LUZ
DEL DOMINGO
Domingo,
9 de octubre de 2016
VIGESIMOCTAVO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIOCICLO C
VIGESIMOCTAVO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIOCICLO C
Primera
lectura: 2
Reyes 5,14-17
Salmo
responsorial: Salmo 97
Segunda lectura: 2 Timoteo 2,8-13
Segunda lectura: 2 Timoteo 2,8-13
EVANGELIOLucas
17, 11-19
11Yendo
camino de Jerusalén, también Jesús atravesó por entre Samaria y
Galilea. 12Cuando
iba a entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez leprosos,
que se para ron a lo lejos 13y
le dijeron a voces:
-¡Jesús,
jefe, ten compasión de nosotros!
14Al
verlos les dijo:
-Id
a presentaros a los sacerdotes.
Mientras
iban de camino, quedaron limpios. 15Uno
de ellos, viendo que se había curado, se volvió alabando a Dios a
grandes voces 16y se
echó a sus pies rostro a tierra, dándole las gracias; éste era
samaritano. 17Jesús
preguntó:
-¿No
han quedado limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? 18¿No
ha habido quien vuelva para dar glo ria a Dios, excepto este
extranjero?
19y
le dijo:
-Levántate,
vete, tu fe te ha salvado.
COMENTARIOS
I
UNA LECCIÓN
MAGISTRAL
Entre samaritanos y
judíos -habitantes del centro y sur de Israel, respectivamente-
existía una antigua enemistad, una fuerte rivalidad que se remontaba
al año 721 a. C. Este año, el emperador Sargón II tomó
militarmente la ciudad de Samaria y deportó a Asiria (hoy Iraq) la
mano de obra cuali ficada, poblando la región conquistada con
colonos asirios (2 Re
17). Con el correr del tiempo, éstos se mezclaron con la población
de Samaria, dando origen a una raza mixta que, naturalmente, mezcló
también las creencias.
Por esta razón,
Samaria era considerada por los judíos una región heterodoxa,
población de sangre mezclada y de religión sincretista. Llamar a
alguien 'samaritano' era, para los judíos del sur, uno de los
mayores insultos.
Esta era la
situación en tiempos de Jesús, judío de naci miento, «cuando
yendo camino de Jerusalén, atravesó por entre Samaria y Galilea.
Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron hacia él diez leprosos,
que se pararon a lo lejos y le dijeron a gritos: -Jesús, Maestro,
ten compasión de nos otros. »
Los leprosos vivían
fuera de las poblaciones; si habitaban dentro, residían en barrios
aislados del resto de la población, no pudiendo entrar en contacto
con ella ni asistir a las cere monias religiosas. El libro del
Levítico prescribe cómo habían de comportarse los leprosos o
enfermos de la piel: «El que ha sido declarado enfermo de afección
cutánea andará hara piento y despeinado, con la barba tapada y
gritando: Impuro, impuro! Mientras le dure la afección seguirá
impuro. Vivirá apartado y tendrá su morada fuera del campamento»
(Lv 13, 45-46). El
concepto de lepra en la Biblia dista mucho de la acepción que la
medicina moderna da a esta palabra, tratán dose en muchos casos de
enfermedades curables de la piel.
«Al verlos Jesús,
les dijo: -Id a presentaros a los sacer dotes. Cuando iban de camino,
los leprosos quedaron lim pios.» Una de las funciones del sacerdote
era diagnosticar ciertas enfermedades, que, por ser contagiosas,
exigían que el enfermo se retirara por un tiempo de la vida pública.
Una vez curado éste, debía presentarse al sacerdote para que le
diera una especie de certificado de curación que le permitiera
reinsertarse en la sociedad.
Pero el relato
evangélico no termina con la curación de los diez leprosos. «Uno
de ellos, notando que estaba curado, se volvió alabando a Dios a
voces, y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias;
era un samaritano. Jesús le preguntó: -¿No han quedado limpios los
diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien vuelva
para agradecérselo a Dios excepto este extranjero? Y le dijo:
-Leván tate, vete, tu fe te ha salvado» (Lc 17,11-17).
