viernes, 3 de noviembre de 2017

Arendt filosofía política totalitarismo


Síntesis del artículo de Hannah Arendt: De la naturaleza del totalitarismo. Ensayo de comprensión.
        
         “Para combatir el totalitarismo se necesita comprender una sola cosa: el totalitarismo es la más radical negación de la libertad”.
         “El descubrimiento de Montesquieu de que cada forma de gobierno tiene su propio principio inherente, el cual pone en movimiento al gobierno y orienta todas sus acciones, entraña gran relevancia. No sólo este principio de motivación guarda estrecha relación con la experiencia histórica (siendo el honor, obviamente, el principio de la monarquía medieval basada en la nobleza, como la virtud era el principio de la República romana), sino que en cuanto principio de movimiento, introducía la historia y el proceso histórico en estructuras de gobierno que, tal como los griegos las descubrieron y definieron, se concebían como inmóviles e inamovibles.
         Los principios que mueven y guían según Montesquieu -la virtud, el honor, el miedo- eran principios en la medida en que regían tanto la acción del gobierno como las acciones de los gobernados. El miedo en la tiranía no es sólo el de los súbditos respecto del tirano, sino asimismo el miedo del tirano respecto de sus súbditos. Miedo, honor y virtud no son meramente motivos psicológicos, sino los propios criterios según los cuales se dirige y juzga toda la vida pública. (…) (Montesquieu) analiza la vida pública de los ciudadanos, no la privada de las personas y descubre que en esta vida pública (…) la acción se determina por ciertos principios. Si se desatienden estos principios y dejan de tenerse por válidos los criterios específicos de comportamiento, las propias instituciones políticas corren peligro.
         Bajo la distinción de Montesquieu entre la naturaleza del gobierno (lo que le hace ser lo que es << Kant: dos estructuras básicas de gobierno: el gobierno republicano, basado en la separación de poderes, incluso si hay un príncipe a la cabeza del Estado; y el gobierno despótico, en que los poderes de legislar, aplicar las leyes y juzgar no están separados>>) y el principio que lo mueve o guía (lo que lo pone en movimiento mediante acciones <<miedo, honor y virtud) yace otra diferencia; y se trata del hombre como ciudadano y el hombre como individuo>>. (…) El pensamiento político moderno suele afrontar este problema como el de la distinción entre vida pública y vida privada. (…) los gobiernos totalitarios pretenden haber solucionado ambos. La distinción y el dilema entre política exterior y política doméstica se resuelve con la pretensión de dominio universal… la pretensión de dominio universal es idéntica a la pretensión de establecer una nueva ley sobre la Tierra que sea universalmente válida. Para la mente totalitaria, toda la política exterior se disfraza, en consecuencia, de política doméstica, y todas las guerras en el extranjero son, de hecho, guerras civiles. Por su parte, la distinción y el dilema entre ciudadano e individuo, con las perplejidades que acompañan a la dicotomía entre vida pública y vida personal, quedan eliminados con la pretensión totalitaria a una dominación total del hombre.
         La distinción entre el ciudadano y el individuo se vuelve un problema tan pronto como se toma conciencia de la discordancia entre la vida pública, en que soy un ciudadano como todos los demás ciudadanos, y la vida personal, en que soy un individuo distinto de todos los demás.
         La ley en todas las formas constitucionales de gobierno determina y provee el suum cuique: por medio de él todos y cada uno reciben lo que es suyo.
         La regla del suum cuique nunca se extiende, sin embargo, a todas las esferas de la vida. No existe que pudiera determinarse y proporcionarse a los individuos en sus vidas personales. El hecho mismo de que en todas las sociedades libres todo lo que no está explícitamente prohibido está permitido, revela esta situación con claridad. La ley define los límites de la vida personal, pero no puede tocar lo que ocurra dentro de ellos.
         El fenómeno de la correspondencia entre las distintas esferas de la vida y el milagro de la unidad de la culturas y períodos pese a las discrepancias y contingencias, indica que a la base de cada entidad histórica o cultural hay un suelo común que es a la vez fundamento y fuente, soporte y origen.
         1.-El suelo común en el que arraigan las leyes de una monarquía y del que brotan las acciones de sus súbditos lo define Montesquieu como la distinción; e identifica el honor, el principio-guía supremo en una monarquía, con el correspondiente amor a la distinción.
