LUZ
DEL DOMINGO
Domingo,
20 de marzo de 2016
DOMINGO
DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR
Primera
lectura: Isaías 50,
4-7
Salmo responsorial: Salmo 21
Segunda
lectura: Filipenses 2,
6-11
EVANGELIO Lucas
22, 14-23
14Cuando
llegó la hora, se recostó Jesús a la mesa y los apóstoles con
él; 15y
les dijo:
-¡Cuánto
he deseado cenar con vosotros esta Pascua antes de mi
pasión! 16Porque
os digo que no la comeré más hasta que tenga su cumplimiento en el
reino de Dios.
17Aceptando
una copa pronunció una acción de gracias y dijo:
-Tomad,
repartidla entre vosotros; 18porque
os digo que desde ahora no beberé más del producto de la vid hasta
que no llegue el reinado de Dios.
19Y
cogiendo un pan pronunció una acción de gracias, lo partió y se lo
dio a ellos diciendo:
-Esto
es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced lo mismo en memoria
mía.
20Después
de cenar hizo igual con la copa diciendo:
-
Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre, que se derrama
por vosotros. 21Pero
mirad, la mano del que me entrega está a la mesa conmigo. 22Porque
el Hijo del hombre se va, según lo establecido, pero ¡ay del hombre
que lo en trega!
23Ellos
empezaron a preguntarse unos a otros quién podría ser el que iba a
hacer aquello.
COMENTARIOS
I
EL
CANTO DEL GALLO
Tan
trágico final se veía venir. Aquel nazareno pedía a voces la
muerte. Con su provocativo comportamiento no había dejado títere
con cabeza en aquella sociedad. En sus actua ciones no solía
utilizar la sabia diplomacia que lleva a triun far en cada momento,
contentando a unos y a otros. Todos sus seguidores, uno a uno, se
desengañaron. Al final se quedó solo.
Al
principio de su vida de maestro ambulante se había presentado ante
sus paisanos en la aldea de Nazaret, anuncian do una amnistía
internacional, un año de gracia de parte de Dios para todos los
cautivos del sistema, los oprimidos de la tierra, los ciegos-cegados
por una sociedad que no deja ver la libertad y pone trabas al amor.
¡Ya era hora de que alguien pensara en ellos! Pero,
sorprendentemente, al oír el discurso programático del Maestro
nazareno, sus mismos paisanos «se pusieron furiosos, y,
levantándose, lo empujaron fuera hasta un barranco del cerro donde
se alzaba su pueblo, con la in tención de despeñarlo» (Lc
4,16-30). Mal comienzo.
Aquel
Maestro era demasiado libre; libertino, que dirían los doctores y
teólogos de la época. Se saltaba las leyes vi gentes, el 'desorden'
legalmente establecido: tocaba a los le prosos (Lc 5,12-16), comía
con gente de mala fama, recauda dores y descreídos, ladrones de
profesión y gente sin escrúpu los religiosos (Lc 5,27-32). Pensaba
-en contra de lo que decía la gente de templo- que el cielo no se
ganaba con ayu nos, ni a Dios con sacrificios de animales (Lc
5,33-39), e in cluso opinaba que el bien del hombre estaba por encima
del sagrado día del sábado: ante los ojos impávidos de sus
enemi gos, se atrevía a curar en sábado a los enfermos, violando el
descanso practicado por Dios mismo en este día (Lc 6,5-11).
Con
semejante comportamiento, las cosas no tardarían en ponérsele feas.
Estaba levantando demasiada polvareda en una sociedad inmóvil e
inamovible.
Su
osadía llegó hasta meterse abiertamente con el capital, con los
ricos, a los que dedicó parábolas e improperios (Lc 6, 24; 16,l9ss;
12,l3ss). Y por si fuera poco, atacó a la jerar quía sacerdotal del
templo de Jerusalén, «cueva de bandidos»; de aquel templo no
quedaría piedra sobre piedra (Lc 19,46; Mc 13,lss). Le dolía ver
cómo la gente acudía al templo para tranquilizar su conciencia con
sacrificios de animales y rezos, olvidando la justicia y el amor de
cada día. Por esa misma razón no podía tolerar a los oficialmente
piadosos y rezadores: «-¿Por qué me invocáis: Señor, Señor, y
no hacéis lo que os mando» (Lc 6,46). También los políticos
llevaron su repaso: «-Decidle a esa zorra...», con esta palabra,
sinónimo de ani mal insignificante, se refirió a Herodes una vez
(Lc 13,32).
