LUZ DEL DOMINGO
Domingo, 12 de abril de 2015
SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA
SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA
Primera lectura: Hechos 4, 32-35
Interleccional: Salmo 117
Segunda lectura: Juan 5, 1-6
Interleccional: Salmo 117
Segunda lectura: Juan 5, 1-6
EVANGELIO Juan 20, 19-31
“ 19Ya anochecido, aquel día
primero de la semana, estando atrancadas las puertas del sitio donde estaban
los discípulos, por miedo a los dirigentes judíos, llegó Jesús, haciéndose
presente en el centro, y les dijo: -Paz con vosotros. 20y dicho
esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos sintieron la alegría de
ver al Señor. 21Les dijo de nuevo: Paz con vosotros. Igual que el
Padre me ha enviado a mí, os envío yo también a vosotros. 22y dicho
esto sopló y les dijo: -Recibid Espíritu Santo. 23A quienes
dejéis libres de los pecados, quedarán libres de ellos; a quienes se los imputéis,
les quedarán imputados. 24Pero Tomás, es decir, Mellizo, uno de los
Doce, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. 25Los otros
discípulos le decían: -Hemos visto al Señor en persona. Pero él les dijo: -Como
no vea en sus manos la señal de los clavos y, además, no meta mi dedo en la
señal de los clavos y meta mi mano en su costado, no creo. 26Ocho
días después estaban de nuevo dentro de casa sus discípulos y Tomás con ellos.
Llegó Jesús estando las puertas atrancadas, se hizo presente en el centro y
dijo: -Paz con vosotros. 27Luego dijo a Tomás: -Trae aquí tu dedo,
mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino
fiel. 28Reaccionó Tomás diciendo: -¡Señor mío y Dios mío! 29Le
dijo Jesús: -¿Has tenido que verme en persona para acabar de creer?. Dichosos
los que, sin haber visto, llegan a creer. 30Ciertamente, Jesús
realizó todavía, en presencia de sus discípulos, otras muchas señales que no
están escritas en este libro; 31éstas quedan escritas
para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y, creyendo, tengáis
vida unidos a él.”
COMENTARIOS
I
Se llamaba Tomás. Era uno de los doce.
Pasó a la historia por su insistencia en no fiarse de los demás. A él le
debemos la consabida frase "si no lo veo, no lo creo". De su
"curriculum vitae" el Evangelio da estas pinceladas:
-Cuando Jesús decidió subir a Judea para ver a
su amigo Lázaro, enfermo de muerte, "los discípulos le replicaron:
Maestro, hace nada que querían apedrearte los judíos y ¿vas a ir allí otra
vez?". Tomás, voluntarioso y valiente, dijo a sus compañeros: "Vamos
también nosotros a morir con él". Tomás significa "mellizo" y,
haciendo honor a su nombre, se parecía a su maestro, estaba dispuesto a morir
con y como él (Jn 11,8ss).
-Tras predecir la negación de Pedro, Jesús
invitó a los discípulos a no asustarse. Les hablaba metafóricamente: "La
casa de mi Padre tiene muchos aposentos... Cuando vaya y os prepare sitio
volveré para llevaros. Y sabéis el camino para ir adonde yo voy". Jesús se
refería a la muerte como paso para la Vida-Resurrección. Pero Tomás
no cree que pueda hablarse de la muerte en términos de paso que permite
alcanzar una meta. Para él, la muerte es la meta y el final del viaje. Por eso
pregunta: "Señor, no sabemos a dónde te marchas, ¿cómo podemos saber el
camino?. Jesús le respondió: "Yo soy el camino, la verdad y la vida".
No debió entender demasiado la respuesta (Jn 14,1-6). Sus creencias no iban más
allá de la muerte.
-Por eso, cuando sus compañeros, tras la
muerte del Maestro, le aseguran: "Hemos visto al Señor", él les
contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el
dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo
creo". Jesús fue deferente con él. Cuenta el Evangelio que "a los
ocho días estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó
Jesús, estando las puertas cerradas, se puso en medio y dijo: "Paz a
vosotros". Luego dijo a Tomás: "Trae tu dedo, aquí tienes mis manos;
trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo sino creyente".
Con esto tuvo suficiente. No dice el Evangelio
que Tomás hiciera la prueba. Llegó a comprender que no era necesario tocar:
¡Señor mío y Dios mío!" -musitó. Sublime invocación, la mayor pronunciada
por labios humanos en todo el Evangelio. Pero el Señor resucitado le reprochó:
"¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber
visto" (Jn 20,19-29).
