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Parroquia Gójar |
Las parroquias de Gójar y Dílar les desea Feliz Navidad
(Al final del artículo de K. Rahner están los horarios de navidad)
CELEBRAR LA NAVIDAD
¡Navidad!...
Ten
el valor de estar solo. Sólo si lo consigues realmente, sólo si lo llegas a
saber hacer cristianamente, podrás también abrigar la esperanza de regalar un
corazón navideño—un corazón dulce, paciente, valientemente recogido, tierno sin
melosidad—a aquellos a quienes te esfuerzas por amar... Este es el regalo que
debes poner bajo el árbol de Navidad—y de lo contrario serán los demás regalos
sólo gastos inútiles que también pueden hacerse en otras épocas del año.
¡Animo, pues!, y aguanta un rato a solas contigo mismo. Quizás tengas, a pesar
de todo, un cuarto donde puedas estar solo.
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Granada facultad de medicina en construcción |
O conozcas un camino solitario, una
iglesia silenciosa. Ahora no hables ya, no hables contigo siquiera, ni con esos
otros con los que disputamos y nos peleamos aunque no estén presentes. Aguarda.
Escucha. Y no aguantes ese silencio para hablar después de él. Tienes que
adentrarte tanto en él, que te decidas a no salir de él hasta que de la llamada
ocurrida en ese silencio—en el seno de la silenciosa infinitud— hayas hecho tu
última palabra, la que se mantiene en sí misma, que existe en sí y no para otra
cosa, que nadie necesita oir más que aquel para quien vale de verdad. Resiste,
pues, y cállate y espera… De ese silencio no debe brotar otra cosa que la pura
sobriedad de la verdad: lo puro y lo callado. No te afirmes a ti mismo.
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Granada parroquia San Pedro y San Pablo, Darro. |
Tienes,
desde luego, que aceptarte a ti mismo (y esto es ya casi más que sólo un
preludio para el dulce canto de los ángeles). No tienes que liberarte de ti
acusándote a ti mismo. Ni festejarte a ti mismo demasiado despreocupadamente.
Ni gozarte a ti mismo satisfechamente como un pequeño burgués (nada habrías
percibido entonces de los cielos ni de los abismos de tu ser). Calladamente
hazte regresar sobre ti mismo; recoge el pasado, el presente y el futuro en
este silencio; reúne el vaivén de todas las aguas confusas y alborotadas de tu
-vida en la concha única del corazón presente a sí mismo. Quizás te horrorices
entonces. Tal vez suban entonces las aguas amargas del asco, del aburrimiento,
de la oquedad y del vacío; tal vez suban—desde las profundidades—hasta las
tierras altas del corazón. Tal vez te des cuenta —si eres sincero contigo
mismo—de cuán lejos de ti quedan esos con quienes tratas a diario y a quienes
tu versión oficial dice estás unido en el amor.
Quizás no encuentres en ti más
que inanidad, miseria y otras cosas de las que quisieras huir refugiándote en
tus inercias cotidianas, que ahora—señoreado por el vértigo de esta
experiencia—te parecen la única felicidad accesible (las llamarás entonces trabajo,
deber, racionalidad, sobriedad sin ilusiones y cosas parecidas). Quizás te
sientas a ti mismo como un horroroso sentimiento de vacío y de muerte.
¡Sopórtate! Harás entonces la experiencia de cómo todo, todo lo que se presenta
dentro de ese silencio, está acogido por una lejanía sin nombre, está transido
de algo que se deja sentir como el vacío. No es algo a lo que se pueda
espantar. Ello mira al través de todo, lo abarca todo en sí, y uno, espantada y
violentamente, quisiera pasarlo por encima, pero no se consigue quitarlo de
delante. Ese vacío abarcador, lejano y que, sin embargo, lo traspasa todo,
impondría su presencia de todas las maneras, aunque intentáramos atascar el
corazón con lo tangible, abarrotarlo lo más posible de «realidades»; aunque ensayáramos
ahogar todos los horizontes con esas «realidades»—en contraste con el misterio
fantasmal al que nos referimos—para que nuestra mirada proclive al vacío se
viera acogida por todas partes por lo tangible espeso sin fisuras. «Ello» es
como un silencio cuyo callar grita, como el sentimiento enorme de ser mirado
con fijeza, y uno no sabe desde dónde (por unos ojos que, casi como ciegos, no
son encontrables).