Y
lo que es aún peor: se atrevió a cambiar la Ley de Dios, anulando
de una vez para siempre la ley del talión, e invi tando a los suyos
a amar a sus enemigos, haciendo el bien indiscriminadamente y en toda
ocasión (Lc 6,27-31).
No
es de extrañar que se quedara solo. Se lo había bus cado. Cuando
cantó el gallo, el último de los discípulos, Pedro, lo había
negado tres veces (Lc 22,54-62). Por cantar en la noche, se
consideraba al gallo animal diabólico. Se pensaba que aunque los
espíritus malignos y demonios eran normal mente invisibles, existían
medios para descubrir su presencia e incluso verlos: 'Quien desea ver
sus huellas, coja ceniza cer nida y espárzala alrededor de la cama.
Por la mañana verá allí algo como las huellas de un gallo', decía
el Talmud babilonio (Ber 6a).
El
canto del gallo en la noche de la pasión simboliza el grito de
victoria de la tiniebla-mundo contra Jesús de Naza ret. Menos mal
que con la muerte de Jesús -creemos- no acabó todo.
II
DIOS
NO QUISO SU MUERTE
No.
No fue por voluntad de Dios, ni mucho menos porque fuera necesario su
sufrimiento para nuestra salvación. La pasión y muerte de Jesús,
en cuanto sufrimiento y muerte, no formaban parte del designio de
Dios. Fueron exigencia del pecado instalado en la esencia del poder
de este mundo.
NO
FUE DIOS
Se
ha dicho, y quizá se siga diciendo, que la muerte de Jesús fue una
exigencia de Dios como condición para conce der a los hombres el
perdón de los pecados: como nosotros, humanos, no teníamos
capacidad para merecer el perdón de Dios, éste envió a su Hijo
para que, sufriendo y muriendo, consiguiera para nosotros los méritos
necesarios para alcanzar tal perdón.
Mirando
las cosas desde el corazón del hombre no es posible pensar que un
padre exija el sufrimiento y la muerte de su hijo para perdonar a
otros hijos suyos, y si hay algo claro en los evangelios es que Dios
es Padre. ¿Cómo
se puede compaginar la imagen de un Dios justiciero implacable con el
padre de la parábola del hijo pródigo (véase comentario núm. 13)
que está esperando a su hijo para perdonarlo, que, cuando llega, no
lo deja terminar de pedir perdón y que, además, organiza una fiesta
porque lo ha recuperado vivo?
Sin
embargo, en los evangelios hay frases que, si se sacan fuera de su
contexto, podrían servir para justificar esta forma de pensar:
«Padre, si quieres, aparta de mí este trago; sin embargo, que no se
realice mi designio, sino el tuyo»; éste, que pertenece al
evangelio de hoy, podría ser uno de ellos.
FUERON
ELLOS
Los
evangelios, y de forma especial el de Lucas, dejan muy claro quiénes
fueron los verdaderos culpables de la muer te de Jesús: fueron
ellos, los poderosos, los que manipulaban la fe del pueblo para
manejar a su antojo a la gente, los que habían convertido la
religión en un negocio, los que estaban interesados en que los
pobres tuvieran miedo de Dios para que así les temieran también a
ellos: los sumos sacerdotes, los letrados, los jefes, los reyes, los
que se hacen llamar bien hechores de la humanidad... ¡en beneficio
propio! Y también aquella parte del pueblo que, por miedo, por
ceguera o porque se han dejado dominar por la ambición de poder, no
se atreven a ser libres, no se deciden a ser hijos, no se arriesgan a
ser solidarios, no se atreven a ser hermanos. Esos fueron los
responsables de la muerte de Jesús. Fueron ellos los verdade ros
culpables. No fue Dios ni el pueblo judío. Fue el sistema de poder
establecido que contaminaba, como aún hoy la con tamina, la sociedad
de los hombres: los jerarcas judíos (22,66s;
23,1-2.13-23), denunciados directamente por Jesús (véase Lc 20,14);
Herodes, cuya autoridad Jesús se niega a reconocer (22,8-12), y
Pilato, que prefiere ceder a la arbitrariedad de los grandes en lugar
de hacer justicia a los derechos de un pobre (22,24-25), y una parte
del pueblo, totalmente dominada por sus opresores (22,13-23). Lucas,
sin embargo, tiene buen cuidado de salvar a «una gran muchedumbre
del pueblo, incluidas mujeres» (22,27), que siguen a Jesús por su
camino hacia la cruz.
LO
QUE DIOS SÍ QUERÍA
¿Qué
es entonces los que Dios quería? ¿Cuál es ese desig nio que Jesús
dice que debe cumplirse antes que el suyo propio?
