viernes, 9 de noviembre de 2012

La puerta de la fe.

PORTA FIDEI
 
Museos vaticanos
El Buen Pastor
 
 

Resumen de la Carta Apostólica de Benedicto XVI
 
           1.-“La puerta de la fe” (cf. He 14,27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Este empieza en el bautismo (cf. Rom 6,4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 4,8): el Padre, que en su plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor.

          2.-Desde el comienzo de mi ministerio como Sucesor de Pedro, he recordado la exigencia de redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo. “La Iglesia en su conjunto, y en ella sus pastores, como Cristo han de ponerse en camino para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud”.

          3.-No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta. Como la samaritana, también el hombre actual pude sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente. Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos. Creer en Jesucristo es el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación.
 
 
Iglesia Coimbra Portugal
 
          4.-A la luz de todo esto, he decidido convocar un Año de la fe. Comenzará el 11 de octubre de 2012, el cincuenta aniversario de la apertura del concilio Vaticano II, y terminará en la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013.  Pablo VI en 1967 convocó también un Año de la fe. Lo concibió como un momento solemne para que en toda la Iglesia se diese “auténtica y sincera profesión de la misma fe”; además quiso que esta fuera confirmada de manera “individual y colectiva, libre y consciente, interior y exterior, humilde y franca” Pensaba que de esa manera toda la Iglesia podría adquirir una “exacta conciencia de su fe, para reanimarla, para purificarla, para confirmarla y para confesarla”.

          5.-Siento más que nunca el deber de indicar el Concilio  Vaticano II como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el s. XX. Con él se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza. Es necesario leerlo de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la tradición de la Iglesia.

 Vaticano noche

          6.-La renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes. La Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación, y busca sin cesar la conversión y la renovación. La iglesia continúa su peregrinación “en medio de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios”, anunciando la cruz y la muerte del Señor hasta que vuelva. Se siente fortalecida con la fuerza del Señor resucitado para poder superar con paciencia y amor todos los sufrimientos y dificultades, tanto interiores como exteriores, revelar en el mundo el misterio de Cristo, aunque bajo sombras, sin embargo, con fidelidad hasta que al final se manifieste a plena luz”. Para Pablo el Amor de Dios Padre manifestado en la muerte y resurrección de Cristo lleva al hombre a una nueva vida. Gracias a la fe, esta vida nueva plasma toda la existencia humana en la novedad radical de la resurrección. En la medida de su disponibilidad libre, los pensamientos y los afectos, la mentalidad libre, los pensamientos y los afectos, la mentalidad y el comportamiento del hombre se purifican y transforman lentamente, en un proceso que no termina de cumplirse totalmente en esta vida. La fe que actúa por el amor, se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la vida del hombre.

          7.-“Caritas Christi urget nos”: es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar. Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo tiempo, es necesario un compromiso eclesial más convencido a favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe. La fe nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en efecto, abre  el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos. Como afirma san Agustín, los creyentes, los oyentes “se fortalecen creyendo”. La fe sólo crece y se fortalece creyendo; no hay otra posibilidad para poseer la certeza sobre la propia vida que abandonarse, en un in crescendo continuo, en las manos de un amor que se experimenta siempre como más grande porque tiene su origen en Dios.

          8.-Queremos celebrar este Año de manera digna y fecunda. Habrá que intensificar la reflexión sobre la fe para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa, sobre todo en un momento profundo cambio como el que la humanidad está viviendo.

          9.-Será también una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía, que es la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y también la fuente de donde mana toda su fuerza. A los cristianos el Credo les servía como oración cotidiana par no olvidar el compromiso asumido con el bautismo. San Agustín lo recuerda: “Recibisteis y recitasteis algo que debéis retener siempre en vuestra mente y corazón y repetir en vuestro lecho; algo sobre lo que tenéis que pensar cuando estáis en la calle y que o debéis olvidar ni cuando coméis, de forma que, incluso cuando dormís corporalmente, vigiléis con el corazón”.

          10.-Existe una unidad profunda entre el acto con el que se cree y los contenidos a los que prestamos nuestro asentimiento. El ejemplo de Lidia es muy elocuente. Cuenta san Lucas que Pablo, mientras se encontraba en Filipos, fue un sábado a anunciar el Evangelio a algunas mujeres; entre estas estaba Lidia y el “Señor le abrió el corazón para que aceptar lo que decía Pablo” (He 16,14). El sentido que encierra la expresión es importante. San Lucas enseña que el conocimiento de los contenidos que se han de creer no es suficiente si después el corazón, autentico sagrario de la persona, no está abierto por la gracia que permite tener ojos para mirar en profundidad y comprender que lo que se ha anunciado es la Palabra de Dios.

