sábado, 19 de marzo de 2016

El Gatopardo, estudio de la obra en torno al grupo de literatura parroquia Gójar.

EL GATOPARDO, IL GATTOPARDO



INFLUENCIA DEL CARÁCTER DE SU AUTOR, GIUSEPPE TOMASI DI LAMPEDUSA, EN SU OBRA.


NOVELA PUBLICADA EN 1958, UN AÑO DESPUÉS DE SU FALLECIMIENTO. HABÍA SIDO RECHAZADA CON ANTERIORIDAD POR DOS GRANDES EDITORIALES DE ITALIA. DESGRACIADAMENTE, EL PRÍNCIPE DE LAMPEDUSA, NO PUDO SER CONSCIENTE DE SU ÉXITO.


SE CONSIDERA UN BEST SELLER ITALIANO QUE HA ACUÑADO EL TÉRMINO “LAMPEDUSIANO” O “GATOPARDESCO”.1


El autor de El Gatopardo, Giuseppe Tomasi, Príncipe di Lampedusa y duque de Palma de Montechiaro, refleja su carácter, su verdadero “yo”, en la obra. Si leemos su biografía nos encontramos ante un personaje solitario, culto, rodeado de libros, poco afable, soñador, conservador de objetos artísticos ya poco valorados, a veces inservibles, roídos por el tiempo, carcomidos quizá, esperando a ser expuestos en alguna vitrina chabacana y rocambolesca de la nueva emergente clase burguesa. Y, como su ancestral pariente, su bisabuelo, está inmerso en los grandes latifundios Sicilianos, posiblemente también como él observando, estudiando, indagando entre lentes y artilugios telescópicos, o literarios, la comprensión astral del Firmamento.

Es un personaje melancólico, amante del saber y del pensar; encarna a través del Príncipe Fabrizio Salina el evocador pasado grandioso que se va haciendo añicos en sus manos, que se desportilla como su excelsa vajilla decorada con las iniciales nobles que se han ido borrando con el tiempo. Igualmente, borda como nadie el estado patriarcal de la época, al hombre de tradiciones familiares, verticales, heredadas, atávicas, dibujando al temible “Pater familias”, donde nada se movía sin su consentimiento. La vida familiar, en su totalidad, como Rey Absoluto, como Rey Sol, no tiene otra interpretación; no se cuestiona. “Aquí solo mando yo” 2, “El que decide soy yo” 3, […] “autoritario, cierta rigidez moral” 4. En un anhelo de contrarrestar su taciturno carácter, Tomasi di Lampedusa, heredero de títulos nobiliarios; - fue su padre el Príncipe Giulio María Tomasi di Lampeddusa y su madre la Princesa Beatrice Mastrogiavanni Tasca di Cutò -, vuelca su ideal masculino en su propio bisabuelo, D. Giulio IV5, di Lampedusa y se inspira en él para crear al Príncipe de Salina: altivo, vitalista, mujeriego, cristiano, cazador, permisivo (a imagen y semejanza borbónica), hombre dominador y de carácter fuerte, despótico en ocasiones, magnánimo en otras, serio, responsable, que hace temblar el suelo bajo sus pasos, amo y señor de resentida servidumbre, padre de obedientes hijos, esposo de sumisa esposa, -la cual se muere, inadvertidamente, lentamente, entre infusiones de adormideras y valerianas, añorando el consuelo de escuchar, entre los rezos del Santo Rosario o de sus extemporáneos “Signos de la Cruz”, alguna lectura Mesiánica, de la nunca escrita, Parábola del Marido Pródigo -.

Para Giuseppe Tomasi di Lampedusa la pérdida prematura de su pequeña hermana Estefanía, las dos Guerras Mundiales, las consecuencias del desembarco de Garibaldi para la Unificación de Italia “il Risorgimento”, el derrocamiento borbónico de las Dos Sicilias, y, sin lugar a dudas, la decadencia del Antiguo Régimen con la pérdida de privilegios estamentales, y la merma del poder económico y social de la aristocracia, se traslucen en la novela a través del sentimiento fatalista de la muerte.

El declive social, aparejado y simbolizado con la muerte, se evidencia desde las primeras páginas del libro: un soldado es encontrado en el jardín de la Residencia Salina, acribillado días antes, agusanado, despidiendo un olor fétido y premonitorio de lo por venir. Sus heridas y la sangre derramada en la tierra van a simbolizar, al igual que los “camisas rojas”, el tono carmesí de la futura bandera tricolor.6

Después, aparecen las luchas de los ejércitos Garibaldinos contra las tropas Borbónicas, donde se muestran muertes incomprensibles, innecesarias de ambos frentes para poder acuñar y formular la frase en un contexto circular, “QUE TODO CAMBIE PARA QUE TODO SIGA IGUAL7 o por aquella otra, “TODO VOLVÍA AL ORDEN; AL DESORDEN HABITUAL”8.

La Caza, entretenimiento tradicional de la aristocracia, entendiéndose como deporte y no como alimento de supervivencia, sigue reflejando en toda la obra el sentido de la muerte. “[…] <Arguto> depositó a los pies del príncipe un animalito agonizante. Era un conejo: […] Horribles desgarraduras le habían lacerado el hocico y el pecho. Don Fabrizio sintió sobre sí la mirada de los grandes ojos negros […] que le contemplaban sin reproche, pero poseídos por un dolor atónito dirigido contra el orden de las cosas. […]” 9 Esos ojos, mientras era acariciado por D. Fabrizio parecían preguntarle: ¿Por qué?, — yo quería seguir viviendo, yo quería permanecer como estaba. Yo, como tú, no quería que nada cambiase —.

