LUZ DEL DOMINGO
SEXTO DOMINGO DE PASCUA
CICLO "A"
CICLO "A"
Primera lectura: Hechos
de los apóstoles 8, 5-8. 14-17
Salmo responsorial: Salmo 65
Segunda lectura: 1 Pedro 3, 15-18
Salmo responsorial: Salmo 65
Segunda lectura: 1 Pedro 3, 15-18
EVANGELIO: Juan 14, 15-21
“ 15Si me
amáis, cumpliréis los mandamientos míos; 16yo, a mi vez, le
rogaré al Padre y os dará otro valedor que esté siempre con vosotros, 17el
Espíritu de la verdad, el que el mundo no puede recibir porque no lo percibe ni
lo reconoce. Vosotros lo reconocéis, porque vive con vosotros y además estará
con vosotros.
18No os voy a dejar desamparados, volveré con vosotros. 19Dentro
de poco, el mundo dejará de verme; vosotros, en cambio, me veréis, porque de
la vida que yo tengo viviréis también vosotros. 20Aquel día
experimentaréis que yo estoy identificado con mi Padre, vosotros conmigo y yo
con vosotros.
21El que ha hecho suyos mis mandamientos y los cumple, ése es el que me ama;
y al que me ama mi Padre le demostrará su amor y yo también se lo demostraré
manifestándole mi persona.”
COMENTARIOS
I
¿UNA ÉTICA CRISTIANA?
¿Existe una ética cristiana?
¿Existen unas normas de comportamiento que se puedan considerar propiamente
cristianas?
¿qué es «lo propio» del
comportamiento cristiano?
«SI ME AMÁIS. . . »
Además de los buenos sentimientos que de forma
natural pueda tener una persona, en el origen del comportamiento cristiano hay
un hecho fundamental: la relación del creyente con Jesús de Nazaret. Una
relación que es, primero, de adhesión a su persona y a su proyecto de hombre y
de humanidad; y en segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, una relación
de amor que conduce a la plena identificación entre Jesús y el creyente.
Según esto, el comportamiento del creyente en
Jesús no se rige por unas normas impuestas o por unos principios aceptados sin
rechistar, ni de una ley que se le impone desde fuera, sino, muy al contrario,
su actuación nace del amor, sus normas de comportamiento se las da él mismo, le
salen de dentro como consecuencia de su identificación personal con Jesús: «El
que ha hecho suyos mis mandamientos y los cumple, ése es el
que me ama».
«... CUMPLIRÉIS LOS MANDAMIENTOS MÍOS»
Pero ¿cuáles son esos mandamientos?
En el capítulo anterior de su evangelio, Juan
nos deja el testimonio del único mandamiento que Jesús ha
dejado a los suyos, un mandamiento nuevo que, por serlo,
sustituye a los mandamientos viejos: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis
unos a otros; igual que yo os he amado, también vosotros amaos unos a otros.
En esto conocerán que sois discípulos míos: en que os tenéis amor entre
vosotros» (13,34). Jesús, que acababa de aceptar su muerte como culminación de
su entrega en favor de los hombres sus hermanos y que de esa manera llevaba su
amor hasta el extremo, se pone como ejemplo y medida del amor
entre sus discípulos. Y hace de ese amor el signo mediante el
cual se podrá reconocer en adelante a sus seguidores. Poner en práctica en cada
caso y en cada circunstancia este único mandamiento, en eso consisten los
mandamientos de Jesús.
En realidad, el mandamiento nuevo no es sino
el encargo de Jesús a sus seguidores para que continúen su misión. En efecto,
antes de hablar del mandamiento nuevo, Jesús, en el evangelio de Juan, había
hablado dos veces de la misión que él tenía que desarrollar diciendo que era
un mandamiento, un encargo de su Padre. La primera vez se
refiere a lo que tenía que hacer: «Por eso el Padre me demuestra su amor,
porque yo entrego mi vida y así la recobro. Nadie me la quita, yo la entrego
por decisión propia. Está en mi mano entregarla y está en mi mano recobrarla.
Este es el mandamiento que recibí de mi Padre» (Jn 10,17-18). Entregar la vida voluntariamente, éste
es el mandamiento que Jesús ha recibido de su Padre. La
segunda vez se refiere a lo que Jesús tiene que decir, al mensaje que tiene
que comunicar: «Porque yo no he propuesto lo que se me ha ocurrido, sino que el
Padre que me envió me dejó mandado él mismo lo que tenía que
decir y que proponer, y sé que su mandamiento significa vida
definitiva» (Jn 12, 49-50). El mandamiento del
Padre consiste en que comunique un mensaje que es al mismo tiempo una oferta de
vida, que si la aceptamos, nos hace hijos y nos compromete a trabajar para
convertir este mundo en un mundo de hermanos.
