martes, 28 de marzo de 2017

teatro Los Manolos Granada La Pasión

REPRESENTACIÓN DE LA PASIÓN

PARROQUIA DÍLAR

Compañía teatral: Los Manolos.



        El sábado 25 de marzo, la compañía teatral Los Manolos, representó la Pasión en la parroquia de Dílar.
Gracias a todos.








literatura Gójar Granada

Grupo literatura
Gójar


Próxima reunión: 23 de abril.
Libro: La metamorfosis de Kafka.
Lugar: Salón parroquial.

Algunos miembros del grupo de literatura, junto Víctor Ayllón , autor de: En busca de la nada.







cuadro Divina Pastora presentación

BENDICIÓN CUADRO DIVINA PASTORA



Pintora: Rosario Clavarana.











































sábado, 25 de marzo de 2017

domingo 26 de marzo de 2017 cuaresma el ciego de nacimiento evangelio Juan 9, 1-41

LUZ DEL DOMINGO
CUARTO DOMINGO DE CUARESMA
CICLO A



Primera lectura: 1 Samuel 16, 1b. 6-7. 10-13 a
Salmo responsorial: Salmo 22
Segunda lectura: Efesios 5, 8-14
EVANGELIO: Juan 9, 1-41
Al pasar vio Jesús un hombre ciego de nacimiento. Le preguntaron sus discípulos: -Maestro, ¿quién había pecado, él o sus padres, para que naciera ciego?3Contestó Jesús: -Ni había pecado él ni tampoco sus padres, pero así se manifestarán en él las obras de Dios. 4Mientras es de día, nosotros tenemos que trabajar realizando las obras del que me envió. Se acerca la noche, cuando nadie puede tra­bajar. 5Mientras esté en el mundo, soy luz del mundo .6Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, le untó su barro en los ojos 7y le dijo: -Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa "En­viado"). Fue, se lavó y volvió con vista. 8Los vecinos y los que antes solían verlo, porque era mendigo, preguntaban: -¿No es éste el que estaba sentado y mendigaba? 9Unos decían: -El mismo. Otros, en cambio: -No, pero se le parece.  Él afirmaba: -Soy yo. 10Le preguntaron entonces: -¿Cómo se te han abierto los ojos? 11Contestó él: -Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo: "Ve a Siloé y lávate". Fui en­tonces, y al lavarme empecé a ver. 12Le preguntaron: -¿Dónde está él? Respondió:  -No sé.  13Llevaron a los fariseos al que había sido ciego. 14El día en que Jesús hizo el barro y le abrió los ojos era día de precepto. 15Los fariseos, a su vez, le preguntaron también cómo había llegado a ver. Él les­ respondió:  -Me puso barro en los ojos, me lavé y veo. 16Algunos de los fariseos comentaban: -Ese hombre no viene de parte de Dios, porque no guarda el precepto. Otros, en cambio, decían: -¿Cómo puede un hombre, siendo pecador, realizar semejantes señales? Y estaban divididos. 17Le preguntaron otra vez al ciego:  -A ti te ha abierto los ojos, ¿qué piensas tú de él? Él respondió: -Es un profeta. 18Los dirigentes judíos­ no creyeron que aquél había sido ciego y había llegado a ver hasta que no llamaron a los padres del que había­ conseguido la vista 19y les preguntaron: -¿Es éste vuestro hijo, el que vosotros­ decís que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve? 20Respondieron sus padres. -Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego. 21Ahora bien, cómo es que ve ahora, no lo sabemos, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, ya es mayor de edad; él dará razón de sí mismo. 22Sus padre­s respondieron así por miedo a los diri­gentes judíos, por­que los dirigentes tenían ya convenido que fuera excluido de la sinagoga quien lo reconociese por Mesías. 23Por eso­ dijeron sus padres: "Ya es mayor de edad, preguntadle a él". 24Llamaron entonces por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron: -Reconócelo tú ante­ Dio­s. A nosotros­ nos consta que ese hombre es u­n pecador. 25Replicó entonces él: -Si es pecador o no, no lo sé; una cosa sé, que yo era ciego y ahora veo. 26Insistieron­: -¿Qué te hizo?­ ­¿Cómo te abrió los ojos? 27Les replicó: -Ya os lo he dicho y no me habéis hecho caso. ¿Para qué queréis oírlo otra vez? ¿Es que queréis haceros discípulos suyos también vosotros?28Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron: -Discípulo de ése lo serás tú, nosotros somos discípulos de Moisés. 29A nosotros nos consta que a Moisés le habló Dios; ése, en cambio, no sabemos de dónde procede. 30Les replicó el hombre: -Pues eso es lo raro, que vosotros no sepáis de dónde procede cuando me ha abierto los ojos. 31Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino que al que lo res­peta y realiza su designio a ése lo escucha. 32Jamás se ha oído decir que nadie haya abierto los ojos a uno que nació ciego; 33si éste no viniera de parte de Dios, no podría ha­cer nada. 34Le replicaron: -Empecatado naciste tú de arriba abajo, ¡y vas tú a darnos lecciones a nosotros! Y lo echaron fuera. 35Se enteró Jesús de que lo habían echado fuera, fue a buscarlo y le dijo: -¿Das tu adhesión al Hijo del hombre? 36Contestó él: -Y ¿quién es, Señor, para dársela? 37Le contestó Jesús: -Ya lo has visto; el que habla contigo, ése es. 38Él declaró: -Te doy mi adhesión, Señor. Y se postró ante él. 39Añadió Jesús: -Yo he venido a abrir un proceso contra el orden este; así, los que no ven, verán, y los que ven, quedarán ciegos. 40Se enteraron de esto aquellos fariseos que habían es­tado con él, y le preguntaron: -¿Es que también nosotros somos ciegos? 41Les contestó Jesús: -Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.”
COMENTARIOS
 I
«Al pasar vio Jesús un hombre, ciego de nacimiento». 
Hay en nuestro mundo muchos que nunca, desde que na­cieron, han podido experimentar lo que significa ser persona; muchos a los que jamás les ha sido permitido que conozcan su dignidad de seres humanos. Ellos - ciegos de nacimiento, que malviven al margen de la sociedad, mendigando, sentados al borde del camino- están representados por el personaje del ciego de nacimiento que protagoniza el relato del evangelio de este domingo.
Lo que nos cuenta este evangelio no es un milagro aislado de Jesús, sino una lección que él da a sus seguidores para ense­ñarles en qué consiste su actividad, la que ya está desarrollan­do Jesús y que habrán de continuar sus discípulos: «Mientras es de día, nosotros debemos trabajar realizando las obras del que me mandó». Esa tarea consiste en ofrecer al hombre la po­sibilidad de tomar conciencia de cuál es su auténtica condición y, por tanto, de saber cuáles son sus verdaderas posibilidades.
Toda la narración es simbólica, y así hay que interpretar los gestos que en ella se describen.

