sábado, 29 de agosto de 2015

evangelio homilía comentarios lecturas domingo 30 agosto 2015

LUZ DEL DOMINGO
Domingo, 30 de agosto de 2015

VIGESIMOSEGUNSO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Primera lectura: Deuteronomio 4, 1-2. 6-8
Salmo responsorial: Salmo 14
Segunda lectura: Santiago 1, 17-18. 21b-22.27
EVANGELIO: Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23
 “7 1Se congregaron alrededor de él los fariseos y algunos letrados llegados de Jerusalén 2y notaron que algunos de sus discípulos comían los panes con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. 3Es que los fariseos, y los judíos en general, no comen sin lavarse las manos restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores; 4y, al volver de la plaza, no comen sin antes hacer abluciones; y se aferran a otras muchas cosas que han recibido por tradición, como enjuagar vasos, jarras y ollas. 5Le preguntaron entonces los fariseos y los letrados: -¿Por qué razón no siguen tus discípulos la tradición de los mayores, sino que comen el pan con manos impuras? 6Él les contestó: -¡Qué bien profetizó Isaías acerca de vosotros los hipócritas! Así está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero  su corazón está lejos de mí. 7El culto que me dan es inútil, porque  la doctrina que enseñan son  preceptos humanos (Is 29,13).  8Dejáis el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres. 14Y convocando esta vez a la multitud les dijo: -¡Escuchadme todos y entended!  15No hay nada que desde fuera del hombre entre en él y pueda hacerlo profano, sino lo que sale de él. 21Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las malas ideas: libertinajes, robos, homicidios, 22adulterios, codicias, maldades, engaño, desenfreno, envidia, difamación, arrogancia, desatino. 23Todas esas cosas malas salen de dentro y hacen profano al hombre.”
COMENTARIOS
I
¿LA TRADICIÓN?  TAMPOCO:   ¡EL HOMBRE!
La tradición es un elemento muy importante en la vida de los pueblos; hay que cuidarla; ya que en ella se contiene una gran riqueza cultural. Pero las tradiciones no se pueden convertir en norma intocable de consuelo; también por encima de la tradición está el bien del hombre.
 NO ERA CUESTIÓN DE HIGIENE                                 
Se congregaron alrededor de é1 los fariseos y algunos letrados llegados de Jerusalén, y notaron que algunos de sus discípulos comían panes con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos... Le preguntaron entonces los fariseos y los letrados
¿Por qué razón no siguen tus discípulos la tradición de los mayores, sino que comen el pan con manos impuras?
Los fariseos, los teólogos de la ciudad santa de Jerusalén, se muestran inquietos porque los discípulos de Jesús comen el pan sin lavarse las manos; pero su preocupación no es una cuestión de higiene, es un asunto de carácter religioso. La pureza, un concepto que entre nosotros se refiere casi exclu­sivamente al comportamiento sexual, abarcaba toda la vida la religiosa de los judíos, en especial la de los fariseos. De cuestiones de pureza e impureza se habla en el Antiguo Testamento, especialmente en el libro del Levítico (11-16.18), pero los fariseos aumentaron después las ya abundantes prescripciones en torno a la pureza apoyán­dose en tradiciones que, según ellos, tenían el mismo valor que los escritos bíblicos.
Los discípulos de Jesús ya se habían liberado de la escla­vitud de las leyes y de las tradiciones religiosas (Mc 2,18.23-24) y tampoco respetan éstas. Los fariseos, reforzados por la presen­cia de los letrados de Jerusalén, vuelven a atacar dispuestos a no perder ninguna ocasión para desprestigiar a Jesús. Pero, una vez más, Jesús va a descubrir el verdadero rostro de estos hombres piadosos.

