miércoles, 31 de agosto de 2016

En busca de la nada Víctor Ayllón Huétor Tájar literatura filosofía

En busca de la nada



       Víctor Ayllón ha levantado la voz, no para hablar de fincas, casas, bancos..., sino de vidas humanas. Desde el primer relato, me ha recordado las narraciones cortas del premio Cervantes José Jiménez Lozano. Si en la obra de don José nos pasea por los pueblos de Castilla y William Faulkner por el ficticio condado de Yonapatawpha, Víctor lo hace por Huétor Tájar; sin embargo, la clave está, no en el lugar sino en tocar lo universal partiendo de lo local, de lo particular: “Allí estaba el hombre, al fin vencido. Como todos los que habían tratado de cambiar las cosas,... -Un poeta, un vencido no -respondió el hombre, don Antonio”.1

          Cualquier libro puede ser analizado desde distintos puntos de vista: literario, histórico, filosófico, etc...; permítame el autor de En busca de la nada una lectura filosófica de su obra pues aunque hice teología me especialicé en los modos griegos.

         La filosofía no sólo queda expuesta en pesados ensayos, sino que encuentra en la obra literaria un espacio abierto para el pensamiento creativo; baste recordar a Machado, Dostoievski o a los antes citados José Jiménez Lozano y William Faulkner.


          El pensamiento está presente constantemente en los actos humanos de forma consciente o inconsciente; si analizamos las acciones y circunstancias de cualquier persona, podríamos hacer su escala de valores, hasta su teoría ética, aquello que afirmó Jesucristo: “por sus frutos los conoceréis”; así mismo, para cualquier estudiante de filosofía con tan solo leer el título En busca de la nada, sabe que sin leer ni una sola página del citado libro podría pasarse toda su vida analizando una palabra del título: “nada”.

          Con estas reflexiones, pretendo simplemente rastrear algunos rasgos filosóficos presentes en el libro así como recomendar su lectura, aunque sólo sea como entretenimiento, aunque estos relatos te llevan más allá; te hacen sentir y pensar.

       
       Todo el libro parece un testimonio del hundimiento de la Modernidad. Casi todos los relatos terminan con el fracaso de los protagonistas. El título de la obra refleja su contenido; es un esfuerzo, el de los personajes, por vivir, por triunfar, por tener una vida con sentido; sin embargo, terminan en el fracaso: “...qué he podido hacer mal en la vida, en qué he fallado para que se haya ido al traste”.2 La nada está presente en cada personaje; a veces, como amenaza; otras, de forma latente, como acechando, como esperando su momento, como un viento huracanado y desértico capaz de arrasar todo lo vivido: “Unos ojos perdidos que miraban a la lejanía, a esa frontera entre el cielo y la tierra por donde vuelan los grajos negros y se dibujan atardeceres muertos en los que los hombres de campo se empeñan en buscar respuestas imposibles.”3

        La Modernidad como corriente de pensamiento tiene unos elementos que son sus claves:
1.-Progreso ilimitado (económico, político, social, científico, técnico).
2.-La razón ilustrada como fundamento del conocimiento y del progreso.

       Para muchos pensadores, la Modernidad ha fracasado; así, la escuela de Frankfurt pone el acento en que la idea de Razón, fundamento de la modernidad, se convirtió ella misma en un mito en su intento de desmitificar la realidad, las creencias. Se ha resaltado con mucha fuerza cómo la idea de Razón estaba ligada a la idea de dominio, conozco sólo lo que domino. No es de extrañar por tanto que los totalitarismos se hayan dado en la Europa de la modernidad. Así afirma el premio Príncipe de Asturias, Bauman:

                  “Las víctimas de Hitler y Stalin no fueron asesinadas para conquistar y colonizar el territorio que ocupaban. A menudo fueron asesinadas de una manera monótona y mecánica, sin emociones humanas, sin odio. Fueron asesinadas porque no se ajustaban, por una u otra razón, al esquema de la sociedad perfecta. (…) Fueron eliminadas para poder establecer un mundo objetivamente mejor, más eficiente, moral y hermoso: un mundo comunista o un mundo ario, racialmente puro. (…) Los dos casos más conocidos y extremos de genocidio no traicionaron el espíritu de la modernidad.”4

        Para otros pensadores, la modernidad sigue vigente, y por ello no deberíamos hablar de postmodernidad, sino de un momento débil de la propia modernidad, generado y previsto por ella misma, inscrito en su propio dinamismo.


         Víctor refleja muy bien en su obra el espíritu de la modernidad cuando hace decir a uno de sus personajes: “...La ciudad necesita seguir adelante, progresar, avanzar hacia nuevos tiempos. No podemos quedarnos atrás, estamos construyendo el futuro. Hay que olvidarse del pasado. Tenemos que estar por encima de cualquier particularismo”.5 En este párrafo aparecen casi todas las características de la modernidad: idea de progreso ilimitado, olvido del pasado, y la superación de lo particular en favor de lo común y general. Esta idea de superación de lo particular suena con toda su fuerza a Hegel; para el autor alemán lo individual no cuenta más que como un elemento alienado del Espíritu Absoluto, de la totalidad; para Hegel, en la historia, esa totalidad quedaría encarnada en el Estado y por ello no es de extrañar que tanto Hitler como Stalin irrumpiesen en la Europa Moderna. El individuo debe, según Hegel, someterse al Estado, o al Partido, o a cualquier institución capaz de encarnar a la Totalidad en la historia. Podríamos afirmar que el personaje de En busca de la nada, sería un personaje propio de siglos pasados.

        Cuando hablamos del fracaso de los personajes de En busca de la nada, quizás estamos refiriéndonos al fracaso de la modernidad en ellos, puesto que la vida es mucho más que el proyecto moderno. La vida abraza, también, el fracaso. Es más, la mayoría de la humanidad nunca fue moderna y tuvo vida. Wittgenstein, después de haber participado en la I Guerra Mundial, haber sido encarcelado, haber fracasado en las relaciones personales... y estando en su lecho de muerte, se giró a los que lo rodeaban para decirles: “yo he vivido”.

