LUZ
DEL DOMINGO
Domingo,
6 de noviembre de 2016
TRIGESIMOSEGUNDO DOMINGO DEL TIEMPO
ORDINARIOCICLO C
Primera
lectura: 2
Macabeos 7,
1-2. 9-14
Salmo responsorial: Salmo 16
Segunda
lectura: 2
Tesalonicenses 2,
16-3, 5
EVANGELIO:Lucas
20, 27-38
“27Se
acercaron entonces unos saduceos, de esos que niegan la resurrección,
y le propusieron 28este
caso:
-Maestro,
Moisés nos dejó escrito: "Si a uno se le muere su hermano,
dejando mujer pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia
a su hermano". 29Bueno,
pues había siete hermanos: el primero se casó y murió sin
hijos. 30El
segundo, 31el
tercero y así hasta el séptimo se casaron con la viuda y murieron
también sin dejar hijos.
32Finalmente
murió también la mujer. 33Pues
bien, esa mu jer, cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos
va a ser mujer, si ha sido mujer de los siete?
34Jesús
les respondió:
-En
este mundo, los hombres y las mujeres se casan; 35en
cambio, los que han sido dignos de alcanzar el mundo futuro y la
resurrección, sean hombres o mujeres, no se casan; 36es
que ya no pueden morir, puesto que son como ángeles, y, por haber
nacido de la resurrección, son hijos de Dios. 37Y
que resucitan los muertos lo indicó el mismo Moisés en el episodio
de la zarza, cuando llama al Señor "el Dios de Abrahán y Dios
de Isaac y Dios de Ja cob". 38Y
Dios no lo es de muertos, sino de vivos; es de cir, para él todos
ellos están vivos.
39Intervinieron
unos letrados:
-Bien
dicho, Maestro.
40Porque
ya no se atrevían a hacerle más preguntas.”
COMENTARIOS
I
Tener muchos hijos
en Palestina era una bendición del cielo; morir sin hijos, la mayor
de las desgracias, el peor de los castigos celestiales... Para evitar
esto último, el libro del Deuteronomio prescribía lo siguiente: «Si
dos hermanos viven juntos y uno de ellos muere sin hijos, la viuda no
saldrá de casa para casarse con un extraño; su cuñado se casará
con ella y cumplirá con ella los deberes legales de cuñado; el
primogénito que nazca continuará el nombre del hermano muerto, y
así no se extinguirá su nombre en Israel» (Dt 25,5-7). Es
la conocida ley del “levirato” (palabra derivada del
latín (evir: cuñado).
Pues bien, refiere
el evangelio de Lucas que se acercaron a Jesús unos del partido
saduceo y «le propusieron esto: -Maestro, Moisés nos dejó escrito:
'Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero no hijos, cásese
con la viuda y dé descendencia a su hermano'. Bueno, pues había
siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. El segundo,
el terce ro y así hasta el séptimo se casaron con la viuda, y
murieron también sin dejar hijos. Finalmente murió también la
mujer. Pues bien, esa mujer, cuando llegue la resurrección, ¿de
cuál de ellos va a ser mujer, si ha sido mujer de los siete?»
Pregunta capciosa
que trataba de poner en ridículo la doc trina de la resurrección y
el más allá, en la que los afiliados al partido saduceo no creían.
Este partido estaba formado por sumos sacerdotes y senadores, la
aristocracia religiosa y seglar de la época, conocidos por su
riqueza. Por ser ricos admitían como palabra de Dios sólo los cinco
primeros libros de la Bi blia, considerando sospechosos de herejía
los escritos de los profetas, que atacaban sin piedad a los ricos
propugnando una mayor justicia social. Los saduceos, como ricos,
pensaban que Dios premia a los buenos y castiga a los malos en este
mundo; en consecuencia, se consideraban buenos y justos, pues
goza ban de riqueza y poder, signos claros del favor divino. Nega ban
la resurrección y el más allá: aceptar la posibilidad de un juicio
de Dios tras la muerte suponía para ellos perder la se guridad de
una vida basada en el poder y en el dinero.
Sus oponentes, los
fariseos, creían en el más allá, que ima ginaban como una
continuación de la vida terrena, aunque más perfecta, hasta el
punto de hablar de una fecundidad fantás tica del matrimonio en la
otra vida.
A la pregunta de los
saduceos, Jesús respondió: «-En esta vida, los hombres y las
mujeres se casan; en cambio, los que sean dignos de la vida futura y
de la resurrección, sean hombres o mujeres, no se casarán; porque
ya no pueden mo rir, puesto que serán como ángeles, y, por haber
nacido de la resurrección, serán hijos de Dios. Y que resucitan los
muertos lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza,
cuando llama al Señor: 'El Dios de Abrahán y Dios de Isaac y Dios
de Jacob.' Y Dios no lo es de muertos, sino de vivos: es decir, que
para él todos ellos están vivos» (Lc 20,27-38).