Pienso que lo
sucedido sentaría muy mal a los judíos. Quienes se las daban de
religiosos, de puros y de santos de mostraron con su comportamiento
el olvido de Dios que te nían y la falta de educación, que impide
ser agradecidos. Sólo un samaritano, el oficialmente heterodoxo, el
hereje, el exco mulgado, el despreciado, el marginado, volvió a dar
gracias. Sólo éste pertenecía al pueblo de Dios; los otros, por
muy judíos que fuesen, quedaron descalificados. Una lección
ma gistral...
II
DON Y AGRADECIMIENTO
Don y
responsabilidad eso
decíamos que es la fe; la responsa bilidad se expresa en el
compromiso con el proyecto de Jesús; al don corresponde el
agradecimiento.
POBRES SIERVOS
La religiosidad
farisea, tan combatida en los evangelios, basaba la relación del
hombre con Dios en dos pilares fundamentales: la obediencia ciega
y el mérito. El
hombre debía someterse totalmente a Dios, igual que un esclavo a su
amo. Y la manera de hacerlo era acatar la voluntad de Dios,
mani festada en la Ley de Moisés y en las innumerables tradiciones y
costumbres que habían acabado por tener más importancia que la
misma ley escrita. Los fariseos renunciaban a todo lo que pudiera
considerarse libertad, capacidad de iniciativa, creatividad... Pero
no era la suya una renuncia desinteresada: se comportaban como pobres
siervos, pero, al
terminar su tarea, su actitud no era la de quienes habían
hecho lo que tenían que hacer; al
contrario, en seguida pasaban factura: puesto que ellos cumplían con
su obligación, Dios -pensa ban- estaba obligado a darles el premio
que se habían me recido.
Todo estaba claro en
las relaciones del hombre con Dios: el hombre cumplía fielmente sus
obligaciones y exigía de Dios los correspondientes derechos. La
salvación (salud, prosperi dad y vida eterna) quedaba reducida a un
intercambio mer cantil.
DIEZ IMPUROS, UNO
SAMARITANO
Yendo camino de
Jerusalén, también Jesús atravesó por entre Samaria y Galilea.
Cuando iba a entrar en una aldea le salieron al encuentro diez
leprosos, que se pararon a lo lejos y le dijeron a voces:
-¡Jesús, jefe, ten
compasión de nosotros!
Al verlos les dijo:
-Id a presentaros a
los sacerdotes.
Entendidas así
las cosas, las desgracias y enfermedades, especialmente las de
apariencia más repugnante, como la le pra, se consideraban como un
castigo que Dios imponía al individuo por sus pecados. En relación
con los leprosos había incluso una legislación específica que les
prohibía cualquier contacto con el resto de las personas,
obligándolos a vivir fuera de pueblos y ciudades, y no sólo para
evitar el contagio de la enfermedad, sino porque eran impuros y
pensaban que la impureza (situación en la que el hombre no puede
presen tarse ante Dios ni participar de ninguna ceremonia religiosa)
se contagiaba con el menor contacto (Lv 13,45-46). Lógica mente,
tampoco había lugar para la compasión: la enfermedad que sufrían
era el merecido castigo
de sus propios pecados.
Pero había un grupo
que, aunque no tuvieran ningún signo externo de impureza, era el más
despreciado y odiado por los fariseos: los samaritanos, herejes y
renegados, separa dos de la recta ortodoxia de la religión judía y
que se atrevían a dar culto al Dios de Israel en un templo distinto
al de Jerusalén. Cuando quisieron ofender a Jesús con los peores
insultos no le dijeron otra cosa que «endemoniado» y «sama ritano»
Gn 8,48).
SALVACIÓN GRATUITA, FE AGRADECIDA
Diez leprosos se
acercaron a Jesús pidiéndole la salud. Jesús los manda a los
sacerdotes para que obtengan un docu mento que certifique que están
sanos y que les permitirá reintegrarse a la vida social (Lv 13
,6.13.17.34).Ellos emprenden la marcha y...: «Mientras iban de
camino, quedaron lim pios».