        La nada, el nihilismo, será visto por Nietzsche, como consecuencia de la acentuación de lo puramente intelectual, racional y el olvido de la voluntad; la pensadora María Zambrano, con claridad suprema, habla en estos términos de la angustia:
                  “Y con la virginidad del mundo, de las cosas, la razón al desconfiar y alejarse, se afirmaba a sí misma con una rigidez, con un 'absolutismo' nuevo, en verdad. La razón se afirmaba cerrándose y después, naturalmente ya no podía encontrar otra cosa que a sí misma.
                 De ahí la angustia.”6

         No quisiera extenderme más, aunque En busca de la nada da para mucho, pues aborda o deja caer el tema de las minorías, de la ecología; tendríamos que ocuparnos de las diversas concepciones de la historia, la de nuestro paisano Américo Castro y la de Sánchez Albornoz, con la que yo estoy más en sintonía. Y hablando de historia y recordando a Walter Benjamin, quisiera traer a este pequeño artículo el relato que me contó Manuel Gil, un feligrés de Dílar, alumno que fue de Ruiz Aznar, el discípulo de Falla, que a sus 85 años me contó cómo en 1943, estando él internado en el Asilo de San Rafael de Granada, pues es ciego, coincidió en el mismo espacio con dos niños de Huétor Tájar, Diego y Antonio; ambos habían entrado en el Asilo porque su padre estaba en la cárcel, por Republicano; me decía el organista de Dílar que los dos niños estaban continuamente cantando una canción del carnaval de Huétor:
“Por lo hondo Güetor
no se puede pasar
porque han puesto a Eusebio
de guardia municipal
y un poco más abajo
vive Ana B....
que tiene la cabeza
como un zaco de pimientos;
poquito más abajo
vive Caridad,
que todo lo que tiene
la pobre lo da.”

En busca de la nada, un buen libro.



1Jiménez Lozano, José, Antología de Cuentos, Ed. Cátedra, 2005, pp.: 152. 157.
2Ayllón, Víctor, En busca de la nada, Ed.Artifícios, 2016, p. 58.
3Íbidem, p.73.
4.Bauman Zygmunt, Modernidad y Holocausto, ed. sequitur, tercera edición, Madrid, 2006, p. 118.
5Ayllón, Víctor, En busca de la nada, Ed.Artifícios, 2016, p. 132.

6Zambrano, María, Filosofía y poesía, Ed. Fondo de Cultura Económica, 2013, p. 87.

sábado, 27 de agosto de 2016

Domingo, 28 de agosto de 2016 VIGESIMOSEGUNDO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C homilia

LUZ DEL DOMINGO
Domingo, 28 de agosto de 2016
VIGESIMOSEGUNDO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
CICLO C


Primera lectura: Eclesiástico 3, 17-18. 20. 28-29
Salmo responsorial: 
Salmo 67
Segunda lectura: 
Hebreos 12, 18-19. 22-24 a.
 EVANGELIO Lucas 14, 1. 7-14
 “14 1Un día de precepto fue a comer a casa de uno de los jefes fariseos, y ellos lo estaban acechando.
7Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso estas máximas:
8-Cuando alguien te convide a una boda, no te sientes en el primer puesto, que a lo mejor han convidado a otro de más categoría que tú; 9se acercará el que os invitó a ti y a él y te dirá: "Déjale el puesto a éste". Entonces, avergonzado, tendrás que ir bajando hasta el último puesto. 10Al revés, cuando te conviden, ve a sentarte en el último puesto, para que, cuando se acerque el que te convidó, te diga: "Amigo, sube más arriba". Así quedarás muy bien ante los demás comensales. 11Porque a todo el que se en cumbra, lo abajarán, y al que se abaja, lo encumbrarán.
12Y al que lo había invitado le dijo:
-Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes ni a vecinos ricos; no sea que te inviten ellos para corresponder y quedes pagado. 13Al revés, cuando des un banquete, invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos; 14y dichoso tú en tonces, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando re suciten los justos”.
 
COMENTARIOS
I
 EL PROTOCOLO CRISTIANO
Es humano el afán de ser, de situarse, de estar sobre los demás. Parece tan natural convivir con este deseo que lo con trario se etiqueta de 'idiotez'. Quien no aspira a más, quien no se sitúa por encima de los demás, quien no se sobrevalora, es tachado, a veces, de 'tonto'.
En nuestra sociedad hay un complejo sistema de normas de protocolo por las que cada uno se debe situar en ella según su valía. En los actos públicos, las autoridades civiles o reli giosas ocupan uno u otro lugar según escalafón, observando una rigurosa jerarquía en los puestos. Se está ya tan acostum brado a tales normas, que parece normal este comportamiento jerarquizado.
En este ambiente, el evangelio aparece trasnochado. «Cuando alguien te convide a una boda, no te sientes en el primer puesto, que a lo mejor han convidado a otro de más categoría que tú; se acercará el que os invitó a ti y a él y te dirá: 'Déjale el puesto a éste'. Entonces, avergonzado, tendrás que ir bajando hasta el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete derecho a sentarte en el último puesto, para que cuando venga el que te convidó te diga: 'Amigo, sube más arriba'. Así quedarás muy bien ante los demás comensales.» Lección magistral del evangelio, llena de sentido co mún, que no suele ponerse en práctica con frecuencia. No hay que darse postín; deben ser los demás quienes nos den la adecuada importancia; lo contrario puede traer malas consecuen cias. El cristiano no debe situarse nunca por propia voluntad en lugar preferente.
No sólo no darse importancia, sino actuar siempre desin teresadamente. «Cuando des una comida o una cena no invi tes a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; no sea que te inviten ellos para correspon der y quedes pagado. Cuando des un banquete invita a po bres, lisiados, cojos y ciegos; y dichoso tú entonces, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos» (Lc 14,12-14}. Este dicho de Jesús es una invitación a la ge nerosidad que no busca ser compensada, al desinterés, a cele brar la fiesta con quienes nadie celebra y con aquellos de los que no se puede esperar nada. El cristiano debe sentar a su mesa a los marginados de la sociedad, que no tienen, por lo común, lugar en la mesa de la vida: pobres, lisiados, cojos y ciegos. Quien así actúa sentirá la dicha verdadera de quien da sin esperar recibir.
Estos dos dichos de Jesús muestran las reglas de oro del protocolo cristiano: renunciar a darse importancia, invitar a quienes no pueden corresponder; dar la preferencia a los demás, sentar a la mesa de la vida a quienes hemos arrojado lejos de la sociedad.
Quien esto hace, merece una bienaventuranza que viene a sumarse al catálogo de las ocho del sermón del monte: «Di choso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resu citen los justos.»
II 
¿PRIVILEGIADOS? SOLO LOS PEQUEÑOS
El reino de Dios, esto es, aquel pedazo de humanidad que está organizado de la manera que Dios quiere, es simbolizado en los evangelios mediante la imagen de una fiesta, de un banquete. En ese banquete no hay puestos de privilegio, y si se pone un asiento más alto, ese puesto es siempre para el más pequeño.
 