CONCIENCIACIÓN
Un hombre ciego de nacimiento, al borde del camino. Un marginado. Y la pregunta de los discípulos, que da por descon­tado que la ceguera es un castigo de Dios por los pecados de alguien: «Maestro, ¿quién había pecado, él o sus padres, para que naciera ciego?» Era la ideología dominante. Los males de la sociedad no se podían achacar directamente a Dios, pero se le atribuían indirectamente: alguien que había pecado indivi­dualmente había provocado contra sí mismo o contra sus des­cendientes la ira divina. Así no había que preocuparse dema­siado por los sufrimientos de los demás: siempre se debía a algún oscuro pecado. No, las cosas no son así. Aquel hombre debía su ceguera no a Dios, sino a una sociedad que, diciendo que hablaba en nombre de Dios, le había impedido conocer a Dios y conocer su proyecto sobre el hombre. 
«[Jesús] escupió en tierra, hizo barro con la saliva, le untó su barro en los ojos y le dijo:
Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa 'Enviado')».
 Hecha de su propio barro, Jesús pone en los ojos del ciego la imagen del hombre nuevo. Y lo manda a lavarse en la pis­cina del Enviado. Esto es, le ofrece un proyecto de hombre, el hombre que vive preocupándose, por amor, de la felicidad de los demás; ese proyecto es Jesús mismo -su saliva, su ba­rro-, que es la luz del mundo. Se lo pone en los ojos y lo invita a descubrirlo y a aceptarlo libremente. Sin adoctrinarlo, sino facilitándole una experiencia.
Y el que había sido ciego percibe la luz por primera vez y ve, se ve a sí mismo, se conoce: «Fue, se lavó, y volvió con vista. Los vecinos... preguntaban: ¿No es ése el que estaba sentado y mendigaba?... El afirmaba: Soy yo». Ya no va a dejar que la tiniebla le venza de nuevo, aunque la tiniebla lo va a intentar.
La tiniebla, que se había disfrazado de luz, no tardó en atacar.
Los fariseos, los ideólogos religiosos de aquel tiempo, los que se sentían responsables de conservar la fe y las tradicio­nes recibidas, empezaron a cavilar: ¿Cómo es posible que un hombre que no cumple las leyes religiosas actúe en nombre de Dios? ¿Cómo es posible que un hombre que hace barro en día de sábado (día en el que estaba expresamente prohibido hacer barro y cualquier otro trabajo) dé vista a los ciegos, tarea que los profetas habían anunciado que realizaría el Mesías?
El problema era la idea de Dios que tenían estos fariseos: un Dios que exige sometimiento y obediencia sin que le impor­ten la libertad y la felicidad del ser humano. A pesar de que los hechos de su propia historia de pueblo lo demostraban, no les cabía en la cabeza un Dios liberador del hombre.
Por eso atacan. Y el ataque es violento: primero intentan negar el hecho, a pesar de estar clarísimo: «Los dirigentes ju­díos no creyeron que aquél había sido ciego y había llegado a ver...»; después pretenden que aquel hombre afirme, también en contra de la evidencia de los hechos, que el que lo había cu­rado era un pecador y, por tanto, no actuaba en nombre de Dios: «Llamaron entonces por segunda vez al hombre que ha­bía sido ciego y le dijeron: Reconócelo tú ante Dios. A nos­otros nos consta que ese hombre es un pecador». Y como el hombre se resiste, lo excomulgan, lo declaran fuera del pueblo de Dios: «Empecatado naciste tú de arriba abajo... Y lo echa­ron fuera». Al no someterse, lo marginan.
Cuando el hombre aquel ha asumido su nueva realidad con firmeza, después de haber sido expulsado de su religión y ha­berse mantenido firme, Jesús sale a su encuentro y se da a co­nocer. Sólo entonces le propone que le dé su adhesión, que acepte su fe: «Se enteró Jesús de que lo habían echado fuera, fue a buscarlo, y le dijo: ¿Das tu adhesión al Hombre?» Fe que le exigiría ponerse, manos a la obra, a devolver la vista a todos los ciegos de nacimiento que encuentre en su camino. Y el que había sido ciego, ahora que ve claro, acepta: «Te doy mi adhesión, Señor».
Hoy se vuelve a repetir este conflicto dentro de las Igle­sias cristianas. También hoy resulta difícil a muchos aceptar que Dios, el Dios de Jesús, el Dios de los cristianos, es un Dios liberador. Y les resulta peligroso que se afirme que creer en Dios exige trabajar por la igualdad, la justicia y la liberación del pueblo. Y se vuelve a utilizar la coacción moral y la ame­naza de expulsión contra los que afirman que la ciencia de Dios tiene que ser ciencia de la liberación.
Bien. No se trata de juzgar a nadie. Pidamos al Dios de Jesús que nos abra definitivamente los ojos.
II
 vv. 1-12. Jesús explica su declaración anterior: Yo soy la luz del mundo (8,12), dando vista a un ciego de nacimiento. El ciego, que no conoce la luz (1,4), es figura de los que nunca han podido saber lo que puede y debe ser el hombre. En paralelo con los enfermos de la piscina (5,3), representa a un sector del pueblo oprimido.
Fuera del templo (1: Al pasar). Pregunta de los discípulos (2): en el judaísmo se pensaba que la desgracia era efecto del pecado, que Dios castigaba en proporción a la gravedad de la culpa; los defectos corpo­rales congénitos se atribuían a las faltas de los padres. Jesús rechaza esa concepción (3). Sentido simbólico de la ceguera (cf. 9,40s; Is 6,95): este hombre representa a los que desde siempre (ni él ni sus padres) han vi­vido sometidos a tal opresión, que nunca han siquiera vislumbrado lo que significa ser hombre ni, por tanto, lo han deseado. Son otros los culpables de su ceguera. No es un castigo ni Dios es indiferente ante el mal (se manifestarán en él las obras de Dios).
Los discípulos han de asociarse a la actividad de Jesús (tenemos que trabajar), librando al hombre de su impotencia y dándole capacidad de acción. Las situaciones de injusticia son una llamada a colaborar con la acción de Dios. Urgencia (4: mientras es de día): aprovechar la oportu­nidad. Luz del mundo (cf. 8,12): misión liberadora (Is 42,6ss; 49,6ss).
Jesús pasa a la acción (6). Va a ponerle ante los ojos el proyecto de Dios sobre el hombre. La decisión de obtener la vista quedará en sus manos. El barro alude a la creación del hombre (Gn 2,7; Job 10,9; Is 64,7); se pensaba que la saliva transmitía la propia fuerza o energía vi­tal; Jesús crea el hombre nuevo, compuesto de tierra/carne y sa­liva/Espíritu de Jesús; le untó su barro en los ojos, le pone ante los ojos su propia humanidad, la del Hombre-Dios, proyecto divino realizado; untar/ungir, en relación con Mesías (Ungido); lo invita a ser hombre acabado, ungido e hijo de Dios por el Espíritu.
Toca al ciego aceptar la luz y optar libremente por ella (7). Segunda piscina, ésta fuera de la ciudad (5,2: dentro de la ciudad), la del agua mansa (cf. Is 8,6s; cf. Jn 5,7: agitación del agua). El ciego ha alcanzado su integridad humana (volvió con vista); ha visto la luz, no a través de una enseñanza, sino gracias a su opción. Ha percibido lo que es el Hombre; la vista adquirida le permitirá distinguir los verdaderos valores de los falsos. Dar vista a los ciegos, símbolo de la liberación de la opresión (Is 29,18ss; 35,5.10; 42,6s).
Perplejidad en la gente (8). Era un mendigo: inmóvil (sentado), im­potente, dependiente de los demás. Jesús le ha dado la movilidad y la independencia. La duda sobre la identidad del ciego refleja la novedad que produce el Espíritu; siendo el mismo, es otro (9). Soy yo, palabras que usa Jesús para identificarse él mismo (4,25s; 6,20; 8,24.28.58): nueva identidad del hombre acabado por el Espíritu. Interés por el he­cho (10). Se repite el relato de la curación, mostrando su importancia (11); un hombre como él (cf. 9,1). Interés por la persona de Jesús (12): se ha suscitado una esperanza.