         2.-La experiencia fundamental en que se fundan las leyes republicanas y que brota la acción de sus ciudadanos es la experiencia de vivir junto con y en pertenencia a un grupo de hombres igualmente poderosos. Las leyes que regulan las vidas de los ciudadanos republicanos no están al servicio de la distinción; antes bien, restringen el poder de cada uno a fin de hacer sitio al poder de su congénere.
         3.-Montesquieu no acertó a indicar cuál era el suelo común en las tiranías de la estructura y la acción. Hannah, viendo esta laguna, intenta descubrir dicho suelo a partir de otros descubrimientos del propio Montesquieu:
-el Temor es el principio que en la tiranía inspira la acción; guarda relación con la Angustia que se experimenta cuando se está en plena soledad.
-La dependencia e interdependencia de que precisamos en orden a hacer realidad nuestro poder se vuelve una fuente de desesperación siempre que, en la completa soledad, nos percatamos de que un hombre solo no tiene ningún poder en absoluto, sino que siempre lo abruma y derrota un poder superior.
-El miedo como principio de acción es en cierto sentido una contradicción en los términos, ya que el miedo, en cuanto distinto de los principios de virtud y honor, no tiene poder para autotrascenderse y por ello es antipolítico.
-El miedo como principio de acción sólo puede ser destructivo o, en palabras de Montesquieu, autodestructivo.
La tiranía es, por ello, la única forma de gobierno que porta en sí los gérmenes de su destrucción.
         De este modo, el suelo común sobre el que puede erigirse la ausencia de legalidad y del que brota el miedo es impotencia que sienten todos los hombres que están radicalmente aislados. Un hombre que se enfrenta a todos los demás.
         De la convicción de la impotencia propia y del miedo al poder de todos los otros, surge la voluntad de dominar, que es la voluntad del tirano. Justo como la virtud es amor a la igualdad de poder, así el miedo es realmente la voluntad de poder o, en su forma pervertida, el ansia de poder. Dicho en términos concretos políticos, no existe más voluntad de poder que la voluntad de dominar.
         La tiranía, basada en la impotencia esencial de todos los hombres que están solos, es la tentativa, hybris de ser como Dios, con una investidura individual del poder en completa soledad.
         Estas tres formas de gobierno -monarquía, republicanismo, tiranía- son auténticas porque los suelos sobre los que se levantan sus estructuras (la distinción de cada uno, la igualdad de todos, la impotencia) y de los que brotan sus principios de movimiento son elementos genuinos de la condición humana y reflejan experiencias humanas primarias.
         El Totalitarismo es una realidad nueva, de la que Montesquieu no tenía ni idea; Arendt se pregunta si tiene éste un suelo igualmente genuino en la condición humana.
Totalitarismo:
         A la hora de poder comprender el fenómeno totalitarista apunta Arendt:  La precisión científica no tolera ninguna comprensión que vaya más allá de los estrechos límites de la escueta facticidad, y por esta arrogancia ha pagado un alto precio, ya que las salvajes supersticiones del siglo XX, revestidas de un cientificismo embaucador, empezaron a suplir sus deficiencias. Hoy, la necesidad de comprender ha crecido hasta hacerse desesperada, y da al traste con las pautas, no sólo de la comprensión sino de la pura precisión científica, así como la honestidad intelectual.
         La comprensión, hasta el momento de la aparición de los totalitarismos, se dividía entre:
                   -Gobierno legal: constitucional o republicano.
                   -Gobierno ilegal: arbitrario o tiránico.
         El totalitarismo aparece siendo, por una parte, como ilegal, en la medida en que desafía a la ley positiva; pero por otro lado, no es arbitrario, puesto que obedece con estricta lógica y ejecuta con escrupulosa compulsión las leyes de la Historia o de la Naturaleza.
         Diferencia fundamental entre la concepción totalitaria de la ley y toda otra concepción. Es verdad que Naturaleza o Historia, en cuanto fuente de autoridad de las leyes positivas, podían en la perspectiva tradicional revelarse al hombre, ya como lumen naturale en la ley natural, ya como voz de la conciencia en la ley religiosa revelada históricamente. Pero esto difícilmente hacía de los seres humanos encarnaciones vivientes de tales leyes. Las acciones humanas eran cambiantes, las leyes positivas también, pero éstas últimas recibían su permanencia relativa de lo que era la presencia atemporal de sus fuentes de autoridad.