           La misma profesión de la fe es un acto personal y al mismo tiempo comunitario. El primer sujeto de la fe es la Iglesia. En la comunidad cristina cada uno recibe el bautismo, signo eficaz de la entrada en el pueblo de los creyentes. Muchas personas en nuestro contexto cultural, aún no reconociendo en ellos el don de la fe, buscan son siceridad el sentido último y la verdad definitiva de su existencia y del mundo. Esta búsqueda es un auténtico preámbulo de la e, porque lleva a las personas por el camino que conduce al misterio de Dios. La misma razón del hombre, en efecto, lleva inscrita la exigencia de lo que vale y permanece siempre. Esta exigencia constituye una invitación permanente, inscrita indeleblemente en el corazón humano, a ponerse en camino para encontrar a Aquel que no buscaríamos si no hubiera ya venido. La fe nos invita y nos abre totalmente a este encuentro.

           11.-Precisamente en este horizonte, el Año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemáticamente y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica; éste presenta el desarrollo de la fe basta abordar los grandes temas de la vida cotidiana. A través de sus páginas se descubre que todo lo que se presenta no es una teoría, sino el encuentro con una Persona que vive en la Iglesia. Sin la liturgia y los sacramentos, la profesión de fe no tendría eficacia, pues carecería de la gracia que sostiene el testimonio de los cristianos.
 
Iglesia, Coimbra, Portugal
 
 
          12.-El Catecismo de la Iglesia Católica podrá ser en este Año un verdadero instrumento de apoyo a la fe, especialmente para quienes se preocupan por la formación de los cristianos, tan importante en nuestro contexto cultural.

          13.-Durante este tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, “que inició y completa nuestra fe (Heb 12,2): en él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano. La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación, de su hacerse hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana para transformarla con el poder de su resurrección. En él, muerto y resucitado por nuestra salvación, se ilumina plenamente los ejemplos de la fe que han marcado los últimos dos mil años de nuestra historia de salvación.

          Por la fe, María acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la Madre de Dios en la obediencia de su entrega. En la visita a Isabel entonó su canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas que hace en quienes se encomiendan a Él. Con gozo y temblor dio a luz a su único hijo, manteniendo intacta su virginidad. Confiada en su esposo José, llevó a Jesús a Egipto para salvarlo de la persecución con él hasta el Calvario. Con fe, María saboreó los frutos de la resurrección de Jesús y, guardando todos los recuerdos en su corazón, los transmitió a los Doce, reunidos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo.

          Por la fe, los Apóstoles dejaron todo para seguir al Maestro. Vivieron en comunión de vida con Jesús, que los instruía. Por la fe, fueron por el mundo entero, siguiendo el mandato de llevar el Evangelio a toda criatura.

          Por la fe, los discípulos formaron la primera comunidad reunida en torno a la enseñanza de los Apóstoles, la oración y la celebración de la Eucaristía, poniendo en común todos sus bienes para atender las necesidades de los hermanos.

          Por la fe, hombres y mujeres han consagrado su vida a Cristo.

          Por la fe, muchos cristianos han promovido acciones a favor de la justicia, para hacer concreta la palabra del Señor, que ha venido a proclamar la liberación de los oprimidos y un año de gracia para todos.

          Por la fe, hombres y mujeres de toda edad, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida, han confesado a lo largo de los siglos la belleza de seguir al Señor Jesús allí donde se les llamaba a dar testimonio de su ser cristianos: en familia, profesión, la vida pública y el desempeño de los carismas y ministerios que se les confían.

          También nosotros vivimos por la fe: para el reconocimiento vivo del Señor Jesús, presente en nuestras vidas y en la historia.

          14.-El Año de la fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad. San Pablo nos recuerda: “Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero de ellas la mayor es la Caridad” (1Cor 13,13). Con palabras aún más fuertes –que siempre atañen a los cristianos-, el apóstol Santiago dice “De qué sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos de alimento diario y alguno de vosotros les dice: “id en paz, abrigaos y saciaos”, pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la fe: si no se tienen obras, está muerta por dentro. Pero alguno dirá: “Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe” (Sant. 2,14-18). La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y la caridad se necesitan mutuamente, de modo, que una permite a la otra seguir su camino. “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40): estas palabras suyas son una advertencia que no se ha de olvidar, y una invitación perenne a devolver ese amor con el que él cuida de nosotros. Sostenidos por la fe, miramos con esperanza a nuestro compromiso en el mundo, aguardando “unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia” (2Pe 3,13; Ap 21,1).

          15.-Llegados sus últimos días, el apóstol Pablo pidió al discípulo Timoteo que “buscara la fe” con la misma constancia de cuando era niño. Escuchemos esta invitación como dirigida a cada uno de nosotros para que nadie se vuelva perezoso en la fe.

          “Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada” (2tes 3,1.): que este Año de la fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la certeza par mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero. La vida de los cristianos conoce la experiencia de la alegría y el sufrimiento. Cuántos santos han experimentado la soledad. Cuantos creyentes son probados también en nuestros días por el silencio de Dios, mientras quisieran escuchar su voz consoladora. Las pruebas de la vida, a la vez que permiten comprender el misterio de la Cruz y participar de los sufrimientos de Cristo, son preludio de la alegría y la esperanza a la que conduce la fe: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte”. (2Cor 12,10). Nosotros creemos con firme certeza que el Señor Jesús ha vencido el mal y la muerte….

 
 

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