SÍNTESIS
TEOLÓGICA
GRANADA
BLOQUE
REVELACIÓN
TEMA
I
Muchas
veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres
los profetas; en estos tiempos, nos ha hablado por su Hijo (Hb
1,1-2). La Revelación como historia del encuentro del Dios Trino con
el hombre, según el testimonio de las Sagradas Escrituras, y en la
reflexión del Vaticano I y Vaticano II.
Desentrañamiento
de la pregunta:
1.-Dios
ha hablado, se ha dado
a conocer en los profetas
, en su Hijo.
2.-La
Revelación como historia del encuentro del Dios Trino
con el hombre. En las
Escrituras y en el
Vaticano I y Vaticano II.
Según
Fisichella, el Antiguo Testamento lee el acontecimiento de la
revelación a la luz de una interpretación libre, soberana y
poderosa de Dios. La expresión privilegiada para expresarlo es
Palabra de Yahvé.
Para el hombre bíblico se acentúa, sobre todo, el escuchar,
“Escucha,
Israel”, frente al
griego, que acentuará el mirar, el ver. A través de la Palabra de
Yahvé”, Israel conoce quién es Dios, porque en el mundo semítico
la palabra no se distingue casi en nada del que la pronuncia.
Siguiendo
a Fisichella, en el Nuevo Testamento está claramente determinado por
la novedad que se ha percibido en la persona de Jesús de Nazaret. El
testimonio directo nos lo ofrece la carta a los Hebreos 1,1: “Muchas
veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres
los profetas; en estos tiempos nos ha hablado por su Hijo, a quien
constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo también el
universo”.
En
unos pocos versículos, el autor sagrado entra en el corazón del
discurso: la novedad está determinada por el hablar del Hijo en la
carne del hombre. Sin embargo, lo que determina la
originalidad de este texto es el hecho de que se presenta el
contenido de la revelación en una identificación total con el
sujeto que lo expresa. Ahora es
Dios mismo el que ha hablado; este hablar suyo es comunicable y
comprensible, a pesar de que es Él mismo el que comunica, ya que
está realizado dentro de la estructura personal.1
1.-
La palabra Revelación:
-Hebreo:
galah, descubrir.
-Griego:
apokalyptein y el sustantivo apokalupsis. Trece veces en San
Pablo: descubrir, correr el velo, desnudar, dar a conocer una cosa
oculta.2
1.- ¿Qué
es revelación?
El
concepto de Revelación puede resultar problemático al abarcarlo
solamente a partir de su etimología: Revelare (apocalistein)
descubrir lo oculto, quitar el velo, destapar. La noción difundida
actualmente como autocomunicación de Dios en Jesucristo es reciente
y se forma presumiblemente en el enfrentamiento con la Ilustración.
El
concepto de revelación, entendido como autocomunicación radical de
Dios, contiene:
1-La
idea de Dios como sujeto que se comunica.
2-El
contenido de la comunicación.
3.-El
proceso, la génesis de una relación interpersonal entre Dios y el
hombre, sujeto y destinatario.3
1.1.-Tres
definiciones clásicas del concepto de Revelación.
A).-Revelación
como epifanía / teofanía:
Hace
referencia a la irrupción del acontecimiento salvífico.
Manifestación de lo Sagrado. La revelación de Dios sería igual a
la Epifanía de la Salvación.
Pié-Ninot
afirmará que, desde la Edad Antigua hasta la Edad Media, el término
“revelación” designaba primeramente experiencia de iluminación.
Por eso, el concepto de epifanía como manifestación divina es muy
útil para calificar mejor al Dios vivo que se manifiesta y se hace
experimentable en su santidad como realidad concretamente presente,
como fuerza que crea, guía, juzga y salva.
Se
trata de la concepción propia del Nuevo Testamento que interpreta la
historia de la salvación como epifanía de Dios y de Jesucristo. No
se trata de la comunicación de una verdad escondida, ni de una
enseñanza de tipo teórico, sino por el acontecer y por la
manifestación histórica de la misma salvación.
En
el inicio de la DV 2, se puede encontrar esta perspectiva puesto que
se une la revelación a la “manifestación del misterio de su
voluntad” a partir de la importante cita del himno Ef. 1,9.
B)
La revelación como instrucción:
En
la Edad Media, se experimenta una importante tendencia a leer el
contenido de la revelación en clave intelectualista y de ahí surgió
el modelo teórico-instructivo de la Revelación, que se centra en
informar doctrinalmente sobre los hechos y contenidos de la enseñanza
divina sobre la redención. Así, por ejemplo, Tomás de Aquino
definirá como “manifestación de la verdad” (ST. III 40,1). En
este caso revelación y salvación se separan, ya que la primera se
reduce a la parte informativa y doctrinal de la historia de la
salvación, la cual sirve como lugar para manifestar las verdades
reveladas.
Este
modelo está presente en la DV dado que fue el propio del Vaticano I
y el dominante hasta el Vaticano II, por ejemplo al usar la “verdad”
como primer contenido de la revelación (DV.7.8), así como en la
concepción abstracta de la revelación en el mismo triple uso de la
expresión clásica de: depósito de la fe.
Este
modelo, a partir de los siglos XIV-XV, acentuó con fuerza su sentido
doctrinal y conceptual: así, la revelación se comprende casi
exclusivamente como comunicación de una doctrina sobrenatural y el
proceso de la revelación viene explicado como manifestación divina
de proposiciones conceptuales.
- La revelación como autocomunicación.
El
Concilio Vaticano II representa un cambio importante para la
concepción teológica de la revelación. En efecto, la DV desarrolla
un concepto de revelación que representa una superación de las
estrecheces conceptuales de la teología escolástica y del modelo
instructivo.
El
Vaticano II recupera en el concepto de revelación el acontecimiento
salvífico entero en su sustancia y en su fundamento y lo concibe
como autocomunicación de Dios: Dios mismo es, en su eterna esencia
trinitaria, el Dios de la revelación. Esto significa que los
conceptos “acontecimiento de salvación” y “acontecimiento de
revelación” se autointerpretan mutuamente. Y, así el Concilio,
con esta ampliación semántica del concepto de revelación, lo
integra en el interior del acontecimiento salvífico con su entero
contenido y con su carácter esencial.
A
su vez, el mismo concepto registra una radicalización teocéntrica:
el Dios de la revelación no revela alguna cosa, sino que se revela a
sí mimo como Padre en Jesucristo, como mediador y plenitud de la
revelación (DV4), siguiendo la forma de revelación propia de los
libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, y continúa presente en la
Iglesia a través del Espíritu Santo.
Se
trata de una autocomunicación al hombre como participación en la
misma realidad salvífica de Dios. De ahí surge el modelo
teorético-comunicativo-participativo, que subraya tanto el aspecto
“de comunión-comunicación”, ya que genera una relación
personal, como el aspecto de “participación”, pues a su vez
ofrece los “bienes divinos” como son la verdad, la justicia, el
amor, la paz...
A
partir de esta idea de revelación, la misma concepción del
cristianismo como religión del libro debe superarse, puesto que la
revelación cristiana se fundamenta en una comunión personal-vital
que conlleva un compromiso personal, y por tanto va más allá de la
pura fidelidad formal a un texto. Aquí radica su diferencia radical
con el concepto de revelación del judaísmo y del islamismo,
conocidas propiamente como religiones de libro.4
2.-
Revelación, Dios, Hombre.
El
acceso del hombre a la revelación se realiza por la fe, don de Dios
y respuesta del hombre al mismo tiempo. El hombre está preparado
para esta respuesta gratuita ya que está abierto al transcendente y
a su posible manifestación reveladora; en definitiva, el hombre es
capaz de escuchar la Palabra de Dios.
2.1.-El
hombre.
El
hombre, desde el mundo griego, buscó el conocerse a sí mismo, la
inscripción “Conócete a ti mismo” puesta por los siete sabios
en el frontispicio del templo de Delfos, resume la memoria de
Sócrates y el adagio más emblemático de toda la reflexión
filosófica de Platón.
El
origen del adagio parece remontarse a textos antiguos de Heráclito,
Esquilo, Herodoto y Píndaro, y surge como una invitación a
reconocerse mortal y no Dios y, por tanto, a ponerse en relación con
Él a partir de esta conciencia.
Será
Agustín, en el mundo cristiano, quien dará fuerza al “conócete a
ti mismo” con la expresión: noverim me, noverim te ( me
conoceré, te conoceré), siguiendo con la expresión “no vayas
fuera, puesto que en el interior del hombre habita la verdad” (noli
foras ire; in interiore hominis habitat veritas). Donde el
conocimiento de uno mismo va ordenado al segundo conocerte a ti. En
efecto, para él Dios está como en el trasfondo del trasfondo del
mismo hombre puesto que, según su conocida expresión, Dios es
-interior intimo meo- más interior que mi intimidad. No sin
razón se ha podido afirmar que san Agustín es el inventor de la
propia interioridad como fuente de conocimiento, ya que pone su
centro en el hombre interior y pide al hombre que entre en la
interioridad de su mente para encontrarse a sí mimo y, consigo, a
Dios.
Durante
la Edad Media se mantendrá el pensamiento de San Agustín vigente.