Es lo siempre presente y siempre retenido y ya escapado: se
piensa en hoy, y el pensamiento se escurre ya hacia el mañana; se contempla
esto, y ya se lo compara discerniéndolo con algo que hay que buscar todavía;
uno se decide, y lo decidido está ya acogido por un saber que sabe que podría
haber sido de otra manera; se lleva la copa a los labios, y se ve el fondo, y a
través del fondo, el abismo. «Ello» es lo que hace que en ninguna parte nos
sintamos enteramente en casa, que no podamos entregarnos enteramente a nada de
lo que tocamos, que la mirada y la garra no encuentren en ninguna parte un fin
definitivo al que se sintieran por fin llegadas, sin traspasarlo y penetrar en
lo indeterminado. No se puede dejar a un lado a este «ello» como si fuera tan
sólo una presencia marginal, diciéndonos que lo terrible y sin nombre mejor es
que no sea llamado. Pues sin «ello» tampoco habría el espacio del corazón en
que cobran para nosotros presencia las cosas familiares, nada podría ser puesto
en su lugar adecuado, ni la libertad podría decir sí y no, ni el espíritu que
proyecta tendría verdadero pretérito ni anchura para el futuro. Todo se
precipitaría de consuno en la ahogada estrechez del momento animal y en un
muerto olvido de sí, y nada se presentaría en su lugar diferenciado dentro de
la inmensa amplitud, que, sin límites y por eso incaptable, se extiende como lo
indecible. «Sólo tus ojos—tremendamente me miran, infinitud.» Hay que fijar la
mirada en lo invisible y dejar hablar en el silencio a lo que calla. Haz eso. Y
sé al mismo tiempo prudente. No lo llames Dios». Tampoco busques gozar de ello
como si fuera un fragmento de ti. «Ello» es lo que remite mudamente hacia Dios,
lo que en su absoluta falta de nombre y de límites deja adivinar que Dios es lo
definitivamente otro y no una cosa más añadida a aquellas con las que ya
tenemos que habérnoslas. «Ello» remite a él. A través de ello nos permite él
que presintamos su presencia, si callamos y no huimos espantados de eso
terrible que puebla el silencio (huimos aunque sea el árbol de Navidad, o
velozmente hacia conceptos religiosos más tangibles... que pueden matar la
religión).
Pero
esto es sólo el comienzo, la preparación de tu celebración de la Navidad. Si
aguantas así cabe ti mismo, y dejas que el silencio hable del verdadero Dios,
este silencio preñado de una profunda llamada se hará extrañamente ambiguo. Esa
infinitud que calladamente te abarca, ¿te despega y rechaza hacia tus bien
delimitadas costumbres de cada día, te impone apartarte del silencio en que
ella impera, se precipita sobre ti con la inexorable soledad de la muerte para
que huyas de ella y te emboces en lo que te es familiar de tu vida, hasta que
te recoja aniquiladora cuando te mate en tu muerte? ¿O sólo quiere ser para ti
la vasta lejanía en cuyo seno lo familiarmente conocido se te aparece claro y
pequeño a la vez? ¿Es ella sólo el juicio que desde lejos, cobijándolo,
establece y ordena tu pequeño mundo y revelando su finitud, lo juzga? ¿O acaso
es lo que aguarda que tú estés abierto para ella misma, que se acerca y
adviene, prometida felicidad? ¿Pero es que puede ella hacérsete cercana sin que
perezcas, ascender a tu corazón sin reventarlo? ¿Es salvación o juicio? ¿Y qué,
si desde sus cielos lejanos se dejara caer sobre la tierra pequeña de tu
existir? ¿Quedaría aplastada tu pecaminosidad o redimida en el regazo de la
libertad? Aquel a quien «ello» temblorosamente anuncia, ¿es proclamado como el
eternamente lejano o señalado como Aquel que llega? Si preguntamos sólo a tu
corazón que mira solitario a la lejanía, no podrá darte respuesta clara. La
angustia de la muerte y la promesa de la infinitud que se acerca bendiciente,
están demasiado cerca la una de la otra para que podamos interpretar desde
nosotros mismos esa infinitud lejana que nos rodea desde cerca. No que no diga
nada. Si no dijera nada, no podríamos celebrar la Navidad desde el corazón. Ya
nos dice algo, y aun muy concreto: el mensaje de Navidad dicho desde dentro.