vv. 13-34.  Los fariseos, enemigos de Jesús (7,47; 8,13) (13). Para Jesús no cuentan los preceptos de la Ley (14). Interrogatorio (15): a los fari­seos no les interesa el hecho ni se alegran por él, quieren saber el cómo, para ver si ha habido infracción de la Ley. División de opiniones (16): un grupo toma como criterio de juicio la observancia de la Ley (no guarda el precepto); otro parte de los hechos y descubre en ellos el po­der de Dios (señales). Opinión del hombre (es un profeta) (17): no ha descubierto toda la realidad de Jesús, pero afirma que su actividad es de Dios (cf. 4,19).
Ahora los dirigentes, que incluyen a los fariseos (18). Ante el insolu­ble problema se refugian en la incredulidad. No quieren ver el hecho, que derriba los fundamentos de su sistema teológico. Doble pregunta a los padres (19): si su hijo nació ciego y, en caso afirmativo, cómo ha re­cobrado la vista; oculta esperanza de que el hecho sea falso. Los padres afirman el hecho que saben (20); los padres tienen miedo, el hijo no va a tenerlo (21); mayor de edad (21.23), capaz de hablar con libertad: la madurez dada por el Espíritu (cf. 6,10: “hombres adultos”). Presión de los dirigentes sobre el pueblo para evitar la adhesión a Jesús (22-23).
Ante la imposibilidad de negar el hecho, recurren a su autoridad doctrinal (24) y definen que la acción de Jesús es contraria a Dios(pe­cador). Quieren evitar el testimonio del hombre en favor de Jesús, que desprestigiaría a su institución. Intentan que reniegue de Jesús, pero él, con la nueva vida que experimenta, se niega a someterse. El hombre no se mete en cuestiones teológicas; opone el hecho a la teoría (25). Intran­quilidad de los dirigentes (26). Réplica (cf. Is 42,8: “Sordos, escuchad y oid”). Pregunta irónica (¿queréis haceros discípulos suyos?).
La violenta reacción (28) muestra que la pregunta ha tocado en lo vivo. Están intentando rechazar la evidencia. Se refugian en el pasado (Moisés); optan por la Ley sin amor y en contra del amor fiel (1,17). No quieren leer directamente la realidad, donde se manifiesta el amor de Dios; la miran a través de una ideología rígida que la deforma. Quieren denigrar la persona de Jesús (no sabemos de dónde procede) (29). Los que exaltan la liberación antigua (Moisés) se oponen a la nueva. El hombre ridiculiza el argumento de los dirigentes (30-33). Su dicho es irrebatible; los dirigentes, acorralados, pasan al insulto (cf. 7,52) (34); soberbia (a nosotros). El hombre debería cegarse de nuevo para darles la razón. Sigue la violencia (y lo echaron fuera); el hombre que ha tenido la experiencia de vida es un obstáculo para su dominio. 
vv. 35-38. Jesús no abandona al que ha sido fiel a la nueva visión de sí mismo y del mundo (35). Con su pregunta va a acabar la labor de iluminación que había comenzado. El hombre se identifica con el modelo de hombre que Jesús le puso ante los ojos con su barro, la imagen de su misma persona, que descubría al ciego una nueva condición humana que antes desconocía. Jesús le pregunta si mantiene su adhesión al ideal que ha visto. El hombre no sabía que ese ideal estuviera realizado (36) y desea identificar al que lo realiza. Jesús se revela a él (37). Adhesión personal (38); se postró: expulsado de la institución judía, encuentra en Jesús el nuevo santuario, donde brilla la gloria/amor del Padre; es un adorador de los que el Padre busca.
vv. 39-41. No es misión de Jesús juzgar a la humanidad (3,17; 12,47), pero su presencia y actividad denuncian el modo de obrar del orden opresor (7,7; 8,23) y abren un proceso contra él (39): quienes es­tén por la liberación y la vida se pondrán de parte de Jesús. Se van a trastornar las situaciones establecidas (los que no ven, verán, etc.): los que nunca han podido conocer, como el ciego, experimentarán la ac­ción/amor de Dios, y conocerán. Los que podían conocer, pero engaña­ban con una falsa doctrina, al consumar su rechazo de Jesús perderán para siempre la luz de la vida.
Los fariseos (40), jueces del ciego (9,13); pregunta irónica, con in­credulidad y autosuficiencia: los que poseen el conocimiento basado en la Ley tienen la luz y nunca podrán perderla. Jesús los coge con su misma afirmación (41): no es pecado ser ciego (cf. 9,3), sino serlo vo­luntariamente, rechazar la evidencia, como han hecho ellos (9,16.24). Además, imponen su mentira como verdad (cf. Is 5,20). Doble mala fe. Ejercen la opresión con plena conciencia de lo que hacen. Se obstinan en su mentira (vuestro pecado persiste; cf. 8,23)..
 III
 El pueblo de Dios se planteó desde antiguo un gran problema: ¿cómo saber quién es el enviado de Dios? Muchos aparecían haciendo alarde de sus habilidades físicas, de su astucia, de su sabiduría, incluso, de su profunda religiosidad, pero era muy difícil saber quien procedía de acuerdo con la voluntad del Señor y quien quería ser líder únicamente para obtener el poder.
En la época de Samuel la situación era realmente complicada. El profeta, movido por el Espíritu de Dios, buscó un líder que sacara al pueblo del difícil atolladero de la crisis interna de las instituciones tribales y de la amenaza de los filisteos. Surgió Saúl, un muchacho distinguido, de buena familia y de extraordinaria complexión física. Los hebreos más pudientes lo apoyaron de inmediato, esperando que el nuevo rey lograra controlar el avance de los filisteos. Sin embargo, el nuevo rey en poco tiempo se convirtió en un tirano insoportable que agravó el conflicto interno y que, por sus constantes cambios de comportamiento, comprometió seriamente la seguridad de las tierras cultivables. Samuel, entonces, pensó que la solución era ungir un nuevo rey, una persona que se pudiera hacer cargo de la situación. La unción profética se convirtió, en aquel momento, en el medio por el cual se legitimaba la acción de un nuevo líder ‘salvador’ del pueblo. Siglos más tarde, los profetas se dieron cuenta de que no bastaba cambiar el rey para cambiar la situación, sino que era necesario buscar un sistema social que respetara los ideales tribales, lo que luego se llamo ‘el derecho divino’. Sin embargo, subsistió la idea de que el ‘líder salvador’ tenía que ser designado por un profeta reconocido. De este modo, la unción de los caudillos de Israel pasó a ser un símbolo de esperanza en un futuro mejor, más acorde con los planes de Dios.
En la época del Nuevo Testamento, el pueblo de Dios que habitaba en Palestina enfrentó un gran reto: ¿cómo hacer reconocer a Jesús como ungido del Señor? Aunque Jesús había conocido a Juan Bautista y, luego, había retomado su predicación, se cernía aún sobre él la duda, debido a su origen humilde, a la manera tan diferente de interpretar la ley y a su poca vinculación con el templo y sus rituales. Muchos se oponían a reconocer que él era un profeta ungido por el Señor, movidos simplemente por prejuicios culturales y sociales. La comunidad cristiana tuvo que abrirse paso en medio de estos obstáculos y proclamar la legitimidad de la misión de Jesús. Solamente quien conociera la obra del Nazareno, su entrañable amor a la vida, su dedicación a los pobres, su predicación del reinado de Dios, podía reconocer que él era el “ungido”, el “Mesías” (como se dice en hebreo), o el “Cristo” (como se dice en griego).
