martes, 17 de julio de 2018

Marguerite Yourcenar; Fuegos; María Teresa Golzarri Canales


Aquella casa de México

FUEGOS, MARGUERITE YOURCENAR
Cuando lo pierdo todo, me queda Dios.  Si pierdo a Dios, vuelvo a encontrarte.  No se puede poseer al mismo tiempo la noche inmensa y el sol.
(M.Y.)
 
        María Magdalena o la Salvación es uno de los nueve capítulos del libro FUEGOS de Marguerite Yourcenar. Según ella misma manifiesta al comienzo del libro, “…es una colección de Poemas de Amor, o, si se prefiere, como una serie de prosas líricas unidas entre sí por una cierta noción del amor”... Este capítulo, María Magdalena o la Salvación, según ella misma explica, es la excepción al ser incluido dentro de los clásicos, FEDRA O LA DESESPERACIÓN, AQUILES O LA MENTIRA, PATROCLO O EL DESTINO, ANTÍGONA O LA ELECCIÓN, LENA O EL SECRETO, MARÍA MAGDALENA O LA SALVACIÓN, FEDÓN O EL VÉRTIGO, CLITEMNESTRA O EL CRIMEN, SAFO O EL SUICIDIO, “…los  personajes  míticos  o  reales  que  estos  relatos  evocan  pertenecen  todos  a  la antigua  Grecia,  excepto  María  Magdalena,  situada  en  ese  mundo  judeo-sirio  en  que  apareció el cristianismo…”
        Leí el libro completo. Es pequeño, según qué Edición entre 40 o 50 páginas, pero esa excepción, incluir a esta Santa dentro de los Clásicos, es lo que consiguió despertar mi interés particular, además de por ser yo una gran admiradora y devota de María Magdalena por coincidir su festividad, el 22 de Julio, con el fallecimiento de mi madre, hace ya 29 años; a ella dedico con profunda nostalgia y amor, este pequeño artículo.
          Gracias al Grupo de Literatura de la Parroquia Nuestra Señora de La Paz de Gójar, tuve la oportunidad de acercarme a esta gran escritora, Marguerite Yourcenar, a la que he dedicado muchas horas estudiando su biografía, leyendo, releyendo, profundizando en  muchos de sus trabajos, escritos, artículos, cuentos, libros, cada vez resultándome más interesantes y en los que siempre encuentro respuestas a cuestiones importantes para el ser humano.
        Cuando llegó a mis manos por casualidad este libro, y al leer el capítulo al que hago referencia, lo encontré lleno de unas maravillosas metáforas que indicaban la sensibilidad de Yourcenar para reflejar su espiritualidad, su enorme fe y su religiosidad cristiana llena de simbolismos, además de demostrar un profundo conocimiento del Evangelio. Sin más palabras, me sentí cautivada por su libro. Y, por ello, lo comparto con vosotros. 

Pequeño estudio de las metáforas de una parte del libro FUEGOS: MARÍA MAGDALENA, O LA SALVACIÓN de Marguerite Yourcenar.

   Mis interpretaciones personales las señalo en cursiva y en negrita.

