El Sentido Común en Balmes
INTRODUCCIÓN
El trabajo que se dispone a
leer, tiene como primero y principal objetivo la compresión del “sentido Común”
dentro del pensamiento de Balmes.
Para conseguir dicho objetivo, ha sido necesario, descubrir:
-en la biografía de Balmes, su inquietud por la búsqueda de la verdad, desde su ser hombre.
-cuales han sido sus fuentes.
-en sus obras, el desarrollo de su pensamiento, así como el lugar y significado del “Sentido Común” en el conjunto de su filosofía.
Para concluir, indicando cuales han sido las influencias
ejercidas por su pensamiento y valoración de este.
Si bien, aparece alguna crítica al pensamiento balmesiano
sobre el “Sentido Común”, me ha parecido conveniente no desarrollarlas, así
como acallar a otras por no ser éste el objeto del presente trabajo.
ÍNDICE
1. Datos
biográficos.
2. Síntesis filosófica de
Balmes.
3. La cuestión del “sentido común” e
influencias en Balmes.
4. El “Sentido Común” en la filosofía de
Balmes.
5. Conclusión.
Bibliografía.
1. Biografía de Balmes.
Jaime Balmes Urpia, hijo de
una modesta familia artesana, nació en Vich (Barcelona) el 28 de agosto de
1810. Ya había aprendido las primeras letras y los rudimentos de la latinidad,
cuando a la edad de siete años ingresó en el Seminario de aquella ciudad, donde
permaneció hasta 1826, en que ordenado de Menores, y favorecido con una beca
otorgada por su Obispo Pablo de Jesús Corcuera se trasladó a la Universidad de
Cervera para proseguir su formación eclesiástica y científica. En junio de 1833
en efecto, se licencia en Teología y, ordenado sacerdote en octubre de 1835
obtenía el Doctorado en Teología y el grado de Bachiller en Cánones, tras lo
cual abandonaba para siempre aquella Universidad. Sin embargo, la vocación
científica de Balmes aún no está definitivamente orientada, la recoleta vida de
estudio, la docencia universitaria, la acción social a través de la pluma y de
la tribuna son posibilidades que sucesivamente acariciaría por aquellos años
sin que sus circunstancias vitales le permitan dar cuerpo a ninguna de ellas.
En 1833 había opositado infructuosamente a una canonjía de Vich; igual suerte
tuvo con respecto a una Cátedra de la Universidad de Barcelona y sólo la
regencia de una cátedra de Matemáticas en su ciudad natal a partir de 1838, le
permitió subsistir moral y económicamente, hasta que en 1841, casi súbitamente,
el potencial ideológico acumulado durante todos aquellos años de asiduo
estudio, eclosiona irreprimible proyectando su figura al primer plano de la
actualidad intelectual del momento.
En Barcelona fundó y dirigió la revista La Civilización (1841-1843); más
tarde, él solo publica La Soledad
(1843-1844). Esta actividad de publicista le hace conocido en las altas esferas
de la política madrileña; sus protagonistas, dándose cuenta del talento
balmesiano le reclaman para una empresa periodística que conlleva en el fondo
un ambicioso proyecto político. Así surge El Pensamiento de la Nación
(1844-1846), el periódico en que más energías e ilusión puso Balmes, y cuyo
proyecto político estaba vinculado a una reforma del partido moderado
propugnada por el marqués de Viluma. Estrechamente conectado con los objetivos
de la “fracción Viluma” dentro del moderantismo, surgió otro periódico, El
Conciliador (1845), orientado ideológicamente por Balmes, aunque éste puso al
frente del mismo a un hombre de toda su confianza: José María Quadrado. Si El
Pensamiento de la Nación da el tono doctrinal y marca la orientación política
general, El Conciliador se ocupará de problemas concretos y bajará a las luchas
de cada momento. La operación en marcha no es otra que favorecer el matrimonio
de Isabel II con el conde Montemolín, única formula -se pensaba- de superar en
el futuro el enfrentamiento entre liberales y carlistas. El matrimonio de la
reina con Francisco de Asís en 1846 acabó con esas esperanzas, lo que obligó a
suspender El Conciliador inmediatamente.
El Pensamiento de la Nación durará unos meses más, pero en 1846 también
cierra su ciclo.
El poco tiempo que le
quedaba de vida lo dedicó Balmes a hacer algunos viajes, recopilar sus escritos
políticos (1848), ocupándose muy especialmente de cuestiones religiosas, como
lo demuestra la redacción del opúsculo Pio IX, defendiendo las reformas e
instrucciones del nuevo Papa, en contra de los ataques de la extrema derecha,
que censuró acremente a nuestro filósofo. Finalmente, retirado a su ciudad
natal bajo la amenza de la enfermedad, muere el 8 de julio de 1848.
