.
En
los Estados Totalitarios, ni el Ejercito, ni la Iglesia, ni la Burocracia
estuvieron nunca en una posición de ejercer el poder o de restringirlo; todo
poder ejecutivo está en manos de la policía secreta (o de las formaciones de
élite, que, como muestra el caso de la Alemania nazi y la historia del partido
bolchevique, más pronto o más tarde son incorporadas a la policía secreta). En
los Estados totalitarios, no se deja intacto a ningún grupo o institución del
país, no ya porque tengan que “sin-tonizarse” con el régimen en el poder y
apoyarlo hacia el exterior -lo que ya es bastante malo-, sino porque a largo
plazo se supone que literalmente no han de sobrevivir.
El
totalitarismo no es explicable a partir de la situación histórica concreta ni
de Alemania ni de Rusia, pues ambas se encontraban en circunstancias muy
distintas una de otra y, sin embargo, ambas desarrollaron el mismo tipo de
totalitarismo. (En Alemania comienza el totalitarismo a partir de 1938 y Rusia
se hizo plenamente totalitaria después de los Procesos de Moscú).
El
totalitarismo, tal como hoy lo conocemos en sus versiones bolchevique y nazi,
se desarrolló a partir de dictaduras de partido único que, igual que otras
tiranías, emplearon el terror como medio para establecer un desierto de
desamparo y soledad. Una vez alcanzada la famosa paz de los cementerios, el
totalitarismo, sin embargo, no se dio por satisfecho, sino que, de golpe y con
renovado vigor, convirtió el instrumento del terror en una ley objetiva de
movimiento. El miedo, por otra parte, carece de objeto cuando la selección de
las víctimas es ahora completamente independiente de toda referencia a las acciones
o pensamientos del individuo.
La
tiranía totalitaria carece de precedentes en tanto en cuanto funde juntas a las
personas en un desierto de aislamiento y atomización y a continuación introduce
un gigantesco movimiento en la paz del cementerio.
Ningún
principio de acción del reino de las acciones humanas -tales como la virtud (república), el honor (monarquía), el miedo
(tiranía)- es necesario ni podría usarse para poner en movimiento un cuerpo
político cuya esencia es la movilidad vehiculada por el terror.
El
totalitarismo descansa sobre un nuevo principio que, como tal, exime por entero
de la acción humana en cuanto acciones libres, y sustituye hasta el deseo y
voluntad de actuar por el ansia y la necesidad de penetrar con evidencia en las
leyes del movimiento conforme a las que funciona el terror. Los seres humanos a
los que se atrapa o arroja al proceso de la Naturaleza o de la Historia por mor
de acelerar su movimiento, sólo pueden devenir o los ejecutores o las víctimas
de su ley inherente. De acuerdo con esta ley, quienes hoy eliminan a “las razas
o individuos no aptos” o a “las clases moribundas y pueblos decadentes” pueden ser
quienes mañana, por idénticas razones, deban ser ellos mismos sacrificados. Por
tanto, lo que el régimen totalitario necesita es, en lugar de un principio de
acción, un medio de preparar a los individuos igualmente bien para el papel de
ejecutor y para el papel de víctima.
Esta doble preparación, sustituto del principio de acción, es la IDEOLOGÍA.
3
Las
ideologías, únicamente en manos del nuevo tipo de gobiernos totalitarios llegan
a convertirse en el motor que dirige la acción política, y esto en el doble
sentido de que las ideologías determinan las acciones políticas del gobernante
y las hacen tolerables a la población gobernada. Llamo ideologías en este
contexto a todos los ismos que pretenden haber encontrado la clave explicativa
de todos los misterios de la vida y del mundo.
Las
ideologías son sistemas de explicación de la vida y del mundo que pretende
explicarlo todo, el pasado y el futuro, sin necesidad de ulterior contrastación
con la experiencia efectiva.
La
desconexión de la realidad presagia la conexión entre ideología y terror. Esta
conexión no sólo hace del terror una característica omniabarcante del gobierno
totalitario, en el sentido en que se dirige por igual a todos los miembros de
la población sin importar su culpabilidad o inocencia, sino que es también la
condición misma de su permanencia. El pensamiento ideológico, en la medida en
que es independiente de la realidad que existe, mira toda facticidad como
siendo fabricada, con lo que desconoce ya todo criterio fiable para distinguir
la verdad de la falsedad. Si no es verdad que todos los judíos son mendigos sin
pasaporte -decía Das Schwarze Korps,
por ejemplo-, nosotros cambiaremos los hechos de manera tal que esta afirmación
se vuelva verdadera. Que un hombre con el nombre de Trosky fue en un tiempo el
jefe del Ejército Rojo dejará de ser verdad cuando los bolcheviques tengan el
poder global de cambiar todos los textos de historia.