Las ‘señales y prodigios’ que Jesús actuó en medio de la gente pobre causaron gran impacto y, por esto, fueron motivo de controversia. Los opositores del cristianismo veían en las sanaciones que Jesús obraba, simplemente la labor de un curandero. Sus discípulos, por el contrario, comprendían todo su valor liberador y salvífico. Pues, no se trataba sólo de poner remedio a las limitaciones humanas, sino de devolverle toda la dignidad al ser humano. La persona que recuperaba la visión podía descubrir que su problema no era un castigo de Dios por los pecados de sus antepasados, ni una terrible prueba del destino. Era una persona que pasaba de la desesperación a la fe y descubría en Jesús al profeta, al ungido del Señor. Su problema, una limitación física, se le había convertido en una terrible marca social y religiosa. Pero, el problema no era su limitación visual, sino la terrible carga de desprecio que la cultura le había impuesto. Jesús lo libera del insufrible peso de la marginación social y lo conduce hacia una comunidad donde lo aceptan por lo que él es, sin importar las etiquetas que los prejuicios sociales le habían impuesto.
En el evangelio se nos relata una especie de drama entre los vecinos del lugar donde el ciego solía pedir limosna, los fariseos que eran un grupo de judíos piadosos y cumplidores de la ley y los “judíos” en general, una expresión genérica con la que el evangelista designa a las altas autoridades religiosas del pueblo judío de la época de Jesús. Hasta los padres del ciego son involucrados en el drama.
Se trata de un verdadero «drama teológico», simbólico, de una gran belleza literaria. De ninguna manera se trata de una narración cuasi periodística de unos hechos históricos, o de un relato que nos describa ingenuamente cómo sucedieron las cosas. No olvidemos que es Juan quien escribe, y que su Evangelio se mueve siempre en un alto nivel de sofisticación, de recurso al símbolo y a la expresión indirecta. Si tenemos que dirigir la palabra en la homilía, conviene no «contar» las cosas como quien cuenta hechos históricos indiscutibles, como si estuviera entreteniendo a unos niños. Los oyentes son adultos y agradecen que se les trate como a tales, sin abusar de que se tiene la palabra en un ámbito sagrado donde por respeto nadie contradecirá, y por eso se puede decir cualquier cosa, que «todo vale» en ese ambiente.
En el drama teológico que hoy leemos de Juan, el ciego se convierte en el centro. Todos se preguntan cómo es posible que un ciego de nacimiento sea ahora capaz de ver. Sospechan que algo grande ha sucedido, preguntan por el que ha hecho ver al ciego, pero no llegan a creer que Jesús sea la causa de la luz de los ojos del ciego que no veía. Un simple hombre como Jesús no les parece capaz de obrar tales maravillas. Menos aún habiéndolas obrado en sábado, día sagrado de descanso que los fariseos se empeñaban en guardar de manera tan escrupulosa. Y menos aún siendo el ciego un pobretón que pedía limosna al pie de una de las puertas de la ciudad. Todos interrogan al pobre ciego que ahora ve: los vecinos, los fariseos, los jefes del templo. Jesús se hace encontradizo con él, solidariamente, al enterarse de que el pobre ha sido expulsado de la sinagoga judía. Y en este nuevo encuentro con Jesús el ciego llega a «ver plenamente», a «ver» no sólo la luz, sino la «gloria» de Dios, reconociendo en él al enviado definitivo de Dios, el Hijo del hombre escatológico, el Señor digno de ser adorado... Es el mensaje que Juan nos quiere transmitir narrando un drama teológico -como es su estilo- más que afirmando proposiciones abstractas -como hubiera hecho si hubiera sido de formación filosófica griega-.
Al final del evangelio de hoy las palabras que Juan pone en labios de Jesús hacen explotar el mensaje teológico del drama: Jesús es un juicio, es el juicio del mundo, que viene a poner al mundo patas arriba: los que veían no ven, y los que no veían consiguen ver. ¿Y qué es lo que hay que ver? A Jesús. Él es la luz que ilumina.
No haría falta echarle metafísica y ontología griega a este drama... Es un lenguaje de confesión de fe. Juan y su comunidad está «entusiasmada», llena de gozo y de amor, poseída realmente por el descubrimiento que han hecho en Jesús. Sienten que Él les cambia el mundo, que ven las cosas al revés que antes, y que es en Él en quien Dios se les ha hecho patente. Y así lo confiesan. No hace falta más. La Ontología de los siglos subsiguientes es cultural, occidental, griega. Para el caso, sobra.
¿Qué significa hoy para nosotros? Lo mismo, sólo que a 20 siglos de distancia. Con más perspectiva, con más sentido crítico, con más conciencia de la relatividad (no digo “relativismo”) de nuestras afirmaciones, sin fanatismos ni exclusivismos, sabiendo que la misma manifestación de Dios se ha dado en tantos otros lugares, en tantas otras religiones, a través de tantos otros mediadores. Pero con la misma alegría, el mismo amor y el mismo convencimiento.
Para la revisión de vida
Jesús dice que ha venido para “abrir un juicio”. Su vida y su testimonio nos emplazan con un desafío ante el que necesitamos pronunciarnos. Sugerencia: entrar en mí mismo, en oración profunda, encarándome con este ser-humano-que-es-juicio-de-Dios. Renovar y profundizar mi encuentro con Jesús. Sentirme desafiado por su vida y por su palabra. Aceptar gozoso el reto de vivir a la altura del desafío que nos hace.
Para la reunión de grupo
La “selección” de David (primera lectura) para ser ungido es uno de los casos típicos en la Biblia –de los que hay muchos más- en el que “los caminos de Dios no son nuestros caminos”, ni sus criterios son los nuestros… Estudiemos y glosemos en grupo esas diferencias entre los criterios de Dios y los criterios de los humanos…
Para los que creemos en Jesús, Él, con su vida plenamente realizada en el amor y la entrega, hace presente el amor de Dios a los humanos, y por eso “abre un juicio” a la humanidad. El juicio universal, en una cierta dimensión, ya ha acontecido: se ha dado en Jesús; y se sigue dando: en Él, en el testimonio que de él nos sigue llegando transmitido por sus seguidores (la comunidad de los creyentes).
Nos preguntamos: ¿es un juicio “universal”, para todos los seres humanos? ¿También para aquellos a quienes no les llega el testimonio de Jesús? ¿También para los hombres y mujeres que vivieron antes que Él (muchísimos más, cualitativamente, que los que han vivido después de Él? Si no es “universal”
 Parece que Juan quisiera hacer énfasis en la ceguera especial que tienen las autoridades religiosas para admitir el milagro de Jesús. Quienes deberían ser los más lúcidos resultan los más ciegos. ¿Tiene este aspecto del evangelio de hoy alguna relevancia para nuestros días? 
Para la oración de los fieles
Para que la Iglesia abandone toda forma de autoritarismo y actúe llevando al mundo la luz que recibe del Evangelio. Oremos...
Para que prevalezcan las personas y sus derechos sobre las leyes y las tradiciones. Oremos...
Para que quienes dudan de la presencia de Dios entre nosotros, descubran su amor por el testimonio vivo y eficaz de la iglesia. Oremos...
Para que caminemos como hijos de la luz, denunciando toda opresión, violencia e injusticia. Oremos...
Para que el Señor abra nuestros ojos y no vayamos nunca tras ningún “otro pastor”. Oremos...
Para que nuestra comunidad, que comparte un mismo pan, comparta igualmente los demás bienes. Oremos...
Oración comunitaria
Tú, Señor, que nos abres los ojos para que descubramos la hermosura de la creación y la grandeza de tu amor, ayúdanos a colaborar contigo para que todas las personas puedan alegrarse en su vida al ver tu luz. Nosotros te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro. Amén.