LOS PRIMEROS PUESTOS
Un día de precepto fue a comer a casa de uno de los jefes fariseos, y ellos lo estaban acechando. Notando que los convidados escogían los prime ros puestos, les propuso estas máximas:
-Cuando alguien te convide a una boda, no te sientes en el primer puesto...
Para el mundo (= la sociedad humana mal organizada), los hombres no somos iguales, y este hecho debe quedar siempre claro. Por eso, en cualquier reunión de gente impor tante diligentes políticos, artistas famosos, gente de mun do...-, se plantea siempre un problema que en esos círculos se considera muy grave: distribuir los puestos en los que cada cual se debe situar. Cartelitos con los nombres y los títulos -señor, excelencia, eminencia, señoría...-, que es lo que más importa, se colocan en las mesas, en los asientos... para que se mantengan las distintas categorías y las jerarquías sean siempre respetadas.
Jesús, convidado a comer en casa de un fariseo, se dio cuenta de que los invitados, según iban llegando, se colocaban en los puertos más importantes. Seguro que, con una falsa sonrisa en los labios, aquellos piadosos fariseos se daban algún que otro codazo para conseguir arrebatarse unos a otros el mejor puesto.
Jesús sabe que no se trata de un incidente irrelevante, sino que revela algo más hondo, una cierta manera de entender la vida y las relaciones humanas: el querer darse importancia, el deseo de figurar por encima de los demás, determinaba el comportamiento de aquellas personas y ponía de manifiesto que para ellos la vida era una competición y que, por consi guiente, consideraban a todos los demás como adversarios y competidores.
LA HUMILDAD CRISTIANA
Para Jesús, la vida del nombre no es una competición, sino una maravillosa aventura, una tarea común: convertir este mundo en un mundo de hermanos. Y ese proyecto resul taba incompatible con la mentalidad que reflejaba el compor tamiento de los invitados a aquel banquete. No se puede tratar a un hermano como competidor; no se puede vivir como hermano de los que consideramos adversarios.
Por eso Jesús propone una actitud de verdadera humildad: renunciar al deseo de quedar por encima de todos, dejar de temer que el otro me arrebate ese primer puesto que ya no pretendo y considerar que, en lo que de verdad importa, todos somos iguales y que no hay razón para que nadie busque sobresalir entre los demás.
Pero cuidado: la humildad cristiana no consiste en el des precio de nosotros mismos ni en aceptar las injustas humillaciones a que nos intenten someter otros. Humildad no equi vale a sometimiento, de la misma manera que soberbia no equivale a libertad. La humildad cristiana, continuando con la imagen del banquete, quedaría representada en una mesa redonda, en la que no hay, y nadie pretende, lugares de pri vilegio, mesa alrededor de la cual se sientan los hermanos en un plano de igualdad, porque entre ellos no hay privilegios.
PERO PRIVILEGIADOS... SÍ QUE HAY
Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos; no sea que te inviten ellos para corresponder y quedes pagado. Al revés, cuando des un banquete, invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos, y dichoso tú entonces, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.
Bueno, sí que hay privilegiados. Como en todas las buenas familias, también hay privilegiados entre los hijos del Padre del cielo, los pequeños: «los pobres, lisiados, cojos y ciegos».
En una familia en la que todos se sienten solidarios, los privilegios se conceden al más pequeño, al más débil, al que no puede valerse por sí mismo. Entre los seguidores de Jesús, el amor se derrama con más generosidad en aquellos que más faltos están de él. Y estos privilegios tienen un objetivo muy concreto: compensar las desigualdades para que sea posible la igualdad.
Estos deben ser los privilegios dentro de la comunidad cristiana: los que saben menos, los que tienen menos títulos, los que tienen menos experiencia, y hasta los que andan esca sos de fuerzas para ser fieles a su compromiso.
Y a éstos se debe dirigir, de manera privilegiada, la aten ción de la Iglesia: a todos los que este mundo (esta sociedad tan mal organizada) ha dejado «pobres, lisiados, cojos y cie gos..», marginados, oprimidos, explotados, parados, mendi gos. . Y sin paternalismos. Ofreciéndoles una silla, igual a la de todos, e invitarlos a que se sienten a la mesa con los hermanos. Y así, alcanzar juntos una felicidad que jamás aca bará.
Y no olvidemos que «A todo el que se encumbra, lo abajarán, y al que se abaja, lo encumbrarán». 
III
LOS MARGINADOS SOCIALES CONVIDADOS AL REINO
Exactamente igual  que en capítulo anterior (13,18-21), Lucas presenta ahora dos parábolas. En una y otra, el pasaje condensa los rasgos esenciales de la enseñanza de Jesús sobre los contravalores del reino: allí, a base de las imágenes del grano de mostaza (hombre/campo) y de la levadura (mujer/casa); aquí, a base de consejos relativos al convidado («Cuando alguien te convide... Al contrario, cuando te conviden»: vv. 7-11) y al anfitrión («Cuando des una comida o una cena... Al contrario, cuando des un banquete», vv. 12-14).
Los valores de la sociedad humana (designada con la imagen de un banquete sabático) son puestos en evidencia por los «con vidados que escogían los primeros puestos» (14,7); los contrava lores de la comunidad de Jesús, en cambio, por el consejo que da él: «Al contrario, cuando te conviden, ve a sentarte en el último puesto» (14,10). Jesús invierte totalmente la escala de valores de la sociedad: «A todo el que se encumbra, lo abajarán, y al que se abaja, lo encumbrarán» (14,11). No pone en cuestión la imagen del banquete, sino las normas que lo rigen. Toda sociedad es clasista: «No te sientes en el primer puesto, que a lo mejor ha convidado a otro de más categoría que tú» (14,8). Jesús quiere constituir una sociedad de iguales a partir de una base que se promocione progresivamente: «Amigo, sube más arriba» (14,10).
Jesús completa ahora la descripción de los valores que privan en toda sociedad humana con las máximas relativas al anfitrión: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos» (l4, 12a). A estas cuatro categorías de amistad contrapondrá a continuación otras cuatro categorías de marginación: «Cuando des un banquete, invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos» (14,13). Los cuatro miembros del primer grupo (unidos por la conjunción copulativa «ni») están trabados por lazos de amistad, parentela, afinidad, riqueza: son las ataduras que sostienen toda sociedad clasista en detrimento de los demás; constituyen la mafia de todo poder instalado que se autoprotege: «no sea que te inviten ellos para corresponder y quedes pagado» (14, 12b) No tienen perspectivas de futuro, puesto que han quemado todas sus esperanzas en la mezquindad de la recompensa presente. Los miembros del segundo grupo (simplemente yuxtapuestos, sin coordinación alguna) no tienen otra atadura que los relacione si no es la misma marginación: son el rechazo de toda sociedad, pero pueden hacer felices y dichosos a los que «eligen ser pobres» (Mt 5,30), es decir, a los que renuncian voluntariamente a los valores que sirven para apuntalar la sociedad clasista: «y dichoso tú entonces, porque no pueden pagarte, pues se te pagará cuando resuciten los justos» (Lc 14,14). Estos no pagan con honores, regalos y recompensas... que pasan de mano en mano, sin más contenido que el papel de celofán, sino con su agradecimiento sincero y cálido, en el banquete, y constituyéndose en prenda de una futura recompensa.
IV
