jueves, 31 de agosto de 2023

Cortijo El Vivar Villanueva de Algaidas Archidona Antequera


Cortijo El Vivar Villanueva de Algaidas
Autora del cuadro Rosa Rodríguez López

Cortijo El Vivar

José Antonio Espejo Zamora

Libro: Memoria relativa a la herencia de Don Rafael García Aguilar: que falleció abientestado en el Cortijo Vivar, término de Antequera el día 14 de febrero del año 1919.


Autor: Luis García Guerrero.


INDICE


Introducción

Don Rafael García Aguilar

Doña Salvadora Muñoz González

Don Juan Muñoz Cano .

Bienes parafernales y expensas útiles

«San Juan de Dios»

Aguas.

Fábrica de aceite

Nuevas construcciones

Nuevas plantaciones

La Capilla

«El Vivar»

Fábrica de aceite

Nuevas construcciones

Nuevas plantaciones.

La Capilla

«El Rayo» y «Garay»

Haza de Sallavera.

Urbanas en el pueblo de Cuevas Bajas.

Urbanas en el pueblo de Villanueva de Algaidas.

«Burruecos» y «Rojas» .

Bienes privativos de don Rafael García Aguilar y unas revelaciones importantes.

Bienes inmuebles adquiridos a título oneroso

durante la vida del matrimonio.

Otros bienes de la sociedad de gananciales

Abusivos dispendios de carácter religioso hechos por la sociedad de gananciales

Las limosnas

Desavenencias conyugales.

La Fundación de Aguirre

El padre Bernardo de Benaguacil.

Muerte de don Rafael García Aguilar

Importante despojo a los herederos

Liquidación de la herencia.



INTRODUCCIÓN


Prescindiendo, por ahora, del grave aspecto de orden moral que se ofrece en esta herencia, referente a la desaparición de sumas considerables que, como punible despojo y profanación a un pobre muerto, cae más bien bajo la sanción de las leves penales que de las prescripciones del Código Civil, objeto de este trabajo será, solamente, la exposición sucinta y metódica de cuantos elementos de juicio precisan para llegar al posible conocimiento de la herencia de que se trata.


La liquidación de una sociedad de gananciales, como vida legal de cuarenta y dos años, ya es de por sí bastante, habida consideración al tiempo, para que no esté exenta de grandes dificultades. Y si a ello se une la característica de un marido de espíritu innovador, hombre joven, inteligente y pletórico de vida, cuyas actividades y esfuerzos consiguen la total transformación y reproducción de unos bienes aportados, que, con otras valiosas adquisiciones hechas a titulo oneroso durante el matrimonio, convierten un capital de quinientas noventa y nueve mil setecientas noventa y cinco pesetas en no pocos millones de reales, es evidente que aquellas dificultades han de ofrecerse en toda su magnitud, por lo que se hace indispensable que sean rectas conciencias y hombres muy honrados quienes hayan de juzgar y definir el patrimonio de unos herederos que empiezan por devorar las amarguras de un despojo, que condenan las leyes de Dios y que no pueden dejar de condenar las leyes de los hombres.


Pero antes de concretar sobre cual sea la verdadera naturaleza jurídica del caudal que va a ser objeto de análisis, doctrinado en documentos públicos y solemnes, como medios probatorios de fe indubitada, precisa traer algunos antecedentes, después de decir algo de la apología de don Rafael García Aguilar, para cuyo efecto se invoca, sin temor de quedar a él sometido, el propio testimonio de la muy respetable familia de Muñoz; y ojalá que también pudiera dar el suyo aquel hombre honradísimo y bueno que en vida se llamó don Juan Muñoz Cano y quiso morir en los brazos del hijo político amantísimo a quien tenía cariño entrañable, muy justamente correspondido.


D. Rafael García Aguilar


Muy joven aún, casi un niño: en esa edad en que el mundo se nos ofrece con todos sus placeres y con todas sus alegrías, pidió y obtuvo la ayuda y protección de un hermano inolvidable para adquirir el traspaso de un establecimiento de tejidos en la ciudad de Antequera. Y allí, solo, sin el regazo ni el consuelo de una familia, luchó años tras años, dejando en libros y papeles, que ahí están, las huellas admirables de la inmensa labor y actividades extraordinarias de aquel joven y honradísimo comerciante que simultaneaba, día por día, las penalidades e inclemencias de un mostrador, con las complicadas y penosísimas operaciones de un escritorio. Y en aquella vida de austeridad y de trabajo forjóse el espíritu del hombre que mas tarde llega a ser dueño de tres establecimientos del propio negocio, refulgiendo en todos los luminosos destellos de su inteligencia con el aval de una honradez inmaculada.


Y no era extraño. Don Rafael García Aguilar llevaba los mismos apellidos de aquel hermano entrañable, su padre y protector, don Francisco, que en el comercio de Málaga dejó una estela brillantísima con su importante negocio de drogas que creara hace más de sesenta años, y que continúan sus hijos con ese orgullo y satisfacción que producen los alhagos del camino, respeto y consideración social que supo adquirir aquel que fue benemérito hijo de lo que mas ennoblece al hombre en la vida: el trabajo.


D.ª Salvadora Muñoz González


Hija, también, de familia honrada y trabajadora, vivía en la ciudad de Antequera, donde el respetable apellido de Muñoz tiene cotizaciones morales muy merecidas. Hizo la casualidad que doña Salvadora tuviera su domicilio, porque era el de sus padres, muy inmediato a la propia casa donde se encontraba establecido don Rafael García Aguilar. Y a la mujer que recibía la noble educación de los suyos, con el constante ejemplo de la virtud del trabajo, no se le pudo ocultar, porque a todas horas, días, meses y años lo vieron sus ojos, aquella vida de austeridades, labor incansable y grandes sacrificios del vecino y honradísimo comerciante; y en la noble identificación de excelsas virtudes surge, indiscutiblemente, el santo amor que une dos corazones que juntos han vivido por espacio de cuarenta y dos años.


D. Juan Muñoz Cano


Casados don Rafael García Aguilar y doña Salvadora Muñoz González, no podía tardar mucho tiempo sin que el hombre que tanto había dignificado un hogar y una familia, con su honradez y con su trabajo, don Juan Muñoz Cano, se diera cuenta de las cualidades honorabilísimas del joven luchador, que leyes inescrutables del mundo, como designios del cielo, vinieron a unirlo en vínculo sagrado e indisoluble con la que era hija amantísima, un pedazo de su alma. Y aquel hombre bueno que consagró una larga vida al amor de los suyos, llevando, siempre, en el corazón nobilísimos sentimientos de justicia y de honradez, vio en el hijo político al hijo entrañable; y desde el primer instante procuró tenerlo muy cerca de sí, consiguiendo retirarlo de los negocios mercantiles y engendrándole tan grande cariño que, viejo y achacoso, en esas horas supremas de la vida, cuando el hombre sólo piensa en Dios, buscó el refugio de su casa, como si hubiera querido morir en los brazos del hijo político amantísimo, al que con tanta fe y noble orgullo le oyera pronunciar, siempre, las palabras excelsas de concepto sublime «mi padre»; con esa misma fe que postrado ante la santa imagen de su fervorosa devoción, el Patriarca San José, no ha dejado de pedirle ni un solo día que interceda en el Cielo por aquella alma justa en la que tuvo reconcentrados todos sus cariños y todos sus amores.


Y padre e hijo político vivieron «cuarenta y dos años, en esa absoluta compenetración que viven los hombres honrados que no temen otro afán en el mundo, que el rudo batallar, la labor incesante y el acrecentamiento de sus haciendas.


No podía ser otro el temple de espíritu del hombre cuando casi un niño sintió arrestos para ir a una tierra extraña y luchar con los embates de la vida. Y en aquellos arrestos vio don Juan Muñoz Cano, sin duda alguna, garantías indiscutibles para entregar a su hija, como anticipo de legítima, una finca rústica de su propiedad denominada <<La Viñuel>>, sita en termino de Villanueva de Algaidas.


BIENES PARAFERNALES Y EXPENSAS UTILES


La fuerza incontrastable de unos hechos consumados, que ni pueden negar las injusticias humanas, ni arrebatar la misma mano que despojó a unos herederos del patrimonio que les pertenece, infame profanación de un pobre muerto, dan fe indubitada de cuáles fueron las actividades y amor al trabajo de don Rafael García Aguilar.


La hijuela de partición de doña Salvadora Muñoz González, más tres escrituras de compra-venta otorgadas durante la vida del matrimonio y una demanda de conciliación como preliminar de juicio ordinario sobre reivindicación de aguas, interpuesta en el Juzgado Municipal de Villanueva de Algaidas, dicen lo que era esa finca denominada «La Viñuela», cuando la recibió de sus padres doña Salvadora, y lo que es al fallecimiento de su esposo inolvidable.


Ahí está La Viñuela patentizando, con honrada fe, la justicia que merece el desgraciado muerto, que intentan regatearle, hoy insanas codicias, con la maldición, segura, del venerable anciano que se llamó don Juan Muñoz y tantas gratitudes tuvo en vida para el hijo político queridísimo.


Era La Viñuela, según reza la hijuela de partición de doña Salvadora Muñoz González, una modesta finca rústica, compuesta de siete suertes de tierra, algunas de encinas y chaparros, con cabida, en conjunto, de sesenta y dos fanegas y siete y medio celemines, casa humilde, y sin aguas: y con un valor total de treinta mil doscientas treinta y tres pesetas con setenta y cinco céntimos.


Y es hoy «La Viñuela», una hermosa finca, convertidos sus chaparros y encinares en productivo olivar, aumentada su cabida con cincuenta y cuatro fanegas y cuatro celemines de tierra, de labor y de olivos, adquiridas por don Rafael García Aguilar a título oneroso durante la vida del matrimonio, según consta en tres escrituras públicas: y en esas adquisiciones un rico manantial que fertiliza sus tierras, cuyo manantial hubo de adquirir el señor García Aguilar comprando el terreno donde manaba, y poniendo así término a un pleito que hubiera sido ruinoso, porque, sin derecho alguno, la primitiva Viñuela- quería usar de aguas de riego, que no le corespondían, lo que consta, también, en la demanda de conciliación interpuesta ante el Juzgado Municipal de Villanueva de Algaidas, a que antes se ha aludido.


