CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA
IGLESIA, SERVIDORA DE LOS POBRES
INSTRUCCIÓN PASTORAL
INTRODUCCIÓN
1. LA SITUACIÓN SOCIAL QUE NOS INTERPELA
1.1. Nuevos pobres y
nuevas pobrezas.
1.2 La corrupción, un mal moral
1.3 El empobrecimiento espiritual
2. FACTORES QUE EXPLICAN ESTA SITUACIÓN SOCIAL
2.1 La negación de la
primacía del ser humano
2.2 La cultura de lo
inmediato y de la técnica
2.3 Un modelo centrado en la economía
2.4 La idolatría de la lógica mercantil
3. PRINCIPIOS DE DOCTRINA SOCIAL QUE ILUMINAN LA REALIDAD
3.1 La dignidad de la persona.
3.2 El destino
universal de los bienes
3.3 Solidaridad,
defensa de los derechos y promoción de deberes
3.4 El bien común
3.5 El principio de subsidiariedad
3.6 El derecho a un trabajo digno y estable
4. PROPUESTAS
ESPERANZADORAS DESDE LA FE
4.1 Promover una
actitud de continua renovación y conversión
4.2 Cultivar una sólida espiritualidad que dé consistencia a
nuestro compromiso social
4.3 Apoyarse en la fuerza transformadora de la evangelización
4.4 Profundizar en la dimensión evangelizadora de la caridad
y de la acción social
4.5 Promover el desarrollo integral de la persona y afrontar
las raíces de las pobrezas
4.6. Defender la vida
y la familia como bienes sociales fundamentales
4.7 Afrontar el reto
de una economía inclusiva y de comunión
4.8 Fortalecer la animación comunitaria
5 CONCLUSIÓN
Introducción
1.En los últimos años, especialmente
desde que estalló la crisis, somos testigos del grave sufrimiento que aflige a
muchos en nuestro pueblo motivado por la pobreza y la exclusión social;
sufrimiento que ha afectado a las personas, a las familias y a la misma
Iglesia. Un sufrimiento que no se debe únicamente a factores económicos, sino
que tiene su raíz, también, en factores morales y sociales.
Es de justicia, sin embargo,
reconocer que este mismo sufrimiento ha generado un movimiento de generosidad
en personas, familias e instituciones sociales que es obligado poner de
manifiesto y agradecer en nombre de todos, en especial de los más débiles.
Dicha generosidad nos ha recordado la promesa de Dios a través del profeta
Elías cuando afirma que no le faltará ni el aceite ni la harina a la pobre
viuda que supo compartir con el profeta lo poco que le quedaba para subsistir .
La Iglesia nos invita a todos los
cristianos, fieles y comunidades, a mostrarnos solidarios con los necesitados y
a perseverar sin desmayo en la tarea ya emprendida de ayudarles y acompañarles.
El papa Francisco nos dice: “Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano
reflexione durante el jubileo sobre las obras de misericordia corporales y
espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces
aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón
del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia
divina”.
Las comunidades cristianas, Institutos de Vida
Consagrada y otras instituciones, están escribiendo entre nosotros una hermosa
página de solidaridad y caridad. Basta recordar cómo Cáritas el año 2013
atendió en sus programas a casi dos millones de personas, y cuenta en la
actualidad con más de 71.000 voluntarios.
2. Como pastores de la Iglesia, queremos
compartir con los fieles y con cuantos quieran escucharnos nuestras
preocupaciones ante la difícil situación que estamos viviendo y que a tantos
afecta. Algunos datos esperanzadores nos llevan a pensar que la crisis, poco a
poco, se está superando; pero, hasta que no se haga efectiva en la vida de los
más necesitados la mejoría que los indicadores macroeconómicos señalan, no
podremos conformarnos. Percibimos, por otra parte, que en este período de
crisis se han ido acrecentando las desigualdades sociales, debilitando las
bases de una sociedad justa. Esta realidad nos está señalando la tarea: nuestro
objetivo ha de ser “vencer las causas estructurales de las desigualdades y de
la pobreza”, como pide el papa Francisco
Para contribuir a alcanzar esta meta
tan deseable, ofrecemos modestamente estas reflexiones basadas en la Doctrina
Social de la Iglesia; en ellas tratamos de aportar motivos para el compromiso y
la esperanza, y colaborar con nuestro grano de arena a la inclusión de los
necesitados en la sociedad. Intentamos “mirar a los pobres con la mirada de Dios, que se nos ha
manifestado en Jesús”. Secundamos así la especial atención que muestra el papa
Francisco a la dimensión social de la vida cristiana. Quiera el Señor que
nuestra palabra sirva de luz orientadora en el compromiso caritativo, social y
político de los cristianos y que nuestro aliento acreciente en todos una
solidaridad esperanzada.
