La voz de los Papas en el S. XX:
|
RADIOMENSAJE DE
NAVIDAD DE SU SANTIDAD PÍO XII
24 de diciembre de
1941
1. En el alba y en la
luz brilla como preparación de la fiesta de Navidad, esperada siempre con
vivo anhelo de gozo suave y penetrante, mientras todas las frentes se
disponen a inclinarse y todas las rodillas a doblarse en adoración ante el
inefable misterio de la misericordiosa bondad de Dios, que, en su caridad
infinita, quiso dar como don supremo y augusto, a la humanidad, su Hijo
unigénito, nuestro corazón, amados hijos e hijas esparcidos sobre la faz de
la tierra, se abre a vosotros y, sin olvidar a la tierra, se eleva y se
abisma en el cielo.
2. La estrella
indicadora de la cuna del Redentor recién nacido desde hace veinte siglos
resplandece todavía maravillosa en el cielo de la Cristiandad. Agítense
los pueblos, y las naciones conjúrense contra Dios y contra su Mesías (Sal
2, 1-2.); a través de las tempestades del mundo humano, la estrella no
conoció, no conoce ni conocerá ocasos; el pasado, el presente y el porvenir
son suyos. Ella enseña a no desesperar jamás: resplandece ante los pueblos
incluso cuando sobre la tierra, como sobre un océano rugiente por la
tempestad, se amontonan negros nubarrones, cargados de ruinas y de
calamidades. Su luz es luz de consuelo, de esperanza, de fe inquebrantable,
de vida y de seguridad en el triunfo final del Redentor, que desembocará, cual
torrente de salvación, en la paz interior y en la gloria para todos aquellos
que, elevados al orden sobrenatural de la gracia, habrán recibido el poder de
hacerse hijos de Dios, porque de Dios han nacido.
3. Por esto, Nos, que,
en estos amargos tiempos de convulsiones bélicas, estamos afligidos por
vuestras aflicciones y doloridos con vuestros dolores; Nos, que vivimos, como
vosotros, bajo el gravísimo peso de un azote que desgarra ya durante tres
años la humanidad, en la vigilia de una solemnidad tan grande, queremos
dirigiros, con conmovido corazón de padre, la palabra para exhortaros a
permanecer firmes en la fe y para comunicaros el consuelo de aquella
verdadera, exuberante y sobrehumana esperanza y certeza que irradian de la
cuna del Salvador recién nacido.
4. Es verdad, amados
hijos, que, si nuestros ojos no mirasen más allá de la materia y de la carne,
apenas si podrían encontrar motivo alguno de consuelo. Difunden, sí, las
campanas el alegre mensaje de Navidad, se iluminan las iglesias y capillas,
los cánticos religiosos alegran los espíritus, todo es fiesta y ornato en los
sagrados templos; pero la humanidad no cesa de desgarrarse en una guerra
exterminadora. En la sagrada liturgia resuena sobre los labios de la Iglesia
la admirable antífona: Rex pacificus magnificatus est, cuius vultum
desiderat universa terra («Ha sido glorificado el Rey pacífico, cuyo
rostro desea ver toda la tierra». [Breviario romano, antífona 1ª
vísperas de las de Navidad]); antífona que resuena en estridente contraste
con los acontecimientos que se precipitan ruidosos por montes y llanuras con
espantoso fragor, devastan tierras y casas en extensas regiones y arrojan a
millones de hombres y a sus familias en la desgracia, en la miseria y en la
muerte. Ciertamente, admirables son los múltiples espectáculos de valor
indomable en defensa del derecho y de la tierra patria; de serenidad en el
dolor; de almas que viven como llamas de holocausto por el triunfo de la
verdad y de la justicia. Pero también, con angustia que nos oprime el alma,
pensamos y, como en sueños, contemplamos los terribles choques de armas y de
sangre en el año que declina hacia su ocaso; la desgraciada suerte de los
heridos y de los prisioneros; los sufrimientos corporales y espirituales, los
estragos, destrucciones y ruinas que la guerra aérea lleva consigo y vuelca
sobre grandes y populosas ciudades, sobre centros y dilatados territorios
industriales; las riquezas de los Estados dilapidadas; los millones de
hombres que el ingente conflicto y la dura violencia están lanzando a la
miseria y al hambre.