Con estas valiosísimas agregaciones de terreno a una finca de sesenta y dos fanegas y siete y medio celemines de tierra, en las condiciones expresadas, se eleva su cabida a ciento dieciséis fanegas y once y medio celemines cuyas importantísimas mejoras y expensas útiles otorgan, hoy, un valor total a la mencionada finca de ciento cincuenta mil pesetas, mayor valor que la ley te reconoce la cualidad de gananciales, porque no fue la obra de la naturaleza, sino el esfuerzo y el trabajo del hombre, y con dinero ganancial, quien obtuvo la plusvalía que definen los artículos 1401 y 1404, relacionados, de nuestro Código Civil, muy brillantemente comentados por insignes tratadistas del derecho español.


Ya queda a grandes rasgos descrito cuánto hizo don Rafael García Aguilar en la primera finca de su mujer que le fue entregada a poco de contraer matrimonio, como se va a describir, también, por lo que respecta a las demás fincas de igual procedencia; anticipando que no habrá un solo hombre amante de la justicia que no se vea obligado a reconocer que los herederos del señor García Aguilar tienen que ser víctimas de esas desigualdades tan poco equitativas, que nuestras leyes, al inspirarse, claro es, en principios jurídicos de carácter general, que excluyen el casuismo, no pueden tener en cuenta, siendo preciso compartir, hoy, unos bienes con una señora viuda, cuyo voluntario apartamiento de las cosas del mundo, especialísimo género de vida, que precisará traer en su lugar oportuno, aunque sin olvidarnos de cariños y respetos, lejos de haber influido en la existencia de aquellos bienes, les ocasionó perjuicios considerables con el pretexto extravagante de incomprensibles y exageradas satisfacciones de su espíritu y de su alma.


BIENES PRIVATIVOS DE DON RAFAEL GARCÍA AGUILAR Y UNAS REVELACIONES IMPORTANTES


En dinero efectivo, como producto de la venta de sus establecimientos de tejidos, menaje de casa y otros efectos muebles, aportó, don Rafael García Aguilar, a su matrimonio, un valor de setenta y cinco mil pesetas; pero sólo podrán reclamar, hoy, sus herederos, por éste concepto de bienes privativos, la cantidad de cincuenta mil, por una de tantas generosidades de aquel hombre cuyas grandes aptitudes y amor al trabajo corrieron parejos con sus extremas bondades.


Y como no deja de ser interesante la causa que motiva la extraña anomalía, ha de explicarse, siquiera sea para proporcionarnos la íntima satisfacción, de hacer justicia a todas horas, al que tanto la merece y fue en vida, cariñosísimo hermano de nuestro padre inolvidable.


Cortijo El Vivar Villanueva de Algaidas
Pintora: Rosa Rodríguez López


En un año, muy reciente, hizo doña Salvadora su testamento ante notario distinguido, hallándose presente su esposo don Rafael y otras personas honorabilísimas, que por temor a herir susceptibilidades se omiten sus nombres, altamente respetables. Y como una de esas personas, virtuosísimo Religioso que hace honor a la Orden a que pertenece, muy en las intimidades del matrimonio, llamara la atención de don Rafael para que en el testamento declarase la señora la cantidad de setenta y cinco mil pesetas, verdadero valor de lo por él aportado, en vez de cincuenta mil que se declaraban, el bueno de don Rafael pronunció las palabras que subrayadas, se transcriben, y tenemos en carta que guardamos para eterna gratitud de nuestra alma.


..Eso es lo mismo, mil más, o mil menos: yo no debo ni quiero ser ambicioso: solo deseo que lo que me corresponda sea para mis sobrinillos; le debo a mi hermano Paco todo cuanto soy.


El dejo de amargura que nos parece ver en éstas palabras con el recuerdo de otras, impremeditadas, que oímos de los propios labios de la viuda; y aquellas cartas, en vida, del pobre muerto, diciéndonos que ya estaba viejo, y muy solo, que no dejáramos de ir a verlo, nos confirman que en los últimos años del matrimonio, cuando fue preciso hablar de testamentos y sucesiones no era santa paz la que reinaba en la casa donde todos los días se celebra el sacrificio de la misa y todas las noches se reza el rosario; amén de las tres Ave-María y el Bendito Sea Tu Pureza, que, como preces al cielo, eleva la señora viuda cada vez que las campanas del reloj delatan una hora pasada.


Ya queda, pues, explicado por qué los herederos no podrán, hoy, reclamar más que la cantidad de cincuenta mil pesetas en vez de las setenta y cinco mil que aportó al matrimonio el señor García Aguilar, porque aquella suma de cincuenta mil es la única que se declara en el testamento de doña Salvadora a que antes hemos aludido.


Y debemos apuntar como dato, muy expresivo, a los efectos de esas aportaciones, que don Rafael García Aguilar en el año de mil ochocientos setenta y siete -creemos que es el mismo año de su casamiento- adquirió el traspaso de otra tienda de tejidos, sita en la calle de Estepa, de la ciudad de Antequera, en precio de noventa y un mil setecientas dieciséis pesetas, según consta en escritura pública ante el notario de la referida ciudad, don Miguel de Talavera Muñoz, en fecha veintitrés de Febrero del expresado año de mil ochocientos setenta y siete, que confirma de modo indubitado la falta de memoria de la señora viuda, cuando en aquellas palabras, calificadas de impremeditadas, quiso convencernos de que su esposo fue al matrimonio poco menos que en un estado lamentable, por lo que al orden económico se refiere, y que cortésmente rechazamos con esas arrogancias que prestan la posesión de la honrada verdad y justicia. 


OTROS BIENES DE LA SOCIEDAD LEGAL DE GANANCIALES


También, bienes gananciales han de ser, el ganado existente en los cortijos, la cosecha de aceite que contienen los depósitos de las bodegas de «San Juan de Dios» y ‹El Vivar», los granos recolectados, los coches, vistos y por ver, carros, carretas y demás aperos de labranza, y en general cuantos efectos muebles y especies se encuentran en las fincas que ya se han descrito; todo lo que ha sido objeto de inventarios particulares llevados a efecto, aunque de modo muy incompleto, por el letrado que redacta estos apuntes; inventarios hechos en presencia de don Francisco Muñoz Checa, sobrino carnal de la señora viuda, y a veces de dos frailes de la Orden de Capuchinos, Padre Laureano de Masamagrell y Padre Ángel de Cañete, dos virtuosos de tan grandes talentos como excelsitudes de alma, que dejaron grabado en nuestro corazón gratitud eterna; porque ellos ayudaron, noble y cristianamente, al cumplimiento de sacratísimo deber profesional, prodigándonos inolvidables consuelos en medio de un calvario indescriptible, que fatalidades de la vida parecieron reservarnos, acaso, para purificar en el todas nuestras culpas y todos nuestros pecados.


ABUSIVOS DISPENDIOS DE CARÁCTER RELIGIOSO

HECHOS POR LA SOCIEDAD DE GANANCIALES


Y con la propia estupefacción y admiraciones de quienes, por su sagrado ministerio, conviven en absoluta familiaridad con las cosas de la iglesia, que es la casa del Señor, empezamos los inventarios de los ornamentos sagrados.


Tres ricas parroquias, al decir de los virtuosos frailes capuchinos, antes aludidos, no guardan aquellos infinitos detalles representativos de tantas miles de pesetas que el pobre de don Rafael tuvo que trabajar y ganar.


Si fuéramos en estos apuntes a describir, particularizando, cada uno de aquellos objetos y prendas valiosísimas, que nuestros ojos han visto, este trabajo sería interminable. Algunos días fueron precisos para llevar a los pliegos de papel las anotaciones correspondientes; y cuenta que en globo, y por docenas, se apuntaban lujosas casullas, de seda, bordadas en oro y plata, sotanas, albas, roquetes, manteles de altar, purificadores, cíngulos, paños de hombros, corporales, amitos, palias e hijuelas, sin olvidar ternos de dalmáticas y capas pluviales, para grandes solemnidades religiosas, de valores extraordinarios.


Una custodia de plata; más de un cáliz del mismo metal, con baño de oro; candelabros riquísimos, que fue preciso desempapelar cuidadosamente, copones, hostiarios, fiadores de oro, dos palios; uno de ellos con hermoso paño de raso negro y cuajados de estrellas, en bordados de oro, y sus respectivas, muy pesadas y carísimas barras de plata.


Y no es cosa fácil seguir estas relaciones, con imágenes, crucifijos, sagrarios y en general los múltiples detalles para la espléndida asistencia de tres Capillas, o mejor dicho, tres iglesias, en las que por autorizaciones superiores se celebran toda clase de sacramentos; y conste que por generosidades y respetos a la señora viuda se dejó de llevar a los inventarios algunos, no pocos, espeluznantes artefactos de usos muy privados, que los creíamos patrimonio exclusivo de aquellos mártires que ganaron las glorías del Señor con el desprecio y sacrificio de las propias carnes y el atesoramiento de las más grandes virtudes.


LAS LIMOSNAS


Como dispendios de importancia extraordinaria pueden anotarse las limosnas que, por las incomprensibles codicias religiosas de la doña Salvadora, se distribuyen todos los domingos a cuantos pobres concurren al cortijo; y no bajan de doscientos.


Quiere doña Salvadora practicar la virtud de la caridad, siendo sus propias manos, sin consentir la ayuda de nadie, las que socorran a los numerosísimos necesitados que acuden a «El Vivar», como antes acudían a «San Juan de Dios», porque allí habitaba el matrimonio.