La vejez y ocaso del Antiguo Régimen están representados también con la muerte de su mascota, su fiel perro alano Bendicó. Fue su inseparable amigo y compañero incondicional. Sus ojos vivarachos de siempre se habían ahora convertido en una mirada vítrea cuando el taxidermista, al disecarlo, le había colocado en las cuencas de los ojos, dos cuentas de frio cristal amarillo. El cambio al nuevo régimen que se estaba introduciendo en Italia está significado en el hecho de ser Bendicó -“de inmortalidad efímera”- arrojado por la nueva generación al cubo de la basura. “[…] Anneta –dijo-, este perro está todo apolillado y lleno de polvo. Llévatelo y tíralo” […] unos minutos después, lo que quedaba de Bendicó fue arrojado, […] mientras caía desde la ventana, recobró por un instante su forma… […] Luego todo se apaciguó en un montoncito de polvo lívido”10

En un alarde de no aceptar los cambios que están ocurriendo en Sicilia, el protagonista expresa: "Nosotros somos leopardos y leones, quienes tomarán nuestro lugar serán hienas y chacales. Pero los leones, leopardos y ovejas seguiremos considerándonos como la sal de la tierra”.11

El Príncipe sólo se había podido aferrar, como a un clavo ardiente, al amor entre su sobrino Tancredi (nobleza) y de Angélica (burguesía), para no perder el último eslabón de su grandeza incomprendida por las nacientes tendencias, uniendo con un fuerte abrazo el símbolo de una nueva generación italiana, a ritmo de vals en los salones iluminados por arañas de cristal cortado, cristal veneciano o del multicolor Murano, elegante vestuario pasado de moda, impensable vanguardia del cambio imparable que, como la semilla, tiene que morir para renacer.

Para el Príncipe no todo se había desmoronado, aún cabía una nueva esperanza, un nuevo emblema, blanco azahar de la virginal juventud (el vestido blanco del baile) y del oro del gatopardo, gato leonado, sostenido y alzado sobre sus patas traseras. Pero, la realidad, era muy diferente. En el salón de baile había oro por todas partes […] oro gastado, pálido… […] 12.

Tomasi di Lampedusa contrajo matrimonio en 1932 con Alessandra Wolff Stomersee, llamada familiarmente Licy, de origen letón, y criada en San Petersburgo, a quien había conocido en Londres. Para ella fue su segundo matrimonio. Hija de una familia noble, su padre trabajó para el Zar Nicolás II como un alto funcionario. A Alessandra se le conoce como una célebre psicoanalista quien, después de la Segunda Guerra Mundial, presidió la Sociedad Psicoanalítica Italiana13

Esta mujer, de fuerte carácter y muy segura de sí misma, probablemente influyó en el carácter y temperamento de algunos de los personajes de la novela; esto se pone de relieve en varios capítulos de la obra. Analizando únicamente al Príncipe y a la Princesa, él es grande, majestuoso, enorme, inmenso, como una mole, fuerte, poderoso sobre los hombres y los edificios, gigante, hercúleo, titánico. La Princesa, en cambio, es menuda, frágil, de cabeza pequeña, de minúscula caja craneana, de cuerpo diminuto, cuya altura no le llegaba ni siquiera a su barbilla. (adjetivos descriptivos contextuales en esta obra).

Alessandra se encargó personalmente de la conservación de la obra de Giussepe junto a Gioacchino Lanza di Assaro, primo de Tomasi di Lampedusa que había sido adoptado por él en 1956.14

A su muerte, Licy fue enterrada al lado de su marido Tomasi di Lampedusa en el Cementerio de Capuchinos de Palermo. Existe una película donde se resaltan sus figuras: “El Manuscrito del Príncipe” (2000) y en un libro publicado bajo el nombre de “La Dama y el Leopardo” (2005)15

Otras obras del Autor son: Relatos: “La alegría y la Ley”, “La Sirena” y “Los gatitos ciegos”. Su autobiografía, “Recuerdos de la Infancia”, un ensayo: “Lecciones sobre Stendhal” y “Conversaciones Literarias” (Lecciones sobre literatura francesa).
En una ocasión Giuseppe Tomasi di Lampedusa expresó que debería ser obligatoria la escritura de las propias memorias como una contribución a la historia de los pueblos.

Por último, destacar de esta magnífica novela la sutileza y la riqueza del lenguaje, que ha dado lugar a estudios doctorales, filosóficos y filológicos, tanto en Italia, como en el resto del mundo.
Gójar, Granada, 6 de Marzo de 2016
María Teresa Golzarri Canales
Aula de Literatura

1 El gatopardismo, o el adjetivo lampedusiano , ha pasado a definir el cinismo con el que los partidarios del Antiguo Régimen se amoldaron al triunfo inevitable de la revolución, usándolo en su propio beneficio; posición acuñada en una frase lapidaria: Que todo cambie para que todo siga igual. https://es.wikipedia.org/wiki/Giuseppe_Tomasi_di_Lampedusa
2 El Gatopardo. Alianza Editorial, S.A. Madrid 2013. Pág. 95
3 El Gatopardo. Alianza Editorial, S.A. Madrid 2013. Pág. 168
4 El Gatopardo. Alianza Editorial, S.A. Madrid 2013. Pág. 47
5 El Gatopardo. Alianza Editorial, S.A. Madrid 2013. Pág. 7
6 Verde, el color de las llanuras de Lombardía, Blanco, la nieve de los Alpes, Rojo, los volcanes italianos y la sangre de los muertos. En un contexto cristiano Fe, Esperanza y Caridad. http://banderadeitalia.com
7 El Gatopardo. Alianza Editorial, S.A. Madrid 2013. Pág. 73 “Si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie”.
8 El Gatopardo. Alianza Editorial, S.A. Madrid 2013. Pág. 43

9 El Gatopardo. Alianza Editorial, S.A. Madrid 2013. Págs. 170, 171
10 El Gatopardo. Alianza Editorial, S.A. Madrid 2013. Pág. 409
11 El Gatopardo. Alianza Editorial, S.A. Madrid 2013. Pág. 285
12 El Gatopardo. Alianza Editorial, S.A. Madrid 2013. Pág. 336
14 El Gatopardo. Alianza Editorial, S.A. Madrid 2013. Pág. 7

comentario lecturas domingo ramos 2016

LUZ DEL DOMINGO



Domingo, 20 de marzo de 2016
DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR




Primera lectura: Isaías 50, 4-7

Salmo responsorial: 
Salmo 21

Segunda lectura: 
Filipenses 2, 6-11
 
EVANGELIO Lucas 22, 14-23
 14Cuando llegó la hora, se recostó Jesús a la mesa y los apóstoles con él; 15y les dijo:
-¡Cuánto he deseado cenar con vosotros esta Pascua antes de mi pasión! 16Porque os digo que no la comeré más hasta que tenga su cumplimiento en el reino de Dios.
17Aceptando una copa pronunció una acción de gracias y dijo:
-Tomad, repartidla entre vosotros; 18porque os digo que desde ahora no beberé más del producto de la vid hasta que no llegue el reinado de Dios.
19Y cogiendo un pan pronunció una acción de gracias, lo partió y se lo dio a ellos diciendo:
-Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced lo mismo en memoria mía.
20Después de cenar hizo igual con la copa diciendo:
- Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros. 21Pero mirad, la mano del que me entrega está a la mesa conmigo. 22Porque el Hijo del hombre se va, según lo establecido, pero ¡ay del hombre que lo en trega!
23Ellos empezaron a preguntarse unos a otros quién podría ser el que iba a hacer aquello.
 

 
COMENTARIOS
I
 EL CANTO DEL GALLO

Tan trágico final se veía venir. Aquel nazareno pedía a voces la muerte. Con su provocativo comportamiento no había dejado títere con cabeza en aquella sociedad. En sus actua ciones no solía utilizar la sabia diplomacia que lleva a triun far en cada momento, contentando a unos y a otros. Todos sus seguidores, uno a uno, se desengañaron. Al final se quedó solo.
Al principio de su vida de maestro ambulante se había presentado ante sus paisanos en la aldea de Nazaret, anuncian do una amnistía internacional, un año de gracia de parte de Dios para todos los cautivos del sistema, los oprimidos de la tierra, los ciegos-cegados por una sociedad que no deja ver la libertad y pone trabas al amor. ¡Ya era hora de que alguien pensara en ellos! Pero, sorprendentemente, al oír el discurso programático del Maestro nazareno, sus mismos paisanos «se pusieron furiosos, y, levantándose, lo empujaron fuera hasta un barranco del cerro donde se alzaba su pueblo, con la in tención de despeñarlo» (Lc 4,16-30). Mal comienzo.
Aquel Maestro era demasiado libre; libertino, que dirían los doctores y teólogos de la época. Se saltaba las leyes vi gentes, el 'desorden' legalmente establecido: tocaba a los le prosos (Lc 5,12-16), comía con gente de mala fama, recauda dores y descreídos, ladrones de profesión y gente sin escrúpu los religiosos (Lc 5,27-32). Pensaba -en contra de lo que decía la gente de templo- que el cielo no se ganaba con ayu nos, ni a Dios con sacrificios de animales (Lc 5,33-39), e in cluso opinaba que el bien del hombre estaba por encima del sagrado día del sábado: ante los ojos impávidos de sus enemi gos, se atrevía a curar en sábado a los enfermos, violando el descanso practicado por Dios mismo en este día (Lc 6,5-11).
Con semejante comportamiento, las cosas no tardarían en ponérsele feas. Estaba levantando demasiada polvareda en una sociedad inmóvil e inamovible.
Su osadía llegó hasta meterse abiertamente con el capital, con los ricos, a los que dedicó parábolas e improperios (Lc 6, 24; 16,l9ss; 12,l3ss). Y por si fuera poco, atacó a la jerar quía sacerdotal del templo de Jerusalén, «cueva de bandidos»; de aquel templo no quedaría piedra sobre piedra (Lc 19,46; Mc 13,lss). Le dolía ver cómo la gente acudía al templo para tranquilizar su conciencia con sacrificios de animales y rezos, olvidando la justicia y el amor de cada día. Por esa misma razón no podía tolerar a los oficialmente piadosos y rezadores: «-¿Por qué me invocáis: Señor, Señor, y no hacéis lo que os mando» (Lc 6,46). También los políticos llevaron su repaso: «-Decidle a esa zorra...», con esta palabra, sinónimo de ani mal insignificante, se refirió a Herodes una vez (Lc 13,32).
Y lo que es aún peor: se atrevió a cambiar la Ley de Dios, anulando de una vez para siempre la ley del talión, e invi tando a los suyos a amar a sus enemigos, haciendo el bien indiscriminadamente y en toda ocasión (Lc 6,27-31).
No es de extrañar que se quedara solo. Se lo había bus cado. Cuando cantó el gallo, el último de los discípulos, Pedro, lo había negado tres veces (Lc 22,54-62). Por cantar en la noche, se consideraba al gallo animal diabólico. Se pensaba que aunque los espíritus malignos y demonios eran normal mente invisibles, existían medios para descubrir su presencia e incluso verlos: 'Quien desea ver sus huellas, coja ceniza cer nida y espárzala alrededor de la cama. Por la mañana verá allí algo como las huellas de un gallo', decía el Talmud babilonio (Ber 6a).
El canto del gallo en la noche de la pasión simboliza el grito de victoria de la tiniebla-mundo contra Jesús de Naza ret. Menos mal que con la muerte de Jesús -creemos- no acabó todo.
 
II
DIOS NO QUISO SU MUERTE
No. No fue por voluntad de Dios, ni mucho menos porque fuera necesario su sufrimiento para nuestra salvación. La pasión y muerte de Jesús, en cuanto sufrimiento y muerte, no formaban parte del designio de Dios. Fueron exigencia del pecado instalado en la esencia del poder de este mundo.
 