En contra de los
saduceos, Jesús afirma la existencia de otra vida, tras la muerte.
Pero la vida que perdura, en contra de lo que imaginaban los
fariseos, no es una mera prolonga ción de la vida orgánica, porque
no está sujeta a la muerte. La ausencia de muerte en el más allá
quita sentido, por tanto, a la perpetuación de la vida por medio de
las relaciones sexuales.
Quienes ya lo tienen
todo en este mundo, como los sadu ceos, se incomodan también hoy con
la aventura de un más allá inquietante y desestabilizador. Tal vez
por esto lo nieguen o vivan como si no existiera.
II
DIOS DE LA
VIDA
Los saduceos
-sumos sacerdotes y senadores-, negociantes de la religión y dueños
de la tierra, no creían en la vida eterna, no creían en el
cielo. ¿Qué
falta les hacía? Ellos se habían construi do aquí su cielo,
convirtiendo la tierra en el infierno de los pobres. Por eso les
interesaba más un Dios de muerte que un Padre de la vida.
EL MATERIALISMO DEL
DINERO
El partido
saduceo era, en
tiempos de Jesús, el partido de los ricos. Estaba formado por
los sumos
sacerdotes, enriqueci dos
gracias al negocio en que habían convertido la religión y
los senadores, los
dueños de la tierra, los grandes terratenientes de Palestina.
Era éste un
partido conservador en
lo religioso y en lo político. Se entiende que fuera así: tenían
mucho que conser var. Vivían bien, mejor que nadie, tenían poder,
dinero, privilegios, honores..., ¿qué necesidad tenían de que nada
cam biara?
Sólo aceptaban los
cinco primeros libros del Antiguo Tes tamento. Los demás entre los
que naturalmente estaban los libros de los profetas que condenaban la
insaciable ambición de los ricos y la traición de los que habían
hecho de la religión un instrumento para domesticar, dominar y
explotar al pueblo, y en los que Dios se manifestaba al lado de los
oprimidos y explotados- no los consideraban libros sagrados.
Tampoco aceptaban la
resurrección. Lo importante para ellos era el dinero, y más allá
de la tumba, el dinero no tiene valor alguno. Además, si no había
más vida que ésta, eso significaba que contaban con la benevolencia
de Dios: su prosperidad material era
la prueba de su amistad con Dios.
TENER
HIJOS
Maestro, Moisés nos
dejó escrito: «Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero
no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano».
Bueno, pues había siete hermanos: el primero se casó y murió sin
hijos. El segundo, el tercero y así hasta el séptimo se casaron con
la viuda y murieron también sin dejar hijos. Finalmente murió
también la mujer. Pues bien: esa mujer, cuando llegue la
resurrección, ¿de cuál de ellos va a ser mujer, si ha sido mujer
de los siete?
En Israel existía
una ley que establecía que si un hombre moría sin hijos, sus
hermanos, empezando por el mayor, tenía la obligación de casarse
con su viuda para darle descendencia, pues el primer hijo que naciera
de esta unión se consideraría legalmente como hijo del difunto: «Si
dos hermanos viven juntos y uno de ellos muere sin hijos, la viuda no
saldrá de casa para casarse con un extraño; su cuñado se casará
con ella y cumplirá con ella los deberes legales de cuñado; el
primogénito que nazca continuará el nombre del hermano muerto, y
así no se extinguirá su nombre en Israel» (Dt 25,5-6). Esta
costumbre sirve a los saduceos para plantear a Jesús una pregunta
sobre la resurrección, en la que ellos no creían.
La manera de hacer
la pregunta revela su ideología, su concepto del matrimonio: una
pura relación legal destinada a la reproducción de la especie. Y es
precisamente esa manera de entender el matrimonio lo que hace que su
argumento no tenga valor alguno: «En este mundo, los hombres y la
mujeres se casan; en cambio, los que han sido dignos de alcanzar el
mundo futuro y la resurrección, sean hombres o mujeres, no se casan;
es que ya no pueden morir, puesto que son como ángeles, y por haber
nacido de la resurrección, son hijos de Dios». En la vida futura,
después de la resurrección, las rela ciones entre los seres humanos
no estarán determinadas por la necesidad de perpetuar la especie,
pues la vida de los individuos «que han sido dignos de alcanzar el
mundo futuro y la resurrección» es definitiva, y como ya no hay
muerte, no hay peligro de que desaparezca la humanidad: la relación
entre ellos consistirá en un amor gratuito y fraternal.