        Me llamo María: me llaman Magdalena. Magdala es el nombre de mi pueblo: es la pequeña comarca donde mi madre poseía unos campos, (trigo, pan), donde mi padre poseía unas viñas, (vino). Nací en Magdala. A mediodía, (juventud), mi hermana Marta repartía jarras de cerveza a los obreros, en la granja; (Marta da lo material, el servicio), yo me llegaba a ellos con las manos vacías; (yo lo carnal), bebían mi sonrisa a lengüetazos; sus miradas me palpaban como si yo fuera una fruta ya casi madura, cuyo sabor depende de un poco más de sol, (yo era muy joven aún). Mis ojos eran dos fieras atrapadas en la red de mis pestañas; (no veía nada, no había conocido nada aún), mi boca casi negra, una sanguijuela hinchada de sangre (la sanguijuela se aprovecha de otra persona, también significa la maldición de Caín). El palomar rebosaba de palomas; (abundancia, paz) el arca, (alianza con Dios, compromiso) de panes; (milagro de los panes) el cofre, de monedas con la efigie del César. (Da al César lo que es del Cesar…). Marta se estropeaba la vista marcando mi ajuar con las iniciales de Juan (solo las personas importantes marcaban con su “sello”, sus iniciales. INRI). La madre de Juan tenía pesquerías; (milagro de los peces) el padre de Juan tenía viñas. (Conversión del agua en vino). Juan y yo, sentados el día de la boda bajo la higuera de la fuente, (Parábola de la Higuera Estéril), sentíamos ya sobre nosotros el intolerable peso de setenta años de felicidad. (Número que simboliza la espiritualidad, lo místico, la contemplación de Magdalena. Si Marta es la activa, María es la contemplativa). La misma música de baile se tocaría en las bodas de nuestras hijas; yo me sentía ya llena de los hijos que ellas iban a tener. (Todo continuaría como siempre, según la tradición, creced y multiplicaos). Juan llegaba hacia mí desde el fondo de su infancia; (inocencia), sonreía a los ángeles como los niños, (Dejad que los niños se acerquen a Mí) a los ángeles que eran sus únicos compañeros; yo había rechazado, por amor a él, los ofrecimientos del centurión romano. (Querían prostituirme, me obligaban a tener otro dios), Juan huía de la taberna donde las prostitutas se agitan como víboras (serpientes, símbolo del pecado, al que solo María de Nazaret, aplastaría su cabeza – su poder) al son excitante de una flauta triste; (música de encantamiento, de engaño, mentira), apartaba la vista para no ver el rostro redondo de las criadas de la granja (miraba para otro lado).  Amar su inocencia fue mi primer pecado. (Empezaría aquí mi sufrimiento y abandono).  No sabía yo que estaba luchando contra un rival invisible,  (estaba luchando por el amor de Juan a Dios, a Jesús, y de Él a Juan), lo mismo que nuestro padre Jacob contra el ángel, (Episodio bíblico Génesis 32 y Oseas 12, en el que Jacob puede vencer al Ángel y éste le cambia el nombre para llamarlo Israel, que significa “lucha con Dios”)[1] ni que la apuesta del combate era aquel muchacho de cabellos desordenados, coronados de briznas de paja (el heno del Portal de Belén) y que esbozaban una especie de aureola. (La Santidad, Jesús de Nazaret, ¡sería el premio!, ¡la recompensa!, ¡el Paraíso!). Yo no sabía que otro, (Dios), había amado a Juan antes de que yo lo amara, antes de que él me amara a mí; yo no sabía que Dios era el remedio que buscan los solitarios. (Amaos los unos a los otros como yo os he amado). Presidía yo el banquete de bodas (yo era la novia, la núbil, la Nueva Esperanza) en el cuarto de las mujeres; las matronas me susurraban al oído consejos de alcahuetas y recetas de cortesanas; la flauta gritaba como una virgen; (las flautas son dulces, son sencillas, pero embaucadoras), los tambores resonaban como corazones; (con el fuerte latido del tam, tam) las mujeres se revolcaban en la sombra, paquetes de velos, racimos de senos, y me envidiaban con voz pastosa la violenta felicidad de recibir al Esposo. (Eran viejas, representan lo antiguo, se escondían entre los velos de las mentiras, tenían celos de la plenitud de la novia, la Nueva Iglesia de Jerusalén). Los corderos que estaban degollando en el patio chillaban como los inocentes entre las manos de los carniceros de Herodes; (matanza de los Santos Inocentes), no pude oír, a lo lejos, el balido del Cordero ladrón. (La llamada de Jesús que me quitaba a Juan, ladrón significa “llegada inesperada de Dios”). Los humos de la noche (“cortina de humo” Evangélica de San Juan, el discípulo amado) lo emborronaron todo en la habitación de arriba; el día gris perdió el sentido de las formas y colores de las cosas: (gris y blanco, noche y día, duda…) — no reparé en el blanco vagabundo (Jesús vestido con túnica blanca), sentado entre los parientes pobres, en el extremo más alejado de la mesa de los hombres— (las mesas de las mujeres estaban siempre separadas de las de los hombres, ellos no podían sentarse donde se hubiera sentado una mujer por considerarla impura apóstata. Jesús estaba con los pobres, con los desheredados) que comunicaba a los jóvenes, sólo con tocarlos o con darles un beso, la horrible especie de lepra (ignorancia) que les obliga a apartarse de todo. (Ven y Sígueme). Yo no adivinaba la presencia del Seductor que hace parecer la renuncia tan dulce como el pecado. (Coge tu Cruz y Sígueme). Cerraron las puertas (quitaron la oportunidad, la Gracia), quemaron perfumes (inciensos) para alejar a los diablos (aléjate de mí satanás) y nos dejaron solos. (Desnudos ante la presencia de Dios). Al levantar los ojos, advertí que Juan no había hecho sino atravesar su fiesta de bodas como si fuera una plaza llena de gente con motivo de alguna fiesta pública. Temblaba sólo de dolor; estaba pálido, pero de vergüenza; sólo temía un desfallecimiento del alma que lo dejara impotente para poseer a Dios. (Tenía que elegir).  