No tienen que acreditar los asistentes su pobreza con otro título que el hecho de su presentación, para en larga fila ir pasando por la puerta del cuarto donde se sitúa doña Salvadora, que deposita en cada mano una libra de aceite, garbanzos, harina y un pan, sustituidos en algunos por prendas de vestir, y obteniendo cada rasgo caritativo frases conmovedoras de gratitud y sobre todo la muy consabida de Dios se lo pague a la santa de El Vivar, que, parece, es la única que produce intensísima emoción en su alma.


Y con el derroche de la respetable suma de quinientas pesetas semanales no baja de ahí el importe de esas limosnas se congrega en «El Vivar» todos los domingos la gente maleante de la jurisdicción y pueblos comarcanos, no sin la protesta airada de los honrados labradores convecinos que sufren una vez en semana los pillajes de esas hordas que al paso devastan sus haciendas con motivo de una caridad en la que nadie puede creer, porque, tampoco la creyó el bueno de don Rafael, quien realizara todos los excesos y habilidades imaginables, -cartas muy autorizadas nos lo dicen,- por si podía poner coto a esas limosnas, calificadas por Religiosos insignes de vicios de la caridad no exento del placer de muy definidas vanidades; vicio que no ha sido interrumpido no obstante los derechos de los herederos en este abintestato, a quienes no se les alcanzan las explicaciones y justificación de fondos que en su día habrán de obtener.


DESAVENENCIAS CONYUGALES


Los excesos religiosos de la doña Salvadora motivaron desavenencias en el matrimonio, conllevadas, siempre, con resignaciones admirables, por aquel hombre tan bueno, digno en la vida, y después de la vida, de mejor suerte.


Y no son los herederos del señor García Aguilar quienes van a hacer afirmaciones de determinada gravedad e importancia, con referencia a esos excesos religiosos que constituyeron un calvario indescriptible en la honrada y laboriosa vida del pobre de don Rafael: es la propia, y muy respetable familia de Muñoz, que no podrá olvidar cómo abandonó el mundo de los vivos, llevando la amargura en su alma, aquel anciano venerable y padre amantísimo, don Juan Muñoz Cano, no consiguiendo nunca de la hija que el patrimonio que él le diera fuese, alguna vez, a los que tenían su misma sangre y su misma carne.

La hija jamás accedió a los ruegos suplicantes del anciano, que le engendró el ser, y que tantos sacrificios realizara en el mundo por el intenso amor consagrado a los suyos. Y en testamento abierto, ante notario, doña Salvadora dispone miles de misas en sufragio de su exclusiva alma, distribuyendo todo su capital entre numerosas corporaciones e institutos de carácter benéfico-religioso.


Y las insaciables codicias de quien se cree influida por espíritus providenciales, con desprecio absoluto de las cosas del mundo, quisieron, también, arrebatar al esposo las intimidades de su corazón y las noblezas de su alma; pero el pobre de don Rafael no quería olvidarse de aquel hermano entrañable, al que todo se lo debía, su padre y protector, sublimes sentimientos que nunca pueden comprender los que hacen de la tierra un tránsito odioso y miserable. que en inteligencias poco cultivadas, suele producir extrañas obsesiones con los más extraños contrastes de la vida.


Mientras don Rafael aquietábase a sacrificar el producto de su honradez y de su trabajo, derrochando miles de duros en Capillas lujosísimas, ornamentaciones sagradas, de costo extraordinario, fundaciones benéficas y limosnas incomprensibles, pudieron transcurrir años y años sin que aquellas desavenencias tomaran determinados caracteres; pero llegada la hora de concretar sobre cuál había de ser la última voluntad, relativa a bienes, de aquel pobre mártir, que desde el cielo parece que nos dice hasta dónde alcanzaron sus abnegaciones y sacrificios, esas desavenencias adquieren cierta gravedad y cierta importancia; porque es la propia doña Salvadora la que no pudiendo refrenar soberbias comprimidas, profana al esposo muerto, cuando, caliente el cadáver, dijo a sus herederos las palabras impremeditadas a que ya se aludió: que don Rafael fue en cueros al matrimonio; que lo mantuvo mucho tiempo su padre, que el capital todo era suyo, y que nada podía saber de la existencia de metálico en la casa, porque en los últimos años casi se hablaban.


Los agitados y convulsos movimientos del pecho de doña Salvadora, con el súbito carmín de sus mejillas y el flamear de sus ojos, pronunciando esas palabras, que hirieron nuestro corazón, nos trajo la horrible duda de cuales fueran los verdaderos sentimientos de la mujer que vivió «cuarenta y dos años› con el hermano queridísimo de nuestro padre entrañable.


... Eso es lo mismo, mil más, o mil menos; yo no debo ni quiero ser ambicioso: sólo deseo que lo que me corresponda sea para mis sobrinillos; le debo a mi hermano Paco todo cuanto soy.


No ha sido posible sustraerse a transcribir, nuevamente, las palabras que anteceden, pronunciadas por el pobre de don Rafael, cuando otorgando su testamento doña Salvadora se deliberaba sobre si fueron setenta y cinco mil pesetas o cincuenta mil las que aportó al matrimonio, palabras que conocemos por una carta que nos produjo el efecto de transmisión evangélica, porque nadie, honradamente, puede dudar de las excelsas virtudes del sacerdote honorable al que irresistibles sentimientos de hombre cristiano, lo llevaron a suscribir esa carta.


LA FUNDACIÓN DE AGUIRRE


Desde el mismo instante que don Rafael adquirió la finca denominada « Aguirre» surge la idea de doña Salvadora de hacer en ella una fundación de carácter benéfico-religioso.


No podía escapar a la codicia de la señora una finca de la que oyera los mayores elogios, por sus ochenta y cuatro aranzadas de riego abundante, sus nuevos olivares de porvenir, inmediato y cierto, tierras de labor de calidades superiores, y situación topográfica envidiable.


La finca que acababa de adquirir don Rafael tenía la contingencia manifiesta de que fuera el día de mañana patrimonio de unos herederos y eso era indispensable evitarlo a todo trance.


De cuál ha sido el calvario sufrido por el esposo honradísimo y trabajador para ir conllevando las violentísimas situaciones que se le creaban, constantemente, en la casa, para que la fundación se hiciera sin pérdida de momento alguno, da fe, harto elocuente, la extensa correspondencia que obra en nuestro poder de personas muy dignas y respetables.


No creemos llegada la hora, todavía, de prescindir del carácter particular y reservado de esa correspondencia; pero si algún día no pensamos lo mismo, obligadamente y como hombres que por nuestro ministerio interpretamos leyes y códigos, tendríamos que ver coacciones de un orden moral, de tales refinamientos, que jamás tuvieron precedentes en la vida.


Y en la fundación de «Aguirre», como principal obsesión de la doña Salvadora, porque había de perpetuar su nombre y su memoria, vemos el martirologio del que trabajó cincuenta años para proporcionarse una vejez de tantos sinsabores y de tantas amarguras.


....Venid a verme; ya estoy viejo y muy solo. Esas eran las palabras de don Rafael en cuantas cartas escribía a sus sobrinos, meses antes de morir, y cuyos sobrinos estaban muy lejos de sospechar lo que ocurría en la casa donde se celebra el sacrificio de la misa todos los días y se reza el rosario todas las noches.


Los sobrinos confiesan su inhabilidad cuando no comprendieron, hasta ahora, aquellas palabras de venid a verme; ya estoy viejo y muy solo. No creían que su pobre tío Rafael estuviera tan solo cuando le asistía una compañera de «cuarenta y dos años» y un Religioso de la venerable Orden de frailes capuchinos; pero desgraciadamente no era así: don Rafael estaba muy solo, o, acaso, demasiado acompañado. Ya hablaremos del padre Bernardo, que es el Religioso que habitaba con el matrimonio cuando sorprendió a don Rafael la muerte casi repentina, y tan repentina, que en las pocas horas de su dolencia no pudo articular ni una palabra siquiera.


Y como todo el fervor cristiano de doña Salvadora no fue bastante para modificar las irascibilidades de un temperamento y el tesón de un carácter, don Rafael tuvo que acceder, al fin, a que se hiciera la Fundación de Aguirre.


Consistía esta fundación en levantar un suntuoso edificio en la finca, con presupuesto de más de quinientas mil pesetas, para dar albergue a un centenar de niños que habían de ser educados, alimentados y vestidos, bajo la dirección de congregaciones religiosas, quedando afecta la mayor parte de las rentas del capital al sostenimiento de la mencionada fundación.


Completaba el plan de la doña Salvadora, una escuela en «El Vivar» sostenida con esas mismas rentas, distribuyéndose el resto del capital en diversas instituciones y comunidades, muy afines a la iglesia, que habían de ser copartícipes de determinados tantos por cientos, según consta en el testamento otorgado por dicha señora el mes de Abril del año 1917, si mal no se recuerda la fecha.


Y desde que la señora otorgó ese testamento y don Rafael no hizo lo propio, porque si bien accedió a la Fundación de Aguirre no quiso entregar todo su patrimonio para obras benéfico-religiosas; Dios, la señora, don Rafael y el padre Bernardo, saben todo lo que ha venido ocurriendo en esa casa.


Es lo cierto, que convenida la Fundación por el matrimonio, hace algunos años, sólo se pensaba en el ahorro de efectivo metálico para subvenir a tan costosa necesidad, prescindiéndose en absoluto de distraer cantidades para compras de ninguna clase. Y los extraordinarios beneficios obtenidos por los labradores, con motivo de la Guerra Europea, donde los productos agrícolas alcanzaron precios considerables, todo fue objeto del ahorro: y en el último contrato de arrendamiento de la finca «Aguirre» se impone al colono, don Sebastián Herrero, la obligación de permitir la importante obra que había de realizarse, llegándose, más tarde, a fijar el terreno sobre el que se iba a construir el edificio, y, últimamente, hasta pedir las habitaciones para almacenar materiales y albergar a los obreros, todo lo que queda en suspenso ante la muerte inesperada del pobre don Rafael.