PRECEPTOS HUMANOS
Los profetas habían denunciado muchas veces el uso de la religión para tranquilizar la conciencia: rezar mucho mientras se practicaba la injusticia; acusaban al pueblo, y especialmente a sus dirigentes, de reducir toda la religión a ceremonias, a gestos exteriores que escondían un corazón vacío de amor a Dios e incapaz de amar al prójimo. Dios, dicen los profetas, no acepta esta clase de culto (véase Is 1,10-18; 58,1-12; Jr 7,1-28; Am 5,18-25; Zac 7). Jesús escoge uno de esos párrafos de los profetas para ponerlo ante ellos como juicio definitivo de su manera de entender las relaciones con Dios: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan es inútil, porque la doctrina que enseñan son preceptos huma­nos» (Is 29,13). Los textos citados anteriormente son más duros y expresan con más claridad la necesidad de que el culto a Dios se cimente en la práctica de la justicia y la soli­daridad; el texto que cita el evangelio de Marcos, pone el dedo en la llaga y descubre la causa del mal: “la religión ha quedado vacía porque algunos hombres han conseguido sustituir las exigencias de Dios por tradiciones puramente humanas a las que se les quiere atribuir origen divino”.
Jesús va a mostrar con un ejemplo que estas tradiciones invalidan los mandamientos de Dios y, además, perjudican a la mayoría de los hombres, aunque benefician a unos pocos, precisamente a los que las defienden. En los diez mandamien­tos de Moisés se mandaba cuidar de los padres, de modo que, en su ancianidad, no pasaran necesidades («honra a tu padre y a tu madre» significa fundamentalmente «sustenta a tu padre y a tu madre», no permitas que sufran la vergüenza de una vida miserable; véase Ex 20,12). No hay nada tan humano como ese mandamiento divino. Pues bien: según una de esas tradiciones, que Jesús, con palabras de Isaías, llama preceptos humanos, si uno calculaba el dinero que podía cos­tarle atender a sus padres y ofrecía esa cantidad como limosna para el templo, ya no tenía obligación de cumplir el que, según el catecismo, es el cuarto mandamiento de la ley de Dios: «Si uno declara a su padre o a su madre: "Esto mío con lo que podría ayudarte lo ofrezco en donativo al templo", ya no le dejáis hacer nada por el padre o por la madre, invalidando el mandamiento de Dios con esa tradición que os habéis transmitido.» 
LO MALO ES... LA MALA IDEA
Jesús se dirige después a toda la multitud y vuelve a la cuestión de la pureza para decir que ésta no está en las cosas ni en las acciones en sí mismas, sino en el corazón del hombre.
Nada de lo que hay en la creación es impuro. Es la buena o la mala intención del hombre, al hacer uso de las cosas, lo que hace que algo sea agradable (puro) o desagradable (impu­ro) a Dios.
Después, al completar la explicación para sus discípulos, que tampoco parecían muy capaces de entender, pone como ejemplo algunas de las acciones que son desagradables a Dios; en todas ellas hay un denominador común: son acciones que hacen daño a la vida, a la dignidad o a los derechos del hombre: «Lo que sale de dentro, eso sí mancha al hombre; porque de dentro, del corazón del hombre, salen las malas ideas: incestos, robos, homicidios, adulterios, codicias, per­versidades, fraudes, desenfreno, envidia, insultos, arrogancia, desatino. Todas esas maldades salen de dentro y manchan al hombre».
Entre nosotros también se invoca demasiado la autoridad de la tradición y se olvida, también demasiado, el valor del corazón; nos preocupa mucho hacer lo que siempre se ha hecho, sin pararnos a averiguar si eso es lo que conviene al hombre, y nos privamos de demasiadas cosas que no harían más que aumentar el caudal de alegría de nuestro mundo porque las tradiciones exigen que nos privemos de ellas. Las tradiciones, repitámoslo, pueden tener valor, pero no pueden ser la norma; la norma es el querer hacer, de corazón, lo que Dios quiere, y lo que Dios quiere es el bien del hombre. ¿No sería oportuno revisar muchas de nuestras tradiciones, leyes y manifestaciones de la religiosidad llamada popular, en las que no parece haber ningún inconve­niente para que participen muchos enemigos de la vida, la dignidad y los derechos del hombre?