La mayoría, nueve,
parece que siguieron hacia Jerusalén a presentarse a los sacerdotes
obedeciendo a la ley y al man dato de Jesús, convencidos seguramente
de que su obediencia era lo que les había devuelto la salud. Uno
solo se vuelve. Ha sentido en su propio cuerpo la acción de Dios y
experimenta la salud recién recobrada y la posibilidad de volver a
relacio narse con normalidad con sus semejantes como un don de amor
gratuito. Y la alegría de saberse objeto del amor de Dios se
transforma en alabanza y gratitud: «Uno de ellos, viendo que se
había curado, se volvió alabando a Dios a grandes voces y se echó
a sus pies rostro a tierra, dándole las gracias». Jesús no le pide
cuentas por su desobediencia; al contrario, lo pone como ejemplo... a
pesar de que «éste era samaritano». Era el que tenía
menos méritos; pero
descubrió en el Hombre Jesús la presencia de Dios, y se abrió a
ese Dios adaptando ante El una actitud de agradecida libertad. Y
ésta, dice Jesús, es la postura acertada: «Levántate, vete, tu fe
te ha salvado».
Así completa la
respuesta a la petición que le habían hecho sus discípulos:
«Auméntanos la fe» (Lc 17,5).
Ante el Padre, dice
Jesús, ni servilismo, ni concurso de méritos, sino experiencia de
amor gratuito y una doble con fianza: confianza como seguridad en
la fuerza salvadora de ese amor; amor gratuito de Dios que se expresa
en el agrade cimiento y lleva al compromiso con el proyecto de Jesús,
y confianza como familiaridad que
se manifiesta en la libertad -atreverse a vivir como hijos- y en el
también gratuito amor fraterno comprometerse a vivir como
hermanos.
III
JESÚS INICIA
LA TRAVESÍA QUE CULMINARÁ EN EL CALVARIO
«Sucedió que,
yendo camino de Jerusalén, también él, Jesús, se puso a atravesar
por entre Samaria y Galilea» (17,11). Nuevo escenario: la tierra de
nadie, como quien dice, que discurre 'por entre Samaria' (región
intermedia, heterodoxa) 'y Galilea' (re gión del Norte), camino de
'Jerusalén' (capital de la Judea, región del Sur, designada con el
nombre sacro, en representación de la institución judía política
y religiosa). La expresión 'también él' es anafórica, es decir,
hace referencia a otro personaje que, como Jesús, inició una
'travesía' que ha quedado grabada en la memoria de los oyentes.
Lucas emplea con frecuencia esta expre sión. Recordad la escena de
Marta y María: «Sucedió que, mientras ellos (los discípulos)
hacían camino, también él, Jesús, entró en una aldea» (10,38).
Jesús inicia, pues, una nueva travesía histórica en dirección a
'Jerusalén', la capital y punto neurálgico de la tierra prometida.
(De hecho, la 'travesía' culminará en el templo, con la denuncia de
la institución religiosa del judaísmo: 19,45-46.) Es probable que
Lucas haga referencia ya sea al paso del mar Rojo, por obra de Moisés
(Ex 14), ya sea a la travesía del Jordán, antes de entrar en la
tierra prometida, por obra de Josué (= Jesús, en griego: Jos 3): en
una y otra travesía se subraya un 'atravesar por entre' dos cosas.
Según eso, Jesús emprendería ahora la última 'travesía' en el
marco del 'camino' que lo llevará al futuro de la tierra prometida,
'Jerusalén'/el templo. Según se ha dicho al comienzo de este
'camino', Jesús se encamina hacia allí con el fin de encararse con
la institución judía y denunciar la mentalidad idólatra de Israel.
LA «ALDEA», FIGURA
DE LA MENTALIDAD CERRADA Y NACIONALISTA
La travesía, por lo
que dice el texto, la inicia Jesús solo: «Yendo camino de
Jerusalén, también él se puso a atravesar... » (17,11).
Evidentemente, se trata de un artificio literario. Lo me nos que se
puede decir es que Lucas quiere centrar la atención sobre la persona
de Jesús. (Una función semejante a la de los focos en un
escenario.) Pero hay más. En el versículo siguiente se insiste en
este singular: «Y al entrar él en una aldea, le salieron al
encuentro diez individuos leprosos» (17, la). Por lo que se ve, los
discípulos, que hasta ahora lo acompañaban durante el viaje, se han
escabullido.
