viernes, 5 de octubre de 2012

María Zambrano, Martin Buber, Simone Weil, Filosofía y Mística.


Porciúncula. Filosofía y Mística
En el Cuarto Centenario de la Fundación del Monasterio de las Clarisas de Alhama de Granada
 
 Pronunciada el 4 de octubre de 2012, día de San Francisco. 
José Antonio Espejo Zamora
 Foto Alhama de Granada
 
          Quisiera comenzar agradeciendo a las hermanas clarisas la invitación que  me han hecho,  para hablar sobre este tema en su casa, que sin duda ha sido el eje central de esta casa durante 400, años.

            Mística: según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua significa:

1.-Parte de la teología que trata de la vida espiritual y contemplativa y del conocimiento y dirección de los espíritus.

            2.-Experiencia de lo divino.

            3.-Expresión literaria de esta experiencia.

Filosofía:

            1.-Ciencia que trata de la esencia, propiedades, causas y efectos de las cosas naturales.

 Ponente, Alhama de Granada

            Seguramente muchos filósofos no estarían de acuerdo con esta definición de filosofía. Nosotros, para esta conferencia, la daremos por buena; aunque sólo el término ciencia  nos llevaría a una discusión interminable, y este concepto aplicado a la filosofía nos arrojaría a un discurso aun mayor.

Filosofía y mística. La porciúncula, es el título de la charla; esto es, el hombre, ser de este mundo, sabe de  lo divino, lo sagrado, tiene experiencia de Dios en este mundo. La porciúncula. Espacio Sagrado, un hombre Francisco de Asís. Encuentro de Dios.

María Zambrano, nacida en Vélez Málaga, cuenta cómo siendo ella pequeña y viviendo en Segovia, su criada la Gregoria, dice ella, la llevó a las afueras de la ciudad, a la tumba de San Juan de la Cruz, y estando allí, Gregoria le dijo a María que San Juan de la Cruz era el Santo más grande de Castilla. Zambrano preguntó: ¿Qué es un Santo? Y Gregoria respondió: un santo es un hombre que está muy cerca de Dios y muy cerca de nosotros…Cuenta María que ella no sabía que era poeta, pero, dice que supo que lo era nada más llegar a su casa.
Foto Alhama de Granada
 
De esto trata la charla: del hombre, ser fronterizo, como dirá el filósofo Eugenio Trías, capaz de la experiencia de lo sagrado.
Podríamos preguntarnos si el ser humano es capaz de tener esta experiencia, este conocimiento de Dios y sería una cuestión legítima; sin embargo,  doy por cierta esta experiencia: que a lo largo de los siglos, los seres humanos han tenido experiencia. De igual manera, si hablamos de la libertad, doy por cierto que el ser humano  puede ser libre, que a lo largo de los siglos un hombre, al menos, ha realizado un acto libre. Es verdad, que hay condicionantes, autoengaños, dificultades; es verdad que hay personas que nunca han sido capaces de ser libres; como hay hombres que nunca han tenido la experiencia de Dios. Esto no invalida la posibilidad real, ni de la experiencia de Dios, ni de la experiencia de la libertad.

El psiquiatra Carl Rogers considera la obra del fundador de la tercera escuela de psiquiatría de Viena, Viktor Frankl, como una de las contribuciones más extraordinarias del pensamiento psicológico; este vienés en su obra: Logoterapia y análisis existencial, afirma: “De las realidades existenciales del hombre forman parte: la espiritualidad, la libertad y la responsabilidad del hombre. Estas tres realidades existenciales no caracterizan sólo la existencia humana como tal, como humana, sino que más bien la constituyen. En este sentido, la espiritualidad del hombre no es sólo un caracteristicum sino un constituens: lo espiritual no es algo que sólo caracteriza, igual que lo hacen lo corporal y lo psíquico que son también propios del animal, sino que lo espiritual es algo que distingue al hombre, que le corresponde sólo a él y ante todo, a él.