II
 vv. 7,1-2 Se congregaron alrededor de él los fariseos y algunos letrados llega­dos de Jerusalén y notaron que algunos de sus discípulos comían los panes con manos profanas. es decir, sin lavarse las manos.
Jesús ha tenido ya encuentros con los fariseos (3,1-7a) y con los letrados de Jerusalén (3,22-30), que ejercen la vigilancia del centro de la institu­ción religiosa sobre él. Ahora se alían los dos grupos: estos letrados apo­yan a los fariseos.
La acusación contra Jesús se basa en que éste no respeta la distinción entre sacro y profano y que sus discípulos siguen su ejemplo.
En la mentalidad del judaísmo, Israel era el pueblo consagrado por Dios (Dt 7,6; 14,2; Dn 7,23.27: «pueblo santo / consagrado, pueblo de los santos / consagrados»), todos los demás pueblos eran profanos, es decir, no estaban vinculados, como Israel, con el verdadero Dios. Para los fari­seos, además, la manera de mantenerse en el ámbito de lo sacro era la observancia de la Ley tal como ellos la interpretaban, porque ésta expre­saba la voluntad de Dios; de ahí que, incluso dentro del pueblo, estable­ciesen la distinción entre sacro y profano referida a personas: pertene­cían al pueblo «santo / consagrado» los que observaban fielmente la Ley; eran «profanos», separados de Dios, los que no se atenían minuciosa­mente a ella.
Aún más: para un fariseo, el contacto con gente «profana» ponía en peligro la propia consagración a Dios; en consecuencia, había que tomar precauciones, en particular con los alimentos, manoseados por gente de cuya observancia no constaba. En consecuencia, antes de comer había que lavarse ritualmente las manos que habían tocado esos alimentos o cualquier cosa del mundo exterior, y, mediante lavados, quitar también a los alimentos lo profano que hubieran podido adquirir por el contacto con los que los habían recolectado o vendido. Sólo así se aseguraba el propio carácter sacro, el vinculo con Dios.
Para los fariseos, el contacto con el mundo creado, profano, contami­naba al hombre, la vida ordinaria amenazaba con separar de Dios. Si se ponía en tela de juicio esta distinción, la religión judía, según ellos, caía por su base.
Creaban así una doble discriminación: Dentro del pueblo, excluían a la gente ordinaria que no seguía rigurosamente la interpretación farisea de la Ley. Negar la necesidad de los ritos preventivos que ellos practica­ban, significaba para ellos negar la necesidad de la observancia de la Ley para estar a bien con Dios, equiparando los no observantes a los obser­vantes.
Fuera del pueblo, excluían a los paganos. Respecto de éstos, señal evidente de la sacralidad de Israel era la fidelidad a los tabúes alimenta­rios impuestos por la Ley. Si éstos se suprimían, se borraba la distinción entre Israel y los otros pueblos. La frontera entre lo sacro y lo profa­no era, pues, la que permitía a Israel sentirse distinto y superior a los pa­ganos.
En el texto de Mc, los panes de que hablan los fariseos aluden a los compartidos con la multitud en el episodio del reparto (6,34-46). Los dis­cípulos no creen que el contacto con esa multitud descontenta de la insti­tución (6,41) obligue a practicar un lavado que elimine lo profano. Han roto el principio discriminador dentro del pueblo judío, aunque siguen en su mentalidad nacionalista y lo mantienen respecto a los paganos, como lo ha mostrado su resistencia a la orden de Jesús de ir en la barca a territorio no israelita (6,47-52).
vv. 3-4: Es que los fariseos, y los judíos en general, no comen sin lavarse las manos restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores; y lo que traen de la plaza, si no lo rocían con agua, no lo comen; y hay otras muchas cosas a las que se aferran por tradición, como enjuagar vasos, jarras y ollas.
La estricta observancia de los ritos de purificación caracteriza a todos los judíos (primera mención en Mc), representados por los fariseos; se trata, por tanto, de los judíos observantes, no de las masas marginadas.
El lavado de los fariseos no era solamente higiénico, sino religioso, según un complicado ritual. En esa práctica, el escrúpulo y la minucio­sidad dominaban, mostrando hasta qué punto establecían una separa­ción entre ellos y el mundo, como silo creado por Dios no fuera bueno (Gn 1,31).
v. 5  Le preguntaron entonces los fariseos y los letrados: «¿Por qué razón no siguen tus discípulos la tradición de los mayores, sino que comen el pan con manos profanas?»
Se dirigen ahora a Jesús escandalizados de la conducta de los discí­pulos, que han roto con la tradición de los mayores; en boca de fariseos, ésta designa la tradición oral supuestamente comunicada por Dios a Moisés en el Sinaí, transmitida por éste a Josué y después a los sucesivos jefes de generación en generación; le atribuían la misma autoridad divi­na que a la Ley escrita; es más, una transgresión de la Ley podía ser para los fariseos menos grave que la de un precepto de la tradición.
vv. 6-8: Él les contestó: «¡Qué bien profetizó Isaías acerca de vosotros los hipó­critas! Así está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan es inútil, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos. Dejáis el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres».
Jesús responde con una invectiva. Ve realizarse en letrados y fariseos el texto de Is 29,13 LXX, que habla del culto hipócrita, manifestado con signos exteriores (labios) mientras interiormente (corazón) están separados de Dios. De hecho, esas observancias y la separación que significan no proceden de Dios, que no discrimina entre los hombres; lo que ellos llaman "la tradición de los mayores" es sólo humana y carece de la autoridad divina que le atribuyen. Esta tradición contradice el mandamiento de Dios y es incompatible con él. 