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Granada |
Porque el mensaje de la Navidad no resuena tan sólo, ni siquiera por vez
primera, en las débiles palabras que caen desde los púlpitos (casi como pájaros
helados caen de un cielo invernal), sino que es dicho por Dios en aquel rincón
del corazón al que debiéramos habernos recogido, es dicho por la navideña luz
de la gracia que ilumina a todo aquel que entra en este mundo. El mensaje del
nacimiento del Señor quedaría exterior si fuera dicho para el oído y en
conceptos, pero no hubiera entrado y no hubiera sido celebrado en el corazón.
La experiencia de dentro y el mensaje de fuera se encuentran el uno con la
otra, y cuando el uno en la otra se entienden, acontece la celebración de la
Navidad, porque la fe viene del oir y de la gracia que brota de la íntima
médula del corazón. Y por eso, también es así en la celebración de la Navidad.
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río Darro Granada |
El
mensaje de la fe, que viene en la palabra oída, abre los ojos a la experiencia
interna para que se atreva a entenderse a sí misma, para que se atreva a
aceptar la dulce quietud de su inquietud y la acepte como sentido auténtico de
esta experiencia: Dios está realmente cerca de ti, ahí donde estás; Dios está
cerca si has encontrado el camino—realmente y no sólo en conceptos— hacia la
abertura al infinito del auténtico hombre. Si lo has encontrado de veras, la
bajada de Dios a la carne te explicará el misterioso y bienaventurado sentido
de la trascendencia de tu espíritu. La lejanía de Dios es la incomprensibilidad
de su cercanía omnipresente, dice el mensaje de Navidad. Está dulcemente ahí.
Está cerca, con su amor roza levemente el corazón. Dice: no temas.
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Parroquia Gójar |
Está por
dentro en la cárcel. Creemos que no está aquí, que no existe, porque no ha
habido un momento en nuestra vida en que no le tengamos ya; siempre le hemos
tenido ya en la dulzura de su amor sin nombre, cuando hemos empezado a
buscarle. Está ahí como la clara luz extendida por todas partes, como la clara
luz que se esconde en la callada humildad de su ser, haciendo visibles todas
las cosas. En la experiencia de la soledad, la Navidad te dice: confía en la
proximidad, no está vacía; piérdete y encontrarás, regala y te harás rico. Pues
en tu experiencia interna ya no necesitas más lo tangible y duro que se
individualiza rígidamente afirmándose a sí mismo, no necesitas lo que puede ser
tenido; pero tú no tienes sólo eso: pues la infinitud se te ha hecho cercana.
Así tienes que interpretar tu experiencia interior y sentirla como la gran
fiesta de la bajada divina desde la eternidad al tiempo, como las bodas de Dios
con la criatura. Esta es la fiesta que ocurre en ti, ¡también en ti! (los
teólogos la llaman «gracia», a secas). Ocurre en ti, si estás callado y
esperas, si interpretas tu experiencia correctamente, con fe, esperanza y amor,
desde la Navidad.
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Dílar |
Sólo
la experiencia del corazón (en el Espíritu y en la gracia, no la experiencia
hecha con las propias fuerzas) permite entender bien el mensaje de fe de la
Navidad. Pero debes esforzarte un poco por entender conceptualmente el mensaje
de Navidad antes de intentar entenderlo en la callada y silenciosa experiencia
de tu corazón.