San Buenaventura describe cómo el alma puede elevarse a Dios y esto
se realiza “no sólo a través de nuestra alma, sino también
dentro mismo de nuestra alma, y así se puede contemplar el primer
Principio”, esto es, se debe revestir nuestra alma, la imagen de
Dios, de la tres virtudes teologales que la purifican, iluminan y
perfecciona.
Este
“conócete a ti mismo” queda en entredicho con la antropología
moderna, según algunas visiones que se autodenominan a sí mismas
científicas, y esto por el riesgo de subjetivismo. Recuperarán este
conócete a ti mismo Husserl y M. Heidegger.
Pablo
VI, recordando GS 10 (¿Qué es el Hombre?), dirá: “Nuestra
antropología conoce y afirma una superlativa genealogía del hombre,
(ya que) en su composición inicial es imagen y semejanza de Dios”.
2.1.1. El
hombre abierto a la transcendencia. Capax Dei
El
hombre Capaz de Dios, Capax Dei, está ligando a un doble
aspecto:
1.-Protológico:
éste se enraíza en el hombre como imagen de Dios fundamentándose
en la revelación bíblica del Hombre creado a Imagen de Dios.
(Génesis 1,27, Colosenses 3, 9s) y el nuevo Hombre creado en Cristo
(Ef 4.23; Romanos 8,10-29).
2.-Escatológico:
hace referencia a la visión de Dios, y la bienaventuranza, de
acuerdo con los tres textos clásicos del Nuevo Testamento sobre ver
a Dios, profusamente citados por Agustín y Tomás de Aquino:
“conocemos de manera incompleta..., pero cuando llegue lo perfecto
quedará anulado lo imperfecto (...); ahora vemos mediante un espejo,
confusamente; entonces, cara a cara” (1Corintios 13,9-12); “todavía
no se ha manifestado lo que seremos; sabemos que cuando se manifieste
seremos parecidos a él porque lo veremos tal como es” (1Jn 3,2) y
“bienaventurados los limpios de corazón porque verán a Dios”
(Mt 5,8).
2.1.1.1.Las
dos formulaciones teológicas más clásicas sintetizadas en el
hombre Capax Dei: El hombre como capacidad receptiva o “potentia
oboedientialis” y el hombre deseo de Dios o “desiderium
naturale videndi Deum”.
2.1.1.1.1.
El hombre como capacidad receptiva o “potentia oboedientialis”.
Decir
que el hombre es potencia obediencial o capacidad receptiva es
afirmar su radical apertura hacia Dios, horizonte infinito. Se llama
obediencial, es decir, receptiva, por razón de ser una aptitud
fundamental de disponibilidad y acogida de la Revelación de Dios.
Esta situación estructural del hombre hace que éste no sólo no
experimente una contradicción hacia el horizonte infinito, el
absoluto, Dios, sino también una tendencia – a menudo no sabida-
hacia Él. En este sentido es como podemos entender el hombre como
potencia obediencial, y por tanto, abierto a la comunicación de Dios
y es aquí donde la teología católica ha visto la capacidad
fundamental del hombre a la revelación de Dios. Por eso podemos
decir que el hombre es capacidad receptiva para la fe; de otra
manera, ésta sería una superestructura extraña y sin interés para
el hombre.
El
concepto de potencia obediencial o capacidad receptiva puede hacerse
comprensible humanamente a partir de la experiencia de amistad y de
amor entre dos personas: cada una recibe el amor de la otra como
plenitud de su propia existencia y, a pesar de todo, como don
indebido que no puede exigir.
2.1.1.1.2.
El hombre deseo de Dios o “desiderium naturale videndi Deum”.
Ya
que la potencia obediencial del hombre no es una pura contradicción
sino una tendencia hacia Dios, desde santo Tomás se designó como
desiderum naturale videndi Deum, es decir, deseo natural de
ver a Dios. Tomás afirma que esto es lo fundamental de la existencia
humana, que apunta siempre más allá, como “movimiento abierto al
futuro” “sólo Dios puede satisfacer la voluntad del hombre.
Esta
interpretación ha sido profundizada por teólogos en los últimos
tiempos. Partiendo de Tomás de Aquino, han surgido tres tendencias:
1.-Tendencia
extrinsecista (entre los teólogos que la han mantenido: R.
Garrigou-Lagrange y H. Lennerz). Su preocupación fundamental es
distinguir bien entre orden natural y sobrenatural y subrayar la
absoluta gratuidad de este último. Declaran que la finalidad
sobrenatural del hombre es imposible de discernir por la razón.
Fundamentalmente, se oponen a que en el hombre haya una tendencia
ontológica hacia la felicidad, hacia Dios. La razón principal está
según Garrigou-Lagrange, en que poner la visión beatífica como
único fin último posible del hombre es admitir una desproporción
entre la finalidad e inclinación del hombre y ru realización; esto
es inadmisible según la doctrina tomista, ya que se podría llegar a
la negación de la necesidad de la gracia para llegar a Dios.
Según
estos autores no se debe encontrar un punto de unión entre natural y
sobrenatural. Una felicidad natural proporcionada a la capacidad del
hombre es suficiente parea satisfacer nuestros deseos naturales. En
este sentido, estos autores limitan la importancia de la demostración
de Santo Tomás contraria precisamente en este punto, cuando arma
Tomás que no desear a Dios en su misma esencia es una imperfección
incompatible con la verdadera felicidad (St. I_II, q.5,a.2ad.2).
2.-Tendencia
intrinsecista: (G. de Broglie, de J. Laporta y J.E. O'Mahony, H.
de Lubac). Estos teólogos, preocupados por el dualismo excesivo
fruto de las polémicas con los protestantes decidieron recuperar el
sentido genuino del desiderium naturale videndi Deum. Según
ellos Tomás sostuvo que existe un deseo natural innato de Dios y la
felicidad sobrenatural perfecta.
Tomás,
distinguiendo claramente entre el orden natural y la gracia, muestra
la profunda unidad del designio salvador y presenta claramente cómo
el hombre de hecho ha estado creado para la felicidad con la visión
de Dios, fin sobrenatural que nada más obtiene con medios gratuitos.
De esta forma, el destino y apertura ontológica del hombre a Dios
es posible discernirlos filosóficamente, aunque su asunción sólo
pueda conseguirse con la gracia.
3.-Intento
de síntesis y profundización: (Marechal, P. Rousselot, H. de
Lubac, B. Lonergan, K. Rahner. J. Alfaro, J.M. Rovira Belloso, L.
Ladaria...
H.
de Lubac: a partir de teólogos medievales, incluido Tomás
intenta demostrar que sólo hay un fin para el hombre que pueda ser
realmente el último ya que el espíritu se define por relación a
Dios, visto cara a cara. Pero depende de la voluntad divina el que
sean actuadas o no las virtualidades del espíritu humano.
En
virtud de la orientación hacia la infinitud del ser, las preguntas y
el dinamismo de la razón no pueden descansar hasta llegar al
conocimiento, que se identifica con la naturaleza del hombre; ésta
sólo pude asumir su plenitud en la visión de Dios. Ninguna realidad
limitada, finita, colma del todo la más profunda aspiración del
hombre a la perfección infinita, absoluta. Sólo en el encuentro
personal con el Absoluto mismo, el hombre pude asumir
definitivamente la plenitud de su espíritu, a la que siempre tiene
de forma implícita y que siempre está presente en él de forma
oculta.
Este
intento de síntesis quiere armonizar la trascendencia de la
Revelación y de la fe, manteniendo que el hombre puede realizarse
sin ellas, ya que no pude conseguirlas con sus fuerzas únicamente. Y
esto debido a que la visión de Dios, de la que la Revelación y la
fe son inicio, coloca al hombre en una situación existencial
sobre-natural. Y al mismo tiempo quiere armonizar la inmanencia de
esta Revelación y de esta fe en el hombre ya que hay una afinidad
entre el espíritu humano y el Espíritu Absoluto, Dios, único
término y horizonte que definitivamente da plenitud y reposo. De
hecho toda esta tendencia intenta tener presente la afirmación de la
encíclica Humani Generis de Pío XII, en la cual se dice que
sólo se salva la verdadera gratuidad de la Revelación, afirmando
que Dios puede crear una creatura intelectual no destinada a la
visión.
El
problema continuó y es ahí donde Alfaro propuso otro camino: Alfaro
recuerda que la criatura es esencialmente limitada y por tanto
compuesta de potencia y de acto; de ahí que su característica sea
el movimiento. El movimiento en el pensamiento griego es imperfección
y por ello se piensa en Dios como acto puro, donde no hay movimiento.
El deseo natural supone exigencia de moverse, tendencia hacia la
plenitud, pero no exigencia o necesidad de llegar, ya que el hombre
no puede tener la exigencia o necesidad de llegar, ya que el hombre
no puede tener la exigencia y necesidad de salir de sus propios
límites en su condición de creatura limitada. Todo esto puede
parecer una paradoja; pero la gran paradoja es que Dios ha creado el
espíritu humano limitado y por eso mismo capaz de concebir de alguna
forma y de desear la felicidad y el bien absolutos de los cuales la
Revelación y la fe son prenda.