La última bienaventuranza vale también para
todos nosotros. Quien quiera encontrar a Jesús resucitado deberá buscarlo en la
comunidad, reunida por el amor; ésta es, por siempre, la verdadera aparición de
Jesús al mundo, su presencia perenne en la humanidad.
Tomás aprendió bien la lección. Con la
comunidad, dirigida por Pedro, se lanzó a la mar a pescar. Y en el transcurso
de aquella pesca de hombres ya no dudó de que Jesús vivía y estaba presente en
la tarea. Sólo bastaba estar dispuesto a obedecer su palabra -"echad la
red a la derecha de la barca y encontraréis". Para quien cree, todo es
posible. "Dichosos los que crean sin haber visto".
II
Parece que están de moda otra vez,
porque ya lo han estado muchas veces, las apariciones de seres sobrenaturales.
Dejando aparte la intención de los videntes, que en algunos
casos no está demasiado clara -¿o sí lo está?-, parece que muchos necesitan que
Dios les confirme personalmente su fe, pero eso, si se da, es excepcional.
UN DISCÍPULO DESCONFIADO
Ya anochecido, el primer día de la semana, estando atrancadas las puertas
del sitio donde estaban los discípulos, por miedo a los dirigentes judíos,
llegó Jesús, haciéndose presente en el centro... Pero Tomás, es decir, Mellizo,
uno de los doce, no estaba con ellos cuando llegó Jesús.
Tomás, entre todos los discípulos, era el que
con más decisión se había mostrado dispuesto a acompañar a Jesús a la muerte:
«Vamos también nosotros a morir con él», había dicho en una ocasión a los demás
discípulos (Jn 11,18). Tenía valor para enfrentarse a la muerte y era generoso
y leal como para dar la vida; pero, sin embargo, no creía que el amor pudiera
vencer a la muerte. Y, por lo que parece, tampoco confiaba mucho en la palabra
de sus compañeros: «Como no vea en sus manos la señal de los clavos y, además,
no meta mi dedo en la señal de los clavos y meta mi mano en su costado, no
creo», respondió cuando le dijeron que habían visto vivo a Jesús (él no estaba
con la comunidad cuando Jesús se presentó en medio de ella). Y para creer el
testimonio de sus compañeros exige tener el privilegio de experimentar personal
e individualmente la presencia de Jesús resucitado.
UN PRIVILEGIO EXCEPCIONAL
Ocho días después estaban de nuevo
dentro de la casa sus discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús estando las
puertas atrancadas, se hizo presente en el centro y dijo:
-Paz con vosotros.
Luego dijo a Tomás:
-Trae aquí tu dedo, mira mis manos; trae tu
mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel.
Jesús le concede esa experiencia, pero en
medio de la comunidad. Porque es en ella donde él se va a hacer presente
de ahora en adelante. Será la comunidad cristiana el lugar en el que se podrá
sentir la presencia de Jesús resucitado: para Tomás, las pruebas de que aquel
que estaba vivo era el mismo Jesús fueron las señales físicas de su amor (las
heridas de las manos y del costado de Jesús); en adelante serán otras
señales de ese mismo amor las que hagan visible su presencia:
el amor, al estilo de Jesús, practicado por los que han recibido la misión de
ser testigos de su resurrección.
La reacción de Tomás, «¡Señor mío y Dios
mío!», es una afirmación de lealtad con Jesús y una confesión de fe en lo que
él ha enseñado con su entrega: que el ser humano llega a lo más alto, a participar
del ser de Dios, no cuando alcanza el poder, sino cuando está dispuesto a
servir, por amor, hasta dar la propia vida.