         En el totalitarismo, todas las leyes se vuelven, en cambio, leyes de movimiento. La Naturaleza o la Historia ya no son fuentes estabilizadoras de autoridad para las leyes que gobiernan las acciones de los hombres mortales, sino que ellas mismas son movimientos.
         Historia y Naturaleza = Movimiento; no son permanentes.
-En la base de la creencia de los nazis en las leyes raciales yace la idea darwiniana del hombre como producto más o menos accidental de la evolución natural (evolución que no se detiene necesariamente en la especie de los seres humanos tal como los conocemos).
-En la base de la creencia de los bolcheviques en las clases sociales yace la noción marxista del hombre como el producto de un gigantesco proceso histórico que se está acelerando hacia el fin del tiempo histórico, o sea, un proceso que tiende a abolirse a sí mismo.
         El término mismo de “ley” ha cambiado de significado; de denotar el marco de estabilidad en el seno del cual las acciones humanas debían tener lugar, y se permitía que tuvieran lugar, se ha convertido en la pura expresión de estos movimientos en sí mismos.
         Las ideologías del racismo y del materialismo dialéctico trasformaron la Naturaleza y la Historia, de suelos firmes que soportan la vida y acción humanas, en fuerzas supragigantescas, cuyos movimientos atraviesan a la humanidad, arrastrando consigo a todos los individuos, tanto si quieren como si no quieren -tanto si se suben al carro triunfante como si caen aplastados bajos sus ruedas-.  Con la eliminación de los individuos dañinos o superfluos, el movimiento, el movimiento natural o histórico se alza de sus propias cenizas como el fénix; pero a diferencia del pájaro fabuloso, esta humanidad que es la meta y al mismo tiempo encarnación del movimiento, sea de la Historia como de la Naturaleza, requiere de sacrificios permanentes, de la permanente eliminación de las clases o las razas hostiles, parásitas o insanas, en orden a realizar así su sangrienta eternidad.
         Si la ley es la esencia del gobierno constitucional o republicano, el terror es la esencia del gobierno totalitario.
         Las leyes se establecieron para ser límites y mantenerse estables, permitiendo a los hombres moverse en su interior; bajo condiciones totalitarias, por el contrario, se disponen todos los medios para estabilizar a los hombres, para hacer a los hombres estáticos, a fin de prevenir todo acto imprevisto, libre o espontáneo, que pueda obstaculizar el libre curso del terror.
         La propia ley del movimiento, Naturaleza o Historia, señala a los enemigos de la Humanidad. Los gobernantes no aplican leyes, sino que ejecutan ese movimiento de acuerdo con la ley que le es inherente; no pretenden ser justos ni sabios, sino conocer científicamente.
         El terror congela a los hombres para abrir paso al movimiento de la Naturaleza o de la Historia. Elimina a los individuos en aras de la especie, sacrifica a los hombres en aras de la humanidad.
         El terror sustituye los límites y canales de comunicación entre los hombres individuales por un anillo de hierro que los presiona a todos ellos tan estrechamente, unos contra otros, que es como si los fundiese, como si fuesen un solo hombre. El terror, el siervo fiel de la Naturaleza o de la Historia y el ejecutor omnipresente de su movimiento prefijado, fabrica la unidad de todos los hombres al abolir los límites de la ley que proporcionan el espacio vital para la libertad de cada individuo. El terror totalitario no coarta todas las libertades ni abole ciertas libertades esenciales; el terror totalitario, sencilla e implacablemente, presiona unos contra otros a todos los hombres tal como son, de modo que desaparezca el espacio mismo de la acción libre.
         La humanidad, al ser organizada de tal manera que marche con el movimiento de la Naturaleza o Historia, como si todos los hombres fuesen un solo hombre, acelera el movimiento automático de la Naturaleza o la Historia hasta una velocidad que nunca podría alcanzar por sí sola. En términos prácticos, esto significa que en todos los casos el terror ejecuta en el acto las sentencias a muerte que la Naturaleza ha pronunciado ya sobre razas e individuos no aptos, o que la Historia ha declarado ya para clases e instituciones moribundas, sin tener que esperar a la eliminación más lenta y menos eficiente que de todos modos iba presumiblemente a producirse.