Sobre
esta cuestión, el Vaticano II ofrece estas sugerentes indicaciones:
DV.
Capítulo 1, punto 3: “ Dios, creándolo todo y conservándolo por
su Verbo (cf. Juan 1.3), da a los hombres testimonio perenne de sí
en la cosas creadas (cf. Romanos 1,19-20), y, queriendo abrir el
camino de la salvación sobrenatural, se manifestó, además,
personalmente a nuestros padres ya desde el principio.”
Por
un lado, el Concilio, al referirse a la manifestación de Dios en las
realidades creadas, cita el texto clásico de Romanos 1, 19-20, pero
lo hace preceder novedosamente con una cita explícita a la creación
por el Verbo de Juan 1,3.
De
esta forma, DV3 establece una relación interna entre la revelación
histórico – crítica que tiene prioridad y la manifestación
cósmica de Dios. De forma similar, DV 6 al citar explícitamente el
Vaticano I, se intercambia el orden y se pone en primer lugar “el
conocimiento de Dios por la revelación”, para dejar en segundo
lugar el conocimiento natural de Dios. Además, DV 3, coherente con
esta opción, evita la palabra “sobrenatural” y usa el término
antiguo de salus superna (salvación superior), habitual en
los Padres y teólogos medievales antes de la difusión de la palabra
sobrenatural. Se trata de una opción similar a la que se encuentra
en GS, que también la evita prefiriendo hablar de la “única
vocación última del hombre” (nº 22). Por esto, no es extraño
que se pueda cuestionar el mismo uso del término sobrenatural,
especialmente si esto comportase el mantenimiento de una visión
superpuesta de la revelación, la gracia y la fe.
Teólogos
y pensadores contemporáneos:
-Karl
Rahner.
-Karl
Barth.
1.-Karl
Rahner:
Según
Pié-Nitot:
Teología
transcendental, parte de J. Marechal, esta teología puede ser
entendida como “aquella teología, que a partir de planteamientos
genuinamente teológicos, examina las condiciones a priori en
el sujeto creyente para el conocimiento de verdades importantes de la
fe”.
a)
Elementos básicos de la antropología de Rahner:
El
punto de partida es la fenomenología del preguntar humano; este
preguntar humano es el hecho fenomenológico, que da razón de por
qué se postula la coincidencia entre metafísica y antropología, ya
que, a través del preguntar humano, el hombre puede abrirse al ser
en general.
El
eje central de su antropología es: la constitución ontológica
del ser humano. Para Rahner, el hombre es originariamente
espíritu que tiene acceso al mundo gracias a la sensibilidad, que es
la condición que posibilita tal acceso, lo cual hace posible la
definición de que el hombre es espíritu en el mundo.
b)
El hombre oyente de la Palabra.
Rahner,
en el primer capítulo de su libro, prologado por Metz, Oyente de la
Palabra, concibe la filosofía de la religión como una ontología de
la potentia obedientialis
en vista a la Revelación. Para cumplir este objetivo, Rahner formula
tres grandes tesis que vertebran toda la obra:
Primera
tesis: el hombre como espíritu:
El hombre es la absoluta apertura al ser, ya que va
siempre más allá de lo que conoce. Y esta estructura fundamental
del hombre, afirmada por el mismo hombre implícitamente en cada uno
de sus conocimientos y en cada una de sus acciones, es lo que Rahner
designa como naturaleza espiritual del hombre. Por eso el hombre es
espíritu, es decir, vive su vida en un continuo tender hacia el
Absoluto, en apertura a Dios. Esta apertura hacia Dios es la
condición de posibilidad que es y ha de ser el hombre, y lo es
efectivamente siempre, incluso en la vida más oscura de cada día. Y
sólo se es hombre en la medida en que se está en camino hacia Dios,
se sepa expresamente o no, se quiera o no, ya que siempre el hombre
es la apertura infinita de lo finito hacia Dios, apertura que sólo
puede o reprimir o aceptar.
Ahora bien, una revelación de Dios sólo es posible si
el sujeto al cual ha de dirigirse ofrece ya de por sí un horizonte
previo a esta posible revelación dentro del cual pueda darse lo que
designamos con el nombre de Revelación este horizonte ha de ser
ilimitado, si no quiere imponer un límite o barrera a la posible
revelación de Dios. Al encuentro entre la revelación de Dios y el
hombre en su capacidad auditiva de apertura y escucha de la Palabra
la llama Rahner: Experiencia Transcendental.
Segunda
tesis: el oyente libre
El hombre presta atención al hablar o al silencio de
Dios, cuando no cierra el horizonte absoluto que tiene hacia Dios.
De ahí que esta apertura hacia Dios el hombre puede
aceptarla o reprimirla y por eso se plantea como una cuestión de una
autodeterminación moral libre, o mejor, ya que se refiere a Dios, de
una cuestión religiosa. Este hombre escucha el mensaje del Dios
libre cuando no cierra el horizonte absoluto de su apertura hacia el
ser en general, y así no quita anticipadamente a la palabra de Dios
la posibilidad de expresar lo que el Dios libre pueda querer
decirnos. De esta manera del hombre hacia el ser absoluto de Dios se
da en cada afirmación y aceptación de la propia existencia y
viceversa, de tal modo que la actitud hacia uno mismo incluye en el
fondo una actitud hacia Dios.
Tercera
Tesis: la historicidad humana de una posible revelación:
El hombre como espíritu en el mundo es un espíritu
encarnado. Y por esta razón está orientado hacia la historia, ya
que cada vez que conoce lo hace por medio de los sentidos y, por
tanto, se orienta hacia algo que es histórico y fáctico. Y esta
orientación no es una actitud que dependa del libre albedrío del
hombre, sino que por razón de su espiritualidad específicamente
humana, es algo constitutivo del hombre.
De ahí que el hombre sea el ser que en su historia ha
de escuchar la revelación, la cual, si se da, se produce en la
historia y, como suprema actualización de ésta, en forma de
palabra. Sólo así es el hombre lo que ha de ser. La antropología
metafísica sólo llega a su término cuando se entiende ella misma
como metafísica de una potentia obedentialis para la
revelación del Dios supramundano.
Apertura
Transcendental:
La apertura transcendental aparece en tres estadios del
análisis del juicio y concluyen con la afirmación refleja de Dios.
Estos tres estadios son:
A) paso del orden de los fenómenos al ser en sí:
se parte de la pregunta sobre lo que “experimentamos” a partir de
los fenómenos sensibles, para llegar al “ser en sí”.
B) paso del ser en sí al ser infinito e ilimitado:
el ser en sí se revela como fundamento de todos los seres y por
tanto como ser infinito e ilimitado.
C) paso del ser infinito al Ser Dios: del campo
de la antropología metafísica se pasa al de la teología natural e
incluso a la teología fundamental.
John
O'Donnell:
O'Donnell hace un estudio comparativo entre Rahner y
Barth señalando que la mayor diferencia entre ellos consiste en que
el punto de partida de Rahner es antropológico y el de Barth es
cristológico.
Rahner:
Mira a la criatura para detectar las estructuras del
ser humano que son necesarias para que se produzca la revelación. En
este sentido, la revelación no es algo que cae del cielo como una
piedra, sino que más bien sucede que el suelo está ya preparado
para recibir la revelación en la naturaleza de lo humano como tal.
En su obra de síntesis, Curso fundamental sobre la
fe, Rahner distingue tres tipos de revelación:
-Revelación transcendental.
-Revelación sobrenatural transcendental.
-Revelación categorial.
Nexo entre la idea de revelación y doctrina de la
Trinidad:
Ante todo, cuando Rahner emplea el término
“transcendental, se refiere a las condiciones, requeridas para que
una determinada cosa ocurra.
Rahner trata de demostrar que todo hombre o mujer es,
en la estructura misma de su ser, una apertura al Misterio.
La persona nunca deja de ser un misterio para sí
misma. El misterio de la persona nunca puede ser agotado. Lo que
Rahner da a entender es que nuestros interrogantes humanos tienen un
horizonte infinito que nunca puede ser convertido en un objeto, pero
que se nos hace presente cada vez que conocemos cualquier objeto.
Cuando hablamos de Dios, estamos mentando este horizonte que
frecuentemente percibimos como innominado y oculto, como situado
esencialmente más allá de nuestra capacidad de dominio, pero que se
nos hace siempre presente. Si no fueran así las cosas, el sujeto no
sería humano, sino que la persona se quedaría reducida a la
condición de objeto. Por eso argumenta Rahner que sólo el
Dios-Misterio hace que el sujeto sea tal sujeto.
Podríamos hacer una análisis semejante con respceto a
la libertad. Siempre que elijo algo es porque busco algún bien
humano, pero todo bien finito que pueda yo elegir, por el hecho mismo
de su finitud, no puede satisfacer el dinamismo que me proyecta hacia
el infinito. De ahí que toda actuación de la libertad humana
signifique una apertura hacia un horizonte infinito. De hecho, si
ante mí no estuviera este horizonte, yo estaría predeterminado,
reducido forzosamente a la condición de un objeto en el mundo. Dios,
por consiguiente, viene a ser el fundamento mismo de la libertad.
