ANÁLISIS DEL LIBRO:
MÁS FUERTE QUE LA MUERTE
del teólogo Greshake
Lo primero que sorprende
del libro de Greshake, es la credibilidad que le otorga a las críticas del
marxismo y de Feuerbach; luego, compruebo que este libro fue publicado en 1976;
aún no había caído el muro de Berlín y no sabíamos que lo que el premio nobel
de literatura, el ruso Alexandr Solzhenitsyn, había descrito en su obra Archipiélago Gulag, era cierto. Que el
marxismo en su intento de crear el paraíso en la tierra había creado el
infierno; es más, hasta 1998, no pudimos leer esta obra literaria en español.
Lo
segundo que sorprende es el anacronismo de este libro: sitúa la mentalidad del
hombre actual en la modernidad, cuando realmente estamos en la postmodernidad;
esto es, nos encontramos en una situación en la que el hombre ya no cree en el
progreso ilimitado, idea fundamental de la modernidad; no estamos en el periodo
cientificista en el que se piensa que el conocimiento racional, tal y como lo
entendió la ilustración, ya sea ésta en su versión francesa o alemana con Kant, es la única
vía que nos acerca al conocimiento de la realidad. Tampoco me ha dejado de
sorprender que este libro le dé credibilidad ilimitada a la modernidad, ignorando
las críticas a ésta realizada desde finales del s. XIX y principios del XX,
crítica encabezada por Nietzsche y kierkegaard con su crítica a la razón
intelectualista, simbolizada en Hegel, máximo exponente del racionalismo.
También ignora el apoyo de la comunidad científica a Hitler durante la II
Guerra Mundial y las críticas de Hannah Arendt en su obra Los orígenes del totalitarismo, o del premio Príncipe de Asturias
Bauman en su libro Holocausto y
Modernidad.
“…las afirmaciones de la Escritura acerca de
las postrimerías son imágenes de esperanza: expresan cómo el curso de la
historia personal y de la historia del mundo camina hacia un final afortunado”.
Greshake reduce las
afirmaciones bíblicas a imágenes de esperanza, e inmediatamente pensando que
quizás se ha pasado en su reduccionismo, apela al lenguaje de las imágenes, o
de los símbolos como lenguaje con más fuerza que los conceptos a la hora de
expresar la realidad: “La imagen no nos
trasmite, con relación al concepto, un menos sino un más de realidad. De hecho,
la realidad que es objeto de nuestros conceptos, es decir, la realidad abierta
a nuestra interpretación, es únicamente una parte de lo real”. En esto
lleva razón: sobra citar a María Zambrano con su Razón Poética, o a Eugenio Trias con su hombre fronterizo, o a
Heidegger en sus comentarios a Rilke y a Hölderlin. Sin embargo, nos dice que
el hombre occidental tiene problemas con el lenguaje simbólico; afirmar
esto en 1976 es realmente extraño; ¿no veníamos de la revolución del 68, del
movimiento Hippie, no veníamos del movimiento de contestación contra la guerra
del Vietnam, acaso no estaban todos esos movimientos cargados de elementos
simbólicos, acaso no es cierto que cuando se produce un atentado con victimas
los ciudadanos espontáneamente compran una vela, la encienden y la colocan en
el lugar donde la muerte ha estado presente? ¿Cómo que el hombre occidental tiene
problemas con el lenguaje simbólico? Pero sí es cierto que, después del
Concilio Vaticano II, algunas interpretaciones miopes de éste llevó a algunos a arrasar con todo ese lenguaje
simbólico, lenguaje que el Concilio no eliminó. En palabras de la autora de Memorias de Adriano, Marguerite
Yourcenar, en una carta a un sacerdote y publicada en el libro Cartas a sus amigos dice: “¿Qué decir también, y sobre todo, de la
<<democratización>> de la Eucaristía, que se ha tornado <<pan
bendito>>, o de la sordina que se le ha puesto al culto a María, cuando
precisamente las reivindicaciones femeninas van calando hasta entre los
teólogos, que se lamentan de que el pensamiento judío y la imaginería cristiana
hayan masculinizado a Dios excesivamente, cuando hubiera sito tan hermoso
mostrar en María la parte femenina de la mansedumbre y de la ternura eternas?