En nuestra sociedad hay un complejo sistema de normas de protocolo por las que cada uno se debe situar en ella según su valía. En los actos públicos, las autoridades civiles o religiosas ocupan uno u otro lugar según escalafón, observando una rigurosa jerarquía en los puestos. Se está ya tan acostumbrado a tales reglas, que parece normal este comportamiento jerarquizado.
Jesús acaba con este tipo de protocolo, invitando a la sensatez y al sentido común a sus seguidores. Es mejor, cuando se es invitado, no situarse en el primer puesto, sino en el último, hasta tanto venga el jefe de protocolo y coloque a cada uno en su lugar.
El consejo de Jesús debe convertirse en la práctica habitual del cristiano. El lugar del discípulo, del seguidor de Jesús es, por libre elección, el último puesto. Lección magistral del evangelio que no suele ponerse en práctica con frecuencia. No hay que darse postín; deben ser los demás quienes nos den la merecida importancia; lo contrario puede traer malas consecuencias. El cristiano no debe situarse nunca por propia voluntad en lugar preferente.
No sólo no darse importancia, sino actuar siempre desinteresadamente. Jesús denuncia la práctica de aquellos que invitan a quienes los invitan, del “do ut des”, del “te doy para que me des”, y anima a invitar a pobres, lisiados, cojos y ciegos, gente a la que nadie invita, cuando se da un banquete; quien actúe así será dichoso, porque no tendrá recompensa humana, sino divina “cuando resuciten los justos”. Las palabras de Jesús son una invitación a la generosidad que no busca ser compensada, al desinterés, a celebrar la fiesta con quienes nadie la celebra y con aquellos de los que no se puede esperar nada. El cristiano debe sentar a su mesa, o lo que es igual, compartir su vida con los marginados de la sociedad, que no tienen, por lo común, lugar en la mesa de la vida: pobres, lisiados, cojos y ciegos. Quien así actúa sentirá la dicha verdadera de quien da sin esperar recibir.
Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy muestran las reglas de oro del protocolo cristiano: renunciar a darse importancia, invitar a quienes no pueden corresponder; dar la preferencia a los demás, sentar a la mesa de la vida a quienes hemos arrojado lejos de la sociedad.
Quien esto hace, merece una bienaventuranza que viene a sumarse al catálogo de las ocho del sermón del monte: «Dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos».
Para Jesús adquiere el verdadero honor quien no se exalta a sí mismo sobre los demás, sino quien se abaja voluntariamente. Paradójicamente, se adquiere el verdadero honor no exaltándose a sí mismo sobre los demás, sino poniéndose el último a su servicio. La generosidad se debe compartir con los “pobres” que no pueden pagar con la misma moneda, porque no tienen nada. Honor y vergüenza adquieren en boca de Jesús un contenido diferente: el honor consiste en servir ocupando los últimos puestos y esto ya no es motivo de vergüenza sino señal verdadera de que se está ya dentro del grupo de los verdaderos seguidores de un Jesús que "no ha venido para ser servido, sino para servir y dar la vida por muchos”.
Las restantes lecturas de este domingo van en la misma línea del evangelio; en la primera, del libro del Eclesiástico, se dan consejos de sentido común: la conveniencia de proceder siempre con humildad, de hacerse pequeño en las grandezas humanas, de no darse demasiada importancia, tan en la línea del comportamiento y los consejos de Jesús que se ha hecho asequible, menos solemne, menos accesible y ya no se manifiesta, como Dios en el Antiguo Testamento, con señales de fuego, nubarrones, tormenta y estruendo, sino como mediador de la Nueva Alianza, como puente entre la comunidad y Dios. Para llegar a Dios, los cristianos tienen que pasar por Jesús, verdadero camino para el Padre y el único sendero que debe practicar la comunidad cristiana. Él se ha definido en el evangelio de Juan como camino, verdad y vida, o como camino que lleva a la verdad que es y conduce a la vida. Y la vida florece en plenitud cuando está impregnada de amor sin aspavientos ni deseos de protagonismo, cuando se sabe ocupar el único lugar de libre elección del cristiano: el último puesto, para que no haya últimos, para que, como Jesús se propuso, no haya quienes estén arriba y abajo. Maravillosa utopía que nos empuja para conseguir cuanto antes la única aspiración o meta que debe ponerse el cristiano: la de hacer un mundo de hermanos, igualados en el servicio mutuo.
 Para la revisión de vida
 ¿Qué maneras conscientes o inconscientes tiene mi corazón para llevarme a buscar "los primeros puestos"?
 Cuando invito, incluso cuando me doy a mí mismo, ¿lo hago pensando -consciente o inconscientemente- en la recompensa que me podrán devolver?
 En definitiva: ¿soy humilde y gratuito? ¿Tengo mi esperanza puesta en "la resurrección de los justos", como dice Jesús?
Para la reunión de grupo
Los dos temas que la Palabra de Dios ofrece hoy para la reunión de grupo podrían ser la humildad y la gratuidad.
La humildad: ¿Qué es realmente? Diferenciarla del apocamiento, del complejo de inferioridad, de la timidez, de la falta de autoestima... ¿Cómo conjugarla con la verdad, con la legítima aspiración a ser más, con la sana rebeldía?
La gratuidad: significa un salto cualitativo del ser humano sobre el egocentrismo inscrito en nuestros instintos animales. Y el evangelio lo potencia al máximo. El amor es verdadero sólo en la medida en que es gratuito. Toda "comercialización" o búsqueda de recompensa en el amor es su destrucción. ¿Cómo vivirla en un tiempo donde todo se compra y se vende, donde la rentabilidad es un valor central, y donde la beneficencia o la donación es considerada como negativa para el desarrollo...?
Para la oración de los fieles
Para que la vida interna de la Iglesia sea una muestra de la búsqueda del mayor servicio y no del mayor honor o poder, roguemos al Señor...
Para que la "jer”-“arquía" (poder sagrado) sea entendida en cristiano más bien como "iero”-“dulía" (servicio sagrado)...
Para que seamos capaces de poner nuestro corazón y nuestro tesoro en los verdaderos valores, los que resisten hasta la "resurrección de los justos", hasta la victoria de la Justicia...
Para que el evangelio desafíe en nosotros a la ideología neoliberal que todo lo compra y lo vende, sin dejar espacio a la gratuidad y el amor generoso...
Para que eduquemos nuestra mirada y nuestro corazón, de forma que seamos capaces de gozarnos en los valores gratuitos, allí donde otros pueden ver sólo pérdida de ocasiones de lucro...
Oración comunitaria
 Dios Padre y Madre, que por puro amor gratuito nos has creado y nos has regalado también gratuitamente la Vida. Danos un corazón grande para amar, fuerte para luchar y generoso para entregarnos a nosotros mismos como regalo a tu familia humana. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que entregó su vida generosamente por nosotros como el camino que hemos de seguir para llegar hasta ti, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Estos comentarios están tomados de diversos libros, editados por Ediciones El Almendro de Córdoba, a saber:- Jesús Peláez: La otra lectura de los Evangelios, I y II. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Rafael García Avilés: 
Llamados a ser libres. No la ley, sino el hombre. Ciclo A,B,C. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Juan Mateos y Fernando Camacho: 
Marcos. Texto y comentario. Ediciones El Almendro.
        - 
Juan. Texto y comentario. Ediciones El Almendro. Más información sobre estos libros en www.elalmendro.org
        - 
El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Ediciones Cristiandad, Madrid.
Acompaña siempre otro comentario tomado de la Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica: 
Diario bíblico