El misterio central del cristianismo es que Dios quiere
realmente comunicarse. La fe empieza por la convicción de que Dios
habla. ¿Cómo entender esto?
Rahner toma como punto de partida el axioma de que Dios
quiere que todo ser humano se salve, de ahí se sigue que da a todos
la posibilidad de llegar a la unión consigo. En el lenguaje técnico
de la teología, esto significa que Dios ofrece a todo hombre la
gracia.
Rahner anuncia la tesis de que el ser humano es el
acontecimiento de la autocomunicación amorosa de Dios. Dios se
ofrece a cada persona, Dios quiere morar en cada persona- Y en esto
consiste el misterio de la gracia. Por gracia entiende Rahner la
inhabitación del Espíritu Santo. Hasta tal punto quiere darse Dios
que, como señalo Rahner, se convierte en un coprincipio constitutivo
de la subjetividad humana. El peligro está, obviamente, en reducir
la trascendencia de Dios al plano de nuestra finitud. Rahner es
consciente de este peligro, pero al mismo tiempo quiere hacer
justicia a la afirmación central de la fe en el sentido de la real
proximidad de Dios. Se sirve de la analogía de la causalidad formal,
“así como la forma configura la materia de modo que todo objetivo
constituye una realidad, Dios se une de tal forma que me es más
íntimo que yo mismo.
Rahner admite que muchos no reconocerán explícitamente
estas experiencias como momentos de gracia, pues ciertamente se
producen muchas veces de manera velada, silenciosa, anónima. Pero
afirma también que se manifiestan a todo hombre y mujer en cierta
medida. Como ejemplo cita un sentimiento básico de confianza en la
vida, la idea de que todo debe ir bien, la fidelidad incondicional a
otra persona, la esperanza incluso ante la muerte...
Contra esta teoría de la universalidad de la gracia
que propone Rahner se han formulado objeciones, pues parece hacer
superfluo a Cristo. A estas objeciones hay que puntualizar:
1.- Rahner intenta entender cómo puede salvarse el
hombre secular de nuestros días.
2.- Si bien es cierto que Dios actúa en el corazón de
estas personas secularizadas, Rahner reconoce que, aparte de la clara
luz de Cristo, la experiencia humana vine a ser siempre una mezcla de
luz y oscuridad. De ahí que la historia de la raza humana sea una
historia de verdad y error, de gracia y pecado, Y de ahí también
que la humanidad necesite un redentor.
3.- La historia de la humanidad tiene una finalidad que
es Jesucristo. De ahí que todas esas experiencias de gracia no sean
precisamente estáticas sino dinámicas que necesitan ser
interpretadas, y sin Cristo no llegan a ser plenamente inteligibles.
¿En qué sentido es Jesucristo la revelación de Dios?
Hemos de indicar que para Rahner, Cristo es la culminación de la que
él llama revelación categorial sobrenatural.
Por categorial entiende algo objetivo, algo histórico
y que se sitúa en el espacio y el tiempo. Rahner se refiere a la
intervención directa de Dios en la historia. Son sobrenaturales
porque no forman parte del orden creado.
Rahner coincide con Barth en que Jesucristo es la
revelación por excelencia, es decir el acontecimiento en que se da
una una estricta identidad entre Dios que revela y lo revelado. La
cristología de Rahner, que parte de la profesión de fe
calcedonense, para la que Jesucristo es una persona divina en dos
naturalezas, trata de explicar en profundidad cómo puede ser Jesús
simultáneamente una sola cosa con Dios y en cuanto criatura,
distinto de Dios dotado de la autonomía característica de toda
criatura. Rahaner se pregunta cómo es posible afirmar la plena
divinidad de Jesús sin dejar por ello de hacer justicia a su
humanidad, pues quiere evitar a toda costa la concepción mitológica
de la Encarnación. Nos lleva a imaginar a Jesús como una especie de
actor que representa un papel, que no es realmente humano y semejante
a nosotros menos en el pecado. Rahner encuentra una respuesta a estos
interrogantes abordando el misterio de la Encarnación a través de
la teología del símbolo.
Para entender lo que el símbolo significa para Rahner,
hemos de tener en cuenta la distinción que establece entre signo y
símbolo. Para Rahner, la relación entre signo y significado es
accidental, mientras que entre el símbolo y lo simbolizado se da una
relación intrínsica. Por ejemplo un semáforo en rojo indica que
los automóviles deben detenerse. Rojo es, por tanto, un signo que
transmite la idea de parar. Pero en este caso estamos ante una
convención. En principio podría utilizarse cualquier color. Pero
entre mi cuerpo y yo mismo se da otro tipo de relación. Mi yo existe
gracias a mi cuerpo. Si prescindimos del lenguaje y de los gestos, no
hay posibilidad alguna de que las personas se comuniquen entre sí.
Por eso llama Rahner al cuerpo símbolo del yo.
Rahner define el símbolo como la autorrealización de
un ser en el otro que es constitutivo de su esencia. Lo que quiere
dar a entender es que un ser, a fin de realizarse, produce otro ser,
pero este otro ser no le es extrínseco, sino que existe como la
propia autorrealización del primero. De modo semejante aplica Rahner
esta manera de entender el símbolo a la Trinidad y en la
cristología. El Padre pronuncia la Palabra desde toda la eternidad.
El Padre y la Palabra son diferentes, pero, a pesar de ello, la
Palabra pertenece a la esencia de la divinidad. De manera semejante,
en la Encarnación se expresa la Palabra a través de la humanidad de
Jesús. Entre la humanidad y la persona de la Palabra se da una
alteridad real, pero al mimo tiempo hay también entre ellas una
identidad real. La humanidad en cuanto que otra indica la autonomía
de la naturaleza humana creada de Jesús con todas sus dimensiones
como tal criatura. Al mismo tiempo, la palabra se expresa siempre a
través de la humanidad. De ahí que nosotros siempre hayamos de
mirar precisamente a esta humanidad para conocer a Dios. Mediante
esta teología del símbolo, trata Rahner de hacer justicia a las
profundidades de la afirmación joánica: “Quien me ve a mí está
viendo al Padre” (Jn 14,9).
En la teología de la Revelación en Rahner descubrimos
dos dimensiones una cristológica, otra pneumatológica. El misterio
de la fe está en que Dios quiere comunicarse. Dios se expresa y se
comunica perfectamente en la historia a través de la Encarnación.
Pero Dios también se comunica en las profundidades de nuestra
subjetividad a través de la inhabitación del Espíritu Santo o,
dicho de otra manera, a través del misterio de la gracia. En virtud
de estas modalidades de la autocomunicación de Dios somos atraídos
hacia el misterio único e inefable de Dios, que se nos da en la
economía de la salvación a través de Jesucristo y de su Espíritu.
Pero si todo esto ocurre así es porque Dios, en su propia vida, es
el Misterio del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Para Rahner, por
consiguiente, al igual que para Barth, el acontecimiento de la
revelación nos conduce hasta el misterio de la Trinidad como fuente
y fundamento.
Karl
Barth:
En nuestros días la revelación de Dios se entiende
como automanifestación de Dios. La revelacion es un acontecimiento
que tiene lugar en la historia. Su veracidad se funda en la fidelidad
de Dios. La criatura puede apoyarse en la fidelidad de Dios y
edificar sobre ella su propia existencia. Al aceptar en la fe la
revelación de Dios, el hombre cristiano sabe que permanecen en la
verdad.
Barth demostró que es imposible interpretar el acto de
la revelación adecuadamente sin atribuir a ese acontecimiento una
base trinitaria.
Ante todo está el hecho de que Dios en cuanto tal es
puro Misterio. Como ser trascendente, Dios sólo puede ser conocido
en cuanto que él mismo haga decidido darse a conocer. Pero ¿dónde
ha acontecido tal cosa? La respuesta de Barth es: en Jesucristo. El
Dios trascendente y oculto se ha desvelado en Jesús sin dejar de ser
puro Misterio. En la encarnación vemos cómo se identifican
eternidad y tiempo. El Misterio eterno se hace acontecimiento
histórico. Dios pronuncia su Palabra en la eternidad, pero repite
esa misma Palabra en el tiempo. Aquí lo esencial acerca de la
revelación como acontecimiento es la identificación entre el que
revela y lo que se revela. Dios no revela algo que a él se refiere
ni revela algo diferente de sí mismo. Lo que Dios revela es él
mismo.
Barth afirma que la revelación no es un acontecimiento
únicamente del pasado. Más cierto es que el acontecimiento de
Jesucristo se actualiza aquí y ahora en la existencia del creyente
en virtud de la acción del Espíritu Santo. Cristo no es exactamente
un acontecimiento objetivo que está ahí, sino que Cristo llega a
morar en mí de tal modo que también yo participo en el
acontecimiento de la revelación. A propósito de esto, habla Barth
de la revelación como autocomunicación. Dicho de otra manera, el
acto de la revelación opera algo, es decir que el don de sí mismo
que hace Dios se me comunica de tal modo que yo no sólo conozco a
Dios sino que además participo de la vida divina.