5. Y mientras la
lozanía y la salud de una gran parte de la juventud, que se acercaba a la
madurez, van disminuyendo por las privaciones que impone el presente azote,
van, por el contrario, subiendo vertiginosamente los gastos y las
contribuciones de guerra, que, provocando la disminución de las fuerzas
productivas en el campo civil y social, no pueden dejar de inquietar
angustiosamente a aquellos que vuelven su mirada preocupada hacia el
porvenir. La idea de la fuerza ahoga y pervierte la norma del derecho. Dad
posibilidades y dejad la puerta abierta a los individuos y a los grupos
sociales o políticos para atentar contra los bienes y la vida ajenos;
permitid también que cualesquiera otras destrucciones morales perturben y
enciendan la tempestad en la atmósfera civil; y vosotros mismos veréis cómo
las nociones del bien y del mal, del derecho y de la injusticia, pierden sus
agudos contornos, se embotan, se confunden y amenazan desaparecer. Quien, en
virtud del ministerio pastoral, tiene el camino para penetrar en los
corazones, sabe y ve qué cúmulo de dolores y de angustias inenarrables pesa y
se extiende sobre tantas almas, quitándoles el deseo y la alegría de trabajar
y de vivir; cómo ahoga los espíritus y los torna mudos e indolentes,
suspicaces y casi sin esperanza frente a los acontecimientos y las
necesidades; perturbaciones de alma que nadie puede tomar a la ligera si
tiene en su corazón el verdadero bien de los pueblos y desea promover un no
lejano retorno a las condiciones normales y ordenadas de la vida y del
trabajo. Ante tal visión del presente, nace una amargura que invade el pecho,
tanto más cuanto que no aparece hoy abierto ningún sendero de inteligencia
entre las partes beligerantes, cuyos recíprocos fines y programas de guerra
parecen estar en oposición irreconciliable.
6. Cuando se indagan
las causas de las actuales ruinas, ante las cuales la humanidad, que las
contempla, queda atónita, se oye a veces afirmar que el cristianismo no ha
estado a la altura de su misión. ¿De quién y de dónde viene semejante
acusación? ¿Tal vez de aquellos apóstoles gloria de Cristo, de aquellos
heroicos celadores de la fe y de la justicia, de aquellos pastores y
sacerdotes heraldos del cristianismo, que en medio de persecuciones y
martirios civilizaron la barbarie y la rindieron devota ante el altar de
Cristo, iniciaron la civilización cristiana, salvaron los restos de la
sabiduría y del arte de Atenas y de Roma, reunieron a los pueblos en el
nombre de Cristo, difundieron el saber y la virtud, elevaron la cruz sobre
los aéreos pináculos y las bóvedas de las catedrales, imágenes del cielo,
monumentos de la fe y de la piedad, que todavía yerguen su venerada cabeza
entre las ruinas de Europa? No. El cristianismo, cuya fuerza se deriva de
Aquel que es camino, verdad y vida, y está y estará con él hasta la
consumación de los siglos, no ha faltado a su misión; son los hombres quienes
se han rebelado contra el cristianismo verdadero y fiel a Cristo y a su
doctrina; se han forjado un cristianismo a su gusto, un nuevo ídolo que no
salva, que no se opone a las pasiones de la concupiscencia de la carne, a la
codicia del oro y de la plata que deslumbra la vista, a la soberbia de la
vida; una nueva religión sin alma o un alma sin religión, un disfraz del
cristianismo muerto, sin el espíritu de Cristo; ¡y han proclamado que el
cristianismo no ha cumplido su misión!