Pero nada de esto satisfacía a doña Salvadora, ni a su confesor el padre Bernardo. Era indispensable que don Rafael hiciera un testamento en la misma forma que lo había hecho la doña Salvadora. No se podía consentir que ni una sola peseta fuera a parar, alguna vez, a aquellos sobrinillos, hijos del entrañable hermano, al que todo se lo debiera, como, constantemente, decía esa pobre víctima de una de las más grandes injusticias de la vida, cuyas reparaciones nos prometemos con las garantías indiscutibles de los arrestos de un alma honrada y de nuestro propio decoro profesional.


Un centenar de cartas obran en nuestro poder, testimonios honorabilísimos, por la excepcional calidad de sus autores, que hablan con elocuencia abrumadora de cuáles han sido los dos últimos años de la vida de don Rafael, y sobre todo los últimos meses, cuando la señora y su confesor adquieren el convencimiento de que era inútil seguir luchando contra los nobles y generosos impulsos de un corazón muy grande, de un alma muy pura que no pueden comprender y sentir los que, acaso, tengan la irresponsabilidad de un cerebro enfermo.


Y a partir de esta fecha, los disgustos en la casa de don Rafael adquieren proporciones considerables. Es la propia servidumbre la que observa que el matrimonio sólo comunica lo más preciso -ya nos lo dijo la misma doña Salvadora- y que entre el padre Bernardo y don Rafael las polémicas no tenían nada de familiares: no ocultando el Religioso malquerencias y rivalidades tan incompatibles con esa humildad que debiera ser lema sacrosanto de los hombres que en la tierra tienen el cristiano cometido de abogar en nombre del Señor.


Dos meses antes del fallecimiento de don Rafael, un letrado eminente le hizo un proyecto de testamento, al que precedió numerosa correspondencia y cuyo proyecto no llegó a formalizarse, sin duda alguna, porque don Rafael, parece, temía, siempre, el momento decisivo de que su esposa no abrigase ya la menor esperanza de realizar sus deseos.


Ese proyecto de testamento alguien lo vio en manos del padre Bernardo pocos días antes del fallecimiento de don Rafael.


Veamos quién es el padre Bernardo.


EL PADRE BERNARDO DE GENALGUACIL


Desde hace muchos años -quizás más de veinte- viene constituyendo parte de la familia, que antes no era nada más que el matrimonio, y hoy la doña Salvadora, un Religioso de la Orden de frailes capuchinos, con la misión de decir misas todos los días, rezar el rosario todas las noches, dar gracias al Señor antes y después de cada comida y en general para cuantos auxilios espirituales le sean requeridos; ello aparte de la virtud especialísima del padre Bernardo, al decir de la doña Salvadora, de conjurar tormentas y otros peligros atmosféricos: porque sujetos los Religiosos a turno obligado de relevo, tuvieron muchos los que desempeñaron aquel cometido y pudo la doña Salvadora hacer la interesante comprobación que se deja apuntada.


Ya hemos dicho en esta Memoria cuál es el juicio que nos merecen otros Religiosos de la propia Orden de frailes capuchinos, el padre Laureano de Masamagrell y el padre Angel de Cañete. Y si aquellos sentimientos expuestos por nobles impulsos de un corazón honrado, que cultivaron nuestros mayores en la santa fe de la Religión de Cristo, no determinaron con toda precisión cuál sea éste verdadero sentir, nos apresuramos a reconocer que la Orden de frailes capuchinos lleva siempre la estela gloriosísima de los que por revelaciones del Señor consagraron la vida a la práctica de las más grandes virtudes de humildad, caridad y pobreza, a las que con abnegaciones sublimes se les ofrenda en esa Orden honorabilísima un culto admirable.


Pero en mala hora vino el padre Bernardo a sustituir a otro fraile capuchino, el padre Francisco de Elda, que en el cortijo de «El Vivar» realizaba la misión santa de llevar paz a un hombre y a una mujer que por sagrado vínculo de sacramento se encontraban unidos; y eran tan grandes las virtudes de aquel sacerdote que sus ratos de ocio dedicábalos a enseñar a los niños de los caseríos inmediatos el catecismo y la Religión cristiana: ahí está la propia servidumbre de <<Viva>> que no olvidan a aquel padre Francisco, y todos los días y a cada momento pregonan las inagotables bondades de su noble corazón. Pero el ingenuo y bondadoso padre tuvo la ocurrencia de contar un día en la mesa la vida de una mística santa, que dueña de una gran fortuna legó un tercio de ella a los pobres y lo demás a su familia; porque al decir de la santa, nadie mejor que la propia familia podía en la tierra pedir por su alma. El asentimiento de don Rafael a las palabras del Religioso provocaron las irascibilidades de la doña Salvadora, y desde aquel mismo momento el padre Francisco era huésped impertinente en la casa, no tardando ni quince días que se recibiera la orden de su traslado.


Y entra el padre Bernardo en « El Vivar› y su sólo acto de presencia produce cierta expectación en la gente. Hombre de estatura gigantesca, complexión formidable, estupendas barbas negras, tez morena que destaca vivísimo color rojo, en la plenitud de la vida porque, acaso, no exceda de cuarenta y cinco años, bien puede decirse que es un hermoso ejemplar de la raza, dando idea de su desarrollo el que sus prendas de vestir jamás hubo de encontrarlas hechas, teniendo, siempre, que ser objeto de encargos especiales.

Y este padre Bernardo pronto se da cuenta de su cometido, no desaprovechando momento -ya se dirá todo lo aprovechado que era- para halagar a la señora cultivándole sus obsesiones religiosas y sobre todo la de la necesidad de que don Rafael hiciera cuanto antes un testamento igual al que tenía hecho ella dejando todos sus bienes para obras benéfico-religiosas.


Entre el padre Bernardo y la señora se crea un vínculo de la más absoluta identificación; llega aquél a ejercer tales dominios y sugestiones sobre lo que, acaso, era ya una voluntad enferma, que ha de citarse como dato verdaderamente singularísimo, y en ello se apela al respetable testimonio de la propia familia de Muñoz, que la doña Salvadora no comía absolutamente nada sin la previa autorización de su confesor, el padre Bernardo.


Cuenta la servidumbre que en la mesa don Rafael y el padre Bernardo sostenían constantes discusiones por la intromisión de éste respecto a si la señora debía o no comer esta o aquella cosa. La distinguida familia citada, y el que esta memoria redacta, han visto muchos días, con sus propios ojos, hasta dónde llegaba ese caso de sugestión; porque cuando deberes de cortesía hacía la dama, alguno en la mesa servía a la señora, ésta no aceptaba, definitivamente, la atención, mientras sus ojos no se encontraban con los ojos del padre Bernardo, para, disimuladamente, obtener la venia que se pedía.


Y dueño en absoluto de la voluntad de la doña Salvadora que se creyó, siempre, la rica, por sus aportaciones al matrimonio, jactándose de decir que todo era suyo, como si el trabajo honrado fuera cosa poco menos que despreciable, olvidándose que por el trabajo honrado sus mayores le legaron su patrimonio, el padre Bernardo empieza su insana labor.


Y no concreta su ministerio a confesar todas las mañanas a la señora y a los demás menesteres que al Religioso correspondían. Contaba con la voluntad de la que se creyera dueña omnímoda de todo -aún lo sigue creyendo- y alternaba en las mortificaciones de espíritu al pobre de don Rafael con los constantes consejos sobre el testamento, permitiéndose intromisiones en los asuntos de la labranza; ya opinando acerca de la conveniencia o inconveniencia de tales o cuales compras o ventas, ya ordenando y reprendiendo a la servidumbre y en general sobre cuantos actos y atribuciones incumben al jefe de la casa. Es verdad que algo, y no poco, pudo hacer el fraile en éste sentido, porque la extremada bondad y nobleza de don Rafael no sabían luchar con esas sagacidades y astucias que tardan, siempre, en comprender todos los hombres de pecho grande y generoso: porque don Rafael estaba muy lejos de ser un espíritu apocado, antes al contrario; el gigantesco capuchino sabía muy bien que la lucha franca no se podía abordar con el hombre que constantemente recibía anónimos de bandoleros que mantenían el terror de la comarca, conminándolo con la vida si no depositaba tal o cual cantidad en sitios determinados, y los arrojaba entre sus papeles con esa mueca despectiva del que tiene sobrada confianza en sí mismo. Con setenta y tres años supo rechazar criminal sorpresa imponiendo a los malhechores, con sus propios puños, el correctivo debido, llevando las grandezas de su alma hasta el extremo de proporcionar el enojo de los individuos del benemérito instituto de la  guardia civil por negarse a recibir los auxilios que se le ofrecían, ya restando importancia a los hechos, ya negando veracidad a lo que era tan público y conocido. Vivos están el actual digno comandante del puesto de Villanueva de Algaidas, y el no menos digno oficial con residencia en Archidona, que pueden dar buena fe de ello.


Y aquellos anónimos allí los encontramos, cuando se examinaban libros y documentos en este abintestato. Don Francisco Muñoz Checa, sobrino carnal de la viuda, sabe muy bien que en ninguno de aquellos anónimos vimos el menor riesgo para la vida de su señora tía, doña Salvadora, la rica, la opulenta, la que se creía dueña de todo. Era la cabeza del pobre don Rafael la que venía siempre amenazada.


Y cerca de dos años, hasta su muerte, ha vivido don Rafael con la compañía del padre Bernardo, conllevando situaciones verdaderamente insostenibles. A última hora las controversias llegaron a tomar tales caracteres que alguien en la casa supuso, y no sin fundamento, que aquello pudiera tener un desenlace muy desagradable.