Cuando Dios se da a conocer lo hace como el que revela,
como revelación y como autocomunicación. Dios es la fuente de la
revelación, es decir que Él es el que revela y esto es lo que damos
a entender cuando llamamos a Dios Padre. Pero Él es también el
contenido de la revelación, es decir que Él es la Palabra. Y además
el efecto de la revelación, el Espíritu Santo que mora en el
creyente. Pero hay más: puesto que Dios, en el acto de la
revelación, lo que hace realmente es revelarse a sí mismo, Dios ha
de existir en su propia vida del mimo modo que existe en su
revelación. Así, el acontecimiento de la revelación es de carácter
trinitario; de ahí se sigue que también el ser de Dios es
trinitario. Se da una correspondencia entre Dios en su propia vida y
Dios en su acto revelatorio. La clave, por consiguiente, para
interpretar el acontecimiento fundacional de la revelación es la
doctrina de la Trinidad.5
LA
FE RESPUESTA DEL HOMBRE A LA REVELACIÓN DIVINA
En el número 5 de la DV presenta la fe como un
encuentro personal con el Dios que se revela. Por la fe, el hombre se
entrega entera y libremente a Dios, asintiendo libremente a lo que
Dios revela. Para dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia,
que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del
Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los
ojos del espíritu y concede a todos gusto en aceptar y creer la
verdad. Para que el hombre pueda comprender cada vez más
profundamente la revelación, el Espíritu Santo perfecciona
constantemente la fe con sus dones.
La fe es la voz a Él debida, respuesta del hombre a
Dios que se le ha donado primero. La fe aparece como un acto humano
total, de todo su ser indiviso, mediante el cual todas las
dimensiones o niveles en los que consiste como persona.
Dei verbum 5: señala también un aspecto
importante analysis fidei: las relaciones entre la gracia y la
fe. En efecto, la fe es un acto plenamente humano y libre, a la vez,
don de Dios que hace posible la libertad. La gracia está en el
initium fidei, pero también como ayuda constante en el
ejercicio del creer, lo cual no le quita nada de su condición de
acto humano libre, antes bien, lo potencia infinitamente al tender
como término al Deus Semper maior. La acción interior del
Espíritu Santo consiste, según el pasaje comentado en mover el
corazón para dirigirlo a Dios, abrir los ojos del espíritu y con la
cista del Arausicano II conceder la suavidad para aceptar y creer la
verdad, de modo que se incluye aquí también el tema de la
credibilidad de la fe. Finalmente, es novedoso y muy profundo
referirse a la doctrina de los dones del Espíritu Santo en el
proceso de comprensión de la revelación de perfeccionamiento de la
fe. Dichos dones son capacidades o disposiciones que se le dan
gratuitamente al hombre para escuchar con atención y acoger y
recibir con suavidad las inspiraciones de Dios, y responder a ellas
de manera estrictamente personal que pide su acción en cada ser
humano, a quien Dios guía de manera personal.
El lugar más originario de la fe es la oración,
personal e individual y comunitaria.6
REVELACIÓN
NATURAl.
La revelación natural hace mención al conocimiento
adquirido con la luz de la razón mediante la reflexión sobre las
obras de la creación. La gracia pude muy bien ayudar al hombre en
todos los pasos de este conocimiento. Pero esto no quita nada para
que el conocimiento que los paganos tienen de Dios y de la necesidad
de reconocerlo sea un conocimiento alcanzado por la razón a partir
de la creación visible.
La revelación natural está inscrita en el orden de
las cosas, porque existe por el mero hecho de la creación. Su punto
de partida son las criaturas; su luz, la razón. Por ella se conoce a
Dios como autor del mundo en su relación causal. Se le conoce en lo
creado, por lo creado como fundamento de lo creado. Por ella se
descubre su voluntad, no como manifestada, sino como implicada en el
orden establecido. Es verdad que descubre al Dios presente y
personal, pero se le escapa el misterio de su persona. Por ella
llegamos hasta el umbral del misterio, pero no entramos en él. Para
el hombre concreto es a veces oscura, difícil, está llena de
enigmas. Y el hombre por su pecado y fragilidad surge siempre la
tentación de confundir al autor de la naturaleza con la naturaleza
misma.
La
revelación en la Historia de la salvación. Sobrenatural.
La revelación sobrenatural, por el contrario, tiene
por principio el acercamiento del Dios Uno y Trino, autor del orden
sobrenatural, Su fin inmediato es la fe que tiende al encuentro, a la
visión del Dios vivo. Su luz profética o luz de la fe. Su objeto
son los misterios de la vida íntima de Dios. Esta revelación
inaugura un diálogo, una amistad, una comunión, una participación
de bienes entre Dios y su criatura.
El mundo existe como término de un acto libre de Dios.
Es también verdad que en la revelación natural el objeto (la
creación) y el sujeto (la razón humana) han sido queridos por Dios
para producir por su encuentro el conocimiento de Dios. Pero esta
voluntad y este conocimiento no bastan para constituir una palabra ni
un testimonio propiamente dicho. El hombre que contempla la creación,
no se siente interpelado; no debe responder a una llamada; sólo
tiene que descifrar su objeto colocado ante él. La creación nos
lleva a Dios como a su causa, manifiesta su presencia y sus
perfecciones. Habla de Dios pero no habla, no dialoga, es como una
persona presente pero callada. Por ello, el encuentro del hombre con
el universo no termina en un asentimiento de fe, sino en una actitud
existencial: la del obsequio y la de la adoración. En la revelación
sobrenatural, por el contrario, Dios interviene como persona en un
punto y lugar determinado de la historia y del espacio; inicia con el
hombre una amistad, le descubre el misterio de su intimidad su plan
salvífico, lo invita a una comunión con él. El hombre,
directamente interpelado por Dios responde libremente por la fe a la
llamada personal de Dios y hace alianza con él. La revelación
natural no tiene carácter de palabra y de testimonio; se le llama
revelación impropiamente dicha. Se trata, pues, de dos formas de
manifestación y de dos órdenes de conocimiento.
Revelación
Veterotestamentaria:
El AT no posee un término técnico para designar lo
que llamamos “revelación”. Esta revelación, en el AT, se
presenta como la experiencia de la acción de una fuerza inesperada,
pero soberana, que modifica el curso de la historia de los pueblos y
de los individuos. Sin embargo, esta acción no es una manifestación
brutal de poder, sino que se presenta como un encuentro entre uno que
comunica y otro que recibe. En sentido amplio, se trata de un proceso
de diálogo entre seres inteligentes, entre personas.
Carácter y objeto de la revelación
veterotestamentaria:
*La revelación es esencialmente interpersonal; Dios
es a un tiempo el Dios que revela y el Dios revelado. Hace alianza
primero como un señor con su siervo, progresivamente como un padre
con su hijo, como con amigo a amigo, como esposo con esposa.
*La revelación parte de la iniciativa de Dios. Un
Dios libre.
*Lo que da su unidad a la economía de la revelación
es la palabra. Las filosofías helenistas tienden a la visión de la
divinidad. La religión del AT, por el contrario, es la religión de
la palabra escuchada. Este predominio del oír sobre el ver es uno de
los rasgos esenciales de la revelación bíblica. El pecado consiste
en endurecerse para no oír la Palabra.
*La finalidad de la revelación es la vida y la
salvación del hombre, una alianza con vistas a una comunión.
*La revelación en el AT se nos presenta como la
intervención gratuita y libre por la que el Dios Santo y oculto se
va dando poco a poco a conocer a sí mismo y al designio de Israel.
Por la revelación concebida como palabra de Dios que invita al
hombre a la fe y a la obediencia: una palabra esencialmente dinámica,
que realiza la salvación al mismo tiempo que la anuncia y la
promete.7
Etapas
de la Revelación veterotestamentaria:
*Revelación
Patriarcal:
La revelación recibe sus primeros contornos con
Abrahán y los patriarcas. Los relatos quieren hacer compartir la
experiencia de un Dios de tipo particular, ya que ella fundamenta la
experiencia de Israel como pueblo creyente. La Palabra de Dios fue
dirigida a Abrán. Ese Dios es desconcertante que pone en camino: sal
de tu tierra y vete al país que yo te indicaré. Abrán vive la
experiencia de una partida a lo desconocido. En lo más profundo de
esta noche de la fe surge una PROMESA: la de una descendencia
innumerable, seguida de un cambio de nombre: Abrán se convierte en
Abrahán, padre de una multitud. La respuesta de Abrahán es la de la
fe y la obediencia. Por eso, él es el padre de todos los creyentes.
En esta primera etapa de la revelación, prototipo de toda
revelación, Dios se manifiesta por su obrar en la historia: un obrar
que es promesa y cumplimiento, palabra eficaz que realiza la
salvación que promete. Consiguientemente, a la promesa responde, no
ya una gnosis sobre Dios, sino una fe obediente.
*Revelación Mosaica:
La segunda etapa decisiva de la revelación se cumplió
en el acontecimiento vivido del éxodo: un acontecimiento de
salvación, que libera a Israel de la esclavitud de los egipcios y
que va acompañado de la autopresentación de su autor. Al revelar su
nombre Israel por mediación de Moisés, Dios revela no solamente que
existe sino que es el único Dios y el único salvador: “Yo soy el
que soy”. Al revelar su nombre Yavé, toma partido por Israel; con
él establecerá una alianza. Las palabras de la Alianza, (las diez
palabras) expresan el exclusivismo del Dios de Israel y la
exigencias morales del Dios Santo que se alía con un pueblo Santo.