Naturalmente, un avión no deja de ser avión, aunque sólo se mueva en el suelo: ¡puede, es más, debe volver a moverse continuamente en el suelo! Pero el hecho de que es un avión lo demuestra sólo cuando se eleva por los aires. De forma análoga el hombre empieza a comportarse como hombre sólo si puede salir del plano de la facticidad psicofísico-organísmica”.[i]
 
 
Foto Alhama de Granada, Convento de San Diego
 
 
 
Estamos acostumbrados a que el psicólogo, el filósofo, poniéndose por encima del hombre y mirándolo con desconfianza y de reojo le diga: “¿Realmente cree usted que ha realizado un acto libre realmente piensa usted que ha tenido un encuentro con Dios? Ya veremos”. Pero hoy vamos a ponernos en la piel del hombre libre, de la persona que ha experimentado un encuentro con lo sagrado y esta persona mira a la filosofía,  a la psiquiatría y a la razón y le pregunta: “Oiga usted, señora, ¿es usted capaz de dar razón de mí o quizás la forma que usted tiene de entenderse a sí misma, los presupuestos de los que usted parte, le impide dar cuenta de lo que yo soy, de mis vivencias, de mis experiencias, de mi realidad, de mí mismo?”.

Debemos a cercarnos a un mundo inmenso de reflexión, de preguntas, con respuestas muy diversas, preguntas todas ellas necesarias y respuestas, aun siendo diversas y contrarias entre sí también fundamentales. Todos estos discursos filosóficos desde los más antiguos presocráticos hasta hoy, están en un continuo diálogo entre ellos. Baste recordar a Heidegger, que buscado la respuesta sobre el Ser, lanza su mirada a un pensador más lejano en el tiempo que Platón para cuestionar el recorrido filosófico hecho por occidente desde el discípulo de Sócrates hasta el día de hoy. Este mismo pensador dará un curso en 1921 sobre la mística medieval. El interés desde la filosofía por los descubrimientos de los místicos está presente en muchos de ellos; por esto, y teniendo en cuenta el ámbito donde nos encontramos, nos vamos a centrar en dos pensadoras que fueron y oraron en la Porciúncula: Simone Weill y María Zambrano.
 
 

Pero, antes de adentrarnos en la vivencia y propuestas filosóficas de estas dos mujeres, aclaremos qué se entiende por experiencia; pues, venimos desde hace tiempo, hablando de experiencia ¿Qué entendemos por ésta? Según García-Baró: una experiencia es, en primer lugar, un fragmento del tiempo vivo de una persona…,es el ahora que colma, que ocupa hasta llenarla, la vida de una persona…Porque es esencial en una experiencia (…) ser absorbido por lo que se está experimentando: olvidarse de sí mimo, no reflexionar sobre cómo se está viviendo. (…) En resumidas cuentas, ya tenemos que la experiencia viene a ser una explosión constante de novedad asumible y sintetizable en el paisaje de nuestra vida. (…) La mayor parte del tiempo, una metralla de banalidades que no nos interesan apenas, que no nos transportan hasta ellas haciéndolas olvidar a qué nos sabe nuestra propia persona medio perdida en este bombardeo insulso de pequeñas variaciones grises sobre el horizonte de lo de siempre. Las experiencias éticas, estéticas y religiosas están entre las pocas experiencias plenas de nuestra vida.
 
 
Foto Alhama de Granada
 
 
La experiencia matriz es la toma de conciencia de su propia realidad personal, de su  propio yo, de su individualidad, en su propia soledad.