Cuando la discusión solía hacerse demasiado viva era, siempre, la presencia de doña Salvadora, con sus setenta años y padecimiento cardiaco, que lo más insignificante arriesgaba su vida, la que hacía un alto, sellando los labios de don Rafael, porque hombre de educación exquisita y extremadas cortesías jamás dejó de guardar a la señora las atenciones debidas.


Pero la psicología especial de éste corpulento capuchino, en quien lo físico, parece, absorbió lo moral, aún no la hemos definido. Imposiciones de método nos obliga a decir algo, antes de la muerte de don Rafael, porque después de ella es cuando hemos convivido con este trato, estudiándolo desde cerca y hasta siendo actores de escenas que llevaron grandes atribulaciones a nuestro espíritu de hombre cristiano.


Ya se dirá hasta la forma inusitada de salir este Religioso de «El Vivar» con júbilo y contentamiento extraordinarios de cuantos lo han padecido.


MUERTE DE D. RAFAEL GARCÍA AGUILAR

García Guerrero--Málaga

SU TIO RAFAEL HA MUERTO

PADRE BERNARDO


Estos son los precisos términos del telegrama que el padre Bernardo dirige a los sobrinos de don Rafael seis horas después del fallecimiento y veinte de haber caído al suelo sin sentido, cuando había la evidencia de que el desenlace era irremediablemente funestísimo, al decir de la ciencia capacitada para pronósticos semejantes.

Y fue telegrama ordinario, queriendo decir lo de ordinario, el que ni siquiera se tuvo la previsión de expedirlo urgente, como si a la presencia de la familia del señor García Aguilar conviniera darle las mayores dilaciones posibles. Es verdad que a la propia familia de la doña Salvadora, que habitaba en «Seralina, cortijo no muy lejano a <<El Vivar>>, tampoco se le avisa del gravísimo pronóstico hecho por el médico que asiste a don Rafael en su periodo agónico; y sólo la espontánea generosidad del guarda jurado, Francisco Lanzas, que al ir a Antequera por medicamentos de urgencia, lo notifica a dicha familia, hace que los señores de Muñoz pudieran personarse en «El Vivar» una hora antes del fallecimiento. Parece que había el extraño temor de que el infeliz moribundo, en los más supremos instantes de la vida, pronunciara algunas palabras denunciando sus calvarios y sus martirios. El acto generoso del guarda Francisco Lanzas fue <<premiado>>, mas tarde, despidiéndosele del destino que desempeñaba, por motivos que ni el interesado, ni nosotros, aún hemos podido explicarnos.


Y aquel telegrama llega a poder de los sobrinos del señor García Aguilar en horas que no coincidían con la normal combinación de los trenes, viéndose obligados a hacer un viaje de odisea inenarrable, caminando en vehículo poco apropiado para salvar los riesgos que ofreciera una cruenta noche de tempestad con sus inclemencias consiguientes; llegando, por fin, a las cinco de la madrugada, al cortijo de «El Vivar», en el trágico momento que se decía una misa en la Capilla, con el cadáver de cuerpo presente; y para mejor decir, el féretro que lo contenía, porque dicho féretro se encontraba cerrado y fuertemente claveteado. Y de rodillas, junto al cadáver, los sobrinos oraron. ¡Y válganos el cielo, en nuestras dudas horribles de hombres cristianos, que nos quiso parecer escuchar cierto rumor entre los fieles que llenaban la Capilla, sobre cuál fuera la verdadera devoción del sacerdote que ofrendaba la última misa por el jefe de la casa!: era el sacerdote el padre Bernardo, a quien veíamos por vez primera en la vida, y juramos por nuestro honor que al encontrarnos con sus ojos algo muy inexplicable sentimos en lo más íntimo de nuestra alma.


Tres horas después, numerosísimo cortejo de deudos y amigos salvamos la distancia de tres kilómetros para depositar en la última morada el cadáver de don Rafael: fue preciso llegar al pueblo de Villanueva de Algaidas y, desde allí, a su necrópolis, teniéndose este trayecto que recorrer a pie y conducir a manos el cadáver.


El padre Bernardo, con sus cuarenta y cinco años y formidable complexión, no se encontraría con fuerzas bastantes para proseguir su espiritual cometido, y subiendo en el mejor vínculo de los que esperaban en Villanueva de Algaidas el regreso de la fúnebre comitiva, partió velozmente hacia <<El Vivar>> Tenía prisa el Religioso por llegar al cortijo antes que nadie. Acaso le inquietaba el que se había quedado acompañando a la señora viuda, su hermano don salvador, y ese fraile capuchino no parece hombre muy afecto a los vínculos familiares.


A nuestro regreso a <<El Vivar>>, inquirimos acerca de cómo había ocurrido el fallecimiento del pobre tío, al que tan fuertemente se le había clavado la tapadera del ataúd, como si aquellos clavos representaran algún simbolismo: como si hubiera habido el temor de que el muerto levantara la cabeza y preguntara por su dinero.


Murió don Rafael de manera inesperada…


Hombre de envidiable naturaleza, muy esbelto y fornido, con semblante terso y rosado, nadie podía suponer que alcanzaba setenta y cuatro años.


Como de costumbre, a las cuatro de la tarde, doña Salvadora le había servido la taza de caldo, con la cucharada de una bebida alcohólica que la propia señora le preparaba, y una hora después, a las cinco, cuando el infeliz distraía sus ocios, sentado a la puerta del cortijo, cosiqueando correajes y guarniciones de la labor, se levantó, súbitamente, pidiendo auxilio, y asido a una de las puertas de la Capilla, se desplomó su cuerpo sin poder articular palabra alguna.


Fue el padre Bernardo el primero en acudir, salvando, ágilmente, los peldaños de una escalera, y en los brazos del fraile, ayudado por doña Salvadora y algunos familiares, el pobre don Rafael subió, por última vez, los mismos escalones que sus plantas tenían gastados en su rudo y cotidiano batallar, que sólo cesó con la muerte.


Dos horas después, un facultativo distinguido del inmediato pueblo de Villanueva de Algaidas diagnosticaba, a la cabecera del enfermo, una intensa hemorragia del cerebro, con el funestísimo pronóstico consiguiente. Y más tarde ocurría en «El Vivar» algo verdaderamente extraño; cosa muy inexplicable. El padre Bernardo ordena, imperativamente, a la servidumbre que se retire a descansar, porque nadie, al decir del Religioso, podía permanecer en la habitación de don Rafael más que la señora y él, que tenía que cumplir con los deberes de su ministerio. Hasta el pobre Ramoncito, angelical criatura de siete años, el inseparable compañero de don Rafael, también es arrojado del cuarto. Y en las horas que se suponía que los familiares descansaban, como si gente de conciencia -los pobres tienen, también, conciencia- pudiera descansar agonizando el jefe de la casa, cierto tintineo de llaves, abrir y cerrar de muebles, idas y venidas denuncian que en la habitación del moribundo las plegarias al cielo alterna con otros menesteres más profanos y terrenales.


Eran las dos de la madrugada, dos horas antes de expirar don Rafael, cuando el padre Bernardo se desliza, quedamente, por la misma escalera que había salvado con tanta agilidad para recoger su cuerpo inerme; acaso el Religioso bajaba esta vez las escaleras al rítmico y lúgubre compás de los estertores de la muerte, y, entrando en la llamada sala baja manipula los cajones de la mesa de escritorio donde no se guardan crucifijos ni relicarios, sino algo más mundano que después ven nuestros ojos en un baúl tras de una escena violentísima y con testigos presenciales altamente respetables.


IMPORTANTE DESPOJO A LOS HEREDEROS


Agrupados alrededor de la señora viuda en El Vivar», compartíamos angustias y dolores, y deseosos de llevar algún consuelo a la que fue « cuarenta y dos años compañera de nuestro tío queridísimo, dimos a esta mujer el santo nombre de madre.


No serán leyes ni códigos los que vengan aquí para determinar el patrimonio de unos sobrinos políticos, herederos abintestato: tenga la completa seguridad que serán unos hijos amantísimos de usted, gente muy honorable y cristiana, que no van a tener otra voluntad que la propia voluntad de usted. Así hablaron los herederos de don Rafael a la señora viuda, y se jura por el nombre de Dios que siempre vimos en sus ojos algo muy lejos de esos inconfundibles destellos de un alma agradecida.


.....El Señor os lo pague: fue su voluntad no hacer testamento: ha hecho lo que quiso: el Señor, también, se lo pague. Estas fueron las palabras de doña Salvadora para corresponder a las noblezas y sentimientos de los que llevan la misma sangre de aquel desgraciado muerto, que desde el cielo pide justicia, y, en la tierra, juramos, no le falta quién se la haga.


....Vuestro tío vino en cueros al matrimonio; mi padre, lo mantuvo mucho tiempo: el capital todo era mío; yo nada sé de la existencia de dinero en la casa, porque en los últimos años casi nos hablábamos. También se expresan así doña Salvadora, cuando ella misma requiere a los herederos para hablar de intereses, porque al decir del padre Laureano de Masamagrell, que desempeñaba el cometido de intermediario, la señora viuda tenía mucha prisa por ultimar las operaciones necesarias del abientestado y conocer lo que a los herederos correspondía.


Y a partir de aquí empezamos en «El Vivar» un calvario que es posible que nos haya hecho ganar las justicias del cielo, pero no renunciamos a ganarlas, también, en la tierra, porque mártires ya dio uno la familia del señor García Aguilar y lógico es que esos sublimes sacrificios humanos se vayan compartiendo con las equidades debidas.


Fue don Francisco Muñoz Checa, sobrino carnal de la señora viuda, y licenciado en derecho, el designado para hacer con nosotros los inventarios oportunos.