Lo bueno del caso es
que, en la secuencia siguiente, serán mencionados al lado de los
fariseos, encontrándose ambos grupos en la misma 'aldea' que los
'leprosos', pues no hay nueva composición de lugar y, por tanto, no
hay cambio de escenario. Sorprende que los 'leprosos', figura de los
marginados por la teocracia de Israel, no vivan fuera de
la 'aldea'; al contrario, desde allí 'salieron al encuentro' de
Jesús y «se pararon a lo lejos», delimitando escrupulosamente la
esfera de la vida, en que se mueve Jesús, de la suya, llena de
impureza y de muerte. Como habitantes que son de esta 'aldea',
participan de su mentalidad: en oposición a la 'ciudad', la 'aldea'
es en el lenguaje figurado de los evangelistas el reducto de la
ideología nacionalista y faná tica de Israel.
Por otro lado, a
pesar de habitar en la 'aldea', propiamente no son considerados
ciudadanos, sino que se les mantiene mar ginados en el ghetto de
los 'leprosos', por alguna razón que tiene que ver con la mentalidad
allí imperante. Finalmente, el término 'aldea' está precedido de
un indefinido, «cierta aldea», típica forma de dar
representatividad a un personaje individual o colectivo. La «lepra»
está íntimamente relacionada con esta 'aldea' indeterminada en la
que 'entra' Jesús (v. 12a) y de la que los invita a salir (v. 14a)
y, al volver el samaritano (v. 15), a irse de allí definitivamente
(v. 19b).
SAMARITANO Y
LEPROSO, DOBLEMENTE MARGINADO
Más adelante Lucas
nos dará a conocer la diversa condición de los diez 'leprosos' (un
nuevo artificio literario, destinado a crear 'suspense'). Así, del
único de los diez que regresa, puntua lizará: «y éste era
samaritano» (17,16b); y más adelante: « ¿No ha habido quien
vuelva para agradecérselo a Dios, excepto este extranjero?»
(17,18). Esto quiere decir que los otros nueve eran 'galileos' (¡la
'aldea' se encuentra 'entre Samaria y Galilea'!) y 'auctóctonos', de
raza judía. El grito que lanzan a Jesús es muy revelador: «¡Jesús,
jefe, ten compasión de nosotros!» (17,13). Lucas es el único
evangelista que emplea el término «jefe/caudi llo» (seis veces:
5,5; 8,24.45; 9,33.49 y aquí); hasta ahora siempre lo ha puesto en
boca de los discípulos, quienes, por otro lado, evitan llamarlo
«maestro» cuando se dirigen a Jesús. Nótese que los 'diez
leprosos' quedan 'limpios' (lit. 'libres de impureza') al salir
precisamente de la aldea. Jesús no los toca, ni los libra
directamente del yugo de la impureza: cf. 5,13). Eso
corrobora que la impureza los afecta porque conviven con la
mentalidad que allí impera, mientras que al salir se ven libres de
ella. Decir de un 'samaritano' que es un 'leproso' no tendría nada
de extraño: lo es, por su condición de heterodoxo, a los ojos de
los judíos. Decirlo de un 'galileo' significa que, por su mal
comportamiento, ha quedado moralmente manchado e impuro a los ojos de
los judíos ortodoxos.
Por otro lado, el
grupo constituido por los diez leprosos es un grupo mixto (9 galileos
+ 1 samaritano), unidos todos ellos por una misma 'suerte': ser
'leprosos' a los ojos de la institución religiosa. A partir del
momento en que todos ellos aceptan some terse a las reglas del juego
de la institución judía («Id a presen taros a los sacerdotes»,
17,14a, tal como prescribía la Ley), dejan de ser marginados
(«Mientras iban de camino, quedaron lim pios», 17,14b). Los nueve
'galileos' continúan haciendo camino hacia Jerusalén, con el fin de
'presentarse a los sacerdotes': la institución judía les abrirá de
nuevo las puertas y los reintegrará al pueblo de Israel. El
'samaritano', en cambio, se ha quitado de encima una marginación, la
moral, pero le queda la étnica. Por esto es capaz de darse cuenta de
que Jesús es el único que lo puede liberar definitivamente de toda
mancha o impureza legal, ya que simplemente no cree en nada de todo
esto: «Uno de ellos, dándose cuenta de que había quedado curado,
se volvió alabando a Dios a grandes voces y se echó a sus pies
rostro a tierra, dándole las gracias: éste era samaritano»
(17,15-16).