La experiencia religiosa, dice Baró, se sigue de dar un nombre determinado al misterio que habita en nuestra existencia y por el que ella desborda de los límites del mundo. Podemos volvernos a esta profundidad o podemos intentar, con más o menos radicalidad… y violencia, girar nuestra vista para apartarla de ahí y absorberla nada más que en lo ajeno y extraño. Si decidimos volvernos atentos al centro desconocido de nuestra existencia personal, somos filósofos, somos metafísicos. Si una vez que los hemos orientado así, tenemos suficiente paciencia como para no intentar nunca resolver de un golpe el enigma de nuestra existencia, de modo que seamos capaces de permanecer abiertos a la cuestionabilidad inagotable de ella, entonces, reconociendo, más o menos explícitamente, que la presencia de lo Absoluto habita en el centro oculto de la existencia.[ii]

Volviéndo de nuevo a la psiquiatría, nos encontramos con el discípulo de Freud, Jung, que como tantos discípulos, superan en profundidad y en honradez a sus maestros. Éste no sólo va a analizar como muchos pensadores la experiencia numinosa; él mismo será objeto de esta realidad, de encuentro con Dios. Lo cual le llevará a afirmar “La experiencia religiosa es absoluta, no cabe discutir acerca de ella. Una persona puede decir tan solo que nunca tuvo una experiencia de esa índole, a lo cual replicará el opositor: lo lamento mucho  pero yo sí. Quien la ha vivido posee el inmenso tesoro de algo que le ha colmado de una fuente de vida, de significado de belleza”[iii].  Así, el que fuera decano de la facultad de filosofía de Madrid y subsecretario de la Instrucción Pública del Estado en el gobierno de la república, experto en Kant y él mismo convencido neokantiano; exiliado en París durante la Guerra Civil, tendrá esta misma experiencia; así el catedrático García Morente relata: “ Hace poco tiempo leí un pasaje de Santa Teresa en donde se describe algo parecido…Estando un día…en oración, vi cabe mí, o sentí, por mejor decir, que con los ojos del cuerpo ni del alma no vi nada, mas parecíame estaba junto cabe mí Cristo y veía ser él el que me hablaba, a mi parecer…lo veía claro y sentía. Tenga usted en cuenta, continua Morente, que la terminología de Santa Teresa carece de rigor psicológico; ello explica la aparente contradicción en su texto, cuando dice que no le veía y pocas líneas después que lo veía claro. Porque cuando dice que no le veía, quiere decir que no tenía sensación visual y cuando dice que lo veía claro y sentía, quiere decir que lo percibía e intuía sin sensaciones. El hecho aquí descrito por la Santa es, pues, justamente el que yo viví”.[iv]  Ante estas experiencias, el psiquiatra Jung afirma que el olvido de éstas o, lo que es aún peor, el subestimarlas, actuando como si fueran indiferentes, nos exponen a la locura. Los encuentros con lo sagrado son como llamas. Deben ser compartidos para mantener la lumbre viva, y que de lo contrario nos consumirán o nos apartarán. La vida religiosa implica una mayor atención, un estado de alerta frente a lo que sucede entre este Tú misterioso y yo.[v]

Efectivamente, en muchas ocasiones este tipo de experiencias místicas, de encuentro con lo sagrado, surgen en la relación establecida entre un Yo y un Tú.
Foto Alhama de Granada
 
