LUZ DEL DOMINGO
Domingo, 4 de diciembre de 2016
SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO
CICLO A
SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO
CICLO A
Primera
lectura: Isaías 11, 1-10
Salmo responsorial: Salmo 71
Segunda lectura: Romanos 15, 4-9
Salmo responsorial: Salmo 71
Segunda lectura: Romanos 15, 4-9
EVANGELIO
Mateo 3, 1-12:
“Por aquellos días
se presentó Juan Bautista en el desierto de Judea proclamando:-Enmendaos, que
está cerca el reinado de Dios. A él se refería el profeta Isaías cuando dijo:
Una voz grita desde el desierto:
Preparad el camino del Señor,
enderezad sus senderos (Is 40,3).
Este Juan iba vestido de
pelo de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de
saltamontes y miel silvestre.
Acudía en masa la gente
de Jerusalén, de todo el país judío y de la comarca del Jordán y él los
bautizaba en el río Jordán, a medida que confesaban sus pecados.
Al ver que muchos
fariseos y saduceos venían a que los bautizara; les dijo -¡Camada de víboras!,
¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Pues entonces dad el
fruto que corresponde a la enmienda y no os hagáis ilusiones pensando que
Abrahán es vuestro padre; porque os digo que de las piedras estas es capaz Dios
de sacarle hijos a Abrahán. Además, el hacha está ya tocando la base de los
árboles, y todo árbol que no da buen fruto será cortado y echado al fuego. Yo
os bautizo con agua, en señal de enmienda; pero llega detrás de mí el que es
más fuerte que yo, y yo no soy quién para quitarle las sandalias. Ese os va a
bautizar con Espíritu Santo y fuego, porque trae el bieldo en la mano para
aventar su parva y reunir el trigo en su granero; la paja, en cambio, la
quemará con fuego inextinguible.”
COMENTARIOS
I
¿NOS ESTAMOS PREPARANDO?
Cuando un
gran personaje (un jefe de Estado o de Gobierno, el Papa, un artista famoso)
viaja a cualquier país, se prepara todo desde mucho tiempo antes: itinerarios,
discursos, comidas, homenajes, gestos...
Adviento
significa venida: en este tiempo, esperamos la llegada
de alguien muy importante, mucho más que cualquier artista, que cualquier
gobernante, que el mismo Papa...
¿Cómo nos
estamos preparando?
¿SE PASA...,
O NO LLEGA?
¡Qué duro y
qué terrible era Juan Bautista! ¡Camada de víboras!, ... castigo inminente...,
hoguera que no se apaga... Parece como si más que atraer a la gente quisiera
espantarla. ¿Verdad que resulta un poco exagerado?
Sí, hay que
reconocerlo: el Bautista, en algunas cosas, se pasa. Pero en otras lleva toda
la razón.
Se pasa, o
mejor, no llega, al hablar de Dios y de su inminente intervención en la
historia de los hombres. Porque la idea que Juan tiene del modo de ser de Dios
quedará definitivamente anticuada cuando Jesús explique cómo es el Padre.
Hablaremos de eso en el siguiente comentarlo.
Pero si al
hablar de un Dios amenazador y terrible (Mt 3, 10-12; Lc 3,9.17) se equivoca,
en lo que acierta al ciento por ciento es al exigir sinceridad y seriedad a
quienes, interesados por su mensaje, se acercan a él: dad el fruto que
corresponde al arrepentimiento.
YA ESTA
CERCA...
Juan
anunciaba la cercanía del reinado de Dios: «Enmendaos, que está cerca el
reinado de Dios». Era ésta una vieja esperanza del pueblo de Israel, que
aguardaba que Dios restableciera la justicia en la sociedad israelita y en sus
instituciones y devolviera a su nación su antiguo esplendor.
Por eso las
gentes del pueblo responden a su anuncio masivamente y se preparan para la ya
próxima intervención de Dios confesando sus pecados y bautizándose. Este
bautismo era señal de que estaban dispuestos a enmendar su comportamiento, de
que estaban decididos a romper totalmente con la injusticia.