NO FUE DIOS
Se ha dicho, y quizá se siga diciendo, que la muerte de Jesús fue una exigencia de Dios como condición para conce der a los hombres el perdón de los pecados: como nosotros, humanos, no teníamos capacidad para merecer el perdón de Dios, éste envió a su Hijo para que, sufriendo y muriendo, consiguiera para nosotros los méritos necesarios para alcanzar tal perdón.
Mirando las cosas desde el corazón del hombre no es posible pensar que un padre exija el sufrimiento y la muerte de su hijo para perdonar a otros hijos suyos, y si hay algo claro en los evangelios es que Dios es Padre. ¿Cómo se puede compaginar la imagen de un Dios justiciero implacable con el padre de la parábola del hijo pródigo (véase comentario núm. 13) que está esperando a su hijo para perdonarlo, que, cuando llega, no lo deja terminar de pedir perdón y que, además, organiza una fiesta porque lo ha recuperado vivo?
Sin embargo, en los evangelios hay frases que, si se sacan fuera de su contexto, podrían servir para justificar esta forma de pensar: «Padre, si quieres, aparta de mí este trago; sin embargo, que no se realice mi designio, sino el tuyo»; éste, que pertenece al evangelio de hoy, podría ser uno de ellos.
 


FUERON ELLOS
Los evangelios, y de forma especial el de Lucas, dejan muy claro quiénes fueron los verdaderos culpables de la muer te de Jesús: fueron ellos, los poderosos, los que manipulaban la fe del pueblo para manejar a su antojo a la gente, los que habían convertido la religión en un negocio, los que estaban interesados en que los pobres tuvieran miedo de Dios para que así les temieran también a ellos: los sumos sacerdotes, los letrados, los jefes, los reyes, los que se hacen llamar bien hechores de la humanidad... ¡en beneficio propio! Y también aquella parte del pueblo que, por miedo, por ceguera o porque se han dejado dominar por la ambición de poder, no se atreven a ser libres, no se deciden a ser hijos, no se arriesgan a ser solidarios, no se atreven a ser hermanos. Esos fueron los responsables de la muerte de Jesús. Fueron ellos los verdade ros culpables. No fue Dios ni el pueblo judío. Fue el sistema de poder establecido que contaminaba, como aún hoy la con tamina, la sociedad de los hombres: los jerarcas judíos (22,66s; 23,1-2.13-23), denunciados directamente por Jesús (véase Lc 20,14); Herodes, cuya autoridad Jesús se niega a reconocer (22,8-12), y Pilato, que prefiere ceder a la arbitrariedad de los grandes en lugar de hacer justicia a los derechos de un pobre (22,24-25), y una parte del pueblo, totalmente dominada por sus opresores (22,13-23). Lucas, sin embargo, tiene buen cuidado de salvar a «una gran muchedumbre del pueblo, incluidas mujeres» (22,27), que siguen a Jesús por su camino hacia la cruz.
 
LO QUE DIOS SÍ QUERÍA
¿Qué es entonces los que Dios quería? ¿Cuál es ese desig nio que Jesús dice que debe cumplirse antes que el suyo propio?
Lo que Dios pide a Jesús es que mantenga su compromiso de amor hasta el final, aunque los enemigos del amor lo hagan víctima de su odio asesino; que sea solidario con sus herma nos, aunque los enemigos de la solidaridad lo intenten elimi nar. Es el amor, la lealtad en el amor, lo que Dios quiere. Un amor sin límites, que será la manifestación del amor del mismo Dios.
Jesús sabe que ese amor será rechazado por los que disfru tan o ambicionan el poder, por los que gozan de privilegios gracias a la injusticia establecida en la sociedad, y sabe que no van a ser blandos con él, porque su propuesta, convertir este mundo en un mundo de hermanos, acabaría con sus injusticias y sus privilegios. Y ante el dolor y la muerte, siente miedo «como un hombre cualquiera» (segunda lectura). Pero él está decidido hasta el final, y en el momento final seguirá dejándolo todo en las manos del que él sigue llamando Padre: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu».
¿Y lo de que la muerte de Jesús nos obtiene el perdón de los pecados? Pues precisamente porque es la mayor muestra de amor que un hombre puede dar por sus amigos: dar la vida. Es el amor lo que salva, lo que libera, lo que obtiene el perdón, no la muerte en cuanto muerte ni el sufrimiento en cuanto sufrimiento. El amor de Dios que se manifiesta en el amor de su Hijo-hombre; el amor de aquel hombre que se mostró así como el Dios-hermano.


III
 
LA HORA CERO DE LA CUENTA ATRÁS
«Cuando llegó la hora, Jesús) se recostó a la mesa y los apóstoles con él» (22,14). Jesús no se pone a la mesa con los Doce -¡si Judas ya ha resuelto entregarlo!-, sino con los «após toles»: la denominación positiva «apóstoles/enviados» pone a la eucaristía bajo el signo de la misión; el compromiso que ésta presupone será lo que les capacitará para llevarla a término. La frase semitizante: «con gran deseo he deseado», expresa el deseo vivísimo de Jesús de completar su obra (c£ 12,50) y lo relaciona con el hambre que experimentó en el desierto (c£ 4,2: al término de los «cuarenta días», toda su vida pública). Es la última «pas cua» que Jesús comerá con ellos antes de su pasión (22,15). Con su muerte inaugurará un nuevo éxodo, una nueva pascua, ya no patrimonio de Israel, sino de toda la humanidad: ésta no tendrá plena realidad hasta que los paganos reciban el mensaje (22,16: «hasta que tenga su cumplimiento en el reino de Dios», cf. 9,27; 13,28s; 21,31).
A continuación expresa el mismo compromiso de entrega, el suyo personal y el de los discípulos: «Tomando una copa, pronunció la acción de gracias y dijo: “Tomad, repartidla entre vosotros; porque os digo que desde ahora no beberé más del producto de la vid hasta que no llegue el reinado de Dios" »(22,17-18). Jesús acepta la «copa», anticipando el momento en que el Padre le pedirá que acepte su pasión y muerte como expresión de su entrega total por amor a la humanidad (cf 22,42). Con ella Jesús renueva el compromiso sellado en el bau tismo (cf. 3,21-23; 12,50) y a la vez invita a los discípulos a comprometerse con una entrega semejante a la suya (cf. 9,24).
El producto de la vid contiene una alusión a la parábola de los viñadores (cf. 20,9-19). El reinado de Dios se inaugurará con la entrada de los paganos (cf. 20,16: «entregará la viña a otros»).
 