UN DIOS DE
VIVOS
Jesús termina su
respuesta con un argumento que debió de dejar aún más
desconcertados a los saduceos: «Y que resucitan los muertos lo
indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al
señor "el Dios de Abrahán, y Dios de Isaac, y Dios de Jacob".
Y Dios no lo es de muertos, sino de vivos; es decir, para él todos
ellos están vivos».
A ellos no les
interesa un Dios de la vida, sino un Dios de la muerte; prefieren que
los pobres piensen que «es mejor que Dios no se acuerde de nosotros»
y que los desgraciados sientan miedo ante un Dios que justifica la
injusticia de los fuertes. No les va un Dios al que sólo le interesa
la vida, la presente y la futura. No les conviene un Dios que propone
a los hombres que vivan y ayuden a vivir, amando a los demás sin
límites; a ellos, que vivían a costa de la vida de los pobres, no
les interesa un Dios que, presente en el mundo en un hombre pobre del
pueblo, asegura la vida definitiva a todos los que se preocupen por
la vida -por la vida presente- de sus semejantes. Prefieren un Dios
que amenace muerte. Pero el de Jesús es un Dios de vivos. Es el Dios
del amor y de la vida.
III
LA CASUÍSTICA
TÍPICA DE UNA RELIGIÓN DE MUERTOS
Una vez que Jesús
ha hecho enmudecer a los fariseos, los saduceos se envalentonan y
tratan, también ellos, de atraparlo en las redes de su casuística.
Los saduceos representan dentro del entramado social del judaísmo,
son los portavoces de las grandes familias ricas, que viven y
disfrutan de los copiosos donativos de los peregrinos y del pro ducto
de los sacrificios ofrecidos en el templo. El tesoro del templo, que
ellos custodian y administran, venía a ser como la Banca nacional.
No hay que confundirlos con la casta formada por los simples
sacerdotes, muy numerosa y más bien pobre. A los saduceos no les
interesa en absoluto que se hable de una retribución en la otra
vida, puesto que ya se la han asegurado en la presente. Por eso Lucas
precisa: «Los que niegan que haya resurrección» (20,27). Son unos
materialistas dialécticos, pues contradicen la expectación farisea
de una vida futura donde se realice el reino de Dios prometido a
Israel. Quieren ridiculizar la enseñanza de Jesús, que, en parte,
coincide con la creencias de los fariseos sobre la resurrección de
los justos (cf. 14,14), inventándose un caso irreal de una mujer
que, conforme a la Ley del levirato, se ha casado sucesivamente con
siete hermanos (Dt 25,5) por
el hecho de haber muerto uno tras otro. ¿De quién sería mujer si
existiese la resurrección de los muertos? Nos hallaríamos, arguyen
insidiosamente, ante un caso flagrante de po liandria.
La respuesta de
Jesús sigue dos caminos. Por un lado, no acepta que el estado del
hombre resucitado sea un calco del estado presente. La procreación
es necesaria en este mundo, a fin de que la creación vaya tomando
conciencia, a través de la multiplicación de la raza humana, de las
inmensas posibilidades que lleva en su seno: es el momento de la
individualización, con nombre y apellido, de los que han de
construir el reino de Dios. No existiendo la muerte, en el siglo
futuro, no será ya necesario asegurar la continuidad de la especie
humana mediante la pro creación. Las relaciones humanas serán
elevadas a un nivel dis tinto, propio de ángeles («serán como
ángeles»), en el que dejarán de tener vigencia las limitaciones
inherentes a la creación presen te. No se trata, por tanto, de un
estado parecido a seres extrate rrestres o galácticos, sino a una
condición nueva, la del Espíritu, imposible de enmarcar dentro de
las coordenadas de espacio y de tiempo: «por haber nacido de la
resurrección, serán hijos de Dios» (20,36).
Por otro lado, apoya
el hecho de la resurrección de los muer tos en los mismos escritos
de Moisés de donde sacaban sus adversarios sus argumentos capciosos:
«Y que resuciten los muertos lo indicó el mismo Moisés en el
episodio de la zarza, cuando llama Señor "al Dios de Abrahán y
Dios de Isaac y Dios de Jacob" (Ex 3,6). Y Dios no lo es de
muertos, sino de vivos; es decir, para él todos ellos están vivos»
(Lc 20,37-38). La pro mesa hecha a los Patriarcas sigue vigente, de
lo contrario Moisés no habría llamado 'Señor' de la vida al Dios
de los Patriarcas si éstos estuviesen realmente muertos. Para Jesús
no tiene sentido una religión de muertos («y Dios no lo es de
muertos, sino de vivos»), tal y como hemos reducido frecuentemente
el cristianis mo. Los primeros cristianos eran tildados de ateos
('sin Dios') por la sociedad romana, porque no profesaban una
religión ba sada en el culto a los muertos, en sacrificios
expiatorios, en ídolos insensibles.