También se
acercaron al Jordán unos individuos que provocaron la ira de Juan: unos
saduceos y fariseos que pretendían bautizarse como los demás. Estos
pertenecían a dos partidos opuestos entre sí pero unidos por un hecho:
compartían el poder y, cada grupo a su manera, dominaban y explotaban al
pueblo. Y por la reacción de Juan ante su presencia, no parece que estuvieran
muy dispuestos a cambiar de actitud. Por eso Juan les plantea una clara
exigencia: «dad el fruto que corresponde al arrepentimiento». Les está pidiendo
simplemente que sean sinceros, que no intenten engañarle a él y a la gente,
que no pretendan burlarse de Dios. Ellos, responsables en gran parte del
desorden establecido, de la injusticia legalizada y de la explotación y
opresión de los pobres... ¡se atreven a presentarse aparentando que también
ellos vibran con la misma esperanza del pueblo que soporta sus injusticias!
No. Para prepararse a los acontecimientos que se acercan no basta con un gesto
exterior: es menester dar frutos que demuestren que de hecho
el arrepentimiento es sincero; es necesario abandonar la injusticia y adoptar
un nuevo modo de actuar.
... CERCA
TAMBIÉN PARA NOSOTROS
Jesús de
Nazaret sale constantemente a nuestro encuentro. Para nosotros la cercanía del
reinado de Dios es un hecho permanente. La celebración del Adviento y de la
Navidad no es un puro recuerdo histórico ni una simple celebración tradicional.
Es una invitación a prepararnos para que Jesús entre definitivamente en
nuestra vida y en nuestra historia.
Y tampoco a
nosotros nos basta con algunos gestos externos. Para que nuestro encuentro con
Jesús pueda realizarse es condición indispensable que ni practiquemos nosotros
la injusticia ni seamos cómplices de la injusticia del sistema.
¿Cómo nos estamos preparando?
II
vv.
1-2. Momento histórico indeterminado. Juan Bautista (ya conocido como tal
aunque no se ha mencionado su bautismo, se presenta en el desierto de Judea, es
decir, en la zona más allá del Jordán. Al añadir «de Judea», muestra Mt que la
ruptura con la sociedad (desierto) no saca de la tierra prometida (al contrario
Jn 1,28); su concepción teológica ve en la humanidad entera la plenitud de
Israel. La actividad de Juan es «proclamar» como un heraldo, es decir, dar una
noticia, cuyo contenido se expresa a continuación: «Enmendaos, que está cerca
el reinado de Dios». La cercanía del reinado es la noticia; la enmienda es
condición para que sea posible ese reinado. Consiste en el cambio de actitud
del hombre respecto a los demás, en la adopción de una conducta justa; el
momento del cambio se expresa con el término «arrepentimiento».
No ha de
confundirse éste con la «conversión» (gr. epistrophé,, término
teológico que designa la vuelta a Dios (el verbo hebr.sub, convertirse,
no se traduce en los LXX por metanoeó). En Mc y Mt la
conversión se expresará por la fe o adhesión a Jesús. Desde el momento en que
está presente en el mundo el «Dios entre nosotros» (1,23), es a él a quien
habrá que «volverse». Dado que Jesús no ha aparecido aún en la escena, el
precursor invita al cambio de vida, como hará Jesús mismo (4,17) antes de darse
a conocer. La enmienda o metanoja tiene su raíz en la
predicación profética. Su paradigma está expresado por Is 1,16-17: «Cesad de
obrar mal, aprended a obrar bien».
«El reinado
de Dios», que había sido la aspiración de Israel en toda su historia, era
objeto de viva expectación en la época. Se pensaba generalmente que se
realizaría por medio del Mesías, rey descendiente y sucesor de David, que
vencería a los paganos y restauraría la gloria de Israel como nación. Juan
Bautista, sin embargo, al exigir la enmienda como condición para el reinado,
muestra que éste no es fruto solamente de la intervención de Dios, sino que
requiere la colaboración del hombre. De hecho, se pensaba que el Mesías había
de purificar también a Israel, separando en su interior a justos y pecadores.
v.3. Mt
refiere un texto de Isaías a la predicación de Juan. La preparación de que
habla el profeta coincide con la enmienda que pedía Juan. La voz grita «desde
el desierto»: el lugar donde se sitúa el heraldo (en, es
también el lugar desde donde ejerce su actividad. «Clamar en
el desierto», en el sentido de hablar en vano, sin que nadie haga caso
carecería de sentido, puesto que la voz de Juan encuentra inmediato eco «fuera»
del desierto, en Jerusalén y Judea (3,5).
v. 4.
Basándose en el texto de Mal 3,23: «Yo os enviaré al profeta Elías antes que
llegue el día del Señor», la teología rabinica había desarrollado la creencia
de que Elías había de llegar como precursor del Mesías para purificar a Israel
y prepararlo para el reinado mesiánico (Mt 17, 10) Por su vestido y, en
particular, por la correa de cuelo a la' cintura, Juan se identifica con el
profeta Elías. El es quien va a preceder el Día del Señor, es decir,
la llegada del Mesías. Se asocia así la cercanía del reino con la proximidad
del Mesías.