Al aceptar la alianza, Israel está ligado a la voluntad de Dios
históricamente expresada y basada en el acontecimiento de la
liberación. Israel emprende una existencia dialogada, situada en un
contexto de llamada y respuesta. Al revelarse como el Dios de la
historia a los patriarcas, y luego a Israel, Dios confiere ya a la
revelación histórica su dimensión universal.
Revelación profética:
La Palabra va dirigida al pueblo; no directamente,
sino por unos mediadores. Moisés, mediador de la alianza y del
decálogo, es el prototipo de los profetas.
Aunque Josué aparece ya como el confidente y el
portavoz de Yavé tan sólo a partir de Samuel se impone el
profetismo, haciéndose casi permanente bajo una forma más bien
carismática que institucional, hasta el s. V.
Los profetas anteriores al destierro (Amós, Oseas,
Miqueas, Isaías) son los guardianes y defensores de la alianza y de
la ley.
Jeremías intentó determinar los criterios de la
palabra auténtica de Dios. Los criterios son: el cumplimiento de la
palabra profética, la fidelidad a Yavé y a la religión tradicional
y finalmente, el testimonio, muchas veces heroico, del propio profeta
en su vocación.
El Deuteronomio se encuentra en la confluencia de dos
corrientes: la corriente legalista, que es la expresión del
sacerdocio y la corriente profética. Bajo esta doble influencia se
profundiza en la teología de la ley. El Deuteronomio vincula la ley
al tema de la alianza. Si Israel quiere vivir, tiene que poner en
práctica todas las palabras de la ley, ya que esta ley salida de la
boca de Dios es fuente de vida. Por fin la ley se interioriza: “la
palabra está muy cerca de ti: está en tu boca, en tu corazón, para
que la pongas en práctica”. La ley consiste en amar a Dios con
todo el corazón y con toda el alma.
Paralelamente a las corrientes profética y
deuteronómica, se elabora una literatura histórica (Jueces, Samuel,
Reyes), que es de hecho una historia de la salvación y una teología
de la historia. La alianza establecida con Yavé y las condiciones
puestas por él suponen que el curso de los acontecimientos está
regulado por la voluntad divina, en función de las actitudes del
pueblo elegido. Desde entonces, Israel no ha dejado de pensar en su
religión dentro de las categorías de la historia. En definitiva, es
la palabra de Dios la que hace la historia y la vuelve inteligible.
Por la profecía de Natán, la esperanza de Israel se
basa en el rey: el rey presente primero y luego un rey futuro,
escatológico, a medida que las infidelidades del rey histórico van
retrasando las esperanzas en un rey según el ideal davídico. Esta
profecía es el punto de partida de una teología, elaborada por los
profetas, que es eminentemente promesa, vuelta hacia el futuro, más
bien que una teología de la alianza, que presenta una exigencias
ante todo cotidianas.
En tiempos del destierro, sin dejar de ser palabra
viva, se hace cada vez más palabra escrita. La palabra confiada a
Ezequiel está inscrita en un rollo que el profeta tiene que asimilar
para predicar su contenido. Un carácter importante en Ezequiel es su
tono pastoral. Tras la caída de Jerusalén, Israel deja de existir
como nación. La palabra de Ezequiel se hace palabra de aliento y
esperanza para los desterrados abatidos. Ezequiel emprende la
formación del nuevo Israel, dejando entrever que la palabra que
decretó y realizó el castigo siguiendo todavía promesa fiel, pero
nadie se llame a engaño no basta con escuchar la palabra, hay que
vivir de ella.
El Deutero-Isaías (Is 40-55) que hay que leerlo en el
marco del destierro considera el dabar divino en su dinamismo
a la vez cósmico e histórico. Su soberanía absoluta sobre la
creación es el fundamento y garantía de su acción omnipotente en
la historia; Yavé es el Señor de las naciones.
Lo que constituye la originalidad el profeta es que ha
sido objeto de una experiencia privilegiada, originalmente en el
momento de su vocación: conoce a Yavé porque Yavé le ha hablado y
le ha confiado su palabra. Ha sido llamdo a una intimidad especial
con Dios; llamado a conocer sus secretos, designios para convertirse
en un intérprete ante los hombres. El profeta tiene conciencia de
que no ha creado él la palabra; de que esta palabra no es suya sino
de Dios.
El campo de acción de la palabra profética es la
historia, esta palabra es creadora e intérprete de la historia.
Porque es en la historia, a través de las intervenciones de Dios,
donde el pueblo hebreo tuvo la experiencia de la acción divina en su
favor. La fe de Israel se apoya en estos acontecimientos fundadores y
su credo consiste en recitarlos.
Revelación sapiencial:
La corriente sapiencial del AT pertenece a una
corriente de pensameinto internacional, atestiguada ya en el segundo
milenio; esa corriente de pensamiento transformó muy pronto en
Israel en instrumento de revelación. Israel asume la experiencia
humana, pero la interpreta y profundiza en ella a la luz de su fe en
Yhwh. Los datos sobre los que se ejerce la reflexión sapiencial
pertenecen muchas veces a la revelación: la historia, la ley y los
profetas. Con la revelación sapiencial se relaciona el tema de la
revelación cósmica. Israel comprendió que Dios, que suscitó a su
pueblo de la nada de la esclavitud, suscitó también el cosmos de la
nada. Su soberanía es universal. Cuando la palabra se impone a los
hombres, se convierte en ley; cuando se impone a las cosas, crea.
Como la creación es la cosa dicha por Dios, es también revelación.
La
Revelación en el Nuevo Testamento
La intuición central del NT es que se ha producido un
acontecimiento capital entre las dos alianzas: “Dios, después de
haber hablado muchas veces en diversas formas a nuestros padres por
medio de los profetas, en estos días, que son los últimos, nos ha
hablado por su Hijo” (Hebreos 1,1-2).
En Jesucristo, la Palabra interior, en la que Dios
conoce todas las cosas y se expresa totalmente, asume la carne y el
lenguaje del hombre, se hace Palabra de salvación para llamar al
hombre a la vida que no pasa. Cristo es la cima de la revelación, el
que revela a Dios y el que revela al hombre a sí mismo.
*La tradición sinóptica:
En Marcos están ausentes las palabras clave del
vocabulario de revelación: (apokalyptô, apokalypsis).
Al narrar la historia de Jesús, los evangelios no
hacen más que contar la manifestación de Dios en Jesucristo, y que
Cristo es el lugar más denso de esta epifanía de Dios. El evangelio
de Marcos es la manifestación progresiva de Jesús, Mesías e Hijo
del Padre, que se revela y revela al Padre por sus palabras, sobre
todo las parábolas, y por sus obras, concretamente sus milagros,
pasión y muerte; pero choca con el rechazo de los suyos.
Los términos que describen la acción reveladora de
Cristo son: Predicar (keryssein) y enseñar (didaskein).
Cristo predica la buena nueva del reino y la conversión como medio
para entrar en él. Esta buena nueva decisiva apunta directamente
hacia Jesús, a quien designa como si fuera en persona la
inauguración del reino: es “hoy”.
Cuando Jesús habla de sí mismo no reivindica para sí
el título de profeta, pues él los supera; está por encima de
ellos. Él predica y enseña, pero como el Hijo del Padre.
Nadie conoce con ese conocimiento que es también
experiencia, el carácter y la vida íntima y profunda, del Padre
sino el Hijo. Los dos se conocen, simplemente porque están el uno
frente al otro, como dos magnitudes iguales, del mismo orden. Y nadie
puede participar de ese misterio de conocimiento mutuo sin una
revelación gratuita. Cristo, que es el Hijo, es el perfecto
revelador del Padre. También el Padre da a conocer al Hijo. El
contenido esencial de la revelación es la salvación ofrecida a los
hombres bajo la figura del reino de Dios anunciado e instaurado por
Cristo. Cristo es a la vez aquel (ecce) que anuncia el reino y
aquel en quien el reino se realiza (hodie).
*Los Hechos de los Apóstoles:
Los Hechos, en continuidad con los sinópticos,
presentan a los apóstoles como los testigos de Jesús, que proclaman
la buena nueva y enseñan lo que han recibido del maestro.
Atestiguar, proclamar el evangelio, enseñar, pertenecen a la función
de los apóstoles.
La palabra testigo designa sólo y únicamente a los
apóstoles, pues ellos fueron los que vivieron y convivieron,
conocieron profundamente a Jesucristo. El testimonio de los apóstoles
se realiza con la fuerza del Espíritu Santo.
La deposición de los apóstoles-testigos constituye
el objeto de nuestra fe: una deposición hecha no sólo de palabras,
sino también de ejemplos de vida, de actitudes, de ritos. Este
testimonio concreto englobante, realiza el crecimiento de la Iglesia
bajo la acción del Espíritu.
*El corpus paulino:
El binomio misterio-evangelio nos sitúa en el corazón
del pensamiento de san Pablo sobre la revelación. Este misterio,
primero oculto, fue luego manifestado, predicado con vistas a la fe.