Estos comentarios están tomados de diversos libros, editados por Ediciones El Almendro de Córdoba, a saber:
- Jesús Peláez: La otra lectura de los Evangelios, I y II. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Rafael García Avilés: Llamados a ser libres. No la ley, sino el hombre. Ciclo A,B,C. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Juan Mateos y Fernando Camacho: Marcos. Texto y comentario. Ediciones El Almendro.
        - Juan. Texto y comentario. Ediciones El Almendro. Más información sobre estos libros en 
www.elalmendro.org
        - El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Ediciones Cristiandad, Madrid.
Acompaña siempre otro comentario tomado de la Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica: Diario bíblico

sábado, 18 de marzo de 2017

TERCER DOMINGO DE CUARESMA CICLO A La Samaritana 19 de mnarzo 2017 evangelio, homilia comentarios

LUZ DEL DOMINGO


TERCER DOMINGO DE CUARESMA
CICLO A


Primera lectura: Éxodo 17,3-7
Interleccional: Salmo 94
Segunda lectura: Romanos 5,1-2. 5-8
EVANGELIO: Juan 4, 5-42
“ Llegó así a un pueblo de Samaría que se llamaba Sicar, cerca del terreno que dio Jacob a su hijo José; estaba allí el manantial de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se quedó, sin más, sentado en el manantial. Era alrededor de la hora sexta. Llegó una mujer de Samaría a sacar agua. Jesús le dijo: -Dame de beber. (Sus discípulos se habían marchado al pueblo a com­prar provisiones. Le dice entonces la mujer samaritana: -¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? (porque los judíos no se tratan con los samaritanos). Jesús le contestó:
-Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú a él y te daría agua viva. Le dice la mujer:  -Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de dónde vas a sacar el agua viva? ¿Acaso eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo, del que bebió él, sus hijos y sus ganados? Le contestó Jesús: -Todo el que bebe agua de ésta volverá a tener sed; 14en cambio, el que haya bebido el agua que yo voy a darle, nunca más tendrá sed; no, el agua que yo voy a darle se le convertirá dentro en un manantial de agua que salta dando vida definitiva. Le dice la mujer: -Señor, dame agua de ésa; así no tendré más sed ni vendré aquí a sacarla. Él le dijo:  -Ve a llamar a tu marido y vuelve aquí. La mujer le contestó: -No tengo marido. Le dijo Jesús:  -Has dicho muy bien que no tienes marido; porque maridos has tenido cinco, y el que tienes ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad. La mujer le dijo: -Señor, veo que tú eres profeta. Nuestros padres ce­lebraron el culto en este monte; en cambio, vosotros decís que el lugar donde hay que celebrarlo está en Jerusalén. Jesús le dijo: -Créeme, mujer: Se acerca la hora en que no daréis culto al Padre ni en este monte ni en Jerusalén. Vosotros adoráis lo que no conocéis, nosotros adoramos lo que co­nocemos; la prueba es que la salvación proviene de los ju­díos; pero se acerca la hora, o, mejor dicho, ha llegado, en que los que dan culto verdadero adorarán al Padre con espíritu y lealtad, pues el Padre busca hombres que lo adoren así. Dios es Espíritu, y los que lo adoran han de dar culto con espíritu y lealtad. Le dice la mujer: -Sé que va a venir un Mesías (es decir, Ungido); cuando venga él, nos lo explicará todo. Le dice Jesús: -Soy yo, el que hablo contigo.7En esto llegaron sus discípulos y se quedaron extrañados de que hablase con una mujer, aunque ninguno le preguntó de qué discutía o de qué hablaba con ella. La mujer dejó su cántaro, se marchó al pueblo y le dijo a la gente: -Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será éste tal vez el Mesías? Salieron del pueblo y se dirigieron adonde estaba él. Mientras tanto sus discípulos le insistían: -Maestro, come. Él les dijo: -Yo tengo para comer un alimento que vosotros nos conocéis. Los discípulos comentaban: -¿Le habrá traído alguien de comer? Jesús les dijo: -Para mí es alimento realizar el designio del que me manda, dando remate a su obra. 5Vosotros decís que aún faltan cuatro meses para la siega, ¿verdad? Pues mirad lo que os digo: Levantad la vista y contemplad los campos: ya están dorados para la siega6El segador cobra salario reuniendo fruto para una vida definitiva; así se alegran los dos, sembrador y segador.37Con todo, en esto tiene razón el refrán, que uno siembra y otro siega: yo os he enviado a segar lo que no os ha costado fatiga; otros se han estado fatigando y vosotros os habéis encontrado con el fruto de su fatiga. Del pueblo aquel muchos de los samaritanos le die­ron su adhesión por lo que les decía la mujer, que decla­raba: "Me ha dicho todo lo que he hecho". Así, cuando llegaron los samaritanos adonde estaba él, le rogaron que se quedara con ellos, y se quedó allí dos días. 41Muchos más creyeron por lo que dijo él, y decían a la mujer: -Ya no creemos por lo que tú cuentas; nosotros mismos lo hemos estado oyendo y sabemos que éste es realmente el salvador del mundo."
 COMENTARIOS
I
 SAN ROMERO DE AMÉRICA
Este comentario se publicó al cumplirse siete años del martirio del anterior arzobispo de San Salvador, Oscar Arnulfo Romero, San Romero de América, en expresión de un hermano suyo en el episcopado. Estaba presidiendo la celebración de la eucaristía y una bala asesina acabó con aquella celebración en la que culminaba el culto que él daba permanentemente al Padre: el ofrecimiento de su vida en favor de la vida del pue­blo; la entrega de su vida como expresión de su amor leal al Padre y a sus hijos.
 LA SAMARITANA
Los judíos no se llevaban bien con los samaritanos. Los consideraban herejes y evitaban cualquier contacto con ellos, y el peor insulto que podía hacerse a un judío era decirle «sa­maritano ».
Los galileos, que se mantenían unidos a los judíos, cuando tenían que ir a Jerusalén procuraban dar un rodeo por las tierras del otro lado del Jordán para no pasar por la región de los herejes. Pero Jesús, dice el evangelio, «tenía que pasar por Samaría». Tenía que ofrecer también a. ellos su mensaje, su Espíritu, el agua viva que sacia definitivamente la sed de Dios que la persona humana siente. En un pueblo de Samaría, Jesús se encuentra con una mujer. Se trata de una mujer de vida alegre que ha sido esposa de cinco maridos y que ahora vive con alguien que no es su esposo.
Según el modo de contar las cosas que el evangelio tiene, esta mujer representa a Samaría, a todos los samaritanos. Ellos habían abandonado a Dios dando culto a cinco dioses falsos (cinco maridos), aunque desde hacía algún tiempo intentaban dar culto al Dios de los judíos. Jesús, enviado por Dios, que ha sido fiel a su pueblo a pesar de la infidelidad de éste, se acerca a Samaría para ofrecerle la definitiva reconciliación con Dios. 
Una de las causas de la división entre Judea y Samaría era la pretensión de los samaritanos de dar culto a Dios en su tie­rra, sin tener que ir al templo de Jerusalén. De hecho, en el año 128 antes de Cristo los judíos habían destruido un templo que los samaritanos tenían en el monte Garizín. Por eso es lógico que, cuando la samaritana toma conciencia de que el que le habla lo hace en nombre de Dios, le pregunte acerca de aquel problema que tantos enfrentamientos había provocado: ¿dónde debemos dar culto a Dios? ¿Aquí, en nuestra tierra, o en Jerusalén?
La respuesta de Jesús no da la razón a nadie. Es verdad, dice, que la salvación de Dios «proviene de los judíos» (la salvación es Jesús, judío de raza); pero eso va a dejar -ha dejado ya- de tener importancia, pues por medio de Jesús Dios ofrece su amistad -y algo más que su amistad- a todos los hombres, sin discriminación. Hasta ahora, el culto a Dios dividía a los hombres y a los pueblos porque estaba limitado por las paredes de un edificio situado en un lugar concreto adonde había que acudir, por unos mediadores con los que había que contar, por unas ceremonias que había que realizar. Pero llegan tiempos nuevos en los que todo eso no será nece­sario: «se acerca la hora, o, mejor dicho, ha llegado, en que los que dan culto verdadero adorarán al Padre con espíritu y lealtad, pues el Padre busca hombres que lo adoren así». Y de­jará de ser necesario porque Jesús va a revelar el verdadero ser de Dios: «Dios es Espíritu, y los que lo adoran han de dar culto con espíritu y lealtad».
Dios es Espíritu, es decir: Dios es amor. Dios es dinamis­mo, fuerza de amor que tiende a comunicarse en forma de vida y de amor. Por eso Dios se llamará en adelante Padre, el que, por amor, da la vida. No es un Dios distante al que hay que buscar en los lugares sagrados; ni un Dios terrible al que haya que estar adulando constantemente para conseguir aplacar su ira; ni un Dios lejano que necesite intermediarios para que los hombres se entiendan con él. Es el Padre (el único al que se debe llamar así: Mt 23,9) y se le encuentra cuando se acepta ser su hijo y comportarse como un hijo suyo. Y si, como dice el evangelio de Juan en otro lugar, el Padre «demostró su amor al mundo llegando a dar a su Hijo... para que el mundo por él se salve» (3,16-17), los que acepten ser hijos de Dios deberán corresponder a su amor contribuyendo a la felicidad de todos los hombres, que es lo que el Padre quiere. Ese es el culto que Dios quiere: la práctica del amor leal; amar con el mismo amor de Dios, con la fuerza de su Espíritu, a nuestros hermanos los hombres.
La república centroamericana de El Salvador vivía -vive aún- días terribles de represión. Junto a otros miembros del pueblo salvadoreño, muchos cristianos dieron su vida por amor a su pueblo. Entre ellos, Rutilio Grande, un cura muy cercano a Oscar Romero que, asesinado, murió amando, según dijo el mismo Oscar Romero en la homilía de su funeral. Toda esa sangre derramada hizo comprender al arzobispo lo que él sabía sólo en teoría: que el amor era la salvación para su pueblo. Y se dedicó a amar -defendiéndolo- a su pueblo. Y convir­tió su actividad de obispo, y en especial su predicación de los domingos, en servicio de amor para con su pueblo. El 23 de marzo de 1980, quinto domingo de Cuaresma, en la predica­ción de la misa, exigió a los soldados del ejército de El Salva­dor  (el presidente era entonces un demócrata-cristiano (!)) que dejaran de disparar contra los miembros de su pueblo. Al día siguiente, mientras celebraba la eucaristía, una bala de aquel ejército le partió el corazón. Así culminó su amor leal para con su pueblo. Y en su muerte se llenó de sentido la euca­ristía que estaba celebrando: a la vez, Jesús y él daban de nue­vo la vida, por amor, para la salvación del pueblo.