«LEPROSO»
DISCÍPULO QUE SIGUE CREYENDO EN LA VALIDEZ DE LA LEY
Todos esos trazos
que hemos aducido sólo tienen una expli cación plausible: los 'diez
leprosos' que, a pesar de comulgar con la mentalidad de la 'aldea',
son considerados 'impuros', representan el grupo de los discípulos
de Jesús. Estos, por más que le hayan prestado su adhesión
personal, siguen creyendo en la validez de la Ley de lo puro e impuro
y, en el fondo, en las prerrogativas de Israel, apoyadas por la Ley,
a manera de Cons titución de un pueblo teocrático. El hecho de
sentirse 'leprosos' hace que puedan convivir juntos en la marginación
judíos y samaritanos. Tienen una Ley común (el Pentateuco), si bien
no la observan al pie de la letra, a diferencia de los judíos
ortodoxos. La mayoría («nueve») seguirá aferrada a la mentalidad
naciona lista de Israel; pero una pequeña parte («uno»,
«samaritano», «extranjero») se ha distanciado definitivamente de
ella y ha com prendido cuál era el alcance de su compromiso con
Jesús al saltarse olímpicamente la Ley a la que hasta ahora se
sentía obligado, pero que, al no poder observarla, lo declaraba
impuro, «leproso».
Los discípulos
israelitas han quedado puros por el mero hecho de haberse reintegrado
a la institución, convencidos de que Jesús compartía aún los
principios constitutivos de Israel (lo han visto entrar en la 'aldea'
y les ha ordenado 'presentarse a los sacerdotes') Como quiera que
suspiraban por ser recono cidos, lo han interpretado como mejor les
convenía. Jesús preten día que se liberasen ellos mismos de las
ataduras que los retenían, como 'leprosos', dentro de la 'aldea';
que no viviesen divididos, dándole la adhesión a él y compartiendo
al mismo tiempo la mentalidad de la institución que él iba a
denunciar. Pero en vano. No pudieron seguir en el camino que lo
conducía al fracaso en Jerusalén y se quedaron atrapados en la
aldea. Ahora bien: los judíos ortodoxos les pasaron factura y los
marginaron. Mo mentáneamente han quedado limpios, pero volverán a
las anda das. Hasta que no se den cuenta, como el samaritano, de que
la única forma de evitar toda clase de 'lepra' es dejar de creer en
la Ley que divide el mundo en sagrado y profano, puro e impuro,
buenos y malos, observantes y pecadores, no se zafarán de la
poderosa y omnipresente influencia de la institución judía.
EL «LEPROSO» SE HA
CURADO EL SOLO
La última frase de
la pequeña secuencia no hace sino re machar el clavo. Esta secuencia
tiene dos partes: en la primera (vv. 12- 14a) son presentados los
diez leprosos como un conjunto; en la segunda (vv. 14b- 19) se centra
la atención en el de origen samaritano. Este representa, dentro del
grupo de discípulos, la fracción de creyentes que, por su pasado,
no ha comulgado nunca del todo con la institución y que, por tanto,
a pesar de las presiones ambientales, conseguirá distanciarse de
ella: «Le vántate, vete; tu fe te ha salvado» (17,19). Estaba
postrado en la 'aldea', por haber creído por unos momentos en la
validez de la Ley: Jesús lo invita a levantarse; permanecía allí
inmovilizado, incapaz de seguir a Jesús hacia Jerusalén: Jesús lo
invita a salir, a hacer también él su éxodo personal; estaba
enfermo, con el corazón dividido por su doble adhesión, a Jesús y
a su pasado nacional: su adhesión total a Jesús lo ha salvado ahora
definiti vamente.
