sábado, 23 de noviembre de 2019

Unamuno en Granada Ganivet

Conferencia pronunciada por don Miguel de Unamuno
Granada 1903

Granada Gójar
        Conferencia de Miguel de Unamuno en el Liceo de Granada, 16 de septiembre de 1903; publicado en el Defensor de Granada en la edición del 17 de septiembre de 1903.


“En el Liceo. Conferencia de Unamuno.
En el Liceo dio ayer tarde su anunciada conferencia el Sr. Unamuno.

Desde antes de las cuatro, que era la hora señalada para la conferencia, se hallaba el hermoso salón ocupado por numerosa y distinguida concurrencia.

A las cuatro en punto, apareció en el salón el Sr. Unamuno, acompañado del Presidente del Liceo, D. Francisco Leal de Ibarra; del de la Sección de Literatura, D. Antonio J. Afan de Ribera; y de los Sres. Duarte (don Eduardo), Cobos, Valdecasas y Amor y Rico.

Miguel de Unamuno en su casa de Salamanca

Cuando acabaron los aplausos con que el Sr. Unamuno fue saludado, hizo uso de la palabra el Sr. Leal de Ibarra, que dijo que el carácter que ostentaba como presidente del Liceo, le ponía en la situación de tener que presentar al ilustre Rector de la Universidad de Salamanca.

Añadió que daba la bienvenida al docto catedrático, a esta tierra en que los moros dejaron como recuerdo la Alhambra, que es la más bella alhaja de esta Sultana de Occidente.

Terminó el Sr. Leal de Ibarra saludando en nombre del Liceo al ilustre Rector Salmantino, y siendo a ese saludo el suyo muy sincero.

Seguidamente, hizo uso de la palabra el Sr. Unamuno, que pronunció un hermoso discurso.


He aquí sus principales párrafos:
Al encontrarme, dijo, en esta ciudad, uno de mis primeros recuerdos, tal vez el primero fue Ángel Ganivet, a quien traté en Madrid hace ya doce años, en ocasión que hice las oposiciones a cátedra que explico.

Todas aquellas tardes, después de los ejercicios, solíamos bajar por la calle de Alcalá para internarnos en los boscajes del Retiro, y hablábamos de todo lo divino y humano.

Terminaron aquellas oposiciones y no volví a saber de Ganivet, hasta que pasado algún tiempo, cayó en mis manos un artículo suyo, escrito en Bélgica, y publicado en El Defensor de Granada.


No creáis que vengo a descubríroslo, ni a haceros una información, ni a entonar un panegírico, mas vengo a agrupar en torno a su recuerdo unas cuantas reflexiones respecto a su vida interior.

Habéis de perdonar que no aparezca  tanto el nombre como las reflexiones a que su espíritu da lugar.

No he leído ahora todos los libros de Ganivet. Sólo me he recreado estos días leyendo Granada la bella, que es una producción hermosa y espontánea y gallarda muestra de su noble entendimiento.


Pasó Ganivet como fugaz aparición, derramando su espíritu; fue un pródigo, pero un pródigo de alma y no de ciencia.

Fue un pródigo de espíritu, aquí en que la avaricia espiritual se enseñorea de las almas.

La codicia se hace dueña de nosotros y al codicioso le consume la envidia, como dijo a Job el Ifez, el Temanita.

Es triste ver a quien tiene ideas y no las quiere comunicar a sus semejantes por temor a que se las roben.

Granada camino del Carmen de los Mártires

Tampoco falta quien como el zorro tapa con el rabo la huellas que dijo en el camino que le condujo a la viña.

Derramó Ganivet su espíritu, que había antes amasado en él los tesoros de la tierra en que se crió. No hizo sino devolver lo que había recibido, y es que nada es nuestro ni aun nuestro propio espíritu.

Cuando oigo hablar de la máxima suum cuique tribuere (a cada uno lo suyo), se me ocurre pensar, que el día de la justicia suprema, si se nos aplica esa máxima, nos quedamos sin nada.

Mi alma no será libre mientras haya en ella algo de esclavo, y todo lo que haga para libertar a los demás, por mi propia libertad lo hago.

Granada
Ganivet fue como un castillo interior, pero un castillo con amplias ventanas, abiertas a los cuatro vientos, aireado, soleado y perfeccionado con los aromas de las flores del jardín en que nació.

Quien haya leído a Santa Teresa, si ha estado en Ávila, se explicará recordando sus murallas, flanqueadas de torreones, el símil del castillo.