1. LA SITUACIÓN SOCIAL QUE NOS INTERPELA
1.1 Nuevos pobres y nuevas
pobrezas.
Familias golpeadas por la crisis
3. Nos encontramos ante una sociedad
envejecida como consecuencia de nuestra baja tasa de natalidad y del
escandaloso número de abortos. La familia, ya afectada como tantas
instituciones por una crisis cultural profunda, se ve inmersa actualmente en
serias dificultades económicas que se agravan por la carencia de una política
de decidido apoyo a las familias. Un elevado número de ellas ha visto
disminuida su capacidad adquisitiva, lo que ha generado, al carecer de la
protección social que necesitan y merecen, un incremento de desigualdades y
nuevas pobrezas. Situación ésta que aflige de un modo especial a los hogares que
han de cuidar de alguna persona discapacitada o sufren la pérdida de empleo de
alguno de sus miembros e incluso de todos.
4. Nos resulta especialmente dolorosa
la situación de paro que afecta a los jóvenes: sin trabajo, sin posibilidad de
independizarse, sin recursos para crear una familia y obligados muchos de ellos
a emigrar para buscarse un futuro fuera de su tierra. Asimismo, resulta
doloroso el paro que afecta a las personas mayores de 50 años, que apenas
tienen esperanza de reincorporarse a la vida laboral. San Juan Pablo II
enumeraba las dramáticas consecuencias de un paro prolongado: “La falta de
trabajo va contra el ‘derecho al trabajo´, entendido- en el contexto global de
los demás derechos fundamentales- como una necesidad primaria, y no un privilegio,
de satisfacer las necesidades vitales de la existencia humana a través de la
actividad laboral. (…) De un paro prolongado nace la inseguridad, la falta de
iniciativa, la frustración, la irresponsabilidad, la desconfianza en la
sociedad y en sí mismos; se atrofian así las capacidades de desarrollo
personal; se pierde el entusiasmo, el amor al bien; surgen las crisis
familiares, las situaciones personales desesperadas y se cae entonces
fácilmente-sobre todo los jóvenes- en la droga, el alcoholismo y la
criminalidad”.
5. También nos duele la situación de
la infancia que vive en pobreza, que sufre privaciones básicas, que carece de
un ambiente familiar y social apto para crecer, educarse y desarrollarse
adecuadamente. Y no podemos olvidar los niños, inocentes e indefensos, a los
que se les niega el derecho mismo a nacer. Como nos recuerda el papa
Francisco “mientras se dan nuevos derechos a la persona, a veces incluso
presuntos, no siempre se protege la vida como valor primario y derecho básico
de todos los hombres”.
6. Nos preocupa la situación de los
ancianos, en épocas de bienestar olvidados por sus familias, pero que ahora se
han convertido en el alivio de muchas de ellas; con sus escasas pensiones,
contribuyen al sustento de sus hijos y, con su esfuerzo personal, cuidan de sus
nietos; pero ello les sobrecarga de trabajo y reduce su bienestar empeorando
ostensiblemente sus condiciones de vida. Los abuelos, junto con los jóvenes y
niños, “son la esperanza de un pueblo. Los niños y los jóvenes porque sacarán
adelante a ese pueblo; los abuelos porque tienen la sabiduría de la historia,
son la memoria de un pueblo. Custodiar la vida en un tiempo donde los niños y
los abuelos entran en esta cultura del descarte y se piensa en ellos como
material desechable ¡No! Los niños y los abuelos son la esperanza de un
pueblo”.
7. Asimismo nos aflige el incremento
del número de mujeres afectadas por la penuria económica pues, no sin razón, se
habla de ‘feminización de la pobreza’. Algunas de ellas incluso son víctimas de
la trata de personas con fines de explotación sexual, particularmente las
extranjeras, engañadas en su país de origen con falsas ofertas de trabajo y
explotadas aquí en condiciones similares a la esclavitud. Igualmente nos duele
sobremanera la violencia doméstica que tiene a las mujeres como sus principales
víctimas. Resulta necesario incrementar medidas de prevención y de protección
legal, pero sobre todo fomentar una mejor educación y cultura de la vida que
lleve a reconocer y respetar la igual dignidad de la mujer.