Dios
se ha hecho hombre. ¡Ay!, qué fácilmente lo decimos, y qué fácilmente (aún
después de habernos entrenado en la exactitud de las fórmulas ortodoxas) lo
entendemos de manera monofisita o nestoriana (y no sólo los escépticos y los
«desmitologizados»). Demasiado fácilmente concebimos al hombre que Dios se ha
hecho (Dios es en esta proposición sujeto y no predicado) como una especie de
disfraz, como una librea del «buen Dios», de manera que Dios, en el fondo,
queda siendo Dios, y uno no sabe exactamente si él (y no sólo su signo) está
realmente aquí, donde nosotros estamos. Esta falsa representación, error común,
la interpretamos después bien monofisita, bien nestorianamente. Y es que no es
fácil ni siquiera el dar a entender, con palabras la dimensión inefable y
péndula del Dios-Hombre (que precisamente en esta su inefabilidad dialéctica es
la más real de las realidades). Dios es hombre: esto no significa que él haya
dejado de ser Dios en la ilimitada plenitud de su gloria divina. «Dios es
hombre» tampoco significa: la «humano» en él es algo que no le afecta
propiamente demasiado, que sólo es manipulado por él exteriormente como su mero
instrumento, que solamente, porque «no mezclado» y como tal (junto a él, aunque
ciertamente por él) «asumido» o añadido, en definitiva, nada nos dice sobre él
y sólo manifiesta, no lo que él es, sino lo que somos nosotros. Que Dios es
hombre dice realmente algo sobre Dios mismo, y precisamente porque lo humano
que es afirmado y en lo que Dios mismo se nos dice, dice algo realmente sobre
Dios mismo, por esto es justamente esto humano realidad suya, propia de Dios,
en la que nos sale al encuentro él mismo, y no sólo una naturaleza humana
distinta de él, de manera que con toda verdad se ha entendido y se ha asido
algo de Dios mismo, cuando se entiende y se aprehende esto humano. Ni es lícito
afirmar en muerta uniformidad lo humano de Dios con la divinidad de Dios, ni
añadírselo tan sólo como algo muerto, como algo que queda sólo en sí
permanentemente como un mero remolque de Dios unido sólo verbalmente con él por
un vacío «y». Cuando Dios muestra esto humano de él (como no es abstracto) nos
sale ya siempre al encuentro, de manera que él mismo está ahí; porque esta
plena y auténtica humanidad es siempre ella misma porque es suya, y es suya
precisamente porque es humana con absoluta pureza y plenitud. Continuamente
estamos en peligro de equivocar el ámbito en que el misterio de la Navidad
encuentra su sitio dentro .de nuestra existencia que se trasciende a sí misma,
ese sitio exacto en que se ajusta como salvación nuestra a nuestra vida y a
nuestra historia; corremos este peligro porque yuxtaponemos dentro del Verbo
encarnado la divinidad y la humanidad, porque las predicamos casi sólo
yuxtapuesta o sucesivamente, porque yuxtaponemos su unidad y distinción como
dos enunciados; no comprendemos que ambas tienen la misma razón y fundamento,
aunque a nosotros esa razón sólo se nos manifieste escondiéndose como un
misterio en la dualidad de esos enunciados.
No estaría mal, por tanto, que conjuráramos la
experiencia del corazón para presentir felizmente lo que significa la
encarnación del Verbo. Bueno sería si esto sucediera en aquel silencio en que
uno, regresando a sí mismo, se encuentra consigo mismo. Y si ni siquiera de
esta forma podrán nunca ser sustituidas palabras que Jesús dijo sobre sí mismo,
sí que puede ser traída esta nuestra experiencia sobre aquellos conceptos en
los que Jesús—precisamente porque nos habló con palabras humanas—nos reveló y
comunicó el misterio de la Navidad, su misterio, por el mismo hecho de
participar en nuestro misterio, en el misterio de ser-hombre.
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Granada río Darro |
Pero
¿cómo? Para el que calla, el que hace que todo se repliegue sobre su finita
limitación y otea sobre los márgenes de ésta, para ver más allá de ella y fuera
de ella, aunque más allá no haya «algo» más que ver, para ése Dios está ahí.
Pero por de pronto quizá tan sólo en la proximidad de la lejanía. En una
lejanía que nos da la impresión de lo que consume y aniquila, cuando se nos
acerca; en una lejanía que, a nosotros y a las cosas entre sus barrotes de
finitud, nos hace ver la defectibilidad y la posibilidad de la culpa. Y, sin
embargo, precisamente entonces y así es el hombre el abierto, el que no tiene
en sí lo que necesita para ser él mismo. A una piedra se la podría definir en
un sentido mucho más exhaustivo por lo que ella tiene y es en sí. Decir al
hombre sólo es posible si se habla de algo que él no es: de Dios. Hay que hacer
teología para haber conseguido hacer antropología, porque el hombre es la pura
referencia a Dios. Por eso es un misterio para sí mismo, siempre de camino y
fuera de sí hacia el interior del misterio de Dios. Este es su ser: es definido
por lo indefinible que él no es, pero ni siquiera por un momento es él y puede
hacer brotar de sí mismo lo que él es. Si a lo infrahumano queda bloqueada esta
absoluta referencia, precisamente porque no es espíritu, justamente esta
referencia es en lo que el hombre cae, cuando intenta no preocuparse de otra
cosa sino de sí mismo: quiere mirarse fijamente a sí mismo, y no puede
conseguirlo de otra manera que contemplando el misterio que él no es. Pero si
esta referencia y este salto sobre los propios límites se realizara
absolutamente y, sin embargo, no quedara lo humano suprimido por ello, sino
precisamente consumado en su propia naturaleza, porque ella es precisamente
este exceso sobre sí mismo; si esta asumpción de lo definitivo—que es la
indefinibilidad misma del hombre-— ocurriera perfectamente—y entonces no a
partir del hombre, radicalmente incapaz para ello por sí mismo, pues justamente
en su trascendencia recae él siempre en su subsistencia separante—, sino desde
Dios, es decir: si esta infinitud de Dios mismo se acercara por sí misma
absolutamente, si asumiera de tal forma que lo asumido quedara por esto mismo
conservado, y, sin embargo, quedara transformado en la presencia y la
tangibilidad de aquello que en la infinitud de Dios sabe Dios de sí mismo y en-
aquella ilimitada libertad se dice a sí mismo; si esta presencial tangibilidad
ocurriera allí donde sólo puede ocurrir, a saber, en aquel que, proviniendo del
ínfimo linde sin esencia propia de la realidad creatural, es ya siempre la
absoluta potencia (aunque vacía) del mundo para la infinitud de Dios, es decir,
en el hombre; si bajo el silencio del corazón dejáramos que este presentimiento
se perdiera en la infinitud a que tiende por su misma esencia..., entonces
lograríamos al menos una remota sensibilidad para la dirección de la que
procede la afirmación del evangelio de la Navidad: el Verbo, que estaba en Dios
y era Dios, se hizo carne y tuvo su tienda entre nosotros, y nosotros vimos su
gloria. Tal vez pudiéramos y tuviéramos que decir más. Cuando en este contexto
hablamos de que el Verbo de Dios asumió la naturaleza humana, de antemano nos
suponemos a nosotros mismos (aunque tal vez no nos esté permitido); nosotros,
hombres, hemos supuesto como visible la naturaleza humana. Hemos pensado la
creación como lo obvio, y el hacerse Dios criatura como lo ulterior, lo no
obvio que descansa en aquello obvio. Sin duda es cierto que Dios pudo ser
creador sin necesidad de identificarse (encarnándose) con la creación en la
unidad de un sólo sujeto. También es cierto que vivimos ya familiarmente en la
creación cuando empezamos a saber de la Encarnación. Pero cabría preguntar: ¿no
se basa la posibilidad de la creación (quoad se, no quoad nos) en la
posibilidad de que Dios mismo se haga criatura? ¿No se funda la posibilidad de
lo «yecto» (Geworfenes) en la posibilidad de un autoproyecto (Selbstentwurfj de
Dios en el adentro de la finitud... de un autoproyecto de Dios, que es en sí
mismo la perfecta infinitud y que no necesita de ningún autoproyecto como
realización de sí mismo; un autoproyecto libre, que justamente por serlo
enuncia lo que Dios es siempre: el amor dilapidador y pródigo? Y si es así
(aquí no podemos detenernos a explicarlo), habría que decir propiamente: el
mundo tal cual efectivamente es, es
por ser Dios el dilapidador que efectivamente se da a sí mismo pródigamente. Y
al hacer esto, es en lo otro, en cuyo interior se vacía, eso precisamente que
nosotros llamamos hombre, la absoluta patencia para Dios, que no puede enajenarse
más que creando lo que le puede recibir. Cuando Dios se abandona a sí mismo, aparece el hombre, que,
precisamente por eso, es justamente desde el linde de la nada (de lo material)
la pura apertura para Dios. Cuando Dios se dice a sí mismo hacia afuera de sí
mismo, hacia el vacío de lo no-divino, cuando hace teología fuera de sí mismo,
lo que resulta entonces no es otra cosa precisamente que la antropología, que