Lo
que Dios pide a Jesús es que mantenga su compromiso de amor hasta el
final, aunque los enemigos del amor lo hagan víctima de su odio
asesino; que sea solidario con sus herma nos, aunque los enemigos de
la solidaridad lo intenten elimi nar. Es el amor, la lealtad en el
amor, lo que Dios quiere. Un amor sin límites, que será la
manifestación del amor del mismo Dios.
Jesús
sabe que ese amor será rechazado por los que disfru tan o ambicionan
el poder, por los que gozan de privilegios gracias a la injusticia
establecida en la sociedad, y sabe que no van a ser blandos con él,
porque su propuesta, convertir este mundo en un mundo de hermanos,
acabaría con sus injusticias y sus privilegios. Y ante el dolor y la
muerte, siente miedo «como un hombre cualquiera» (segunda lectura).
Pero él está decidido hasta el final, y en el momento final seguirá
dejándolo todo en las manos del que él sigue llamando Padre:
«Padre, en tus manos pongo mi espíritu».
¿Y
lo de que la muerte de Jesús nos obtiene el perdón de los pecados?
Pues precisamente porque es la mayor muestra de amor que un hombre
puede dar por sus amigos: dar la vida. Es el amor lo que salva, lo
que libera, lo que obtiene el perdón, no la muerte en cuanto muerte
ni el sufrimiento en cuanto sufrimiento. El amor de Dios que se
manifiesta en el amor de su Hijo-hombre; el amor de aquel hombre que
se mostró así como el Dios-hermano.
III
LA
HORA CERO DE LA CUENTA ATRÁS
«Cuando
llegó la hora, Jesús) se recostó a la mesa y los apóstoles con
él» (22,14). Jesús no se pone a la mesa con los Doce -¡si Judas
ya ha resuelto entregarlo!-, sino con los «após toles»: la
denominación positiva «apóstoles/enviados» pone a la eucaristía
bajo el signo de la misión; el compromiso que ésta presupone será
lo que les capacitará para llevarla a término. La frase
semitizante: «con gran deseo he deseado», expresa el deseo vivísimo
de Jesús de completar su obra (c£ 12,50) y lo relaciona con el
hambre que experimentó en el desierto (c£ 4,2: al término de los
«cuarenta días», toda su vida pública). Es la última «pas cua»
que Jesús comerá con ellos antes de su pasión (22,15). Con
su muerte inaugurará un nuevo éxodo, una nueva pascua, ya no
patrimonio de Israel, sino de toda la humanidad: ésta no tendrá
plena realidad hasta que los paganos reciban el mensaje (22,16:
«hasta que tenga su cumplimiento en el reino de Dios», cf. 9,27;
13,28s; 21,31).
A
continuación expresa el mismo compromiso de entrega, el suyo
personal y el de los discípulos: «Tomando una copa, pronunció la
acción de gracias y dijo: “Tomad, repartidla entre vosotros;
porque os digo que desde ahora no beberé más del producto de la vid
hasta que no llegue el reinado de Dios" »(22,17-18). Jesús
acepta la «copa», anticipando el momento en que el Padre le pedirá
que acepte su pasión y muerte como expresión de su entrega total
por amor a la humanidad (cf 22,42). Con ella Jesús renueva el
compromiso sellado en el bau tismo (cf. 3,21-23; 12,50) y a la vez
invita a los discípulos a comprometerse con una entrega semejante a
la suya (cf. 9,24).
El
producto de la vid contiene una alusión a la parábola de los
viñadores (cf. 20,9-19). El reinado de Dios se inaugurará con la
entrada de los paganos (cf. 20,16: «entregará la viña a otros»).
«PARTIR
EL PAN», SIGNO DE IDENTIFICACIÓN
DE
LA COMUNIDAD CRISTIANA
«Y
cogiendo un pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo
dio diciendo: "Esto es mi cuerpo [...]. Pero mirad, la mano del
que me entrega está a la mesa conmigo, porque el Hombre se va, según
lo establecido, pero ¡ay del hombre que lo entrega!"»
(22,19a.21-22). Con toda probabilidad éste es el texto primitivo de
Lucas. La mayoría de códices griegos, en cambio, conservan un texto
más largo (el que se suele editar en las traducciones), emparentado
con 1Cor 11,24b-25, que lo asimila a Mc y Mt. De hecho, el lenguaje
de la lección larga presenta rasgos no lucanos, su origen es muy
difícil de explicar y el significado de la segunda copa no podría
ser distinto del de la primera (la aceptación por parte del
discípulo de la entrega de Jesús y de la suya propia); finalmente,
el texto breve da cuenta de la expresión «la fracción del pan»
empleada exclusivamente por Lucas para la eucaristía (Hch 2,42.46;
20,7.11) o como forma de reconocer a Jesús (Lc 24,30.35; cf. 9,16).