El alimento
de Juan no era extraordinario. «Los saltamontes» se vendían también en los
mercados. Su dieta confirma, sin embargo, su ruptura. Juan utiliza el alimento
que tiene a mano, sin depender de la sociedad de la que se ha separado.
v. 5. La
respuesta a la proclamación de Juan es unánime; la capital y toda Palestina
acuden a su pregón («toda Judea» significa todo el país judío- cf Mc 1,5; Lc
1,5- Herodes el Grande, «rey de Judea»; acude también gente de la región
cercana al río. Se establecen ahí dos polos opuestos: Jerusalén, lugar de las
autoridades religioso-políticas y centro del culto oficial, y el desierto,
desde donde se hace oír la voz de Juan. La afluencia masiva a éste es un
plebiscito en su favor y en contra de la institución judía; expresa así el
pueblo su profundo descontento con esa institución y sus dirigentes.
v. 6.
El bautismo o inmersión en el agua era un rito común en la cultura judía.
Significaba la muerte a un pasado, que quedaba simbólicamente sepultado en el
agua. Se utilizaba en lo civil para indicar, por ejemplo, la emancipación de un
esclavo, y en religioso, para la conversión de un prosélito. En este caso significa
el cambio de vida- el pasado de injusticia queda sepultado. De ahí que el
bautismo vaya acompañado de un reconocimiento de «los pecados», es decir, de
las injusticias cometidas. Esta es la preparación para el reinado de Dios.
vv. 7-8. Los
fariseos eran modelo de hombres religiosos y se preciaban de su fidelidad a la
Ley, interpretada según la tradición rabínica. Por su ejemplaridad al menos
aparente, ejercían gran influjo sobre el pueblo; representaban el poder
espiritual. Los saduceos por su parte, constituían la clase dominante. A ellos
pertenecían los grandes terratenientes y las familias de la aristocracia
sacerdotal; representaban el poder económico, religioso y político. Se acerca a
Juan un buen número de ellos para recibir su bautismo, pero sin propósito de
reconocer la injusticia en que viven ni de rectificar su conducta. En vista de
la reacción del pueblo, el sistema opresor quiere de algún modo integrar la
figura de Juan y el movimiento que ha suscitado.
Juan no los
acepta, sino que los increpa de manera violenta. «Camada de víboras»
caracteriza a las dos categorías como agentes de muerte. Juan califica así al
poder político-religioso en su relación con los hombres. Lo mismo hará Jesús
con fariseos y letrados (12,34; 23,33). «Castigo» (lit. «ira»): en las lenguas
semíticas y en el griego bíblico es frecuente expresar realidades por los
sentimientos que las provocan o que ellos mismos provocan. Juan supone que Dios
como rey o, lo que es igual, el Mesías que llega, va a infligir un castigo; los
fariseos y saduceos pretenden evitarlo sometiéndose al rito externo, pero sin
cumplir la condición exigida, la enmienda, sin cambiar radicalmente su modo de
vida. Mt distingue, por tanto, entre la masa de la gente, que acepta el bautismo
de Juan y cumple la condición propuesta (3,5s), y los círculos influyentes, que
no tienen propósito de cumplirla. Pretenden expresar una ruptura con la
injusticia, pero sin corregir su conducta personal.
vv. 9-l0.
Creen que basta ser descendientes de Abrahán para ser salvados. Juan derriba
esa seguridad. No cuenta el linaje, sino las obras. La descendencia de Abrahán
puede provenir de fuera de Israel. Dios puede suscitarla incluso de lo que
aparentemente es incapaz de vida («estas piedras»). Alusión, en boca del
Bautista, a la futura entrada de los paganos en el reino de Dios (8,11). Juan
espera de la llegada del Mesías un juicio inminente y severo. El fruto bueno es
el fruto que corresponde a la enmienda (3,8). No bastan, pues, ritos externos
para acoger el reinado de Dios, se requiere un cambio de conducta. Quienes no
lo hagan, serán excluidos de él. La condena es la del árbol sin fruto, la
destrucción por el fuego. La separación que va a efectuar el Mesías no se
basará, por tanto, en la pureza de sangre ni en la práctica del culto (saduceos)
ni en la fidelidad a las prescripciones de la Ley (fariseos), sino en la
actitud hacia el hombre.
v. 11. Juan
compara su bautismo con el del que ha de llegar. Se declara precursor de uno
más fuerte que él mismo. El propósito de su bautismo es suscitar el cambio de
conducta (metanoja). El que llega trae un bautismo muy
superior al suyo: con Espíritu Santo y fuego.