sábado, 20 de agosto de 2016

lecturas evangelio homilía Domingo, 21 de agosto de 2016 VIGESIMOPRIMER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C

LUZ DEL DOMINGO
Domingo, 21 de agosto de 2016

VIGESIMOPRIMER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
CICLO C



Primera lectura: Isaías 66, 18-21
Salmo responsorial: 
Salmo 116
Segunda lectura: 
Hebreos 12, 5-7. 11-13
EVANGELIO Lucas 13, 22-30
 22Camino de la ciudad de Jerusalén enseñaba en los pueblos y aldeas que iba atravesando. 23Uno le preguntó:
-Señor, ¿son pocos los que se salvan?
Jesús les dio esta respuesta:
24-Forcejead para abriros paso por la puerta estrecha, porque os digo que muchos van a intentar entrar y no po drán.25Una vez que el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, por mucho que llaméis a la puerta desde fuera diciendo: "Señor, ábrenos", él os replicará: "No sé quiénes sois". 26Entonces os pondréis a decirle: "Si hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas"; 27pero él os responderá: "No sé quiénes sois; ¡lejos de mí todos los que practicáis la injusticia! "28Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, mientras a vosotros os echan fuera. 29Y también de oriente y occidente, del norte y del sur, habrá quienes vengan a sentarse en el banquete del reino de Dios.
30Y así hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos.
 