            El pensador Martin Buber va a investigar y exponer desde el punto de vista filosófico, las posibilidades de relación propias del Yo con respecto al mundo, al Tú y al Tú Absoluto que sería Dios. A esta filosofía que ha tenido un gran desarrollo en el siglo XX se le denomina Dialógica. Hemos hablado de la experiencia de la soledad, de la experiencia del Yo, quizás hoy ésta es el tipo de meditación que se propaga por todos lados, la meditación Budista, la mal llamada transcendental, pues no transciende a ningún sitio; queda  uno centrado en sí mismo de manera constante no haciendo más que aumentar el propio aislamiento. Vivimos en una época donde aumentan los divorcios, donde la duda sobre el otro está presente en el altar el día de la boda. ¿Hasta cuándo seremos capaces de querernos? La familias apenas si tienen mas que un hijo, con lo cual la experiencia de las relaciones fraternas, comienzan a ser una incógnita para mucha gente. Buber en su antropología afirma que: Sólo el hombre que realiza en toda su vida y con su ser entero las relaciones que le son posibles puede ayudarnos de verdad en el conocimiento del hombre. A la filosofía se le plantea un reto con respecto a la vida, porque exige que el hombre  que quiera conocerse a sí mismo se sobreponga a la tensión de la soledad y a la llaga viva de su problemática para que entre, a pesar de todo, en una vida renovada con su mundo y se ponga a pensar a partir de esta nueva situación. Ante la experiencia de la soledad, tanto a nivel social como a nivel universal caben una respuesta falsa, el individualismo y el colectivismo, que serían las dos fases de esa misma respuesta. La experiencia de soledad personal es fácilmente comprensible; la experiencia de soledad universal hace referencia a lo que Zambrano expondrá con el concepto de exilio; ella, partiendo de su realidad histórica de exiliada tras la Guerra Civil, dará un salto dándole un sentido metafísico al término exilio, el hombre se siente, se intuye, exiliado frente a la totalidad, frente a Dios Santa Teresa lo dirá de forma más fácil:  en mi vida lo encontraba todo duro, difícil, dificultoso. Heidegger expondrá esto mismo, al afirmar que el hombre, el Dasein ha sido arrojado al mundo; esta experiencia, junto con su gran posibilidad, la muerte, es la gran generadora de la angustia en el ser humano, en términos heideggerianos en el ser-ahí. Salir de esa angustia  es el deseo de todos, descubrir el camino para superarla, tanto a ella como a sus causas, es el primer reto; el segundo es permanecer en el camino de superación, realizar el recorrido vital necesario que nos convierta en  seres humanos plenos, ya que el objetivo no es huir de la angustia y del esfuerzo, que ese sería el objetivo  burgués, sino el realizarte siendo hombre, pero sin renunciar a ninguna posibilidad; esto es, lo que la gente dice: “convertirte en un hombre de los pies a la cabeza. Siguiendo nuevamente a Buber, la persona se siente, a la vez, como hombre que ha sido expuesto por la naturaleza, como niño expósito, y como persona aislada en medio del alboroto del mundo humano. Ante esta situación surge el individualismo como solución errada. El hombre, en su soledad, reviste su individualismo, decorándolo como un ideal, aceptando su soledad, refugiándose en ella frente a un mundo y una vida social que no responde a sus esperanzas. El hombre idealiza su soledad (budismo). La segunda reacción errada será el colectivismo. Se produce en lo esencial, dirá Martin Buber, como consecuencia del fracaso del individualismo. La persona humana pretende sustraer su destino a la soledad, tratando de sumergirse por completo en uno de los modernos grupos compactos. Cuanto más compacto, más cerrado y más potente sea este grupo, en tanto mayor grado se sentirá libre de ambas formas de intemperie, la social y la cósmica. Ya no hay motivo alguno para la angustia vital, puesto que basta con acomodarse en la “voluntad general” y abandonar la responsabilidad propia ante la existencia, en manos de la responsabilidad colectiva…Y tampoco hay motivo para la angustia cósmica, porque la colectividad me ofrece un universo tecnificado, una naturaleza controlada por la técnica. La colectividad asume la seguridad total. El problema es que en la colectividad lo que se da es la masa; hombres junto a hombres. No se supera el aislamiento, lo único que sucede es que se sofoca. Es reprimiendo el afán de conocerse a sí mismo, y por tanto imposibilita el encuentro profundo entre los seres humanos; únicamente cuando el individuo reconozca al otro en toda su alteridad como se reconoce a sí mismo, como hombre, y marche desde este reconocimiento a penetrar en el otro, habrá quebrantado su soledad, en un encuentro riguroso y transformador. Es claro que un acontecimiento semejante, no puede producirse más que como un sacudimiento de la persona como persona.[vi]