«PARTIR EL PAN», SIGNO DE IDENTIFICACIÓN
DE LA COMUNIDAD CRISTIANA
«Y cogiendo un pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio diciendo: "Esto es mi cuerpo [...]. Pero mirad, la mano del que me entrega está a la mesa conmigo, porque el Hombre se va, según lo establecido, pero ¡ay del hombre que lo entrega!"» (22,19a.21-22). Con toda probabilidad éste es el texto primitivo de Lucas. La mayoría de códices griegos, en cambio, conservan un texto más largo (el que se suele editar en las traducciones), emparentado con 1Cor 11,24b-25, que lo asimila a Mc y Mt. De hecho, el lenguaje de la lección larga presenta rasgos no lucanos, su origen es muy difícil de explicar y el significado de la segunda copa no podría ser distinto del de la primera (la aceptación por parte del discípulo de la entrega de Jesús y de la suya propia); finalmente, el texto breve da cuenta de la expresión «la fracción del pan» empleada exclusivamente por Lucas para la eucaristía (Hch 2,42.46; 20,7.11) o como forma de reconocer a Jesús (Lc 24,30.35; cf. 9,16).
Lucas evita cualquier atisbo de terminología sacrificial, ci frando en la acción de «compartir» la señal distintiva de la iglesia «cristiana» (cf. Hch 11,26). Esta se manifiesta precisamente, no a base de grandes proyectos comunitarios (como se propuso la iglesia «judeocreyente» de Jerusalén, a imitación de comunidades judías análogas, como la de Qumrán), sino en el preciso instante en que se dispone a prestar un servicio a los demás (cf Hch 11,28-29). Poner los bienes en común puede ser un acto heroico, pero es puntual y, bien mirado, egoísta, ya que revierten en el mismo grupo o comunidad que se beneficia de ellos; en cambio, compartir los bienes propios, «según los recursos de cada uno» (Hch 11,29), nos obliga a salir de nosotros mismos y nos entrena para una comunión de bienes cada vez más universal.
La traición de que ha sido objeto Jesús por parte de Judas no es un sacrilegio (lenguaje religioso) ni una deserción (lenguaje secular), sino fruto de la especulación más horrenda: «y se com prometieron a darle dinero» (22,5). Judas, lejos de compartir, ha vendido al Maestro a cambio del valor supremo de la sociedad, al que nunca había renunciado (por mucho que lo hubiese dejado todo). La invitación que Jesús hará al grupo a continuación conviene que nos la grabemos en la cabecera de la cama. «Vamos a ver, ¿quién es más grande: el que está a la mesa o el que sirve? El que está a la mesa, ¿verdad? Pues yo estoy entre vosotros como el que sirve» (22,27). No tiene vuelta de hoja. Lucas lo desacraliza todo y lo sitúa a nivel del hombre, a nivel del plan de la creación, donde no existe puro e impuro, sagrado o profano (léase tres veces [!] Hch 10,9-16; 11,5-10), sino «pan», «compar tir» y «servir». Eso está al alcance de todo el mundo.