A la luz de estos mandamientos que
cumple Jesús debemos entender el mandamiento que él nos deja.
UN COMPORTAMIENTO CRISTIANO
La moral, la ética cristiana se distingue
porque nace de un amor hasta el extremo y tiene como meta practicar un
amor de la misma calidad. En todo tipo de relación interpersonal, ésta
es la característica que debe distinguir el comportamiento de los cristianos.
(De este modo, el matrimonio cristiano, siguiendo con el ejemplo, no se
distingue de un matrimonio no cristiano en su indisolubilidad, sino en que
marido y mujer se quieren tanto que están dispuestos a dar la vida el uno por
el otro y, en ese amor, sienten la presencia del amor sin límites del mismo
Jesús. Y en que ese amor no se encierra ni siquiera en los límites del matrimonio
mismo, ni en los de la familia, ni dentro de ningún otro límite, sino que se
extiende y se comunica a cuantos pueda alcanzar. De esa manera, la pareja se
convierte en una unidad de lucha en favor de un mundo de hermanos en el que
sea posible la felicidad de todos los seres humanos. La indisolubilidad vendrá
por añadidura.)
¿SEREMOS CAPACES?
Si quisiéramos hacer un esfuerzo de síntesis
de la ética cristiana podríamos proponer esta fórmula: Todo lo que se opone,
estorba o ignora cualquier tipo de amor es moralmente malo.
Todo lo que es amor es moralmente bueno; todo lo que
es amor hasta el extremo y, por tanto, compromiso de realizar el proyecto de un
mundo de hermanos, es específicamente cristiano.
Comportarse de esa manera es, sin duda, un
proyecto difícil. Pero Jesús no nos deja solos: antes de marcharse promete el
envío de alguien que nos sirva de apoyo: «Yo, a mi vez, le rogaré al Padre y os
dará otro valedor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad...»;
y anuncia su próxima vuelta («No os voy a dejar desamparados, volveré con
vosotros») a un mundo que lo ha rechazado, que no lo reconoce, pero en el que
ha quedado un grupo de personas que, mediante la práctica del amor, están
identificados con él y se han comprometido a hacer posible que en el mundo sea
verdaderamente posible el amor.
¿Seremos capaces?
II
15-17 «Si me amáis, cumpliréis los mandamientos míos; yo, por mi
parte, le rogaré al Padre y os dará otro valedor que esté siempre con vosotros,
el Espíritu de la verdad, el que el mundo no puede recibir porque no lo percibe
ni lo reconoce. Vosotros lo reconocéis, porque vive con vosotros y además
estará con vosotros».
Por primera vez menciona Jesús el amor de sus discípulos a él: la adhesión
a su persona y obra se convierte en un impulso de identificación con él.
Después de haber expuesto el mandamiento nuevo (13,34), habla
Jesús de “sus mandamientos”: El primero expresaba la actitud del
discípulo y creaba la solidaridad del amor. “Los mandamientos suyos”, cuyo
contenido nunca se explicita, son las exigencias de actuación que las
circunstancias presentan al amor de los discípulos. En “el mandamiento” habla
Dios en el interior del discípulo; en “los mandamientos” le habla desde la
realidad histórica.
Si Jesús conserva el término “mandamiento” para designar
esta realidad, es sólo para oponer su norma de vida a los mandamientos
de la Ley antigua, que quedan superados.
El amor de identificación con Jesús no absorbe al discípulo, sino que lo
abre a los demás. No hay verdadero amor a Jesús que no lleve al amor
de los otros.
Por la identificación con Jesús, los mandamientos pierden todo carácter de
imposición; son la exigencia del amor. Cumplirlos significa ser como Jesús, y a
esto lleva espontáneamente la fuerza interior del Espíritu. No se trata de la
obediencia de los discípulos a normas externas, sino de la expansión exterior
de la sintonía con Jesús.
Mientras estaba con ellos, Jesús les ha enseñado y los ha protegido.
El Espíritu será “otro valedor”, toma el puesto de Jesús. La comunidad lo
recibirá gracias a él.