7. Excavemos a fondo
en la conciencia de la sociedad la raíz del mal. ¿Dónde está? No queremos
omitir la alabanza debida a la prudencia de aquellos que, en beneficio del
pueblo, o favorecieron siempre quisieron y supieron otorgar su puesto de
honor a los valores de cristiana en las buenas relaciones entre la Iglesia y
el Estado, en la tutela de la santidad del matrimonio, en la educación de la
juventud. Pero no podemos cerrar los ojos ante el cuadro de la progresiva
descristianización individual y social, la relajación de las costumbres ha
pasado al debilitamiento abierta negación de verdades y de fuerzas destinadas
a iluminar las inteligencias acerca del bien y el mal, a vigorizar la vida la
vida privada, la vida estatal y pública. Una anemia religiosa, cual contagio
que se propaga, ha atacado así a muchos pueblos de Europa y del mundo y ha
provocado en las almas tal vacío moral, que ninguna ideología religiosa o
mitología nacional e internacional es capaz de llenarlo. Con palabras y con
hechos y con disposiciones, durante decenios y siglos, ¿qué se ha hecho,
mejor o peor, sino arrancar de los corazones de los hombres, desde la infancia
hasta la vejez, la fe en Dios, creador y padre de todos, remunerador del bien
y castigador del mal, desnaturalizando la educación y la instrucción,
combatiendo y oprimiendo con todas las artes y medios, con la difusión de la
palabra y de la prensa, con el abuso de la ciencia y del poder, la religión y
la Iglesia de Cristo?
8. Arrastrado así el
espíritu al abismo moral con el alejamiento de Dios y de las prácticas
cristianas, era consecuencia obligada que los pensamientos, ideales,
directrices, valoración de las cosas, acción y trabajo de los hombres se
dirigieran y orientaran al mundo material, afanándose y sudando por
extenderse en el espacio, por crecer como nunca más allá de todo limite en la
conquista de las riquezas y del poder, por competir en la velocidad de
producir más y mejor todo cuanto el adelanto o el progreso material parecían
exigir. De aquí, en la política, el predominio de un impulso desenfrenado
hacia la expansión y el mero crédito político despreocupado de la moral; en
la economía, el dominio de las grandes y gigantescas empresas y asociaciones;
en la vida social, la afluencia y concentración de las masas del pueblo con
gravoso exceso en las grandes ciudades y en los centros de la industria y del
comercio, con aquella inestabilidad que sigue y acompaña a una multitud de
hombres que cambian de casa y residencia, de país y oficio, de sentimientos y
amistades.
9. De aquí nació
también que las recíprocas relaciones de la social tomaran un carácter
exclusivamente físico y mecánico, el desprecio de todo razonable freno y
limite, el imperio de la violencia externa, la desnuda posesión del poder, se
han sobrepuesto a las normas del orden, regulador de la convivencia humana;
normas que, emanadas de Dios, establecen las relaciones naturales y sobrenaturales
que median entre el derecho y el amor hacia los individuos y hacia la
sociedad. La majestad y la dignidad de la persona humana y de las sociedades
particulares ha quedado herida, envilecida y suprimida por la idea de la
fuerza que crea el derecho; la propiedad privada llegó a ser para los unos un
poder dirigido a disfrutar el trabajo de los demás, y en los otros engendró
celos, descontento y odio; y la organización que de esta situación se siguió
acabó por convertirse en fuerte arma de lucha para hacer prevalecer los
intereses de una parte. En algunos países, una concepción atea o
anticristiana del Estado, con sus vastos tentáculos, atrajo a sí de tal
manera al individuo, que casi lo despojó de su independencia tanto en la vida
privada como en la pública.
10. ¿Quién podrá hoy
maravillarse de que tan radical oposición a los principios de la doctrina
cristiana haya acabado por transformarse en ardiente choque de tensiones
internas y externas, hasta conducir al exterminio de vidas humanas y
destrucción de bienes que estamos viendo, y que presenciamos con profunda
pena? Funesta consecuencia y fruto de las condiciones sociales, descritas, la
guerra, lejos de detener el influjo y desarrollo de éstas, los promueve, los
acelera y los amplía, con tanta mayor ruina cuanto más se prolonga la guerra,
haciendo cada día más general la catástrofe.
