domingo, 26 de junio de 2022

comentario lecturas del domingo XIII del tiempo ordinario, 26 junio 2022


Comentario a las lecturas del domingo 26 de junio de 2022:


"Para la libertad nos ha liberado Cristo"


La libertad no es una diosa, no es una aspiración, no es un sueño; la libertad no existe. Lo que existe es un hombre libre, hombres libres, existen personas; como dirá Unamuno, Nietzsche, Franz Rosenzeweig… “el hombre de carne y hueso”.


Para la libertad nos ha liberado Cristo”, así nos sobresalta San Pablo en la Carta a los Gálata. Estremece pensar que hoy, domingo, el día del Señor, tantos millones de personas escucharán estas palabras en todo el planeta, en todos los idiomas.


Después de estas palabras de Pablo, inmediatamente, sitúa la libertad en el ámbito que le es propio: “sed esclavos unos de otros por amor” y da la razón: “Porque toda la ley se cumple en esta sola frase, que es: <<Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” Nos descubre que la libertad en el hombre es, también, un impulso hacia el otro y por ello la libertad nos hace transcendentes, nos obliga a salir de nosotros camino de los otros para realizar en ellos el fin de la libertad: el amor al otro. Así, Pablo, nos abre los ojos a Cristo, de él viene la libertad que nace en el interior de la persona y que nos lanza a tres amores: el amor a uno mismo, el amor al prójimo, el amor al Creador; y esto porque la libertad no es lo primero, este puesto central lo ocupa el amor. No hay libertad sin amor; no hay hombres libres en el mal sólo en hombres capaces del amor.


Entender la libertad así es distinto a como la entienda la Ilustración, la política, la economía, el liberalismo y como la entienden los demagogos que nos convocan a la libertad, para, como esclavos, llevarnos a la dictadura del proletariado.


Sí, la libertad de la que nos habla Pablo se sitúa en un nivel distinto y superior, gracias a Dios, de la que nos hablan, los loros de la Ilustración. Las peticiones que mañana, en España, se leerán durante la Eucaristía, y presentes en la nueva edición del libro de la Sede, parecen escritas por Rousseau, pues responden más a la versión del liberalismo seudorevolucionario que a las palabras de Pablo; dejan a la libertad en una soledad imposible, en una soledad nietzscheana.


La filósofa María Zambrano dirá en El hombre y lo divino: “La libertad ha ido adquiriendo un signo negativo, se ha ido convirtiendo -ella también- en negatividad, como si al haber hecho de la libertad el a priori de la vida, el amor, lo primero, la hubiera abandonado, y quedara el hombre con una libertad vacía… Una de las indigencias de nuestros días es la que al amor se refiere. No es que no exista, sino que su existencia no halla lugar, acogida, en la propia mente y aun en la propia alma de quien es visitado por él… En el ilimitado espacio que, en apariencia, la mente de hoy abre a toda realidad, el amor tropieza con obstáculos, con barreras infinitas. Y ha de dar razones sin término, y ha de resignarse por fin a ser confundido con la multitud de los sentimientos o de los instintos, si no acepta ese lugar oscuro de <<la libido>>, o ser tratado como una enfermedad secreta, de la que habría que liberarse. La libertad, todas las libertades no parecen haberle servido de nada. La libertad de conciencia menos que ninguna, pues a medida que el hombre ha creído que su ser consistía en ser conciencia y nada más, el amor se ha ido encontrando sin <<espacio vital>> donde alentar, como pájaro asfixiado en el vacío de una libertad negativa”.


La libertad sin amor nos puede llevar a “justificar” en nombre de la libertad económica el sufrimiento ajeno , a ignorar a los inmigrantes en la frontera entre Melilla y Marruecos, nos puede llevar a justificar la pobreza; la libertad como Pablo nos la presenta nos obliga, como poco, a llorar la muerte de los hombres en Marruecos, a compartir los bienes con quien no tiene….

Pero es en el evangelio donde nos encontramos con la tragedia humana: “las zorras tienen madrigueras y los pájaros del cielo nidos, pero el hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”. El “deseo” de amor y por ello de libertad, en el hombre, es tan fuerte que no encuentra a nadie, a nada, que colme plena y constantemente tal realidad; así, continúa María Zambrano, en la misma obra, diciendo: “El Dios creador creó al mundo por amor, de la nada. Y todo el que lleva en sí una brizna de este amor descubre algún día el vacío de las cosas y en ellas, porque toda cosa y todo ser que conocemos aspira a más de lo que realmente es. Y el que ama se fija en esta aspiración, en esta realidad no lograda, en esta entelequia aún no sida y al amarla la arrastra desde el no-ser a un género de realidad que parece total un instante, y que luego se oculta y aun se desvanece.” Aquí podríamos traer a colación a Franz Rosenzweig en su discurso sobre el Milagro, ese momento en el que parece que el cielo se abaja al centro del corazón del hombre y uno saborea en un instante la eternidad, la plenitud como los apóstoles en la Transfiguración. Zambrano citando a Teresa de Jesús y señalando que no ha sido la única afirma: <<Vivo ya fuera de mí>>, como toda persona que ama sale de sí misma y se instala en el corazón de la persona amada; así el salmista dice: “El Señor es el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte está en tu mano.” Por ello cuando Jesús en el evangelio instruye a los discípulos les dice: “Nadie que pone la mano en el arado y mira atrás vale para el Reino de Dios.” Zambrano en esa línea dirá: “Vivir dispuesto al vuelo, presto a cualquier partida. Es el futuro inimaginable, el inalcanzable futuro de esa promesa de vida verdadera que el amor insinúa en quien lo siente. El futuro que inspira, que consuela el presente haciendo descreer de él; que recogerá todos los sueños y las esperanzas, de donde brota la creación, lo no previsto. Es la libertad sin arbitrariedades. El que atrae el devenir de la historia que corre en su busca. Lo que no conocemos y nos llama a conocer. Ese fuego sin fin que alienta en el secreto toda la vida. Lo que unifica con el vuelo de su transcender vida y muerte, como simples momentos de un amor que renace siempre de sí mismo. Lo más escondido del abismo de la divinidad; lo inaccesible que desciende a toda hora”.


José Antonio Espejo Zamora