Tengo la impresión (y no soy la única) de que el catolicismo no va a salir
ganando si se convierte en una especie de protestantismo tardío. Y no es que yo
ignore la grandeza protestante….”; efectivamente, se produjo una
reivindicación del racionalismo ilustrado cuando la ilustración estaba en su
peor momento. Sobre todo, porque esa teología ya se había producido y
desarrollado en su momento, Tomás de Aquino es un racionalista, la
interpretación de Suárez convertirá a la teología católica en un pensamiento de
su época, esto es, moderna. Pero la cuestión es que ya no estamos en la
modernidad.
Es cierto, como afirma Greshake, que
las imágenes no se pueden interpretar de forma literal, sino personal, “…de un modo sintético puede afirmarse que
quien espera, no espera en el paraíso como en un mundo feliz, sino que espera
en Dios”. Efectivamente, el miedo, como afirma Gisbert, nace no del
infierno sino de no encontrarse con Dios. Que “…el encuentro personal con Dios
es el juicio y el purgatorio”.
La
esperanza se afirma de algo que de alguna manera y en alguna medida ya está
presente. El cristiano no es el hombre fruto de una ideología, sino de un
diálogo consigo mismo, con la historia y con Dios; se va entretejiendo un mundo
rico en el interior del hombre que se adentra en ese diálogo hasta que se
produce un encuentro, encuentro entendió como lo hace Martin Buber, en su obra
“Yo-Tu”, la confianza en Jesucristo el resucitado, hace nacer en el hombre la
Esperanza en un futuro que no termina con la muerte. Si Dios respondió a la
nada, a la muerte, a la injusticia realizada por el hombre en Jesucristo con la
resurrección, también nosotros, al esperar en Cristo esperamos que ésa sea la
respuesta de Dios para con nosotros. La esperanza. El núcleo de nuestra
esperanza está efectivamente en la fe, que nace del encuentro con el Cristo
muerto y resucitado.
El libro insiste mucho en la relación
entre el mundo del más acá y el más allá; se salta con dos frases el
pensamiento surgido en Grecia con Platón y Aristóteles, o con la interpretación
de Sócrates hecha por estos y se le olvida que la modernidad nace con Descartes,
que concibe al hombre como una doble realidad “cuerpo-alma” “res extensa y res cogitans”; también
cita a Feuerbach “<<la fe en el más
allá renuncia al mundo>>”; sin embargo, no es ésta mi experiencia; si
he visto a alguien comprometido para cambiar la realidad, en busca de un mundo
mejor ha sido a los cristianos en las parroquias, no a políticos que en sus
palabras se ve que buscan el poder utilizando a pobres y a obreros; no lo he
encontrado en los teólogos de despacho que hablan bien, pero que no veo su
compromiso real; ese compromiso real y desinteresado lo he visto en cristianos
de parroquia que han vestido al desnudo, han dado de comer al hambriento, han
pagado la hipotecas, y el recibo de la luz a quien no ha podido hacerlo; he
escuchado a sacerdotes con voz profética despertándonos del sueño, del opio del
pueblo hoy simbolizado en la Junta de Andalucía, (EREs) o en los Bárcenas de
turno que con su Canal Sur, ect… intentan adormecernos a todos. Es en las
mujeres de fe donde yo he visto realmente actuar para cambiar este mundo; como
nos indica el “Concilio Vaticano II en la
Constitución sobre la Iglesia afirma que los cristianos tienen la obligación de
<<expresar en las estructuras de la vida del mundo>> su esperanza”.