IV
 El tema central de las lecturas del Domingo de Ramos, como bien puede verse, es el del Mesianismo. Éste tiene varias etapas en la Biblia. «Mesías» significa ungido, siervo, enviado, pero en sí, la idea más profunda de «Mesías» que el pueblo de Israel asumió es la espera de la aparición salvífica de un líder carismático descendiente de David que habría de instaurar definitivamente en la tierra «el derecho y la justicia».
En el Primer Testamento es Isaías el profeta quien más profetiza y anuncia la llegada del Mesías de Dios. Mesías que él entiende como el Siervo de Yavé que llega. El Mesías es para el profeta la gran realidad de Dios viviendo con nosotros, la realidad del gran restaurador que libera de la esclavitud, de la gran violencia (violencia estructural diríamos hoy), de la gran miseria (pobreza extrema y masiva diríamos actualmente) a la que ha sido condenado el pueblo de Dios (los muchos pueblos de Dios). El Mesías, en su calidad de Ungido de Yavé, no es sino su enviado, su representante, el encargado de promulgar sus designios.
La idea del Mesías y de los tiempos mesiánicos estaba fundada en la esperanza de que Dios cumpliera plenamente las promesas hechas al pueblo elegido, a la nación que se creía a sí misma la elegida por Dios. La llegada del «Mesías» es la instauración del reinado de Dios en la historia y en el tiempo, y es allí donde, según la concepción judía (según, pues, un pensamiento muy humano, no según una revelación divina), Israel se vengaría de los «paganos» (la mayor parte de ellos tan religiosos como los propios israelitas), de los no judíos.
La idea mesiánica del Primer Testamento está basada en la fuerza político-militar de un enviado del Dios de Israel para dominar a todas las naciones de la tierra y hacer que Israel se convierta en una nación fuerte y poderosa capaz de someter a todos los pueblos que no tienen a Yavé por Dios. Como se ve, un mesianismo muy humanamente comprensible...
El Mesianismo es una de las herencias que el Segundo Testamento recibe de la tradición veterotestamentaria. En tiempo del Nuevo Testamento, gobernado el mundo de entonces por Roma con toda su fuerza, riqueza y pretensiones, también hay grupos mayoritarios que esperan la llegada definitiva del Mesías que los liberará del domino explotador romano. Todos esperaban entonces la intervención de Dios en la historia a través de un líder que fuera capaz de derrocar el poder imperial y hacer de Jerusalén la gran capital de Israel.
En el ciclo C de la liturgia leemos el relato de la Pasión del Señor según Lucas. Consideremos las características teológicas que nos presenta este relato.
Lucas, como es sabido, es considerado como el evangelista de la misericordia, o lo que es lo mismo, como el evangelista que ha marcado toda la tradición que nos entrega, con el pensamiento del amor infinito de Dios que se ha manifestado en Jesucristo. Ninguno de los evangelistas ha percibido como él la sensibilidad del amor del Padre, que se deja sentir de manera especial entre los pobres, entre los que sufren, entre los marginados. No es difícil constatar en el evangelio de Lucas la preocupación de Jesús por los débiles, por las viudas, por los huérfanos, por los pecadores, por las mujeres.
Este mismo interés se manifiesta en la narración de los acontecimientos de la Pasión del Señor. En primer lugar, porque todo este relato está sustentado por un conocimiento del alma de Jesús, cuya intimidad nos es desvelada por el evangelista cuando nos deja ver su estrecha relación con el Abba misericordioso, en los momentos de oración (Lc 22,42); o cuando su Padre le da valor en medio del sufrimiento (Lc 22,43).
En segundo lugar, la cruz aparece en este relato de la Pasión como un verdadero sacramento del amor divino: la revelación de la misericordia en medio del sufrimiento. Lucas no pone la atención en los aspectos negativos y crueles de esta situación. En su narración se omiten recuerdos o referencias que aparecen en los otros evangelistas como la flagelación o la coronación de espinas que sirven para inculpar a los que llevaron a Jesús a la muerte. Lucas nos quiere hacer descubrir el amor del Padre hacia su Hijo y hacia todos los hombres, aún en esta situación de dolor. Jesús no aparece abandonado en el Calvario (no se cita a Zac 13,6 sobre la dispersión del rebaño): está acompañado de amigos y conocidos (Lc 23,49 en contraposición con Mt 27,55-56 y Mc 15,40-41). Y reemplaza el grito del Salmo 21 (22) que cita Mateo por la manifestación ilimitada de confianza del Salmo 30,6 (31,6): “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.
A la luz de todo esto es comprensible el papel que desempeña en este relato de la Pasión la actitud del perdón, sólo explicable desde el misterio de la misericordia. En definitiva todo el mundo queda limpio y se insiste en hechos positivos, sólo explicables desde la virtud reconciliadora del sufrimiento de Jesús o desde su actitud de perdón: el caso de Pilato (Lc 23,4.13-15.20-22); el del agresor a quien Pedro cercenó una oreja y que es sanado por Jesús (Lc 22,51); el de Pedro (Lc 22,61); el de todos los judíos (Lc 23,34); el del malhechor bueno (Lc 23,39-43); el del centurión (Lc 23,47); el de la reconciliación entre Herodes y Pilato (Lc 23,6-12).
Jesús aparece claramente como el inocente, el justo perseguido. Aun en el proceso de los romanos, Pilato proclama la inocencia de Jesús. El centurión también reconoce su inocencia.
Sólo en Lucas Jesús se dirige con palabras consoladoras a las mujeres que de lejos los siguen. Realmente, Lucas ha sido llamado el evangelio de las mujeres y de la misericordia con los más pobres e ignorados, y las mujeres hacían parte de la clase marginada en Israel. Pero para Jesús, en todo el evangelio de Lucas, las mujeres hacen parte del discipulado y merecen un trato respetuoso. Ahora, camino del Calvario, la fidelidad de las mujeres a su maestro es reconocida por el Señor.
La Pasión y la muerte de Jesús son una verdadera revelación: la manifestación de la misericordia del Padre. Sólo quien ha comprendido una actitud tan conmovedora, como la que nos trae este evangelio en la parábola del padre misericordioso, podrá entender por qué el evangelista ha mirado así el misterio del sufrimiento y de la muerte de Jesús.
Lucas concibió el relato de la Pasión como una contemplación de Jesús. Por eso este relato es una invitación al lector-oyente a aproximarse al Señor, a seguirlo, a llevar con él la cruz de cada día (9,23). En la palabra que dirige en la cruz al malhechor arrepentido, ese ‘hoy’ nos remonta a Lc 4,21 cuando en la sinagoga de Nazaret, Jesús declara que “hoy se ha cumplido” el pasaje de Is 61,1-2 que acababa de leer. El tiempo se ha cumplido y él, que ha venido para anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos y para proclamar el año de gracia del Señor” ha cumplido su misión, porque va a morir colgado de la cruz pero seguirá viviendo en medio de nosotros.
 