III
 Es antigua la tentación de considerar que lo esencial de una religión está en el cumplimiento de ciertas formalidades rituales, y no en la asunción de sus principios vitales. También esta tentación acompañó al «pueblo de Dios» de Israel -como a muchos otros «Pueblos de Dios»-, desde tiempos inmemoriales. Hoy, si alguna persona se atreve a cuestionar, aunque sea indirectamente, ciertos lastres históricos y a proponer alternativas coherentes con el evangelio, en poco tiempo es tachada de «desviarse de la auténtica doctrina». Sin embargo, como nos recuerda el Salmo, no son los muchos ornamentos ni el boato de las celebraciones lo que nos eleva a Dios, sino la justicia, la honestidad, la recta intención y el respeto. Anunciar la justicia y vivirla en el día a día constituye la exigencia fundamental de las Escrituras judeocristianas –y en esto coinciden con tantas otras Escrituras-. Los rituales, las prescripciones, las ceremonias... nos pueden ayudar a continuar por el camino de Dios, pero no pueden sustituirlo. Por esta razón, la exhortación que Moisés dirige a su pueblo se centra en la necesidad que tiene el pueblo de Dios de hacer una clara opción por el Dios de la libertad y por la justicia que los ha sacado de Egipto. De lo contrario, el sueño de la «tierra prometida» se puede convertir en una cruel pesadilla.
Los primeros cristianos experimentaron en carne propia la amenaza del formalismo y el ritualismo. Después de un tiempo de dedicación y fervor por la misión, los ánimos comenzaron a ceder y la comunidad se vio rápidamente atraída por las relaciones puramente funcionales y formales. De este modo se perdía la fraternidad que les daba identidad y coherencia.
 La carta de Santiago nos pone en guardia contra una religión que no encarne los valores del Evangelio. La palabra escuchada en la Sagrada Escritura debe ser discernida según el Espíritu para vivirla dócilmente en la vida cotidiana. El cristianismo no es una formalidad social que cumplir, ni un ritual más en las prácticas piadosas de una cultura. El cristianismo se manifiesta como una opción vital que requiere del compromiso íntegro de la persona. La comunidad de creyentes es el espacio ideal para que la persona realice su opción y viva, en compañía de otros hermanos y hermanas, el llamado de Jesús.
 Aunque el libro del Deuteronomio -que Jesús sigue muy de cerca- propone como religión una serie de principios éticos orientados a crear lazos de solidaridad, equidad y justicia; sin embargo, el judaísmo del primer siglo estaba más inclinado a valorar las formalidades. Lavarse o no lavarse las manos antes de ingerir alimentos había pasado de ser una norma elemental de higiene a convertirse en una norma que decidía quién era religioso y quién era un pecador. La tentación de canonizar los objetos, los rituales, los espacios y el tiempo le pueden hacer olvidar a la persona piadosa que la esencia de su relación con Dios no está en los protocolos culturales, sino en el respeto, la compasión y la misericordia.
Jesús nos invita a redescubrir la esencia del cristianismo en nuestra opción por construir la Utopía de Dios -lo que él llamaba «Malkuta Yavé», Reino de Dios- y por vivir de acuerdo con los principios del evangelio. Todas nuestras normas y protocolos están al servicio de una auténtica vivencia de sus enseñanzas. Nosotros no debemos renunciar a una vida auténtica y creativa para seguirlo a él. Todo lo contrario. Debemos recrear aquí ya ahora toda la novedad de su profecía y toda la radicalidad de su amor incondicional por los excluidos.
Conectado con todo este tema está aquel otro de «la letra y el espíritu»: la letra es el detalle de lo mandado, la prescripción, el rito, la acción concreta... El espíritu es el sentido con el que ha sido concebida aquella práctica concreta, y la vivencia con la que debe ser vivida. Por eso se dice que la letra (se entiende: la sola letra, o la letra sin espíritu) mata, mientras que el espíritu vivifica. La letra es medio, mientras que el espíritu es un fin. Éste puede darse aun sin aquélla, al margen o incluso «en contra» de ella: en efecto hay veces que, en circunstancias muy especiales, el espíritu de una ley o de una práctica ritual puede exigir hacer en aquella situación, «precisamente lo contrario» de lo que la letra prescribe. Esa flexibilidad, esa «libertad de espíritu» se exige a los cristianos, como a todo ser humano adulto y maduro.
Otro problema distinto –que no podemos abordar aquí, pero que sería bueno no dejar de tenerlo dentro del horizonte- es que la religiosidad actual se está transformando. Por su propia naturaleza, las «religiones» (llamamos así aquí, técnicamente, a «la forma que ha revestido la espiritualidad del ser humano a partir de su sedentarización neolítica», a partir de la revolución agraria, hace sólo unos pocos miles de años -porque antes había espiritualidad, pero no «religiones»), han tenido en los ritos, en las prácticas rituales, minuciosamente prescritas, un medio importantísimo de expresión, y un modo a la vez de control social. La religión, en las sociedades agrarias, ha sido el mejor y más potente vehículo de identidad de la sociedad, y de control por parte del poder, y han sido los ritos su expresión más visible.
Hoy estamos llegando precisamente al fin de la edad agraria, después de la revolución industrial y tecnológica, la mundialización plural, y con el advenimiento de la sociedad del conocimiento. Las «religiones agrarias» -en aquel sentido técnico preciso- ya no tienen cabida. (Sí lo tiene, insuperablemente, la espiritualidad). El ser humano post-agrario ya no puede aceptar su identidad ni puede aceptar un control por los vehículos «religionales» basados en «creencias» (en sentido también técnico). Obviamente, la espiritualidad del ser humano va a continuar, es inamisible. Pero lo que han sido técnicamente «las religiones agrarias», está muriendo, va a desaparecer, y es bueno que desaparezca, porque la humanidad está en otra etapa de su historia. Los ritos, las prácticas religiosas prescritas... son, por eso, en alguna sociedades actuales avanzadas, realidades «residuales», que desaparecen vertiginosamente. Si la Iglesia no acepta afrontar sin miedo estos planteamientos, lo único que hace es retrasar el reconocimiento de una enfermedad que no deja de socavarle sus entrañas en los millones de fieles que silenciosamente se van autoexiliando cada año, no sólo en las sociedades llamadas «avanzadas», sino también ya en América Latina. En el año 2008 hemos comenzado a conocer «apostasías» privadas de cristianos en algunos países de América Latina, un fenómeno absolutamente nuevo en su historia, pero un fenómeno ya significativo -y creciente- en el momento actual de la historia globalizada del mundo.
Para la revisión de vida
 Cuando Jesús denuncia las actitudes de sus contemporáneos fariseos, está denunciando una tentación permanente en la historia de las relaciones de las personas con Dios, que me afecta también a mí mismo. ¿Qué actitudes farisaicas detecto en mi vida, en mis relaciones con los demás y, sobre todo, en mis relaciones con Dios? ¿De verdad engañan mi conciencia esas actitudes mías? ¿Me engaño a mí mismo, pensando que puedo engañar a Dios?
Para la reunión de grupo
- En el llamado "despertar religioso" que se da en la actualidad, muchas «prácticas religiosas» están en boga: nuevos movimientos religiosos como la New Age, efervescencia en grupos evangélicos de «Iglesias libres», y, en los ambientes católicos más clásicos, peregrinaciones a lugares de apariciones, nuevas devociones como el Divino Niño, oraciones de intercesión a los santos, publicación en los diarios de agradecimiento por las «gracias recibidas», novenas, vuelta de los «jueves eucarísticos», cofradías, procesiones, medallas, escapularios… El apóstol Santiago, sin embargo, nos recuerda hoy en la segunda lectura que «la religión pura e intachable a los ojos de Dios es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo». Se trata de un mensaje muy «secularizador», y muy recurrente en el evangelio.
   ¿Qué lugares del evangelio, o qué otras palabras del mismo Jesús recordamos en esta línea?
  ¿Se puede decir que la religiosidad, las prácticas religiosas son también, en algún sentido una tendencia «natural» de la persona humana y de los colectivos sociales, y no algo «puramente religioso»?
 ¿Se puede decir que el evangelio, en ese sentido, no es «religiosista», sino precisamente una «invitación a superar esa religiosidad»?
  - Se suele distinguir entre la Tradición y las tradiciones. Existe una «Tradición» fundamental, derivada de la llamada «revelación» -tradición que, en realidad, no pasa de ser un núcleo, pequeño pero central-, y existe una multitud de «tradiciones» menores, que a veces provienen de apenas hace unos siglos, que no tienen fundamento ni bíblico ni teológico, o que, aunque su sentido ya pasó, se han enquistado en la Iglesia y muchos las ponen desapercibidamente en un nivel o rango que no les corresponde.
   Perseverar en una tradición con el pretexto de que si perdemos algo que funcionó en el pasado, lo habremos perdido todo, ni demuestra espíritu de libertad, ni contribuye al futuro desenvolvimiento de la libertad y la madurez de las personas. ¿Puede ser que nuestra Iglesia esté repitiendo normas, discursos, ritos, miedos, formas de organización eclesial, ritos litúrgicos... que considera una Tradición intocable o de «derecho divino», pero que sean en realidad "tradiciones" de raíces mucho más cortas, elementos que se han introducido en determinados momentos de la historia y que ya perdieron su sentido y que no responden adecuadamente a las necesidades pastorales de la sociedad de hoy, ni posibilitan la fidelidad a la Gran Tradición verdaderamente transmitida a partir del evangelio?
    