Las pobrezas del mundo rural y de los hombres y mujeres del mar
8. Muchas veces pensamos en la
pobreza en nuestras ciudades pero atendemos menos, por no tener tanta
resonancia en los medios de comunicación, a la pobreza de los hombres y mujeres
del campo y del mar. La articulación actual de la economía ha desplazado a
muchas personas del mundo rural, incidiendo gravemente en su despoblación y
envejecimiento. Los labradores y ganaderos han visto incrementados
extraordinariamente los gastos de producción, sin que hayan podido
repercutirlos en el precio de sus productos. Los pueblos más pequeños son
habitados mayoritariamente por ancianos y personas solas. Todo ello plantea
problemas sociales de un profundo calado.
La pobreza del mundo rural, a veces,
puede ser alimentada también por las mismas políticas de subsidios, que llegan
a convertirse en una verdadera cultura de la subvención y que priva a las
personas de su dignidad. Algunos obispos ya denunciaron esta situación: “Frente
a la mentalidad tan extendida del derecho a la dádiva y de la subvención, se
hace necesario promover la estima del trabajo y del sacrificio como medio justo
de crecimiento personal y colectivo para el logro del bienestar”.
La emigración, nueva forma de pobreza
9. En la actualidad los flujos
migratorios y sus efectos están reconfigurando Europa. La migración debe ser
entendida como el ejercicio del derecho de todo ser humano a buscar mejores
condiciones de vida en un país diferente al suyo. Hay un amplio consenso
respecto al hecho de encontrarnos en un nuevo ciclo migratorio. Ahora es el
momento del asentamiento, de la integración, de trabajar en el logro de la
convivencia, sobre todo con las nuevas generaciones. Ha llegado la hora de
reconocer la aportación que han hecho los inmigrantes a nuestra sociedad. Hemos
de valorar la riqueza de los otros, cultivando la actitud de acogida y el
intercambio enriquecedor, a fin de crear una convivencia más fraternal y
solidaria. En un futuro próximo nuestra sociedad será, en mayor medida,
multiétnica, intercultural y plurireligiosa.
Los inmigrantes son los pobres entre
los pobres. Los inmigrantes sufren más que nadie la crisis que ellos no han
provocado. En estos últimos tiempos, debido a la preocupación del momento
económico que vivimos, se han recortado sus derechos. Los más pobres entre
nosotros son los extranjeros sin papeles, a los que no se les facilita
servicios sociales básicos, olvidando así aquellas palabras de san Juan Pablo
II: ”La pertenencia a la familia humana otorga a cada persona una especie de
ciudadanía mundial, haciéndola titular de derechos y deberes, dado que los
hombres están unidos por un origen y supremo destino comunes”
Además, son necesarios programas que vayan más
allá de la protección de fronteras, así como el compromiso por parte de los
responsables de la Unión Europea, de cuyo territorio somos una frontera más.
Exhortamos a las autoridades a ser generosas en la acogida y en la cooperación
con los países de origen en orden a lograr unas sociedades más humanas y más
justas.
1.2.-La corrupción, un mal moral .
10. Los procesos de corrupción que se
han hecho públicos, derivados de la codicia financiera y la avaricia personal,
provocan alarma social y despiertan gran preocupación entre los ciudadanos.
Esas prácticas alteran el normal desarrollo de la actividad económica,
impidiendo la competencia leal y encareciendo los servicios. El enriquecimiento
ilícito que supone constituye una seria afrenta para los que están sufriendo
las estrecheces derivadas de la crisis; esos abusos quiebran gravemente la
solidaridad y siembran la desconfianza social. Es una conducta éticamente reprobable,
y un grave pecado.
11. La corrupción política, como
enseña el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, «compromete el
correcto funcionamiento del Estado, influyendo negativamente en la relación
entre gobernantes y gobernados; introduce una creciente desconfianza respecto a
las instituciones públicas, causando un progresivo menosprecio de los
ciudadanos por la política y sus representantes, con el consiguiente
debilitamiento de las instituciones».
Es de justicia reconocer que la
mayoría de nuestros políticos ejerce con dedicación y honradez sus funciones
públicas; por eso resulta urgente tomar las medidas adecuadas para poner fin a
esas prácticas lesivas de la armonía social. La falta de energía en su erradicación
puede abrir las puertas a indeseadas perturbaciones políticas y sociales.
Como pastores de la Iglesia que peregrina en
España, consideramos esta situación como una grave deformación del sistema
político. Es necesario que se produzca una verdadera regeneración moral a nivel
personal y social y, como consecuencia, un mayor aprecio por el bien común, que
sea verdadero soporte para la solidaridad con los más pobres y favorezca la
auténtica cohesión social. Dicha regeneración nace de las virtudes morales y
sociales, se fortalece con la fe en Dios y la visión trascendente de la
existencia, y conduce a un irrenunciable compromiso social por amor al prójimo.
1.3.-El empobrecimiento espiritual
12.- Por último, y determinando las pobrezas
anteriores, nos referimos al empobrecimiento espiritual.