Nota para lectores críticos
El evangelio de hoy es más largo que de ordinario: toda la Pasión de Jesús, por lo que muchas homilías hoy serán más breves. Por otra parte, la homilía debería enfocarse pues hacia el conjunto de la Pasión y su significado. También el viernes santo se leerá la Pasión, según san Juan. Y durante toda la semana, el trasfondo litúrgico-espiritual es ése: la pasión y muerte de Jesús. Es pues un momento apropiado para plantearse algunos criterios críticos respecto a la interpretación de la pasión de Jesús en su significado de conjunto.
Si somos cristianos, y si el cristianismo profesa la convicción de la significación salvadora de Jesús, necesitamos tener un «modelo soteriológico» («sotería» = salvación), o sea, una explicación de cómo Jesús salva a la humanidad y en qué consiste esa salvación. Es claro que esto es el corazón de la fe cristiana.
Pues bien, en la historia ha habido varios «modelos soteriológicos».
El modelo que nos ha llegado a nosotros es el que elaboró fundamentalmente san Anselmo de Cartebury en el siglo XI, sobre la tradición jurídica del derecho romano. El ser humano ofendió a Dios con el pecado original, y con ello se rompieron las relaciones de Dios y la humanidad. Dios fue ofendido en su dignidad, y el ser humano, por su parte, quedó privado de la gracia de la relación con Dios y no tenía capacidad para superar esta situación, pues aunque había ofendido a Dios, no tenía capacidad para reparar una ofensa de carácter infinito. En su obra Cur Deus homo? (¿Por qué Dios se hizo hombre?) Anselmo elabora la teoría de la «satisfacción penal sustitutoria»: Jesús muere en sustitución de la humanidad pecadora culpable, para satisfacer con ello la dignidad ofendida de Dios, y restablecer así las relaciones de Dios con la humanidad.
Por una parte, hay que hacer notar que esta explicación, que nos ha llegado a todos nosotros en una tradición tan longeva, no deja de ser «una» explicación, la del siglo XI en concreto; es decir: no es «la» explicación, no es la única. Además, no está en el Nuevo Testamento: es una elaboración teológica, muy posterior, que asume las categorías y la lógica del derecho romano recepcionado en el mundo feudal europeo de la alta Edad Media: el derecho inapelable y absoluto de los señores, la servidumbre de los siervos, las obligaciones jurídicas relativas a la ofensa y a la satisfacción o reparación. Es la teología de la «redención» («re-d-emere»), re-comprar al esclavo para liberarlo de su antiguo dueño.
Esta teología, hoy ya insostenible, es, sin embargo, la que la mayor parte de los cristianos y cristianas, incluyendo a muchos agentes de pastoral tienen todavía hoy día en su conciencia, en su comprensión del cristianismo, o en su subconsciente incluso. Y es para muchos de ellos «la» explicación mayor del misterio cristiano, el misterio de la «redención».
Hay que recordar que los modelos soteriológicos, como todo el resto de la teología, no dejan de ser un lenguaje metafórico, y que la metáfora nunca debe ser tomada literal ni metafísicamente, sobre todo en el segundo término al que traslada el sentido (“meta-fora” = cambio, traslado de sentido). Las teologías y los modelos soteriológicos se apoyan sobre las lógicas y los símbolos de las culturas en las que son creados. Por eso, cuando la evolución cultural cambia de lógica y de símbolos, esos modelos soteriológicos o, en general, esas teologías, aparecen crecientemente desfasadas, se hacen incluso ininteligibles, y finalmente quedan obsoletas. La visión de Dios como «Señor» feudal irritado por una ofensa de la primera pareja humana... para cuyo aplacamiento habría sido necesaria la reparación de la ofensa por medio de la muerte cruel y cruenta de su Hijo, es una imagen de Dios hoy sencillamente insostenible, e inaceptable. La sola idea de que un mítico pecado de Adán y Eva hubiera torcido los planes de Dios, y hubiera sumido en las tinieblas del pecado y del alejamiento de Dios a toda la humanidad desde la primera pareja, durante miles y miles de años –hoy sabemos que serían millones de años-, hasta la aparición de Jesús, es absolutamente inaceptable para la mentalidad actual. La misma fórmula jurídica de la «satisfacción sustitutoria» resulta hoy día inviable desde los mínimos éticos de nuestra época. Un Dios así resulta increíble, provoca ateísmo, con razón.
Si este modelo nos parece hoy día sobrepasado, no debemos dejar de considerar que ha habido otros modelos todavía más inadecuados. En el primer milenio la teología dominante, en efecto, no fue la de la «satisfacción sustitutoria», sino la del «rescate»: por el pecado de Adán la humanidad había quedado «prisionera del demonio», literalmente bajo su poder (sic). Según san Ireneo de Lyon (+ 202) y Orígenes (+ 254) el Diablo tendría un derecho sobre la humanidad, debido al pecado de Adán. Jurídicamente, la humanidad estaba bajo su dominio, le pertenecía, y Dios «quiso actuar con justicia incluso frente al diablo» (Ireneo, Adversus Haereses, V, 1,1), al anular tal derecho sólo mediante el pago de un rescate adecuado. Para ello, entregó a su Hijo a la muerte, a fin de liberar a la humanidad del dominio «legítimo» del diablo. San Agustín lo dice aún más explícitamente: Dios decretó «vencer al Diablo no mediante el poder, sino mediante la justicia» (De Trinitate XIII, 17 y 18).
Este modelo del «rescate pagado al Diablo» para rescatar a la humanidad, aún resuena en las personas que tuvieron una formación cristiana. Pero hoy nos resulta no sólo inaceptable, sino inimaginable, y hasta grotesco: no podemos aceptar un Diablo, concebido como un contra-poder cuasi-divino, que está apostado frente a Dios y que retiene a la humanidad bajo su poder, durante milenios, hasta que es resarcido «justamente» por Dios, nada menos que con la muerte del Hijo de Dios, un Diablo que sólo así será «derrotado por la victoria de Cristo».
 
¿Qué queremos decir con todo esto? Muchas cosas:
-que las teologías son metafóricas, no narraciones históricas ni descripciones metafísicas;
-que las teologías son muchas, variadas, no sólo una... y que cuando adoptamos una de ellas no debemos nunca perder de vista que se trata sólo de «una» teología, no de «la» teología;
-que las teologías son contingentes, no necesarias;
-que son elaboraciones humanas, no revelaciones divinas bajadas en directo del cielo, y que están construidas con elementos culturales de la sociedad en la que han sido concebidas;
-que son también transitorias, no eternas, y que con el tiempo y los correspondientes cambios culturales pierden plausibilidad y hasta inteligibilidad y pueden acabar resultando inaceptables y hasta desechadas;
-que los agentes de pastoral que atienden al Pueblo de Dios han de estar muy atentos a no prolongar la vida de una teología sobrepasada, superada, que ya no habla de un modo adecuado a las personas de hoy;
-que pueden (y deben) tratar de encontrar nuevas imágenes, nuevos símbolos, nuevas respuestas interpretativas de parte de nuestra generación actual a las preguntas de siempre.
La Semana Santa no es el único momento en el que debemos referirnos a la significación de la salvación operada por Cristo, pues ésta es una referencia central de la fe cristiana; pero sí es una ocasión privilegiada para plantearnos la conveniencia de la revisión de nuestros esquemas teológicos al respecto.
 
