lunes, 23 de diciembre de 2019

Elvira Roca Barea, una historiadora verdadera

Una historia

Elvira Roca Barea Imperiofobia y Leyenda Negra...

       Éranse una vez unos hombres dedicados a escribir novelas; en ellas contaban historias, en ellas el jefe del pueblo o del país cada vez se veía más gordo, más realizado, más feliz, ya que, a cada cucharada, su presencia se hacía más patente; era ya tan gordo que los otros habitantes del país notaban que no cogían en la ciudad; el país era del gordo, del más gordo, del cada vez más gordo. Él necesitaba todo el espacio para sí. 

       De las casas, de los coches; de todo, el gordo, necesitaba una parte; todo es mío; tanta hambre sentía el gordo que se comía el aire. Pero el aire podía estar contaminado, los pensamientos son aire: no se ven, no huelen. Pero sabía el gordo que el aire era peligroso, pues a veces tomaba fuerza y pasaba de ser suave brisa a huracán tan fuerte que era capaz de comerse al comedor de aire, de casas, de hombres... Pensó el gordo que era fundamental purificar el aire y comenzó a contratar a expertos purificadores de aire, puso filtros para descontaminar la atmosfera, los llamó "historiadores", "filósofos", "cineastas", "periodistas",  "narradores", los premiaba de vez en cuando y les ofrecía cátedras que legitimaran su opinión; y les daba títulos de nobleza: a unos les concedió el título de intelectual, a otros les concedió el título de planeta, a otros el título de nobel, a otros les dio el título de críticos, a todos les daba el grande, el más grande de entre todos los títulos:  el de vanguardia.

        Así se consiguió que el aire fuese respirable para el gordo pero asfixiante para la gente. 

        El gordo ya podía comer con tranquilidad, la gente debilitada por la falta de aire, se atontaba, era plato fácil; era una cosa así como verduritas, cociditas, sin sal; no fuera que el gordo enfermase o se atragantase.
          La gente metida en la cazuela burbujeaba; cada vez que el gordo giraba el mando de la hornilla, aumentaba el calor y con él crecía el número de burbujas, por miles, por millones... la gente se vio convertida en burbujas y las burbujas en aire...; de entre ellas, algunas eran contaminantes para los pulmones del gordo, pero la gente respiraba mejor. La gente sentía como si sus pulmones fueran las velas de un gran barco navegando en mitad del océano, rumbo a un nuevo mundo; todos querían, conforme despertaban, salir de la cazuela, deseaban una nueva vida. Entonces el gordo sacó a los Grandes de España, a la "vanguardia", mientras gritaba gangosamente, ¡tengo hipo!, ¡tengo hipo!, ¡tengo hipo!

         La "vanguardia" fracasó, el aire ya no era tan respirable para el gordo. El viento, fuerte y firme decidió seguir soplando sobre las velas del barco, rumbo a un nuevo mundo; a veces, se convertía en brisa, firme y fuerte, para descansar y pensar con tranquilidad, otras volvía a soplar con una fuerza medida para no convertirse en huracán que rompiese las velas y el barco...

        En el barco había Historiadoras, Intelectuales; el mismo barco era La Vanguardia; allí sentados sobre la cubierta estaba la gente. Muchas personas tenían en sus manos cuencos repletos de agua enjabonada; de vez en cuando metían un palito ahuecado en el cuenco, levantaban la cabeza y soplaban: del palito salían burbujas de jabón que, al topar con el aire, explotaban dando fuerza y firmeza al viento que empujaba al barco. Unos se sentaban solos; otros, en grupo. El solitario Walter Benjamin lanzó una burbuja, el progreso ilimitado no es posible, es una mentira, ¡ah la ilustración!, ¡qué falacia!, ¿cómo hacer justicia a los hombres que murieron dentro de la cazuela? Benjamin, el solitario, dialogaba con otros sentados en corro, se hacían llamar Escuela de Francfurt, su ciudad; estos lanzaban burbujas, algunas de ellas tomaron fuerza gracias a las de Benjamin; a coro cantaban: el gordo ha convertido a la ciencia en ideología; ¡el estribillo: cuánta falacia dentro de la ilustración! Y el barco, rumbo a un nuevo mundo; había otros coros que cantaban suavemente y sus burbujas enjabonadas eran totalmente transparentes, no se veían, sólo algunos las olían, coros de mujeres con velos en sus cabezas, se inclinaban ante el sol, el sol no las quemaba, al contrario, las hacía volar; así, hacía años, cuando el gordo tenía nombre alemán, una de estas mujeres, Edith Stein, lanzó una burbuja al viento: era una burbuja que tenía otra dentro, San Juan de la Cruz; entonces cogió a su hermana de la mano, mientras era empujada fuera del corro de mujeres con velo; ella le dijo a su hermana:  "por nuestro pueblo" (el pueblo de Dios); entonces los amigos del gordo se las llevaron, las desnudaron y las echaron a la cazuela; ahora son viento firme y fuerte, el barco va que vuela...

         Había otra mujer, María, nacida en Vélez Málaga; creció girando en torno a un limonero, y lanzó una burbuja: razón, razón; la razón no tiene nombre alemán, es razón poética. Durante muchos años, el gordo, con nombre español, la tuvo aislada, sola, y cuando pudo cantar, cantó su exilio; después se murió y, amortajada de blanco, adornada sólo por el escapulario de la Virgen del Carmen, gritó sus burbujas: ¡marineros, el barco! ¡marineros, rumbo al Monte Carmelo¡ Ella había olido las burbujas invisibles, ¡Marineros, la poesía!

         El barco sigue navegando, firme y fuerte; sus velas siguen siendo empujadas por nuevas burbujas enjabonadas; hay una burbuja que ha explotado y que dice: Kant, Rousseaur... ¿por qué no liberasteis a la mujer?, ¿por qué os reísteis de ellas?, ¿por qué pensasteis que la mujer no podía pensar? Ay, El Emilio; Ay, Lo Sublime y lo Bello, Ay, ilustración, qué falsa eres.

María Elvira Roca Barea, 6 relatos, seis relatos

          Hay una burbuja que no borbonea y al no borbonear está empujado el barco rumbo a una nueva historia; el mejor alcalde de Madrid, así lo llaman algunos amigos del gordo, y todo porque puso unas farolas y levantó una puerta en una ciudad, pero este gordo había hecho más: giró el centro económico desde Andalucía hacia el lugar donde Carlos III había nacido; total, una tautología; desde entonces, los del sur fueron vagos y maleantes y los del norte, repetían los amigos del gordo: altos, fuertes, grandes, inteligentes, diligentes, trabajadores, eficientes; algún rey actual lo tiene en tanta estima que ha puesto su retrato presidiendo el despacho del jefe del estado; borbonean.

       El barco sigue a toda vela; ahora, con las velas rectangulares, puede ir en direcciones diversas, ya no necesita el viento francés, ni el inglés, ni el alemán, ni siguiera el italiano, pues Elvira Roca Barea ha lanzado una burbuja, ha explotado y con la fuerza de más de 100.000 lectores empuja el barco a un nuevo mundo; le basta el viento que nace en español para recordar la historia común de un pueblo hispano pues, desde que llegó Felipe de Anjou, los hispanos tuvieron que creerse lo que los historiadores franceses, ingleses, protestantes, etc... habían dicho y escrito sobre ellos; 100.000 lectores son muchos; los amigos del gordo lo tienen difícil, somos muchos los que como ella hemos visitado y trabajado directamente los archivos y sabemos que lo que aparece en los libros de texto y otros escritos, entre ellos las novelas de algunos autores, son sencillamente cuentos. Hay novelistas que pretenden que el fruto de su imaginación sea Historia, y es que como son amigos del gordo...












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