11. De nuestra palabra
contra el materialismo del último siglo y del tiempo presente, mal
argumentaría quien dedujera de ella una condenación del progreso técnico. No;
Nos no condenamos lo que es don de Dios, quien, así como nos hace surgir el
pan del seno de la tierra, así en los días de la creación del mundo escondió
en las entrañas más profundas del suelo tesoros de fuego, de metales, de
piedras preciosas, que la mano del hombre había de excavar para sus
necesidades, para sus obras, para su progreso. La Iglesia, madre de tantas
universidades de Europa, que aun hoy enaltece y reúne a los más intrépidos
maestros de las ciencias, investigadores de la naturaleza, no ignora, sin
embargo, que de todo bien y de la misma libertad puede hacerse un uso digno
de alabanza y de premio o bien de censura y de condena. Así ha sucedido que
el espíritu y la tendencia con que muchas veces se ha utilizado el progreso
técnico hayan sido la causa de que, en el momento presente, la técnica tenga
que expiar su error y ser casi la vengadora de sí misma, creando instrumentos
de ruina que destruyen hoy lo que ayer ella misma había edificado.
12. Frente a la
amplitud del desastre originado por los errores indicados, no existe otro
remedio que el retorno a los altares, al pie de los cuales innumerables
generaciones de creyentes lograron en otros tiempos la bendición y la energía
moral para el cumplimiento de los propios deberes; a la fe que iluminaba a los
individuos y a la sociedad y enseñaba los derechos y los deberes propios de
cada uno; a las sabias e inquebrantables normas de un orden social que, tanto
en el terreno nacional como en el internacional, levantan una eficaz barrera
contra el abuso de la libertad no menos que contra el abuso del poder. Pero
el llamamiento a estas benéficas fuentes debe resonar alto, persistente y
universal en esta hora en que el viejo orden está para desaparecer y ceder el
paso y el puesto a uno nuevo.
13. La futura reconstrucción
podrá presentar y ofrecer preciosa s posibilidades de promover el bien, no
exentas tampoco de los peligros de caer en errores, y con ellos favorecer el
mal; y exigirá seriedad prudente y madura reflexión, no sólo por la
gigantesca dificultad de la obra, sino también por las graves consecuencias
que, si fallara, causaría en el campo material y en el espiritual; exigirá
inteligencias de amplia visión y voluntades de firmes propósitos, hombres
valerosos y trabajadores, pero, sobre todo y ante todo, conciencias que en
los proyectos en las deliberaciones y en las acciones estén animadas, movidas
y sostenidas por un vivo sentido de responsabilidad y no rehúyan inclinarse
ante las santas leyes de Dios; porque, si a la energía plasmadora en el orden
material no se une suma ponderación y sincero propósito en el orden moral, se
cumplirá, sin duda alguna, la sentencia de San Agustín: Bene currunt, sed
in via non currunt. Quanto plus currunt, plus errant, quia a via recedunt
(«Corren bien, pero fuera del camino; cuanto mas corren, más se apartan del
camino» [Sermón 141, 4: PL 38, 777]) .
14 No sería la primera
vez que hombres que están esperando ceñirse el laurel de las victorias
guerreras soñasen con dar al mundo un nuevo ordenamiento, abriéndole caminos
conducentes, a su parecer, al bienestar, a la prosperidad y al progreso. Pero
siempre que cedieron a la tentación de imponer su propia construcción contra
el dictamen de la razón, de la moderación, de la justicia y de la noble
humanidad, se encontraron caídos y asombrados al contemplar las ruinas de sus
esperanzas fallidas y de sus proyectos fracasados. Por eso, la historia
enseña que los tratados de paz estipulados con espíritu y condiciones
opuestos ya a las normas morales, ya a una genuina prudencia política, nunca
tuvieron vida, si no es mezquina y breve, poniendo así al descubierto y
demostrando un error de cálculo, humano sin duda, pero no por esto menos
funesto.