ÉL SIGUE PRESENTE
Pero esa experiencia es excepcional. Ese
privilegio se le concede a Tomás quizá como reconocimiento a su disposición de
acompañar a Jesús a la muerte y, sobre todo, para aprovechar la ocasión de
anunciar que, en adelante, lo habitual será otra cosa: «¿Has tenido que verme
en persona para acabar de creer? Dichosos los que sin haber visto
llegan a creer. »
Esos somos nosotros. Pero el que hayamos
creído sin haber visto físicamente a Jesús resucitado no quiere decir que no
hayamos podido sentir su presencia en medio de la comunidad de los que le son
leales y siguen creyendo que la meta de todo ser humano es llegar a ser hijo de
Dios, como Jesús. Porque Jesús sigue vivo y activo en el centro de las comunidades
cristianas. Y su presencia se nota, se debe notar, no en apariciones
extraordinarias, sino en que estas comunidades reproducen en su vida las
señales de la muerte de Jesús, y no tanto en lo que aquella muerte tuvo de
sufrimiento y de dolor, sino sobre todo en lo que tiene de entrega y de amor,
de afirmación de la vida y de anuncio de liberación. La presencia del Hijo
único de Dios en un grupo se nota en que los hombres y mujeres que forman ese
grupo viven como hermanos: «En la multitud de los creyentes, todos pensaban y
sentían lo mismo: nadie consideraba suyo nada de lo que tenía, sino que lo
poseían todo en común» (Hch 4,32).
El camino normal para llegar a la fe en el
resucitado es éste. Si para creer hay muchos que necesitan todavía apariciones
milagrosas, esto debe preocuparnos: quizá las señales que hacen visible la
presencia de Jesús no se vean por ningún lado. Esas señales no son otras que el
amor fraterno porque «quien cree que Jesús es el Mesías ha nacido de Dios, y
quien ama al que le da el ser ama también a todo lo que ha nacido de él» (1 Jn
5,1).
III
19a Ya anochecido, aquel día
primero de la semana, estando atrancadas las puertas del sitio donde estaban
los discípulos, por miedo a los dirigentes judíos...,
Es el mismo día en que comienza la nueva
creación (primero de la semana, cf. 20,1) y, con ella,
la nueva alianza. Esta realidad va a ser considerada ahora desde el
punto de vista de la Pascua definitiva, con alusión al éxodo del
Mesías.
La denominación los discípulos (el
artículo indica totalidad), incluye a todos los que dan
su adhesión a Jesús; no se mencionan nombres propios ni se establece limitación
alguna. La situación en que los discípulos se encuentran, con las
puertas atrancadas, por miedo... muestra su inseguridad; aún no
tienen experiencia de Jesús vivo (16,16) ni, frente a la amenaza que supone la
institución judía, se sienten apoyados por él.
Como José de Arimatea, son discípulos
clandestinos (19,38), atemorizados, sin valor para pronunciarse públicamente en
favor del injustamente condenado. Es una situación de temor paralela a la del
antiguo Israel en Egipto (Éx 14,10); pero, como lo estuvo aquel pueblo, están
en la noche (Ya anochecido) en que el Señor va a sacarlos de
la opresión (Éx 12,42; Dt 16,1).
El mensaje de María Magdalena no los ha
liberado del temor. No basta tener noticia de que Jesús ha resucitado; sólo su
presencia misma puede dar la seguridad en medio del mundo hostil.
19b-20 ...llegó Jesús, haciéndose
presente en el centro, y les dijo: «Paz con vosotros». Y, dicho
esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos sintieron la alegría de
ver al Señor.
En esta situación se hace presente Jesús, como
lo había prometido (14,18s: No os voy a dejar desamparados, volveré con
vosotros, cf. 16,l8 ss). Aparece en el centro de la comunidad, como
punto de referencia, fuente de vida, factor de unidad.
A ellos, que por el miedo habían perdido la
paz, el saludo (Paz con vosotros) se la devuelve: es el saludo
del que ha vencido al mundo y a la muerte (cf. 14,27s; 16,33).
Jesús les muestra los signos de su amor y de
su victoria (las manos y el costado): el que está vivo delante
de ellos es el mismo que murió en la cruz. Si tenían miedo a la muerte que
podrían infligirles "los judíos", ahora ven que nadie puede quitarles
la vida que él comunica.
Viendo las señales en el cuerpo de Jesús, los
discípulos pueden dar fe al texto de la Escritura (2,17: La
pasión por tu casa me consumirá), que malinterpretaron en su momento
(2,22).
Las manos de Jesús no se han mencionado en la
escena de la crucifixión. Pero a lo largo del evangelio se ha afirmado que el
Padre lo ha puesto todo en ellas (3,35; 13,3), y que nadie podría arrebatar a
las ovejas de su mano, como tampoco de la del Padre (10,28s). Son estas manos
las que dan seguridad a los discípulos, pues ellas representan la fuerza de
Jesús que los defiende; las manos libres son signo de su victoria e instrumento
de su actividad. El costado, que había sido traspasado por la lanza, es la
muestra de su amor sin límite; son sus manos las que han de llevar a cabo la
obra de ese amor.