Este vocabulario evoca la literatura sapiencial y apocalíptica;
además, subraya más el contenido de la revelación que la misma
acción reveladora.
El misterio del que habla Pablo es el plan divino de
salvación, oculto en Dios desde toda la eternidad y desvelado ahora,
por el cual Dios establece a Cristo como centro de la nueva economía
y lo constituye, por su muerte y resurrección, en el único
principio de salvación, tanto para los gentiles como para los
judíos, en la cabeza de todos. Es el plan divino total (encarnación,
redención, participación en la gloria), con sus insondables
riquezas. Concretamente, el misterio es Cristo. En su descripción
del misterio, Pablo pone al principio el acento en la vocación de
los gentiles, de la que él es ministro por vocación especial; luego
en las cartas de la cautividad, el misterio se convierte
principalmente en Cristo y en la participación en Cristo: todo se
recapitula en él. Creado en la unidad, el mundo vuelve a la unidad
por Cristo, salvador y Señor universal.
Una vez revelado a los testigos escogidos, el misterio
es notificado a todos los hombres. San Pablo establece una valencia
práctica entre evangelio y misterio.
Por ser misterio de reunión en Cristo de los judíos
y de los gentiles, la Iglesia se presenta como el término definitivo
del misterio, la realización esplendorosa de la economía divina, su
expresión visible y estable. El designio de salvación no sólo es
revelado y proclamado por el evangelio, sino que se realiza además
efectivamente en la Iglesia, “Cuerpo de Cristo”.
Para Pablo sigue habiendo una tensión entre la
revelación histórica y la revelación escatológica, entre la
primera y la última epifanía de Cristo, aquélla velada y esta
glorificada.
Pablo concibe la revelación como la acción libre u
gratuita por la que Dios, en Cristo y por Cristo, manifiesta al mundo
la economía de la salvación, es decir, su designio eterno de
reunir todas las cosas en Cristo, salvador y cabeza de la nueva
creación. La comunicación de este designio se hace por la
predicación del evangelio, confiada a los apóstoles y profetas del
NT. La obediencia de la fe es la respuesta del hombre a la
predicación evangélica bajo la acción iluminadora del Espíritu.
Esta fe inaugura un proceso de conocimiento cada vez mayor del
misterio, que sólo acabará en la revelación de la visión.
*La epístola a los hebreos:
El término prevaleciente para designar la revelación
es el de palabra.
En una comparación entre las dos fases de la economía
de la salvación, la epístola subraya la continuidad entre las dos
alianzas, al mismo tiempo que la excelencia de la nueva revelación
inaugurada por el Hijo. La novedad de la epístola a los Hebreos,
para la historia de la revelación, radica en dos puntos: cotejo
entre la antigua y la nueva alianza, grandeza de las exigencias de la
Palabra de Dios.
Desde los dos primeros versículos, la epístola pone
de relieve la autoridad de la revelación del NT, aunque manteniendo
la relación histórica entre las dos fases de la historia de la
salvación: entre las dos economías hay una continuidad (Dios ha
hablado), una diferencia (tiempos, modos, mediadores, destinatarios)
y una excelencia (superioridad de la nueva economía).
El elemento de continuidad es Dios y su palabra. La
ausencia del complemento directo del verbo lalein subraya que,
por su palabra, Dios quiere ante todo entrar en comunicación, en
diálogo personal con el hombre, con vistas a una comunión con él.
Esta palabra está marcada por la historicidad: hay una diferencia en
las épocas (los tiempos pasados y los presentes), en los modos de
expresión (palabra sucesiva, parcial, fragmentaria, multiforme del
AT), en los mediadores (pluralidad de inspirados en el AT, en
comparación con la unidad del NT, en donde todo se resuelve en la
persona del Hijo. Es la Palabra la que hace la unidad de las dos
alianzas, y es la persona del Hijo la que constituye la superioridad
de la revelación nueva sobre la antigua.
El segundo tema en la epístola a los Hebreos es el de
la grandeza y las exigencias de la palabra de Dios, siempre en una
perspectiva de confrontación de las dos alianzas. Hay que obedecer
al evangelio más aún que a la ley, en virtud de la superioridad
absoluta de Cristo.
*San Juan:
Juan, como Marcos, ignora los términos de revelación
como apokalypto, apokalypsis, igual que el binomio
oculto-manifestado. No utiliza el vocabulario. Utiliza el lenguaje
griego: zôè, logos, phô, alètheia, doxa, substantivados
todos ellos en Jesucristo.
La encarnación es la revelación realizada.
Para Juan, Cristo es el Hijo que manifiesta al Padre:
el Logos se hace carne; el prólogo se presenta como la gesta del
Logos, como un resumen de toda la historia de la revelación. San
Juan dice la última palabra sobre la revelación: obra de amor, de
salvación, que tiene su origen en la Trinidad. Pero al presentar la
revelación como acontecimiento histórico del Verbo que toma carne,
la revelación aparece como un escándalo. Lo trágico de la
revelación es que los hombres se cierran a la luz, se encierran en
su ídolo de Dios y prefieren correr hacia su perdición. Drama
descrito en el prólogo, recogido e ilustrado luego en el milagro del
ciego de nacimiento (Jn 9).8
Revelación
Vaticano I y Vaticano II
La
historia procede hacia el Vaticano I y hacia la primera afirmación
dogmática sobre la revelación en el capítulo II de la constitución
dogmática Dei Filius.
“Era una Iglesia en busca de certezas la que celebró el concilio
Vaticano I” Esta afirmación por sí sola puede hacer visible el
contexto que marcó la formulación de la revelación en la Dei
Filius. Hacía ya casi
un siglo que esta Iglesia se tenía que enfrentar no solo con los
ataques cada vez más estrechos contra su poder temporal, sino sobre
todo con el fundamento mismo de su existencia, es decir, la
posibilidad de una revelación sobrenatural que presentase a un Dios
creador y salvador en una existencia personal. “ataques lanzados no
ya por algún pensador aislado en unos volúmenes ilegibles, sino
ataques propagados, a veces no sin cierta sutiliza, en escritos de
fácil lectura para un público culto cada vez más amplio”.9
La
constitución dogmática Dei
Filius del Vaticano I
reivindica contra el racionalismo el carácter cognitivo de la
revelación divina. Concebida de este modo, la revelación
proporciona el conocimiento de los bienes divinos que superan por
completo la inteligencia de la mente humana.
La
constitución Dei Verbum
del Vaticano II integra las afirmaciones del primero, procediendo a
equilibrar lo afirmado. El Vaticano II hace suya, modificándola
suavemente, la declaración del Vaticano I sobre la revelación como
autocomunicación divina, al introducir en el propio texto la
declaración de la constitución Dei
Filius.
En
el designio de la revelación divina operan de consuno en aquel modo
que sólo conviene a Dios el entendimiento y la voluntad divinos,
dando a conocer al hombre no sólo el contenido de la revelación:
decreta (Vaticano I), matizados como sacramento o misterio de su
voluntad “sacramentum
voluntatis suae”
(Vaticano II), sino el propio misterio divino, en cuya manifestación
Dios se da a conocer a “sí mismo” en el mismo suceder de la
revelación de su designio salvador. Dios aparece así en ambos
concilios del Vaticano no sólo como sujeto de la revelación sino
también como contenido de la misma, aunque las matizaciones del
Vaticano II respondan a un horizonte de compresión bien distinto del
que tuvo el Vaticano I.
La
constitución Dei Verbum
explana la doctrina a que da lugar el Vaticano I para matizar de
modos personalista estas afirmaciones y hacer del suceder de la
revelación el acontecimiento interpersonal por excelencia como es el
encuentro entre Dios y el hombre, por iniciativa del primero:
mostrando a Dios no sólo como sujeto de la revelación sino también
como contenido de la misma.
Aunque
el Vaticano II incorpora la expresión literal aeterna
voluntatis suae decreta
de la constitución Dei
Filius, sustituyendo
decreta por sacramentum,
para mantener con el debido equilibrio el carácter cognoscitivo que
lleva consigo el hecho de la revelación. Que la revelación implique
conocimiento pertenece a su propia identidad.
Mayor
novedad ofrece Dei Verbum
cuando acentúa la mediación cristológica de la acción divina de
revelación. Hasta el Vaticano II, los manuales atribuían el acto
formal divino de revelación a Dios sin otra argumentación que no
viniera exigida por la exposición de los atributos divinos y la
limitación y contingencia del entendimiento finito del hombre. La
constitución Dei Verbum
declara que la mediación en Cristo responde 1) tanto al hecho de
haber sido el hombre creado en Cristo, lo que constituye la razón
protológica
de esta mediación, 2) como al hecho de estar destinado a ser
conforme con la imagen del Hijo, en quien el hombre ha sido redimido,
lo que constituye la razón soteriológica
de la redención.
El
Vaticano II vincula con claridad definitiva el carácter
soteriológico al carácter gnoseológico de la redención,
impidiendo que ambas dimensiones entren en oposición.10
El Vaticano I, por el contexto en el que se desarrolló
frente al racionalismo, acentuó el carácter gnoseológico de la
revelación; el Vaticano II asumiendo el primero, une a este
carácter, de puro conocimiento intelectual de Dios, el carácter
soteriológico, de salvación, de comunión, de relación entre Dios
y el hombre.