Para la revisión de vida
 Jesús fue, ante todo, históricamente hablando, un Mesías. Y a ese Mesías histórico es al que confesamos como símbolo especial de Dios. El Jesús que guía mi forma de ser religioso, ¿es también mesías? ¿Mi concepción de Jesús, es mesiánica, tiene algo de mesiánica, o pienso que eso del mesianismo es un concepto bíblico que hoy ya no tiene relevancia ni aplicación? ¿Mi seguimiento de Jesús, es “mesiánico”, está centrado en una esperanza para los pobres? ¿Prolongo el mesianismo de Jesús aquí y ahora, «viviendo y luchando por la Causa de Jesús», por una gran Utopía –como la que él llamaba malkuta Yahvé, Reino de Dios?
 
Para la reunión de grupo
La escena de la entrada triunfal en Jerusalén es uno de los símbolos mesiánicos más claros que nos presentan los evangelios sobre la vida de Jesús. Tomar el artículo de Jon Sobrino «Mesías y mesianismos. Reflexiones desde El Salvador» (RELaT:http://servicioskoinonia.org/069.htm ) y montemos una reunión de estudio teórico y aplicado, con estas preguntas sugeridas (u otras):
Nuestro Cristo, al que nosotros rezamos y seguimos, ¿es en verdad «mesías», o lo hemos desmesianizado? ¿Es acaso un Cristo sin Reino? ¿Es el nuestro un cristianismo sin utopía, sin lucha por la verificación histórica de una utopía?
La devoción personal a Jesús, la «concentración en la persona» de Jesús (esa afirmación de que el cristianismo no sería una doctrina ni una religión... sino el «encuentro con la persona viva de Jesús»), lleva a veces a muchos cristianos al olvido de «la Causa» de Jesús, el Reino. Poner ejemplos de esta situación. Explicar/discernir ese conflicto. ¿Es nuestro caso?
¿Influye en todo esto el lugar geográfico del mundo en el que vivamos, o/y el “lugar social” al que pertenecemos?
Abordar en el grupo la “nota para lectores críticos”: ¿Qué tipo de explicación de la salvación (soteriología) nos fue transmitido en la catequesis infantil? ¿Nos sirvió? ¿Nos planteó dudas? ¿Cuáles? ¿Nos sirve hoy? ¿Por qué? ¿Tenemos respuestas adecuadas y actualizadas? ¿Qué podemos hacer?
 
Para la oración de los fieles
Hoy responderemos: -Te amamos, Dios nuestro, creemos en Ti
Contemplando una vez más tu pasión y tu muerte, Jesús, nos sentimos llamados a hacer nuestra tu Causa, tu esperanza, tu labor de Mesías venido para todos los que tienen esperanza. Por eso decimos:
Observando también tu pasión y tu muerte realizadas hoy día, en los hombres y mujeres que sufren cualquier situación de injusticia, opresión o exclusión, nos sentimos interpelados a intervenir en esas situaciones, y a consagrar nuestra vida a la tarea de ser y dar esperanza para los demás. Por eso decimos:
Al entrar en la “semana mayor” del año, nos sentimos unidos a todos los hombres y mujeres que creen en Cristo, esperando y deseando que llegue el día en que, más allá de cualquier frontera de separación religiosa, podamos decir todos juntos:
Al saber por Jesús que el amor es el criterio supremo por el que serán juzgadas todas las naciones, soñamos con que llegue el día en que los hombres y mujeres de todos los Pueblos y Religiones invoquemos al “Dios-amor, de todos los nombres” y le digamos a una sola voz:
Al comenzar una semana que también es para muchos de descanso, de interrupción del ritmo semanal ordinario, de vacaciones o incluso de turismo, queremos sentirnos unidos a todos los que en medio de esas actividades “profanas” no van a dejar de saber encontrarse consigo mismos y con lo divino que llevan dentro, por otras formas que las habituales; y con ellos queremos proclamar:
Oración comunitaria
Oh Misterio infinito, que, de muchas maneras y de una forma constante a lo largo de la Historia, has hecho surgir nuevos Mesías para salir al encuentro de las esperanzas de la Humanidad de todos los tiempos y de todas las religiones, especialmente al encuentro de las esperanzas de los pobres. Haz que los que nos sentimos iluminados por Jesús, admiremos consecuentemente su espíritu mesiánico de servicio y de lucha esperanzada, para que huyendo de toda imposición o arrogancia, y de toda alienación o resignación, pongamos siempre en el centro, por encima de todo, como él, la esperanza de un “cielo nuevo y tierra nueva donde more la Justicia”. Te lo queremos expresar con la esperanza misma de todas las personas y pueblos que hoy siguen necesitando y esperando un mesías salvador. Inspirados por Jesús, te lo pedimos a ti, que vives y haces vivir, en plenitud, por los siglos de los siglos.


Estos comentarios están tomados de diversos libros, editados por Ediciones El Almendro de Córdoba, a saber:
- Jesús Peláez: 
La otra lectura de los Evangelios, I y II. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Rafael García Avilés: 
Llamados a ser libres. No la ley, sino el hombre. Ciclo A,B,C. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Juan Mateos y Fernando Camacho: 
Marcos. Texto y comentario. Ediciones El Almendro.
        - 
Juan. Texto y comentario. Ediciones El Almendro. Más información sobre estos libros en www.elalmendro.org
        - 
El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Ediciones Cristiandad, Madrid.
Acompaña siempre otro comentario tomado de la Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica: 
Diario bíblico