            El desarrollo de la filosofía dialógica tiene en Martin Buber y en su obra Yo y Tú, un desarrollo inevitable; así, el catedrático de la UNED Diego Sánchez Meca, experto en la filosofía alemana del S. XIX-XX le dedicó un interesante estudio titulado: Martin Buber, publicado también por la editorial alemana Herder.  En él nos dice, que el desarrollo de la relación yo-tú, como encuentro dialógico que envuelve la realidad entera, y la manifiesta permitiendo al yo y al tú su acceso a ella, constituye el pensamiento maduro de Buber. Para este pensador, el conocimiento supone una actitud de apertura, de verdadera implicación, una toma de posición fundamental. El principio dialógico es, en la filosofía de Buber, al mismo tiempo fundamento, punto de partida y método, como lo fue el cogito en la filosofía de Descartes. No se conoce, dice Buber, al estilo de quien permaneciendo en la playa, contempla maravillado la furia espumante de las olas, sino que es menester echarse al agua, hay que nadar, alerta y con todas las fuerzas, y hasta habrá un momento en que nos parecerá estar a punto de un desvanecimiento. Pero sólo así, y no de otra manera puede surgir la visión de la verdad” Por tanto, desde el momento en que se pretende leer el mensaje buberiano desde una actitud orientadora, es preciso dudar seriamente de poder llegar hasta sus aspectos esenciales. En rigor, la realidad del principio dialógico no es comprensible sin haber participado en ella, sin entrar en la relación dialógica a la que se refiere.   Pues el diálogo no es otra cosa que esa participación misma: “El hombre vive en el espíritu cuando sabe responder. Y puede hacerlo cuando entra en la relación con todo su ser. Sólo en virtud de esa capacidad puede el hombre vivir la vida del espíritu”.

            Con los términos yo-ello el pensador alemán designa un modo de estar y relacionarse con el mundo, consigo mismo, con las otras personas, con Dios y con el resto de los entes como si fueran cosas, objetivables, medibles utilizables. Con los términos yo-tú, Buber designa ese modo de estar en el mundo, de ser, de relacionarse con lo otro, no como objetos y por tanto no utilizables; este tipo de relación me permite reconocer en el otro, a uno como yo, como un ser personal digno de respeto; pero no sólo con otra persona puede entrar en un nivel de relación, que para nosotros los cristianos, lo expresaríamos con el término Comunión: la Comunión me permite en el encuentro con el otro adentrarme yo en él, y el otro adentrarse en mí, de tal manera que, el otro no queda anulado por mí sino potenciado en todo lo que él es, y viceversa.  El otro, puede ser otra persona, o puede ser Dios mismo. Buber dice que él no expone una doctrina, sino que muestra un camino. Esto es real, si yo leo esto, si lo escucho, no por ello adquiero la verdad, no sé realmente que es ese encuentro con otro ser a ese nivel si no llego a ponerme en marcha y entrar en Comunión “Lo primero, nos dice el pensador alemán, es el descubrimiento de un ser en comunión con él, y tal descubrimiento es un acto eminentemente espiritual. Toda idea filosófica procede de semejante descubrimiento. Sólo aquel que asumiendo en el fondo último del propio dolor, sin prescindir de nada de él, se pone en comunión dentro de su espíritu con el dolor del mundo, será capaz de conocer lo esencial del dolor. Pero para que sea capaz de esto es menester una condición previa, a saber, que este hombre haya experimentado ya la hondura del dolor de otro ser realmente, es  decir, no con la compasión, que no penetra hasta el ser sino con un amor grande; entonces es cuando se le hace transparente el propio dolor en su fondo último, dentro del dolor del mundo. Sólo la participación en la existencia de los seres vivos descubre el sentido en el fondo del propio ser.[vii]
 
 