2. Síntesis filosófica de Balmes.
Balmes representa en parte la corriente que contribuyó a la reafirmación
y florecimiento de la neoescolástica, y ello hasta el punto de que su
influencia se ha ejercido de un modo muy especial sobre el cardenal Mercier y
la Escuela de Lovaina, pero desde otro punto de vista significa la reacción
particular experimentada por un pensador católico de la época frente a las
corrientes del pensamiento moderno. Estas últimas no influyeron en su obra en
el sentido de que ésta pudiese definirse como mera conjunción de filosofía
moderna y tradición escolástica.
Su obra más crítica va
dirigida a una comprensión, análisis y refutación del empirismo inglés, del
kantismo y de la filosofía del idealismo alemán, especialmente de Hegel.
Mayor afinidad, en cambio,
manifestó, sin apartarse del cauce tradicional, con Reid y la Escuela Escocesa,
así como con algunas manifestaciones del espiritualismo francés coetáneo. Ello
se manifiesta sobre todo en uno de los problemas centrales tratados por Balmes:
en la cuestión de la evidencia de la verdad. Por otro lado la aproximación
balmesiana a Descartes se revela más en la preocupación por el tema que en la
aceptación del principio del Cogito o, si se quiere aun da a este último un
distinto sentido. Por eso la evidencia del yo no tiene para Balmes ninguna
significación propiamente idealista, no
sólo por el realismo gnoseológico tradicional que defiende, sino también porque
el ”sentido común” en el cual se apoya parcialmente la evidencia intenta
admitir más elementos que los aceptados por el pensamiento cartesiano. Para
ello sirve una distinción fundamental entre dos grupos irreductibles de
Verdades: las ideales y las reales.[1]
Para algunos autores,
Balmes representa “la culminación de un eclecticismo cristiano de buen nivel,
pero como todo eclecticismo.[2] No obstante, si bien es
cierto que Balmes tiene mucho de ecléctico, la estructura básica de su
pensamiento es el tomismo, enriquecido y ampliado por la adaptación de
doctrinas y opiniones de otros filósofos que a Balmes le parecen aceptables
dentro del esquema filosófico de la escuela catalana del “sentido común”[3]
En referencia al
eclecticismo balmesiano, hemos de tener en cuenta que Balmes se había formado
intelectualmente más por su esfuerzo personal, en las largas horas de estudio y
lectura en la biblioteca episcopal de Vic que por el influjo de sus profesores
de la Universidad de Cervera, que entonces se encontraba en una época de
notable decadencia. Este hecho confirma que la filosofía de Balmes es de
carácter independiente y que sobre un fondo escolástico inconmovible contiene
el sello de la escuela jesuítica cerverina del siglo XVIII, caracterizada por
la revalorización y purificación de la escolástiva, la utilización de los
nuevos avances de las ciencias físicas y matemáticas, y el interés por las
corrientes filosóficas de su época.[4] manifiesta constantemente un singular aprecio
por Sto. Tomás, los escritos del cual utilizaba con frecuencia, y se muestra
siempre respetuoso con la escolástica, cuyo significado, dice, no se comprende
y por ello se desprecia, mientras que en realidad contiene un fondo de grandes
verdades.
Sus tres obras filosóficas
más importantes son El Criterio (1845), Filosofía Fundamental (1846) y
Filosofía Elemental (1847).
El Criterio, la obra más
leída de toda la filosofía española contemporánea, que ha hecho de Balmes un
filósofo verdaderamente popular, fue redactado en solo veinte días, mientras
las tropas de Espartero bombardeaban Barcelona. Se trata de una breve
publicación en la que se nos muestra el punto de vista metodológico de Balmes,
un método de fidelidad a la naturaleza y al hombre tal como es. En El Critico
se observa el encuadramiento balmesiano en la tradición
aristotélico-escolástica, y sobre todo la preocupación por la certeza y por
limitar el método inductivo con el deductivo y viceversa. La obra puede dividirse
en tres partes. La primera comprende los tres primeros capítulos y versa sobre
el arte de pensar bien. La segunda, del capítulo IV al XXI, se ocupa de la
razón especulativa, con lecciones de metafísica, teoría del conocimiento,
lógica y psicología. La tercera parte, el capítulo XXII, está dedicada a la
razón práctica y contiene nociones de filosofía moral.