Para la oración de los fieles
  - Para que la Iglesia sea siempre mensajera de la auténtica Palabra de Dios y no ponga su empeño en lo que sólo son palabras y tradiciones humanas. Oremos.
   - Para que los creyentes busquemos no la fe fácil, sino la fe responsable, que nos hace adorar al Dios único y verdadero y servir a los hermanos, especialmente a los pobres y necesitados. Oremos.
   - Para que crezca en todas las personas el sentido de libertad y responsabilidad ante las decisiones que debamos tomar en nuestra vida. Oremos.
   - Para que sepamos educar a nuestros niños y adolescentes, no tanto en las tradiciones y folclores cuanto en una fe seria y madura. Oremos.
    - Para que las normas religiosas humanas y los cánones jurídicos nunca ahoguen las exigencias del Evangelio. Oremos.
    - Para que esta comunidad nuestra tenga claridad de ideas a la hora de distinguir lo verdadero de lo falso, lo importante de lo secundario, la Tradición de las tradiciones, la palabra humana de la voluntad divina... Oremos.

Oración comunitaria
   Dios, Padre nuestro, de quien procede todo bien y cuyo Espíritu nos llama a la Libertad. Te rogamos que las normas, leyes, ritos y temores… que muchas veces interponemos en nuestra relación contigo, no logren ocultarnos tu rostro de amor, de forma que lejos de aferrarnos a tradiciones simplemente humanas, estemos libres para encontrar creativamente vías siempre nuevas de llegar hasta Ti y de contemplar tu rostro, por J.N.S.

Estos comentarios están tomados de diversos libros, editados por Ediciones El Almendro de Córdoba, a saber:
- Jesús Peláez: La otra lectura de los Evangelios, I y II. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Rafael García Avilés: Llamados a ser libres. No la ley, sino el hombre. Ciclo A,B,C. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Juan Mateos y Fernando Camacho: Marcos. Texto y comentario. Ediciones El Almendro.
        - Juan. Texto y comentario. Ediciones El Almendro. Más información sobre estos libros en 
www.elalmendro.org
        - El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Ediciones Cristiandad, Madrid.
Acompaña siempre otro comentario tomado de la Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica: Diario bíblico


lunes, 24 de agosto de 2015

pregón Divina Pastora Gójar Enrique León


 PREGÓN DIVINA PASTORA

D. ENRIQUE LEÓN, PRESBÍTERO
 


Pregón Divina Pastora

Gójar 2015

Salve, Pastora querida,
cuya caridad te mueve
dejando noventa y nueve
buscar la oveja perdida.
Salve, fuente de la Vida.
Salve, bellísima Aurora.
Porque en la ultima hora
de su vida, el Sumo Rey
de toda la humana grey
te constituyó Pastora.

