sábado, 27 de febrero de 2016

La promesa de la política

LECTURA RECOMENDADA
PARA ENTENDER NUESTRO MUNDO

Autora: Hannah Arendt.
Obra: La promesa política.
Materia: Filosofía política.
Editorial:Austral.



Arend se pregunta:

"1.-¿Tiene la política todavía algún fin? Lo que quiere decir: ¿son los fines que la acción política persigue merecedores de los medios que puedan emplearse en determinadas circunstancias para su consecución?

2.- ¿Hay todavía en el campo de lo político metas en virtud de las cuales podamos orientarnos confiadamente? Y si las hubiere, ¿no son sus criterios completamente impotentes y utópicos, de manera que toda empresa política, una vez puesta en marcha, no se preocupa más de metas y criterios sino que sigue un curso inherente que nada externo puede detener?

3.-¿No es la acción política, al menos en nuestro tiempo, precisamente una muestra del fallo de todos los principios, de manera que, en vez de proceder de uno de los muchos orígenes posibles de la convivencia humana y alimentarse de sus profundidades, más bien se adhiere de manera oportuna a la superficie de los acontecimientos cotidianos y se deja llevar por ellos en múltiples direcciones, elogiando hoy siempre lo contrario de lo que ayer sucedió? ¿No ha conducido la acción misma al absurdo sacudiendo con ello también los principios u orígenes que quizá previamente la pusieron en marcha?"


 

viernes, 26 de febrero de 2016

evangelio lecturas homilia domingo 28 febrero 2016 3º cuaresma

LUZ DEL DOMINGO



Domingo, 28 de febrero de 2016
TERCER DOMINGO DE CUARESMACICLO C


Primera lectura: Éxodo 3, 1-8 a. 13-15
Salmo responsorial: 
Salmo 102
Segunda lectura. 
1 Corintios 10, 1-6. 10-12


EVANGELIOLucas 13, 1-9
 13 1En aquella ocasión algunos de los presentes le conta ron que Pilato había mezclado la sangre de unos galileos con la de las víctimas que ofrecían. 2Jesús les contestó:
-¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás, por la suerte que han sufrido? 3Os digo que no; y, si no os enmendáis, todos vosotros pereceréis tam bién. 4Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? 5Os digo que no; y, si no os enmendáis, todos pereceréis también.
 6Y añadió esta parábola:
-Un hombre tenía una higuera plantada en su viña, fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. 7Entonces dijo al viñador:
-Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué, además, va a esquilmar la tierra?
8Pero el viñador le contestó;
-Señor, déjala todavía este año; entretanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol; 9si en adelante diera fruto..., si no, la cortas.
 

 
COMENTARIOS
I
 ¿CASTIGO DE DIOS?
'Castigo de Dios' es una expresión que se suele oír cuan do sucede alguna tragedia. Pronunciar esta frase produce ali vio a quienes consideran que Dios es un juez severo que, con frialdad, examina la vida y obras de sus clientes, dictando sentencia condenatoria para los culpables. 'Dios premia a los buenos y castiga a los malos', nos dijeron desde pequeños; pero esta afirmación no corresponde, tal vez, a la etapa de nuestra existencia en la tierra, pues ese Dios -justo juez-parece callar demasiadas veces ante la injusticia flagrante, ante el dolor y la opresión humana.
Para algunos, Dios no interviene siempre, sino que manda de vez en cuando un aviso, a modo de escarmiento, para que estemos alerta. Dios se puede cansar, se nos ha dicho. Tiene paciencia hasta un cierto límite.
Pero ¿es éste el rostro del Dios de Jesús? En una ocasión «se presentaron a Jesús algunos para con tarle que Pilato había mezclado la sangre de unos galileos con la de las víctimas que ofrecían». Pilato había asesinado a unos galileos mientras mataban en el templo de Jerusalén unos ani males que iban a ofrecer a Dios. En las épocas de gran afluen cia de público al templo, cada uno de los oferentes de ani males mataba su propia víctima, limitándose el sacerdote a recoger la sangre del animal y derramaría sobre el altar. Lo que sucedió aquel día fue considerado como una gran profa nación del templo, un sacrilegio, pues se había mezclado la sangre de los animales con la de sus oferentes asesinados.
Quienes pasaron la noticia a Jesús pensaban que se trata ba de un 'castigo de Dios' hacia aquellos galileos, gente pro pensa a sublevaciones contra el poder romano ocupante y sin demasiados escrúpulos religiosos. Quienes no habían sido ase sinados podían considerarse justos delante de Dios.
Jesús, que no estaba de acuerdo con semejante raciocinio, les contestó: «-¿Pensáis que esos galileos eran más pecado res que los demás porque acabaron así? Os digo que no; y si no os enmendáis, todos pereceréis también. Y aquellos dieci ocho que murieron aplastados por la torre de Sibé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusa lén? Os digo que no, y si no os enmendáis, todos vosotros pereceréis también» (Lc 13,lss).
Los informadores de Jesús debieron de llevarse una sorpre sa. La situación se volvió contra ellos. Dios no actúa castigando o haciendo escarmentar a nadie. De ser así, el castigo les hu biera tocado también a ellos, pues eran igualmente pecadores.
Y por si esto no hubiera quedado bien claro, Jesús añadió esta parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en su viña, fue a buscar higos y no encontró. Entonces dijo al viña dor: Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué, además, va a esquilmar el terreno? Pero el viñador le contestó: Señor, déja la todavía este año; entre tanto yo cavaré y le echaré estiércol; y si en adelante diera fruto..., si no, la cortas.»
La higuera, árbol con muchas hojas y bella apariencia, es imagen de un Israel que no da el fruto del cambio y la con versión (Jr 8,13). Pero Dios tiene paciencia y espera. En lugar de cortar la higuera-Israel, está siempre decidido a seguir ca vándola y abonándola como el viñador de la parábola. Dios no es partidario de escarmientos: tiene una paciencia infinita. Nadie debe utilizar la tragedia humana como mecanismo de justificación propia. Lo único que justifica ante Dios son las obras. Sólo éstas muestran quién es bueno o malo ante El. Lo demás son falsas imágenes de un Dios del que sabemos Muy poco...
 
II 
LA RESPONSABILIDAD ES DE TODOS
Si la sociedad es injusta, si vemos que en la comunidad eclesial hay mucho que corregir, eso afecta no sólo a los políticos o a la jerarquía eclesiástica; la situación presente y el futuro de los grupos humanos es responsabilidad, en mayor o menor grado, de todos sus miembros. Al menos para los cristianos así queda dicho en el evangelio.
PECADO Y CASTIGO
...le contaron que Pilato había mezclado la sangre de unos galileos con las víctimas que ofrecían. Jesús les contestó:
-¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás por la suerte que han sufrido?  Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Sibé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habi tantes de Jerusalén? Os digo que no; y si no os enmendáis, todos pereceréis también.
Según la mentalidad más extendida en el pueblo de Israel, los sufrimientos son siempre consecuencia del pecado, el cas tigo que Dios impone como sanción a quien desobedece sus normas (Ex 20,5).
En un primer momento esta creencia se refería sobre todo a los desastres colectivos: derrotas militares, catástrofes..., se consideraban la consecuencia del alejamiento del pueblo respecto a Dios y a sus mandamientos (Gn 19,1-26; Is 40,2; Am 1,3-2,16).
En tiempos de Jesús, y desde unos siglos antes, la idea de que el sufrimiento era siempre castigo por el pecado se man tenía, pero el acento recaía en el sufrimiento personal y, sobre todo, en el pecado individual: cada enfermedad, cada desgra cia era la consecuencia directa de cada pecado cometido por quien la sufría o, en todo caso, por sus progenitores (véase Jn 9,2). Además, la doctrina oficial, especialmente la farisea, reducía el concepto de pecado a la pura transgresión de la ley, resaltando, aún más en el aspecto individual, y encerrando la cuestión en el ámbito exclusivo de la relación entre Dios y el individuo.
Que la gente pensara así resultaba muy beneficioso para las clases dirigentes: los sumos sacerdotes, que colaboraban con los invasores romanos; los fariseos, que no movían un dedo para que la situación cambiara; todos los instalados en la cumbre de la sociedad podían decir, siempre que sucedía algo como lo que cuenta el evangelio de hoy, que la sangre derramada, ya por la violencia del imperio, ya por la casuali dad o por la incompetencia, era un castigo de Dios: los galileos asesinados por los romanos o los habitantes de Jerusalén aplas tados por la torre de Sibé habrían pagado con su muerte sus propios pecados. Las víctimas acababan así convertidas en culpables; los verdaderos culpables, absueltos, y el pueblo, asustado y sometido, pues, si no obedecían a los jerarcas, a cualquiera podría pasarle lo mismo.
SI NO OS ENMENDÁIS...
Jesús no está de acuerdo con ese punto de vista. El sufri miento que pueda padecer un individuo no es consecuencia directa de sus propios pecados; sin embargo, la capacidad de hacer sufrir y el potencial de muerte que se han instalado en las sociedades humanas sí que son consecuencia del pecado colectivo del que todos somos personalmente responsables.
Por eso, la ruina o la salvación de una sociedad son cuestiones que afectan a todos. Se trata de un asunto que, al mismo tiempo, es personal y colectivo, de tal modo que ni se puede diluir la responsabilidad de cada uno en la de la masa ni se puede eludir la solidaridad olvidando que se trata de un pro blema común. Cada uno, por tanto, debe cambiar en sus actitudes y sus comportamientos y abandonar aquellos -si no os enmendáis - que comportan o favorecen la injusticia, la violencia, el egoísmo  porque en el cambio personal se encierra ya la semilla de una sociedad nueva: al nacimiento de un hombre nuevo corresponde la aparición de una nueva humanidad.
 