            La porciúncula, es el hogar de Francisco, después que él mismo haya realizado este camino dialógico, con Dios y con los hermanos franciscanos que se le incorporan. Pero no sólo en su tiempo, sino también a lo largo de los siglos esta capilla es símbolo del hombre verdadero, de la persona que ha llegado a ser un hombre de los pies a la cabeza. Que se ha desarrollado total y plenamente. Hay espacios sagrados, marcados, convertidos en focos que alumbran el camino para el que decide, como indicaba al principio, Viktor Frankl no quedarse pegado a la tierra, sino que está dispuesto a levantar el vuelo. A esta pequeña capilla han llegado, a lo largo de mil años, millones de personas, con la esperanza de encontrarse con el que nos hace ser. Como una más, llegó la pensadora francesa Simone Weil, y allí volvió a experimentar, por segunda vez lo que hemos venido denominando experiencia mística. Ella  lo narra en una carta: “ En 1937 pasé en Asís dos días maravillosos. Allí sola en la pequeña capilla románica del siglo XII de Santa Maria degli Angeli, incomparable maravilla de pureza, donde tan a menudo rezó san francisco, algo más fuerte que yo me obligo, por vez primera en mi vida, a ponerme de rodillas”. Después de relatar otras dos experiencias que tuvo, continua  diciendo: “ En mis razonamientos sobre la insolubilidad del problema de Dios no había previsto la posibilidad de un encuentro real, de persona a persona, aquí abajo, entre un ser humano y Dios…Por otra parte, en este súbito descenso de Cristo sobre mí, ni los sentidos ni la imaginación tuvieron parte alguna; sentí solamente a través del sufrimiento, la presencia de un amor análogo al que se lee en la sonrisa de un rostro amado”.[viii]  En su libro “Echar raíces”, obra encomendada por Charles de Gaulle, para reconstruir Francia tras la Segunda Guerra mundial, afirma que la obra de de San Juan de la Cruz es un tratado rigurosamente científico de cómo  el alma humana puede acceder a Dios.[ix] Francisco de Asís pasó en su vida personal todo el proceso vital necesario para un conocimiento real, vivo de Dios. Conocimiento vivo en el sentido de que no se trata sólo de un contacto intelectual, a veces frío, sin que intervengan los sentidos, sino que en el proceso vital que lleva al desarrollo de la inteligencia espiritual, intervine en ese proceso, en determinados momentos, la afectividad; en términos filosóficos, interviene la voluntad. 

           
Hoy después de 500 años de modernidad, y viviendo en una época de tránsito llamada postmodernidad, se redescubre la dimensión espiritual, como fundamental para el ser humano, como una dimensión que le es propia; así pues, nos encontramos que el concepto de razón de la modernidad no agota todas las dimensiones del hombre. La Razón moderna estaba reducida,  prácticamente, a las ciencias de la matemática y de la física, y por tanto todo aquello que saliera de este ámbito, de estos métodos, estaba fuera de la realidad; no existía, y si existía, era sólo como algo ilusorio. Juan Fernando Ortega en su libro: Introducción al pensamiento de María Zambrano y parafraseando la obra de esta dice:  La obra de Zambrano es un intento de superación del largo ciclo racionalista que, arrancando desde Parménides, parece encontrar en nuestros días su fin; aunque ante cada bloque racionalista, en su misma época hay una respuesta; así nos dice María en Un saber sobre el alma : Tomas Kempis responde a Tomas de Aquino, y yo añadiría al meister Eckhart; Epicteto a Aristóteles; Kierkegaard, desesperado, a Hegel. Es la desnudez del ser del hombre, su esencia irreductible, que clama (…); lo que en tales voces clama es la experiencia, el saber de la experiencia (…) un secreto atropellado, cuando menos olvidado, por el saber universal. Es la experiencia de algo que no ve consumado en la ciencia su celo, de que la ciencia no ha reparado en alguna cosa, tal vez porque no iba a saber verla, y la aparta a un lado porque no sabe qué hacer con ella. Y esto que la Ciencia no sabe reducir, son ciertos estados de la vida humana, ciertas situaciones por que el hombre pasa y ante las cuales la forma enunciativa de la ciencia  no tiene fuerza, ni valor. Porque sabe esta experiencia que las verdades pueden estar frente a nosotros, duras e invulnerables, estériles e impotentes a la vez”.[x]

 

            Es cierto el filósofo ha tenido que abrir los ojos ante una realidad más amplia y más profunda que la descubierta por toda la modernidad, y  por no alargar la conferencia, renuncio a analizar la relación de la modernidad con la Segunda Guerra Mundial, pero es muy interesante para este análisis la obra tanto de Hannah Arendt como la del Premio Príncipe de Asturias Zygmunt Bauman, en su libro Modernidad y Holocausto,[xi]. 