La
cuestión radica en que la coherencia ideológica, que reduce todas las cosas a
un solo factor que lo domina todo, entra siempre en conflicto con la
incoherencia del mundo, por una parte, y con la impredecibilidad de las
acciones humanas, por otra. El terror es necesario para prestar coherencia al
mundo y mantenerlo coherente; para dominar a los seres humanos ese extremo en
que ellos pierden, con su espontaneidad, también la impredecibilidad de
pensamiento y de acción que es específica del hombre.
Ni
Stalin ni Hitler añadieron un solo pensamiento nuevo a, respectivamente, el
socialismo o el racismo; pero sólo en sus manos estas ideologías llegaron a ser
algo mortalmente serio.
A
diferencia de otros racistas, los nazis no es tanto que creyeran en la verdad
del racismo cuanto que aspiraban a transformar el mundo en una realidad racial.
Un
cambio similar en la función de la ideología se produjo cuando Stalin sustituyó
la dictadura socialista revolucionaria de la Unión Soviética por un régimen
totalitario de cuerpo entero. El hecho de que en la Unión Soviética después de
la Revolución de Octubre surgieran nuevas clases sociales, fue, sin duda, un
revés para la teoría socialista, según la cual al levantamiento violento debía
haber seguido la gradual desaparición de las estructuras de clase. Cuando
Stalin se embarcó en sus políticas de purgas asesinas con el fin de establecer
una sociedad sin clases a través de la exterminación regular de todos los
estratos sociales que podían devenir clases, él estaba haciendo realidad la
creencia ideológica socialista acerca de las clases moribundas.
Los
grandes obstáculos para el totalitarismo es la condición impredecible del
hombre, de una parte, y la curiosa incoherencia del mundo de los hombres, de la
otra. Precisamente porque las ideologías son en sí mismas asuntos de opinión
más que asuntos de verdad, la libertad humana de cambiar de parecer resulta un
peligro grande. Si el hombre ha de encajar en el mundo ficticio, determinado
ideológicamente, del totalitarismo, se necesita, por tanto, no mera opresión,
sino la total y fiable dominación del hombre.
La
pretensión de conquista universal, inherente al concepto comunista de revolución
mundial, como lo era así mismo al concepto nazi de una raza de señores
(Nietzsche?). El peligro real es el hecho de que el mundo ficticio y patas
arriba del régimen totalitario no puede sobrevivir indefinidamente si el mundo
exterior entero no adopta un sistema similar, permitiendo así que toda la
realidad se vuelva un todo coherente, no amenazado ni por la impredecibilidad
subjetiva del hombre ni por la cualidad contingente del mundo de los hombres,
que siempre deja algún espacio a lo accidental. Para el totalitarismo, toda
guerra con otro país es una guerra civil.
Hay
una creencia compartida por todos los totalitarismos: la creencia en la
omnipotencia del hombre y al mismo tiempo en lo superfluo de los hombres; es la
creencia de que todo está permitido y, mucho más terrible, de que todo es
posible.
Para
los totalitarios, la verdad como expresión de la realidad pierde valor, pues
subyace la creencia de que la ideología devendrá verdadera, sea ella verdadera
o no. Las mentiras que los movimientos totalitarios inventan para cada ocasión,
así como las falsificaciones cometidas por los regímenes totalitarios, son
secundarias respecto de esta actitud fundamental que excluye la dimensión misma
entre verdad y falsedad.
Por
la coherencia falaz del mundo, antes que por afán de poder o por cualquier otro
vicio humano comprensible, es por lo que el totalitarismo requiere dominación
total e imperio universal, y por lo que está dispuesto a cometer crímenes que
no tienen precedentes en la larga y pecaminosa historia de la humanidad.
Podemos
decir que en los gobiernos totalitarios la ideología sustituye al principio de
acción de Montesquieu.
Los
dos totalitarismos en cuestión tomaron ideologías que sabían eran portadoras de
la capacidad de poner en movimiento a las masas.
Arendt
ha observado cómo la masa se ha cambiado de chaqueta rápida e indistintamente.
Tras
estas reflexiones, Hannah descubre que lo que hace que las masas se pongan en
movimiento no es el contenido de una u otra ideología, sino la estructura
lógica de la ideología en cuanto tal, independientemente del contenido.
Las
ideologías hacen que la masa se emancipe de la realidad y de la conmoción de lo
real prometiéndole un paraíso ilusorio en que todo se sabe a priori, el paso
siguiente, si es que no ha sucedido ya, apartará a estas gentes del contenido
de su paraíso; y ello no para hacerlas más sabias, sino para extraviarlas más
en el yermo de las deducciones y las conclusiones de mera abstracción lógica.
Si uno acepta una ideología queda enredado en sus razonamientos, en las
consecuencias lógicas de los planteamientos de la ideología asumida como
propia.