II
 vv. 5-42. Contraste con el rechazo en Judea: la región infiel y despre­ciada por los judíos reconoce su situación y acepta al salvador. Tema central: en la nueva relación con Dios desaparece el culto localizado y ritual (templos); el culto verdadero es la práctica del amor, expresión del Espíritu.
Tierra que conserva los recuerdos de los orígenes de Israel Jacob, José; cf. Gn 33,19; 48,22; Jos 24,32), Sicar, la antigua Siquén (Gn 33,18-20; Jos 24,32; Os 6,9) (5).
El manantial de Jacob (6), más adelante llamado el pozo (11.12), que en la tradición judía se convierte en un elemento mítico, que sintetiza los pozos de los patriarcas y el manantial que Moisés abrió en la roca del desierto; cf. Gn 29,2-10; Nm 21,16-18. Es figura de la Ley, de la que brota el agua viva de la sabiduría.
La mujer (7-8) no tiene nombre propio; representa a Samaría, que pretende apagar su sed en su antigua tradición. Encuentro del Mesías con Samaría a solas (cf. Os 2,15s). Dame de beber: Jesús pide una muestra de solidaridad en el nivel humano elemental, que une a los hombres por encima de las culturas y de las barreras políticas y reli­giosas (9).
Jesús quiere superar la enemistad ofreciendo un don mayor que el que pide. El don de Dios es Jesús mismo (3,16). El agua viva (10) sim­boliza el Espíritu. Extrañeza de la mujer, como la de Nicodemo (3,5); no conoce más agua que la de la Ley (el pozo) y piensa que ha de ex­traerse con esfuerzo humano. No se imagina un don de Dios gratuito (11). Conoce el don de Jacob (nos dio), pero no el de Dios (12). Insufi­ciencia del don hecho por Jacob (13); la Ley no satisface al hombre (cf. Eclo 24,21-23); Jesús ofrece a todos su agua/Espíritu (Is 55), que puede satisfacer las aspiraciones más profundas del hombre (14); el Espíritu es un manantial interno, no externo como la Ley/pozo; el hombre recibe vida en su raíz misma (dentro); manantial perenne que da vida y fecun­didad, desarrollando a cada uno en su dimensión personal. La Ley, ex­terna y genérica, despersonaliza; el Espíritu personaliza y comunica una vida que supera la muerte (definitiva). La mujer, dispuesta a abandonar el pozo de la Ley/tradición, que no calma su sed.
Obstáculo para recibir el agua/Espíritu. Cinco maridos (16-18), tras­fondo del libro de Oseas, donde la prostituta (Os 1,2) y la adúltera (3,1) son símbolos del reino de Israel, que tenía a Samaría por capital. Prostitución y adulterio: la idolatría, haber abandonado al verdadero Dios (Os 2,4.7-9.15). Alusión a 2 Re 17,24-41, donde se narra el origen de la idolatría de los samaritanos y se mencionan cinco ermitas de dioses, además del culto a Yahvé (2 Re 17,29-32). A estas cifras aluden las palabras de Jesús.
Piensa que la relación con Dios es cultual (19-20). No se trata de elegir entre templos, ha terminado esa época; no hay lugar privilegiado (2,19-12). Mujer (21) significa esposa (cf. 2,4). En contraste con la madre de Jesús, que representaba al Israel fiel, la samaritana representa al Is­rael infiel. Nuevo nombre de Dios: el Padre (21), el dador de vida. Nueva relación, establecida por la comunidad de Espíritu entre Dios y el hombre; excluye todo particularismo (12: nuestro padre Jacob; 20: nuestros padres). Vínculo familiar y personal; el culto será también per­sonal, en el marco de la relación hijo-Padre.
Lo que no conocéis (22), alusión a la infidelidad/idolatría de los sa­maritanos (cf. Dt 13,7). La salvación que proviene de los judíos es Jesús mismo como Mesías (26), salvador de la humanidad entera (cf. 11,52).
El verdadero culto a Dios (23) suprimirá el culto samaritano y el ju­dío. No se dará a un Dios lejano, sino al Padre, unido al hombre por una relación personal. Se da culto, se honra al Padre siendo como él, colaborando en su obra creadora, actuando en favor del hombre. Los antiguos cultos y templos, sustituidos por el amor leal al hombre (cf. 1,14.17) (el culto con Espíritu y lealtad), que prolonga el del Padre. Ur­gencia del amor del Padre (el Padre busca). Dios es Espíritu (24), dina­mismo de vida/amor; el hombre/hijo ha de comportarse como su Pa­dre: sintonía que lleva a la semejanza. El culto antiguo subrayaba la dis­tancia, humillando al hombre ante Dios; el nuevo (la práctica del amor fiel) tiende a suprimirla, haciendo al hombre cada vez más semejante al Padre. Revelación del Mesías (25-26).
Los discípulos: inferioridad de la mujer (27). La respuesta de la sa­maritana (28-30) y la de los habitantes abre el horizonte de la cosecha inmediata.
Para mí es alimento (cf. Sal 119,103; Prov 9,5, de la Ley) (34): el designio de Padre es comunicar a los hombres el Espíritu; en otras pa­labras, terminar la creación del hombre comunicándole la capacidad de amar.
Realizar el designio del Padre se expresa ahora en términos de siem­bra y siega (36), que están en función del fruto. El salario, el fruto mismo.
Al ocupar la tierra prometida, Israel gozó de bienes que no había trabajado (Dt 6,10s; Jos 24,13). Así ocurrirá ahora a los discípulos, quienes gozarán de la vida en la comunidad mesiánica, nueva tierra prometida, sin esfuerzo propio (37-38), mientras Israel, que rechaza a Jesús, se verá privada de ella (Dt 28,30; Miq 6,15).
La noticia dada por la mujer (39-40) hace comprender a los samari­tanos que ha llegado para ellos la hora de la misericordia de Dios (Os 7,1). Dos días, cf. Os 6,2: En dos días nos hará revivir. La fe, fruto del contacto personal con Jesús (41-44). Salvador del mundo, cf. 1,29: el que quita el pecado del mundo; 3,16. El tema del profeta rechazado por los suyos se había hecho proverbio (Mt 13,57; Mc 6,4; Lc 4,24; Jr 12,6-9; cf. Jn 1,11).
III
 Recordemos el carácter más o menos aleatorio que tiene la distribución de los textos bíblicos en la liturgia católica. No existe ninguna explicación de cómo se ha hecho tal distribución, ni de por qué tal texto en tal fecha. Una comisión lo decidió así, y no se conocen los criterios que siguió. Quien quiera puede conjeturar sobre ellos. Se observa una “asociación de ideas” o de imágenes entre la primera y la tercera lecturas, mientras la segunda con frecuencia va por sus caminos propios, sin ninguna relación a las otras. La sucesión de los domingos tampoco muestra un criterio claro (como podría ser el de dar pie a un proceso sistematizado de formación teológica o bíblica), ni se da oficialmente la libertad para que al menos algunas comunidades especiales (jóvenes, grupos de formación, ambientes especiales...) pudieran hacer su propio «calendario litúrgico»... Son temas que quedan pendientes para una próxima reforma litúrgica...
Por lo demás, es claro que los textos propuestos en la liturgia están siempre a disposición de una interpretación libre. Son como una poesía o una imagen simbólica: cada comunidad es libre de abordarlos desde el punto de vista que prefiera, y es casi imposible que dos cristianos, dos biblistas o agentes de pastoral encuentren la misma resonancia ante un mismo texto: a cada uno le evocará recuerdos y sugerencias de acción distintos. «Lo que se recibe, se recibe según el modo del que recibe», dice el adagio clásico. Aquí también.