La mención del costado remite a la escena de
la lanzada, donde Jesús aparece como el Cordero de Dios que ha sido inmolado
(19,36: No se le romperá ni un hueso), el de la
Pascua nueva y definitiva, cuya sangre los libera para siempre de la
muerte (Éx 12,12s). Es el Cordero que será el alimento de este éxodo (Éx 12,8):
su carne y su sangre han quedado preparadas en la cruz, para que los
suyos puedan asimilarse a él (6,53s).
La permanencia de las señales en las manos y
el costado indica la de su amor: Jesús será para siempre el Mesías-rey
crucificado, del que brotan la sangre y el agua (19,34). Lo que el discípulo describió
en el Calvario como un signo a la vista del mundo entero, el Hijo del hombre
levantado en alto del que fluía la vida (cf. 3,14s), se propone ahora como
experiencia de Jesús en el seno de la comunidad.
El efecto del encuentro con Jesús es la alegría,
como él mismo había anunciado (16,20: vuestra tristeza se convertirá en
alegría). Ha comenzado la fiesta de la nueva Pascua y de la creación
definitiva. Ha nacido el Hombre (16,21). Las manos y el costado recuerdan al
mismo tiempo el dolor del parto y su fruto: el Hombre-Dios.
El éxodo del Mesías no se hace saliendo
físicamente del mundo injusto (17,15), sino saliendo de él hacia Jesús,
entrando en su espacio. La comunidad centrada en él es la nueva tierra
prometida, situada en medio del sistema opresor.
21 Les dijo de nuevo: «Paz con
vosotros. Igual que el Padre me ha enviado a mí, os envío yo a mi vez a
vosotros».
La repetición del saludo introduce la misión,
que era el objetivo de la elección de los discípulos (15,16; 17,18). La paz que
antes les ha comunicado Jesús les ha confirmado su victoria y los ha liberado
del miedo. Ahora les da de nuevo paz, es decir, confianza y seguridad para
el presente y para el futuro. Esa paz deberá acompañarlos en la misión que
comienza, en las dificultades de la labor en el mundo.
La misión de Jesús ha consistido en dar
testimonio en favor de la verdad (18,37), manifestando con sus obras la persona
del Padre (19,30; 17,6) y su amor a los hombres (17,1.4: la gloria). En lo
sucesivo, toca a los discípulos realizar esas mismas obras (9,4) y producir
fruto unidos a Jesús (15,5).
La misión ha de ser cumplida como él la
cumplió, demostrando el amor hasta el final que simbolizan las manos y el
costado. Van a un mundo que los odia como lo odió a él (15,18); ahora pueden ir
sin temor alguno.
Como en el caso de María Magdalena (20,17),
Jesús no quiere que la comunidad esté absorbida por la unión con él. La
dedicación al bien de los hombres es esencial, y con ella se conecta el don del
Espíritu.
22 Y, dicho esto, sopló y les dijo: «Recibid
Espíritu Santo».
El Espíritu los capacitará para la misión. El
verbo sopló o “exhaló su aliento” es el mismo que se encuentra
en Gn 2,7 para indicar la infusión en el hombre del aliento de vida. Jesús les
infunde ahora su propio aliento, el Espíritu, aquel que había
entregado en la cruz una vez acabada en él la creación del Hombre (19,30: dijo:
“Queda terminado”. Y... entregó el Espíritu).
Con el “amor y lealtad” que les
comunica (1,16), crea la nueva condición humana, la
de hombre-espíritu (3,6, 7,39). Queda así superada la
condición de “carne”, es decir, la de lo débil y transitorio. De este modo
culmina la obra creadora. Esto significa “nacer de Dios” (1,13), estar
capacitado para “hacerse hijo de Dios” (1,12). Bautizados con el Espíritu (1,33),
quedan liberados “del pecado del mundo” (1,29) y salen de la esfera de la
opresión. La experiencia de vida que da el Espíritu es “la verdad que hace
libres” (8,31s). Han sido “consagrados con la verdad” (17,17s). Al recibir la
efusión del Espíritu, reconocen en Jesús el nuevo santuario de Dios (2,19.21s).
Con esto queda constituida la comunidad. Su
centro es Jesús, pero no está cerrada en sí misma. Al contrario, así preparada,
se dedicará a comunicar vida a otros, sabiendo que ese amor hacia los demás será
fuente incesante de Espíritu en ella. Jesús no comunica el Espíritu a los suyos
como un privilegio personal, sino como una capacitación para la labor con la
humanidad, objeto del amor de Dios (3,16). A medida que otros hombres vayan
dando su adhesión a Jesús, irán recibiendo a su vez el Espíritu.