         El gobierno totalitario existe únicamente en la medida en que se mantiene en constante movilidad. Mientras el dominio totalitario no haya conquistado todo el orbe y, con el anillo de hierro del terror, fundidos todos los individuos humanos en una humanidad, el terror, en su doble función, como esencia del gobierno y como principio no de acción sino de movimiento, no puede quedar plenamente realizado.
         Le estrecha relación de los gobiernos totalitarios con el régimen despótico es muy evidente. Sin embargo, hay grandes diferencias:
         1.-La tiranía y el totalitarismo ejercen violencia, pero en la tiranía una vez que han ocupado el poder y controlan a la población, relajan las técnicas terroríficas, mientras que en el totalitarismo las técnicas terroríficas no cesan nunca.
         2.-En la tiranía y en el totalitarismo todo el poder se concentra en una sola persona, el cual usa este poder de manera que hace a todos los demás hombres absoluta y radicalmente impotentes.  La diferencia reside en que, mientras cualquier tirano desea ser la única cabeza de la humanidad, sabe que esto no es posible (ejemplo Nerón), el líder totalitario (Hitler y Stalin), por el contrario, se siente como la sola y única cabeza de toda la raza humana: le preocupa la oposición política sólo en la medida en que hay que borrarla del mapa antes de que él pueda dar comienzo a su régimen de dominación total. Su propósito último no es la tranquilidad de su propio régimen, sino la imitación, en el caso de Hitler, o la interpretación, en el caso de Stalin, de las leyes de la Naturaleza o de la Historia. Pero estas leyes son leyes en movimiento que requieren de una constante movilidad, lo que por definición hace imposible el relajado disfrute de los frutos de la dominación, ese gozoso tiempo de los honores en el mandato del tirano (que fijaba al mismo tiempo los límites más allá de los cuales el tirano no tenía mayor interés en ejercer su poder).
                   2.1.-Hannah cita aquí, y aplica indistintamente a Hitler como a Stalin, el principio del nacionalsocialismo en la organización del Estado, Führerprinzep, según el cual el líder dotado de legitimación personal o plebiscitaria tiene potestad plena de nombrar a todos los demás dirigentes y cargos, que a su vez ejercen la misma competencia sobre sus subordinados. Contrario a las formas y equilibrios democráticos, pero equiparado a una ley de la naturaleza, debía extenderse a todas las áreas de la organización social.
         3.-En agudo contraste con el tirano, el dictador totalitario no se cree un agente libre con poder para ejecutar su voluntad arbitraria, sino que más bien se cree el ejecutor de leyes que están por encima de él.
         El gobierno totalitario, si tiene poco que ver con las antiguas tiranías, menos tiene que ver con las dictaduras recientes:
         1-.Las dictaduras de partido único, sean fascistas o comunistas, no son totalitarias.
         2.-Ni Lenin, ni Mussolini, ni Franco fueron totalitarios:
                   2.1.-Lenin: revolución de partido único cuyo poder descansaba en la burocracia (Tito sería igual).
                   2.2.-Mussolini: un nacionalista adorador del Estado con aspiraciones nacionalistas.
                   2.3.-Franco: es definido por Hannah como un dictador militar corriente, con la ayuda y con las restricciones que le impone la Iglesia Católica.
         En los Estados Totalitarios, ni el Ejercito, ni la Iglesia, ni la Burocracia estuvieron nunca en una posición de ejercer el poder o de restringirlo; todo poder ejecutivo está en manos de la policía secreta (o de las formaciones de élite, que, como muestra el caso de la Alemania nazi y la historia del partido bolchevique, más pronto o más tarde son incorporadas a la policía secreta). En los Estados totalitarios, no se deja intacto a ningún grupo o institución del país, no ya porque tengan que “sin-tonizarse” con el régimen en el poder y apoyarlo hacia el exterior -lo que ya es bastante malo-, sino porque a largo plazo se supone que literalmente no han de sobrevivir.
         El totalitarismo no es explicable a partir de la situación histórica concreta ni de Alemania ni de Rusia, pues ambas se encontraban en circunstancias muy distintas una de otra y, sin embargo, ambas desarrollaron el mismo tipo de totalitarismo. (En Alemania comienza el totalitarismo a partir de 1938 y Rusia se hizo plenamente totalitaria después de los Procesos de Moscú).