El término “valedor”, que se aplica al Espíritu, significa el
que ayuda a la comunidad en cualquier circunstancia. Es el Espíritu de la
verdad, por ser él la verdad y comunicarla. El término “verdad”
significa también “fidelidad / lealtad" (cf. 4,24) y está en conexión con
el amor (1,14). El Espíritu de la verdad-amor da libertad al hombre, pues la
verdad hace libres (8,31s); él continuará el proceso de liberación.
El mundo, el orden injusto, el sistema de poder, profesa “la
mentira”, una ideología que propone como valor lo que es contrario al designio
creador, lo que merma la vida del ser humano. El sistema es la mentira
institucionalizada, que llega al homicidio, a la supresión de la vida (8,44).
No puede percibir el Espíritu de la verdad ni conocerlo, pues la estructura de
muerte es incompatible con el principio de vida.
Los discípulos tienen experiencia del Espíritu en Jesús; pero esta
experiencia será mayor en el futuro, cuando lo reciban ellos mismos y esté en
ellos como principio dinámico y vivificante.
18-20 «No os voy a dejar desamparados, volveré con vosotros. Dentro de
poco, el mundo dejará de verme; vosotros, en cambio, me veréis, porque de la
vida que yo tengo viviréis también vosotros. Aquel día experimentaréis que yo
estoy identificado con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros».
Jesús sigue preparando a sus discípulos para el momento de su ausencia; les
da todas las seguridades para que no estén intranquilos. No los dejará
huérfanos, indefensos.
Su ausencia no será definitiva; promete su vuelta dentro de poco. Después
de su muerte, no se manifestará al mundo, pero sí a ellos. Al participar de su
misma vida, que es su Espíritu, experimentarán su presencia.
“Aquel día” llegará cuando Jesús se haga presente, ya resucitado, a su
comunidad. El efecto de la comunicación de la vida-Espíritu será la experiencia
de identificación con Jesús y con el Padre. Comunión de vida entre Dios y los
hombres: se constituye así un núcleo de donde irradia el amor.
21 «El que ha hecho suyos mis mandamientos y los cumple, ése es el que
me ama; y al que me ama mi Padre le demostrará su amor y yo también se lo
demostraré manifestándole mi persona».
De su relación y la del Padre con la comunidad pasa Jesús a la que
establecen con cada miembro de ella. Su comunidad no es gregaria, ni su
Espíritu uniforma; cada uno es responsable de su modo de obrar.
El discípulo hace suyos los mandamientos de Jesús y los cumple. La
actividad en favor del hombre (mis mandamientos) es lo único
que da realidad al amor a él (cf. 14,15) y, por tanto, el único criterio para
verificar su existencia. El amor a Jesús consiste, por tanto, en vivir sus
mismos valores y comportarse como él. El amor verdadero no es solamente
interior, sino visible: un dinamismo de transformación y de acción.
La semejanza con Jesús, efecto de ese amor, provoca una respuesta de amor
de parte del Padre, que ve realizada en el hombre la imagen de su Hijo. La
respuesta de Jesús se traducirá en una manifestación personal suya. El Padre y
Jesús, que son uno, responden al unísono. El Padre considera hijo al que ama
como Jesús; Jesús lo ve como hermano. Jesús menciona solamente su propia
manifestación, porque él seguirá siendo el santuario donde Dios habita (2,21);
en él se revela el Padre (14,9).
III
La 1ª lectura, tomada del libro de los Hechos, nos presenta a Felipe
predicando a los samaritanos en su capital. Es una noticia inusitada si tenemos
en cuenta la enemistad tradicional entre judíos y samaritanos, tan presente en
los evangelios, en pasajes como la parábola del buen samaritano (Lc 10,29-37),
o la conversación de Jesús con la samaritana (Jn 4,1-42) o en otros pasajes más
breves (Mt 10,5; Lc 9,51-56; 17,16; Jn 8,48). Los judíos consideraban a los
samaritanos como herejes y extranjeros (Cfr. 2Re 17,24-41) pues, aunque
adoraban al único Dios y vivían de acuerdo con su ley, no querían rendir culto
en Jerusalén, ni aceptaban ninguna revelación ni otras normas que las
contenidas en el Pentateuco. Los samaritanos pagaban a los judíos con la misma
moneda pues los habían hostigado en los períodos de su poderío y habían llegado
a destruir su templo en el monte Garizim. Por todo esto nos parece sorprendente
encontrar a Felipe predicando entre ellos, en su propia capital, y con tanto
éxito como testimonia el pasaje que hemos leído, hasta concluir con un hermoso
final: que su ciudad, la de los samaritanos, "se llenó de alegría".