COMENTARIOS
I
 LA PUERTA ESTRECHA
Muchos de los párrafos del evangelio aluden directamente a las circunstancias históricas que atravesaba el pueblo de Is rael, a quien Jesús dirigía su mensaje.
En cierta ocasión «uno le preguntó: -Señor, ¿son mu chos los que se salvan? Jesús les dio esta respuesta: -For cejead para abriros paso por la puerta estrecha, porque os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Una vez que el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, por mucho que golpeéis la puerta desde fuera gritando: 'Señor, ábrenos', él os replicará: 'No sé quiénes sois'. Entonces os pondréis a decirle: 'Si hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras calles'; pero él os responderá: 'No sé quiénes sois; ¡lejos de mí, so malvados! Allí será el llanto y el apretar de dientes, cuando veáis a Abrahán, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, mientras a vosotros os echan fuera. Y también de oriente y de occidente, del norte y del sur, habrá quienes vengan a sentarse en el banquete del reino de Dios. Mirad: Hay últimos que serán primeros y hay pri meros que serán últimos'» (Lc 13,22-30).
A la pregunta que le hacen a Jesús, éste no responde di ciendo el número de gente que se va a salvar, sino indicando cómo hay que actuar para formar parte de su comunidad, o lo que es igual, para entrar en el reino de Dios. Esto no es cosa fácil, en principio, pues hay que 'forcejear' para entrar por la puerta estrecha, o lo que es igual, hay que hacerse violencia para hacer propia la opción por Jesús y ponerla en práctica. No se trata ya de pertenecer a un pueblo o no; hay que adhe rirse al mensaje de Jesús y ponerlo en práctica. Mientras Jesús vive, el pueblo de Israel, en calidad de pueblo elegido, está a tiempo de optar por Jesús; después de su muerte, «cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta», habrá ter minado la etapa de privilegio del pueblo de Israel, y quienes perteneciendo a este pueblo lo hagan, lo harán a título indi vidual.
Tras la muerte y resurrección de Jesús, con la que se efec túa la reconciliación entre paganos y gentiles, cualquiera, de oriente y occidente, del norte y del sur, pertenezca o no al pueblo de Israel, podrá sentarse a la mesa en el banquete del reino de Dios, pues el reino, la comunidad cristiana, es una comunidad de puerta estrecha -a la que se entra forcejean do-, pero abierta para quien desee adherirse al mensaje de Jesús.
De ahí que haya primeros -los que desde siempre, per teneciendo al pueblo de Israel, gozaron de ser el 'pueblo ele gido'- que serán últimos -como los paganos- y últimos que serán primeros.
Con la muerte de Jesús se termina la etapa de los privi legios de unos pueblos sobre otros y Dios ofrece su salvación a todos por igual. Ya no bastará con pertenecer a un pueblo, a una raza, a una cultura para salvarse, sino que la entrada en el reino, puerta de salvación, se realizará por la opción per sonal y por la adhesión individual al mensaje vivido en la práctica de cada día.
 II
 DIFICÍL ESTÁ LA SALVACIÓN
¿Está realmente difícil? Si tenemos en cuenta que ser seguidor de Jesús y estar salvado son una misma cosa y si son cristianos todos los que lo dicen que lo son... no parece que sea demasiado difícil. ¿No estaremos engañados -y engañando- acerca de lo que es ser cristiano? 
¿SON POCOS LOS QUE SE SALVAN?
Camino de la ciudad de Jerusalén, enseñaba en los pueblos y aldeas que iba atravesando. Uno le preguntó:
-Señor, ¿son pocos los que se salvan?
Por culpa de equivocadas respuestas a esta pregunta, mu chos creyentes han vivido angustiados en los últimos dos mil años, y esa angustia les ha impedido gozar de la alegría de la salvación: el miedo al castigo eterno, la imagen de un Dios justiciero y vengativo, les ha impedido gozar de la dicha de saber que Dios es un Padre bueno que no es capaz más que de hacer el bien a sus hijos.
La salvación, como el reino de Dios, no es una realidad perteneciente a la otra vida, al más allá, y que, por consiguien te, sólo se puede alcanzar después de la muerte; la salvación del hombre consiste en participar de la vida de Dios, por lo que, desde el momento en que un individuo acepta la fe en Jesús y se incorpora a la comunidad cristiana, desde el momen to en que recibe el Espíritu de Dios y puede llamar a Dios «Padre», desde ese mismo momento puede decir que ya está salvado; así, Lucas, en la parábola del sembrador, hace coin cidir el momento de llegar la fe y el de alcanzar la salvación
-«Los de junto al camino son los que escuchan, pero luego llega el diablo y les quita el mensaje del corazón para que no crean y se salven» (8, 12)-, como en su segundo libro, los Hechos de los Apóstoles, en el que, refiriéndose a los nuevos miembros de la comunidad, dice: «El señor les iba agregando a los que día tras día se iban salvando»  y la carta a los Efesios se expresa así: «Estáis salvados por pura genero sidad» (Ef 2,5.8; véase también 1 Cor 1,18; 2 Cor 2,15, y en especial, Lc 19,9).
Por supuesto que salvación se refiere también a la vida después de la muerte; pero no es algo que tengamos que conseguir, puesto que ya lo tenemos; Dios ya nos lo ha dado, y El no se va a volver atrás; si nosotros no nos suicidamos, la vida que hemos recibido de nuestro Padre Dios nadie nos la va a quitar; poca cosa es la muerte de un cuerpo para conse guir acabar con la vida de Dios.
 UNA PUERTA ESTRECHA
Forcejead para abriros paso por la puerta estrecha, porque os digo que muchos van a intentar entrar y no podrán. Una vez que el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, por mucho que llaméis a la puerta... Entonces os pondréis a decirle: «Si hemos comido contigo... y tú has enseñado en nuestras plazas»; pero él os responderá: « ¡Lejos de mí todos los que prac ticáis la injusticia!»
El proyecto de Jesús, construir un mundo de hermanos, es una empresa capaz de entusiasmar a cualquiera; pero el entusiasmo, por sí solo, no basta; por otro lado, no hay ya ningún tipo de pase de favor; lo hubo en una etapa de la historia de la salvación, en la que el pueblo de Israel fue elegido para dar comienzo a la historia de la liberación de toda la humanidad. Durante esa etapa los israelitas, aunque esperaban que el Señor hiciera notar de manera más clara que ejercía su reinado (1s2,1-4; 24,23; 33,22; Sal 44,5.8), eran su propiedad particular entre todos los pueblos (Ex 19,5; Dt 29,12); sólo tenían que nacer para formar parte del pueblo de Dios; pero, declara Jesús, esa etapa era provisional y está ya terminada, y a partir de ahora lo que franqueará el paso por la estrecha puerta que da a la salvación será el esfuerzo, el compromiso personal -por esa puerta sólo se puede pasar de uno en uno con la apasionante pero dura y conflictiva tarea (véase comentario anterior) de convertir este mundo en un mundo de hermanos. La estrechez de la puerta no es un filtro para que sólo pasen algunos privilegiados, sino el símbo lo de las dificultades, que en las circunstancias presentes ten drá que superar cada uno de los que decidan dar la espalda al mundo este y esforzarse para que pueda nacer un mundo nuevo.
 SON POCOS, PERO PUEDEN SER TODOS
Y también de oriente y de occidente, del norte y del sur, habrá quienes vengan a sentarse en el banquete del reino de Dios. Y así hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos.
Esa puerta, aunque sea estrecha, no cerrará el paso a nadie que sinceramente quiera atravesarla; al contrario: la puerta de la salvación se abre ahora a los cuatro puntos cardinales, a toda la humanidad, y los israelitas podrán gozar de ella si, personalmente, deciden incorporarse también a esta tarea. Pero, a partir de ahora, en las mismas condiciones que cual quier otro: Dios ofrece su vida, su salvación, a todo el que quiera aceptarla, a todo el que esté dispuesto a esforzarse para conquistarla él y para toda la humanidad. Dios quiere ser Padre de todos los que estén dispuestos a luchar para que, cueste lo que cueste, todos podamos vivir como herma nos.
Reflexionemos un momento sobre nuestra situación pre sente: ¿es realmente estrecha la puerta de acceso a la comu nidad cristiana? ¿No somos cristianos simplemente porque nuestros padres lo son, porque nuestra sociedad, de nombre al menos, es mayoritariamente cristiana? ¿No será que esta mos desvirtuando la salvación que Dios nos ofrece? ¿No estaremos renunciando a esa salvación al retrasaría hasta des pués de la otra vida? ¿No estaremos reduciendo el ser hijos de Dios a un papel oficial, a la inscripción de nuestro nombre en un registro?
 III
 