«Santo»
aplicado al Espíritu significa, en primer lugar, su pertenencia a la esfera
divina; en segundo lugar, su actividad «santificadora» o «consagradora»; él es
quien “separa” al hombre transfiriéndolo a la esfera de Dios. Su comunicación
interior de vida divina transforma al hombre, lo mantiene en contacto con Dios
y le da la fidelidad a él. El propósito humano de cambiar de
conducta no adquiere verdadera solidez hasta que no esté confirmado por el
Espíritu. El bautismo del Mesías efectuará, un juicio: para los que se han
preparado con la enmienda, será purificación e infusión de Espíritu (fuerza de
vida y fecundidad), efecto del favor de Dios para los que no han cambiado de
conducta, será la destrucción expresada antes manifestación de la ira divina
(3,10). Juan reconoce que «no merece ni quitarle las, sandalias al que llega».
La imagen de quitar las sandalias está inspirada en una antigua usanza
matrimonial: cuando un hombre moría sin hijos, el pariente más próximo debía
casarse con la viuda para dar descendencia al difunto (Dt 25,5). En caso de que
no lo hiciera, otro podía tomar su puesto; el gesto simbólico que significaba
esta apropiación del derecho del primero se hacía quitándola una o las dos
sandalias Juan reconoce que el que viene es más fuerte que él y tiene derecho preferente.
Se anuncia el tema del Esposo, que supone el de la alianza. El que viene funda
una alianza nueva (cf. 26,28) donde él toma el puesto de Dios (el Esposo), por
ser «Dios entre nosotros» (1,23).
v. 12.
Repite Juan la idea del juicio con otra imagen: la del labrador que recoge su
cosecha. Su trigo, que será reunido, serán los que hayan producido el fruto de
la enmienda; el verbo «reunir» recuerda la reunión escatológica de las tribus
de Israel. La paja será quemada con fuego inextinguible, que asegura su
absoluta destrucción.
La figura del Mesías que
aparece en las palabras del Bautista correspondía a cierta expectación de
Israel. Juan manifiesta su hostilidad contra los fariseos y la clase dirigente
(saduceos). El movimiento iniciado por el Bautista es, por tanto de raíz
popular y espera que el Mesías haga justicia sin demora. A los dirigentes los
considera enemigos del reinado de Dios y absolutamente necesitados de un cambio
radical En la perspectiva del reino tiene que renunciar a su modo de proceder;
su conducta actual es incompatible con él Esta conducta es particularmente
perversa (carnada de víbora;). Sin la actuación del Mesías
como juez, anunciada por Juan, no corresponde a la actividad posterior de
Jesús.
III
La
primera lectura es uno de esos varios preciosos textos de Isaías, y de los
profetas bíblicos en general, que nos «describen» la «utopía» bíblica. Por
definición, la u-topía «no tiene lugar», no se la puede encontrar, todavía no
se ha concretado en ningún sitio, no existe... y en ese sentido tampoco se
puede describir cómo es. Pero si hablamos de la utopía -y si incluso soñamos
con ella- es porque sí tiene alguna forma de existencia. No existe
concretamente... «todavía». Como decía Ernst Bloch, no sólo existe lo que es,
sino lo-que-no-es-todavía (el “noch nicht Sein”). No es, pero puede ser, quiere
ser y, como podemos comprobar de tantas maneras, lucha por llegar a ser.
El
pensamiento utópico, es un componente esencial del judeocristianismo. No lo es
de otras religiones, incluidas las grandes religiones. No hay sólo un tipo de
religiosidad. Podemos encontrar varias corrientes en las religiones
(neolíticas, de los últimos cinco mil años). Unas experimentan lo sagrado sobre
todo en la conciencia (la interioridad, el pensamiento silencioso, la
experiencia de la iluminación, de la no dualidad... una especie de estado
modificaco de conciencia), otras lo experimentan en la naturaleza, en la
experiencia cósmica... (la experiencia de sintonía con la naturaleza, de unidad
e interdependencia con ella, de su sacralidad imponente, de la Pachamama... lo
que Mircea Elíade llama la «experiencia uránica» que todos los pueblos han
sentido al contemplar la belleza del cosmos). Las religiones abrahámicas, por
su parte, han experimentado lo sagrado en la historia, por medio de la fe, la
esperanza y el amor, a través del llamado de una Utopía de Amor-Justicia.