Veritas
et auctoritas, la verdad
y la autoridad sintetizan y explican la precomprensión de la
revelación que formuló el vaticano I. La Dei
Filius presenta
esencialmente una visión gnoseológica de la revelación y le da un
valor estrictamente noético. Como se deduce de la lectura del
capítulo II, el objetivo principal es el de ofrecer una connotación
sobrenatural propia contra toda posible forma positivista de la
revelación. Se afirma ante todo la posibilidad de un conocimiento
natural de Dios, pero inmediatamente se añade: “No obstante, quiso
Dios en su sabiduría y bondad revelarse al género humano, a sí
mismo y los decretos de su voluntad eterna a través de otra vía
sobrenatural. La revelación es presentada en términos casi
opuestos al conocimiento natural:
attamen, alia via,
presentes en el texto citado, dirigen hacia esta interpretación. La
revelación, por tanto, es verdadera porque es sobrenatural y porque
se levanta sobre la natural, al no estar establecida por las reglas
del hombre.
El segundo término, que aparece inmediatamente detrás
del primero, el de autoridad. Puesto que la revelación es
sobrenatural, se sale del control y de la autonomía de la razón. La
tesis de la tesis de la Dei Filius va tomando cuerpo
progresivamente hasta el capítulo 3 en donde, al describir la
respuesta obediencial de la fe contra la autonomía de la razón, se
afirma que la verdad del contenido revelado es tal “non propter
intrinsecam rerum veritatem naturali rationis lumine” (siempre
en contra de Hermes), sino en virtud de la “autoritas ipsius Dei
revelantis qui nec falli nec fallere potest”. El acto de la fe
que se hace -se afirma- es ciertamente obediencia, pero libre; esto
es, hechos divinos, en primer lugar milagros y profecías” que
garantizan y demuestran a la razón tanto su origen divino como su
credibilidad; en efecto, son “signos certísimos de la revelación
y están adecuados a la inteligencia de todos”.
En esta perspectiva la revelación sale al encuentro en
un horizonte prácticamente doctrinal. Es un conjunto de misterios
que superan la inteligencia creada, pero que la mente humana, de
todas formas, sabe acoger. La presencia de los signa entra como una
prueba extrínseca en la formulación de la credibilidad y la
apelación a la auctoritas Dei revelantis limita el espacio
para un encuentro personal con Dios en la respuesta de fe.
La Dei Filius afronta, sin embargo, el problema
de la revelación, no a partir de la revelación, sino de una
provocación externa, el racionalismo. Probablemente, no era posible
otro impacto; todas la formas, es la primera vez que el tema de la
revelación se convertía en objeto de formulación dogmática del
Magisterio. Las revelación se concebía, quizás como nunca hasta
entonces, en el horizonte veritativo: una verdad cierta y absoluta
que permite al creyente entrar en relación de participación con los
bienes divinos, aunque en todo caso estos bienes superan por completo
la inteligencia de la mente humana.
Era necesario el concilio Vaticano II para recuperar un
sentido de la revelación como unidad irrompible entre acontecimiento
histórico, salvífico y único.
La Dei Verbum:
El primer elemento que salta a la vista es el del
cristocentrismo de la revelación. Es innegable que la persona de
Jesucristo queda colocada en el horizonte central de la reflexión
eclesial sobre la revelación. La Dei Verbum 2, y sobre todo
4, son un testimonio claro. Semejante principio expresa primariamente
la peculiaridad de la fe cristiana; aquí es donde llegan a
conjugarse o a chocar las diversas formas de religión, en cuanto que
el cristianismo encuentra en él la originalidad de su propia fe. Sin
embargo, la DV no habla tanto de Jesús como de un fundador de
religión; afirma, más bien, que en el Dios mismo se comunica a la
humanidad porque él mismo es Dios. Es decir, estamos frente a una
tematización de la revelación como forma a través de la cual el
misterio divino se participa a los hombres mediante el compromiso de
Dios mismo. Se comprende entonces por qué adquiere un extraordinario
valor la identificación que lleva a cabo la DV entre el Revelador y
la Revelación. Jesús está en medio de nosotros como Dios en medio
de su pueblo. Cualquier forma de conocimiento que prescindiera de
este elemento -incluso de los signos que él lleva a cabo como
expresión de forma de conocimiento y de credibilidad de su persona,
caería en una gnosis.
Un segundo elemento que caracteriza la novedad del
Vaticano II es la historicidad de la revelación.
Ésta se convierte en una consecuencia inevitable del
principio cristocéntrico puesto en acto. En efecto si Dios se
comunica con la humanidad mediante el Hijo que asume al encarnarse la
misma naturaleza del hombre, él tiene que insertarse también en la
historia en sus leyes. Esta dimensión amplía el concepto de Kénosis
al que estamos acostumbrados. En efecto, la kénosis no es solamente
el vaciamiento de lo divino en lo humano, que expresa con toda
evidencia la encarnación y la muerte; la kénosis significa, además,
la aceptación de la temporalidad como ¡categoría necesaria para la
realización de sí. La historicidad se convierte en palabra clave
para la comprensión de la revelación en el Vaticano II, porque se
compagina más directamente con las categorías gnoseológicas de
nuestros contemporáneos. Dentro de esta categoría asumen un nuevo
valor al menos tres expresiones:
*Recuperación del principio de la encarnación
que encierra en sí algunas consecuencias teológicas: el elemento de
la humanización de Dios, por el que todo lo que es asumido queda
salvado, según decían los Padres; además, la capacidad de
asunción de un lenguaje y de una cultura por parte de Dios y al
mismo tiempo la superación de esa misma cultura particular para
abrirse a una universalidad suya propia; finalmente, la comunicación
a la humanidad, a través de lo humano, de un sentido de la vida que
se realiza si se acerca uno a Cristo, o que se pierde si se aleja uno
de Él.
*El concepto de economía de la revelación,
por el que se da un progreso y una dialéctica de revelación
orientada hacia el centro definitivo que es precisamente la venida de
Cristo. Se comprende, por tanto, la función preparatoria de la
revelación veterotestamentaria, y la espera del eschaton como
momento culminante en el que toda la creación, a través de Cristo,
será entregada en manos del Padre.
*La dimensión por la que Jesús compendió
progresivamente su misión. En ella, en cada ocasión, se vio a sí
mismo comprometido en la obediencia al Padre; con ella comprendió
definitivamente el momento de su entregarse a la muerte como acto
supremo de su revelación del amor del Padre.
Así pues, la historicidad expresa algo más que una
simple conexión de hechos y de acontecimientos; indica la conciencia
de Jesús mismo al ponerse frente a su vida, el sentido que tenía
que darle y la respuesta que dio en ella.
Por tanto, en esta perspectiva se puede hablar de
historicidad como un palabra-clave, ya que os pone ante la
posibilidad teológica de alcanzar la etapa de la vida de Cristo que
nos permite comprender sucesivamente el misterio de su existencia,
tal como él la concibió, aun antes de una interpretación eclesial
que insiste en la fe en su palabra y en su resurrección.
Una tercera palabra clave del concilio es la
sacramentalidad de la revelación. Sigue siendo misterio, es
decir, signo y sacramento que remite constantemente más allá de la
posibilidad personal de quererla definir. El misterio de Dios es el
acto de la revelación y la revelación misma: por tanto, nunca podrá
agotarse en lo humano. De este presupuesto surge una nueva
originalidad de la revelación cristiana: la posibilidad de abrir al
hombre el espacio trascendente, no sólo como capacidad cognoscitiva,
sino mucho más, como forma de participación y de comunión.11
1Fisichella,
Rino, Introducción a la teología fundamental, Ed. Verbo
Divino, Estella, 2009, fl., 78-81.
2Congar,
Y. La fe y la teología, de. Herder, Barcelona, 1981, fl. 25.
3Waldenfels,
Habs, Teología fundamental contextual, de. Sígueme, Salamanca,
1988, fl. 207.
4Pié-Ninot,Salvador,
La teología fundamental, Ed. secretariado trinitario,
Salamanca, 2009, fls. 243-245.
5O'Donnell,
John, Introducción teología dogmática, Ed. Verbo Divino,
Navarra 1996, flss. 41-50
6Rodríguez
Panizo, P., Teología fundamental en la obra colectiva: La
lógica de la fe, Ed. Comillas, Madrid 2013, fls., 68-72.
7Latourelle,
R. Fisichella, R. Pié-Ninot, S., Diccionario de Teología
Fundamental, Ed. San Pablo, Madrid, 1992, fls. 12340-1241.
8Ibídem,
fls. 12341-1246.
9Fisichella,
Rino, Introducción a la Teología Fundamental, Ed. Verbo
Divino, Estella 2009, fl., 88.
10González
Montes, Adolfo, Teología Fundamental, de la Revelación a la Fe,
Ed. BAC., Madrid, 2010, fls. 11-15.
11isichella,
Rino, Introducción a la Teología Fundamental, Ed. Verbo
Divino, Estella 2009, fls., 88-94.
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