UNOS CONVIDADOS INESPERADOS EN EL BANQUETE DEL REINO
El centro de la secuencia concluye con un colofón donde se insiste en la enseñanza continuada de Jesús: «Camino de Jerosó lima, enseñaba por las aldeas y pueblos que iba atravesando» (13,22). Cuando la enseñanza en la sinagoga le ha sido prohibida, sigue enseñando «por las plazas» de pueblos y aldeas (cf. v. 26). Nótese que, a diferencia de 9,51, Lucas no tiene ningún interés en subrayar el carácter sacral («Jerusalén») de la ciudad, ya que en el presente pasaje sólo le importa recordar la dirección en términos puramente geográficos («Camino de Jerosólima»).
El cuadro de la izquierda está introducido por una interpe lación: « ¿Señor, son pocos los que se salvan?» (13,23). ¿'Se salvará' sólo el resto de Israel? ¿Hará causa común Jesús con los que se han distanciado de las instituciones judías y se han refugiado en el desierto (un ejemplo conocido: la comunidad de Qumrán), a la espera de una intervención espectacular de Dios a favor de este resto de escogidos? Según la respuesta de Jesús, no hay israelitas privilegiados, ni siquiera el resto de Israel, que se ha constituido como núcleo del pueblo salvado por Dios: «Forcejead para abriros paso por la puerta estrecha, porque os digo que van a intentar entrar y no podrán» (13,24). Estos 'mu chos' se corresponden, ciertamente, con los 'pocos' de la pregun ta, pero el alcance de la respuesta es totalmente otro. La 'puerta estrecha' es la entrada en la comunidad que Jesús propugna. No entrará en ella ninguno de los que «practican la injusticia» (13,27), por mucho que hayan convivido con él y hayan escucha do su enseñanza. Se han acabado las prerrogativas nacionales, incluso las del pueblo de Dios («No sé quiénes sois, ni de dónde sois»: 13,25.27). Solamente entrarán los que hayan seguido su enseñanza, pertenezcan a Israel («cuando veáis a Abrahán, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios»: 13,28) o no («Y también de oriente y occidente, del norte y del sur, habrá quienes vendrán a sentarse en el banquete del reino de Dios»: 13,29). También nosotros, si no cambiamos de mentali dad y 'practicamos la justicia', nos podríamos encontrar 'fuera'.
 IV
 Jesús continúa su viaje a Jerusalén, pasando por pueblos y aldeas en los que enseñaba. En este contexto uno pregunta a Jesús: Señor, ¿son pocos aquellos que se salvarán? La pregunta como se ve, apunta al número: ¿Cuántos vamos a salvarnos, pocos o muchos? La respuesta de Jesús traslada la atención del "cuántos" al "cómo" nos salvamos.
Es la misma actitud que notamos a propósito de la parusía: los discípulos preguntan "cuándo" se producirá el retorno del Hijo del hombre y Jesús responde indicando "cómo" prepararse para ese retorno, qué hacer durante la espera (Mt 24,3-4). Esta forma de actuar de Jesús no es extraña ni poco cortés; es la forma de actuar de alguien que quiere educar a los discípulos y pasar del plano de la curiosidad al de la sabiduría, de las preguntas ociosas que apasionan a la gente, a los verdaderos problemas que sirven para el Reino. Entonces, en este evangelio Jesús aprovecha la oportunidad para instruir a los discípulos sobre los requisitos de la salvación. La cosa nos interesa naturalmente en sumo grado también a nosotros, discípulos de hoy que estamos frente al mismo problema.
Pues bien, ¿qué dice Jesús respecto del modo de salvarnos? Dos cosas: una negativa, otra positiva; primero, lo que no sirve y no basta, después lo que sí sirve para salvarse. No sirve, o en todo caso no basta para salvarse el hecho de pertenecer a determinado pueblo, a determinada raza o tradición, institución, aunque fuera el pueblo elegido del que proviene el Salvador: "Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas... No sé de dónde son ustedes". En el relato de Lucas, es evidente que los que hablan y reivindican privilegios son los judíos; en el relato de Mateo, el panorama se amplía: estamos ahora en un contexto de Iglesia; aquí oímos a cristianos que presentan el mismo tipo de pretensiones: "Profetizamos en tu nombre (o sea en el nombre de Jesús), hicimos milagros... pero la respuesta de Señor es la misma: ¡no los conozco, apártense de mí! (Mt 7,22-23). Por lo tanto, para salvarse no basta ni siquiera el simple hecho de haber conocido a Jesús y pertenecer a la Iglesia; hace falta otra cosa.
Justamente esta "otra cosa" es la que Jesús pretende revelar con las palabras sobre la "puerta estrecha". Estamos en la respuesta positiva, en lo que verdaderamente asegura la salvación. Lo que pone en el camino de la salvación no es un título de propiedad (no hay títulos de propiedad para un don como es la salvación), sino una decisión personal. Esto es más claro todavía en el texto de Mateo que contrapone dos caminos y dos puertas –una estrecha y otra ancha– que conducen respectivamente una al vida y una a la muerte: esta imagen de los dos caminos Jesús la toma de Deut 30,15ss y de los profetas (Jer 21,8); fue para los primeros cristianos, una especie de código moral. Hay dos caminos –leemos en la Didaché–, uno de la vida y otro de la muerte; la diferencia entre los dos caminos es grande. Al camino de la vida le corresponden el amor a Dios y al prójimo, el bendecir a quien maldice, perdonar a quien te ofende, ser sincero, pobre; en suma, los mandamientos de Dios y las bienaventuranzas de Jesús. Al camino de la muerte le corresponden, por el contrario, la violencia la hipocresía, la opresión del pobre, la mentira; en otras palabras lo opuesto, a los mandamientos y a las bienaventuranzas.
La enseñanza sobre el camino estrecho encuentra un desarrollo muy pertinente en la segunda lectura de hoy: "El Señor corrige al que ama...". El camino estrecho no es estrecho por algún motivo incomprensible o por un capricho de Dios que se divierte haciéndolo de esa manera, sino porque se ha puesto por medio el pecado, porque ha habido una rebelión, se salió por una puerta; el conflicto de la cruz es el medio predicado por Jesús e inaugurado por él mismo para remontar esa pendiente, revertir esa rebelión y "volver a entrar"
Pero, ¿por qué camino "ancho" y camino "estrecho"? ¿Acaso el camino del mal es siempre fácil y agradable de recorrer y el camino del bien siempre duro y cansador? Aquí es importante obrar con discernimiento para no caer en la misma tentación del autor del salmo 73. También a este creyente del primer testamento le había parecido que no hay sufrimiento para los impíos, que su cuerpo está siempre sano y satisfecho, que no se ven golpeados por los demás hombres, sino que están siempre tranquilos amasando riquezas, como si Dios tuviera, además, preferencia por ellos...; el salmista se escandalizó por esto, hasta el punto de sentirse tentado de abandonar su camino de inocencia para hacer como los demás. En este estado de agitación, entró en el templo y se puso a orar, y de repente vio con toda claridad: comprendió "cuál es su fin", o sea el fin de los impíos, empezó a albar a Dios y a darle gracias con alegría porque todavía estaba con él. La luz se hace orando y considerando las cosas desde el fin, o sea, desde su desenlace.
Volvamos al hilo del discurso; Jesús rompe el esquema y lleva el tema al plano personal y cualitativo no sólo es necesario pertenecer a una determinada "comunidad" ligada a una serie de prácticas religiosas que nos dan la garantía de la salvación. Lo importante es atravesar la puerta estrecha es decir el empeño serio y personal por la búsqueda del reino de Dios, esta es la única garantía que nos da la certeza que se está en el camino que nos conduce a la luz de la salvación. Jesús ha repetido muchas veces este concepto: "no todos los que me dicen Señor, Señor entraran en el Reino de los cielos, sino aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos".
Comer y beber el cuerpo y la sangre de Señor, escuchar su Palabra, multiplicar las oraciones... es importante pero no es suficiente para alcanzar la salvación, porque como afirma Dios por boca del profeta Isaías: "no puedo soportar falsedad y solemnidad" (1,13). Al rito se debe unir la vida, la religión debe impregnar toda la vida la oración debe orientarse a la práctica de la caridad, la liturgia debe abrirse a la justicia y al bien de otra manera como han dicho los profetas el culto es hipócrita y es incapaz de llevarnos a la salvación, y escucharemos las palabras de Jesús "aléjense de mí, operarios de iniquidad". El acento está en las obras, expresión de una vida coherente con la fe que profesamos.
La imagen que Jesús usa inicialmente es aquella de la "puerta estrecha", que representa muy bien el empeño que es necesario para alcanzar la meta de la salvación, el verbo griego usado por Lucas agonizesthe es traducido por "esforzarse". Indica una lucha, una especie de "agonía"; incluye fatiga y sufrimiento, que envuelve a toda la persona en el camino de fidelidad a Dios.
La vida Cristiana es una vida de lucha diaria por elevarse a un nivel espiritual superior; es erróneo cruzarse de brazos y relajarse después de haber hecho un compromiso personal con Cristo. No podemos quedarnos estancados en nuestra fidelidad al reino de Dios.
Creer es una actitud seria y radical y no se reduce a ciertos actos de devoción. Éstos pueden ser signos de una adhesión radical; finalmente al Reino de Dios son admitidos todos los justos de la tierra que han luchado, amado y se han esforzado por su fe con sinceridad de corazón; esto significa que el cristianismo se abre a todas las razas, a todas las culturas, a todas las expresiones sociales y personales sin ninguna restricción.
Para la revisión de vida
 "Al final, el que se salva sabe y el que no, no sabe nada", decía el adagio clásico. Las verdades eternas pueden requerir mucha relectura y actualización, pero en su sustancia siguen siendo verdaderas. ¿Cómo voy caminando hacia el más allá de esta vida? Auscultar en mi corazón la presencia de la salvación.
   ¿De qué sirve al ser humano ganar todo el mundo si al final se malogra a sí mismo?
Para la reunión de grupo
El tema de la "salvación eterna" fue en otros tiempos el tema clave de la vida cristiana. ¿Cómo está ese tema hoy entre nosotros: un tema extraño, obsesionante, frecuente, descuidado, mágico...? Pedir la ayuda de alguien experto.
¿Tenemos preguntas "curiosas" sobre la salvación, o son las nuestras una preguntas vivas y existenciales".
"El camino ordinario [por mayoritario] de salvación son las religiones no cristianas", decía Karl Rahner. Comentar y debatir.