JESÚS CONTRAATACA
Algunos letrados,
viendo que sus enemigos más encarnizados eran acorralados por las
respuestas de Jesús, y no atreviéndose ya a formularle más
preguntas, optan por reconocer su agudeza: «Bien dicho, Maestro»
(20,39). Jesús aprovecha la ocasión para pasar al contraataque:
«¿Cómo dicen que el Mesías es sucesor de David?, si David mismo
dice en el libro de los Salmos: "Dijo el Señor a mi Señor:
Siéntate a mi derecha, mientras hago de tus enemigos estrado de tus
pies" (Sal 110,1). De modo que David lo llama Señor; entonces,
¿cómo puede ser sucesor suyo?» (Lc 20,41-44).
IV
En el contexto
de este mes de Noviembre, dedicado a la memoria de los fieles
difuntos, las lecturas de estos días nos van presentando diversos
aspectos que nos sintonizan con la realidad de la vida y de la
muerte, tan cercanas a nuestra condición humana, y sobre las que es
necesario reflexionar siempre, para tener una actitud positiva frente
a ellas.
En la primera
lectura encontramos el testimonio heroico y edificante de una madre y
de sus siete hijos, que entregan la vida antes que rendirse a los
caprichos del emperador de turno. La madre de los macabeos representa
también la figura del pueblo de Israel, y el número de siete hijos,
la plenitud de la familia de Israel, en la que debe primar la unidad,
la libertad, la identidad y la defensa de los derechos religiosos,
económicos, sociales, culturales.
En la segunda
lectura, vemos cómo según Pablo el testimonio coherente y fiel debe
identificar a los seguidores de Jesús. Tanto las palabras como las
obras deben transparentar la fuerza viva del Resucitado, en sus vidas
y en sus comunidades.
Y en el evangelio,
de lo dicho por Jesús a los saduceos, que tratan de ridiculizar la
fe en la resurrección, podemos concluir que tendremos vida en
plenitud. Para Jesús la resurrección va más allá de la
prolongación indeterminada de esta vida, de la que sólo Dios puede
dar explicación, y que para nosotros resultará siempre un misterio
inefable. A esto apela Jesús con plena humildad y sencillez delante
de quienes le escuchan, recordando la sana tradición de su pueblo de
reconocer que el “Dios de Abrahán y Dios de Isaac y Dios de Jacob
no es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos
viven”. A pesar de que estos patriarcas han muerto ya, Dios sigue
cuidando a su pueblo, en el que nunca la muerte ha podido destruir el
amor y la fidelidad de Dios para con sus hijos. La certeza del amor
incondicional de Dios –Padre y Madre para con sus hijos– debe
ayudarnos a mantener siempre una memoria agradecida con todos
nuestros antecesores –padres y madres– que nos han precedido y
nos han dejado como herencia la riqueza de nuestra fe, nuestra
cultura y nuestro territorio; y a quienes recordamos con veneración,
aunque hayan fallecido. La vida eterna dependerá de lo que desde
ahora hagamos como una opción decidida por defender la vida de
nuestros hermanos. Gozar hoy la vida nueva es practicar
cotidianamente la justicia y el amor por los demás; es tener la
certeza de alcanzar en el día de mañana la vida plena,
fortaleciendo en el hoy de nuestras relaciones humanas valores que
nos humanicen y dignifiquen.
Los saduceos eran
los más conservadores en el judaísmo de la época de Jesús. Pero
sólo en sus ideas, no en su conducta. Tenían como revelados por
Dios sólo los primeros cinco libros de la Biblia, que atribuían a
Moisés. Los profetas, los escritos apocalípticos, todo lo referente
por tanto al Reino de Dios, a las exigencias de cambio en la
historia, a la otra vida... lo consideraban ideas “liberacionistas”
de resentidos sociales. Para ellos no existía otra vida, la única
vida que existía era la presente, y en ella eran los privilegiados
–tal vez por eso, pensaba que no había que esperar otra–.