Como pastores de la Iglesia pensamos
que, por encima de la pobreza material, hay otra menos visible, pero más honda,
que afecta a muchos en nuestro tiempo y que trae consigo serias consecuencias
personales y sociales. La indiferencia religiosa, el olvido de Dios, la
ligereza con que se cuestiona su existencia, la despreocupación por las
cuestiones fundamentales sobre el origen y destino trascendente del ser humano
no dejan de tener influencia en el talante personal y en el comportamiento
moral y social del individuo. Lo afirmaba el beato Pablo VI citando a un
importante teólogo conciliar: “Ciertamente, el hombre puede organizar la tierra
sin Dios, pero, al fin y al cabo, sin Dios no puede menos de organizarla contra
el hombre” .
La personalidad del hombre se enriquece con el
reconocimiento de Dios. La fe en Dios da claridad y firmeza a nuestras
valoraciones éticas. El conocimiento del Dios amor nos mueve a amar a todo
hombre; el sabernos criaturas amadas de Dios nos conduce a la caridad fraterna
y, a su vez, el amor fraterno nos acerca a Dios y nos hace semejantes a Él. Es
Jesucristo quien nos ha dado a conocer el rostro paternal de Dios. Ignorar a
Cristo constituye una indigencia radical. Como cristianos nos duele profundamente
la pobreza de no conocerle. Pero quien le conoce de verdad, inmediatamente lo
reconoce en todos los pobres, en todos los desfavorecidos, en los “pordioseros”
de pan o de amor, en las periferias existenciales. Como señala el Concilio
Vaticano II, “el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo
encarnado” .
13. Somos conscientes de que el
empobrecimiento espiritual se da también en muchos bautizados que carecen de
una suficiente formación cristiana y vivencia de la fe; esta falta de base les
convierte en víctimas fáciles de ideologías alicortas, tan propagadas como
inconsistentes, que les conducen a veces a una visión de las cosas y del mundo
de espaldas a Dios, a un agnosticismo endeble. Nos están reclamando a gritos el
beneficio de una nueva evangelización.
Cuando los cristianos tienen la experiencia
gozosa del encuentro con Jesucristo, alimentada por la oración, la Palabra de
Dios y la participación fructuosa en los sacramentos, se acercan a la madre
Iglesia deseosos de amarla más y de hacerla crecer, se empeñan en su
edificación, viven una fe comprometida socialmente, y aprenden a encontrar y a
servir a Cristo en los pobres.
14. Los pobres también están
necesitados de nuestra solicitud espiritual. Comprobamos con dolor que “la peor
discriminación que sufren es la falta de atención espiritual. La inmensa
mayoría de los pobres tiene una especial apertura a la fe; necesitan a Dios y
no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la
celebración de los Sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y de
maduración en la fe. La opción preferencial por los pobres debe traducirse
principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria”.
2.- FACTORES QUE EXPLICAN ESTA
SITUACIÓN SOCIAL
2.1.- La negación de la primacía del ser
humano
15. En el origen de la actual crisis económica
hay una crisis previa: “La negación de la primacía del ser humano”. Esta
negación es consecuencia de negar la primacía de Dios en la vida personal y
social. San Juan Pablo II habló de estructuras de pecado. Dichas estructuras se
fundan en el pecado personal y se refuerzan, se difunden y son fuente de otros
pecados, condicionando la conducta de las personas y de los pueblos .
Un orden económico establecido exclusivamente
sobre el afán del lucro y las ansias desmedidas de dinero, sin consideración a
las verdaderas necesidades del hombre, está aquejado de desequilibrios que las
crisis recurrentes ponen de manifiesto. El hombre no puede ser considerado como
un simple consumidor, capaz de alimentar con su voracidad creciente los
intereses de una economía deshumanizada. Tiene necesidades más amplias. Sin
olvidar que “el objetivo exclusivo del beneficio, cuando es obtenido mal y sin
el bien común como fin último, corre el riesgo de destruir riqueza y crear
pobreza”. Hoy imperan en nuestra sociedad las leyes inexorables del beneficio y
de la competitividad. Como consecuencia, muchas personas se ven excluidas y
marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Parecía que todo
crecimiento económico, favorecido por la economía de mercado, lograba por sí
mismo mayor inclusión social e igualdad entre todos. Pero esta opinión ha sido
desmentida muchas veces por la realidad. Se impone la implantación de una
economía con rostro humano.