15. Ahora bien, las
ruinas de esta guerra son demasiado enormes para añadirles también las de una
paz frustrada e ilusoria; por esto, para evitar desgracia tan grande,
conviene que con sinceridad de voluntad y energía, con propósito de generosa
cooperación, colaboren para la paz no sólo este o aquel grupo, no sólo este o
aquel pueblo, sino todos los pueblos, incluso la humanidad entera Es una
empresa universal de bien común, que requiere la colaboración de la
cristiandad, por los aspectos religiosos y moral del nuevo edificio que se
desea construir.
16. Hacemos, por
consiguiente, uso de un derecho nuestro, o mejor dicho, cumplimos un deber
nuestro, cuando hoy, en la víspera de la Navidad, aurora divina de esperanza
y de paz para el mundo, con la autoridad de nuestro ministerio apostólico y
el ardiente estímulo de nuestro corazón, llamamos de nuevo la atención y la
meditación del universo entero sobre los peligros que acechan y amenazan a
una paz que sea la base de un verdadero orden y responda a la esperanza y a
los deseos de los pueblos por un venir más tranquilo.
17. Este nuevo orden
que todos los pueblos anhelan ver realizado después de las pruebas y ruinas
de esta guerra, ha de alzarse sobre la roca indestructible e inmutable de la
ley moral, manifestada por el mismo Creador mediante el orden natural y
esculpida por El en los corazones de los hombres con caracteres indelebles;
la ley moral, cuya observancia debe ser inculcada y promovida por la opinión
pública de todas las naciones y de todos los Estados con tal unanimidad de
voz y de fuerza, que ninguno pueda atreverse a ponerla en duda o a debilitar
su fuerza obligatoria.
18. Como faro
resplandeciente, la ley moral debe con los rayos de sus principios dirigir la
ruta de la actividad de los hombres y de los Estados, los cuales habrán de
seguir sus amonestadoras, saludables y provechosas indicaciones si no quieren
condenar a la tempestad y al naufragio todo trabajo y esfuerzo para
establecer un orden nuevo. Resumiendo, pues, y completando lo que eh otras
ocasiones Nos ya hemos expuesto, insistimos también ahora sobre algunos
presupuestos esenciales de un orden internacional que, asegurando a todos los
pueblos una paz justa y duradera, sea fecundo en bienestar y prosperidad.
19. 1º) En el campo de
un nuevo orden fundado sobre los principios morales no hay lugar para la
lesión de la libertad, de la integridad y de la seguridad de otras naciones,
cualquiera que sea su extensión territorial o su capacidad defensiva. Si es
inevitable que los grandes Estados, por sus mayores posibilidades y su
poderío, tracen el camino para la constitución de grupos económicos entre
ellos y las naciones más pequeñas y más débiles, es, sin embargo,
indiscutible —como para todos, en el marco del interés general— el derecho de
éstas al respeto de su libertad en el campo político, a la eficaz guarda de
aquella neutralidad en los conflictos entre los Estados que les corresponde
según el derecho natural y de gentes, a la tutela de su propio desarrollo
económico, pues tan sólo así podrán conseguir adecuadamente el bien común, el
bienestar material y espiritual del propio pueblo.
20. 2º) En el campo de
un nuevo orden fundado sobre principios morales no hay lugar para la opresión
abierta o encubierta de las peculiaridades culturales y lingüísticas de las
minorías nacionales, para la obstaculización o reducción de su propia
capacidad económica, para la limitación o abolición de su natural fecundidad.
Cuanto más a conciencia respete la autoridad competente del Estado los
derechos de las minorías, tanto más seguramente y eficazmente podrá exigir de
sus miembros el leal cumplimiento de los deberes civiles comunes a los demás
ciudadanos.