         El totalitarismo, tal como hoy lo conocemos en sus versiones bolchevique y nazi, se desarrolló a partir de dictaduras de partido único que, igual que otras tiranías, emplearon el terror como medio para establecer un desierto de desamparo y soledad. Una vez alcanzada la famosa paz de los cementerios, el totalitarismo, sin embargo, no se dio por satisfecho, sino que, de golpe y con renovado vigor, convirtió el instrumento del terror en una ley objetiva de movimiento. El miedo, por otra parte, carece de objeto cuando la selección de las víctimas es ahora completamente independiente de toda referencia a las acciones o pensamientos del individuo.
         La tiranía totalitaria carece de precedentes en tanto en cuanto funde juntas a las personas en un desierto de aislamiento y atomización y a continuación introduce un gigantesco movimiento en la paz del cementerio.
         Ningún principio de acción del reino de las acciones humanas -tales como la virtud (república), el honor (monarquía), el miedo (tiranía)- es necesario ni podría usarse para poner en movimiento un cuerpo político cuya esencia es la movilidad vehiculada por el terror.
         El totalitarismo descansa sobre un nuevo principio que, como tal, exime por entero de la acción humana en cuanto acciones libres, y sustituye hasta el deseo y voluntad de actuar por el ansia y la necesidad de penetrar con evidencia en las leyes del movimiento conforme a las que funciona el terror. Los seres humanos a los que se atrapa o arroja al proceso de la Naturaleza o de la Historia por mor de acelerar su movimiento, sólo pueden devenir o los ejecutores o las víctimas de su ley inherente. De acuerdo con esta ley, quienes hoy eliminan a “las razas o individuos no aptos” o a “las clases moribundas y pueblos decadentes” pueden ser quienes mañana, por idénticas razones, deban ser ellos mismos sacrificados. Por tanto, lo que el régimen totalitario necesita es, en lugar de un principio de acción, un medio de preparar a los individuos igualmente bien para el papel de ejecutor y para el papel de víctima. Esta doble preparación, sustituto del principio de acción, es la IDEOLOGÍA.
3
         Las ideologías, únicamente en manos del nuevo tipo de gobiernos totalitarios llegan a convertirse en el motor que dirige la acción política, y esto en el doble sentido de que las ideologías determinan las acciones políticas del gobernante y las hacen tolerables a la población gobernada. Llamo ideologías en este contexto a todos los ismos que pretenden haber encontrado la clave explicativa de todos los misterios de la vida y del mundo.
         Las ideologías son sistemas de explicación de la vida y del mundo que pretende explicarlo todo, el pasado y el futuro, sin necesidad de ulterior contrastación con la experiencia efectiva.
         La desconexión de la realidad presagia la conexión entre ideología y terror. Esta conexión no sólo hace del terror una característica omniabarcante del gobierno totalitario, en el sentido en que se dirige por igual a todos los miembros de la población sin importar su culpabilidad o inocencia, sino que es también la condición misma de su permanencia. El pensamiento ideológico, en la medida en que es independiente de la realidad que existe, mira toda facticidad como siendo fabricada, con lo que desconoce ya todo criterio fiable para distinguir la verdad de la falsedad. Si no es verdad que todos los judíos son mendigos sin pasaporte -decía Das Schwarze Korps, por ejemplo-, nosotros cambiaremos los hechos de manera tal que esta afirmación se vuelva verdadera. Que un hombre con el nombre de Trosky fue en un tiempo el jefe del Ejército Rojo dejará de ser verdad cuando los bolcheviques tengan el poder global de cambiar todos los textos de historia.
         La cuestión radica en que la coherencia ideológica, que reduce todas las cosas a un solo factor que lo domina todo, entra siempre en conflicto con la incoherencia del mundo, por una parte, y con la impredecibilidad de las acciones humanas, por otra. El terror es necesario para prestar coherencia al mundo y mantenerlo coherente; para dominar a los seres humanos ese extremo en que ellos pierden, con su espontaneidad, también la impredecibilidad de pensamiento y de acción que es específica del hombre.
         Ni Stalin ni Hitler añadieron un solo pensamiento nuevo a, respectivamente, el socialismo o el racismo; pero sólo en sus manos estas ideologías llegaron a ser algo mortalmente serio.
         A diferencia de otros racistas, los nazis no es tanto que creyeran en la verdad del racismo cuanto que aspiraban a transformar el mundo en una realidad racial.
         Un cambio similar en la función de la ideología se produjo cuando Stalin sustituyó la dictadura socialista revolucionaria de la Unión Soviética por un régimen totalitario de cuerpo entero. El hecho de que en la Unión Soviética después de la Revolución de Octubre surgieran nuevas clases sociales, fue, sin duda, un revés para la teoría socialista, según la cual al levantamiento violento debía haber seguido la gradual desaparición de las estructuras de clase. Cuando Stalin se embarcó en sus políticas de purgas asesinas con el fin de establecer una sociedad sin clases a través de la exterminación regular de todos los estratos sociales que podían devenir clases, él estaba haciendo realidad la creencia ideológica socialista acerca de las clases moribundas.
         Los grandes obstáculos para el totalitarismo es la condición impredecible del hombre, de una parte, y la curiosa incoherencia del mundo de los hombres, de la otra. Precisamente porque las ideologías son en sí mismas asuntos de opinión más que asuntos de verdad, la libertad humana de cambiar de parecer resulta un peligro grande. Si el hombre ha de encajar en el mundo ficticio, determinado ideológicamente, del totalitarismo, se necesita, por tanto, no mera opresión, sino la total y fiable dominación del hombre.
         La pretensión de conquista universal, inherente al concepto comunista de revolución mundial, como lo era así mismo al concepto nazi de una raza de señores (Nietzsche?). El peligro real es el hecho de que el mundo ficticio y patas arriba del régimen totalitario no puede sobrevivir indefinidamente si el mundo exterior entero no adopta un sistema similar, permitiendo así que toda la realidad se vuelva un todo coherente, no amenazado ni por la impredecibilidad subjetiva del hombre ni por la cualidad contingente del mundo de los hombres, que siempre deja algún espacio a lo accidental. Para el totalitarismo, toda guerra con otro país es una guerra civil.
         Hay una creencia compartida por todos los totalitarismos: la creencia en la omnipotencia del hombre y al mismo tiempo en lo superfluo de los hombres; es la creencia de que todo está permitido y, mucho más terrible, de que todo es posible.
         Para los totalitarios, la verdad como expresión de la realidad pierde valor, pues subyace la creencia de que la ideología devendrá verdadera, sea ella verdadera o no. Las mentiras que los movimientos totalitarios inventan para cada ocasión, así como las falsificaciones cometidas por los regímenes totalitarios, son secundarias respecto de esta actitud fundamental que excluye la dimensión misma entre verdad y falsedad.
         Por la coherencia falaz del mundo, antes que por afán de poder o por cualquier otro vicio humano comprensible, es por lo que el totalitarismo requiere dominación total e imperio universal, y por lo que está dispuesto a cometer crímenes que no tienen precedentes en la larga y pecaminosa historia de la humanidad.
         Podemos decir que en los gobiernos totalitarios la ideología sustituye al principio de acción de Montesquieu.
         Los dos totalitarismos en cuestión tomaron ideologías que sabían eran portadoras de la capacidad de poner en movimiento a las masas.
         Arendt ha observado cómo la masa se ha cambiado de chaqueta rápida e indistintamente.
         Tras estas reflexiones, Hannah descubre que lo que hace que las masas se pongan en movimiento no es el contenido de una u otra ideología, sino la estructura lógica de la ideología en cuanto tal, independientemente del contenido.
         Las ideologías hacen que la masa se emancipe de la realidad y de la conmoción de lo real prometiéndole un paraíso ilusorio en que todo se sabe a priori, el paso siguiente, si es que no ha sucedido ya, apartará a estas gentes del contenido de su paraíso; y ello no para hacerlas más sabias, sino para extraviarlas más en el yermo de las deducciones y las conclusiones de mera abstracción lógica. Si uno acepta una ideología queda enredado en sus razonamientos, en las consecuencias lógicas de los planteamientos de la ideología asumida como propia.
         Sólo individuos aislados pueden ser dominados totalmente. Hitler fue capaz de construir su organización sobre el suelo firme de una sociedad atomizada, que él entonces atomizó artificialmente todavía más. Para alcanzar los mismos resultados, Stalin necesitó la sangrienta exterminación de los campesinos, el desarraigamiento de los trabajadores, las purgas repetida en la maquinaria administrativa y burocrática del partido.