Pero esto, que lo deja caer el autor como una novedad en la vida de la Iglesia,
no es una novedad, ¿o acaso el padre Francisco de Vitoria con “el derecho de
las gentes” es un hombre de 1976?, ¿o
Bartolomé de las Casas, o tantos otros, o cómo he podido comprobar en los años
que dediqué a la investigación histórica en diversos archivos como
efectivamente la resurrección era algo muy importante? Pero esto no anulaba el
deseo de mejorar la realidad del mundo en busca de una vida mejor (comprobar:
en archivos protocolos notariales, testamentos; archivos diocesanos:
expedientes matrimoniales en los últimos 500 años; archivos parroquiales donde
encontramos multitud de fundaciones para arropar a los más desfavorecidos
etc…).
Pensar que la Iglesia se centró sólo
en el mundo del más allá y olvidó el del más acá es una falsificación de la
historia, o una interpretación subjetiva e ideológica de la vida de la Iglesia.
Para la iglesia, efectivamente, “la
esperanza en un futuro último en Dios va unida a un modo de actuar en el mundo
que sea humano y liberador. El más acá y el más allá no son dos campos
separados el uno del otro, sino que hay entre ellos una relación recíproca que
no se puede ignorar”. El amor es, efectivamente, el motor más potente, no
acaba nunca, “Es el amor lo que entrará
en el futuro absoluto de Dios, de un modo que no conocemos y que no podemos
imaginar.” Los cristianos anónimos que aparecen en el libro y que
obviamente nacen de Karl Rahner, y con lo que estoy de acuerdo, tema en el que
no puedo adentrarme por el espacio dedicado al trabajo; sin embargo, no quería
dejar pasar la crítica que muchos, que no son cristianos, realizan a esta idea
del teólogo alemán, no aceptándola.
La vida y la muerte están unidas; en
este tema tendríamos que apelar a Heidegger y su afirmación del hombre como un
ser para la muerte, como descripción de la esencia del hombre en su obra Ser y tiempo; pero sin meternos en estas
honduras, tengo que decir que, efectivamente, como afirma Greshake, la muerte y
la vida van de la mano; que experimentamos
la muerte constantemente; sin embargo, también experimentamos la vida, con
mucha más fuerza que la muerte, tenemos experiencias, desgarros, frustraciones
que se pueden parecer a la muerte pero que no es la muerte; experimentamos la
muerte de nuestros seres queridos, pero esto lo vivimos como muerte del otro;
la experiencia de nuestra propia muerte no la tenernos hasta que nos llegue el
momento.
El autor del libro afirma que mantiene
que la muerte es introducida por el pecado, “Debemos mantener esta idea, si bien no podemos seguir apoyando
indiferenciadamente la tesis de la muerte como consecuencia del pecado. Hoy
sabemos que la muerte es parte necesaria de la construcción de un mundo
evolutivo”. Efectivamente, la muerte forma parte del proceso evolutivo de
las especies, el universo. Sin embargo, ¡cuidado con aceptar las teorías
científicas como dogmas científicos! No podemos olvidar cómo la física de
Newton ha sido cuestionada y superada en muchos de sus aspectos por la física
cuántica; también hemos visto con el teorema de Gödel cómo la matemática ha
quedado cuestionada, en cuanto que no podemos saber si las conclusiones de los
sistemas axiológicos son ciertas o falsas…; esto puede ser contrastado con el
pensamiento de Gödel, editorial Tecnos “Teorema
de Gödel”. La muerte como
consecuencia del pecado, debe ser entendida como la vida vivida de forma incompleta en cuanto que no realizo
todas las posibilidades que el ser hombre me ofrece como ser humano, esto es,
cerrarme en mi propia carne, no entrar en relación de comunión ni con otros
seres humanos ni con Dios, no desarrollar esta realidad que es la dimensión
espiritual en un sentido amplio que conllevaría estas relaciones profundas con
Dios, con los demás y conmigo mismo, pero que al mismo tiempo conlleva ejercer
mi libertad, no siendo esclavo de proyectos, deseos, personas…el pecado me
haría frustrar una parte importante de mí. Ahora yo me pregunto: ¿cómo alguien
puede decirme que no puedo desarrollar esta dimensión espiritual? ¿Que Dios no
existe? ¿Que la muerte es el final? No es esto un intento de encerrarme en mi
propia carne, no es esto cortarme las alas e impedirme volar alto en las
relaciones que me enriquecen de forma magnífica y que hacen que yo me realice
plenamente, como describirá el citado Martin Buber, o toda la corriente
personalista, como señala Emmanuel Mounier.
Todas estas experiencias, la
experiencia también es conocimiento, me abren a una realidad; yo, por mi mismo,
no puedo muchas cosas, ni siquiera puedo llegar a estas experiencias de
comunión con mis semejantes; si estos no quieren o no pueden desarrollarlas, mi
resurrección tampoco depende de mí totalmente, se debe contar con el hombre,
pero sólo el amor de Dios es capaz de convocarme a la vida eterna: “Según la concepción cristiana, pues, la base
de la superación del poder de la muerte no se encuentra en el hombre (…) sino
en el poder de Dios, en su voluntad de hacer que el hombre viva y en la
fidelidad con la que Dios cumple sus promesas”.
El ser humano vive en el tiempo, en
el espacio, crea la cultura, hace posible la historia, es más, algunos han
afirmado que el hombre es historia, la resurrección del hombre en su carne, es
la resurrección del hombre real, histórico, con sus heridas, con sus opciones,
con sus alegrías, esto es, con su carne hecha tiempo e historia; así, Greshake
expresa magníficamente bien el concepto de Carne cuando afirma: “<<la resurrección del cuerpo>>
pretende expresar que el hombre no alcanza su plena realización únicamente como
<<Yo>> espiritual ajeno a la historia, sino que, por el contrario,
regresa a Dios con su mundo y con su historia”. Resucita no una subjetividad
pura, sino el hombre con su vida vivida; recordemos cuando Jesucristo, tras su
resurrección, se presenta ante sus discípulos encerrados y empapados en el
miedo; se presenta el Jesús histórico, dice el texto que llevaba las marcas de
la Cruz, las marcas de su vida vivida, sufrida, reconciliada; esto también nos
acontecerá a nosotros, resucita el hombre con sus heridas, con su vida vivida;
al igual que el texto bíblico, nos habla de un
Cristo resucitado con las marcas de la Cruz, que no se expresa desde las
heridas, sino desde la vida reconciliada, resucitada, y les dijo Jesús: “la paz este con vosotros”, es el Cristo
resucitado, donde las heridas vividas siguen estando pero no son las
protagonistas; lo que toma el puesto central desde el que habla a sus
discípulos después de la resurrección es la vida transformada y reconciliada
desde donde nace la paz. “El hombre lleva
en su muerte la <<cosecha de su tiempo>>”
El paraíso, la persona vivida en todo
su conjunto, en esa relación espiritual de encuentro con los otros y con Dios,
un paraíso que se realiza desde el nacimiento, que culmina con el encuentro
definitivo con uno mismo, con Dios, con los demás, en la comunión de los Santos.
El infierno queda expresado por Greshake: “Porque
el infierno (…) no es un castigo que Dios inflige al hombre desde fuera, sino
una absoluta y terrible posibilidad de la propia libertad humana (…) y esta
posibilidad se puede advertir desde ahora pues uno se da cuenta de que se está
destruyendo que se está convirtiendo en un monstruo” Recordemos a Kafka en
su libro La metamorfosis.
El tema de la oración por los
difuntos requiere una reflexión más profunda: ¿Qué es oración? ¿Cómo es posible
el diálogo con Dios? Tendríamos que escuchar al psiquiatra Jung, etc…; sin
embargo, me parece bien lo que dice Greshake, aunque no agota el tema: “el que todos se salven depende en cierto
modo de nuestra solidaridad en la esperanza en todos (…) esta esperanza
universal se funda, en definitiva, en Jesucristo, en su oración de intercesión
por todos”
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