Es el señor Muñoz Checa un joven muy agradable que debutaba en la profesión con asunto tan enojoso y de aspecto moral muy complicado. Al mismo tiempo el novel jurisconsulto recibió el encargo de su señora tía para llevar la administración del caudal -era pronto para que lo hiciera el padre Bernardo- y aunque hijo de rica familia labradora, sus conocimientos del oficio de San Isidro no los simultaneaba con la ciencia de Justiniano; basta decir que solía consultarnos a nosotros acerca de la conveniencia o inconveniencia de determinadas labores; a nosotros, que tanto teníamos que cavilar a la vista de las sementeras para conocer si era trigo o cebada el verde plantío que se nos ofrecía, y que valgan verdades, pocas veces nuestra opinión resultaba afortunada.


Con el señor Muñoz Checa y el padre Bernardo comenzamos por la apertura de dos cajones de una mesa de escritorio que existe en la llamada sala baja, y en ellos encontramos cinco mil y pico de pesetas cuidadosamente colocadas en tres lugares distintos, que correspondían a tres clases de moneda; billetes del Banco de España, plata y calderilla.


El padre Bernardo se mostraba extremadamente curioso y observador a la apertura de aquellos cajones que manipularon sus manos en noche trágica y horrible cuando, acaso, el chasquido de las mismas monedas se confundía con los angustiosos suspiros de un moribundo.


Era aquella mesa de escritorio el despacho de don Rafael donde hacía sus pagos diarios, precisando tener, siempre, unas miles de pesetas para atender a las exigencias de su extensa labor.


Cinco mil y pico de pesetas es cifra que no alcanza a subvenir a la necesidad de un día determinado en labor de tanta importancia. Don Rafael tenía en aquellos cajones bastante más dinero; pero es que hasta la caja supletoria del labrador, el manejo diario del pobre muerto, fue objeto del despojo infame que hemos de describir aquí con todas las precisiones necesarias, con cuantas consecuencias se deriven, con los arrestos que prestan profundas y honradísimas convicciones, y con la íntegra responsabilidad de nuestros actos, porque tenemos fe ciega en que no ha de quedar impune un delito que revela la más grande perversión humana; que es crimen de la conciencia el despojo y profanación a un muerto, crimen que castiga Dios y necesariamente han de castigar los hombres.


Desde que nos hicimos cargo del grave problema que se nos ofrecía en la casa que no se ven más que cosas de Dios, aunque en ella viva el diablo, nos incautamos de algunos libros y correspondencia interesantísima que escaparon a la mano infame que nos ha despojado de lo que legítimamente nos pertenece.


Es uno de esos libros un voluminoso dietario donde el pobre don Rafael anotaba de su puño y letra algunas operaciones importantes de su casa de labor.

En el vemos, con nuestros ojos, que seis meses antes de morir había vendido quince mil doscientas noventa y cinco arrobas de aceite recolectadas aquel año en las fincas de «San Juan de Dios» y «El Vivar», percibiendo su importe que se aproxima a la respetable suma de sesenta mil duros: también vemos que en igual periodo de tiempo vende una cantidad de trigo por la que ingresa en sus cajas la cifra de cuarenta mil pesetas; y así mismo vendió unas yeguas cuyo valor no se puede precisar, porque algunos libros y documentos deben de haber corrido la propia suerte que el dinero sustraído.


Es curiosa la liquidación que de las quince mil doscientas noventa y cinco arrobas de aceite hace don Rafael en su libro dietario, como las hace de todas las cosechas anteriores que alcanzan nada menos que al año de 1900.


En los folios respectivos aparece consignada la fecha del año, mes y día de cada operación de venta, detallando los pesos por arrobas y libras, el precio a que lo vende, el nombre de don Juan Aranda, como remitente, su destino, que siempre es Málaga, y liquidando por resúmenes donde escribe al final de cada uno la letra P, como indicación de estar cobrado.


Ya se dijo en otro lugar el tiempo que llevaba el matrimonio ahorrando y guardando efectivo metálico para hacer la fundación de «Aguirre» como obsesión principalísima de la señora. Calcúlese la importancia que pueda tener la cantidad sustraída al labrador que solo por el concepto de aceite percibe la suma de trescientas mil pesetas; las cosechas anteriores, alcanzando los extraordinarios precios motivados por la conflagración mundial, y los ocho o nueve años que en una casa de tales ingresos no se compra nada, porque ese tiempo hace que don Rafael adquirió la última finca.


No está demás recordar aquí el hecho, que fue objeto de comentarios en Málaga, que cuando don Rafael compró esa última finca, al hacer el pago al vendedor ingresando el importe en la Sucursal del Banco de España, éste establecimiento de crédito se vio en la necesidad de consultar a la Dirección sobre la legitimidad de aquellos billetes, porque eran de emisión tan antigua que ya no estaban en circulación; lo que prueba de modo evidentísimo las cualidades especiales de este matrimonio para guardar efectivo.


Otro hecho, también, muy digno de anotarse, y es bien reciente: con motivo de cierta alarma relativa a la validez de los billetes de quinientas pesetas, don Rafael cambió en la Sucursal del Banco de Málaga la respetable suma de ciento sesenta mil pesetas de esa clase de papel moneda.


Con estas pruebas abrumadoras no podía negarse la existencia de grandes cantidades en la casa del muerto; pero la señora viuda afirma que deberán de estar escondidas en lugar que ella ignora, habida cuenta a su excusa de que últimamente se comunicaba poco con su esposo: pero lo extraño es que el reloj y una gruesa cadena de oro que usaba don Rafael tampoco aparece por parte alguna; y hasta buscamos con interés las arras matrimoniales, trece onzas de oro, que con otra importante cantidad del mismo metal sabíamos guardaba, siempre, la señora, con cuidado exquisito, por tenerlas destinadas a la corona de una Purísima que había de colocarse en la Capilla de la proyectada fundación de «Aguirre», y, también, han desaparecido.


Las discordias del matrimonio, porque D. Rafael no hacía el testamento que a las codicias religiosas de su mujer convenían, no llegaron nunca a establecer una incomunicación absoluta; porque el tálamo nupcial jamás fue interrumpido, y a la diestra del esposo se sentaba todos los días a la mesa doña Salvadora, y al otro mundo fue el pobre de don Rafael pocas horas después de haber tomado un alimento que le sirvió con sus propias manos la compañera de <<cuarenta y dos años>>.


Y la señora viuda, excusándose de ilustrarnos, porque ella lo ignora todo, llegó a decirnos que nunca había intervenido en las cuestiones de dinero; cuando son muy honorables las personas que nos aseguran, y ante los Santos Evangelios y nosotros (no dirán lo contrario), que era doña Salvadora la que guardaba el dinero, porque de sus manos percibieron, siempre, las cantidades que solían pedir a don Rafael en calidad de préstamos, pues a él acudían como labrador muy desahogado y a título de antiguos amigos y vecinos.


Es la misma servidumbre quien ve a don Rafael entregar a su señora las cantidades que le lleva el remitente del aceite, don Juan Aranda, entregas que sólo se han interrumpido con la muerte.


Es Ramoncito, niño de siete años, que dice las verdades de los ángeles, quien da también fe de esas entregas.


Y es una doméstica que servía a la mesa, muy en las interioridades de la casa, la que nos llega a decir hasta el sitio donde se encaminaba la señora para guardar los fondos que recibía. Pero esta doméstica, que era una remozada viuda, de semblante agraciado, fue confidente, que perdimos, porque apercibido el padre Bernardo de que hablaba con nosotros con más frecuencia de lo que a él convenía, haciendo, acaso, uso de su especialísima virtud para conjurar las tormentas le conjuró la tormenta de la viudez, leyéndole una mañana en la Capilla la Epístola de San Pablo con el vecino de un pueblo inmediato que había sido antiguo servidor de la casa, y al que le propusieron el matrimonio con la mujer que no conocía, si bien le dieron garantías sobradísimas de sus buenas cualidades.


Y en esto de perder confidentes hemos devorado en <<El Vivar>> muchas amarguras.


Bastaba que un individuo de la servidumbre hablase con nosotros dos veces para que aquel infeliz se jugara su destino.


El casero Antonio Córdoba Espejo y su mujer, al primer pretexto, fueron lanzados a la calle. Y aunque recibimos, un día, el encargo de despedir al bueno de Manuel, hortelano del Huerto, la señora está, aún, esperando que cumplamos el cometido.


Y en esta lucha excepcional y originalísima nos desenvolvíamos en «El Vivar», llevando a cabo el penoso deber de enterarnos cual fuera el capital del pobre tío, porque, amistosamente, hubimos de convenir con la señora la formación de los inventarios para la liquidación de la herencia consiguiente.


Con la compañía del señor Muñoz Checa cabalgábamos todos los días para visitar los cortijos, pero de mejoras por nuevas construcciones, plantaciones y reparaciones mayores, reintegrables, de una sociedad ganancial de «cuarenta y dos años» el joven abogado y sobrino era bien poco lo que sabia, máxime cuando su tía de nada le tenía informado.


Y viviendo bajo el mismo techo con la señora viuda raras veces podíamos cruzar nuestras palabras. Ella, constantemente, durante el día, bien susurraba con el padre Bernardo, ya en el coro, ya en la Capilla, únicos lugares donde se encontraba. Y por la noche era con su sobrino, don Francisco Muñoz Checa, con quien charlaba en la sacristía, prolongándose, casi siempre, el vivo diálogo hasta las altas horas de la madrugada. A nosotros no debía de extrañarnos que la mujer a quien veíamos en la mesa, único sitio donde la encontrábamos tan triste y melancólica, cuyo penoso estado de ánimo sólo se interrumpía por algún Bendito Sea el Santísimo Sacramento del Altar, o algún que otro Ave-Maria, tuviera con el fraile y con el sobrino las mayores locuacidades; los herederos del pobre don Rafael nunca tuvieron esa fortuna; y cuenta que con la señora viuda se extremaron atenciones y cortesías, siquiera no se oculte que ellas entraron en el plan de nuestro firme propósito de cumplir sacratísimos deberes profesionales.


Y después de haber vivido, también, con el fraile, ya nos explicamos todos los sufrimientos y martirios del pobre don Rafael.