Nuestro Servicio Bíblico Latinoamericano ofrece estos comentarios teológico-pastorales a los textos bíblicos de la liturgia (católica) también desde una sensibilidad propia, con un transfondo de opciones, de visión del mundo y de vivencia de la fe, propios. Y los ofrece con humildad, sabiendo que no son los únicos, ni los mejores; son simplemente los nuestros, los que podemos compartir con quienes sintonizan con esta espiritualidad que con frecuencia llamamos «latinoamericana», no necesariamente de un modo geográfico-material, sino en referencia a una «geografía espiritual».
Después de esta introducción que no es “propia de este domingo”, entremos de lleno al comentario de los textos.
 El texto estrella es el de la samaritana. Prácticamente, el capítulo cuarto entero del evangelio de Juan. El famoso episodio del encuentro de Jesús con la samaritana.
Algo que nos parece importante siempre que se comenta un texto del evangelio de Juan, es la apelación a su carácter simbólico peculiar. Juan no es un evangelio sinóptico, no es un texto narrativo, ni lo que nos cuenta es probablemente histórico. Juan es un evangelio enteramente simbólico, en el que los símbolos han sido extrapolados hasta desplazar a la realidad. En Juan no hay símiles, sino identificaciones: Yo soy la vid, le hará decir Juan a Jesús; no “yo soy como la vid”, no, sino que “soy la vid verdadera”, las demás vides -las de la realidad- no son verdaderas. “Yo soy el Pan verdadero”: el resto de los panes son... sucedáneos. Yo tengo el agua verdadera, la que “salta hasta la vida eterna”, la otra no quita la sed...
Al comenzar a comentar cualquier texto del evangelio de Juan es bueno recordar este estilo literario y simbólico enteramente peculiar de Jesús. Por respeto al público oyente sencillo, es conveniente recordar muy claramente que no estamos escuchando sencillamente la narración de una conversación tal como fue, sino que se trata de una sofisticada composición teológica, con intenciones muy profundas y a veces nada fáciles de detectar. Y que, claro está, se inscribe en el mundo mental e ideológico peculiar de Juan, enormemente alejado del nuestro, y que esta barrera cultural que nos separa del autor exige prudencia para no dar por válida cualquier conclusión.
De entre las muchas interpretaciones de que este texto puede ser objeto, nos vamos a fijar en dos dimensiones menos acostumbradas, y muy elocuentes para hoy: la superación de la religión y, consecuentemente, la apertura al diálogo interreligioso.
Está de moda el diálogo interreligioso en la teología y en el cristianismo en general. La situación del mundo actual no sólo lo posibilita sino que lo hace inevitable. El mundo actual está “barajado’ religiosamente. A diferencia del pasado, en el mundo actual las sociedades son plurales, cultural y religiosamente. Las migraciones, los intercambios y la misma «mundialización», hacen que todas las religiones se encuentran hoy diariamente con las demás,constante e inevitablemente, mientras que durante milenios han vivido prácticamente aisladas, tan distantes, que cómodamente podían pensarse a sí mismas como únicas.
Jesús no vivió en este contexto pluralmente religioso como el nuestro, pero sí tenía que pasar por Samaria en sus viajes de Galilea a Jerusalén y viceversa. Este episodio simbólico del evangelio de Juan nos permite representarnos el comportamiento de Jesús respecto a este pueblo que, si bien no era propiamente de “otra religión”, era considerado incluso como más distante, por ser tenido como hereje o cismático.
Jesús dialoga con la samaritana, incluso por propia iniciativa. Juan no nos lo presenta como a la defensiva o sólo respondiendo. La iniciativa original, el acercamiento, es de Jesús.
Puede ser importante destacar que Jesús dialoga interreligiosamente porque tiene un transfondo de «teología pluralista de las religiones», diríamos en lenguaje actual, con evidente anacronismo. No es primero el diálogo, y después la teología de las religiones, sino al revés: porque se tiene una visión abierta de la relación entre las religiones, por eso es por lo que se puede dialogar interreligiosamente.
¿«Dónde hay que adorar, en Jerusalén o en Garitzín»?, le pregunta la samaritana. Es decir, ¿cuál es la religión verdadera? Y Jesús tiene una respuesta verdaderamente revolucionaria, que todavía no han asimilado los teólogos del pluralismo religioso. Jesús no dice que Jerusalén o Gartizín resulten opciones inválidas (religiones falsas), pero sí dice que quien quiera ir más al fondo («los verdaderos adoradores») no va a tener que ir ni a un lugar ni a otro, ni en una ni en otra religión, sino «en espíritu y en verdad», es decir, adentrándose verdaderamente en la «religación» profunda.
Es una respuesta revolucionaria: las religiones son relativas, hay algo más allá de ellas, a cuyo servicio están todas. No hay una religión absoluta, a la que todas las demás deban ceder el paso. La única religiosidad absoluta (la “única religación verdadera”) es la «adoración en espíritu y en verdad», más allá de una u otra religión.
Un autor como Thomas Sheehan (The First Coming: How the Kingdom of God Became Christianity, Random House 1986), sostiene que la novedad de Jesús consiste en la abolición de todas las religiones, de forma que podamos redescubrir nuestra relación con Dios (religación) en el mismo proceso de la creación y de la vida, en la historia. Puede asustar semejante afirmación, pero sólo de entrada. Recordando bien, sabemos que Jesús no «fundó» la Iglesia (es ésta la que se fundó después, y se fundó en Jesús). Jesús siempre se mantuvo judío, y nunca pensó en fundar otra religión, sino en todo caso en superarla. ¿Habrá sido el cristianismo una demediada inteligencia de lo que Jesús quería, aquello que luego cristalizó en el siglo IV en medio de los enormes condicionamientos históricos de aquella época marcada por un imperio en decadencia? ¿Será que hoy, en medio de una grave crisis de las religiones y particularmente de las instituciones religiosas, se nos presenta una nueva y mejor oportunidad de entender y poner en práctica el mensaje de Jesús? No sabemos, pero la vuelta a Jesús nos invita a reflexionar y discernir con humildad, y a buscar con paciencia.
Se extiende y se cita cada día más la distinción entre «religión y religación»... siendo lo importante lo segundo, la «religación» -sin atarse demasiado a su etimología-, mientras que la religión, las religiones, no serían más que formas concretas diferentes que esa dimensión profunda del ser humano ha adoptado a lo largo de la historia. Lo importante -es obvio- no son las formas, sino el contenido que vehiculan, la dimensión profunda a la que responden. ¿Y quién nos dice que esa dimensión profunda no puede asumir otras formas diferentes, o que no las está asumiendo ya, y que eso que llamamos crisis de la religión no es más que una transformación de las formas que la religación va a adoptar en el (próximo) futuro? Probablemente la crisis de la religión va a ser -o está siendo ya- la oportunidad de la religación.