OBRAS SON AMORES
Un hombre tenía una higuera plantada en su viña, fue a buscar fruto en ella y no lo encontró...
Cierto que la cuestión no es sólo individual. Porque se trata no sólo de evitar el mal, sino de construir, como acaba mos de indicar un mundo nuevo.
El fruto que, con firmeza aunque sin agobio exige el dueño de la viña es una sociedad organizada de acuerdo con la voluntad de Dios- para nosotros los cristianos sería lo que el evangelio llama «el reino de Dios», puñados de humanidad, comunidades que organizan su convivencia de tal modo que todos se tratan y se sienten tratados como hermanos. No es sólo una sociedad en la que no hay injusticia, odio, egoísmo, violencia..., sino una sociedad en la que se han instalado definitivamente la justicia, el amor, la solidaridad, la paz.
No se puede formar parte del pueblo de Dios (la viña, véase Is 5,1 7) sin estar contribuyendo eficazmente a que ese pueblo sea cada vez más fiel al proyecto del evangelio, sin crecer personalmente en la vida y en el compromiso cristiano y sin asumir como propio el testimonio colectivo de la comu nidad y la misión de presentar a otros e invitarlos a incorporarse a la tarea de realizarlo. Sería como un árbol que no da fruto, que estorba y resulta perjudicial en un campo. Esto vale para personas y para grupos, organizaciones, institucio nes... La higuera, en otros lugares de los evangelios, y posible mente aquí, es figura de la estéril institución religiosa judía. Recordemos el refrán español: ¡Obras son amores -el amor es el fruto- y no buenas razones!
 
III
 NO HAY ESCAPATORIA PARA NADIE
La maldad de los fariseos se hace patente en la mala fe con que lo informan. Vienen a decirle: 'Tú y tu gente acabaréis tan mal como aquellos galileos, ya que sois galileos y os comportáis como ellos.' Ellos ya han emitido su veredicto: son unos pecado res. Jesús, no obstante, jamás condena a ningún zelota o fanático nacionalista, a pesar de que él morirá como un zelota más: « ¿Pen sáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos porque acabaron así? Os digo que no; y si no os enmen dáis, todos vosotros pereceréis también» (13,2-3). Ahora es Jesús quien les advierte severamente: «Vosotros no sois menos pecado res que aquéllos y pereceréis igualmente si no os enmendáis a fondo.» Todos tenemos necesidad de cambiar de conducta, de no ser así perderemos la oportunidad de vivir para siempre.
Acto seguido pasa a la carga y los pone en evidencia: «Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Sibé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y si no os enmendáis, pereceréis también todos vosotros» (13,4-5). Informe contra informe. A los que le habían recordado, como galileo que era y presuntamente zelota, el castigo ejemplar infligido por Pilato a unos nacionalistas galileos, Jesús les recuerda, como jerosolimitanos que son, la muerte por accidente de unos conciudadanos suyos, accidente que ellos consideraban en su casuística como un castigo de Dios. No son menos culpables que aquella pobre gente que ellos han inculpado sin motivo.
 
PARABOLA DE LA COMUNIDAD ESTÉRIL
La secuencia concluye con la conocida parábola de la higuera estéril, figura de Israel. Es necesario que nos la apliquemos nos otros, individualmente y, sobre todo, como comunidad cristiana o iglesia. Una iglesia, una comunidad que no dé frutos no tiene razón de ser, por mucha hojarasca que ostente. Nuevamente Jerusalén. Os digo que no; y si no os enmendáis, pereceréis también todos vosotros» (13,4-5). Pero todo tiene un límite: «hace tres años... déjala aún este año» (13,7-8), un período completo. Jesús suplica por su pueblo y por cada comunidad cristiana. Y se compromete con ella: «entre tanto yo la cavaré y le echaré estiércol» (13,8). Siempre espera, contra toda esperanza: «si en adelante diera fruto...» (13,9a). Resuena la buena noticia del ángel Gabriel a María: «y la que decían que era estéril está ya de seis meses; para Dios no hay nada imposible» (1,36-37). Isabel personificaba el estamento religioso, causa de esterilidad. « ¡Si no, la cortas!» (13,9b).
 
IV
Análisis
El texto del libro del Éxodo nos presenta una versión -la más conocida, seguramente- de la así llamada vocación de Moisés, que es también la “autopresentación” de Yavé.
Las antiguas opiniones sobre diferentes fuentes hablan de dos antiguas tradiciones que se integran en este texto. Según Gen 4,26 Enosh fue el primero en invocar el nombre de Yavé, sin embargo, acá Moisés no lo conoce, por lo que Dios se lo debe revelar. Por otra parte el nombre del monte es Horeb y no Sinaí, y el suegro de Moisés es Jetró mientras que en 2,18 es Reuel. Así se ha hablado de las diferentes tradiciones a las que históricamente se las llamó Elohista y Yahvista, aunque el tema hoy está en discusión (en especial la antigüedad de estas, y la existencia del primero).
Muchos elementos podríamos señalar, pero destaquemos solo algunos:
Moisés es llamado, y como es frecuente en los relatos de vocación de la Biblia se sigue un esquema similar: (1) oración y respuesta, v.7 y v.9; (2) promesa de salvación, v. 8 y v.10; (3) encargo, v.16-17 y v.10; (4) objeción, 4,1 y v.10; (5) signo, 4,1-9 y v.12; (6) nueva objeción, 4,10 y v.13; (7) respuesta final de Dios, 4,13-16 y 4,17. Como se ve, parecería que las dos fuentes entremezcladas tienen el mismo esquema. Que se utilice un “relato de vocación” nos pone en el contexto de los profetas, lo que no es ajeno al texto, ya que Moisés debe ser “escuchado” como uno que habla “en nombre de Dios”.
Otro elemento es lo que causa la intervención de Dios: lo que lo motiva es “el clamor”. El grito de dolor no deja a Dios “fuera” de la historia. Desde el clamor de la sangre de Abel, Dios toma partido por “los-que-claman”, los que sufren la opresión e injusticia (Gn 18,21; 19,13; Ex 11,6; 22,22: “no dejaré de oír su clamor”; 1 Sam 9,16; Is 5,7; Sal 9,13). El clamor de su pueblo no le permite “hacer oídos sordos”, y frente a ese dolor es que elige y envía a su elegido “Moisés”.
Finalmente digamos algo sobre el ”nombre” de Dios. Entre los antiguos semitas, el “nombre” es el sentido, es su misma existencia. Que Dios tenga nombre, y distinto del nombre que recibió hasta ahora indica que algo ha cambiado (cambiamos de Dios); este es un Dios que se muestra a partir de la historia, como un Dios que manda a los que elige para dar respuesta a los clamores que lo conmueven y no lo dejan indiferente. ¿Qué significa el nombre de Dios? Podemos preguntarnos qué significó en su origen, y qué significó para los lectores del Éxodo. No es fácil dar respuesta, lo cierto es que parece incluir el verbo “ser”/“estar”: las opiniones más sólidas hoy son tres: “yo soy el que hace ser”, lo que remite a que Dios es creador, aunque no se entiende a qué viene esta confesión de fe en este momento; además de que el reconocimiento de Dios como creador parece más tardío, como en el 2º Isaías, en tiempos del exilio); “yo soy el que soy” en el sentido de resaltar Dios existe, mientras que los dioses-ídolos no existen (en ese sentido parece usarlo Os 1,9), el marco remite en cierto modo a la alianza y la “duplicación” destaca la soberanía de Dios que “hace misericordia con quien hace misericordia” (Ex 33,19), es decir: siempre; finalmente, “yo soy el que estaré” (con ustedes), es el Dios de la presencia salvadora, el que acompaña la historia. Este último por el contexto, y el anterior por el marco son los que nos parecen más probables: Dios garantiza su presencia y se enfrenta con los dioses de Egipto: el clamor de su pueblo por el sufrimiento no puede quedar impune.
 