23 «A quienes dejéis libres de los
pecados, quedarán libres de ellos; a quienes se los imputéis, les quedarán
imputados».
Este dicho de Jesús, dirigido a la comunidad
como tal, señala el resultado positivo y negativo de la misión, paralelo con el
de la suya.
El pecado, la represión o supresión de la vida que impide la realización del proyecto
creador, se comete al aceptar los valores de un orden injusto; los
pecados son las injusticias concretas que se derivan de esa
aceptación. Cuando el individuo cambia de actitud y se pone a favor de los
seres humanos, cesa el pecado (15,3).
La comunidad prolonga en el tiempo el
ofrecimiento de vida que hace el Padre a la humanidad en Jesús. Pero el
testimonio de los discípulos (15,26s) obtendrá las mismas respuestas que tuvo
el suyo: habrá quienes lo acepten y quienes, por el contrario, se endurezcan en
su actitud (15,18-21; 16,1-4).
Al que lo acepta y es admitido en el grupo
cristiano, rompiendo de hecho con los valores del sistema injusto, la comunidad
le declara que su pasado ya no pesa sobre él. Dios refrenda esta declaración
infundiéndole el Espíritu que lo purifica (19,34) y lo consagra (17,16s).
Con los que rechazan el testimonio y persisten
en la injusticia, más que las palabras, la existencia misma de la comunidad
denuncia su modo de obrar. El contraste entre la actividad en favor de los
hombres ejercida por el grupo cristiano y la conducta perversa de los que
pertenecen al sistema opresor pone en evidencia los pecados de éstos y los
acusa. La confirmación divina significa que sobre estos hombres, que se
mantienen voluntariamente en la zona de la tiniebla, pesa la reprobación divina
(3,36).
La aceptación o rechazo del amor que se le
ofrece hace resonar dentro del hombre mismo su propia liberación o su propia
sentencia.
24-25 Pero Tomás, es decir, Mellizo,
uno de los Doce, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos
le decían: «Hemos visto al Señor en persona». Pero él les dijo:
«Como no vea en sus manos la señal de los clavos y, además, no meta mi dedo en
la señal de los clavos y meta mi mano en su costado, no creo».
La traducción del nombre de Tomás (Mellizo) había
aparecido en 11,16, donde este discípulo manifestó su parecido con Jesús por su
prontitud para acompañarlo en la muerte. Al repetir la traducción, el
evangelista recuerda los episodios anteriores en que ha aparecido Tomás.
Es uno de los Doce, denominación
que en este evangelio ha designado a la comunidad
cristiana en cuanto heredera de las promesas de Israel (6,70), pero que ya no
la designa después de la muerte-resurrección de Jesús, cuando las promesas se
han cumplido (cf. 21,2 siete discípulos, comunidad abierta a todos los pueblos)
y Jesús no es ya “el rey de los judíos”, sino el rey universal (cf. 19,19-24).
Tomás no había entendido el sentido de la
muerte de Jesús (14,5); la concebía como un final, no como un encuentro con el
Padre. Separado de la comunidad (no estaba con ellos) no ha
estado presente en el acto de fundación del pueblo de la nueva alianza, no ha
participado de la experiencia común, no ha recibido el Espíritu ni, con él, la
misión. Permanece en las categorías del pasado (uno de los Doce).
Para el evangelista, no existe verdadera
adhesión a Jesús mientras no se crea en la victoria de la vida. La resurrección
es, por eso, el quicio de la fe cristiana. No se reconoce el alcance del amor
del Padre mientras no se crea en la calidad de vida que comunica.
La frase jubilosa de los discípulos (Hemos
visto al Señor, cf. 20,18) formula su experiencia de Jesús, que los ha
transformado infundiéndoles el Espíritu. Existe ya la nueva comunidad humana,
liberada del temor, donde brilla el amor gratuito y generoso. Esta nueva
realidad muestra por sí sola que Jesús no es una figura del pasado. La
existencia de tal comunidad es la prueba de que Jesús vive.
Pero Tomás no acepta el testimonio de los
otros discípulos ni le basta ver a la comunidad transformada por el Espíritu.