16. Urge recuperar una economía
basada en la ética y en el bien común por encima de los intereses individuales
y egoístas. El papa Francisco ilumina el contenido de esta primacía: “Afirmar
la dignidad de la persona significa reconocer el valor de la vida humana, que
se nos da gratuitamente y, por eso, no puede ser objeto de intercambio o de
comercio (…) preocuparse de la fragilidad, de la fragilidad de los pueblos y de
las personas. Cuidar la fragilidad quiere decir fuerza y ternura, lucha y fecundidad,
en medio de un modelo funcionalista y privatista que conduce inexorablemente a
la «cultura del descarte». Cuidar de la fragilidad, de las personas y de los
pueblos significa proteger la memoria y la esperanza; significa hacerse cargo
del presente en su situación más marginal y angustiante y ser capaz de dotarlo
de dignidad” .
2.2.- La cultura de lo inmediato y de la
técnica
17. La inmediatez parece haberse apoderado de
la vida pública, de la vida privada, de las relaciones sociales y de las instituciones.
Como denuncia el papa Francisco, “en la cultura predominante, el primer lugar
está ocupado por lo exterior, lo inmediato, lo visible, lo rápido, lo
superficial, lo provisorio. Lo real cede el lugar a la apariencia”. En la
cultura del aquí y del ahora, no hay espacio para la solidaridad con los otros,
con los que se encuentran lejos o con los que vendrán más adelante. Incluso nos
mostramos comprensivos, por no decir permisivos, con decisiones que no
responden a criterios éticos pero que son acordes con la lógica pragmática que
parece inundar nuestro día a día. Ese pragmatismo nos invita a no asumir
proyectos que conlleven renuncia, salvo que el esfuerzo invertido tenga una
compensación rápida y suficiente.
18. En la “sociedad del conocimiento”, la técnica
parece ser la razón última de todo lo que nos rodea. La misma crisis actual no
es entendida como un fenómeno de carácter moral, sino como una crisis de
crecimiento, de aplicación correcta de las reformas, en definitiva, como un
problema de orden exclusivamente técnico.
El desarrollo técnico parece ser la
panacea para resolver todos nuestros males. Pero la técnica no es la medida de
todas las cosas, sino el ser humano y su dignidad. En efecto, sin un
fortalecimiento de la conciencia moral de nuestros ciudadanos, el control
automático del mercado siempre será insuficiente, como se viene demostrando
repetidamente. En este sentido, resultan difíciles de justificar apuestas
educativas que privilegian lo científico y lo técnico en detrimento de
contenidos humanistas, morales y religiosos que podrían colaborar a la solución.
2.3.- Un modelo centrado en la
economía
19. Gran parte de la pobreza que actualmente
existe en nuestro pueblo tiene que ver con la crisis que estamos viviendo y con
la vigente situación social. Esta crisis es difícilmente explicable sin adoptar
una perspectiva global que se extienda más allá de nuestras fronteras, pero
algunas características de la misma son específicas de nuestro país. Entre
nosotros, las causas de la actual situación, según los expertos, son, entre
otras, la explosión de la burbuja inmobiliaria, un endeudamiento excesivo, y,
también, la insuficiente regulación y supervisión que han conducido a efectuar
recortes generalizados en los servicios, al asumir el endeudamiento público y
privado, por lo que las pérdidas se han socializado, aunque los beneficios no
se compartieron. Lo que la crisis ha puesto de manifiesto es que, en nuestra
economía, en época de recesión, se acrecienta la pobreza, sin que llegue a
recuperarse en la misma medida en épocas expansivas.
La crisis no ha sido igual para todos. De
hecho, para algunos, apenas han cambiado las cosas. Todos los datos oficiales
muestran el aumento de la desigualdad y de la exclusión social, lo que
representa sin duda una seria amenaza a largo plazo.
20. Aspectos como la lucha contra la
pobreza, un ideal compartido de justicia social y de solidaridad –que deberían
centrar nuestro proyecto como nación–, se sacrifican en aras del crecimiento
económico. Tanto el diagnóstico explicativo de la crisis como las propuestas de
solución provenientes de la política económica se nos han presentado en un
marco de funcionamiento económico inevitable, cuando, en realidad, ha sido el
comportamiento irracional o inmoral de los individuos o las instituciones la
causa principal de la situación económica actual. Ante este “mal
funcionamiento”, la única solución aplicada ha sido la de las reformas y los
reajustes.
Si la crisis se ha desencadenado entre
nosotros con rapidez, ha sido en gran medida por dar prioridad a una
determinada forma de economía basada exclusivamente en la lógica del
crecimiento, en la convicción de que “más es igual a mejor”. Sin duda, es el
modelo mismo el que corresponde revisar.
2.4.- La idolatría de la lógica
mercantil.