IV
(Después
de un comentario tradicional, añadimos un comentario crítico).
Ésta era la
situación en tiempos de Jesús, judío de nacimiento, cuando tiene
lugar la escena del evangelio de hoy. Los leprosos vivían fuera de
las poblaciones; si habitaban dentro, residían en barrios aislados
del resto de la población, no pudiendo entrar en contacto con ella,
ni asistir a las ceremonias religiosas. El libro del Levítico
prescribe cómo habían de comportarse éstos: “El que ha sido
declarado enfermo de afección cutánea andará harapiento y
despeinado, con la barba tapada y gritando: ¡Impuro, impuro!
Mientras le dure la afección seguirá impuro. Vivirá apartado y
tendrá su morada fuera del campamento” (Lv 13, 45-46). El concepto
de lepra en la Biblia dista mucho de la acepción que la medicina
moderna da a esta palabra, tratándose en muchos casos de
enfermedades curables de la piel.
Jesús, al ver a los
diez leprosos, los envía a presentarse a los sacerdotes, cuya
función, entre otras, era en principio la de diagnosticar ciertas
enfermedades, que, por ser contagiosas, exigían que el enfermo se
retirara por un tiempo de la vida pública. Una vez curados, debían
presentarse al sacerdote para que le diera una especie de certificado
de curación que le permitiese reinsertarse en la sociedad. Pero el
relato evangélico no termina con la curación de los diez leprosos,
pues anota que uno de ellos, precisamente un samaritano, se volvió a
Jesús para darle las gracias.
Por lo demás algo
parecido había sucedido ya en el libro de los Reyes, donde Naamán,
general del ejército del rey sirio, aquejado de una enfermedad de la
piel, fue a ver al profeta de Samaría, Eliseo, para que lo librase
de su enfermedad. Eliseo, en lugar de recibirlo, le dijo que fuese a
bañarse siete veces en el Jordán y quedaría limpio. Naamán,
aunque contrariado por no haber sido recibido por el profeta, hizo lo
que éste le dijo y quedó limpio. Cuando se vio limpio, a pesar de
no pertenecer al pueblo judío, se volvió al profeta para hacerle un
regalo, reconociendo al Dios de Israel, como verdadero Dios, capaz de
dar vida. Este Dios, además, se manifiesta en Jesús como el siempre
fiel a pesar de la infidelidad humana.
Lo sucedido al
leproso del evangelio sentaría muy mal a los judíos. De los diez
leprosos, nueve eran judíos y uno samaritano. Éste, cuando vio que
estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó
por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Estar a los pies
de Jesús es la postura del discípulo que aprende del maestro. Los
otros nueve, que eran judíos, demostraron con su comportamiento el
olvido de Dios que tenían y la falta de educación, que impide ser
agradecidos. Sólo un samaritano -oficialmente heterodoxo, hereje,
excomulgado, despreciado, marginado-, volvió a dar gracias. Sólo
éste pasó a formar parte de la comunidad de seguidores de Jesús;
los otros quedaron descalificados.
Tal vez, los
cristianos, estemos demasiado convencidos de que sólo los de dentro,
los de la comunidad, «los católicos», o «los de la parroquia»...
somos los que adoptamos los mejores comportamientos. Con frecuencia
hay gente mucho mejor fuera de nuestras iglesias, en otras iglesias,
o en otras religiones, incluso entre quienes dicen que «no creen».
En el evangelio de hoy es precisamente uno venido de fuera,
despreciado por los de dentro, el único que sabe reconocer el don
recibido de Dios, dando una lección magistral a quienes no supieron
agradecer. Aprendamos la lección del samaritano.
Añadimos un
comentario crítico-teológico.