Yo era incapaz de distinguir en el rostro de Juan la mueca del asco de la del deseo: era virgen y, además, toda mujer que ama es una pobre inocente (no conoce). Comprendí más tarde que yo representaba para él la peor de las culpas carnales, el pecado legítimo, aprobado por la costumbre, tanto más vil cuanto que está permitido revolcarse en él sin rubor, tanto más de temer cuanto que no trae consigo la condenación. (El amor bendecido).  Había elegido en mí a la más escondida de las muchachas a quien él pudiera cortejar con la secreta esperanza de no obtenerla nunca; (yo tenía mejores ofertas) justificaba su repugnancia hacia otras presas más accesibles; (a las prostitutas de las tabernas), sentada en aquella cama, ya no era más que una mujer fácil (como cualquiera de ellas). La imposibilidad en que se encontraba de amarme creaba entre nosotros una similitud más fuerte que esos contrastes del sexo que sirven, entre dos seres humanos, para destruir la confianza, para justificar el amor: ambos deseábamos ceder a una voluntad más fuerte que la nuestra, entregarnos, ser cogidos, y salíamos al paso de todos los dolores para dar a luz una nueva vida. (La renuncia al placer vislumbraba un cambio). Aquella alma de largos cabellos corría hacia un Esposo. (Juan me abandonaba para seguir a Jesús). Apoyaba la frente en el cristal cada vez más empañado por su aliento; los ojos cansados de las estrellas ya ni siquiera nos espiaban; (estrellas, Ángeles, nos bendecían, estaban seguros que no íbamos a pecar), una sirvienta al acecho al otro lado de la puerta tomaba quizá mis sollozos por exclamaciones de amor. Se alzó en la noche una voz llamando a Juan por tres veces, (negación de San Pedro), como sucede en las casas en donde alguien va a morir: (Dicen que la muerte llama tres veces para que recapacites, perdones, y entregues tu alma a Dios), Juan abrió la ventana, (para poder oír las Buenas Nuevas) se asomó para medir la profundidad de la sombra y vio a Dios. (Luz y sombra, distancia entre los dos mensajes – Antiguo Testamento y el Nuevo). Yo no vi más que las sábanas de la cama (lo profano) las ató para hacer con ellas una cuerda; moscas de fuego palpitaban en la tierra como si fueran astros, (el infierno, el señor de las moscas), así que él parecía sumergirse en el cielo. (Había elegido a Jesús). Perdí de vista a aquel tránsfuga (el que cambia de opinión, el que se fuga), incapaz de preferir una mujer al pecho de Dios. Abrí prudentemente la puerta de mi habitación, en donde nada había sucedido a no ser una huida. Salté por encima de los convidados, que roncaban en el vestíbulo y cogí de la percha el capuchón de Lázaro. (Me protegía con la autoridad de mi hermano). La noche era demasiado oscura para ver en el suelo las huellas de las plantas divinas; (no podía seguir a Jesús, estaba ciega), las piedras (de la inocencia) en las que tropezaba no eran de aquellas que yo saltaba a la pata coja al salir del colegio; (eran las de la adultez, tropiezos, los pecados, lo importante, las recaídas), percibía las casas por primera vez como las ven desde fuera los que no tienen hogar. (Un deseo de ser protegida). Por los rincones de las callejuelas de mala fama, tornaban a rezumar los consejos en las bocas desdentadas de las alcahuetas; (los malos avisos, las exhortaciones), había vomitonas de borrachos (escupían sapos y culebras), bajo los arcos del mercado (Jesús expulsa a los mercaderes del templo), que me recordaron los charcos de vino del festín de bodas, (se arroja lo inservible, lo superfluo). Para escapar de la ronda, (de las prostitutas) corrí a lo largo de las galerías de madera de la posada, hasta llegar al cuarto del teniente romano. Aquel bruto me abrió, borracho aún de las libaciones en mi honor a la mesa de Lázaro; (había sido invitado a la boda), sin duda me tomó por una de las rameras con quien solía acostarse. Mantuve la cara tapada con el capuchón de Lázaro; (me escondía tras la protección de la casa de mi hermano), la cosa fue más fácil cuando se trató de mi cuerpo. (No me pudo quitar mi espíritu). Cuando él me reconoció, yo ya era María Magdalena. (Magdalena, torre de Dios). Le oculté que Juan me había abandonado en mi noche de bodas por miedo a que se creyera obligado a verter, en el vino de su deseo, el agua insípida de su compasión. (Hacerme suya, mezclar el agua con vino, evitar el repudio). Le dejé creer que yo prefería sus brazos velludos a las manos largas y siempre juntas de mi pálido novio: (en actitud de plegaria) le guardé el secreto a Juan de su fuga con Dios. Los niños del pueblo (los que no entendían nada) descubrieron dónde me encontraba y me tiraron piedras (como a las adúlteras). Lázaro mandó limpiar el estanque del molino, creyendo encontrar allí el cadáver de Juan; (el abandono a su hermana no podía tener otra razón, sino la causa de la muerte de mi desposado,). Marta agachaba la cabeza al pasar por delante de la posada; (sentía vergüenza),  la madre de Juan vino a pedirme cuentas del pretendido suicidio de su hijo único; (se había ido, abandonó todo para seguir a Jesús), yo no me defendí: me parecía menos humillante dejarles creer a todos que el desaparecido me había amado locamente. Al mes siguiente, Marius recibió órdenes de reunirse, en Gaza, con la segunda división de Palestina; no pude encontrar el dinero necesario para adquirir en el carro uno