21. 3º) En el campo de
un nuevo orden fundado sobre principios morales no hay lugar para los
estrechos cálculos egoístas, que tienden a acaparar para si las fuentes
económicas y las materias de uso común; de forma que las naciones menos
favorecidas por la naturaleza queden excluidas. A este propósito, nos sirve
de gran consolación ver cómo se afirma la necesidad de una participación de
todos en los bienes de la tierra, afirmación sostenida aun por aquellas
naciones que en la realización de este principio pertenecerían a la categoría
de aquellos «que dan»y no a la de aquellos «que reciben». Pero la equidad
exige que una solución de esta cuestión, decisiva para la economía del mundo,
se logre metódica y progresivamente con las necesarias garantías y aproveche
la lección de los errores y de las omisiones del pasado. Si en la futura paz
no se llegase a afrontar animosamente este punto, quedaría en las relaciones
entre los pueblos una honda y vasta raíz que sería fuente de amargas
desigualdades y exasperantes envidias, que terminarían conduciendo a nuevos
conflictos. Pero es necesario hacer notar cómo la solución satisfactoria de
este problema se halla estrechamente unida con otra base fundamental del
nuevo orden, de la que hablamos en el punto siguiente.
22. 4º) En el campo de
un nuevo orden fundado sobre los principios morales no hay lugar —una vez
eliminados los focos más peligrosos de conflictos armados— para una guerra
total ni para una desenfrenada carrera de armamentos. No se debe permitir que
la tragedia de una guerra mundial, con sus ruinas económicas y sociales y sus
aberraciones y perturbaciones morales, caiga por tercera vez sobre la
humanidad. Y para que esta quede protegida de tal azote, es necesario que con
seriedad y honradez se proceda a una limitación progresiva y adecuada de los
armamentos. El desequilibrio entre un exagerado armamento de los Estados
poderosos y el deficiente armamento de los Estados débiles crea un peligro
para la conservación de la tranquilidad y de la paz de los pueblos y aconseja
descender a un limite amplio y proporcionado en la fabricación y en la
posesión de armas ofensivas.
23. Después, conforme
a la medida en que se realice el desarme, habrán de establecerse medios
apropiados, honrosos para todos y eficaces, para devolver a la norma pacta
sunt servanda, «los pactos deben ser observados», la función vital y
moral que le corresponde en las relaciones jurídicas entre los Estados. Esta
norma, que ha sufrido en el pasado crisis preocupantes e innegables
infracciones, ha experimentado contra sí una desconfianza casi incurable
entre los diversos pueblos y los respectivos gobernantes. Para que la
recíproca confianza renazca, deben surgir instituciones que, ganándose el
respeto general, se dediquen al nobilísimo oficio de garantizar el sincero
cumplimiento de los tratados y de promover, según los principios del derecho
y de la equidad, las oportunas correcciones o revisiones.
24. No se nos oculta
el cúmulo de dificultades que habrán de superarse y la casi sobrehumana
fuerza de buena voluntad exigida a todas las partes para que se pongan de
acuerdo en dar una feliz solución a la doble empresa aquí propuesta. Pero
esta labor común es tan esencial para una paz duradera, que nada debe retraer
a los hombres de Estado responsables de emprenderla y de cooperar a ella con
las fuerzas de una buena voluntad que, mirando el bien futuro, venza los
dolorosos recuerdos de las tentativas que fracasaron en el pasado y no se
amilane al advertir el gigantesco esfuerzo que se requiere para tal obra.