Esta obra evangelizadora
que rompe fronteras nacionales, que supera odios y rivalidades ancestrales,
provocando en cambio la unidad y la concordia de los creyentes, es obra del
Espíritu Santo, como comprueban los apóstoles Pedro y Juan, que con su
presencia en Samaria confirman la labor de Felipe. Se trata de una especie de
Pentecostés, de venida del Espíritu Santo sobre estos nuevos cristianos
procedentes de un grupo tan despreciado por los judíos. Para el Espíritu
divino, no hay barreras ni fronteras. Es Espíritu de unidad y de paz.
La 2ª
lectura sigue siendo, como en los domingos anteriores, un pasaje de la 1ª carta
de Pedro. Escuchamos una exhortación que con frecuencia se nos repite y
recuerda: que los cristianos debemos estar dispuestos a dar razón de nuestra esperanza
a todo el que nos la pida. ¿Por qué creemos, por qué esperamos, por qué nos
empeñamos en confiar en la bondad de Dios en medio de los sufrimientos de la
existencia, las injusticias y opresiones de la historia? Porque hemos
experimentado el amor del Padre, y porque Jesucristo ha padecido por nosotros y
por todos, para darnos la posibilidad de llegar a la plenitud de nuestra
existencia en Dios. Por esta misma razón el apóstol nos exhorta a mostrarnos
pacientes en los sufrimientos, contemplando al que es modelo perfecto para
nosotros, a Jesucristo, el justo, el inocente, que en medio del suplicio oraba
por sus verdugos y los perdonaba. La breve lectura termina con la mención del
Espíritu Santo por cuyo poder Jesucristo fue resucitado de entre los muertos.
A quince
días de que termine la cincuentena pascual, la Iglesia comienza a prepararnos
para la gran celebración que la concluirá: la de Pentecostés, la venida del
Espíritu Santo sobre los apóstoles. La manifestación pública de la Iglesia.
Podríamos decir que su inauguración. En la lectura del evangelio de san Juan,
tomada de los discursos de despedida de Jesús que encontramos en los capítulos
13 a 17 de su evangelio, el Señor promete a sus discípulos el envío de un
"Paráclito", un defensor o consolador, que no es otro que el Espíritu
mismo de Dios, su fuerza y su energía, Espíritu de verdad porque procede de
Dios que es la verdad en plenitud, no un concepto, ni una fórmula, sino el
mismo Ser Divino que ha dado la existencia a todo cuanto existe y que conduce
la historia humana a su plenitud.
Los grandes
personajes de la historia permanecen en el recuerdo agradecido de quienes les
sobreviven, tal vez en las consecuencias benéficas de sus obras a favor de la
humanidad. Cristo permanece en su Iglesia de una manera personal y efectiva:
por medio del Espíritu divino que envía sobre los apóstoles y que no deja de
alentar a los cristianos a lo largo de los siglos. Por eso puede decirles que
no los dejará solos, que volverá con ellos, que por el Espíritu establecerá una
comunión de amor entre el Padre, los fieles y El mismo.
El «mundo»
(en el lenguaje de Juan) no puede recibir el Espíritu divino. El mundo de la
injusticia, de la opresión contra los pobres, de la idolatría del dinero y del
poder, de las vanidades de las que tanto nos enorgullecemos a veces los
humanos. En ese mundo no puede tener parte Dios, porque Dios es amor,
solidaridad, justicia, paz y fraternidad. El Espíritu alienta en quienes se
comprometen con estos valores, esos son los discípulos de Jesús.
Esta
presencia del Señor resucitado en su comunidad ha de manifestarse en un
compromiso efectivo, en una alianza firme, en el cumplimiento de sus mandatos
por parte de los discípulos, única forma de hacer efectivo y real el amor que
se dice profesar al Señor. No es un regreso al legalismo judío, ni mucho menos.
En el evangelio de San Juan ya sabemos que los mandamientos de Jesús se reducen
a uno solo, el del amor: amor a Dios, amor entre los hermanos. Amor que se ha
de mostrar creativo, operativo, salvífico.