21. La extensión ilimitada de la lógica
mercantil se acaba convirtiendo en una “idolatría” que tiene consecuencias no
sólo económicas, sino también éticas y culturales; en lugar de tener fe en
Dios, se prefiere adorar a un ídolo que nosotros mismos hemos hecho. Es la
nueva versión del antiguo becerro de oro, el fetichismo del dinero, la
dictadura de una economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano.
La realidad ha puesto ante nuestros ojos la lógica económica en su dimensión
idolátrica. La ideología que defiende la autonomía absoluta de los mercados y
de la actividad financiera instaura una tiranía invisible que impone
unilateralmente sus leyes y sus reglas. “Cuando esto sucede estamos ante una
verdadera idolatría en la que al dinero se le rinde culto y se le ofrecen
sacrificios; a la postre, es el rendimiento económico el que da fundamento a
nuestra existencia y dictamina la bondad o maldad de nuestras acciones e
incluso la actividad política se convierte en una tecnocracia o pura gestión y
no en una empresa de principios, valores e ideas” .
22. Se dice que la economía tiene su
propia lógica que no puede mezclarse con cuestiones ajenas, por ejemplo,
éticas. Ante afirmaciones como ésta es necesario reaccionar recuperando la
dimensión ética de la economía, y de una ética “amiga” de la persona, pues “la
ética lleva a un Dios que espera una respuesta comprometida que está fuera de
las categorías del mercado”. “La exigencia de la economía de ser autónoma, de
no estar sujeta a injerencias de carácter moral, ha llevado al hombre a abusar
de los instrumentos económicos incluso de manera destructiva”. ¿No es eso
destruir y sacrificar al ser humano en aras de intereses perversos?
La actividad económica, por sí sola,
no puede resolver todos los problemas sociales; su recta ordenación al bien
común es incumbencia sobre todo de la comunidad política, la que no debe eludir
su responsabilidad en esta materia. “Por tanto, se debe tener presente que
separar la gestión económica, a la que correspondería únicamente producir
riqueza, de la acción política, que tendría el papel de conseguir la justicia
mediante la redistribución, es causa de graves desequilibrios”.
Esta tarea de restablecer la justicia mediante
la redistribución está especialmente indicada en momentos como los que estamos
viviendo. Es importante para la armonía de la vida social. «La dignidad de cada
persona humana y el bien común son cuestiones que deberían estructurar toda
política económica, pero a veces parecen sólo apéndices agregados desde fuera
para completar un discurso político sin perspectivas ni programas de verdadero
desarrollo integral».
3.-PRINCIPIOS DE DOCTRINA SOCIAL QUE ILUMINAN
LA REALIDAD
La Iglesia, maestra de humanidad, ha venido
elaborando a lo largo de los siglos un corpus doctrinal cuyos principios nos
orientan en la recta ordenación de las relaciones humanas y de la sociedad, y
nos permiten formar un juicio moral sobre las realidades sociales. Para evaluar
la actual situación evocamos algunos.
3.1.- La dignidad de la persona
23. La primacía en el orden social la
tiene la persona. La economía está al servicio de la persona y de su desarrollo
integral. El hombre no es un instrumento al servicio de la producción y del
lucro. Detrás de la actual crisis, lo que se esconde es una visión
reduccionista del ser humano que lo considera como simple homo oeconomicus,
capaz de producir y consumir. Necesitamos un modo de desarrollo que ponga en el
centro a la persona; ya que, si la economía no está al servicio del hombre, se
convierte en un factor de injusticia y exclusión. El hombre necesita mucho más
que satisfacer sus necesidades primarias.
24. El documento “La Iglesia y los
pobres” recordaba hace 20 años que nuestro servicio a la liberación del pobre
debe ser integral y, en consecuencia, «lo que debemos evitar siempre es hacer
un uso parcial y exclusivista del concepto de liberación reduciéndolo solamente
a lo espiritual o a lo material, a lo individual o a lo social, a lo eterno o a
lo temporal».
3.2.- El destino universal de los bienes.
En una cultura que excluye y olvida a los más
pobres, hasta el punto de considerarlos un desecho para esta sociedad del
consumo y del bienestar, es urgente tomar conciencia de otro principio básico
de la Doctrina Social de la Iglesia: el destino universal de los bienes. “No se
debe considerar a los pobres como un "fardo", sino como una riqueza
incluso desde el punto de vista estrictamente económico”.
En la Sagrada Escritura se afirma
repetidamente que la tierra es creación de Dios, que desea que todos sus hijos
disfruten de ella por igual. Se dictan leyes para que, periódicamente, en los
años jubilares, se restablezca la igualdad y todos tengan acceso a los bienes y
se recuerda que la tierra debe tener una función social. En ocasiones se ve
como Dios levanta su voz, por medio de los profetas, contra la acumulación de
los bienes en pocas manos. Y Jesús se aplica a sí mismo la misión de proclamar
un año de gracia del Señor, es decir, la tarea de implantar la justicia
rehaciendo la igualdad.
Los Padres de la Iglesia, inspirados en la
Biblia, denunciaron la acumulación de bienes por parte de algunos mientras
otros vivían en la pobreza. San Juan Crisóstomo afirmaba que “no hacer
participar a los pobres de los propios bienes es robarles y quitarles la vida.
Lo que poseemos no son bienes nuestros sino los suyos” y san Agustín decía
que cuando tú tienes y tu hermano no, ocurren dos cosas: “Él carece de dinero y
tú de justicia”. San Gregorio Magno concluía que “cuando suministramos
algunas cosas necesarias a los indigentes, les devolvemos lo que es suyo, no
damos generosamente de lo nuestro: Satisfacemos una obra de justicia, más que hacer
una obra de misericordia” .
26. La Doctrina Social de la Iglesia,
arraigada en esta tradición, ha afirmado claramente el destino universal de los
bienes: “Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos
los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos
de forma equitativa bajo la égida de la justicia y con la compañía de la
caridad”. Igualmente ha recordado que la propiedad privada no es un derecho
absoluto e intocable, sino subordinado al destino universal de los bienes. Como
expresó tan claramente san Juan Pablo II, sobre toda propiedad privada «grava
una hipoteca social».
El destino universal de los bienes hay que
extenderlo hoy a los frutos del reciente progreso económico y tecnológico, que
no deben constituir un monopolio exclusivo de unos pocos sino que han de estar
al servicio de las necesidades primarias de todos los seres humanos. Esto nos
exige velar especialmente por aquellos que se encuentran en situación de
marginación o impedidos para lograr un desarrollo adecuado.
3.3.- Solidaridad, defensa de los derechos y promoción de deberes
27. Necesitamos repensar el concepto de
solidaridad para responder adecuadamente a los problemas actuales. Nos ayudarán
dos citas. La primera está tomada de san Juan Pablo II: «La solidaridad no es,
pues, un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o
lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse
por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos
seamos verdaderamente responsables de todos». La segunda es del papa Francisco: «La palabra
“solidaridad” está un poco desgastada y a veces se la interpreta mal, pero es
mucho más que algunos actos esporádicos de generosidad. Supone crear una nueva
mentalidad que piense en términos de comunidad, de prioridad de la vida de
todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos».
28. Debemos recordar que es la comunidad
política –por la acción de los legisladores, los gobiernos y los tribunales– la
que tiene la responsabilidad de garantizar la realización de los derechos de
sus ciudadanos; a sus gestores, en primer lugar, les incumbe la tarea de
promover las condiciones necesarias para que, con la colaboración de toda la
sociedad, los derechos económico-sociales puedan ser satisfechos, como el
derecho al trabajo digno, a una vivienda adecuada, al cuidado de la salud, a
una educación en igualdad y libertad. La implantación de un sistema fiscal
eficiente y equitativo es primordial para conseguirlo. Para garantizar otros derechos
fundamentales, como la defensa de la vida desde la concepción hasta la muerte
natural, es necesario, además, la efectiva voluntad política de establecer la
legislación pertinente y, en especial, la referida a la protección de la
infancia y la maternidad.
29. El ser humano no es sólo sujeto de
derechos, también lo es de deberes; al derecho de uno responde el deber
correlativo de otro. En particular, los derechos económico-sociales no pueden
realizarse si todos y cada uno de nosotros no colaboramos y aceptamos las
cargas que nos corresponden; requieren de bienes materiales para satisfacerlos,
y estos son fruto del trabajo diligente del hombre.
Debemos advertir que
«lamentablemente, aun los derechos humanos pueden ser utilizados como
justificación de una defensa exacerbada de los derechos individuales o de los
derechos de los pueblos más ricos (…) Hay que recordar siempre que el planeta
es de toda la humanidad y para toda la humanidad, y que el solo hecho de haber
nacido en un lugar con menores recursos o menor desarrollo no justifica que
algunas personas vivan con menor dignidad. Hay que repetir que “los más
favorecidos deben renunciar a algunos de sus derechos para poner con mayor
liberalidad sus bienes al servicio de los demás».
3.4.-
El bien común
30. Una exigencia moral de la caridad
es la búsqueda del bien común. Éste «es el bien de ese “todos nosotros”,
formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad
social. (...) Desear el bien común y esforzarse por él es exigencia de justicia
y caridad. Trabajar por el bien común es cuidar, por un lado, y utilizar, por
otro, ese conjunto de instituciones que estructuran jurídica, civil, política y
culturalmente la vida social, que se configura así como pólis, como ciudad. Se
ama al prójimo tanto más eficazmente, cuanto más se trabaja por un bien común
que responda también a sus necesidades reales. Todo cristiano está llamado a
esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la pólis.