Divina Pastora


Reverendo Señor Cura párroco, señor Alcalde y miembros de la Corporación municipal de este Ayuntamiento de Gójar, Hermano Mayor y miembros de la junta de gobierno de la Muy Antigua Hermandad de la Divina Pastora, muy queridos hermanos y paisanos, antes de dar comienzo a este pregón con el que anunciamos las entrañables fiestas en honor de nuestra Divina Pastora, quiero, porque de obligación lo considero, dirigir mis ojos hacia la imagen de nuestra amada patrona, para suplicar a tan excelsa soberana la venia para, con la humildad y sencillez de mis palabras, comenzar a cantar en este pregón las excelencias de su amor de Madre y los gozos que para nuestro pueblo, generación tras generación, ha supuesto la profunda devoción que por Ella siente el corazón de Gójar:

Amada Señora, Madre y Pastora de nuestras almas, postrando a tus plantas mi corazón y mi alma, sabiéndome indigno, pero con confiado atrevimiento imploro vuestra venia, para dar comienzo a este pregón, con el que tan sólo deseo cantar tus alabanzas y, desde el amor con que en mi pecho culto os rindo, invitar a estos tus hijos y hermanos míos a celebrar con fervor reverente las fiestas con las que te honramos.


Desde este primer momento quiero agradecer al Hermano Mayor y a la Junta de Gobierno de la Muy Antigua Hermandad de la Divina Pastora, el inmenso honor de poder estar esta noche entre vosotros anunciando y pregonando nuestras fiestas en honor de nuestra Divina Pastora. Para un hijo de Gójar, que, en su corazón y desde su más tierna infancia, ha sentido crecer día a día su amor hacia esta Madre y Patrona, poder estar esta noche ocupando este lugar y llevando a cabo esta hermosa misión es uno de los más serios compromisos, a la vez que el más bello de los regalos.


Mi agradecimiento de hoy quiere extenderse, retrocediendo en el tiempo, hasta encontrarse con aquel venerable Fray Isidoro de Sevilla, a quien debemos esta devoción a la Madre de Jesús, contemplada y amada como Pastora Divina. Gracias a ese amor que él sintió y vivió hacia la Santísima Virgen en esta advocación pastoreña, nuestro pueblo de Gójar tiene hoy la suerte de tener en tal Señora el objeto de sus alegrías, una confidente en sus desvelos, el consuelo de sus aflicciones, el faro en sus oscuridades y, siempre y en todo momento, el Amor de una Madre.

Cuenta la tradición que el 24 de Junio de 1703, recién llegado Fray Isidoro al convento de los capuchinos de Sevilla, estando en oración en el coro bajo de la Iglesia del convento, tuvo una aparición de la Santísima Virgen, a la que amaba de una forma extraordinaria, ataviada con ropas de pastora.

Al día siguiente de esta manifestación, el padre Isidoro comenzó a buscar un artista que sobre el lienzo plasmara lo que sus ojos habían contemplado y retenido. De ese lienzo salió el primer estandarte que acompañaba los Rosarios que, según tradición recibida, se cantaban por las calles.

Muy pronto funda Fray Isidoro la primera de las muchas Hermandades de la Divina Pastora que habría de fundar en Andalucía el venerable capuchino.


Me gustaría ahora no sólo sintetizar, sino también ensalzar el ejemplo de Fray Isidoro con algunas de las palabras que su mismo padre guardián escribió para comunicar el fallecimiento del enamorado capuchino de María Santísima:

“celebérrimo institutor del ternísimo, dulcísimo y peregrino título de María Santísima, piadosísima Pastora de las Almas, en cuyo culto y en su extensión por todas partes trabajó inmensísimamente, ya en el pulpito, ya en el libro intitulado la mejor Pastora asunta, ya con novenas devotas, ya con ofrecimientos y canciones fervorosas para alabarla por las calles. Erigió hermosas capillas con fervorosas congregaciones, exornándola con edificantes constituciones con aprobación apostólica, instituyendo, innumerables rosarios que continuamente dan loores a la Pastora Divina. Varón verdaderamente todo de María, y todos sus objetos se dirigirán a cultos y obsequios suyos, experimentando innumerables prodigios de conversiones de almas atraídas a la dulce tierna moción de sus marianas voces. Logró en sus días ver extendido título tan peregrino por todas las Españas, y en las Indias, establecidas misiones bajo los soberanos auspicios de su adorada Pastora”.
Así, cinco años antes de la muerte del fraile misionero de la Divina Pastora, acaecida a fecha de 7 de Noviembre de 1750, concretamente en el mes de Abril de 1745, el Sr. Provisor y Vicario General del Arzobispado de Granada firmó las Constituciones de la que iba a ser la Venerable Hermandad del Santísimo Rosario de la Divina Pastora de las Almas de Gójar. Se da comienzo de esta forma a una historia de la que hoy somos todos nosotros no sólo herederos, sino comprometidos prolongadores en el tiempo de aquella hermosa aventura de amor a María Santísima, iniciada aún en vida del propio Fray Isidoro.

Es por ello que, junto a nuestro agradecimiento por la herencia recibida, además del orgullo que hoy sentimos de sabernos hijos de tan Amantísima Madre y Pastora, hemos de sentirnos también urgidos a transmitir a nuestros jóvenes la devoción y amor que nuestros mayores nos legaron a nosotros, de forma que, en los siglos venideros, el corazón de Gójar siga siendo “pastoreño”.