él hace aparecer como su propio autoexpresión en la Encarnación, y la
antropología no es para esta teología un vocabulario previamente dado, sino lo
que de ella misma brota. Aunque esto ocurre solamente porque Dios crea de la
nada esta gramática de su autoexpresión, esta gramática puede enunciar a Dios y
no sólo a las demás cosas, precisamente porque procede de la teología en cuanto
tal, que antes dijimos. Y eso otro en que Dios se expresa a sí mismo es lo
humano en cuanto viviente, en cuanto «se mueve a sí mismo», en cuanto libre, en
cuanto referido a Dios en movimiento creatural. Pues si la creación, en el
orden efectivamente real, ocurre originariamente como un momento del
enajenamiento de Dios en lo extraño que tiene él mismo que bosquejar y
proyectar de antemano para tener en qué enajenarse y, sin embargo, la creación
es producción por Dios de algo absolutamente real—por Dios, que puede hacer
algo más que meras marionetas, que efectivamente pueden afirmarse entre ellas,
pero no ante Dios—, entonces, lo más próximo a Dios, es decir, Dios en la
carne, tiene que ser lo más poderoso y lo más vivo, el centro más originario de
la vitalidad y del señorío de sí del mundo, precisamente porque (no: aunque) es
Dios mismo. Si pensamos en algo así como un paso al límite de esa nuestra
propia existencia espiritual, realizada en el silencio, tal vez se nos acerque
una adivinación de la Encarnación del Verbo y una mayor inteligencia del
misterio de la fe. Si una existencia así fuera entregada absolutamente a lo
infinito, si fuera absolutamente apropiada por lo infinito, si fuera asumida
totalmente, mientras nosotros nos esforzamos por acercarnos a esa meta sólo
rudimentariamente y sólo asintóticamente, y si precisamente por esa asumpción
se produjera lo humano en su total libertad y consumación, eso sería lo que es
Jesús; así podríamos confiar, en nuestro infinito movimiento, que la infinitud
está cerca de nosotros en amorosa comunicación.
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Granada |
Tal
vez hayamos hecho demasiada teología y demasiado poca introducción a la
meditación, a pesar de que pretendíamos esto y no lo primero. Pero volvamos al
silencio, que, entendido correctamente desde la fe en el mensaje de la Navidad,
es una experiencia del hombre infinito (¡que sólo así se puede sentir
criatura!), y dice algo que, sólo porque Dios se ha hecho hombre, es como es.
Aunque ni por la mera reflexión sobre nosotros mismos, ni por nuestras propias
fuerzas podamos separar en esta experiencia existencial su calidad cristiana y
su ser natural (no podemos salir del ámbito de Cristo y de la gracia para
conocer la naturaleza pura), podemos y tenemos que decir: Si Dios no hubiera
nacido como hombre, nos experimentaríamos internamente de manera distinta. Si a
eso mudo enorme que nos rodea a la vez como la lejanía y la cercana
prepotencia, queremos nosotros aceptarlo como la cercanía acogedora y el amor
tierno que no se reserva nada; si tenemos, además, el valor de entendernos
así—cosa que solamente es posible en la fe y en la gracia (se sepa o no)—, es
que hemos hecho la navideña experiencia de la gracia en la fe. Es una
experiencia muy sencilla. Pero es la paz prometida a los hombres del
beneplácito divino en buena voluntad.
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Gójar |
Cuando
se viene de allá, cuando esta experiencia sube desde el corazón y encuentra su
camino hacia la pluralidad de la realidad exterior—puesto que ella misma
también sólo se entiende a sí misma al recibir desde fuera su propia
interpretación—, entonces esa experiencia tiene que encontrar en su
tangibilidad histórica a aquel hacia el que tiende, iluminándole y al mismo
tiempo iluminada por él, tiene que encontrar a Jesús, en el que la total
plenitud de la divinidad se nos hizo presente corporalmente en la humildad de
nuestro propio ser. Y le encontrará en su realidad histórica, en su palabra, en
la permanencia de su presencia en la Iglesia, que celebra su fundación en la
Cena, al hacerle y tenerle presente verdaderamente en carne y sangre entre los
creyentes. Por eso toda íntima celebración de la Navidad que crece hasta la
plena consumación de su propio ser, sólo puede terminar, cuando en la comunidad
del Señor, en la comunidad que le tiene y que le representa ante el mundo, se
da al creyente el Cuerpo en que el Verbo se hizo Carne y habita entre nosotros.
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Granada diócesis |
Me ha gustado mucho.Dios te bendiga.Granada os muy bonita.es la tierra de mis abuelos paternos.de mis tarabuelos Los Pérez del Pulgar.Marqueses del Salar.En Ella vivi cinco años en mo infancia.los textos navideños muy entrañables y cristianos.de todo corazón.Felices Navidades y Venturoso2019.
ResponderEliminarSalud y paz para todos
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