A esa manera de
pensar pertenecían las familias sacerdotales principales, los
ancianos, o sea, los jefes de las familias aristocráticas y tenían
sus propios escribas que, aunque no eran los más prestigiados, les
ayudaban a fundamentar teológicamente sus aspiraciones a una buena
vida. Las riquezas y el poder que tenían eran muestra de que eran
los preferidos de Dios. No necesitaban esperar otra vida. Gracias a
eso mantenían una posición cómoda: por un lado, la apariencia de
piedad; por otro, un estilo de vida de acuerdo a las costumbres
paganas de los romanos, sus amigos, de quienes recibían privilegios
y concesiones que agrandaban sus fortunas.
Los fariseos eran lo
opuesto a ellos, tanto en sus esperanzas como en su estilo de vida
austero y apegado a la ley de la pureza. Una de las convicciones que
tenían más firmemente arraigada era la fe en la resurrección, que
los saduceos rechazaban abiertamente por las razones expuestas
anteriormente. Pero muchos concebían la resurrección como la mera
continuación de la vida terrena, sólo que para siempre.
Jesús estaba ya en
la recta final de su vida pública. El último servicio que estaba
haciendo a la Causa del Reino –en lo que se jugaba la vida–, era
desenmascarar las intenciones torcidas de los grupos religiosos de su
tiempo. Había declarado a los del Sanedrín incompetentes para
decidir si tenían o no autoridad para hacer lo que hacían; a los
fariseos y a los herodianos los había tachado de hipócritas, al
mismo tiempo que declaraba que el imperio romano debía dejar a Dios
el lugar de rey; ahora se enfrentó con los saduceos y dejó en claro
ante todos la incompetencia que tenían incluso en aquello que
consideraban su especialidad: la ley de Moisés.
Para la
revisión de vida
Ante la pregunta de
los saduceos, que niegan la resurrección, Jesús proclama la vida
más allá de la muerte. El es la vida y la Resurrección: “quien
cree en mí, aunque haya muerto vivirá. La alianza del Dios vivo es
con la vida y con los hombres vivos. El Dios de Abraham, el Dios de
Isaac y el Dios de Jacob, no es un Dios de muertos, sino de vivos.
¿Cómo se manifiesta en mí la vida que Jesús representa?
Para la
oración de los fieles
Por la Iglesia, para
que sea portadora de vida y esperanza para todos los que viven los
horrores de la violencia, la guerra y la muerte.
Por los huérfanos y
las viudas que han perdido a sus seres queridos en la guerra, para
que la esperanza de la resurrección se traduzca en gestos verdaderos
de vida.
Por todos los que
trabajan por la Justicia y Paz, para que su voz y sus gritos
solidarios generen caminos nuevos de concordia y unidad.Por los
enfermos terminales y por los que agonizan, para que al final de sus
vidas puedan descubrir la presencia de Dios como un Dios de vivos y
no de muertos.
Por los que son
perseguidos y amenazados de muerte por causa del evangelio, para que
la presencia de Jesús Resucitado los anime y acompañe en medio de
sus dificultades.
Oración
comunitaria
Padre, la
esperanza en la resurrección es un don misterioso que no acabamos de
comprender, y que en todas las tradiciones religiosas se expresa de
mil maneras. Ilumínanos para que vivamos cada momento de nuestra
vida con la certeza de que Tú nunca nos vas a abandonar y ni vas a
dejar que nos perdamos. Nosotros te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo
y hermano nuestro.
Oh Misterio de
la Vida, que a los homo sapiens, flor última del proceso evolutivo
multimilenario, nos has dotado de un profundo sentido de lo sagrado y
de la transcendencia, y nos has hecho sentir desde siempre la
necesidad de colocar nuestra vida en unos contextos más amplios, en
un sentido más hondo y transcendente, lo que nos ha llevado a ser el
único ser vivo que entierra a sus muertos, y sueña con una
resurrección... Sigue dándonos crecer y profundizar en esa
intuición, hasta empalmar y conectar con tu misma intuición
profunda, la intención profunda de la Realidad misma, con cuyo
magnífico e incontenible desarrollo de 13.700 millones de años no
dejamos de comulgar...
Estos
comentarios están
tomados de diversos libros, editados por Ediciones El Almendro de
Córdoba, a saber:
- Jesús Peláez: La
otra lectura de los Evangelios,
I y II. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Rafael García
Avilés: Llamados
a ser libres. No la ley, sino el hombre.
Ciclo A,B,C. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Juan Mateos y
Fernando Camacho: Marcos.
Texto y comentario.
Ediciones El Almendro.
- Juan.
Texto y comentario.
Ediciones El Almendro. Más información sobre estos libros
en www.elalmendro.org
- El
evangelio de Mateo. Lectura comentada.
Ediciones Cristiandad, Madrid.
Acompaña siempre otro comentario
tomado de la Confederación Internacional Claretiana de
Latinoamérica: Diario
bíblico