Para la oración de los fieles
Para que el Señor nos dé una visión confiada y optimista en el triunfo de la salvación en el mundo, más allá de toda frontera religiosa o eclesiástica, roguemos al Señor.
Por todos los teólogos de las diferentes religiones, para que ayuden a las comunidades religiosas universales a dialogar y a acercarse, sabiendo que el "Dios de todos los nombres" nos amó primero y sin división...
Para que el ecumenismo se realice no sólo en las cúpulas teológicas o jerárquicas, sino en el "diálogo de vida" entre las comunidades religiosas...
Por todos los que encaran su vida pensando simplemente en este mundo anterior a la muerte personal, para que no dejen de escuchar la voz de Dios que les llama desde lo hondo de su corazón a vivir en plenitud de vida y de respeto a la vida...
Para que cada uno de nosotros recuerde que es más importante no malograrse a sí mismo, que conquistar todo el mundo...
Oración comunitaria
Oh Dios que quieres que todos los hombres y mujeres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad, inspíranos también el convencimiento de que tu Verdad es más amplia que la nuestra, y enséñanos tu paciencia pedagógica, para que nuestro testimonio de ti sea siempre amoroso, paciente, dialogante y dispuesto a la escucha y a aprender. Por J.N.S.
Estos comentarios están tomados de diversos libros, editados por Ediciones El Almendro de Córdoba, a saber:- Jesús Peláez: La otra lectura de los Evangelios, I y II. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Rafael García Avilés: 
Llamados a ser libres. No la ley, sino el hombre. Ciclo A,B,C. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Juan Mateos y Fernando Camacho: 
Marcos. Texto y comentario. Ediciones El Almendro.
        - 
Juan. Texto y comentario. Ediciones El Almendro. Más información sobre estos libros en www.elalmendro.org
        - 
El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Ediciones Cristiandad, Madrid.
Acompaña siempre otro comentario tomado de la Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica: 
Diario bíblico