La Filosofía Fundamental
fue el resultado de muchos meses de investigación. Balmes no se propuso
escribir un tratado completo de filosofía, sino solamente abordar las grandes
cuestiones filosóficas las que le parecían fundamentales. La obra afronta tres
grandes campos: el criteriológico, o ciencia de la certeza, el de la
experiencia sensible y el de la actividad intelectual.
La Filosofía Elemental
consiste en un curso de filosofía con el objetivo de poder dar una base clara y
sólida de nociones filosóficas para la enseñanza escolar, en una época en la
que se encontraba en condiciones particularmente deficientes.
“Al escribir este libro no he olvidado las observaciones que
emití en El Criterio…He procurado, pues, reducir a reglas breves y sencillas
todo lo que se requiere para pensar bien; y me abstengo de ventilar cuestiones
difíciles que no puedan comprender los jóvenes al pisar por primera vez los
umbrales de la ciencia”[5]
3. La expresión “sentido común” e
influencias en Balmes.
La expresión “Sentido común” no siempre ha sido el término utilizado por
todos los filósofos del “Sentido Común”.
“A diferencia de otros términos filosóficos modernos, la
expresión <<sentido común>> no presenta casi nunca una fórmula
correspondiente, griega o latina, en los autores clásicos y medievales…el
término en cualquier caso, no ha logrado hasta ahora estabilizarse como
expresión técnica y no se encuentra siempre como tal en el léxico filosófico
europeo. ”[6]
Es más, esta expresión de “sentido común” se ha utilizado para expresar contenidos, teorías,
y significados bien diversos. Así Garrigou Lagrange, en su libro “Le Sens
Commun” publicado en 1909 nos indica: “Ya que el sentido común, por consentimiento general, no es
más que la razón espontánea o primitiva, ha de esperarse que se hallará entre
los filósofos tantas teorías del sentido común cuantas teorías de la razón
existen entre ellos…”[7]
Descubrimos por tanto que
en la historia del pensamiento occidental no hay consenso ni sobre el contenido
ni sobre la utilización de la expresión “Sentido Común”, (por lo menos hasta el
momento en el que se desarrolla la vida y el pensamiento de Balmes). Esto nos
lleva a la hora de desarrollar el tema de el “Sentido común” en Balmes, a
descubrir cuales son las fuentes de las que bebe nuestro filósofo.
Muchos ven en la filosofía
de Balmes, la influencia de la Escuela Escocesa del <<common
sense>>. Dicha influencia le habría llegado a través de la obra del
jesuíta francés Claudio Buffier. Sin embargo, en el prospecto (redactado por
Balmes) de Filosofía fundamental él mismo dice: “La FILOSOFÍA FUNDAMENTAL no es copia ni imitación de ninguna
filosofía extranjera; no es ni alemana, ni francesa, ni escocesa…”[8]
Podríamos llegar a la
conclusión de que efectivamente, la filosofía de Balmes, es original; pero que
como todo filósofo, al entrar en diálogo con otros, de su época o de otras, no
puede sino, recibir influencias, coincidir con alguno, a la hora de dar respuestas a cuestiones comunes etc. Aunque
no por ello deje de haber aportaciones nuevas, que impulsen a otros a seguir
con tareas comenzadas.
3.1 “Sentido Común” en la filosofía
de Balmes.
“El estudio de la filosofía debe comenzar por el examen de
las cuestiones sobre la certeza: antes de levantar el edificio es necesario
pensar en el cimiento”[9]
Balmes desarrolla su discurso filosófico en medio de las grandes
corrientes de la época; el empirismo, que se contenta con la mera constatación
de los fenómenos, y el racionalismo, que postula el puro valor de los
principios; el primero no puede explicar el conocer científico, y el segundo da
una explicación arbitraria y vacía. Kant había intentado una síntesis, pero
resultó “subjetiva”; Balmes busca una síntesis explicativa realista y objetiva. ¿Existe realmente un
punto de apoyo gnoseológico para dar una explicación satisfactoria del conocer
científico?
Según Balmes, el hombre en
su misma estructura, posee tres criterios seguros de certeza: la conciencia o
sentido íntimo, la evidencia y el sentido intelectual o sentido común.