Ésta última
es, concretamente, el ADN de nuestra religión. Todo lo demás (doctrina, moral,
liturgia, institución eclesiástica...) añade, reviste, completa... pero la
esencia de la religiosidad abrahámica es esa fuerza de la experiencia
espiritual mediante el llamado de la Utopía del Amor-Justicia. Que, por ser
“amor-justicia”, obviamente, siempre estará de parte de los pobres, de los
“injusticiados”, en cualquier nivel o tipo de injusticia (económica, cultural,
racial, de género...).
Los
profetas, Isaías en el caso de la lectura de hoy, «describe» la Utopía, o
«cuenta el sueño» que le anima: un mundo amorizado, fraterno, sin injusticia,
sin injusticiados, en armonía incluso con la naturaleza... La Utopía fue
tomando en Israel el nombre de «reinado de Dios»: cuando Dios reina el mundo se
transforma, la injusticia deja lugar a la justicia, el pecado al perdón, el
odio al amor... las relaciones humanas descompuestas se recomponen en una red
de amor y solidaridad. El conocido estribillo del canto del salmo 71 (el de la
liturgia de este domingo) lo dice magistralmente: «Tu Reino es Vida, tu Reino
es Verdad, tu Reino es Justicia, tu Reino es Paz, tu Reino es Gracia, tu Reino
es Amor». Donde Dios está presente y «reina», es decir, donde se hacen las
cosas «como Dios manda», allí hay Vida, Verdad, Justicia, Paz, Gracia y Amor.
Por eso hay que clamar con el estribillo cantado de ese salmo: «Venga a
nosotros tu Reino, Señor». No hay sueño ni Utopía más grande, aunque esté tan
lejana.
El adviento
es, por antonomasia, el tiempo litúrgico de la esperanza. Y la esperanza es la
«virtud» (la virtud, la fuerza) de la Utopía, la fuerza que la Utopía provoca,
crea en nosotros para esperar contra toda esperanza. Adviento es por eso un
tiempo adecuado para reflexionar sobre esta dimensión utópica esencial del
cristianismo, y un tiempo para examinar si con el paso del tiempo nuestro
cristianismo tal vez olvidó su esencia, tal vez arrinconó tanto la utopía como
la esperanza.
El evangelio
de Mateo nos presenta a Juan Bautista pidiendo a sus coetáneos la conversión,
«porque el reinado de Dios [reinado “de los cielos” dirá Mateo, con el pudor
reverencial judío que evita «tomar el nombre de Dios en vano»] está cerca». En
aquellos tiempos de mentalidad precientífica y apocalíptica, la propensión a
imaginar futuras irrupciones del cielo o del infierno servía para mover a las
masas. Hoy, con una visión radicalmente distinta sobre la plausibilidad de
tales expectativas apocalípticas, la argumentación de Juan Bautista ya no
sirve, resulta increíble para la mayor parte de nuestros contemporáneos. No es
que hayamos de cambiar (que hayamos de convertirnos) «porque el reino de Dios
está cerca», sino exactamente al revés: el Reino de Dios puede estar cerca
porque (y en la medida en que) decidimos cambiar nosotros (convertirnos) y con
ello cambiamos este mundo... Ya no estamos en tiempos de apocalipsis (una
irrupción venida de fuera y de arriba), sino de praxis histórica de
transformación del mundo y de su historia (una transformación venida de abajo y
desde dentro). El reinado de Dios -la Utopía, para decirlo con un lenguaje más
amplio e interreligioso- no es ni puede ser objeto de «espera» (como ante algo
que sucederá al margen de nosotros), sino de «esperanza» (la desinencia «anza»
expresa ese matiz de actividad endógena). La esperanza es esa actitud que
consiste en «desear provocando», desear ardientemente una realidad todavía
«u-tópica», tratando de hacerla «tópica», presente en el «topos», en el lugar,
aquí y ahora, en la Tierra, no en el cielo futuro.
Insistimos:
otras religiosidades discurren por otro tipo de experiencia de lo sagrado -y
ello no es malo, es muy bueno, y es muestra de la pluriformidad de la
religiosidad-, pero la vivencia espiritual específicamente judeocristiana es
esta esperanza activa histórico-utópica comprometida. En este Adviento
podríamos hacer de esto una materia de reflexión y examen.