Para la
revisión de vida
Con
frecuencia entendemos el amor que nuestra fe nos pide como una cuestión de
sentimientos; pero, de ser así, ¿cómo entender el amor al enemigo, que nos pide
Jesús? El amor cristiano no es tanto un sentimiento del corazón como una
actitud de vida ante el prójimo, sea amigo o enemigo. ¿Cómo muestro yo mi amor
a Dios y al prójimo, con sentimentalismos o, como Él nos dice, cumpliendo su
voluntad?; ¿vivo mi fe como un «asunto del corazón» o como un asunto de mi vida
entera?; ¿recuerdo y vivo aquello de «obras son amores y no buenas razones»?
Para la
reunión de grupo
En el
evangelio de hoy Jesús nos promete la compañía del Espíritu en la comunidad. ÉL
nos llevará a la verdad completa, y gracias a Él no estaremos solos. Sin
embargo, en la historia de la Iglesia –y probablemente, en nuestra propia
infancia- nuestra formación cristiana dejó a un lado al Espíritu. Dios, sin más
especificación, era Dios Padre, y Cristo era el protagonista del proyecto del
Padre. El Espíritu con frecuencia brillaba por su ausencia. ¿A qué se debe este
olvido del Espíritu en nuestra historia cristiana? ¿Qué consecuencias ha podido
traer?
Por otra
parte, es verdad que decir de un grupo que es pentecostal, espiritual,
pentecostalista o espiritualista, carismático… son calificaciones con
frecuencia entendidas como negativas. ¿Por qué? ¿En qué peligros se basa este
temor?
El Espíritu
es la fuerza que nos capacita para cumplir la tarea que Dios nos asigna a
personas y comunidades; sin Espíritu, la religión se queda en magia; con
Espíritu se convierte en vida; ¿cómo celebra nuestra Iglesia los sacramentos:
como ritos mágicos, como celebraciones folclóricas? ¿En qué sentido?
Para la
oración de los fieles
Por la
Iglesia, para que siempre sea consciente de que su vida no está en sus normas e
instituciones sino en dejarse llegar por el Espíritu, y no se anuncie a sí
misma sino el Reino de Dios. Roguemos al Señor.
Por todos
los creyentes, para que sintamos siempre el gozo y la alegría de haber recibido
la Buena Noticia y sintamos también el impulso de anunciarla a los demás.
Roguemos al Señor.
Por todos
los que ya no esperan nada ni de Dios ni de los hombres, para que nuestro
testimonio les abra una puerta a la esperanza. Roguemos al Señor.
Por los
jóvenes, esperanza del mundo del mañana, para que se preparen a construir un
mundo mejor, más solidario, más justo y más fraterno. Roguemos al Señor.
Por todos
los pobres del mundo, para que los cristianos, con nuestra fraternidad
solidaria, seamos causa real de su esperanza en verse libres de sus
limitaciones. Roguemos al Señor.
Por todos
nosotros, para que formemos una verdadera comunidad en la que se alimente
nuestra fe y nuestra esperanza, de modo que podamos transmitir nuestro amor a
los demás. Roguemos al Señor.
Oración comunitaria
Dios,
Padre nuestro, que en Jesús de Nazaret, nuestro hermano, has hecho renacer
nuestra esperanza de un cielo nuevo y una tierra nueva; te pedimos que nos
hagas apasionados seguidores de su Causa, de modo que sepamos transmitir a
nuestros hermanos, con la palabra y con las obras, las razones de la esperanza
que sostiene nuestra lucha. Por Jesucristo.
Los comentarios que se
adjuntan se toman de diversos libros, editados por Ediciones El Almendro de
Córdoba, a saber:
- Jesús Peláez: La otra lectura de los Evangelios, I y II. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Rafael García Avilés: Llamados a ser libres. No la ley, sino el hombre. Ciclo A,B,C. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Juan Mateos y Fernando Camacho: Marcos. Texto y comentario. Ediciones El Almendro.
- Juan. Texto y comentario. Ediciones El Almendro. Más información sobre estos libros en www.elalmendro.org
- El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Ediciones Cristiandad, Madrid.
Acompaña siempre otro comentario tomado de la Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica: Diario bíblico
- Jesús Peláez: La otra lectura de los Evangelios, I y II. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Rafael García Avilés: Llamados a ser libres. No la ley, sino el hombre. Ciclo A,B,C. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Juan Mateos y Fernando Camacho: Marcos. Texto y comentario. Ediciones El Almendro.
- Juan. Texto y comentario. Ediciones El Almendro. Más información sobre estos libros en www.elalmendro.org
- El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Ediciones Cristiandad, Madrid.
Acompaña siempre otro comentario tomado de la Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica: Diario bíblico
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