Aunque el sobrino de la señora aparecía como administrador del caudal, no había más administración que la que el padre Bernardo imponía. La situación del señor Muñoz Checa dando una orden para revocarla inmediatamente después de alguno de aquellos susurreos de la señora y el fraile, no era en verdad situación muy envidiada.


Quitado de en medio el obstáculo de don Rafael, el gigantesco capuchino, se desata, llegando a realizar tal labor en la casa, que produce escándalo en la jurisdicción entera. Es un día la cuadrilla de segadores la que deja el trabajo y viene a <<El Viva>> diciendo que si allí el amo es el padre Bernardo todos se marchan inmediatamente. Otro día tenemos que intervenir, presurosamente, porque el carpintero de la casa, José Aguilar Toledo, le decía al fraile: mira, coronilla, que te voy a rasgar de arriba abajo. Nosotros mismos, que habíamos meditado el plan de nuestra exquisita corrección y prudencia como medio de inquirir lo que convenía a nuestros derechos, nos vimos obligados a sostener tan vivísimo diálogo con el Religioso, que si el espíritu y la materia guardaran la menor proporción en la vida no es posible que el corpulento capuchino hubiese llegado a las extrañas resignaciones que nos ofreciera.


Y sobre cierta táctica para que llegáramos a la desesperación, que hiciera imposible el cumplimiento de nuestro deber, bastará decir que tuvimos que hacer otro aparte con el fraile amenazándolo de ir a Antequera por el Juzgado, promoviendo legalmente el abintestato, acabando de una vez con frailes, rezos, Capillas, susurreos, aquella anormalísima vida que solo se sostiene por las condescendencias de unos herederos, a quienes tan injustamente se les corresponde. Motivó la catilinaria determinadas incorrecciones de la señora viuda, y nosotros, ya sabíamos, que era su confesor quien tenía que poner término, como lo puso, a lo que en modo alguno se podía tolerar.


Y seguir contando episodios de esta naturaleza no acabaríamos nunca.


El Religioso llegó en su frescura a pagar a la gente, tratar con manijeros, discutir labores, manipular libros -en ellos está su letra- y suscribir documentos. Alguien nos aseguró que el fraile y la señora tenían proyectadas combinaciones para cuando concluyera la liquidación de los herederos.


Pero escándalo con tan grande quebranto para la religión y la justicia no podía durar mucho tiempo. Y en « El Vivar» se presentó, un día, el padre Laureano de Masamagrell, superior del convento de frailes capuchinos de Valencia, a cuya comunidad pertenece el padre Bernardo; y de labios de la gente escuchó el superior jerárquico cuál era la labor anticristiana que el fraile venía realizando. Pero todavía quisimos nosotros que el virtuoso jefe capuchino viera con sus ojos lo que había de repugnar a su conciencia; lo que había de ser prueba evidentísima de la incalificable conducta del hombre que lleva un hábito digno de los mayores respetos y consideraciones.


Y a pretexto de hacer inventario en el cuarto del padre Bernardo invitamos al superior para que nos ayudase, y con la presencia, también, del sobrino de la señora, empezamos a justificar el cometido llevando al papel algunas anotaciones de los objetos allí existentes. Una pistola browing, nos dijo el padre Bernardo que no teníamos que inventariar porque era de su pertenencia, cuando dicha pistola la tenía don Rafael, como siempre, colgada al cinto el día que cayó al suelo para no levantarse más en la vida. Y el honorable superior jerárquico, padre Laureano, que por su intimidad con el muerto, conocía perfectamente la propiedad de aquella pistola, tuvo que decir al padre Bernardo que lo afirmado por él no era cierto; terminándose este incidente tan lamentabilísimo con una de esas sonrisas despectivas del hombre que parece estar muy acostumbrado a determinadas y muy sensibles situaciones de la vida.


La flexibilidad moral del fraile nos dio arrestos para realizar más pronto el propósito que nos guiaba, que no era otro que el de abrirle el baúl donde guardaba las ropas de su uso personalísimo; y al exteriorizar este pensamiento, el padre Bernardo se opone, afirmando, briosamente, que el baúl no contenía más que el humildísimo equipo de un fraile; habla de desconfianzas inadmisibles y no se recuerdan qué otros argumentos; pero como el propósito era firme, a la postre el baúl fue abierto; y aquí echaríamos un denso velo por respeto, siquiera, al grande crucifijo y largo rosario que pende de la cintura de los Religiosos, si nuestro deber profesional pudiéramos arrojarlo a los pies de alguna Orden, por muy venerable que sea: defendemos sacrosantos intereses, a

nuestra honra confiados, y con esos intereses el propio honor y dignidad de otro sacerdocio que también lo simboliza un hábito, no menos respetable.


Y en el baúl manipulamos, protestando, a veces, porque nuestras manos eran entorpecidas por las manos del padre Bernardo: y del baúl extrajimos un bolso con las iniciales de R. G. -Rafael García- que contenía trescientas cincuenta pesetas en plata, y una cartera con mil doscientas setenta y cinco en billetes del Banco de España. El padre Bernardo dijo, airadamente, que aquel dinero era suyo porque lo había ganado en misas y la mayor parte lo había recibido bajo el secreto de confesión. No era la cantidad considerable; no era la que nosotros buscábamos, si bien las mil seiscientas veinticinco pesetas en poder del fraile capuchino, que no podía poseer ni un solo céntimo, motivó una escena verdaderamente lamentable. Por algo invitamos nosotros a presenciarla, al padre Laureano, un Religioso que tanto honra a la venerable Orden a que pertenece: superior e inferior discutieron; el padre Laureano dijo al padre Bernardo: tú no puedes justificar ese dinero, del que nada me has dicho. Nosotros pusimos término a cuestión tan enojosa diciendo al padre Bernardo que puesto que era suyo el dinero quedaba en su poder bajo la firma de un documento, que extendimos y se encuentra en sitio seguro de nuestro bufete.


Al amanecer del otro día el padre Bernardo, sobre un semoviente, abandonaba <<El Vivar>> camino de la estación férrea de Archidona para coger el tren que había de conducirlo a su convento de Valencia, y a estas horas ignoramos cuál habrá sido su suerte.


Estos hechos, aunque reservados, no pudo evitarse  que fueran la comidilla de la jurisdicción entera. ¿Cuál ha sido el fraile del dinero? venían a preguntar los vecinos más lejanos: hasta los numerosos pobres que acuden los domingos a <<El Vivar>> comentaban irónicamente aquella expresión, muy suya, de los frailes no tenemos nunca una perrica, cuando algunos le pedían limosna.


La marcha del padre Bernardo fue un acontecimiento en <<El Vivar>> de júbilo extraordinario.


A nosotros, sin embargo, nos irrogó el perjuicio de que constantemente, según él nos dijo, hacía novenas con la doña Salvadora al Patriarca San José para que apareciera el dinero que se supone ha de tener el muerto escondido. Pero aparte de la contrariedad, por lo de las novenas perdidas, ya con el padre Laureano de Masamagrell y el padre Angel de Cañete, empezamos a desenvolvernos. Estos dos dignísimos Religiosos nos prestaron, y nos siguen prestando, una ayuda que no sabremos en la vida cómo pagar; ellos darán, siempre, fe de cuáles han sido nuestras abnegaciones y sacrificios. A cada momento conferenciaban con la señora viuda por si era posible que, con novenas o sin novenas, apareciera el dinero.


Ellos nos servían de intermediarios para extraer de los bolsillos de la señora las llaves que se precisaban para los inventarios correspondientes; y se dice extraer, porque cada llave que tenía que dar la señora era una verdadera extracción, como la que puede hacer un dentista, lo que costaba, y aún obtenida la llave convenía esperar a ciertas horas para que la señora no se apercibiese de nada, porque habría de pasar muy mal rato viendo manipular en las cosas que ella cree son exclusivamente suyas.


Y con estos inconvenientes, y con los que no acabaríamos nunca esta Memoria, si los fuéramos a relatar todos, hicimos los inventarios de la manera incompleta que se ha de suponer, y después de dos meses de estancia en <<El Vivar>>.


Doña Salvadora, que se ha repetido varias veces que no podía informarnos, porque de nada sabe, sin embargo, podemos citar algunos hechos que acreditan la extremada modestia de la señora viuda adjudicándose tanta ignorancia.


Una persona muy respetable de Villanueva de Algaidas, el señor Jurado, nos dijo que tenía en su poder el mejor coche de la casa, el llamado de lujo, porque el señor García Aguilar no queriendo pagar mucho impuesto de carruaje, por varios coches que poseía, toda vez que no necesitaba más que uno, le envió aquel por estar el pueblo fuera de la jurisdicción del Municipio que cobraba el tributo. Y cierto día que se nos ocurrió mandar traer el coche, a los efectos de inventario, la señora, que en Sus Capillas y sus rezos no se entera de nada -nosotros, por el contrario, creemos que no se le escapa nada- revocó la orden, diciéndonos que el carruaje era muy malo, que estaba completamente destrozado, y no merecía la pena traerlo.


Y en esto de carruajes, conocemos la existencia de otro, del que, tampoco, se nos ha dicho nada. Acaso lo tenga el pobre muerto escondido, como el dinero que nos falta. Ya daremos con él.


Otro día llevamos a un arquitecto a «El Vivar» para que dictaminara sobre las mejoras hechas a la finca, y la señora que nunca habla, estuvo aquel día muy locuaz. Dijo que la Capilla siempre había existido; que fue una habitación más pequeña y lo que se había hecho, solamente, era echar un poco para allá, palabras textuales, un tabiquillo. Sin duda alguna, la elevación de techos, coro alto, sacristía y ventanales fueron milagros de la providencia, y no las pesetas de don Rafael.


Y para qué seguir con el relato de hechos de esta naturaleza.


Con afirmar bajo nuestra palabra honrada que a nosotros no se nos ha ilustrado lo más mínimo para llegar a conocer esta herencia de un matrimonio de «cuarenta y dos años», queda perfectamente definida la característica del asunto.