En nuestro país, han surgido tres importantes reflexiones, que han abierto caminos nuevos, con la idea de superar el racionalismo y poder abrazar la realidad, toda, si es que se puede. Estas tres nuevas vías de reflexión son:

 1.-La razón vital de Ortega.

            2.-La razón fronteriza de Eugenio Trías.

            3.-La razón poética de María Zambrano.

            María Zambrano propone un método llamado Razón-poética: <<la síntesis entre el logos poético y el logos filosófico, en principio inconciliable, se resuelve en la palabra, ahondando en sus raíces, en su germen obscuro en que aún filosofía y poesía son una misma cosa, porque toda contradicción se resuelve –dice Zambrano- ahondando, penetrando en el  subsuelo, donde las raíces se entrecruzan y confunden. A este fondo obscuro de donde brotan filosofía y poesía Zambrano lo llama “lo sagrado”. El místico desciende a esos ínferos y emerge de ellos gracias a la palabra. La palabra es el puente tendido de lo místico a lo racional. Por ello –dirá Ortega- “es curioso y (…) paradójico que en todos los lenguajes del mundo los clásicos del idioma, del verbo, hayan sido los místicos. (…) El primer momento del describir comprensivo de esa realidad es la palabra y su método la razón-poética>>[xii].

            Hemos hecho un largo recorrido, y ha quedado patente el interés de la filosofía por la mística. Éste podría ser aún más extenso y profundo; se podría hablar de las implicaciones neuronales en la experiencia religiosa, ya que el cuerpo participa de ese encuentro con Dios, de los momentos de oración, sin que las bases neuronales den cuenta totalmente de la vida del hombre; con respecto a este tema, neurología y filosofía En lo tocante a la ética, se puede leer el libro de la catedrática de ética Adela Cortina “Neuroética y neuropolítica, sugerencias para la educación moral” , publicado en Tecnos en el 2011. También podríamos haber hablado de las experiencias místicas del gran pensador Wittgenstein y su discípula y albacea testamentaria, la filósofa Anscombe. Podríamos concluir con el libro del profesor de filosofía Francesc Torralba, “La inteligencia espiritual”, donde, tras hacer un recorrido por los diversos tipos de inteligencias: la analítica, la emocional, y la inteligencia espiritual. Nos presenta a ésta última como una dimensión más dentro de la mente humana. Sin embargo, quisiera concluir con la fenomenóloga Edith Stein, que en su libro “Ser finito y eterno, ensayo de una ascensión al sentido del ser”, afirma: <<en mi ser yo me encuentro entonces con otro ser que no es el mío, sino que es el sostén y fundamento de mi ser que no posee en sí mismo ni sostén ni fundamento. Puedo llegar por dos vías a ese fundamento que encuentro dentro de mí mismo a fin de conocer al ser eterno”[xiii]. Según esta filósofa, hay dos caminos para acceder a Dios: uno el filosófico, como hemos visto, distintos pensadores provenientes, tanto de la filosofía como de la psiquiatría; y otro, el camino de la fe. Stein ha recorrido los dos caminos. Viniendo de la fenomenología, descubre en el Libro de la vida de Santa Teresa la verdad. Edith ingresó en un convento de clausura para hacer este recorrido, de encuentro con Dios y con las hermanas religiosas,  al nivel que  hemos visto en la obra de Martin Buber. El desarrollo de la madurez humana, del progreso en el proceso de individuación a estos niveles, requiere de un camino que ocupa toda la vida de una persona. Stain, tomando del Libro de las moradas de Santa Teresa, mostrará este recorrido.
 