Lucas
evita cualquier atisbo de terminología sacrificial, ci frando en la
acción de «compartir» la señal distintiva de la iglesia
«cristiana» (cf. Hch 11,26). Esta se manifiesta precisamente, no a
base de grandes proyectos comunitarios (como se propuso la iglesia
«judeocreyente» de Jerusalén, a imitación de comunidades judías
análogas, como la de Qumrán), sino en el preciso instante en que se
dispone a prestar un servicio a los demás (cf Hch 11,28-29). Poner
los bienes en común puede ser un acto heroico, pero es puntual y,
bien mirado, egoísta, ya que revierten en el mismo grupo o comunidad
que se beneficia de ellos; en cambio, compartir los bienes propios,
«según los recursos de cada uno» (Hch 11,29), nos obliga a salir
de nosotros mismos y nos entrena para una comunión de bienes cada
vez más universal.
La
traición de que ha sido objeto Jesús por parte de Judas no es un
sacrilegio (lenguaje religioso) ni una deserción (lenguaje secular),
sino fruto de la especulación más horrenda: «y se com prometieron
a darle dinero» (22,5). Judas, lejos de compartir, ha vendido al
Maestro a cambio del valor supremo de la sociedad, al que nunca había
renunciado (por mucho que lo hubiese dejado todo). La invitación que
Jesús hará al grupo a continuación conviene que nos la grabemos en
la cabecera de la cama. «Vamos a ver, ¿quién es más grande: el
que está a la mesa o el que sirve? El que está a la mesa, ¿verdad?
Pues yo estoy entre vosotros como el que sirve» (22,27). No tiene
vuelta de hoja. Lucas lo desacraliza todo y lo sitúa a nivel del
hombre, a nivel del plan de la creación, donde no existe puro e
impuro, sagrado o profano (léase tres veces [!] Hch 10,9-16;
11,5-10), sino «pan», «compar tir» y «servir». Eso está al
alcance de todo el mundo.
IV
El
tema central de las lecturas del Domingo de Ramos, como bien puede
verse, es el del Mesianismo. Éste tiene varias etapas en la Biblia.
«Mesías» significa ungido, siervo, enviado, pero en sí, la idea
más profunda de «Mesías» que el pueblo de Israel asumió es la
espera de la aparición salvífica de un líder carismático
descendiente de David que habría de instaurar definitivamente en la
tierra «el derecho y la justicia».
En
el Primer Testamento es Isaías el profeta quien más profetiza y
anuncia la llegada del Mesías de Dios. Mesías que él entiende como
el Siervo de Yavé que llega. El Mesías es para el profeta la gran
realidad de Dios viviendo con nosotros, la realidad del gran
restaurador que libera de la esclavitud, de la gran violencia
(violencia estructural diríamos hoy), de la gran miseria (pobreza
extrema y masiva diríamos actualmente) a la que ha sido condenado el
pueblo de Dios (los muchos pueblos de Dios). El Mesías, en su
calidad de Ungido de Yavé, no es sino su enviado, su representante,
el encargado de promulgar sus designios.
La
idea del Mesías y de los tiempos mesiánicos estaba fundada en la
esperanza de que Dios cumpliera plenamente las promesas hechas al
pueblo elegido, a la nación que se creía a sí misma la elegida por
Dios. La llegada del «Mesías» es la instauración del reinado de
Dios en la historia y en el tiempo, y es allí donde, según la
concepción judía (según, pues, un pensamiento muy humano, no según
una revelación divina), Israel se vengaría de los «paganos» (la
mayor parte de ellos tan religiosos como los propios israelitas), de
los no judíos.
La
idea mesiánica del Primer Testamento está basada en la fuerza
político-militar de un enviado del Dios de Israel para dominar a
todas las naciones de la tierra y hacer que Israel se convierta en
una nación fuerte y poderosa capaz de someter a todos los pueblos
que no tienen a Yavé por Dios. Como se ve, un mesianismo muy
humanamente comprensible...
El
Mesianismo es una de las herencias que el Segundo Testamento recibe
de la tradición veterotestamentaria. En tiempo del Nuevo Testamento,
gobernado el mundo de entonces por Roma con toda su fuerza, riqueza y
pretensiones, también hay grupos mayoritarios que esperan la llegada
definitiva del Mesías que los liberará del domino explotador
romano. Todos esperaban entonces la intervención de Dios en la
historia a través de un líder que fuera capaz de derrocar el poder
imperial y hacer de Jerusalén la gran capital de Israel.
En
el ciclo C de la liturgia leemos el relato de la Pasión del Señor
según Lucas. Consideremos las características teológicas que nos
presenta este relato.
Lucas,
como es sabido, es considerado como el evangelista de la
misericordia, o lo que es lo mismo, como el evangelista que ha
marcado toda la tradición que nos entrega, con el pensamiento del
amor infinito de Dios que se ha manifestado en Jesucristo. Ninguno de
los evangelistas ha percibido como él la sensibilidad del amor del
Padre, que se deja sentir de manera especial entre los pobres, entre
los que sufren, entre los marginados. No es difícil constatar en el
evangelio de Lucas la preocupación de Jesús por los débiles, por
las viudas, por los huérfanos, por los pecadores, por las mujeres.
Este
mismo interés se manifiesta en la narración de los acontecimientos
de la Pasión del Señor. En primer lugar, porque todo este relato
está sustentado por un conocimiento del alma de Jesús, cuya
intimidad nos es desvelada por el evangelista cuando nos deja ver su
estrecha relación con el Abba misericordioso, en los momentos de
oración (Lc 22,42); o cuando su Padre le da valor en medio del
sufrimiento (Lc 22,43).
En
segundo lugar, la cruz aparece en este relato de la Pasión como un
verdadero sacramento del amor divino: la revelación de la
misericordia en medio del sufrimiento. Lucas no pone la atención en
los aspectos negativos y crueles de esta situación. En su narración
se omiten recuerdos o referencias que aparecen en los otros
evangelistas como la flagelación o la coronación de espinas que
sirven para inculpar a los que llevaron a Jesús a la muerte. Lucas
nos quiere hacer descubrir el amor del Padre hacia su Hijo y hacia
todos los hombres, aún en esta situación de dolor. Jesús no
aparece abandonado en el Calvario (no se cita a Zac 13,6 sobre la
dispersión del rebaño): está acompañado de amigos y conocidos (Lc
23,49 en contraposición con Mt 27,55-56 y Mc 15,40-41). Y reemplaza
el grito del Salmo 21 (22) que cita Mateo por la manifestación
ilimitada de confianza del Salmo 30,6 (31,6): “Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu”.
A
la luz de todo esto es comprensible el papel que desempeña en este
relato de la Pasión la actitud del perdón, sólo explicable desde
el misterio de la misericordia. En definitiva todo el mundo queda
limpio y se insiste en hechos positivos, sólo explicables desde la
virtud reconciliadora del sufrimiento de Jesús o desde su actitud de
perdón: el caso de Pilato (Lc 23,4.13-15.20-22); el del agresor a
quien Pedro cercenó una oreja y que es sanado por Jesús (Lc 22,51);
el de Pedro (Lc 22,61); el de todos los judíos (Lc 23,34); el del
malhechor bueno (Lc 23,39-43); el del centurión (Lc 23,47); el de la
reconciliación entre Herodes y Pilato (Lc 23,6-12).
Jesús
aparece claramente como el inocente, el justo perseguido. Aun en el
proceso de los romanos, Pilato proclama la inocencia de Jesús. El
centurión también reconoce su inocencia.
Sólo
en Lucas Jesús se dirige con palabras consoladoras a las mujeres que
de lejos los siguen. Realmente, Lucas ha sido llamado el evangelio de
las mujeres y de la misericordia con los más pobres e ignorados, y
las mujeres hacían parte de la clase marginada en Israel. Pero para
Jesús, en todo el evangelio de Lucas, las mujeres hacen parte del
discipulado y merecen un trato respetuoso. Ahora, camino del
Calvario, la fidelidad de las mujeres a su maestro es reconocida por
el Señor.
La
Pasión y la muerte de Jesús son una verdadera revelación: la
manifestación de la misericordia del Padre. Sólo quien ha
comprendido una actitud tan conmovedora, como la que nos trae este
evangelio en la parábola del padre misericordioso, podrá entender
por qué el evangelista ha mirado así el misterio del sufrimiento y
de la muerte de Jesús.
Lucas
concibió el relato de la Pasión como una contemplación de Jesús.
Por eso este relato es una invitación al lector-oyente a aproximarse
al Señor, a seguirlo, a llevar con él la cruz de cada día (9,23).
En la palabra que dirige en la cruz al malhechor arrepentido, ese
‘hoy’ nos remonta a Lc 4,21 cuando en la sinagoga de Nazaret,
Jesús declara que “hoy se ha cumplido” el pasaje de Is 61,1-2
que acababa de leer. El tiempo se ha cumplido y él, que ha venido
para anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos,
para poner en libertad a los oprimidos y para proclamar el año de
gracia del Señor” ha cumplido su misión, porque va a morir
colgado de la cruz pero seguirá viviendo en medio de nosotros.
Nota
para lectores críticos
El
evangelio de hoy es más largo que de ordinario: toda la Pasión de
Jesús, por lo que muchas homilías hoy serán más breves. Por otra
parte, la homilía debería enfocarse pues hacia el conjunto de la
Pasión y su significado. También el viernes santo se leerá la
Pasión, según san Juan. Y durante toda la semana, el trasfondo
litúrgico-espiritual es ése: la pasión y muerte de Jesús. Es pues
un momento apropiado para plantearse algunos criterios críticos
respecto a la interpretación de la pasión de Jesús en su
significado de conjunto.
Si
somos cristianos, y si el cristianismo profesa la convicción de la
significación salvadora de Jesús, necesitamos tener un «modelo
soteriológico» («sotería» = salvación), o sea, una explicación
de cómo Jesús salva a la humanidad y en qué consiste esa
salvación. Es claro que esto es el corazón de la fe cristiana.
Pues
bien, en la historia ha habido varios «modelos soteriológicos».
El
modelo que nos ha llegado a nosotros es el que elaboró
fundamentalmente san Anselmo de Cartebury en el siglo XI, sobre la
tradición jurídica del derecho romano. El ser humano ofendió a
Dios con el pecado original, y con ello se rompieron las relaciones
de Dios y la humanidad. Dios fue ofendido en su dignidad, y el ser
humano, por su parte, quedó privado de la gracia de la relación con
Dios y no tenía capacidad para superar esta situación, pues aunque
había ofendido a Dios, no tenía capacidad para reparar una ofensa
de carácter infinito. En su obra Cur Deus homo? (¿Por qué Dios se
hizo hombre?) Anselmo elabora la teoría de la «satisfacción penal
sustitutoria»: Jesús muere en sustitución de la humanidad pecadora
culpable, para satisfacer con ello la dignidad ofendida de Dios, y
restablecer así las relaciones de Dios con la humanidad.
Por
una parte, hay que hacer notar que esta explicación, que nos ha
llegado a todos nosotros en una tradición tan longeva, no deja de
ser «una» explicación, la del siglo XI en concreto; es decir: no
es «la» explicación, no es la única. Además, no está en el
Nuevo Testamento: es una elaboración teológica, muy posterior, que
asume las categorías y la lógica del derecho romano recepcionado en
el mundo feudal europeo de la alta Edad Media: el derecho inapelable
y absoluto de los señores, la servidumbre de los siervos, las
obligaciones jurídicas relativas a la ofensa y a la satisfacción o
reparación. Es la teología de la «redención» («re-d-emere»),
re-comprar al esclavo para liberarlo de su antiguo dueño.
Esta
teología, hoy ya insostenible, es, sin embargo, la que la mayor
parte de los cristianos y cristianas, incluyendo a muchos agentes de
pastoral tienen todavía hoy día en su conciencia, en su comprensión
del cristianismo, o en su subconsciente incluso. Y es para muchos de
ellos «la» explicación mayor del misterio cristiano, el misterio
de la «redención».
Hay
que recordar que los modelos soteriológicos, como todo el resto de
la teología, no dejan de ser un lenguaje metafórico, y que la
metáfora nunca debe ser tomada literal ni metafísicamente, sobre
todo en el segundo término al que traslada el sentido (“meta-fora”
= cambio, traslado de sentido). Las teologías y los modelos
soteriológicos se apoyan sobre las lógicas y los símbolos de las
culturas en las que son creados. Por eso, cuando la evolución
cultural cambia de lógica y de símbolos, esos modelos
soteriológicos o, en general, esas teologías, aparecen
crecientemente desfasadas, se hacen incluso ininteligibles, y
finalmente quedan obsoletas. La visión de Dios como «Señor»
feudal irritado por una ofensa de la primera pareja humana... para
cuyo aplacamiento habría sido necesaria la reparación de la ofensa
por medio de la muerte cruel y cruenta de su Hijo, es una imagen de
Dios hoy sencillamente insostenible, e inaceptable. La sola idea de
que un mítico pecado de Adán y Eva hubiera torcido los planes de
Dios, y hubiera sumido en las tinieblas del pecado y del alejamiento
de Dios a toda la humanidad desde la primera pareja, durante miles y
miles de años –hoy sabemos que serían millones de años-, hasta
la aparición de Jesús, es absolutamente inaceptable para la
mentalidad actual. La misma fórmula jurídica de la «satisfacción
sustitutoria» resulta hoy día inviable desde los mínimos éticos
de nuestra época. Un Dios así resulta increíble, provoca ateísmo,
con razón.
Si
este modelo nos parece hoy día sobrepasado, no debemos dejar de
considerar que ha habido otros modelos todavía más inadecuados. En
el primer milenio la teología dominante, en efecto, no fue la de la
«satisfacción sustitutoria», sino la del «rescate»: por el
pecado de Adán la humanidad había quedado «prisionera del
demonio», literalmente bajo su poder (sic). Según san Ireneo de
Lyon (+ 202) y Orígenes (+ 254) el Diablo tendría un derecho sobre
la humanidad, debido al pecado de Adán. Jurídicamente, la humanidad
estaba bajo su dominio, le pertenecía, y Dios «quiso actuar con
justicia incluso frente al diablo» (Ireneo, Adversus Haereses, V,
1,1), al anular tal derecho sólo mediante el pago de un rescate
adecuado. Para ello, entregó a su Hijo a la muerte, a fin de liberar
a la humanidad del dominio «legítimo» del diablo. San Agustín lo
dice aún más explícitamente: Dios decretó «vencer al Diablo no
mediante el poder, sino mediante la justicia» (De Trinitate XIII, 17
y 18).
Este
modelo del «rescate pagado al Diablo» para rescatar a la humanidad,
aún resuena en las personas que tuvieron una formación cristiana.
Pero hoy nos resulta no sólo inaceptable, sino inimaginable, y hasta
grotesco: no podemos aceptar un Diablo, concebido como un
contra-poder cuasi-divino, que está apostado frente a Dios y que
retiene a la humanidad bajo su poder, durante milenios, hasta que es
resarcido «justamente» por Dios, nada menos que con la muerte del
Hijo de Dios, un Diablo que sólo así será «derrotado por la
victoria de Cristo».
¿Qué
queremos decir con todo esto? Muchas cosas:
-que
las teologías son metafóricas, no narraciones históricas ni
descripciones metafísicas;
-que
las teologías son muchas, variadas, no sólo una... y que cuando
adoptamos una de ellas no debemos nunca perder de vista que se trata
sólo de «una» teología, no de «la» teología;
-que
las teologías son contingentes, no necesarias;
-que
son elaboraciones humanas, no revelaciones divinas bajadas en directo
del cielo, y que están construidas con elementos culturales de la
sociedad en la que han sido concebidas;
-que
son también transitorias, no eternas, y que con el tiempo y los
correspondientes cambios culturales pierden plausibilidad y hasta
inteligibilidad y pueden acabar resultando inaceptables y hasta
desechadas;
-que
los agentes de pastoral que atienden al Pueblo de Dios han de estar
muy atentos a no prolongar la vida de una teología sobrepasada,
superada, que ya no habla de un modo adecuado a las personas de hoy;
-que
pueden (y deben) tratar de encontrar nuevas imágenes, nuevos
símbolos, nuevas respuestas interpretativas de parte de nuestra
generación actual a las preguntas de siempre.
La
Semana Santa no es el único momento en el que debemos referirnos a
la significación de la salvación operada por Cristo, pues ésta es
una referencia central de la fe cristiana; pero sí es una ocasión
privilegiada para plantearnos la conveniencia de la revisión de
nuestros esquemas teológicos al respecto.
Para
la revisión de vida
Jesús
fue, ante todo, históricamente hablando, un Mesías. Y a ese Mesías
histórico es al que confesamos como símbolo especial de Dios. El
Jesús que guía mi forma de ser religioso, ¿es también mesías?
¿Mi concepción de Jesús, es mesiánica, tiene algo de mesiánica,
o pienso que eso del mesianismo es un concepto bíblico que hoy ya no
tiene relevancia ni aplicación? ¿Mi seguimiento de Jesús, es
“mesiánico”, está centrado en una esperanza para los pobres?
¿Prolongo el mesianismo de Jesús aquí y ahora, «viviendo y
luchando por la Causa de Jesús», por una gran Utopía –como la
que él llamaba malkuta Yahvé, Reino de Dios?
Para
la reunión de grupo
La
escena de la entrada triunfal en Jerusalén es uno de los símbolos
mesiánicos más claros que nos presentan los evangelios sobre la
vida de Jesús. Tomar el artículo de Jon Sobrino «Mesías y
mesianismos. Reflexiones desde El Salvador»
(RELaT:http://servicioskoinonia.org/069.htm )
y montemos una reunión de estudio teórico y aplicado, con estas
preguntas sugeridas (u otras):
Nuestro
Cristo, al que nosotros rezamos y seguimos, ¿es en verdad «mesías»,
o lo hemos desmesianizado? ¿Es acaso un Cristo sin Reino? ¿Es el
nuestro un cristianismo sin utopía, sin lucha por la verificación
histórica de una utopía?