No admite que el que ellos han visto sea el mismo que él había conocido; no
cree en la permanencia de la vida. Exige una prueba individual y
extraordinaria. Las frases redundantes de Tomás, con su repetición de
palabras (sus manos, meter mi dedo, meter mi mano), subrayan
estilísticamente su testarudez. No busca a Jesús fuente de vida, sino una
reliquia del pasado.
26 Ocho días después estaban de nuevo
dentro de casa sus discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús estando las
puertas atrancadas, se hizo presente en el centro y dijo: «Paz con vosotros».
Ocho días después: el día permanente de la nueva creación es “primero” (20,1.19) por su
novedad y “octavo” (número que simboliza el mundo futuro) por su plenitud. En
él va surgiendo el mundo definitivo.
Los discípulos están dentro, es
decir, en el lugar de Jesús, en la esfera del Espíritu. El "dentro"
es la tierra prometida, distinta del mundo injusto que la rodea. Tomás se ha
reintegrado a la comunidad.
El verbo traducido por llegó está
en el texto original en presente (llega Jesús), a diferencia
del episodio anterior (20,19: llegó).Entonces llegaba
Jesús para constituir su comunidad; ahora, en cambio, se trata de su presencia
habitual en la reunión de los suyos. Jesús se hace presente al grupo, en el
centro, no a Tomás en particular.
Las puertas
atrancadas ya no
indican temor; trazan la frontera entre la comunidad y el mundo, al que Jesús
no se manifiesta (14,22s).
El evangelista no ofrece descripción alguna
del encuentro de la comunidad con Jesús. Menciona solamente el saludo (Paz
con vosotros). En el episodio anterior éste abría cada una de las dos
partes de la escena. En la primera (20,19-20), precedía al reconocimiento de
Jesús por parte de la comunidad; en la segunda (20,21-23), a la misión y el don
del Espíritu. Dado que en esta escena no se trata ya del primer encuentro con Jesús,
el saludo remite a la segunda parte de la anterior (20,21). Es decir, cada vez
que Jesús se hace presente (la mención del "día octavo" alude a la
eucaristía), renueva la misión de los suyos comunicándoles su Espíritu.
27 Luego dice a Tomás: «Trae aquí tu
dedo, mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo,
sino fiel».
La indicación de posterioridad (Luego) divide
la escena; ahora va a tratarse de Tomás. Unido al grupo, éste se encontrará con
Jesús y hallará solución a su problema.
Demostrándole su amor, Jesús toma la
iniciativa y lo invita a tocarlo. La insistencia del evangelista en lo
físico (dedo, manos, mano, meter, costado) subraya la
continuidad entre el pasado y el presente de Jesús: la resurrección no lo ha
despojado de su condición humana anterior ni significa el paso a una condición
distinta y superior a ella: muestra la condición humana llevada a su cumbre,
asumiendo toda su historia precedente. Ésta no ha sido solamente una etapa
preliminar; ella ha realizado el estado presente y definitivo de Jesús.
28-29 Reaccionó Tomás
diciendo: «¡Señor mío y Dios mío!» Le dijo Jesús: «¿Has tenido que
verme en persona para acabar de creer? Dichosos los que, sin haber visto,
llegan a creer».
La respuesta de Tomás es tan extrema como su
incredulidad anterior. "Señor" y "Maestro" eran los
apelativos que los discípulos usaban para dirigirse a Jesús (13,13) o
designarlo (20,2.13, etc.). El Señor es el que lavó los pies a sus
discípulos (13,14), anunciando su muerte por ellos, expresión de su máximo amor
(15,13); es así como en Jesús ha culminado la condición humana (19,30). Con la
expresión Señor mío, Tomás reconoce el amor de
Jesús y lo acepta, expresando al mismo tiempo su total adhesión; ve en Jesús el
Hombre en su plenitud (el Hijo del hombre) y lo toma por modelo (mío).
Paralelamente, Jesús, con su muerte en la
cruz, ha dado remate a la obra del que lo envió (4,34): realizar en el Hombre
el amor total y gratuito propio del Padre (17,1). Se ha cumplido el proyecto
creador: “un ser divino era el proyecto” (1,1). Tomás descubre en Jesús la
plenitud de la condición divina; él es el Hombre-Dios, identificado con el
Padre (14,9.20), la realidad divina accesible al hombre (Dios mío).