Para la revisión de vida
Jesús dice a la samaritana que «los verdaderos adoradores, adorarán al Padre en espíritu y en verdad», es decir, con el corazón, desde lo profundo, y con las obras de la justicia y del amor, no tanto con ritos o prácticas de «la religión verdadera» (Jerusalén o Garitzín). Mi religión... ¿está todavía muy pendiente de lo superficialmente «religioso», o apunta hacia la profundidad de la «religación», de una «religión más allá de la religión formal»? ¿Qué tipo de culto le doy yo a Dios? ¿«En espíritu y en verdad»? ¿Veo el templo como un valor absoluto, o reconozco que Dios habita, sobre todo, en los pobres, en la justicia y el amor?

Para la reunión de grupo
Las respuestas de Jesús a las dudas e inquietudes de la mujer samaritana se elevan a principios fundamentales que hoy han cobrado palpitante actualidad en el tema del “pluralismo religioso”. ¿Dónde hay que adorar, en Jerusalén o en Garitzín? ¿Cuál es «la religión verdadera»? ¿Qué sentido tiene esta pluralidad tan numerosa de religiones? ¿Hay una religión que es la verdadera frente a las demás? ¿El Tíber de Roma es mejor que el Jordán de Palestina, o el Ganges de la India, o el Támesis de Londres o cualquiera de los “ríos sagrados” que dan cauce a las expresiones religiosas de la humanidad? Analizar en grupo la respuesta de Jesús a la samaritana. Ver su aplicación hoy día no ya a la alternativa Jerusalén/Garitzín, sino a la problemática tan llamativa del pluralismo religioso.
Tomar algún otro de los temas teóricos sugeridos en el comentario a las lecturas, con su bibliografía sugerida, y organizar una reunión de estudio.

Para la oración de los fieles
Para que como Jesús tengamos una actitud de apertura y diálogo hacia todos los hermanos, sean de la religión que sean. Roguemos al Señor
Para que acojamos con respeto y con cariño la pluralidad religiosa creciente de nuestras sociedades, cultivando actitudes de apertura, de convivencia fraterna y de colaboración. Roguemos al Señor.
Para que pongamos el acento en ser religiosos «en espíritu y en verdad», como pedía Jesús, seguros de que ahí nos encontraremos con todos los hermanos y hermanas de todos los credos. Roguemos...
Para que aquellos que, en nuestra sociedad moderna, mueren de sed de amor, de cariño, de compañía, encuentren personas cercanas y solidarias. Rogamos...
Para que todos los que viven sirviendo a sus hermanos nunca desfallezcan por cansancio ni desánimo. Roguemos...
Para que asumamos con esperanza los desafíos y las oportunidades que nos presenta la crisis actual de las religiones. Rogamos...

Oración comunitaria
Dios, Padre Madre universal, que en Jesús nos indicas cuál es la verdadera religión, más allá de toda religión formal. Haz que comprendamos que ha llegado la hora en que como verdaderos adoradores te adoremos en espíritu y en verdad, en justicia y amor, en apertura y solidaridad con todos nuestros hermanos y hermanas. Como nos enseñó Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro. Amén.
 Misterio infinito cuya sed han sentido todos los humanos desde el comienzo de su existencia... que has hecho emerger en la conciencia colectiva de los pueblos innumerables formas de reverencia, de adoración, de mística, de transcendencia... de religación o espiritualidad, expresada después, en los últimos milenios, en las religiones, grandes y pequeñas, de todos los pueblos... Continúa animando, inspirando, moviendo en lo profundo, vitalizando la inmensa religación que nos une y nos transforma, a la búsqueda de formas más adecuadas para comulgar en Espíritu y en Verdad.

Estos comentarios están tomados de diversos libros, editados por Ediciones El Almendro de Córdoba, a saber:
- Jesús Peláez: La otra lectura de los Evangelios, I y II. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Rafael García Avilés: Llamados a ser libres. No la ley, sino el hombre. Ciclo A,B,C. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Juan Mateos y Fernando Camacho: Marcos. Texto y comentario. Ediciones El Almendro.
        - Juan. Texto y comentario. Ediciones El Almendro. Más información sobre estos libros en 
www.elalmendro.org
        - El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Ediciones Cristiandad, Madrid.
Acompaña siempre otro comentario tomado de la Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica: Diario bíblico