de esos puestos de tercera clase reservados desde siempre a los profetas, a los miserables, a los soldados con permiso y a los Mesías. EI posadero me contrató para limpiar los vasos: (¡Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas, porque limpiáis los vasos y platos por fuera, pero por dentro están llenos de robo y desenfreno!, Mateo 23: 25-28) aprendí de mi patrón la cocina del deseo (lo más íntimo de una persona). Era muy dulce para mí saber que la mujer despreciada por Juan caía sin transición al último puesto de las criaturas: cada golpe, cada beso me modelaban un rostro, unos pechos, un cuerpo diferente del que mi amigo no había acariciado. Un camellero beduino consintió en llevarme a Jaffa mediante el pago en abrazos; un marino marsellés me tomó a bordo de su barco: yo iba acostada en la popa y me contagiaba del cálido temblor del mar lleno de espuma. (Mucho tiempo alejada de Él en búsqueda constante, perdida en muchos mares…) En un bar del Pireo, un filósofo griego me enseñó la sabiduría como si fuera un desenfreno más. (Los que se burlan y escarnecen las severas máximas de la ley de Dios, porque no se acomodan a las de su vivir desenfrenado, buscan la Sabiduría, y no la hallan[2]). En Esmirna, las larguezas de un banquero me enseñaron la dulzura que el chancro (perlas) de la ostra y las pieles de los animales feroces añaden a la piel de una mujer desnuda, de suerte que fui envidiada, además de deseada. En Jerusalén, un fariseo me enseñó a hacer uso de la hipocresía como si fuera un colorete inalterable. (Máscara, hipocresía, mentira…). En un tugurio de Cesárea, un paralítico (convertido) ya curado me habló de Dios. Pese a las súplicas de los ángeles, que sin duda se esforzaban por devolverlo al cielo, Dios continuaba errando de pueblo en pueblo, mofándose de los sacerdotes, (Mateo 21:23 Jesús perdido y hallado en el Templo), insultando a los ricos, (no se puede servir a Dios y al dinero; que el hombre no viva apegado a los bienes materiales, sino que los comparta,… la aguja en el pajar),  dividiendo a las familias  (deja a tu padre y a tu madre) disculpando a la mujer adúltera, (el que esté libre de culpa que tire la primera piedra) ejerciendo por todas partes su escandaloso oficio de Mesías. (Perdonando a los pecadores, acogiendo a las rameras, no respetando el Sábat, etc…)  Hasta la eternidad tiene su hora de moda: uno de aquellos martes en que sólo invitaba a gente célebre, Simón el fariseo tuvo la ocurrencia de rogar la asistencia de Dios. (Simón invitó a comer a Jesús, una mujer lavó sus pies, los perfumó y los secó con su cabellera).  Yo había rodado tanto con la intención de darle, a aquel terrible Amigo, (Jesús) una rival menos ingenua. Seducir a Dios era quitarle a Juan su porte de eternidad, era obligarlo a recaer sobre mí con todo el peso de su carne. Pecamos porque Dios no está: como nada perfecto se presenta a nosotros, nos resarcimos con las criaturas. (El vacío, la nada…) Cuando Juan comprendiese que Dios sólo era un hombre, ya no habría ninguna razón para que no prefiriese mis senos. Me atavié como para ir al baile; me perfumé como para meterme en una cama. (Como las mujeres fáciles,). Mi entrada en la sala del banquete (¿última cena?, ¿comida en Betania?) hizo que se parasen las mandíbulas; los Apóstoles se levantaron con gran tumulto, por miedo a verse infectados con el roce de mis faldas: a los ojos de aquellas gentes yo era tan impura como si estuviera continuamente sangrando (menstruando, ignorando el Mensaje). Tan sólo Dios permanecía sentado en la banqueta de cuero: instintivamente reconocí aquellos pies desgastados de tanto andar por todos los caminos de nuestro infierno, (nuestros pecados), aquellos cabellos llenos de piojos de astros, (estrellas, ángeles) aquellos grandes ojos puros como únicos pedazos que de su cielo le quedaban...(azules, profundos…). 
 Era feo como el dolor; estaba sucio como el pecado. (Isaías 53). Caí de rodillas, tragándome mi salivazo, (mis palabras, mis blasfemias), incapaz de añadir el sarcasmo al horrible peso del desamparo de Dios. Me di cuenta en seguida de que no podría seducirlo, pues no huía de mí. (No podía haber deseo, estaba ya en mí). Deshice mis cabellos como para tapar mejor la desnudez de mi culpa; (mi pelo cubriría mis senos), vacié ante él el frasco de mis recuerdos (le confesé mis errores, mis pecados, mi adulterio –no decidir entre el Nuevo y el Antiguo Testamento-). Comprendía que aquel Dios fuera de la ley (de la Ley de los Romanos, de Leyes que empezaban a cambiar con la Buena Noticia) debía haberse deslizado una mañana fuera de las puertas del alba, (se había fugado del cielo) dejando tras de sí a las personas de la Trinidad, sorprendidas de no ser más que dos. (Dios y el Espíritu Santo). Se había alojado en la posada de los días; (se quedaba con nosotros hasta el fin de los tiempos), se había prodigado a innumerables transeúntes que le negaban su alma, (los que no querían seguirle), mas reclamaban de él todas las tangibles alegrías. (Señor, cúrame, dáme, perdóname, sálvame…) Había soportado la compañía de bandidos, el contacto de leprosos, la insolencia de los policías: consentía igual que yo (una ramera) en pertenecer a todos, espantoso destino... Puso sobre mi cabeza su ancha mano de cadáver, (su crucifixión)  que parecía hallarse ya sin sangre (muerte). No hacemos más que cambiar de esclavitud: en el momento preciso en que me abandonaron los demonios, me convertí en posesa de Dios. (Dejé de pertenecer a los hombres para pertenecerle a Él). Juan se borró de mi vida, como si el