Sólo
individuos aislados pueden ser dominados totalmente. Hitler fue capaz de
construir su organización sobre el suelo firme de una sociedad atomizada, que
él entonces atomizó artificialmente todavía más. Para alcanzar los mismos
resultados, Stalin necesitó la sangrienta exterminación de los campesinos, el
desarraigamiento de los trabajadores, las purgas repetida en la maquinaria
administrativa y burocrática del partido.
Con
los términos “sociedad atomizada” e “individuos aislados” significamos un
estado de cosas en que las personas viven juntas sin tener nada en común, sin
compartir ningún ámbito visible y tangible del mundo. Arendt pone como ejemplo
los habitantes de un bloque de pisos, que comparten el bloque, pero no tienen
nada que ver unos con otros, salvo que comparten el mismo edificio; así,
nosotros nos volvemos un grupo social, una nación, etc…, en virtud de las
instituciones políticas y legales que proporcionan a nuestro vivir-juntos en
general todos los canales normales de comunicación. E igual que los inquilinos
de los apartamentos quedarían aislados unos de otros si por alguna razón el
edificio les es retirado, así el único destino gigantesco, masivo, de nuestro
tiempo, del que todos participamos es el colapso de nuestras instituciones: la
condición de apátrida en sentido político y físico en perpetuo crecimiento, y
el desarraigo espiritual y social.
El
logicismo es lo que atrae a seres humanos aislados, pues el hombre en completa
soledad, sin otro contacto con sus congéneres humanos y, por tanto, sin ninguna
posibilidad real de experiencia, no tiene otra cosa a qué recurrir que las reglas
más abstractas de razonamiento. La íntima conexión entre logicismo y
aislamiento la subrayó la interpretación de Lutero del pasaje bíblico que dice
que “no es bueno que el hombre esté solo”. Dice Lutero: “Un hombre en soledad
se dedica a deducir una cosa de otra, y todo lo lleva a la peor conclusión”.
El
logicismo, el mero razonar sin tomar en consideración los hechos ni la
experiencia, es el verdadero vicio de la soledad. Pero los vicios de la soledad
sólo nacen de la desesperación del aislamiento. El aislamiento, como
concomitancia de la condición apátrida y del desarraigo, es, en términos
humanos, la enfermedad de nuestro tiempo.
Soledad
y aislamiento no son lo mismo.
En
soledad nunca estamos solos, sino que estamos con nosotros mismos. En la soledad
somos siempre dos-en-uno; merced a la compañía de otros y sólo merced a ella,
nos volvemos un individuo en plenitud. La soledad, en que uno tiene la compañía
de uno mismo, no necesita abandonar el contacto con los otros, ni está
absolutamente fuera de toda compañía humana; al contrario, nos dispone a
ciertas formas sobresalientes de relación humana, como la amistad y el amor… Si
uno puede resistir la soledad, si puede soportar la compañía de uno mismo,
entonces existen opciones de que pueda soportar la compañía de otros; quienes
no pueden soportar a ninguna otra persona, normalmente no serán capaces de
soportar su propio yo.
Las
grandes cuestiones metafísicas -la búsqueda de Dios, la libertad y la
inmortalidad (como en Kant), o acerca el hombre o del mundo, del ser y la nada,
de la vida y de la muerte- se preguntan siempre en la soledad, cuando el hombre
está a solas consigo mismo y por tanto está en potencia junto a todos y cada
uno de los hombres. Pero ninguna de estas cuestiones se plantea en el aislamiento,
cuando el hombre como individuo es abandonado incluso por su propio yo y se
pierde en el caos de la gente. La desesperación de la soledad es su misma
mudez, que no admite diálogo.
La
soledad no es el aislamiento, pero puede fácilmente trocarse en tal y puede aun
más fácilmente confundirse con él.
El
peligro de la soledad es perder el propio yo, de modo que, en lugar de estar
junto con todos los demás uno se vea literalmente abandonado de todos. Éste
puede ser el peligro del filósofo.
El
peligro que el totalitarismo pone al descubierto ante nuestros ojos -peligro
que por definición no conjurará la mera victoria sobre gobiernos totalitarios-
nace del desarraigo y de la condición apátrida, y podría ser llamado el peligro
del aislamiento y la condición superflua. Tanto el aislamiento como la
condición superflua son, desde luego, manifestaciones de una sociedad de masas,
pero esto no agota su verdadero significado. El aislamiento tal como lo
conocemos en una sociedad atomizada, es sin duda, contrario a las exigencias
básicas de la condición humana, como he tratado de mostrar con la cita de la
Biblia y la interpretación que propone Lutero. Hata la experiencia del mundo
dado meramente en el plano material y sensible depende, en último análisis, del
hecho de que no es un hombre, sino los hombres en plural quienes habitan la
tierra…"
Este artículo fue publicado en español, junto con otros de la misma filósofa, por la editorial Caparrós ediciones y traducido por Agustín Serrano de Haro.
que buen areticulo....esa es la lacra de este tiempo...el totalitarismo...que es nazismo puro y que esta propagandose por el mundo entero...
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