La
devoción personal a Jesús, la «concentración en la persona» de
Jesús (esa afirmación de que el cristianismo no sería una doctrina
ni una religión... sino el «encuentro con la persona viva de
Jesús»), lleva a veces a muchos cristianos al olvido de «la Causa»
de Jesús, el Reino. Poner ejemplos de esta situación.
Explicar/discernir ese conflicto. ¿Es nuestro caso?
¿Influye
en todo esto el lugar geográfico del mundo en el que vivamos, o/y el
“lugar social” al que pertenecemos?
Abordar
en el grupo la “nota para lectores críticos”: ¿Qué tipo de
explicación de la salvación (soteriología) nos fue transmitido en
la catequesis infantil? ¿Nos sirvió? ¿Nos planteó dudas? ¿Cuáles?
¿Nos sirve hoy? ¿Por qué? ¿Tenemos respuestas adecuadas y
actualizadas? ¿Qué podemos hacer?
Para
la oración de los fieles
Hoy
responderemos: -Te amamos, Dios nuestro, creemos en Ti
Contemplando
una vez más tu pasión y tu muerte, Jesús, nos sentimos llamados a
hacer nuestra tu Causa, tu esperanza, tu labor de Mesías venido para
todos los que tienen esperanza. Por eso decimos:
Observando
también tu pasión y tu muerte realizadas hoy día, en los hombres y
mujeres que sufren cualquier situación de injusticia, opresión o
exclusión, nos sentimos interpelados a intervenir en esas
situaciones, y a consagrar nuestra vida a la tarea de ser y dar
esperanza para los demás. Por eso decimos:
Al
entrar en la “semana mayor” del año, nos sentimos unidos a todos
los hombres y mujeres que creen en Cristo, esperando y deseando que
llegue el día en que, más allá de cualquier frontera de separación
religiosa, podamos decir todos juntos:
Al
saber por Jesús que el amor es el criterio supremo por el que serán
juzgadas todas las naciones, soñamos con que llegue el día en que
los hombres y mujeres de todos los Pueblos y Religiones invoquemos al
“Dios-amor, de todos los nombres” y le digamos a una sola voz:
Al
comenzar una semana que también es para muchos de descanso, de
interrupción del ritmo semanal ordinario, de vacaciones o incluso de
turismo, queremos sentirnos unidos a todos los que en medio de esas
actividades “profanas” no van a dejar de saber encontrarse
consigo mismos y con lo divino que llevan dentro, por otras formas
que las habituales; y con ellos queremos proclamar:
Oración
comunitaria
Oh
Misterio infinito, que, de muchas maneras y de una forma constante a
lo largo de la Historia, has hecho surgir nuevos Mesías para salir
al encuentro de las esperanzas de la Humanidad de todos los tiempos y
de todas las religiones, especialmente al encuentro de las esperanzas
de los pobres. Haz que los que nos sentimos iluminados por Jesús,
admiremos consecuentemente su espíritu mesiánico de servicio y de
lucha esperanzada, para que huyendo de toda imposición o arrogancia,
y de toda alienación o resignación, pongamos siempre en el centro,
por encima de todo, como él, la esperanza de un “cielo nuevo y
tierra nueva donde more la Justicia”. Te lo queremos expresar con
la esperanza misma de todas las personas y pueblos que hoy siguen
necesitando y esperando un mesías salvador. Inspirados por Jesús,
te lo pedimos a ti, que vives y haces vivir, en plenitud, por los
siglos de los siglos.
Estos
comentarios están
tomados de diversos libros, editados por Ediciones El Almendro de
Córdoba, a saber:
- Jesús Peláez: La
otra lectura de los Evangelios,
I y II. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Rafael García
Avilés: Llamados
a ser libres. No la ley, sino el hombre.
Ciclo A,B,C. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Juan Mateos y
Fernando Camacho: Marcos.
Texto y comentario.
Ediciones El Almendro.
- Juan.
Texto y comentario.
Ediciones El Almendro. Más información sobre estos libros
en www.elalmendro.org
- El
evangelio de Mateo. Lectura comentada.
Ediciones Cristiandad, Madrid.
Acompaña siempre otro comentario
tomado de la Confederación Internacional Claretiana de
Latinoamérica: Diario
bíblico