Evangelista (San Juan) no hubiera sido para mí sino el Precursor: frente a la Pasión, me olvidé del amor. (El sufrimiento y Pasión de Jesús me borraron el deseo carnal). He aceptado la pureza como la peor de las perversiones: (siendo pura iba a agradar a Dios), he pasado noches en blanco, (velando por la llegada del Esposo), tiritando de rocío (madrugadas) y de lágrimas, tumbada en el campo en medio de los Apóstoles, (mientras Jesús oraba al Padre) como un montón de corderos enamorados del Pastor. He envidiado a los muertos sobre los que se acuestan los Profetas para resucitarlos. (Los que se salvan) Ayudé al divino curandero (Jesús) en sus curas maravillosas: froté con barro los ojos de los ciegos de nacimiento. (Fui su Apóstol). Dejé que Marta trabajase en mi lugar el día de la comida de Betania, (Juan 12: 1-3 Jesús es ungido en Betania) por miedo a que Juan se sentara al lado de las rodillas celestiales, en el taburete que yo habría dejado. Fueron mis lágrimas (Los que lloran serán consolados), y mis gritos los que obtuvieron del dulce taumaturgo (el que hace milagros) el segundo nacimiento de Lázaro: ((resurrección, acepta el cambio,… y habrá un Cielo Nuevo y una Tierra Nueva) aquel muerto envuelto en vendas que daba sus primeros pasos en el umbral de la tumba era casi nuestro hijo. (Había nacido de nuestro deseo de volver a vivir, la vida nueva del Antiguo al Nuevo Testamento.) Le busqué discípulos, mojé mis manos pálidas con el agua de fregar de la Santa Cena; (me humillé) me mantuve al acecho en el «square» (Huerto) de los Olivos, mientras se daba el golpe de la Redención. Tanto lo quise que dejé de compadecerlo: mi amor se cuidaba de agravar ese desamparo, lo único que lo convertía en Dios. Para no arruinar su carrera de Salvador, consentí en verlo morir, (acepto su martirio), a la manera de una amante, que consiente en que su amado haga un brillante matrimonio. (Renuncia por amor, busca la felicidad del otro). En la sala de los pasos perdidos, (lugar de paso, de transición, de meditación) cuando Pilatos nos dio a elegir entre un facineroso y Dios, grité como los demás que soltaran a Barrabás. Le vi acostarse en el lecho vertical de sus nupcias eternas; (Cruz e Iglesia) asistí al momento horrible en que lo ataban con cuerdas, al beso que dio a la esponja aún empapada de un amargor marino, (las esponjas naturales del mar empapadas en vinagre, beso de Judas..) a la lanzada del soldado (Longino) que se esforzaba por perforar el corazón del divino vampiro, (Muerte, que chupa la sangre) con miedo de que tornara a levantarse para chupar el porvenir. (Que volviera a reinar sobre la tierra).  Sentí estremecerse sobre mi frente aquella dulce ave de rapiña clavada en la puerta de los Tiempos. Un viento de muerte horadaba los cielos, desgarrándolos como si fueran un velo; el mundo se vencía del lado de la noche, (la tierra tembló y se oscureció) arrastrado por el peso de la cruz. El pálido capitán colgaba de las vergas (palo mayor de las naves) del Tres Mástiles, (Los tres crucificados: Jesús, Dimas y Gestas) sumergido por la Culpa: el hijo del carpintero (José) expiaba los errores que su Padre eterno había cometido en sus cálculos. (El perdón de los pecados) Yo sabía que nada bueno podría nacer de su suplicio: el único resultado de aquella ejecución iba a ser mostrar a los hombres que es fácil deshacerse de Dios. (poder de renuncia voluntaria a Él). El Divino sentenciado a muerte sólo dejaba caer al suelo inútiles semillas de sangre. (Parábola del Sembrador). Los dados trucados del Azar saltaban inútilmente en manos de los centinelas; (los soldados rifaron su Túnica) los harapos de la Túnica infinita no le servían a nadie para hacerse un traje. (La Verdad no se puede tapar). En vano vertí a sus pies la ola oxigenada de mi cabellera; en vano intenté consolar a la única Madre que ha concebido a Dios. (María de Nazaret). Mis gritos de mujer y de perra no llegaban hasta mi dueño muerto. Los ladrones, al menos, compartían su misma pena  (Dimas y Gestas) al pie de aquel eje por donde pasaba todo el dolor del mundo, yo no hacía sino estorbar su diálogo con Dimas. (En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso). Levantaron escaleras, halaron cuerdas. (Descenso de la Cruz) Dios se desprendió, como un fruto maduro, dispuesto ya a pudrirse en la tierra del sepulcro. Por vez primera, su cabeza inerte descansó en mi hombro, el jugo de su corazón nos ponía las manos pegajosas, como en época de vendimias. (Su sangre y su sudor).  José de Arimatea iba delante de nosotros con un farol (Yo soy la luz del Mundo); Juan y yo nos doblábamos bajo el peso de aquel cuerpo más pesado que el hombre; (Éste es mi Cuerpo), unos soldados nos ayudaron a colocar una piedra de molino tapando la entrada del sepulcro. No regresamos a la ciudad hasta que llegó el frío del sol crepuscular. Volvimos a encontrarnos, no sin estupor, con tiendas y teatros, con la insolencia de los taberneros, con los diarios de la tarde (voceros, portavoces) cuya página de sucesos llenaba la Pasión. (Era de lo único que se hablaba). Pasé la noche escogiendo mis mejores sábanas de cortesana; (para hacer el Sudario), al llegar la mañana envié a Marta a comprar todos los perfumes que encontrase al mejor precio. Cantaban los gallos, como si quisieran refrescar el arrepentimiento de Pedro: asombrada de que llegara el día, me metí por un camino de los arrabales bordeado de manzanos que recordaban la culpa (el pecado original) y de viñas que recordaban la Redención (el Sacramento de la Comunión, del sacrificio de la Misa). Guiada por un recuerdo, ángel incorruptible, (la conciencia) entré en aquella caverna horadada en lo más profundo de mí misma; (mi yo profundo), me acerqué a aquel cuerpo como a mi propia tumba. Yo había renunciado a toda esperanza de Pascua, a toda promesa de resurrección. (Había perdido la fe). No me di cuenta de que la piedra del lagar se hallaba tajada en toda su longitud a consecuencia de alguna fermentación divina; Dios se había levantado de la muerte como de un lecho de insomnio: (Resurrección) de la tumba deshecha colgaban las sábanas mendigadas al jardinero (a Jesús que no había sido reconocido). Era la segunda vez en mi vida que yo me hallaba ante una cama donde dormía un ausente.  (Juan y Jesús)  Los granos de incienso rodaron por el suelo del sepulcro y cayeron al fondo de la noche. Las paredes me devolvieron mi aullido de vampiro insatisfecho; (el Eco de la vida) al salirme fuera de mí, me di en la frente con la piedra del dintel. (Entendí. Caí de bruces.).  La nieve de los narcisos (belleza) permanecía virgen de toda huella humana: los que acababan de robar a Dios caminaban por el cielo. (Los Ángeles). El jardinero, encorvado hacia el suelo, (Jesús mirando al hombre) escardaba un macizo de flores: (los bendecidos) levantó la cabeza bajo el sombrero de paja que formaba como una aureola de sol y de verano; caí de rodillas, llena del dulce temblor de las mujeres enamoradas que creen sentir cómo se derrama por todo su cuerpo la sustancia de su corazón. (Estaba naciendo en ella el Amor para ser compartido con toda la Humanidad) El llevaba al hombro el rastrillo que utiliza para borrar nuestras culpas; (el Sacramento del Perdón) en la mano, el ovillo y las tijeras de podar (el ovillo, “Todo lo que atareis en la tierra quedará atado”, las tijeras, “todo lo que desatareis en la tierra, será desatado”) en las Parcas confían a su hermano eterno. (La muerte). Quizá se preparase a bajar a los Infiernos por el camino de las raíces. (… y bajó a los infiernos). Conocía el secreto del remordimiento de las ortigas, de la agonía de la lombriz de tierra. (Las luchas internas del hombre, la bajeza, la ruindad,...). La palidez de la muerte permanecía en él, de suerte que parecía haberse disfrazado de lirio. (Blanco lirio de pureza y castidad). Yo adivinaba que su primer ademán sería para apartar a la pecadora contaminada por el deseo. Me sentía babosa en aquel universo de flores. (babosa, limaco, molusco rastrero primario). El aire era tan fresco que las palmas de mis manos tuvieron la sensación de apoyarse en un espejo: mi maestro muerto había pasado al otro lado del espejo del Tiempo. (Vida, pasar al otro lado del espejo significa ya no tener la percepción terrenal, sino contemplar las experiencias desde otra magnitud, como una “tercera fase”, incomprensible todavía a nuestra conciencia). Mi aliento enturbió la gran imagen: Dios se borró, igual que un reflejo sobre el cristal de la mañana. Mi cuerpo opaco no era un obstáculo para aquel Resucitado. Se oyó un crujido, puede que en el fondo de mí misma; caí con los brazos en cruz, arrastrada por el peso de mi corazón: no había nada detrás del espejo que yo acababa de romper. (Lo busqué y no estaba). Me encontraba de nuevo más vacía que una viuda, más sola que una mujer abandonada. (marginada). Por fin conocía toda la atrocidad de Dios. Dios me había robado no sólo el amor de una criatura, a la edad en que uno se figura que son insustituibles, (no esperas ser traicionada a una edad tan párvula, crédula). Dios me había robado además mis náuseas de embarazada, mis sueños de recién parida, mis siestas de anciana en la plaza del pueblo, la tumba cavada al fondo del cercado en donde mis hijos me hubieran enterrado. (Se había llevado mi amor, me había dejado sin Juan). Después de robarme mi inocencia, Dios me robaba mis culpas: (me perdonaba), cuando apenas empezaba a medrar en mi oficio de cortesana, (una ramera rica) me quitaba la posibilidad de seducir al César o de subir a las tablas (el éxito). Después de su cadáver, me quitaba su fantasma: (había resucitado, no tenía su cuerpo), ni siquiera quiso que yo me embriagara con un sueño. Como el peor de los celosos, ha destruido esa belleza que me exponía a recaer en las camas del deseo: me cuelgan los pechos, me parezco a la Muerte, a esa vieja amante de Dios. Como el peor de los maníacos, sólo amó mis lágrimas. (No me amó como mujer, me amó como pecadora para poder salvarme). Pero ese Dios que todo me lo quitó no me lo ha dado todo. No he recibido más que una migaja de su amor infinito: compartí su corazón con las criaturas como cualquier otra. (El Amor Universal). Mis amantes de antaño se acostaban sobre mi cuerpo sin preocuparse de mi alma: mi celeste amigo de corazón sólo se preocupó de calentar esa alma eterna, de suerte que una mitad de mi ser no ha dejado de sufrir. Y, sin embargo, me ha salvado. Gracias a él no recibí de las alegrías sino su parte de dolor, la única inagotable. Me escapo de las rutinas de la casa y de la cama, del peso muerto del dinero, del callejón sin salida que es el éxito, del contento que procuran los honores, de los encantos de la infamia. Puesto que aquel condenado al amor de Magdalena se ha evadido al cielo, evito el insípido error de serle necesaria a Dios. Hice bien en dejarme llevar por la gran ola divina; no me arrepiento de haber sido rehecha por las manos del Señor. No me ha salvado ni de la muerte, ni del mal, ni del crimen, pues gracias a ellos nos salvamos. Me ha salvado tan sólo de la felicidad.
Cuando vuelvo a verte, todo se torna límpido. Acepto sufrir.