Utilizar en la
liturgia relatos bíblicos sobre la realización de milagros y, por
tanto, tomarlos como plataforma sobre la que montar una reflexión
cristiana que oriente nuestra vida actual, resulta problemático por
varios conceptos. En primer lugar porque hoy dudamos seriamente de su
veracidad histórica, incluso de la de muchos de los milagros
atribuidos a Jesús. Pero también y sobre todo porque, aunque fueran
muchos menos los milagros que los expertos bíblicos consideran
«históricos», los milagros en sí mismos resultan incomprensibles
para la mentalidad moderna posterior a Newton, en la que se abandona
la visión precientífica de un mundo con un segundo piso superior
desde el que los dioses vigilan e intervienen alterando el orden
natural de las cosas. En la mentalidad moderna, los relatos
religiosos sobre milagros tienen algo en común con la literatura de
ficción.
Sólo simbólicamente
-más allá pues o al margen de la historicidad o de la ficción-
puede extraerse algún mensaje provechoso sobre el relato de la
curación de Naamán (leyéndolo entero, no en el extracto que toma
la liturgia de este domingo). Y otro tanto ocurre con el relato de
hoy de la curación de los leprosos: fuera del valor ejemplarizante
del agradecimiento precisamente del samaritano, poco nos aporta ver a
Jesús haciendo ese tipo de milagros, que incluso nos lo alejan de la
realidad de su entera y perfecta humanidad.
Lo cual sugiere lo
que tantos están diciendo: ¿no es necesaria otra selección
litúrgica de textos bíblicos en el actual ordenamiento del año
litúrgico? Es cierto que la actual, que no tiene todavía cincuenta
años, mejoró en mucho la anterior; pero los tiempos cambian -y
nosotros con ellos-, y cunde la sensación de que la actual selección
necesita una actualización importante. No se tratará sólo de
seleccionar textos bíblicos mejores, sino de ampliar los criterios
de selección (¿sólo textos bíblicos?), de superar la uniformidad
obligatoria (¿todas las comunidades en la Iglesia cada domingo y
cada día con los mismos textos?), de utilizar inteligentemente la
liturgia también como vehículo de formación (con una ordenación
sistemática que permita un itinerario formativo teológico, por
ejemplo), de abrir la posibilidad de una liturgia experimental con
símbolos y lenguajes nuevos (para los muchísimos, sobre todo
jóvenes, que ya no tienen la mínima tolerancia a la simbología
litúrgica actual), de abrir la posibilidad al enriquecimiento
inter-religioso de formas de cultivo de la espiritualidad (una
liturgia con más silencio, con menos palabra, con menos ideas, sin
homilías reganoñas, dando paso a otros tipos de gestos)...
Si nadie lo dice, si
nadie da voz al malestar que se percibe al respecto, seguiremos
indefinidamente como estamos. Nosotros queremos decirlo. Por lo menos
decirlo. Además, ¿no ha invitado el papa Francisco a los jóvenes a
que «hagan lío» en la sociedad y en la Iglesia... En
todo caso, una forma de colaborar a hacerlo saber a quién
corresponde, es la de tomarse la libertad de cambiarlos, allá donde
las condiciones de la comunidad lo permiten y hasta lo aconsejan. El
ordenamiento litúrgico de los textos, no es -ni de lejos- un dogma
de fe, y supuesta la pervivencia de un ordenamiento oficial
universal, debiera ser facultativa la posibilidad de acomodarlo en
las comunidades locales que quieran aprovecharlo pastoralmente con
inteligencia. Porque el ordenamiento litúrgico es para la comunidad,
y no ésta para aquél.
¿Será que el papa
Francisco ya ha pensado en que no hay por qué arrastrar por más
tiempo esta situación? Tal vez él está demasiado ocupado con los
problemas de la Curia... Pero no habría por qué perder más tiempo:
una buena comisión de pastoralistas de mente abierta y práctica
puede hacer excelentes propuestas. Cumplidos ya los 50 años de la
liturgia re-ordenada por el Vaticano II, es el momento... no de
cambiar, no de eliminar nada, sino de abrir una puerta a experiencias
de grupos, comunidades y personas a quienes obviamente se les ha
quedado demasiado chica la ordenación bíblico-litúrgica de hace 50
años...
Para la revisión
de vida
¿Tengo personas en
el círculo en que me muevo -o más allá- a las que he marcado para
mí con una señal de segregación o marginación?
¿Vivo en
actitud de acción de gracias?