La experiencia de Tomás no es modelo. Jesús se
la concede para evitar que se pierda uno de los que el Padre le ha entregado
(17,12; 18,9). Tomás ha invertido los términos: sin escuchar a los otros
discípulos ni prestar atención a la nueva realidad creada por el Espíritu,
quiere encontrarse con Jesús. Pero a Jesús no se le encuentra sino en esa nueva
realidad de amor mutuo, valentía frente al mundo y dedicación al bien de los
seres humanos que existe en la comunidad; ella demuestra que está vivo y
presente y, por tanto, que ha vencido la muerte. La existencia de esa nueva
realidad (sin haber visto) es la que lleva a la fe en Jesús
vivo (llegan a creer; cf. 17,21.23).
30 Ciertamente, Jesús realizó todavía,
en presencia de sus discípulos, otras muchas señales que no están escritas en
este libro.
Para el evangelista, la vida de Jesús
significa ante todo un conjunto de hechos, las “señales”, en las que ha
manifestado su amor a los hombres (2,11: “su gloria”). El autor, que
no se nombra, ha hecho una selección. La experiencia de los discípulos fue
mucho más amplia de lo que se cuenta en el evangelio.
El objetivo de la obra es suscitar la
adhesión de los lectores a Jesús. La selección que ha hecho el autor es, por
tanto, significativa; piensa que el relato ha presentado los rasgos de Jesús
que puedan mover a esa fe y que ésos bastan para llegar a ella.
31 Éstas quedan escritas para que
creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y, creyendo, tengáis vida
unidos a él.
Se trata de la fe en Jesús, el que, después de
una actividad liberadora, ha sido condenado y ejecutado por los poderes del
mundo. El creyente ha de ver en él al Mesías, el consagrado
por Dios para llevar a cabo su designio en la historia, el que forma la nueva
comunidad humana. Pero cumple esa misión en cuanto es el Hijo de
Dios, presencia y actividad del Padre, que despliega en él y a través
de él su amor a los hombres.
La adhesión a Jesús, que se traduce en norma
de acción y de conducta (13,34), obtiene la vida, el Espíritu. Se anunciaba en
el prólogo que la palabra-proyecto divino contenía vida (1,4). Esa vida plena,
frente a la mediocridad y al raquitismo humano, es la que se obtiene por la fe
en Jesús Mesías e Hijo de Dios. Con esta nota final subraya el evangelista que
la misión de Jesús no fue revelar verdades arcanas, sino dar vida a los hombres
(10,10: Yo he venido para que tengan vida y les rebose), sabiendo
que la experiencia de la vida es la verdad.
IV
El libro de los Hechos, el Apocalipsis y el evangelio de Juan se
escribieron casi por la misma época. La Iglesia de Jesús, formada por muchas y
diferentes comunidades, estaba recogiendo las diversas tradiciones
sobre Jesús histórico y cada comunidad las reelaboraba y contaba de
acuerdo a las nuevas situaciones que estaban viviendo. Era tiempos de grandes
conflictos con el imperio romano y con los fariseos de Yamnia, el único grupo
oficial judío que había sobrevivido a la destrucción del templo el año 70. Las
Iglesias estaban descubriendo su propia identidad y Pedro (que por este tiempo
ya había sido martirizado en Roma) ya era reconocido como autoridad
dentro y fuera de la Iglesia. Con textos de estos tres libros la
liturgia de hoy nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre el fundamento de
nuestra fe.
Así como en
nuestras rutas necesitamos señales que nos indiquen las curvas, los puentes,
los caminos estrechos, también en el camino de la Iglesia necesitamos esas
señales que nos indican si andamos en la buena ruta o no. Las señales son las
mismas de siempre: la práctica liberadora de Jesús, su opción
por los/as más necesitados y su trabajo por la vida. Comenzando por
la buena sombra de Pedro que curaba a los enfermos, vemos cómo, en medio de
conflictos, las primeras comunidades repetían la práctica liberadora de Jesús.
También el Apocalipsis nos invita a mirar al Hijo del Hombre, centro de la vida
de la Iglesia.
El evangelio
de Juan nos traslada a un día como hoy, ocho días después de la
pascua.
Jesús entra
y se coloca en medio de la comunidad. Sopla sobre ellos/as y les da el Espíritu
Santo. Para la Comunidad de Juan, la Pascua de Resurrección y Pentecostés
acontecieron el mismo día en que Jesús resucitó. (Para Lucas que tiene otra
teología, y que tal vez por razones catequéticas es la única que recogió la
Iglesia, hay que esperar 50 días para Pentecostés). Y en esta
Pascua-Pentecostés toda la comunidad de discípulos y discípulas recibe la
autoridad para perdonar los pecados.