Allí, en aquellas murallas, está el germen de lo que desarrolló la santa.

Aquí, en Granada, también hay algo que inspiró a Ganivet. Desde su recinto, apacentaba su vista con el panorama del mundo exterior, recibiendo su aire de vida. No es la torre marfileña del odiado del vulgo profano, que quiere sustituir a la naturaleza con el Arte y crear paraísos artificiales.

Fue un luchador de la vida interior, pero en medio del mundo, en el que puede estarse recogido, como cabe vivir disipado entre las paredes de un claustro.

Granada

No fue uno de esos espíritus que llevan los huesos fuera y la carne dentro, sino un alma humana, con la osamenta bien recubierta de carne.

Vivió en contacto con el mundo, aquí en la Naturaleza invita a la vez a recogerse y a verterse. 
Y es que el paisaje influye en el espíritu del hombre, tanto o más que en la material forma de su cuerpo.

El alma del paisaje se insinúa a los paisajes de nuestra alma; los espectáculos ante los cuales se formó nuestro espíritu de niño, los llevamos en el fondo de nuestro ser, agarrados a las telas del corazón, y aquí  gozáis de un paisaje en que la Naturaleza y la Humanidad se asocian y concuerdan.

Decía una vieja, oyendo hablar de las ventajas del campo y los inconvenientes de la ciudad: ¿por qué no se edifican las ciudades en el campo? Y aquí, señores tenéis construida en el campo, pareciendo como que se diluye en el mismo, que la penetra, viéndose aquí un caserío y allí otro, y aquí y allá, en las casas, pedazos de jardincillos, y donde no, vense en los balcones macetas, que son sus especie de gato vegeta.

Granada Plaza de las Paciegas
Y no hay duda que el espíritu de la ciudad y del campo tiene que influir en la más íntima y más entrañable formación del espíritu mismo.

No se me olvida Granada, vista desde el Albaicín.

Bajo el cielo dulce de la tarde mientras soñaba éste en el sol ido, las viviendas parecían descansar en el regazo de sus jardinillos; la paz que bajaba del cielo, y la mente reposaba ante aquella visión desnuda de todo concepto intencional, libre de voluntad, limpia de deseos, sin querer nada, absorta tan solo en contemplar y vivir contemplando, como aquel abrasarse del maestro León.

Mas se corre el peligro, ante esta visión augusta, de que el hombre se olvide que hay que hacer lucha continua.


Es delicado recluirse en la vida interior.

Hay que buscar a los demás, huyendo de sí mismos, como hay quienes los buscan para buscarse a ellos.

Cada amigo que logro me revela una parte hasta entonces de mí mismo ignorada, de mi propio ser, y es que hay quienes charlan para echar fuera lo que dentro les estorba, y quienes hablan para pensar en voz alta, excitando así al propio pensamiento.

Mas volvamos a Ganivet.

De Granada fue al norte y allí aprendió a quererla; allí digerir a Granada.

Quien sólo una lengua sabe, no sabe ni la propia, y quien sólo un país conoce, ni aun éste conoce.

Granada camino del Campo del Príncipe
Si hubiera vivido más tiempo en el norte, hubiera conocido mejor a Granada, poniendo al desnudo nuestro espíritu.

De la lectura del Idearium, pude sacarse esta fórmula, que aunque no suya lo resume, y es que hay que europeizar a España, españolizándola aun más.

En el propio país y en el propio tiempo hay que buscar al hombre de los países y de los tiempos todos. Otra cosa es buscar el hombre universal, separando las diferencias que los distingue. Se llegaría al contraste social de Juan Jacobo, o al bípedo im plume.

Por haber sido el más italiano de su siglo, se ha hecho al Dante tan universal, y lo mismo ocurre con nuestro Cervantes, que, por ser tan español, es tan universal. 

El cosmopolitismo de viajantes y turistas es lo más opuesto que cabe a la universalización.

Mariana Pineda Granada
Si Ganivet hubiera vivido más tiempo fuera de España, hubiera conocido mucho más a su país.

Otro de los libros de aquel malogrado escritor, es Los Trabajos de Pio Cid, que es una confesión pública.

Hemos establecido una barrera entre la vida pública y la privada, y de tal modo entendemos lo sagrado del hogar, que ni se ventila, ni se solea éste.

Aquel hombre vertió en espíritu y se confesó en público, e hizo obra moral, aunque no con toda valentía.

Hizo principalmente una obra de cultura, de estética y de vida interior.

Es de él una frase (…): <<lo interesante es tener idea, y colocarlas donde deben estar en los sitios más altos>>.

Otra frase suya es: <<las ideas hay que gastarlas>>.

Esta misma doctrina me ha valido muchas invectivas, y es que profeso el principio de que hay que gastar las ideas como las botas, echándolas cuando se han usado, que no faltará quien las recoja.

Las ideas son como los huesos del espíritu y sólo sirven recubiertos de carne, de imaginación y de sentimientos; pero sin ellas no cabe ni belleza ni amor.

Creo que sin ideas no hay Literatura.

Granada parroquia San Cecilio

En las Contemplaciones del Idiota, se lee un párrafo, que dice que nace el amor como las lágrimas que de los ojos caen al pecho, porque de la inteligencia nace el amor, y cae al corazón por la fe.

Es decir, que si las ideas no se arrojan, no hay ni amor ni belleza.

Ganivet fue ante todo un sembrador de ideas propias.

De su vida intelectual arranca su vida estética.

Él inició una labor semejante a la que hizo en Inglaterra Juan Buskin.

Tenía una cultura clásica.

Allá, en Madrid, cuando íbamos al Retiro, hablábamos muchas veces de literatura griega, él con espíritu simpático, mas no yo.

Hay en ella dos frases notables. Una, de Homero, según la cual los dioses traman y cumplen la destrucción de los mortales, para que los venideros tengan algo que cantar; y la otra frase es de la época de la plena decadencia griega, y es aquella de los Hechos de los Apóstoles en que se dice que los atenienses pasaban el tiempo, hablando de la última novedad se les echaba encima y los arrastraba.

Pero no era el helenismo el fondo de la Estética de Ganivet, por cuanto tuvo el culto de Séneca.

Granada Santo Domingo
Su estética le conducía a la moral.

El Sr. Unamuno lee los siguientes párrafos de Granada la Bella.

<<Este arte no (…) puede ser definido provisionalmente como un arte que se propone el embellecimiento de las ciudades por medio de la vida bella, culta y noble de los seres que las habitan>>

<<Yo opino que debía empezarse por limpiar y purificar las costumbres después limpiar los cuerpos, luego las casas y por último las calles.

 Hay ciudades muy limpias que encierran corrupciones más peligrosas que las de un estercolero; y hay hombres que se escandalizan delante de un montón de basura y no se han lavado el cuerpo desde sus mas tiernos años. No se limpie solo por cubrir las apariencias; límpiese con sinceridad, con energía. A veces la suciedad y el abandono de las calles sirven para hacer resaltar más vivamente la pulcritud de los ciudadanos>>.

Y añadía el orador:
La sinceridad es la limpieza del espíritu. Toda porquería espiritual es por falta de sinceridad.

Si el Arte pagano culminó en el desnudo del cuerpo, y los paganos dedicaban gran parte de su tiempo a los ejercicios corporales, el cristianismo ha de culminar en el desnudo del alma.

De aquí se va una vida de libertad, que sólo puede encontrarse dentro de sí mismo.

No hasta hacer el bien; es menester ser bueno, aunque parezca paradoja. Sin hacer nada malo, se puede no ser bueno.

Por algo los fariseos , que cumplían las reglas de su religión y que eran honrados, jamás encontraron benevolencia en Jesús, mientras éste prometió la gloria a un bandolero.

Granada

Seguidamente el orador lee otros párrafos de Granada la bella, que se refieren a la Mística, manifestando su discrepancia con la opinión de Ganivet, que confunde lo místico con lo ascético.

Entiende el Sr. Unamuno que es una enormidad atribuir a los árabes el misticismo español, y añade:

Lo místico consiste en crearse un mundo interior, en no delegar, en ser escultor de la propia alma, en hacerse la verdad y la vida, y en no tomarlas hechas.

Cita a este propósito el siguiente pasaje: <<Porque la ley de Moisés fue dada, mas la gracia y verdad de Jesucristo fue hecha>> (Juan, I, 17).

La labor principal, sigue diciendo el orador, es crearse un mundo interior.

La razón de que no se hayan universalizado los poetas nuestros es que el brillo de su imaginación ahoga su nación.

Comenta el Sr. Unamuno las opiniones de Ganivet acerca de Zorrilla y Alarcón, y que se hallan contenidas en las siguientes líneas de dicho libro: <<El poeta Zorrilla era hombre de ideas avanzadas, y fue nuestro cantor tradicional; Alarcón era un escéptico y escribió como un creyente>>.

Homenaje Granada Zorrilla

Hay que pensar, continúa el señor Unamuno, no sólo con la cabeza sino con todo el cuerpo, con el corazón, y todo al unísono.