Para la reunión
de grupo
Naamán no quería
poner en práctica lo que el profeta le había mandado para curarse,
porque le parecía demasiado simple; él esperaba algo más
complicado, incluso espectacular... ¿Ocurre esto hoy día también?
Un detalle curioso:
Naamán, cuando percibió el milagro y dio gracias a Yahvé, pidió
que le dejaran llevarse a su tierra una carga de tierra de Israel...
«para poder adorar a Dios en su propia tierra». Preguntar, o buscar
la explicación en algún libro, o en las notas mismas de la Biblia,
y comentar esa «vinculación que se creía que había entre la
Divinidad y la tierra»...
¿Quiénes son las
personas más pobres y marginadas (los actuales "leprosos")
del entorno en que vivimos? Describir las actitudes concretas con las
que se les margina.
¿Cuál es nuestra
proyección concreta hacia estas personas marginadas?
Para la oración
de los fieles
Para que descubramos
los motivos que tenemos para vivir en "continua acción de
gracias", roguemos al Señor
Por los modernos
"leprosos", los que la sociedad evita... para que nuestra
fe rompa con esa imposición social y demos testimonio de una
fraternidad que salta fronteras y separaciones...
Para que, como
Jesús, estemos atentos a recibir la sorpresa de la gratitud del
extranjero, del pagano, del no creyente... y para que nosotros mismos
seamos siempre agradecidos...
Para que los
cristianos defiendan el derecho de los pobres a buscar mejores
condiciones de vida fuera de sus fronteras, cuando a los capitales de
sus países nunca se les opuso resistencia para su fuga, y cuando el
mercado libre proclama la igualdad de oportunidades...
Para que, como
recomienda Pablo a Timoteo, "hagamos memoria permanente de
Jesús", y hagamos memoria también de quienes le siguieron
fielmente, especialmente de los mártires de estas últimas
décadas...
Para que
prolonguemos nuestra "eucaristía" (nuestra "acción
de gracias") durante toda la semana que comenzamos...
Oración
comunitaria
Dios Padre
Nuestro, que en Jesús nos has mostrado tu voluntad de que se rompan
las barreras y fronteras que nos separan, de que los "leprosos"
de todos los tiempos sean curados y se integren a la comunidad; danos
una actitud abierta y acogedora como la suya, que destruya los
efectos de la marginación y nos ayude a construir una ciudad humana
para todos, de hijos de Dios, hermanos y hermanas sin distinción.
Por Jesucristo Nuestro Señor.
Oh Dios,
Misterio inefable de Vida y Plenitud, al que nos acercamos
reverentemente, cada domingo, en comunidad, para volver a la
profundidad de nuestro ser, a nuestro centro espiritual y realimentar
nuestra capacidad de vivir y de amar. Empápanos de tu energía,
transfórmanos con tu presencia, y llena con tu entusiasmo nuestros
deseos silenciados. Tú que vives y haces vivir, , porque eres la
misma Vida-Energía sin principio ni fin. Amén.
Estos
comentarios están
tomados de diversos libros, editados por Ediciones El Almendro de
Córdoba, a saber:
- Jesús Peláez: La otra lectura de los Evangelios, I y II. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Rafael García Avilés: Llamados a ser libres. No la ley, sino el hombre. Ciclo A,B,C. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Juan Mateos y Fernando Camacho: Marcos. Texto y comentario. Ediciones El Almendro.
- Juan. Texto y comentario. Ediciones El Almendro. Más información sobre estos libros en www.elalmendro.org
- El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Ediciones Cristiandad, Madrid.
Acompaña siempre otro comentario tomado de la Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica: Diario bíblico
- Jesús Peláez: La otra lectura de los Evangelios, I y II. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Rafael García Avilés: Llamados a ser libres. No la ley, sino el hombre. Ciclo A,B,C. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Juan Mateos y Fernando Camacho: Marcos. Texto y comentario. Ediciones El Almendro.
- Juan. Texto y comentario. Ediciones El Almendro. Más información sobre estos libros en www.elalmendro.org
- El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Ediciones Cristiandad, Madrid.
Acompaña siempre otro comentario tomado de la Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica: Diario bíblico
www.koinonia.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario