Comentario a las lecturas del domingo XXXII del tiempo ordinario:
-1ª Lectura: Libro de los Reyes 17,10-16.
-Salmo 145,7.8-9a. 9bc-10.
-Segunda lectura: Carta a los Hebreos 9, 24-28.
-Evangelio: San Marcos 12, 38-44.
Personajes:
-La viuda de Sarepta: “…no me queda pan cocido; sólo un puñado de harina en la orza y un poco de aceite en la alcuza. Estoy recogiendo palos, entraré y prepararé el pan para mí y mi hijo, lo comeremos y luego moriremos”.
-La viuda del evangelio: “ …esta viuda pobre (…) que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir”.
-Los escribas: “buscan asientos de honor… los primeros puestos… devoran los bienes de las viudas y aparentan hacer largas oraciones. Esos recibirán una condenación más rigurosa”.
-Dios: “hace justicia… da pan a los hambrientos…; abre los ojos al ciego”.
-Jesucristo: ve los actos de la viuda y la de los escribas y juzga. Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de todos…; para salvar a los que lo esperan.
Las dos viudas son conscientes de su situación; ambas están ante el abismo; la de Sarepta se resigna a la muerte, es más, está decidida a morir, ella y su hijo; siente que no tiene futuro; la del evangelio, en cambio, apuesta por el futuro, lo poco que tiene lo apuesta al futuro.
Los escribas, sienten la angustia de la vida, de la nada y del sinsentido, pero en lugar de deslizarse hacia la muerte como la de Sarepta, ellos generan la muerte: “devoraban los bienes de las viudas y aparentan hacer largas oraciones”; utilizan lo sagrado buscando el beneficio propio; estos saben calcular y buscan su beneficio, es más, a veces, destruyen la vida de los demás no porque ellos vayan a obtener un beneficio personal sino simplemente porque no soportan que otra persona sea feliz, o que otra persona se desarrolle plenamente y tenga una vida con sentido. A estos personajes los vemos en el teatro del mundo: en la política, en la universidad, en los ámbitos de trabajo; también en la iglesia, yo podría señalar a más de uno; estas personas no tienen escrúpulos, necesitan los primeros puestos, son inmorales pero todo lo revisten con una falsa bondad, apelan al bien de la empresa, de la sociedad o de la Iglesia; sin embargo, siempre van generando la destrucción en su entorno, en ese ámbito sólo soportan a otro igual a ellos; desprecian y condenan al ostracismo a aquellos que en la vida se conducen con criterios morales; en no pocas ocasiones la autoridad prefiere rodearse de inmorales, pues estos les ayudarán en sus estrategias no siempre claras. Ellos se creen listos, pues van ocupando los primeros puestos de la sociedad y de la iglesia, pero realmente, si uno presta atención, verá que no son mas que unos vende-coches, no hay en ellos nada; están en la angustia de la nada y esta situación hace que su interior se convierta en motor ambicioso que lo va devorando todo, tienen sed y hambre; nada los sacia, nada les da paz, y en el torbellino de la angustia se ven lanzados a repetir sistemáticamente los mismos actos destructivos hacia fuera; estos no son neutros: la destrucción que generan aniquila su propia interioridad y quedan imposibilitados para otro tipo de vida.
La viuda de Sarepta sabe que está en abismo, en la angustia de la nada; su vida no tiene sentido y fuera de ella no encuentra nada que la sustente: “una mujer viuda recogía por allí leña”; leña para hacer fuego, cocinar lo poco que le queda y morir. En esa situación irrumpe el profeta Elias y le GRITA que le traiga agua y pan; ella piensa que no tiene nada; ella no puede sostenerse en la vida, tampoco a su hijo, no tiene más futuro que la muerte; “él volvió a gritarle: tráeme, por favor, en tu mano, un trozo de pan”; Elías la está forzando a encontrar en ella su propio futuro, la eternidad, el sentido de su vida; una vida sin sentido es peor que no tener pan para comer, pues la angustia inunda toda el alma. Elías lanza a la de Sarepta a encontrar en lo más profundo de sí misma lo eterno, lo sagrado, la fuente que da sentido a la vida y que está relacionada con Dios; con la relación que dentro de uno mismo se establece con Dios y que nos revela que somos seres sagrados, aunque no ocupemos los primeros puestos, ni vistamos con elegancia, ni nos saluden por la calle; sois templos del Espíritu Santo, nos dirá San Pablo; “la orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará hasta el día en que el Señor conceda lluvias sobre la tierra”; esa relación en el interior de uno mismo (la orza) con Dios hace que uno experimente cómo el Señor hace justicia, da pan, liberta, abre los ojos, endereza a los que se doblan, ama a los justos, guarda a los peregrinos, trastorna el camino de los malvados…; aunque estos, como hemos visto, ya están en el trastorno.
En el evangelio nos encontramos con la vida de Sarepta, que ha atravesado el sinsentido en el que se encontraba, ahora, aún débil, se dirige hacia lo sagrado y apuesta por ello; en ese recorrido por el templo, al igual que Jesucristo, habrá visto a los escribas en los asientos de honor, entonces interiormente se sonríe, sabe que no son nada; que están o son ya ellos mismos la nada y la angustia; ella ya anda sobre las aguas al igual que Jesucristo; se encuentra entre el grupo que tiene esperanza, “La segunda vez, aparecerá… para salvar a los que lo esperan”.
El pensador coreano-alemán Byung-Chul Han nos dirá: “…la angustia aísla a las personas, es imposible compartirla. A base de miedo no se crea ninguna comunidad, ningún nosotros… no existe la revolución del miedo. Quien tiene miedo se somete al poder. Sólo en la esperanza de un mundo distinto y mejor despierta un potencial revolucionario… cuando no tenemos otra cosa a la que aferrarnos que el miedo, la vida se reduce a la supervivencia… La esperanza cristiana no nos lleva a una pasividad inactiva, sino que nos mueve a actuar, inspirando nuestra imaginación y despertando una capacidad inventiva para romper con lo antiguo y abrirnos a lo nuevo. La esperanza no nos evade del mundo, sino que nos hace anhelantes de futuro… la esperanza cristiana siempre tuvo efectos revolucionarios en la historia cultural de las sociedades que la albergaron…”
Este pensador, frente a Heidegger, apostará no por la muerte sino que acentuará y subrayará que el milagro es el nacimiento. Ya pero todavía no; ya pero todavía más; todo esto y muchísimo más.