25. 5º) En el campo de
un nuevo orden fundado sobre principios morales no hay lugar para la
persecución de la religión y de la Iglesia. De una fe viva en un Dios
personal y trascendente surge necesariamente una clara y resistente energía
moral que informa todo el curso de la vida; porque la fe no es sólo una
virtud, sino la puerta divina por la cual entran en el templo del alma todas
las virtudes y se forma aquel carácter fuerte y tenaz que jamás vacila en los
cimientos de la razón y de la justicia. Esto es siempre verdad; pero mucho
más ha de resplandecer cuando lo mismo al hombre de Estado que al último de
los ciudadanos se les exige el máximo de valor y de energía moral para
reconstruir la nueva Europa y un mundo nuevo sobre las ruinas que el
conflicto mundial, con su violencia, con el odio y con la división de los
espíritus, ha acumulado. En cuanto a la cuestión social en particular, que al
terminar la guerra se presentará mucho más aguda, nuestros predecesores y Nos
mismo hemos señalado las normas de solución, las cuales, sin embargo,
conviene considerar que solamente podrán observarse en su integridad y ser
plenamente eficaces cuando los hombres de Estado y los pueblos, los patronos
y los obreros, estén animados por la fe en un Dios personal, legislador y
juez supremo, a quien deben responder de sus acciones. Porque, mientras la
incredulidad que se enfrenta con Dios, ordenador del universo, es el más
peligroso enemigo de un justo orden nuevo, todo hombre, en cambio, que cree
en Dios, es un poderoso defensor y paladín de ese orden. Quien tiene fe en
Cristo, en su divinidad, en su ley, en su obra de amor y de hermandad entre
los hombres, aportará elementos particularmente preciosos para la
reconstrucción social; con mayor razón los aportarán a ésta los hombres de
Estado si se muestran dispuestos a abrir las puertas y a allanar el camino a
la Iglesia de Cristo para que, libre y sin trabas; poniendo sus energías sobrenaturales
al servicio de la inteligencia entre los pueblos y de la paz, pueda cooperar
con su celo y con su amor al inmenso trabajo de restañar las heridas de la
guerra.
26.Nos resulta por
esto inexplicable que, en algunas regiones, múltiples disposiciones
obstaculicen el camino al mensaje de la fe cristiana, mientras conceden
amplio y libre paso a una propaganda que la combate. Substraen la juventud a
la bienhechora influencia de la familia cristiana y la alejan de la Iglesia;
la educan en un espíritu contrario a Cristo, instilándole ideas, máximas y
prácticas anticristianas; hacen difícil e incluso perturban la obra de la
Iglesia en la cura de almas y en las obras de beneficencia; desconocen y
rechazan su influjo moral sobre el individuo y la sociedad; determinaciones
todas que, lejos de haberse mitigado o de haber sido abolidas en el curso de
la guerra, todavía en no pocos aspectos se han ido exasperando más duramente.
Que todo esto, y más aún, pueda continuar en medio de los sufrimientos del
momento presente, es un triste síntoma del espíritu con que los enemigos de
la Iglesia imponen a los fieles, en medio de tantos otros sacrificios no
ligeros, también el peso angustioso de una amarga ansiedad que oprime las
conciencias.
27. Nos amamos, Dios
nos es testigo, con igual afecto a todos los pueblos sin excepción alguna; y
para evitar aun la sola apariencia de que nos mueva espíritu partidista, nos
hemos impuesto hasta ahora la máxima reserva; pero las disposiciones contra
la Iglesia y los fines que se proponen son tales, que nos sentimos obligados,
en nombre de la verdad, a pronunciar una palabra incluso para evitar que aun
entre los mismos fieles pueda surgir algún extravío.
28. Nos miramos hoy,
amados hijos, al Hombre-Dios, nacido en una cueva para levantar de nuevo al
hombre a aquella grandeza de la que había caído por su culpa, para volverlo a
colocar en el trono de libertad, de justicia y de honor que los siglos de los
dioses falsos le habían negado. El fundamento de aquel trono será el
Calvario; su ornamento no será el oro o la plata, sino la sangre de Cristo,
sangre divina que hace veinte siglos corre por el mundo y tiñe de púrpura las
mejillas de su Esposa, la Iglesia, y, purificando, consagrando, santificando,
glorificando a sus hijos se convierte en luz del cielo.