Nueve años después del nacimiento de la Hermandad de la Divina Pastora, Gójar contempla la bella imagen de la que iba a ser su Señora y Patrona, nuestra amorosa Pastora. La imagen se atribuye a las manos de Torcuato Ruiz del Peral y, si tuviéramos que resaltar tan sólo un detalle de tan hermosa obra, no dudaría en señalar la dulce ternura que transmite el grupo escultórico, desde el rostro aniñado de María al gesto de acogida maternal con que acaricia a ese su Cordero Divino, pasando, de forma ineludible, por el encanto de su humilde mirada, con la que contempla también a los otros corderos, en los que hemos de ver una evidente representación de ese rebaño que es la Iglesia de su Hijo.

Con razón, Madre, Gójar te canta afirmando que “eres, Pastora, el encanto de los ojos que te ven”, que tu belleza del infierno es espanto, pero sois delicia y orgullo del que siendo tres veces santo, por tres veces santa a Ti te tiene también.

Es imposible comprender lo que significa la devoción a nuestra Pastora sin conocer las experiencias que de Ella tienen todos y cada uno de sus hijos de Gójar. La historia de cualquiera de nosotros es el resultado de la suma de todos los momentos, sentimientos y experiencias que la constituyen. Y en la historia de Gójar y en la de sus habitantes la experiencia de amor a la Pastora ocupa un lugar fundamental en la configuración de lo que supone nuestro ser gojareños.

Ordenación Sacerdotal de don Enrique León

Durante el tiempo dedicado a pensar y confeccionar este pregón, han sido muchos los recuerdos que se han ido haciendo presentes, recuerdos en los que la Divina Pastora de nuestras almas se constituía en protagonista de una maravillosa historia de amor vivida desde mi más temprana infancia.


De la misma manera que es en el ámbito de la familia donde el sujeto adquiere los valores y actitudes que lo van configurando, es también en la familia, como sucedió en mi caso, donde en nuestro pueblo se va aprendiendo, incluso antes de aprender a hablar o de ser capaz de razonar, a amar a la Pastora.


Este amor, que casi forma parte del código genético de los hijos de nuestro pueblo, en mi vida comenzó a consolidarse cuando a los seis años empecé a servir como monaguillo en las celebraciones litúrgicas de nuestra parroquia, siendo párroco D. Ramón Villarreal.

Desde ese momento, acudía a diario al templo parroquial para ejercer mi infantil ministerio y allí estaba Ella, día tras día, siempre esperando con dulce mirada que mis pueriles ojos se encontraran con los suyos. No se precisaban las palabras, sino que en ese encuentro silencioso eran los sentimientos los que fluyendo hablaban de un amor que comenzaba su andadura en el corazón de aquel niño que un día consagraría su corazón de sacerdote a cantar las alabanzas de tan amable Madre.

Por aquellos años, recuerdo que las fiestas en honor de nuestra excelsa Patrona comenzaban el día dos de septiembre, día en que la venerada imagen de nuestra Pastora se bajaba desde su camarín para estar más cerca de su pueblo. Para mí era algo extraordinariamente gozoso, pues era como sentir que ese rostro que siempre contemplaba de lejos se hacía más cercano, pudiendo experimentar cómo sus ojos penetraban con más fuerza hasta lo más profundo de mi alma.

A partir de ese momento, el día 3 de septiembre se iniciaba la Novena, que se prolongaba hasta el día 11, pórtico de la gran fiesta. Durante la Novena, las funciones litúrgicas se adornaban y solemnizaban con las voces del coro parroquial, en el que desde esos primeros momentos yo comencé a colarme, gracias a que mis hermanas eran voces de ese grupo. Yo quería ser juglar de María, cantor de la Pastora, con unos sentimientos que hoy encuentro bien descritos en estas palabras de este himno mariano de la Liturgia de las Horas:

“Quiero seguirte a ti, flor de las flores,
siempre decir cantar de tus loores;
no me partir de te servir,
mejor de las mejores”.

Así, avanzando los días de la Novena entre inciensos y alabanzas, llegábamos a la víspera del gran día. Cuando en la medianoche nos adentrábamos en la solemnidad de nuestra bendita Madre, eran los pequeños monaguillos los que ascendiendo hasta las encumbradas campanas de nuestra torre, lanzando al vuelo los pesados y sonoros hierros, anunciaban a todo el pueblo que comenzaba el día de la Pastora.

Era en ese mismo momento, cuando se abrían las puertas de la Iglesia para que las coplas de la aurora inundaran las calles de nuestro pueblo. La voz de aquel recordado Joaquín Reyes “el Quinillo” llegaba hasta los más ocultos rincones cantando las tradicionales letras de las coplas que perduran hasta nuestros días. Había comenzado la fiesta grande de aquella cuyos ojos yo traía impresos en los míos y yo no quería perderme ni uno sólo de los actos. Así, me incorporaba a aquel torrente de amores hechos rimas y lo haría año tras año, hasta llegar aquel glorioso septiembre de 1966. Yo había cantado misa unos meses antes, y la noche de auroros de aquel año fueron las voces de mi pueblo las que, al parar en la puerta de mi casa, entonaron aquello de: ”Oh, dichoso ministro de Cristo, que con vuestras manos consagráis a Dios y desciende del cielo a la tierra con cinco palabras de consagración”.