En la
segunda parte de este evangelio nos encontramos con el diálogo de Jesús y
Tomás. Ojos que no ven corazón que no siente, dice el refrán.
Es que
fuera de la comunidad no se ve a Jesús, ni en el cielo ni en la tierra. Es en
la comunidad donde se percibe la presencia del Señor. Es allí donde se realiza
el seguimiento de Jesús. La comunidad no es optativa. Es parte esencial del
mensaje cristiano, lo mismo que la opción por los pobres. En las Comunidades
Eclesiales de Base tenemos experiencias que se asemejan a las que vivían las
primeras comunidades. Evaluamos el camino volviendo siempre a la práctica liberadora
de Jesús y sus opciones; experimentamos en la lucha por la vida la fuerza de la
Pascua-Pentecostés y también tenemos la experiencia del perdón en la
comunidad. ¿Por qué retacear el perdón cuando la alegría de Dios es perdonar,
sanar y salvar?
Cuando Jesús
no está en el centro se pierde parte de su mensaje liberador impidiendo la
novedad que brota de su Espíritu.
Para la
revisión de vida
-Dichosos
los que sin ver han creído. ¿Cuáles son los fundamentos de mi fe? ¿Por qué
creo? ¿Es mi fe una fe que no se apoya en argumentos racionales?
-Paz a
vosotros. ¿Tengo paz, paz profunda, shalom?
Para la
reunión de grupo
Si la fe es
«creer lo que no se ve», ¿tuvo fe Tomás cuando confesó a Jesús como “Señor mío
y Dios mío” sólo después de haberlo visto?
¿Qué relación
(semejanzas, diferencias...) hay entre la fe humana (creer a alguien) y la fe
religiosa (creer a Dios)?
Distinción
entre «fe» y «creencias»
¿Cuáles
serían las principales dificultades que la fe, el creer, las creencias...
comportan hoy en el ámbito de la nueva «sociedad del conocimiento» que adviene?
¿Es posible que Dios haya puesto su gran ilusión –y la principal prueba para el
ser humano- en la «fe», en el «creer lo que no se ve»? ¿Y en que «creamos a los
que dicen que Dios les dijo para que nos dijeran»?
Para la
oración de los fieles
Para que
nuestras comunidades cristianas se miren en el espejo de aquella primera
comunidad surgida a partir de la resurrección de Jesús, roguemos al Señor...
Por todos
los que tienen dificultades para la fe; para que encuentren en la comunidad de
los creyentes un testimonio atractivo e iluminador...
Para que
como en el tiempo de la comunidad primitiva sean también hoy muchos los que se
adhieran a la fe...
Para que
también hoy nuestra comunidad cristiana ejerza el ministerio de la curación,
del alivio de todas las penalidades que afectan a la vida humana...
Para que los
cristianos de hoy aprovechemos también el ministerio del perdón de los pecados,
tanto en forma individual como comunitaria...
Oración
comunitaria
Dios de
misericordia infinita que reanimas la fe de tu pueblo con la celebración anual
de las fiestas pascuales: acrecienta en nosotros los dones de tu gracia para
que comprendamos mejor que eres verdaderamente Padre y dador de Vida, que nos
has encomendado acoger y acrecentar la vida, y que la Vida finalmente
triunfará. Por J.N.S.
Estos comentarios están
tomados de diversos libros, editados por Ediciones El Almendro de Córdoba, a
saber:
- Jesús Peláez: La otra lectura de los Evangelios, I y II. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Rafael García Avilés: Llamados a ser libres. No la ley, sino el hombre. Ciclo A,B,C. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Juan Mateos y Fernando Camacho: Marcos. Texto y comentario. Ediciones El Almendro.
- Juan. Texto y comentario. Ediciones El Almendro. Más información sobre estos libros en www.elalmendro.org
- El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Ediciones Cristiandad, Madrid.
Acompaña siempre otro comentario tomado de la Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica: Diario bíblico
- Jesús Peláez: La otra lectura de los Evangelios, I y II. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Rafael García Avilés: Llamados a ser libres. No la ley, sino el hombre. Ciclo A,B,C. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Juan Mateos y Fernando Camacho: Marcos. Texto y comentario. Ediciones El Almendro.
- Juan. Texto y comentario. Ediciones El Almendro. Más información sobre estos libros en www.elalmendro.org
- El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Ediciones Cristiandad, Madrid.
Acompaña siempre otro comentario tomado de la Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica: Diario bíblico
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