Cuantas expensas útiles y mejoras de fincas que, como patrimonio del muerto, se consignan en este trabajo, todo tuvo que ser objeto de una investigación personalísima; de una labor, a veces, hasta policiaca, de fatigas y penalidades inenarrables; de un calvario indescriptible.


Nada había hecho el pobre don Rafael en «cuarenta y dos años» las fábricas de aceite, porque sus colosales chimeneas las denuncia a largas distancias: las Capillas, porque su modernísima arquitectura pregonan a grito la reciente construcción; y, sin embargo, ya se dijo la ingenuidad de lo del tabiquillo. Nada de aguas, nuevas construcciones, plantaciones ni reparaciones mayores de ninguna clase: la arboleda, siempre, excede su vida de los precisos «cuarenta y dos años»; todo había sido obra de la naturaleza; como si Dios seleccionando en la tierra a sus mortales, hubiera querido derramar toda su gracia divina sobre el patrimonio de doña Salvadora, que, seguramente, no sería premio de compensación a sus ayudas y colaboraciones dentro de la sociedad ganancial.


Ahora, con todos estos antecedentes, con esa especial psicología de doña Salvadora, cuyas extraordinarias codicias religiosas la llevan hasta no poder reprimir malquerencias de ultratumba; porque el infeliz muerto no pudo ahogar afectos de su alma; con ese padre Bernardo, el fraile que no daba una limosna porque no tenia ni una perrica siquiera, pero sí es dueño absoluto de la voluntad de doña Salvadora, justo es que se vaya pensando dónde pueda encontrarse el dinero de que han sido despojados los herederos de don Rafael, ya que novenas al Patriarca San José no dieron el resultado apetecido.


Nosotros no acusamos a nadie, pero si afirmamos que don Rafael tenía sus enemigos dentro de su propia casa.


Por lo que a la justicia pueda interesar vamos a hacer aquí unas revelaciones de importancia excepcionalísima, ya que es el cumplimiento de ineludible deber quien obliga a ello.


De una carta de persona tan honorable, que de su exactitud a nadie le es licito dudar, son las palabras que se transcriben:

...La señora dio a leer el testamento al venerable padre Bernardo..... muere don Rafael y de repente principio yo a correr la suerte de ustedes y de su difunto esposo ante la señora. Y lo que a mí me puede y me subleva es pensar que mi único pecado es haber sido amigo de aquel pobre mártir que varias veces se echó en mis brazos llorando y diciendo: usted es mi único padre.


Y si ello no es bastante, que para nosotros es tan bastante que la emoción interrumpe nuestra mano al escribir, vamos a consignar, también, otras palabras que doña Salvadora dice a un dignísimo Religioso, y que copiamos de la misma autorizadísima carta a que antes nos hemos referido:

…Para que usted forme idea de la prevención con que la señora me mira ahora, sin duda por considerarme afecto a ustedes, le digo lo siguiente: Hace como un mes le encargó esto al padre Guardián. "Si el padre Laureano viene a Antequera (claro está que ella no me llama) manifiéstele usted que no estoy dispuesta a entregar dinero.”


Después de lo que antecede, pondríamos término a esta Memoria, sin adicionar el más ligero comentario, pero hemos maltratado a un hombre que viste un hábito que a todo cristiano ha de inspirarnos respetos profundos, y queremos traer aquí el aval, muy honorable, de nuestros juicios y de nuestras palabras.


Es el superior jerárquico del Religioso que maltratamos, quien nos dice en carta del día ocho de Junio último lo que se transcribe:

...Como fundadamente suponíamos por aquí que la gestión del referido padre dejaría algo que desear y nos confirmamos en nuestras sospechas al recibir carta del padre Ángel, al salir yo de Valencia me entregó el padre Provincial la orden de que el padre Bernardo regresara a esta provincia.


Ya se sabe cuál fue el desdichadísimo incidente, ocurrido en « El Vivar», que precipitó el cumplimiento de la acertadísima determinación del venerable Provincial, saliendo de dicha casa el mencionado padre Bernardo.


Y ya no diríamos ni una palabra más -se ha dicho lo bastante- si vínculos de sangre, antes que leyes y derechos, no nos obligasen a rechazar calumnias vomitadas sobre el propio cadáver del hombre al que se le regatean hoy cualidades honorabilisimas por los mismos, que, en vida, tantos elogios le prodigaban.


Ya no es don Rafael el luchador incansable con actividades e iniciativas extraordinarias: ya no es más que el pobre muerto que no ve las cosas del mundo, pero que en el mundo deja un patrimonio codiciable.


Por fortuna en Antequera, cuanto vale y significa, personas honorabilísimas, ajenas a los intereses malditos de ésta herencia, darán, siempre, fe de aquel desgraciado que pasó la vida entera trabajando para proporcionarse una vejez tan amarguísima.


De cómo defendió don Rafael sus intereses, es un ilustre abogado de Antequera quien puede atestiguar mejor que nadie, porque raro es el día, y fueron muchos los años, que no le escribiera pidiéndole sus valiosos consejos en amparo de su casa y de su hacienda, consejos que el notable jurisconsulto, brillantemente, le daba, como acredita la extensa correspondencia que obra en nuestro poder.


Un procurador cultísimo de la propia ciudad de Antequera y exalcalde de la misma, que por largo tiempo llevó, muy dignamente, la representación de don Rafael, puede, también, decirnos cuáles eran las actividades de aquel hombre que hasta el mismo día de morir, con setenta y cuatro años, escribe cartas reveladoras de sus arrestos y gallardías defendiendo el patrimonio que hoy se le discute.


Cesen codicias y consejeros interesados en este malhadado asunto, y meditemos todos sobre el grave problema moral que el mismo ofrece.


Por nuestra parte quédanos la tranquilidad absoluta de conciencia que agotamos las mayores resignaciones avisando constantemente del peligro, pero no se supo agradecer las generosidades de un alma muy honrada, y tan honrada que le da vida la misma sangre de aquel pobre muerto.


Pero es hoy un dignísimo letrado, que honra al foro español, quien ostenta la representación de la señora viuda, don José de Luna Pérez, diputado a Cortes y Secretario del Congreso, y los herederos ya no abrigan la menor duda de que les va a ser entregado lo que legítimamente les pertenece. Como contienda de honorabilidad y de conciencia, si sólo estuviésemos en ella, defendiendo personalísimos intereses, desde ahora suscribimos el que fuera un Luna Pérez ,nuestro juez con fallos inapelables.


Y con anotación de las valoraciones que hemos podido hacer en ésta herencia, de investigaciones tan difíciles, damos por terminado el modesto trabajo que consagramos, exclusivamente, a la cuestión de hechos, y en el que hemos experimentado la íntima satisfacción del deber cumplido.


LIQUIDACIÓN DE LA HERENCIA


APORTACIÓN DE:


-DOÑA SALVADORA MUÑOZ GONZÁLEZ………………… 549.795.50


-DON RAFAEL GARCÍA AGUILAR……………………………..50.000.00


                                        TOTAL PESETAS………………… 599.795,50


VALORACIÓN DEL CAUDAL


PARAFERNALES Y EXPENSAS ÚTILES


    VALOR PRIMITIVO          VALOR ACTUAL


San Juan de Dios……………….… 256.816.50                 1.500.000,00

El Vivar …………………………..….151.100.00                    500.000,00

Garay ………………………………….68.770.25                    100.000,00  

El Rayo ………………………………  30.125.00                      30.125,00

La Viñuela………………………………30.233,75                   150.233,75

Haza de Sallavera……………………….4.000,00                    16.000,00

Un corralón en Cuevas Bajas………..…  250,00                    (se ignora)

Una casa en Cuevas Bajas……………4.750,00                     (se ignora)

Una casa en Villanueva de Algaidas….1.000,00                     (se ignora)

Idem              id                     id         ….2.750,00                     (se ignora)

                                                    _____________          _____________

                      TOTAL PESETAS:…… 549.795,50                2.296.858,75








ADQUIRIDO A TÍTULO ONEROSO

DURANTE LA VIDA DEL MATRIMONIO


Aguirre………………….…………………………………………..500.000,00

Las Lomas………………………………………………..……….200.000,00

Una casa en la calle de la Carrera de Antequera……..………..25.000,00

Dos casas en Antequera…………………………………………..10.000,00

Mobiliario y demás efectos existentes en la casa de la 

Carrera,Vivar, San Juan de Dios, coches, carros, carretas 

y todos los aperos de labranza………………………………..125.000,00

Ornamentos sagrados, imágenes y demás efectos 

de iglesia de las Capillas de San Juan de Dios, 

Vivar y Rojas…………………………………………………….250.000,00

Aceite, granos y cuantas especies existen 

en San Juan de Dios y El Vivar……………………………….250.000,00

Ganados, incluso el cabrío que está en Las Lomas………..125.000,00

Una prensa de molino en Burruecos…………………………….8.000,00

                                                                                    _______________


                           TOTAL PESETAS………………………..….3.789.358,75

                            Bajas por aportaciones………………………599.795,50

                                                                                     _______________

TOTAL PESETAS……………………………………………… 3.189.563,25


1. NOTA. - Existen algunos inmuebles que no pueden citarse por estar pendiente una certificación del Registro de la Propiedad de Antequera, inmuebles adquiridos, a titulo oneroso, durante la vida del matrimonio.

2. NOTA.-Está pendiente, también, la liquidación que ha de hacerse desde el fallecimiento de don Rafael García Aguilar, así como de la existencia de créditos, metálico etc…

3. NOTA.--Se ignora la importancia de las expensas útiles de las Bocas de Cuevas Bajas y si las hay en las dos Villanueva de Algaidas.

4. NOTA. -Han de considerarse justificadas las omisiones que se observan dado el plan y sistema de ocultación adoptado en esta herencia, que tanto tiempo nos hizo perder para las averiguaciones convenientes.