“Hay en nosotros
varios criterios; pueden reducirse a tres: la conciencia o sentido íntimo, la
evidencia y el instinto intelectual o
sentido común” [10][11]
Tanto en sus obras rigurosamente filosóficas -tales como
Filosofía Fundamental y la Filosofía Elemental- como en El Criterio, Balmes se muestra como el
filósofo penetrante y ecuánime, a la vez cauto en dejarse fascinar por ideas o
sistemas brillantes pero desarticulados y opuestos a la realidad, y firme y
seguro en asentar una concepción integral y exacta de la vida, una filosofía de
acuerdo con las exigencias más profundas del espíritu humano y formuladas en
juicios connaturales de la inteligencia frente a la realidad de las cosas y de
la vida.
El sentido común no es otra
cosa que nuestra inteligencia elaborando sus juicios frente a la evidencia de
las cosas. Es el fruto del uso connatural de nuestro intelecto ante las
exigencias objetivas, tanto del ser como del deber ser -vale decir-, tanto en
su obra de contemplación de la verdad como de la formulación de normas de conducta moral o del
que hacer práctico. El sentido común o la inteligencia en el ejercicio connatural
de su función ve claro y aprehende bien el núcleo central de tales evidencias
objetivas.
“El
instinto intelectual es la natural inclinación al asenso en los casos que están fuera del dominio de la
conciencia y de la evidencia. El instinto intelectual nos obliga a dar a las
ideas un valor objetivo; en este caso se mezcla con las verdades de evidencia,
y en el lenguaje ordinario se confunde con ellas cuando el instinto intelectual
versa sobre objetos no evidentes, y nos inclina al asenso se llama sentido
común”[12]
Balmes parte de dos hechos: la conciencia es solamente dueña
del fenómeno o afección sensitiva, y la evidencia sólo tiene dominio sobre la
identidad, mediata o inmediata, entre ideas o conceptos. Pero tanto la
evidencia como la conciencia se proyectan extrasubjetivamente; ahora bien,
¿Existe alguna justificación crítica tanto de la trascendencia de la conciencia
como de la objetivación de la evidencia? Balmes responde taxativamente; existe,
y esa justificación es el Sentido Común. Rechaza la evidencia del principio de
evidencia y, consiguientemente, la convertibilidad de la verdad y evidencia,
como una solución arbitraria.
La mente humana no se
resigna a encapsularse ni en el mundo de la conciencia (afecciones subjetivas),
ni en el mundo de la evidencia (puras identidades ideales y algebraicas).
Existe además un mundo real y externo, absoluto, en el que se corresponden
gnoseológicamente sujeto y objeto. En otras palabras, Balmes huye de los
idealismos subjetivistas y de la evaporación de la sensibilidad provocada por
Kant; pero tampoco quiere ahogarse en la pura sensación, ya que el hombre
viviría en una ilusión.
Existe la tendencia y la
convicción espontánea del entendimiento humano de que tanto la conciencia como
el entendimiento están estructurados para trascenderse a sí mismo fielmente
sobre un mundo exterior. El problema está en explicar ese transcenderse del
sujeto al objeto, de la apariencia subjetiva a la realidad objetiva.
El criterio de conciencia
es legítimo, pero encerrado exclusivamente en su campo fenoménico; lo mismo
acontece con el criterio de evidencia. Ninguno de los dos sirve para justificar
el paso del sujeto al objeto. Hay que buscar un tercer criterio, y ése es el
“Sentido Común”.
La unidad de la conciencia
es el punto de enlace entre el mundo de las ideas y el mundo de los hechos.
Pero esa unidad de la conciencia no es la solución definitiva del problema de
síntesis objetivo. Balmes cree haber llegado a los límites de la razón. Pero la
naturaleza, en su dinamismo profundo, se encarga de resolver en la vida lo que
la limitada razón no puede resolver: la certeza de que a la serie de fenómenos
conscientes corresponde una serie de realidades extensas, y de que las ideas y
principios intelectuales reflejan un mundo de entidades y leyes absolutas, está
impuesta a todos los hombres filósofos y no filósofos por la sabia naturaleza.
El Sentido Común, como
garantía crítica de la conciencia y la evidencia, es una necesidad indeductible
de la naturaleza, que se impone irresistiblemente al hombre y lo conduce en la
vida sin esperar a dictámenes de la razón aun en contra de sus cavilaciones. La
naturaleza racional no ciega es la que dirime el problema, que “cuando el espíritu se pregunta ¿Por qué debes fiarte
de la evidencia?, no puede responder otra cosa sino que lo evidente es
verdadero”. Pero esta proposición ni es evidente ni se funda en nada.
Hemos de tener presente que
la objetivación es un hecho primitivo y prefilosófico de la naturaleza humana,
que así como impulsa al cuerpo a tomar alimento, así impulsa al espíritu a la
objetivación de ciertas verdades que son necesarias para la acción y la vida
racional; “el instinto intelectual nos hace creer como verdadero lo evidente”.