29. ¡Oh Roma
cristiana!, esa sangre es tu vida; por esa sangre tú eres grande e iluminas
con tu grandeza aun los restos y las ruinas de tu grandeza pagana, y
purificas y consagras los códigos de la sabiduría jurídica de los pretores y
de los césares! ¡Tú eres madre de una justicia más alta y más humana, que te
honra a ti misma, a tu cátedra y a quien te escucha! ¡Tú eres faro de
cultura, y la civilizada Europa y el mundo te deben cuanto de más sacro y de
más santo, cuanto de más sabio y más virtuoso realza a los pueblos y
embellece su historia! ¡Tú eres madre de caridad: tus fastos, tus monumentos,
tus hospitales, tus monasterios y tus conventos, tus héroes y tus heroínas,
tus heraldos y tus misioneros, tus épocas y tus siglos, con sus escuelas y
sus universidades, ponen de relieve los triunfos de tu caridad, que todo lo
abraza, todo lo sufre, todo lo espera, todo lo realiza por hacerse toda para
todos, para consolar y aliviar a todos, para sanar a todos y llamarlos a la
libertad dada al hombre por Cristo, y tranquilizar a todos con aquella paz
que hermana a los pueblos y que de todos los hombres, bajo cualquier cielo,
cualquier lengua y costumbre que los separan, hace una sola familia, y del
mundo una patria común!
30. Desde esta Roma,
centro, roca y maestra del cristianismo, ciudad eterna en el tiempo más por
Cristo que por los césares, Nos, movido por el deseo ardiente y vivísimo del
bien de cada uno de los pueblos y de toda la humanidad, a todos dirigimos
nuestra palabra, rogando y conjurando que no se retrase el día en que en
todos los lugares donde la hostilidad contra Dios y su Cristo arrastra hoy a
los hombres a su ruina temporal y eterna prevalezcan mayores conocimientos
religiosos y nuevos ideales; el día en que sobre la cuna del nuevo
ordenamiento de los pueblos resplandezca la estrella de Belén, anunciadora de
un nuevo espíritu que mueva a cantar a los ángeles Gloria in excelsis Deo,
y a proclamar ante todas las gentes, como don al fin otorgado por el cielo, pax
hominibus bonae voluntatis (Lc 2, 14). Después que haya amanecido
la aurora de aquel día, ¡con qué gozo naciones y gobernantes, libre ya el
espíritu de los temores de amenazas y de renovación de conflictos,
transformarán las espadas, desgarradoras de pechos humanos, en arados que
surquen, bajo el sol de la bendición divina, el fecundo seno de la tierra
para arrancarle un pan, bañado, sí, con sudores, pero nunca más con sangre y
lágrimas!
31. Con esta esperanza
y con esta anhelante oración en los labios, enviamos nuestro saludo y nuestra
bendición a todos nuestros hijos del universo entero. Descienda nuestra
bendición más efusiva sobre todos cuantos —sacerdotes, religiosos y seglares—
sufren penas y angustias por su fe; descienda también sobre aquellos que, aun
sin pertenecer al cuerpo visible de la Iglesia católica, nos son allegados
por la, fe en Dios y en Jesucristo y están acordes con Nos sobre el
ordenamiento y los fines fundamentales de la paz; descienda con particular
latido de afecto sobre cuantos, gimen en la tristeza y en la dura angustia de
los sufrimientos de esta hora. Sea escudo para cuantos militan bajo las
armas; medicina para los enfermos y heridos; consuelo para los prisioneros,
para los expulsados de su tierra nativa, para los alejados del hogar
doméstico, para los deportados a tierras extrañas, para los millones de
desgraciados que luchan en todo momento contra los espantosos mordiscos del
hambre. Sea bálsamo para todo dolor y desventura; sea sostén y consuelo para
todos los desgraciados y necesitados, que esperan una palabra amiga que les
derrame en sus corazones fuerza, valor, dulzura de compasión y de ayuda
fraterna. Descanse, por último, nuestra bendición sobre aquellas almas y
aquellas manos piadosas que, con inagotable y generoso sacrificio, nos han proporcionado
medios con que suplir la deficiencia de los nuestros para enjugar las
lágrimas, suavizar la pobreza de muchos, especialmente de los más pobres y
abandonados entre las víctimas de la guerra, haciendo experimentar de esta
suerte cómo la bondad y la benignidad de Dios, cuya suma e inefable
revelación es el Niño del pesebre, que con su pobreza nos quiso hacer ricos,
no cesan jamás, en el sucederse de los tiempos y de las des gracias, de ser
vivas y operantes en la Iglesia.
A todos impartimos con
profundo amor paternal de la plenitud de nuestro corazón la bendición
apostólica.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario