sábado, 3 de febrero de 2024

La Filosofía del vino Béla Hamvas donde dice vino hay que leer Dios

  LA FILOSOFÍA DEL VINO

Béla Hamvas


José Antonio Espejo Zamora

    “...un libro de plegarias para ateos… Sé que ni siquiera puedo pronunciar la palabra Dios. Tendré que hablar de él recurriendo a otros nombres, por ejemplo, beso, ebriedad o jamón cocido. He elegido como nombre supremo el vino. De ahí que este libro se titule La filosofía del vino… Los ateos son nuestros pobres de espíritu, los hijos de nuestra época… el ateísmo conduce necesariamente a la violencia y, puesto que desemboca en ella, los ateos necesitan conquistar el poder universal…” (fol. 7).



Béla Hamvas, autor de La Filosofía del vino, condenado al ostracismo; María Zambrano, condenada al exilio y al ostracismo; uno por un régimen oficialmente ateo, la otra por un régimen oficialmente católico; para Béla y para mí ambos regímenes son fuente del ateísmo; uno está claro, el otro más sutilmente perverso, pues convierte a Dios en un instrumento del poder; esto es, en filosofía se trataría de convertir a Dios en una cosa, la Gran Cosa, el super Ente, cúspide de un sistema racional, pero al fin, un Objeto manejable (ontoteología). Recordando unas palabras de la pensadora malagueña: “yo soy católica, yo rezo, pero en ese dios que te tiran como una piedra a la cara, en eso no se puede creer”.


          Cuando Israel, tras el exilio, le pregunta a Dios: ¿Dónde estabas?, Dios responde: cuando tú marchaste al exilio, yo me fui contigo; cuando volviste, volví contigo. La filósofa Simone Weil relatará que ella siempre pensó en Dios como un concepto necesario para el discurso filosófico, pero jamás lo habría pensado como un ser personal capaz de entrar en relación con el ser humano; ese día en el que ella volvió agotada tras un día de trabajo en la Renault y tuvo ese encuentro con Jesucristo, se abrió el cielo para ella; lo mismo le sucedió a García Morente, también en París. Cuando Dios se manifiesta en esas experiencias personales, tiene una carga de realidad que dudar de ella nos llevaría a dudar de toda la realidad; quiero decir, si en nuestra vida cotidiana las cosas y las personas tienen una fuerza presencial enorme, mucha más enorme es esa experiencia de Dios; experiencias donde normalmente ni los sentidos ni los sentimientos intervienen; no se trata de una experiencia adolescente, sentimentaloide y ñoña; se trata de algo que hace temblar el mundo para afirmarlo, afirmarte y afirmarse; en cambio, cuando el poder se ejerce maliciosamente, nos encontramos con que se niega el mundo real, se niega al otro y, como consecuencia, se destruyen a sí mismos; pues, si a los hombres que con poder provocan el exilio o condenan al ostracismo, sean estos jefes de estado o gestores de un empresa o cabezas de una institución, los despojamos de su corte, esto es, de sus intelectuales y de todo su ropaje y oropeles, nos encontramos a un hombre desnudo que tiembla de miedo ante otro hombre con los pies en la tierra capaz de trabar relaciones de amor con los otros, con el mundo y con Dios;  y precisamente por eso son condenados al ostracismo: que no hablen, que vivan como si no existiesen; sin embargo, este hombre condenado al ostracismo lo mirará con pena; ¡qué pobre hombre el poderoso! ¡Qué poco hombre!; sabemos que el exilio, para Zambrano, se convirtió en un camino filosófico en el que descubre el desarraigo metafísico en el que se encuentra el ser humano; Béla nos ofrece una serie de reflexiones en este libro La filosofía del vino.




La filosofía del vino, ya le habría gustado a Kant o a Hegel haber escrito este libro; esta obra es, seguramente, la que habría escrito Tomás de Aquino después de aquellas palabras suyas: “No puedo escribir más. He visto cosas ante las cuales mis escritos son como paja”. Recuerdo ver bajar las escalera del Colegio Español de San José en Roma a un tomista; me recordó al Emperador Francisco José antes de que su Imperio desapareciese; el porte y la mirada eran los del que domina el mundo, puesto que poseía la Verdad; es cierto, era su memoria tan portentosa que dominaba puntos y comas en la obra de Tomás; recuerdo, al mirarlo, pensar  que ni éste ni todos los libros andantes saben qué es la filosofía, qué es la vida, qué es la muerte, quién es Dios.




En el mismo colegio romano, recuerdo a otro compañero, le pusieron de mote Sissi, pues había conocido a un descendiente de la emperatriz y no paraba de hablar de esta familia; el racionalismo se parece a la mujer de Francisco José, tenemos de ella una imagen juvenil y majestuosa, ella se negó a ser fotografiada o pintada después de pasar la primera juventud, desconocemos las marcas del tiempo en su rostro; del mismo modo, del racionalismo nos llega una imagen juvenil según la cual la Razón nos liberó de la oscuridad mientras iluminaba las ciudades a su paso convertida en diosa; tampoco nos dejan ver cómo el paso del tiempo le ha quitado su careta, para ver todos sus rostros en la historia; si no fuese por la sangre de tantos millones de personas derramada en su nombre o como consecuencia de ella, diríamos que no tiene rostro sino máscaras; y entre ellas, encontraríamos la de Hitler y la de Stalin; así, la que comenzó como diosa ha terminado como una corista que canta y baila en una burda comedia que cambia de rostro con cada nota musical; ya que, si en un momento la encontramos lanzando a Europa a la conquista de la naturaleza, en otro la encontramos reivindicando su rescate, vestida de revolucionaria ecologista que culpa a todos, incluidos a aquellos que nunca se beneficiaron de las explotación de la misma; esto no es nuevo; ella, la razón, condujo a la burguesía a su revolución industrial y, en su afán de acumular capital, a la explotación de los trabajadores, pero es ella misma la que engendrará al hijo de Hegel que buscará la liberación de los obreros para conducirlos a la Hungría que vivió el autor de “La filosofía del vino”.


Innumerables veces hemos experimentado en nosotros y en los demás que cuando cometemos las mayores estupideces es cuando queremos hacernos los listos. Listos, pero no los suficiente para tirar la razón por la ventana. Los cálculos no salieron bien. ¡Con lo listo que fui! Os confieso, amigos y amigas, que los cálculos nunca salen. Es característico de los cálculos el no salir jamás y cuanto más listo es uno, menos salen. ¿Qué hacer? ¡Claro! ¡Qué hacer! Yo lo he dicho. Hay que estar sobrio. Realmente sobrio, es decir ebrio. Hay que beber vino.” (fls. 111-112).


Para Béla Hamvas, el racionalismo ha gestado tanto al cientificista como al pietista, siendo la raíz de todo ateísmo: “Lo característico del cientificismo es que no conoce el amor, sino el instinto sexual; no trabaja, sino que produce; no se alimenta, sino que consume; no duerme, sino que recupera energía biológica; no come carne, patatas… sino calorías, vitaminas, hidratos de carbono…; no bebe vino, sino alcohol… considera que es el problema de la higiene es imposible de resolver porque, aunque pude lavarse y quitarse la suciedad de las uñas con jabón, y quitarse el jabón con agua, todavía no ha descubierto nada para lavar el agua.


El cientificista es un personaje inofensivo y torpe y también la variedad más cómica del ateísmo… Dos son las condiciones necesarias para un puritano: una sombría estrechez de miras debida a su fe ciega en determinados principios y una disposición tan aguda como pérfida a luchar por estos mismos principios…”. (fls. 30-31).


“Los amantes del orden son abstractos y están cargados de preocupaciones. Angustiados por el pánico delirante que les da no encontrar lo que buscan, se ocupan de ordenarlo todo constantemente con suma minuciosidad… lo que más le gustaría sería poner sus besos en fila para poder contar cuántos ha dado. Los pondría en una bonita hilera ordenándolos por duración, ardor, dulzura…” (fol. 93).


El libro podría haberse titulado Pensamiento sobre Dios y su relación con el hombre a lo largo de la historia; sin embargo, como Dios es designado con el término Vino y la espiritualidad con el término ebriedad, le va bien el título La Filosofía del Vino.

En la bebida y en el amor, estos maniáticos del orden y la higiene resultan insoportables.

Un buen ejemplo de ello es el vino. Al vino no le gusta la línea recta. Por eso, quien ha bebido a gusto dibuja movimientos serpenteantes, y cuando se pone en marcha, anda trazando hermosas parábolas e hipérboles” (fol. 93).


“El agua es el elemento ancestral. Primero el agua se convierte en vino; después el vino se convierte en sangre. El agua es la materia; el vino, el alma; la sangre, el espíritu. La materia se transforma en alma, el alma en espíritu, ésa es la doble transubstanciación que hemos de experimentar en la tierra… Sólo hay una ley en el arte de beber vino: beber.” (Fol. 95).


La última lección de la anatomía de la ebriedad es la siguiente: la ebriedad es un estado infinitamente superior al de la razón cotidiana y es el comienzo del auténtico despertar. El inicio de todo aquello que es bello, grande, serio, placentero y puro en la vida. Es la sobriedad superior. El entusiasmo, como decían los antiguos, del que proceden el arte, la música, el amor y el verdadero pensamiento. Y del que procede la verdadera religión. La buena religión es la religión de la ebriedad; la mala, la religión racional cotidiana, es decir, el ateísmo. Al alcance de nuestra mano se encuentra la llave de la Vita illuminativa o, mejor dicho, en nuestros toneles y botellas. El vino nos enseña que la ebriedad no es otra cosa que la forma superior de sobriedad, la vida iluminada.”  (Fol. 111).






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