Por cierto,
la segunda lectura, de la carta a los romanos, coincide curiosamente con este
mismo enfoque esencial: «Todas las antiguas Escrituras se escribieron para
enseñanza nuestra, de modo que entre nuestra paciencia y el consuelo que dan
las Escrituras mantengamos la esperanza»... Mantener la «esperanza», mantener
esa tensión de compromiso histórico-utópico es el objetivo de las Escrituras
(por cierto, de todas las Escrituras, no sólo de la Biblia...). Es decir: las
Escrituras fueron escritas para eso. No para fines piadosos, para fines
estrictamente transcendentes o sobrenaturales... sino «para mantenernos en la
esperanza», por tanto, para comprometernos en la historia, para encontrar lo
divino en lo humano, el Futuro absoluto en el futuro histórico y contingente.
Cualquier utilización bíblica que nos encierre en la misma Bíblia, nos separe
de la vida o nos haga olvidar el compromiso histórico de construir
apasionadamente la Utopía en esta tierra, será un uso malversado -o incluso
perverso- de la Biblia.
Para la
revisión de vida
¿Soy persona
de utopía? ¿Vibro por ella? ¿Puedo decir que mi vida es un «vivir y luchar por
la causa (utopía) que Jesús nos comunicó? ¿He llegado a descubrir y vivir el
cristianismo como «militancia» histórica, como construcción de un mundo nuevo?
Juan
es la antítesis de la sociedad de su tiempo; es decir, no se amoldó cómodamente
a las maneras de ser y de pensar de sus contemporáneos. ¿Cómo me comporto yo en
el ambiente en que vivo? ¿Hay algo de anuncio-denuncia en mi manera de ser y de
transmitir el mensaje?
Para la
reunión de grupo
Recoger,
reunir los pasajes bíblicos más importantes que parecen describir el mundo de
la Utopía. Comentar tras su lectura.
Nos sirve
hoy la manera de argumentar de la predicación de Juan Bautista? ¿Por qué no?
Recordar el
canto del salmo 71 (de Juan Antonio Manzano), y su estribillo: «Tu Reino es
Vida, tu Reino es Verdad, tu Reino es Justicia, tu Reino es Paz, tu Reino es
Gracia, tu Reino es Amor. ¡Venga a nosotros tu Reino, Señor!». ¿Por qué ese
estribillo es una de las mejores síntesis del mensaje cristiano y de su Utopía?
Aprenderse ese estribillo como una definición muy práctica y asequible del
Reinado de Dios. Ponerlo como una hermosa pancarta en nuestra casa o en el
local comunitario.
Para la
oración de los fieles
Por nuestros
grupos y comunidades células de la Iglesia, para que fieles a la misión que nos
corresponde seamos capaces de anunciar valientemente el evangelio en todos los
lugares.
Por los que
trabajan por la paz, la justicia y la prosperidad: para que descubran en su
empeño el proyecto de Dios revelado en Jesús.
Por las
comunidades cristianas de todas las confesiones: para que nos preparaos a la
conmemoración de la venida de nuestro salvador con obras de amor, justicia y de
paz.
Por todos
nosotros para que este tiempo de adviento haga resonar en nuestros corazones
las palabras de Juan que nos preparen de verdad a celebrar la llegada de Jesús.
Oración
comunitaria
Dios
Padre que nos entregas todo tu amor; haz que nuestras palabras y obras muestren
siempre nuestra disposición al amor y la reconciliación; aleja de nosotros toda
actitud de discordia, egoísmo y violencia, y haz que el encuentro que hoy
celebramos nos fortalezca en la construcción de la Utopía del “otro mundo
posible” que tú nos propones ayudarte a crear. Nosotros te lo pedimos por Jesús
de Nazaret, hijo tuyo, hermano mayor nuestro. Amén.
Oh Fuerza
Misteriosa que animas este proceso bio-cósmico, en el que nos sentimos inmersos
sin comprenderlo ni terminar dejarnos transformar por él. Nos entregamos a Ti,
Misterio de atracción irresistible, que del caos has originado este cosmos, con
esa flecha meta-histórica que todo lo arrastra y lo lleva hacia adelante,
también en nuestra propia vida, como en todo lo existente... Haz que nos
sintamos cada vez más atraídos por Ti, Fuerza que todo lo atraes, y dejemos
pasar esa Fuerza a través nuestro, para que asumida y multiplicada, siga
transformando toda la realidad, esa Fuerza que eres Tú misma, que todo lo crea
y lo recrea. Amén.
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