La objetividad no es
demostrable a priori, y la necesitamos; tampoco es un fenómeno de conciencia;
es una fuerza que nos empuja hacia la objetividad de la verdad de las cosas.
El Sentido Común no es un
axioma, ni un simple hecho de la conciencia; es un “irresistible instinto de la
naturaleza, una ley necesaria de nuestro entendimiento, y su función esencial
consiste en cerciorar al entendimiento de que la idea es conforme a su objeto.
4. Conclusión.
Balmes, apoyado en la fuerza irrefutable del “Sentido Común”, puede
demostrar contra Kant, que en toda afirmación inmanente el hombre capta una
realidad que trasciende la representación[13]. Además considera posible
una intuición intelectual pura, también contra el pensamiento Kantiano de que
sólo es posible una intuición intelectual empírica.
El esfuerzo innovador de
Balmes y tal vez la celeridad con que escribía han dado ocasión a que su
criteriología se interpretase de maneras muy diversas. Se ha querido ver en él
un defensor de la teoría de “las tres verdades” (un primer hecho, la existencia
propia; un primer principio, el de contradicción; una primera condición, la
aptitud de nuestra mente para conocer la verdad). Así Tongiorgi y otros tras
él. Mercier le acusó de dogmatismo. Gabriel Picard de fideísmo; Bonilla San
Martín de escéptico trascendental.
A pesar de las críticas
hechas a Balmes, lo cierto es que Balmes ha denunciado con vigor los errores
nacidos de la crítica kantiana y desarrollados en los idealismos alemanes
posteriores. Al mismo tiempo ha escrito lo que podríamos llamar unos
“prologómenos a toda crítica futura”·
Balmes, como hemos dicho, fue muy leído en España durante todo el siglo
XIX y parte del XX. También en Europa, donde se tradujeron pronto sus obras más
importantes. El Catolicismo comparado con el Protestantismo apareció
simultáneamente en español y en francés, y en seguida en inglés, alemán e
italiano.
No creó una escuela
filosófica, pero fue el alimento intelectual de muchos pensadores católicos
hasta mediado el siglo XX. Abrió el camino para la renovación escolástica y
despertó una acusada conciencia de la importancia de los estudios sociales
desde la perspectiva cristiana. Junto con Juan Donoso Cortés y con Marcelino
Menéndez Pelayo forma el triunvirato clásico del pensamiento católico español
del siglo XIX.
BIBLIOGRAFÍA
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*R. GARRIGOU - LAGRANGE, “El sentido común”, edt. Desclée de
Brouwer, Buenos Aires 1944.
*GONZALO DIAZ, “Hombres y documentos de la filosofía española. I.”,
edt. Instituto de filosofía “Luis
Vives”, Madrid 1980.
[1]Cfr. J. FERRATER MORA, “Diccionario de filosofía I”, edt. Alianza,
Madrid 1982, pg. 285-286.
[2]L. de LLERA, “El pensamiento español (1833-1868) en Historia
General de España y América XIV”, edt. RIALP, Madrid 1983, pgi. 246.
[3]Cfr.J.L. ABELLAN, “Historia crítica del pensamiento español IV”,
edt. Espasa-Calpe, Madrid 1984, pg. 360-362.
[4]Cfr. M. BATLLORI,”Balmes en la historia de la filosofía cristiana,
en Razón y Fe”, 134 (1946) 281-195.
[5]J. BALMES, “Filosofía Elemental I, O.C. XX” edt. Biblioteca
Balmes, Barcelona 1925, pg 9.
[6]A. LIVI, “Crítica del sentido común”, edt. RIALP, Madrid 1995, pg.
31-32.
[7]GARRIGOU - LAGRANGE, “El sentido común”, edt. Desclée de Brouwer,
Buenos Aires 1944, pg. 31.
[8]BALMES, “Filosofía Fundamental I en O.C. XVI”, edt. Bilioteca
Balmes, Barcelona 1925, pg. 11.
[9]BALMES, “Filosofía Fundamental I O.C. XVI”, Obr. Cit.; pg 15.
[10]BALMES, “Filosofía Fundamental I, O.C. XVI”, Obr. Cit. Pg. 337.
[11]BALMES, “Filosofía Fundamental I, O.C. XVI”, Obr. Cit., pg
337-338.
[12]BALMES, “Filosofía Fundamental I, O.C. XVI”, Obr. Cit., pg 70-71.
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