Las coplas de la aurora callaban al llegar de nuevo a la Iglesia parroquial, para dejar paso al Rosario que se iniciaba, para sembrar de Avemarías, el recorrido que llevaría aquella tarde la imagen gloriosa de la Divina Pastora en su solemne procesión.

Concluido el Rosario, comenzaba la ya desaparecida Misa de la Aurora, una celebración realmente entrañable para mí, pues, siendo ya sacerdote y estando en las parroquias de Montefrío, Órgiva, Chimeneas o Dílar, tuve la dicha de venir a celebrarla hasta que se perdió de nuestro calendario festivo.

Llegando al mediodía se celebraba la Misa de función, la gran Eucaristía en honor de nuestra Madre y Patrona. Se trataba de la gran explosión de amor de nuestro pueblo hacia su Reina y Señora. Todos los detalles se cuidaban con gran esmero y cariño, con la conciencia de que el amor se ha de mostrar hasta en los más pequeños detalles.

Después sólo restaba esperar el gran momento en que la imagen de la Pastora saldría en la tarde inundando de luz radiante las calles de su pueblo. El cortejo andaba encabezado por la cruz parroquial y a continuación la imagen de san Roque, seguido por dos filas de mujeres que, con un orden envidiable, marchaban a la luz de las velas cantando las coplas a nuestra Virgen. Tras las mujeres, llegaba el turno de los hombres, que, portando también ardientes cirios, alumbraban los pasos de la Señora que, majestuosa, avanzaba adentrándose hasta el corazón de Gójar.

Había que disfrutar de ese momento. Cuántas veces soñé con detener el tiempo del reloj, para prolongar el paso de la Virgen por nuestras calles. Pero el momento llegaba y la procesión se acercaba de nuevo a la Iglesia donde volvería a adentrarse aquel rostro, que desde su camarín, volvería a soñar con bajar de nuevo a su pueblo.

La llegada de la Pastora al templo suponía un nuevo ritual de gritos y vivas fervorosos que culminaría en el canto emocionado de la salve, compendio de amor acumulado y que, como un último piropo, Gójar cantaba y continúa cantando a su celestial Madre.

Las fiestas habían culminado y mi único consuelo era saber que, mientras no llegara un nuevo septiembre, al menos me quedaba la dicha silenciosa de seguir contemplando tu rostro encumbrado en tu camarín, soñando que yo era aquel pequeño cordero que, cobijado en el hueco de la peña, se quiere quedar contigo, Madre, Pastora y Reina.

Son los recuerdos no sólo de una infancia, sino de toda una vida junto a Ella, toda una vida esperando año tras año que llegase el momento de volver a verla paseando su sombrero pastoril por las calles y barrios de este su pueblo.

Un año más, cuando el mes de agosto va llegando a su fin, se acercan esos días en que Gójar se ilumina con la luz de su mirada, la lumbre de unos ojos que, de amor de Madre, enciende cual antorchas los corazones de sus hijos.

La misión de un pregonero es convertirse en voz que anuncia e invita. Y con ese encargo me puse en medio de vosotros esta noche. Así pues, os anuncio, hermanos y paisanos, que ya están llegando nuestras fiestas, esos días en que celebramos las glorias de la Pastora, los días en que nuestro fervor y devoción de hijos se hacen rezo, música, flores y coloridos fuegos de artificio. Son los días en que unos y otros, hasta aquellos que menos suelen hacerlo, buscamos el momento de acercarnos al aprisco, desde el que nuestra Reina Pastora recibe la oración de todo un pueblo, que, en amores encendido, se postra ante las plantas de su adorada Señora.

Preparaos para la fiesta, que se dispongan y preparen tronos y quienes los portan, mantillas y ciriales, nardos y rosas, rosarios y estandartes, pero que no se olvide prepararle a nuestra Madre el mejor de los altares, la sede que Ella prefiere, el sitial que más le agrade, un aprisco de corazones, un pueblo entero en la calle, cantando a una sola voz: “Salve, Pastora y Madre”.

Va llegando el momento de ir concluyendo, poniendo punto y final a este pregón con que quisiera encender en vuestras almas la alegría de una fiesta que llena de gozo el corazón de todos los que, aunque sea quizá de formas muy distintas, sentimos fluir por nuestras venas el amor a la Pastora.

Vamos, pastoreños, que si en el corazón la lleváis, llegan ahora los días en que, poniéndole por palio el cielo de nuestro pueblo, portéis a la Señora, por nuestras calles y plazas, al encuentro de unos hijos de los que es Reina, Pastora y Madre, el suspiro de un anhelo, la ternura de una lágrima y la nostalgia de un recuerdo.


Salve, Madre, de nuestras almas Pastora, guía, consuelo, esperanza de los hijos de este pueblo. Acompaña, amante Reina, nuestros pasos de este suelo, y no dejes, Virgen Santa, que perdamos la gran dicha de gozarte en el cielo. Sea tu aprisco hoy mi casa, tu Cordero, mi consuelo, tu cayado, sea mi apoyo y tus ojos el reflejo de todo un Dios, que rendido a tu pureza, te ha hecho Reina de su Reino y Pastora de este pueblo.

¡VIVA LA DIVINA PASTORA!