*¿Y tú te vas? ¿Te vas?... No, no te vas: yo te retengo... Me dejas tu alma entre las manos como si fuera un manto.

*¿Próximo? No, estás más cerca aún. Te compadezco como a mí misma. 
*He conocido a jóvenes que pertenecían al mundo de los dioses.
        Sus ademanes recordaban la trayectoria de los astros; nadie podía extrañarse de hallar insensible su duro corazón de Porfirio; (de color púrpura)  si tendían la mano, la codicia de aquellos exquisitos mendigos era un vicio de dioses. Como todos los dioses, revelaban inquietantes parentescos con los lobos, los chacales, las víboras: si los hubieran guillotinado, hubieran adquirido el aspecto lívido de los mármoles decapitados. Hay mujeres y jovencitas que proceden del mundo de las Madonas: las peores amamantan a la esperanza como a un hijo prometido a futuras crucifixiones. Algunos de mis amigos salen del mundo de los sabios, de una especie de India o de China interior: en torno a ellos el universo se disipa como el humo, cerca de esos fríos estanques donde se mira la imagen de las cosas, las pesadillas merodean como tigres domesticados. Amor, mi duro ídolo, tus brazos tendidos hacia mí son vértebras de alas. He hecho de ti mi Virtud; acepto ver en tí al Dominio, al Poder. Me entrego a ese terrible avión propulsado por un corazón. Por las noches, en los tugurios a donde vamos juntos, tu cuerpo desnudo se parece a un Ángel encargado de velar por tu alma.
*Dios mío, en vuestras manos entrego mi cuerpo.

*Se dice: loco de alegría. También podría decirse: cuerdo de dolor.

*Poseer es lo mismo que conocer: las Escrituras siempre tienen razón. El amor es brujo: sabe los secretos; es un zahorí: conoce los manantiales. La indiferencia es tuerta; el odio es ciego; ambas tropiezan una al lado de la otra y caen a la fosa del desprecio. La indiferencia ignora; el amor sabe; deletrea la carne. Hay que gozar de un ser para tener ocasión de contemplarlo desnudo. Ha sido preciso que yo te ame para llegar a comprender que la más mediocre o la peor de las personas humanas es digna de inspirar allá arriba el sacrificio de Dios.

*Hace seis días, hace seis meses, hizo seis años, hará seis siglos... ¡Ah! Morir para detener el Tiempo... 

Biografía Breve:

 Novelista, Poetisa, Ensayista, traductora.
 Marguerite Yourcenar nació en Bruselas (1903 y murió en Mount Desert, Maine (Estados Unidos de América en 1987). Su apellido verdadero era Crayencour, modificado por ella misma por Yourcenar, haciendo un juego combinatorio de las sílabas y letras.
 Su madre murió al nacer ella a los pocos días de dar a luz; su padre la llevó a vivir a Francia haciéndose cargo de su refinada y esmerada educación su abuela paterna.
       De su padre aprendió el amor a la naturaleza, el amor a los viajes, el amor a la lectura y a la escritura, la pasión por los clásicos que se verían posteriormente reflejados en muchas de sus creaciones, por ejemplo en su obra cumbre Memorias de Adriano y otras como Alexis o el tratado del inútil combate, Opus Nigrum, Eurídice, Cuentos Orientales… Destacan también, entre otras, Tiro de Gracia, Con los ojos abiertos, Como el Agua que fluye, Recordatorios, Archivos del Norte…
      La Segunda Guerra Mundial la sorprendió en Estados Unidos donde fijó su residencia. Se dedicó a la enseñanza y tradujo obras de Henry James, Virginia Wolf,…
       Obtuvo los Premios Fémina y Erasmus.
       Fue la primera mujer elegida para ser miembro de la Academia Francesa en 1980.
 Bibliografía:
Libro Fuegos Editorial Alfaguara (1992)
Biografía. Wikipedia.org  
María Teresa Golzarri Canales

Aula de Literatura
Parroquia Nuestra Señora de la Paz
Párroco D. José Antonio Espejo Zamora
Gójar, Granada, Julio de 2018

La lucha entre Jacob y el Ángel



[2] Google Books “Filosofía del espíritu y del corazón enseñada en el libro sagrado, pág.  1785.