Nos encontramos ante uno de los salmos (el 94) más “cristianos” del AT. La misericordia aparece como la característica fundamental de Dios que, además, es presentado como “padre”, como un Dios que supera la justicia yendo más allá, hasta las fronteras del perdón. Como ocurre con frecuencia en los “himnos” de “acción de gracias”, al comienzo (v.1) y al final (v.22) se repite la misma idea (en este caso literalmente). Quizá debamos señalar que no es este uno de los salmos más creativos literariamente (por ejemplo, no parece muy amante de sinónimos y algunas palabras, como rhm y hsd, ternura y misericordia, se repiten con frecuencia, casi monótonamente), aunque esto no impide que sea muy profundo teológicamente.
No es fácil saber en qué contexto nació ya que a veces parece individual (alma mía) y otras parece comunitario (no nos trata, Moisés, Israel...), y no hay un contexto histórico aparente (por algunos elementos parece post-exílico, pero no parece importante en este caso): puede ser una persona curada de una enfermedad (vv.3-4), una situación nacional (vv.7.18), o una reflexión religiosa sobre Dios, tanto en lo personal como en lo comunitario (v.8). Todas son posibles.
La liturgia incorpora sólo los vv.1-4.6-8 (con lo que omite la extraña comparación del águila que se “renueva” de v.5) y v.11 (con lo que también omite la actitud de Dios que “no paga conforme a las culpas” sino que las supera en misericordia). En v.11 comienzan varias comparaciones marcando la distancia entre el amor de Dios y el hombre con una serie de imágenes (horizonte, padre, polvo, hierba). En la liturgia de hoy sólo tenemos la primera: la distancia entre el cielo y la tierra.
El orante se invita a sí mismo (alma mía) a bendecir a Dios. Los “beneficios” tienen que ver con la retribución (la raíz gml dice relación a eso), no se alaba la justicia rígida, sino que va más allá de la mirada a los méritos (como vuelve a recordarlo en vv.8-10). Luego lo siguen una serie de participios que se aplican a Dios (vv.3-6): que perdona, que cura, que libra, que corona, que sacia, que renueva. Por el lado negativo nos libra de culpas, enfermedades (que suelen ser vistas como consecuencia de las culpas) y -por tanto- de la muerte; positivamente nos da ternura, misericordia, bienes (hsd, rhm, twb). Ambos elementos, negativos y positivos, tienen como conclusión que nos rejuvenecen.
De allí se pasa a algo más social que personal: la justicia y la liberación con lo que prepara a la referencia -ahora nacional- a Moisés e Israel (v.7). La idea de que Yavé es clemente y compasivo la encontramos en Ex 34,6; Jl 2,13; Jon 4,2; Sal 86,15; 145,8; Neh 9,17 con coloración litúrgica. Esto se expresa por comparaciones que -como vimos- la liturgia sólo incorpora la primera, la diferencia de altura entre cielo y tierra -la más grande imaginable- (ver Sal 36,6; 57,11), que sirve para mostrar cómo es de grande el amor de Dios (“como [min] el cielo es más alto que la tierra...” Is 55,9; ver Jb 11,8; 22,12). El Salmo aparece, entonces, como una presentación de Dios en la historia tanto personal como comunitaria, y su característica principal radica en su ternura (materna) y su paternidad que actúa en esa historia y nos debe llevar (imperativo) a alabarlo constantemente.
 
La Primera carta de Pablo a los Corintios presenta muchas dificultades cuando pretendemos “ubicarla”. Parece muy desordenada, y no es evidente que todo esté en el lugar que Pablo lo pensó. Sabemos que Pablo contesta preguntas escritas que la comunidad le ha hecho (7,1) y es probable que cada vez que usa “con respecto a” también lo esté haciendo (7,1.25; 8,1; 12,1; 16,1.12). Eso no impide que se hayan introducido en el resto de la carta textos provenientes sea de otras cartas o de nuevas circunstancias que exigieron una reelaboración del escrito por parte del mismo Pablo (esta última es nuestra opinión pero no es el caso destacarla acá). En principio, entonces, el texto de 1 Cor 10,1-13 pertenece al bloque donde Pablo responde acerca de la carne ofrecida a los ídolos.
Sin embargo, la frase “no quiero que ignoren” destaca que comienza una nueva unidad, como además se ve en el uso de “hermanos”. La referencia evidente a los acontecimientos del desierto nos hace pensar que estamos ante una relectura del A.T., o una breve homilía, en clave evidentemente cristiana: se compara la nube y el paso del mar con el bautismo, el maná y el agua con la eucaristía, y se recuerda que esos acontecimientos ocurren “en figura” (vv. 6.11) y que no deben, los corintios, repetir lo malo que hicieron en el desierto “nuestros padres”. El discurso se mueve de a pares: nube/mar, alimento/bebida espiritual, y pretende que “no hagamos como ellos hicieron” donde se repiten, siempre de a pares, los verbos que caracterizan el comportamiento incorrecto de los israelitas en el desierto y que Pablo pretende que los cristianos eviten: codiciar, fornicar, tentar, murmurar. En el centro encontramos una actitud que también se debe evitar pero no tiene su par, pero -por el contrario- está iluminada por un texto bíblico: “no idolatren”; la referencia es al “becerro de oro”, pero la cita remite a la comida y bebida. Seguramente Pablo podía haber escogido otra cita mejor para aludir a la idolatría, pero esta hace referencia a la comida que es lo que a Pablo le interesa marcar. De allí que pase a la siguiente unidad recordando “huyan de la idolatría” (10,14) para volver a la comida de carne ofrecida a los ídolos, que -como vimos, es el marco de la unidad. El hecho de que “no idolatren” no tenga par (“como ellos idolatraron”) y que sea iluminado con la Escritura revela que para Pablo es el corazón del relato.
La referencia a las figuras (typos) del AT que recuerdan el bautismo y la eucaristía, parecen decir que no se debe creer que por ser partícipes de la comunidad sacramental, no por estar bautizados y tomar parte de la eucaristía tenemos la garantía de no caer (eso sería hacerse un ídolo; ver 11,30). La idolatría es la clave de la unidad (lamentablemente omitida por el texto litúrgico). Los israelitas cayeron, y también nosotros debemos cuidarnos de no caer: “el que crea estar de pie cuide de no caer” es la conclusión y la clave del texto.
 
El Evangelio se ubica en el “viaje a Jerusalén” donde Lucas presenta muchos textos de su fuente propia, “L”, un poco -aparentemente- desordenados. Sin embargo, el relato presenta una cierta semejanza en la forma con lo que viene diciendo: en 12,51 también había preguntado “creen que...” y su respuesta fue “les aseguro que...” concluyendo con una parábola. En este caso se presenta abruptamente una situación histórica, con una aparente interpretación religiosa. Jesús corrige esa interpretación e incluso presenta otra situación semejante que se prestaría a la misma interpretación. “No, les aseguro” es la corrección que Jesús propone (vv.3.5) para lo cual presenta otra parábola (vv.6-9).
El acontecimiento histórico nos es desconocido. Se han propuesto diferentes hechos, pero ninguno coincide exactamente con este. Es extraño que Flavio Josefo no lo haya narrado siendo, como es, muy poco amigo de Pilato. Pero el debate supone un (o dos) acontecimiento(s) ocurridos realmente. La mezcla de sangre de galileos con la de los sacrificios hace pensar en la fiesta de la Pascua: en esa fecha Pilato y los peregrinos -también los de Galilea- se encuentran en Jerusalén, y los laicos participan de los sacrificios ya que deben llevar a su casa, o lugar de tránsito, el cordero para ser comido en familia. El otro hecho afecta a 18 personas, si el primero es incidental, este es ocasional, en el primero hay un criminal, pero en el segundo hay un hecho casual, lo común de ambos son los muertos y la interpretación que los interlocutores de Jesús hacen del hecho. De la torre de Siloé sabemos de su existencia, y su ampliación. Josefo la narra, pero no cuenta -tampoco- ningún accidente de este tipo. No sabemos si Lc no está pensando o puede estar releyendo la caída de Jerusalén posterior al 70, pero más allá del o los hechos históricos, lo importante es la respuesta a la imagen de Dios que todo esto supone.
La opinión teológica clásica establece una estrecha relación entre culpabilidad y castigo, de allí que los interlocutores piensan que en estas muertes Dios ha castigado sus pecados; estamos cerca de la teología tradicional de la “retribución”, la misma que defienden los amigos de Job. Jesús no cuestiona la culpabilidad de los galileos, pero se niega a presentar un Dios así de cruel, y prefiere mostrar un Dios en diálogo con los hombres, un Dios que dé espacio a la conversión. “Si ustedes no se convierten” pone a los oyentes en el mismo nivel que los galileos y parte de la idea de que “todos son culpables”. Y nos lleva a mirar el mundo y los acontecimientos no como espectadores sino como actores. En vv. 2 y 4 se pone en paralelo pecadores y deudores; seguramente los lectores griegos de Lucas no entienden “deuda” en un sentido también religioso (ver el Padre nuestro donde Lc dice “pecados” donde la fuente decía “deudas”) pero al estar en paralelo no precisa explicación y se comprende que aquí por “deuda” debe comprenderse “culpa”. Al rechazar esta imagen de Dios, Lc presenta una divinidad menos poderosa y más misericordiosa, presenta un Dios de amor y nos invita a tener presente que nuestra suerte se juega en el perdón de Dios más que en nuestras actitudes.
En este marco, Jesús nos presenta una parábola. Con frecuencia se la ha alegorizado (por ejemplo los 3 años harían referencia a la vida pública de Jesús, dato del que Lc nunca habla y parece desconocer). Sabemos que con muchísima frecuencia Israel es comparado con una vid (el ejemplo más evidente -y es solo uno entre muchos- es Is 5,1ss-, pero también se ha comparado a Israel con una higuera (ver Jer 24,1-10). Es interesante que ambas imágenes se mezclan algunas veces en los profetas (Jer 8,13; Os 9,10; Mi 7,1). No es necesario decir que la vid representa a Israel y la higuera a Jerusalén, probablemente el uso de ambas imágenes tiene como intención simplemente reforzar la idea (ver Mi 4,4) y que quede muy claro de quienes se está hablando, de Israel, y de ese modo mover a la “conversión” (metánoia) que es el centro de toda la unidad. La higuera no sólo no da fruto sino que ocupa un lugar importante. El poseedor repite lo que sabemos, que ha ido a buscar infructuosamente, pero aporta nuevos elementos: que hace tres años que lo hace, y su decisión de cortarla; la destrucción es aquí, imagen del juicio. Lo sorprendente ocurre con la intercesión del viñador (es común en la Biblia que el intercesor sea uno inferior como es en este caso el viñador sobre el dueño de la viña), él se ocupará de dar alimento y bebida a la planta y mueve al dueño a una nueva -y última- esperanza, en este caso un año. Este será la última oportunidad del árbol de dar frutos, sino será cortado. Como otras parábolas, el final permanece “abierto”, no sabemos si la higuera dio o no el fruto esperado, como no sabemos si el hijo mayor entró a la fiesta del padre por el regreso del hijo menor. Como la parábola pretende mover a una actitud, son nuestras actitudes la que darán el final sea negativo o positivo...
Los oyentes, pecadores, tienen también su última oportunidad de dar fruto de conversión para Dios. Los israelitas están invitados, tanto en las desgracias cotidianas, como en la palabra de Jesús, a escuchar la voz de Dios que los invita a la conversión. Y con ellos también nosotros.
Comentario
 Jesús nos enseña, en el texto de hoy a aprender a escuchar la voz de Dios en los acontecimientos de la historia. De hecho sus interlocutores también lo hacían, y por eso van a contarle los hechos, pero escuchaban mal, Dios no decía lo que ellos entendían. Es verdad que Dios habla, pero hay que aprender a escucharlo. Dios no nos dice que los muertos de esos acontecimientos drásticos eran pecadores, de hecho todos lo son. Lo que Dios nos dice es que por serlo, debemos convertirnos y dar frutos de conversión. Los frutos son una palabra de Dios para esta etapa de la historia.
La vid y la higuera, representan en la Biblia, frecuentemente, al pueblo de Israel, para que quede claro que se refiere a esto, el pasaje de la parábola nos habla de una higuera plantada en una viña. Pero en estos casos, el problema, con muchísima frecuencia son los frutos, o para ser precisos, los frutos malos la falta de ellos... ¿De qué sirve una higuera que no da frutos? Si no da frutos reiteradamente, el problema se agrava: no sólo no da fruto sino que ocupa un lugar que se podría aprovechar para otra planta. Dios preparó el terreno, hizo todo lo necesario, se tomó un tiempo prudencial, pero ¿y los frutos? El pueblo que Dios se ha preparado con tanto cariño, ¿cómo responde al cariño de Dios?, el tiempo se acaba y la higuera puede ser cortada. Sólo la intercesión de los trabajadores puede postergar esto un breve tiempo más.
Vivimos en sociedades llamadas cristianas. "Occidental y cristiana" se decía, y los frutos fueron torturas, desapariciones, asesinatos, delaciones, miedo, desesperanza... y más todavía: hambre, desocupación, analfabetismo, falta de salud y vivienda, desesperanza... y "por los frutos se conoce el árbol". Hoy, muchos llamados cristianos siguen viviendo su fe muy lejos de los frutos de amor y justicia que nos pide el Evangelio: participan de mesas de dinero, de la tiranía del mercado, pagan sueldos "estrictamente «justos»” y precisamente bajos, están afiliados a partidos que nada tienen que ver con la Doctrina Social de la Iglesia (¿se puede -por ejemplo- ser cristiano y neo- liberal? ¡ciertamente no!). ¿Y los frutos? Individualismo, hambre, pobreza... Así, por ejemplo, vemos que uno de los problema que tenemos en América Latina para el reconocimiento “oficial” de nuestros mártires es que quienes los han matado “se llaman ellos mismos cristianos!”, y esto desconcierta a muchos.
¡Cuántos se llaman cristianos entre nosotros! ¡Cuántos son "cristianos comprometidos" participantes de misas y movimientos!... Pero también, ¡cuánto es el escándalo!
"Dios mío: quiero pedirte perdón hoy por haberme olvidado de lo más importante: que eres mi Padre; Señor, nunca más quiero tenerte miedo, soy tu hijo y no tu esclavo. Desde hoy en adelante quiero que estés contento conmigo. Quiero demostrarte con hechos, y no con meras palabras, que te quiero... quiero amarte en cada hombre que me salga al encuentro, porque ésa es tu voluntad. Quiero sufrir con mis hermanos que están sin trabajo, quiero sentir como mía la angustia de miles y miles de jubilados... Haz, Señor, que como Tú, pase por la vida desparramando amor" (Carlos Múgica, http://carlosmugica.com.ar).
No bastan las palabras. De nada sirve una higuera estéril. Una higuera debe dar higos ya que para eso ha sido plantada. Un pueblo redimido por Cristo, debe edificar, con su vida (y con su muerte si fuera necesario) un Reino que dé frutos de verdad, de justicia y de paz, de libertad, de vida y de esperanza.... Estamos lejos, ¡muy lejos! de lograrlo. Es verdad que en decenas de comunidades hay también frutos muy vivos de solidaridad, de paz, de oración, de justicia y de vida, de celebración y de esperanza... y podríamos multiplicar los frutos que vemos en las comunidades; pero todo lo anterior también es cierto. Faltan muchos frutos que dar, falta mucha vida que cosechar y alegría que festejar. El continente de la violencia, de la injusticia y el hambre reclama frutos de los cristianos. Y esos frutos deben darse en la historia. Los acontecimientos cotidianos, de dolor y de muerte, que tan frecuentes vivimos en América Latina nos dan una palabra de Dios, una palabra que debemos aprender a escuchar, que debemos comprender para no creer que Dios dice lo que no está diciendo. Jesús nos enseña la “dinámica del fruto” para aprender a reconocer allí un Dios que sigue hablando y que nos sigue llamando a la conversión. No para una conversión individual y personal, sino que dé frutos para los hermanos, para la historia y para la vida. Y la Cuaresma es tiempo oportuno para empezar a darlos...


Para la revisión de vida
 ¿Será que, en mi imaginario religioso, yo creo que el mundo tiene un «segundo piso», el celestial, que maneja lo que pasa en este mundo, y que a su intervención se deben los males y los bienes de lo que nos ocurren? ¿Y que por eso tengo que rezar, o conseguirme de cualquier otra forma el favor del cielo?
 ¿Tengo una mentalidad premoderna, mágica? ¿Creo que hay Alguien más arriba (o más abajo) que interviene en mi vida? ¿Considero todavía que Dios es algo/alguien separado del mundo, separado/diferente de la realidad? [Estudiar el tema del teísmo, panenteísmo... ≠ panteísmo].
 
Para la reunión de grupo
-Solemos tener en nuestra visión inconsciente una imagen de Dios como mecanicista: si nos portamos bien nos han de salir bien las cosas, y si nos salen mal pensamos que se deberá a que algo hemos hecho mal… Como si fuera Dios quien enviase el mal al mundo… ¿Qué tipos de mal podemos encontrar en el mundo, y cuáles serían sus orígenes? (Mal natural, mal cometido por el ser humano, mal provocado por él…)
-Se dice que la escena del Éxodo que hoy leemos es como la primera presentación de Dios en la historia, la primera vez que entra Dios en ella de un modo decidido… ¿Qué características podemos decir que tiene el Dios bíblico, con semejante «tarjeta de visita»? ¿Qué imagen de Dios refleja este texto bíblico?
 -Roger LENAERS, jesuita, ha escrito el libro «Otro cristianismo es posible», donde analiza lo frecuente que es que los cristianos seguimos pensando como Platón imaginó el mundo, dividido en dos, con un piso superior donde habita lo divino, que sigue manejando los sucesos de este mundo, por lo que no somos un mundo autónomo, sino “heterónomo”, que depende enteramente de arriba, por lo que debemos estar pendientes de la “revelación” que ese mundo de arriba nos concedió a los humanos, y conducirnos con humildad y sumisión, sin pretender tener una responsabilidad propia y nuestra... Esa división platónica del mundo en dos pisos (el Timeo) nos la han solido presentar como esencial al cristianismo... ¿Es posible otro cristianismo, reconciliado con el pensamiento moderno que reconoce que estamos en un solo mundo, sin dos pisos?
 Se puede organizar un debate sobre estas dos formas de ver el mundo. El libro está accesible en internet: http://cursotpr.adg-n.es/?page_id=3
 -Para captar el favor de ese “segundo piso” está la oración de petición, o los sacrificios y otras prácticas religiosas para conseguirnos el favor del cielo... ¿Tiene sentido la oración de petición? ¿Qué sentido tiene? ¿Qué sentido nos parece que ya no puede tener?
Para la oración de los fieles
Para que tengamos en nuestra fe una imagen de Dios conforme a lo que la Palabra de Dios nos manifiesta: un Dios que interviene en la historia, escucha el clamor de su pueblo y sin quedarse en la pasividad decide entrar en acción, roguemos al Señor.
Para que también nosotros tengamos una espiritualidad que corresponda al Dios bíblico: abierta a captar los signos de la presencia de Dios en la historia, y principalmente dispuesta a escuchar el clamor de los hermanos que sufren, roguemos al Señor.
Para que no achaquemos a Dios el mal que nosotros mismos provocamos, roguemos al Señor.
Para que no decepcionemos una y otra vez al Señor que viene a recoger los frutos que espera de nosotros, sino que con tesón y con esperanza produzcamos frutos de amor comprometido, roguemos al Señor.
Por la humanidad, para que se haga cada vez más consciente de que tiene que cuidar este mundo, sus riquezas naturales, sus aguas, sus bosques, su capa de ozono… como el hogar que nos ha sido dado y que debemos conservar para las futuras generaciones, en vez de destruirlo simplemente por ambición y afán irracional de lucro, roguemos al Señor.
 
Oración comunitaria
 Oh Dios, misterio inabarcable. Acostumbrados como estamos a atribuir a tu acción todo lo que nosotros no sabemos explicar, sobre todo el mal cuyo sentido no logramos captar, queremos expresarte nuestra voluntad de ser adultos, de asumir nuestras responsabilidades en el mal, y de preferir maduramente el silencio y la acogida del misterio, a la respuesta fácil de achacarte los sucesos incomprensibles o nuestros límites y deficiencias. Nosotros lo aprendemos esto del ejemplo de Jesús, nuestro hermano, tu hijo bien amado.


Estos comentarios están tomados de diversos libros, editados por Ediciones El Almendro de Córdoba, a saber:
- Jesús Peláez: 
La otra lectura de los Evangelios, I y II. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Rafael García Avilés: 
Llamados a ser libres. No la ley, sino el hombre. Ciclo A,B,C. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Juan Mateos y Fernando Camacho: 
Marcos. Texto y comentario. Ediciones El Almendro.
        - 
Juan. Texto y comentario. Ediciones El Almendro. Más información sobre estos libros en www.elalmendro.org
        - 
El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Ediciones Cristiandad, Madrid.
Acompaña siempre otro comentario tomado de la Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica: 
Diario bíblico



sábado, 20 de febrero de 2016

Comentario evangelio domingo 21 febrero 2016

LUZ DEL DOMINGO




Domingo, 21 de febrero de 2016
SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMACICLO C


Primera lectura: Génesis 15, 5-12. 17-18.
Salmo responsorial: 
Salmo 26
Segunda lectura: 
Filipenses 3, 17-4, 1
 
EVANGELIOLucas 9, 28-36
 28Ocho días después de éste discurso se llevó a Pedro, a Juan y a Santiago y subió al monte a orar. 29Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos reful gían de blancos. 30En esto, se presentaron dos hombres que conversaban con él: eran Moisés y Elías, 31que se ha bían aparecido resplandecientes y hablaban de su éxodo, que iba a completar en Jerusalén.32Pedro y sus compa ñeros estaban amodorrados por el sueño, pero se espabila ron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. 33Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús:
-Jefe, viene muy bien que estemos aquí nosotros; po dríamos hacer tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
No sabía lo que decía. 34Mientras hablaba, se formó una nube y los fue cubriendo con su sombra. Al entrar en la nube se asustaron. 35y hubo una voz de la nube que decía:
-Este es mi Hijo, el Elegido. Escuchadlo a él.
36AL producirse la voz, Jesús estaba solo. Ellos guarda ron el secreto y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.






  
COMENTARIOS
I
 EL VERDADERO MESÍAS
Tras dar de comer pan y pescado a la gente, Jesús se retiró a orar. Lo solía hacer siempre que el ruido y el clamor de la muchedumbre le suponía un obstáculo para seguir el camino de servicio sin triunfalismos que se había trazado.
A la gente no le cabía en la cabeza la imagen de un Mesías -nombre con que se designaba en el Antiguo Testamento al rey, ungido de Yahvé- que no entendiera de triunfo, fuerza, poder, gloria, fama, desquite... Por otra parte, Jesús temía que también su grupo de discípulos participara de la mentali dad del pueblo en este punto.
Por eso, «una vez que estaba orando solo en presencia de sus discípulos, les preguntó: -~ Quién dice la gente que soy yo ? Contestaron ellos: -Juan Bautista; otros, en cambio, Elías, y otros, un profeta de los antiguos que ha vuelto a la vida. El les preguntó: -Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pedro tomó la palabra y dijo: -El Mesías de Dios. El les prohibió terminantemente decírselo a nadie» (Lc 9,28ss).
La respuesta de Pedro parecía exacta. Pero a Jesús le dio la impresión de que sus discípulos entendían por 'mesías' lo de siempre: un rey, al estilo de David, capaz de unir al pueblo dividido, liberándolo -mediante una buena operación militar- de la opresión de los enemigos (en tiempos de David, los filisteos; en aquel tiempo, los romanos).
Por eso Jesús se apresuró a puntualizar: «-Este hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser rechazado por los se nadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resuci tar al tercer día. Y dirigiéndose a todos, dijo: -El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue cada día con su cruz y me siga...»
El grupo de los doce debió de entrar en crisis al oír estas palabras, que les resultarían difíciles de entender. Y del grupo, Pedro, Santiago y Juan, famosos por su tozudez e intransigen cia, estarían especialmente necesitados de aclaración. Por esto, «Jesús se los llevó a un monte a orar». Sólo con la ayuda divi na entenderían a su Maestro.
La tradición identificó este monte con el Tabor, monte sagrado para las tribus israelitas del norte y célebre por la victoria de Barac contra Sísara; impresionante cono de 588 metros de altura que se yergue majestuoso sobre la hermosa llanura de Jezrael, al sudeste de Nazaret. Una tradición anti gua, que parte de Origenes (s. III), sitúa en este monte la esce na de la Transfiguración del Señor. Según otros, ésta habría tenido lugar más al norte del país, en el monte Hermón.
En el transcurso de la oración, «el aspecto del rostro de Jesús cambió, y sus vestiduras refulgían de blanco. De pronto hubo dos hombres conversando con él: eran Moisés y Elías, que aparecieron resplandecientes y hablaban de su éxodo, que iba a completar en Jerusalén». Con estas imágenes se da a entender que Jesús contaba con el apoyo divino.
«Pedro y sus compañeros -apunta el evangelio- se caían de sueño.» Es curioso observar que los discípulos se duer men cuando algo no les interesa. También se dormirán en Getsemaní. La idea de un salvador-rey-ungido que salva mu riendo, dando la vida, dejándose matar, no les interesaba de masiado.
Precisamente éste era el tema de que estaban conversando Jesús, Moisés y Elías. «Hablaban de su éxodo», palabra esta que ya desde el libro de la Sabiduría (4,10) designa la muerte del justo como salida (= éxodo) hacia Dios.
Al ver lo sucedido, los discípulos se despabilaron, y «mientras Elías y Moisés se alejaban, Pedro dijo: -Maestro, viene muy bien que estemos aquí nosotros; podríamos hacer tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Jesús no le hizo caso. Según los incomprensibles planes de Dios, ese Jesús -que bajaría del monte para subir al Calva rio es su Hijo a quien hay que escuchar.
            Los demás mesías esperados y soñados son falsos.
II
 HASTA EL FINAL
Aunque a veces sea necesario un alto en el camino para recobrar fuerzas, hay que completar el camino, hay que llevar a su término la tarea que corresponde a cada uno en este proceso de liberación personal y colectivo al que Jesús nos invita. Y más jugando con la ventaja de saber con certeza cuál será ese final.
COMPLETAR SU ÉXODO
Ocho días después se llevó a Pedro, a Juan y a Santiago y subió al monte a orar. Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos refulgían de blancos En esto se presentaron dos hombres que conversaban con él: eran Moisés y Elías, que se habían aparecido resplandecientes y hablaban de su éxodo, que iba a completar en Jerusalén.
Jesús acababa de anunciar a sus discípulos dos cosas muy difíciles de aceptar: el primer anuncio decía que él, al que ellos acababan de reconocer como el Mesías de Dios (Lc 9,20), tenía que completar un camino que acababa en la vida defi nitiva, pero que antes tenía que pasar por el rechazo de los dirigentes que lo llevarían a la muerte (9,22); el segundo era que el camino de sus seguidores tenía que pasar por las mismas etapas para acabar en la misma meta (9,23-24). En su anuncio queda claro que el final será la vida, el triunfo, la gloria; pero por lo que después se ve en los relatos evangélicos, los discí pulos se dejaron impresionar mucho más por lo que, a los ojos humanos, constituía una derrota, un fracaso: la muerte.
Siempre que Jesús ve en peligro la fe de los suyos se va a orar, a compartir el problema con el Padre. El anuncio de que iba a ser un mesías bastante distinto de lo que las tradi ciones judías hacían esperar, sin buscar ni, por tanto, alcanzar ninguno de los triunfos que todos esperaban -no llegaría a ser rey, no engrandecería a la nación israelita, ni siquiera vería con sus propios ojos cómo se establecía la justicia en su pue blo. . .-, debió hacer temblar los cimientos, poco firmes toda vía, de la fe de los discípulos. A Pedro, Juan y Santiago, que debieron mostrar más resistencia que los demás a sus palabras, se los lleva Jesús consigo con la intención de asociarlos a su oración y de ofrecerles por anticipado la experiencia de la vida en plenitud junto al Padre: el verdadero triunfo del verdadero Mesías.
HAGAMOS TRES TIENDAS
Pedro y sus compañeros estaban amodorrados por el sueño, pero se despabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús:
-Jefe, viene muy bien que estemos aquí nosotros; podríamos hacer tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
La experiencia que Jesús les ofrece la aprovechan bastante mal: están amodorrados por el sueño; no son dueños de sí mismos, pues, por el momento, no están dispuestos a aceptar otro camino que el que les viene impuesto por sus tradiciones. Jesús les hace ver que él pertenece a la esfera de la divinidad -el monte, el resplandor blanco- y que junto a Dios está su meta. Moisés y Elías -que representan a la Ley y los Profetas, el conjunto de las tradiciones de Israel- se presen tan claramente subordinados a Jesús, y ratifican en su conver sación la necesidad de que Jesús complete su éxodo en Jeru salén. Pero ellos se mantienen en sus trece y, por boca de Pedro, le piden a Jesús que detenga la historia, que se olvide de su compromiso, que plante allí su campamento sin poner en cuestión todo lo que ellos habían creído hasta ahora. Tres chozas: para Moisés, Elías y, al mismo nivel, para Jesús. Todo quedaba así resuelto: habían llegado a la meta sin tener que esforzarse en completar el camino; podrían quedarse del lado de Jesús sin tener que renunciar a sus viejas creencias. Allí, en el valle, quedaban olvidados los hombres y su historia, sus sufrimientos y sus luchas: ellos ya habían llegado, ¿para qué seguir luchando? Allí tenían todo lo que querían, el pasado -Moisés y Elías-, el presente -Jesús- y su futuro asegu rado por aquellas tres chozas que pretendían hacer definitiva una experiencia que era sólo un medio para recuperar fuerzas con las que atreverse a completar el camino.


ESCUCHADLO A ÉL
Mientras hablaba, se formó una nube y los fue cubriendo con su sombra.
... Y hubo una voz de la nube que decía:
-Este es mi Hijo, el Elegido. Escuchadlo a él.
Desde una nube, señal de la presencia de Dios en el primer éxodo (Ex 13,21; 14,19), se escucha una voz: «Este es mi Hijo, el Elegido. Escuchadlo a él». Lo que Jesús les había anunciado se ve así ratificado por el mismo Dios. Pero, ade más, esas palabras tienen otras consecuencias más.
En primer lugar, la pretensión de poner al mismo nivel a Moisés y Elías queda desautorizada por el mismo Dios libera dor, que eligió a Moisés y a Elías como portavoces suyos en otro tiempo: ahora el único que puede hablar con autoridad en nombre de Dios es Jesús, y su mensaje será el criterio último para aceptar o rechazar cualquier otro mensaje, para discernir la validez de cualquier otra tradición anterior o pos terior.
En segundo lugar, no se puede detener la historia en favor de unos pocos: el camino del que Jesús les había hablado hay que completarlo, el proceso de liberación que él ha iniciado hay que llevarlo a término. Aunque cueste sangre. Y -esto hay que repetirlo siempre que se hable de la muerte de Jesús- no porque Dios exija sufrimiento para otorgar a cambio su favor; Dios ofrece la vida gratuitamente. Es la injusticia esta blecida la que provoca la muerte. La de los pobres y oprimidos y la de Jesús.
 
III

Análisis
El texto de Gn 15 pertenece a una unidad que tiene dos partes muy marcadas: la primera vv.1-6 sobre la promesa de un hijo y descendencia, la segunda vv.7-21 sobre la promesa de la tierra. El texto que hoy presenta la liturgia presenta una cierta confusión ya que encontramos la conclusión de la primera parte, y parte de la segunda. Muchos estudiosos se han preguntado por la antigüedad del texto, hoy parece haber acuerdo que si bien mucho material es antiguo, tenemos también elementos tardíos (como por ejemplo semejanzas con el Segundo Isaías). Incluso los primeros defensores de la teoría de fuentes del Pentateuco afirmaban que descubrir las fuentes de este texto resultaba muy difícil sino imposible.
La primera parte (vv.1-6) nos muestra la promesa de Dios (v.1), la objeción de Abraham, (vv.2-3), la respuesta de Dios en forma de signo (vv.4-5: v.4, negación a la objeción, v.5, signo en el cielo) y aceptación de Abraham (v.6). Como vemos, la liturgia sólo incorpora el signo y la aceptación final.
La segunda parte (vv.7-21) presenta una nueva promesa (v.7), objeción (v.8), signo presentado como voto (vv.9-17: v.9: presentación, vv.10-11, vv.12-16, paréntesis histórico, v.17, realización), confirmación de la alianza (vv.18-21: v.18, presentación, v.19-21, explicitación histórica). Como vemos, la liturgia ha omitido los textos con referencia histórica quedando sólo como promesa genérica. Ciertamente los textos históricos omitidos ayudan para mostrar cómo vio Israel su posesión de la tierra e incluso para verlo como un texto construido en circunstancias probablemente donde parecía que la tierra podía estar a punto de perderse, o también ya perdida y pretendiendo alentar la esperanza. El paralelo entre 15,7 y Lev 25,38 cambiando Egipto por “Ur de los Caldeos” ciertamente hace muy posible esta última interpretación: no hay que olvidar que los Caldeos son los habitantes de Babilonia en tiempos del Exilio; los encontramos por primera vez en el s.9 a.C. en el sur de Babilonia, vecinos de los arameos. Son víctimas del apogeo asirio y se enfrentan con él logrando finalmente el trono babilónico en tiempos de la caída de Jerusalén (587 a.C.); su influencia parece haber sobrevivido a la caída de Babilonia aún durante el período persa y luego griego. Pero, como es evidente, ciertamente estamos muy lejos de la época de Abraham. Es evidente que se refiere a los tiempos del redactor y no a los tiempos de lo narrado. Parece, entonces, que la vieja fórmula del Dios que libera de Egipto es utilizada para referir al Dios que libera de los Caldeos, y el pueblo -descendiente de Abraham- está invitado a creer en que la promesa antigua sigue viva y vigente; los paralelos con el discípulo de Isaías confirman esta lectura.
La lista de animales que se ofrecen en sacrificio parece una presentación de todos los pasibles de ser ofrecidos en sacrificio. Sin embargo, tenemos que tener presente un texto paralelo que se encuentra en Jer 34,18-19 (cf. v.13) donde Israel pasa en medio de un becerro partido en dos, pero no ha sido fiel a la alianza que contrajo en ese gesto y será rechazado por Dios. En este caso, el que pasa en medio de los animales cortados (y las aves no cortadas) es el mismo Yavé; pero como Dios no puede ser visto, esto ocurre entre tinieblas, y lo que puede observarse son los signos: el fuego, el humo. Aquí es Dios el que ofrece la “firma” como una suerte de garantía de fidelidad de que Abraham poseerá la tierra. No es del todo correcta la traducción de berit como alianza en este caso (v.18) si bien es la habitual, el sentido parece más popular, semejante a un contrato, a una solemne confirmación (por eso “firma” puede ser comprensible). Dios se compromete con lo que él ha prometido y ahora rubrica.
La carta de Pablo a los Filipenses tiene una serie de puntos que merecerían ser discutidos. Señalemos, sin embargo, que 3,1-4,1 parece ser una unidad (o quizá hasta 4,3 por la repetición de la invitación a estar alegres). En la mayor parte del cap. 3 Pablo alerta a la comunidad contra los “perros”, “obreros malos”, “falsos circuncisos”, todo lo que parece una ironía contra los grupos judaizantes, es decir quienes pretendían que los cristianos para ser verdaderamente salvados previamente debían aceptar la circuncisión. El tema es complicado: ¿quiénes eran? la cosa se discute, pero parecen ser grupos que pretenden que los cristianos venidos del mundo no judío se hagan a sí mismos primero judíos (circuncisión mediante) para poder gozar luego de los beneficios de la salvación. Puede ser para evitar conflictos: el judaísmo es una religión lícita, las novedades no son bien vistas por algunos griegos; puede ser por cerrazón ante la novedad de parte de los “judaizantes”; puede ser por una suerte de idolatría de la Ley, la circuncisión y la misma ley puestas casi al mismo nivel que Dios... la cuestión es que misioneros itinerantes han llegado a Filipos e insistido en que es necesario hacerse judíos por la circuncisión, y dejar de ser perros (= paganos). Pablo les dice que ellos son los incircuncisos, los perros, etc... A continuación presenta una especie de “curriculum” frente a los que lo cuestionaban: él tiene tantas o más razones para gloriarse de ser judío, pero no pone allí su seguridad, “todo eso lo tiene como estiércol” y sigue en camino para alcanzar a Cristo. Estemos donde estemos, avancemos (3,16).
Con un término clásico para presentar una nueva unidad comienza esta: “hermanos”. Invita a la comunidad a imitarlo, lo que es algo frecuente: como judío que es, Pablo sabe que los rabinos no sólo pretenden enseñar “contenido” sino un modo de vivir; el discípulo debe aprender a “caminar”. Pero no es la persona la que debe ser imitada, es el camino. El camino que acaba de presentar, de rechazo, de perder todo. Es característico en Pablo presentarse él mismo pero después de dejarnos muy claro que -como apóstol- su vida misma es una vida crucificada. Él “encarna” la cruz en su vida, y por eso está crucificado, lo que es motivo de gloria es su debilidad, “su cruz” (ver 2 Cor 10-12). Si en Fil 3 Pablo realiza una nueva “apología”, lo hace presentándose como él mismo crucificado”. Por eso puede decir que lo imiten, “como yo imito a Cristo” agrega en 1 Cor 11,1. No es su vida, sino su muerte, podríamos decir. Lo que cuenta es la cruz, que aparece como debilidad y es “fuerza de Dios” (1 Cor 1,24). Por eso, los que ponen su confianza en sus fuerzas, en sus obras, en su propia vida son “enemigos de la cruz de Cristo”. ¿Dónde ponen la confianza? en el cumplimiento de las leyes, por ejemplo las alimenticias, o en la circuncisión, y con eso creen alcanzar a Dios. Irónicamente Pablo les dice que confunden medios con fines, los alimentos están en función del estómago, la circuncisión en el órgano sexual (“vergüenza”), no se puede poner allí el acento. El que camina según el ejemplo de Pablo es el que es “ciudadano” del cielo, allí apunta su mirada, no en cosas “de la tierra”. La “ciudadanía” (el término sólo aparece aquí en todo el NT) parece contradecir otras ciudadanías (recordar que Hch presenta a Pablo como ciudadano romano), es un ser ya de una ciudad a la que todavía no pertenecemos plenamente, somos peregrinos. La referencia a nuestro “cuerpo” no hay que entenderla con esquemas griegos (cuerpo y alma) sino pensando en nuestra configuración con Cristo que nos hace partícipes de la resurrección. La referencia a la cruz sirve para promover actitudes sociales contrapuestas a las de los judaizantes y su confianza en sus capacidades, por el contrario, la cruz aparece como modelo de una sociedad alternativa que ayuda a la unidad interna de la comunidad. La vida cristiana tiende a la liberación, y está en tensión entre una liberación y otra, entre la liberación que alcanzamos por la cruz y la liberación que nos vendrá por la ciudadanía del cielo que nos alcanzará una corona de gloria.
El Evangelio de la Transfiguración según la versión de Lucas propone una serie de elementos que es interesante tener en cuenta. La diferencia con los textos de Mateo y Marcos hizo que muchos se pregunten si Lucas tuvo en su poder una fuente propia, aunque otros piensan que posiblemente las diferencias de deban propiamente a la redacción del evangelista.
Los elementos comunes son conocidos: Jesús ha anunciado que le espera el rechazo y la muerte. En los otros Sinópticos Pedro se ha escandalizado y Jesús lo compara con “Satanás” aunque esto es omitido por Lc. Jesús anuncia que quien quiera ser discípulo debe cargar la cruz (“cada día” añade Lc). Esto es muy duro, pero termina aclarando que “algunos de los que están... no probarán la muerte hasta que vean” (Mt aclara “al Hijo del hombre viniendo”) el Reino. Precisamente Jesús se aparta a algunos y les hará “ver”. Así sucede la Transfiguración.
Hay elementos que son propios de Lc y son interesantes: a diferencia de Mc/Mt los días son “ocho”, Jesús sube “al” monte (como si supiéramos cuál es) y sube “para orar” lo que es muy frecuente en Lc; lo que ocurre sucede “mientras oraba”, como una consecuencia de esta oración. Lc agrega como algo importante el contenido de la conversación entre Jesús, Moisés y Elías. Agrega el temor en medio de la nube, Jesús es además de “Hijo” presentado como “elegido”. Finalmente Lc omite toda relación entre Elías y el Bautista en el descenso del monte. Es interesante que este monte no sea el monte Sión, lugar donde Dios se encuentra con su pueblo: la cita “este es mi hijo” remite al Sal 2 que en v.6 dice que “ha instalado a su rey en Sión, su monte santo”.
La invitación a la cruz es un escándalo, y Jesús invita a la superación de este escollo. La transfiguración aparece así como un relámpago en medio de la oscuridad. En medio de la noche de la cruz la transfiguración presenta un esbozo de lo que espera a los seguidores de Jesús: la cosa no termina en la cruz. Jesús es presentado como “hijo”, algo que ya sabemos desde el Bautismo (3,22), o mejor desde la infancia (1,32); a su vez es interesante notar la diferencia: en el Bautismo la frase del cielo se dirige a Jesús: “tú eres...”, mientras que ahora se dirige a la comunidad representada en los discípulos: “este es...”. Pero al añadir “elegido” Lc nos recuerda al Siervo de Yavé (ver Is 42,1), el siervo anunciado que sufre. Es sabido la importancia que la relectura de los cantos del Siervo tuvieron en la comunidad cristiana para referirse a Jesús. Finalmente hay que destacar a Jesús como el “profeta como Moisés” (ver Dt 18,15), es a él a quien “escucharán”, como además recuerda Pedro en Hch 3,22. Lo que ocurre no es una “metamorfosis” sino que su rostro cambia, como había ocurrido con Moisés (Ex 34,29s). Lo que no es claro es por qué se alude a Moisés y a Elías; pensar que Elías aparece como “profeta” mientras Moisés representa a la ley es olvidar que Jesús es visto como “profeta semejante a Moisés”. Lc recibe el texto con ambos personajes, pero él omite el diálogo posterior donde el Bautista es comparado con Elías, probablemente porque prefiere comparar a Jesús con Elías. Es interesante citar aquí un texto rabínico: “Johanán ben Zachaí ha dicho: Dios dijo a Moisés: cuando yo envíe al profeta Elías, ambos habrán de venir juntos”. Lc, en cambio, presenta el diálogo de los dos personajes con Jesús sobre su “éxodo”, es decir sobre su paso (ver 9,51; Hch 13,24), un paso marcado por el plan de Dios. La referencia a Jerusalén es muy importante en el Tercer Evangelio ya que ocupa un lugar central en la teología histórico-geográfica del Evangelio: todo el Evangelio apunta a la ciudad, y desde allí todo parte en Hechos.
Ante la presencia de Moisés y Elías interviene Pedro, pero “no sabe lo que decía”, probablemente Lc lee la clásica incomprensión propia de Mc pensando que es toda la Iglesia la que debe ser reunida por el Señor, o porque no se le puede dar a Dios una morada... La nube es un signo de la presencia divina y de su gloria (“vieron la gloria”, v.32), y por eso cuando los discípulos entran en la nube (sólo Lc señala expresamente que también ellos quedan cubiertos por la nube) “se llenaron de temor”; ellos no son simples espectadores, la nube es reunión de los discípulos en torno a la palabra de Dios, y unidos a su vez con los personajes del cielo en una suerte de “comunión de los santos”. Sin embargo, como en Getsemaní, el sueño los vence (22,45-46), no son testigos del diálogo, y sólo después de la resurrección comprenderán.
Escúchenlo” es la clave del relato: para estar en cercanía a Jesús no es necesario armar tiendas, sino escucharlo, vivir de su palabra. La peregrinación no ha terminado, estamos en camino aunque la transfiguración ilumine brevemente el escándalo de la cruz anunciada; la Iglesia en marcha a su éxodo en el cielo mira el monte, como Israel miraba el Sinaí en su éxodo.
De golpe, súbitamente todo termina y encontramos a “Jesús solo”. Sin prohibición de por medio, los discípulos guardan el secreto, seguramente porque no han comprendido y se mantienen en el misterio.
Comentario
¡Jesús es tan extraño...! Después de tirar abajo todas las expectativas propias de su tiempo, y remarcar que como Mesías lo van a matar, y así salvará a todos, -después de eso-, dice que sus seguidores deben caminar su mismo camino, deben pasar las mismas cruces, y hasta el mismo martirio, y esto ¡cada día!... ¿Quién lo entiende? Pero cuando todo parece, casi, una invitación al masoquismo, se nos manifiesta transfigurado... "¡Esto es lo que les espera!", nos señala, como en un relámpago en medio de la noche. Cruz y resurrección, van tan de la mano, que se hace imposible separarlas. La resurrección da un sentido nuevo y fructífero a una vida que quiere gastarse y entregarse, como el fruto da sentido al entierro del grano. Pero también, la muerte da un sentido nuevo a la resurrección, ¡¡¡el amor nunca se hace tan generoso como cuando da la vida !!!, y Jesús no será un Mesías “allá en las nubes”, sino uno que camina nuestros pasos, uno que pasó por la cruz y que se dirige a Jerusalén, tierra de Pascua, y tierra que es punto de partida de la misión.
La transfiguración es un anticipo; es un "eclipse al revés": una luz en medio de la noche. Da un sentido completamente nuevo a la vida, ¡y a la muerte! Hace comprensible la maravillosa reflexión de Hélder Câmara: "El que no tiene una razón para vivir, no tiene una razón para morir”.
¡Pobres de nosotros si queremos aburguesarnos, instalarnos o acomodarnos! El «qué bien estamos aquí» es, evidentemente, "no saber qué se está diciendo". "Cambia, todo cambia" dice una canción... la Cuaresma es "tiempo de cambio" dice la Iglesia... En cambio, Pedro quiere quedarse: "quedémonos aquí"... Muchos, no quieren saber nada con los cambios: "más vale malo conocido, que bueno por conocer", sentencian ¡Qué diferencia!
La Transfiguración es decirnos "esto es lo que les espera”, es decirnos que "dar la vida vale la pena". Todo proceso de conversión y cambio tiene sentido porque tenemos una roca firme, tenemos uno que no cambia, y garantiza nuestra vida fecunda, un "resucitado que es el crucificado" (J. Sobrino). Por eso la importancia que tiene “escuchar” a Jesús. Es la voz del profeta de los tiempos finales, del profeta como Moisés, que nos enseña el camino de la vida, el camino del éxodo que es camino de Pascua.
Lo que celebramos en la Cuaresma, no es un hecho "piadoso" en el sentido común del término; es un hecho vital, de vida; un jugarse y comprometerse, un dar la vida. Es un volverse a Cristo presente en los hermanos. Como todas las alianzas de la Biblia, la alianza con Abraham se sella con sangre; Jesús, selló -en su sangre- una alianza "nueva y eterna”... Ya no es sangre de animales la que da vida y es signo de la alianza, ahora es la sangre de Cristo, su amor, su vida unida a la sangre de tantos mártires que, con su muerte transfigurada, dan vida a tantos muertos por la violencia y la injusticia. No es que Dios quiera sangre, ciertamente, sino que el amor nunca es más verdadero como cuando llega hasta el final, y en el caso de Jesús, hasta dar la vida, que es el signo de amor por excelencia. Estamos ante una alianza que es amor ofrecido en generosidad, y que cada creyente confirma y reafirma “cada día” en su derramamiento de sangre, sea en el amor cotidiano, como en el martirio doloroso de tantos hermanos nuestros latinoamericanos. Y, si la muerte es el mayor de los absurdos, desde Cristo, desde su muerte y su resurrección (hoy vislumbrada en la Transfiguración), jugarse la vida, gastarla en la lucha por la justicia y la solidaridad, por la verdad y la vida, es el acontecimiento fructífero por excelencia, ya que Cristo asocia a sí mismo a una multitud de hermanos... No es que Dios quiera -hay que repetirlo- que nadie muera, Él es Dios de vida, no de muerte- pero nada hay más dador de vida que el amor, por eso es Dios de amor. Dios nos quiere siempre, cada día, dando vida, aunque frente a la injusticia, la violencia y el pecado, esa búsqueda de dar vida pueda implicar tener que dar la vida. Pero como siempre, es la vida y el amor lo que cuenta, es la vida por el reino, es un dar la vida para que otros vivan. Una muerte que da vida, da sentido a tantas vidas muertas...



Para la revisión de vida
 En mi vida, como en la de todo ser humano, ha tenido que haber tiempos o momentos privilegiados, llenos de sentido, embriagados de amor, de felicidad plena. Me hará bien revivir esos momentos o tiempos: cuáles fueron, cómo se dieron, cómo los viví, qué sentía, por qué se acabaron… Hacer un tiempo de oración recalando en mi conciencia esas vivencias de “transfiguración”. Más: ¿debería volver al “entusiasmo”, al “fervor del amor primero”?
 “Este es mi hijo predilecto, escúchenle": ¿puedo decir que el proyecto fundamental de mi vida es una acogida de la propuesta de Jesús, en la que vemos la palabra de Dios que nos habla?
Para la reunión de grupo
El ser humano no sólo es un “animal racional”, al decir de Aristóteles, sino un “animal de sentido”. Necesita un sentido para vivir. Y lo necesita tanto o más que los bienes materiales necesarios para su vida. Sin sentido, su vida se hace sencillamente insufrible. ¿Qué relación tiene la cultura y la religión con esta necesidad antropológica fundamental?
Estamos en un tiempo sin utopías, donde todo se compra y se vende y se calcula fríamente... ¿Qué mensaje nos trae el símbolo de la transfiguración a este tiempo de mirada tan corta?
La inquietud de Abraham de asegurarse de que tomará posesión de la tierra que Dios le promete para el pueblo que le ha de suceder puede ponerse en relación con la problemática de la tierra que actualmente se vive en el tercer mundo. Por poner un ejemplo: en Brasil hay 3 millones de propiedades inmuebles rurales. De ellas el 62% son minifundios y ocupan el 8% del área total. En el lado opuesto, el 2’8% de esas propiedades son latifundios que ocupan el 57% del área total. Brasil es el segundo país del mundo con la mayor concentración de propiedad de la tierra de todo el mundo. El INCRA brasileño considera que, como media nacional, el 62’4% del área total de los inmuebles rurales es improductiva. Tal vez por eso en Brasil ha surgido en los últimos años el MST (el Movimiento de los Sin Tierra, www.mst.org.br), la fuerza organizativa popular de más peso en el país y en el Continente, en la que muchos de los participantes son cristianos convencidos de la necesidad de reivindicar (tanto por razones éticas como religiosas) el derecho a la tierra que Dios creó para todos.
Para la oración de los fieles
Para que purificando nuestro corazón y educando nuestros ojos seamos capaces de transfigurar nuestra mirada sobre la realidad de cada día y ver el sentido divino que la habita...
Para que el Señor sostenga nuestra fe, nos haga dignos de este don y no nos deje caer en la desorientación o el sinsentido de la vida...
Por todos los hombres y mujeres que buscan y no encuentran el sentido para sus vidas; para que Dios se les haga encontradizo y ellos alcancen la felicidad a la que están destinados...
Para que seamos testigos de esperanza ante nuestros hermanos, pero siempre con la humildad de quien ofrece un don gratuito y no un mérito propio...
Para que seamos personas contemplativas, que acostumbran a saborear esa presencia de Dios que se oculta en la realidad pero se descubre en la oración... 
Oración comunitaria
 Dios Padre nuestro: como el evangelista Lucas, también nosotros creemos que de hecho, en la vida de Jesús Tú mismo nos has estado dirigiendo tu Palabra. Haz que iluminados por ella, podamos transfigurar y mirar de un modo nuevo las realidades que también hemos de transformar, unidos a todos los hombres y mujeres que, iluminados también de mil modos por tu misma Palabra Universal, caminan hacia el mismo «otro mundo posible» que Tú quieres ayudarnos a construir entre todos los pueblos de la Humanidad mundializada. Nosotros te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro. Amén.

Estos comentarios están tomados de diversos libros, editados por Ediciones El Almendro de Córdoba, a saber:
- Jesús Peláez: 
La otra lectura de los Evangelios, I y II. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Rafael García Avilés: 
Llamados a ser libres. No la ley, sino el hombre. Ciclo A,B,C. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Juan Mateos y Fernando Camacho: 
Marcos. Texto y comentario. Ediciones El Almendro.
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Juan. Texto y comentario. Ediciones El Almendro. Más información sobre estos libros en www.elalmendro.org
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El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Ediciones Cristiandad, Madrid.
Acompaña siempre otro comentario tomado de la Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica: 
Diario bíblico