Lo mas de la tradición española riña con el fondo español.

Lo que ocurre es que estaba la cobardía moral, que consiste en no afrontar cara a cara y personalmente el enigma.

Si más tiempo hubiera vivido Ganivet en el Norte, hubiera llegado a descubrir el propio fondo, el fondo de nuestro público, y hubiera percibido el calor que late bajo la palabra de pueblos a quienes se acusa de fríos y razonadores.

Hubiera descubierto su bondad, porque fue bueno, y la bondad es generosidad, y ésta es inteligencia.

Cuando estaba en condiciones de entrar dentro de sí mismo, murió Ganivet. Murió a desazón, pero a tiempo acaso de no presenciar cómo se le discutía. Su gloria ha sido póstuma, y aun ha encontrado administradores de ella y hasta elogios malsanos.

Aquí, cuando se elogia a alguien, hay que preguntar contra qué otro va ese elogio.

Ya sé que Ganivet, en sus paseos por el campo, llegó a hacer algo  como una escuela peripatética, y contagió a varios de su espíritu. Formó aquí un núcleo, pero de ese núcleo, ¿qué ha quedado?

Se rompió con la muerte de Ganivet el vínculo que unía a los que formaban el núcleo, y vino un fenómeno tristísimo; la apatía que acaba con toda hermosa iniciativa y con todo propósito noble.

Conozco en Granada dos obras de cultura que son personales, que van unidas a dos hombres, y que muertos estos, perecerán aquellas.

De este mal, de esta apatía, procede la existencia del cacique y del usurero, en los cuales delega la función política y la economía.

Es menester que todo el mundo dé el otro de su espíritu, sin importarle el cuño.

Triste es decirlo. Hay horror a la asociación.

Lee a éste propósito el siguiente párrafo de la citada obra de Ganivet: <<Se dice que somos refractarios a la asociación y de hecho cuantas sociedades fundamos naufragan al poco tiempo; y sin embargo somos el país de las comunidades religiosas. ¿Cómo explicar esta contradicción? Fijándonos en que esas comunidades se proponen ligar a los hombres para libertarles de la esclavitud de la necesidad material.>>

Nos asociamos, dice el orador, para no trabajar.

Apenas se conocen otras sociedades que Casinos.
Y es tal el recelo, y tan grande el temor a la vida interior, que es frecuente leer en los reglamentos de esos casinos un artículo prohibiendo toda discusión política y religiosa.

El mejor culto que pudiera tributarse a la memoria de Ganivet es asociarse, con pureza de intención y de manera orgánica, no por justa posición y añadir a esto una asepsia y antisepsia  espiritual.

Nada más peligroso que la falta de diferentes centros de cultura en España.

Cuando yo vuelva a Granada, me agradaría poder encontrar aquí un centro de cultura espiritual, abierto a todos los vientos de doctrina, y en el cual se conservara la huella de aquellos que, como Ganivet, fueron.

Me voy de Granada llenándome frescuras de visión y esencias de paz de vuestro campo; me he restregado las potencias todas con savia de hermosura y me he lavado la pupila espiritual con ella; llevo un caudal que espero no se me agote tan (…), pero llevo también, debo decíroslo con toda verad, la impresión penosa que de casi todas las ciudades españolas se saca.

Los más de sus oradores duermen y no quieren despertarlos nadie temeroso de su enojo, y en vez de sacudirlos y decirles: <<abrid los ojos y mirad>>, procuran sugerirlos este o el otro sueñe el conjuro de la tradicional canción cuna de letra ya casi inteligible y de música de soñarrera. Un enorme temor a las ideas se cierne por donde quiera y sería aquí, como en otras partes, todo un programa para la juventud el que se dijese: hay que examinarlo todo, poner todo a prueba, discutirlo todo, absolutamente todo, en voz alta y al aire libre; nada hay intangible, nada que no deba decirse, y sobre todo, no hay que delegar nada que a la vida interior del espíritu se refiere. Creer, debe ser, ante todo, crear. En el íntimo santuario en que el infinito nos envuelve y penetra, ante la suprema Razón y luz de la vida no sirven personeros, ni intermediarios; allí cada uno es sacerdote de sí mismo.

Tales fueron las últimas palabras del elocuente discurso del Sr. Unamuno, que escuchó. Lo mismo al terminar, que en diferentes periodos de su conferencia, muchos y entusiastas aplausos.

Gójar Granada


No hay comentarios:

Publicar un comentario