         Con los términos “sociedad atomizada” e “individuos aislados” significamos un estado de cosas en que las personas viven juntas sin tener nada en común, sin compartir ningún ámbito visible y tangible del mundo. Arendt pone como ejemplo los habitantes de un bloque de pisos, que comparten el bloque, pero no tienen nada que ver unos con otros, salvo que comparten el mismo edificio; así, nosotros nos volvemos un grupo social, una nación, etc…, en virtud de las instituciones políticas y legales que proporcionan a nuestro vivir-juntos en general todos los canales normales de comunicación. E igual que los inquilinos de los apartamentos quedarían aislados unos de otros si por alguna razón el edificio les es retirado, así el único destino gigantesco, masivo, de nuestro tiempo, del que todos participamos es el colapso de nuestras instituciones: la condición de apátrida en sentido político y físico en perpetuo crecimiento, y el desarraigo espiritual y social.
         El logicismo es lo que atrae a seres humanos aislados, pues el hombre en completa soledad, sin otro contacto con sus congéneres humanos y, por tanto, sin ninguna posibilidad real de experiencia, no tiene otra cosa a qué recurrir que las reglas más abstractas de razonamiento. La íntima conexión entre logicismo y aislamiento la subrayó la interpretación de Lutero del pasaje bíblico que dice que “no es bueno que el hombre esté solo”. Dice Lutero: “Un hombre en soledad se dedica a deducir una cosa de otra, y todo lo lleva a la peor conclusión”.
         El logicismo, el mero razonar sin tomar en consideración los hechos ni la experiencia, es el verdadero vicio de la soledad. Pero los vicios de la soledad sólo nacen de la desesperación del aislamiento. El aislamiento, como concomitancia de la condición apátrida y del desarraigo, es, en términos humanos, la enfermedad de nuestro tiempo.
         Soledad y aislamiento no son lo mismo.
         En soledad nunca estamos solos, sino que estamos con nosotros mismos. En la soledad somos siempre dos-en-uno; merced a la compañía de otros y sólo merced a ella, nos volvemos un individuo en plenitud. La soledad, en que uno tiene la compañía de uno mismo, no necesita abandonar el contacto con los otros, ni está absolutamente fuera de toda compañía humana; al contrario, nos dispone a ciertas formas sobresalientes de relación humana, como la amistad y el amor… Si uno puede resistir la soledad, si puede soportar la compañía de uno mismo, entonces existen opciones de que pueda soportar la compañía de otros; quienes no pueden soportar a ninguna otra persona, normalmente no serán capaces de soportar su propio yo.
         Las grandes cuestiones metafísicas -la búsqueda de Dios, la libertad y la inmortalidad (como en Kant), o acerca el hombre o del mundo, del ser y la nada, de la vida y de la muerte- se preguntan siempre en la soledad, cuando el hombre está a solas consigo mismo y por tanto está en potencia junto a todos y cada uno de los hombres. Pero ninguna de estas cuestiones se plantea en el aislamiento, cuando el hombre como individuo es abandonado incluso por su propio yo y se pierde en el caos de la gente. La desesperación de la soledad es su misma mudez, que no admite diálogo.
         La soledad no es el aislamiento, pero puede fácilmente trocarse en tal y puede aun más fácilmente confundirse con él.
         El peligro de la soledad es perder el propio yo, de modo que, en lugar de estar junto con todos los demás uno se vea literalmente abandonado de todos. Éste puede ser el peligro del filósofo.

         El peligro que el totalitarismo pone al descubierto ante nuestros ojos -peligro que por definición no conjurará la mera victoria sobre gobiernos totalitarios- nace del desarraigo y de la condición apátrida, y podría ser llamado el peligro del aislamiento y la condición superflua. Tanto el aislamiento como la condición superflua son, desde luego, manifestaciones de una sociedad de masas, pero esto no agota su verdadero significado. El aislamiento tal como lo conocemos en una sociedad atomizada, es sin duda, contrario a las exigencias básicas de la condición humana, como he tratado de mostrar con la cita de la Biblia y la interpretación que propone Lutero. Hata la experiencia del mundo dado meramente en el plano material y sensible depende, en último análisis, del hecho de que no es un hombre, sino los hombres en plural quienes habitan la tierra…"
        Este artículo fue publicado en español, junto con otros de la misma filósofa, por la editorial Caparrós ediciones y traducido por Agustín Serrano de Haro.

1 comentario:

  1. que buen areticulo....esa es la lacra de este tiempo...el totalitarismo...que es nazismo puro y que esta propagandose por el mundo entero...

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