 

            Concluyendo, en este marco conventual, espacio, con la misma luz que la Porciúncula, que durante 400 años numerosas mujeres han buscado, encontrado y seguido a Dios, convertido éste lugar en luz que ha acompañado en su desarrollo histórico a la ciudad de Alhama de Granada. Estas mujeres, al entrar en comunión con Dios y entre ellas, de forma indirecta le han dicho a los hombres: así se llega a ser un hombre de los pies a la cabeza. En mis años de investigación en el colegio notarial de Granada, en los protocolos notariales de Alhama me encontré, un acta de perdón. Un señor dice “yo perdono como padre al asesino de mi hijo, y no encuentro razón para ello, mas que porque soy cristiano, pues Creo en Dios y en su perdón”.

            Invitaron a Albert Camus a dar una conferencia a un monasterio francés,  llevaba ésta el título: “¿Qué esperan los no cristianos de los cristianos?” A lo que él respondió, como no cristiano, nosotros esperamos de vosotros que lo seáis, que seáis cristianos.

 

José Antonio Espejo Zamora

 

Alhama de Granada 4 de octubre de 2012

 

 

 














[i] FRANKL, VIKTOR, Logoterapia y análisis existencial, textos de cinco décadas, ed. Herder, 2003, pp. 77-78.


[ii] GARCÍA-BARÓ, MIGUELl, Experiencia religiosa y ciencias humanas, ed. ppc., 2001,  5-19.


[iii] JUNG, C.G., Psicología y religión, ed. Paidos Studio, 2001, p. 167.


[iv] GARCÍA MORENTE, MANUEL, ¡Te conocimos Señor!, ed. B.A.C., 1999, pp. 73-74.


[v] Editado por Polly Young-Eisendrath y Terence Dawson, Introducción a Jung, ed. Cambridge University Press, 1999, p. 415.


[vi] BUBER, MARTIN, ¿Qué es el hombre?, ed. Fondo de Cultura Económica, 1974, pp. 141-146.


[vii] BUBER, MARTIN, Op cit., pp. 130-131.


[viii] WEIL,SIMONE, ed. Trotta, 1996, pp. 40-42.


[ix] WEIL, SIMONE, Echar raíces, ed. Trotta, 1996, p. 204.


[x] ZAMBRANO, MARÍA, Sobre un saber sobre el alma, ed. alianza Editorial, 2000, pp. 81-85.


[xi] BAUMAN, ZYGMUT, Modernidad y Holocausto, ed. sequitur, 2006: “Auschwitz fue también una extensión rutinaria del moderno sistema de producción. En primer lugar de producir mercancías, la materia prima eran seres humanos y el producto final era la muerte: tantas unidades al día consignadas cuidadosamente en las tablas de producción del director. De las chimeneas, símbolo del sistema moderno de fábricas, salía humo acre producido por la cremación de la carne humana. La red de ferrocarriles, organizada con acierto, llevaba a las fábricas un nuevo tipo de materia prima. Lo hacía de la misma manera que con cualquier otro cargamento. En las cámaras de gas, las víctimas inhalaban el gas letal de las bolitas de ácido prúsico, producidas por la avanzada industria química alemana. Los ingenieros diseñaron los crematorios y los administradores, el sistema burocrático que funcionaba con tanto entusiasmo y tanta eficacia que era la envidia de muchas naciones. Incluso el plan general era u  reflejo del espíritu científico moderno que se torció. Lo que presenciamos no fue otra cosa que un colosal programa de ingeniería social”. P. 29.


[xii] MUÑOZ ORTEGA, JUAN FERNANDO, Introducción al pensamiento de María Zambrano, ed. Fondo de Cultura Económica, 1994, pp. 50-67.


[xiii] STEIN, EDITH, Ser finito y ser eterno, ensayo de una ascensión al sentido del Ser, ed. Fondo de Cultura Económica, 1996, pp. 75-76.

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