Ésta es la vía institucional — también política, podríamos decir— de la
caridad». Una caridad que, en una
sociedad globalizada, ha de buscar el bien común de toda la familia humana, es
decir, de todos los hombres y de todos los pueblos y naciones. “No se trata
sólo ni principalmente de suplir las deficiencias de la justicia, aunque en
ocasiones es necesario hacerlo. Ni mucho menos se trata de encubrir con una
supuesta caridad las injusticias de un orden establecido y asentado en
profundas raíces de dominación o explotación. Se trata más bien de un
compromiso activo y operante, fruto del amor cristiano a los demás hombres,
considerados como hermanos, en favor de un mundo justo y más fraterno, con
especial atención a las necesidades de los más pobres” .
3.5.-El principio de subsidiariedad
31. Este principio regula las funciones que
corresponden al Estado y a los cuerpos sociales intermedios permitiendo que
éstos puedan desarrollar su función sin ser anulados por el Estado u otras
instancias de orden superior . Y, al distribuir la compleja red de relaciones
que forman el tejido social, la subsidiariedad nos hace sentirnos como personas
activas y responsables que viven y se realizan en las distintas comunidades y
asociaciones, de orden familiar, educativo, religioso, cultural, recreativo,
deportivo, económico, profesional o político. Estas instituciones surgen
espontáneamente como resultado de las necesidades del hombre y de su tendencia
asociativa y vertebran la necesaria sociedad civil que todos estamos llamados a
promover y fortalecer.
El principio de subsidiariedad establece un
contrapunto a las tendencias totalitarias de los Estados y permite un justo
equilibrio entre la esfera pública y la privada; reclama del Estado el aprecio
y apoyo a las organizaciones intermedias y el fomento de su participación en la
vida social. Pero nunca será un pretexto para descargar sobre ellas sus
obligaciones eludiendo las responsabilidades que al Estado le son propias;
fenómeno que está comenzando a suceder en la medida en que los organismos
públicos pretenden desentenderse de los problemas transfiriendo a instituciones
privadas, servicios sociales básicos, como, por ejemplo, la atención social a
transeúntes.
3.6.-
El derecho a un trabajo digno y estable
32. La política más eficaz para
lograr la integración y la cohesión social es, ciertamente, la creación de
empleo. Pero, para que el trabajo sirva para realizar a la persona, además de
satisfacer sus necesidades básicas, ha de ser un trabajo digno y estable.
Benedicto XVI lanzó un llamamiento para “una coalición mundial a favor del
trabajo decente”.
La apuesta por esta clase de trabajo
es el empeño social por que todos puedan poner sus capacidades al servicio de
los demás. Un empleo digno nos permite desarrollar los propios talentos, nos
facilita su encuentro con otros y nos aporta autoestima y reconocimiento
social. La política económica debe estar al servicio del trabajo digno. Es
imprescindible la colaboración de todos, especialmente de empresarios,
sindicatos y políticos, para generar ese empleo digno y estable, y contribuir
con él al desarrollo de las personas y de la sociedad. Es una destacada forma
de caridad y justicia social.
4. PROPUESTAS ESPERANZADORAS DESDE LA
FE
33. Ante la ardua tarea que debemos
afrontar, necesitamos levantar la mirada y acudir a Dios para que Él nos
inspire. Estamos convencidos de que la apertura a la trascendencia puede formar
una nueva mentalidad política y económica que ayude a superar la dicotomía
absoluta entre la economía y el bien común social. En la Palabra de Dios
encontramos luz suficiente para ordenar las cuestiones sociales. El Evangelio
ilumina el cambio e infunde esperanza.
Ofrecemos algunas pautas para el
compromiso caritativo, social y político en el momento histórico que nos toca
vivir. Deseamos que estas propuestas sirvan para avivar la esperanza en los
corazones y para ayudar a construir juntos espacios de solidaridad, tanto en
nuestra sociedad como, especialmente, en el interior de nuestras comunidades
eclesiales, que han de ser casas de misericordia.
La Iglesia ha sido desde su nacimiento una
comunidad que ha vivido el amor. En ella se ha amado y servido a todos,
especialmente a los más pobres a quienes ya los Santos Padres consideraban el
‘tesoro de la Iglesia’. Los monasterios han socorrido siempre a las personas
necesitadas y han transmitido gratuitamente la cultura y el cultivo de la
tierra. Las primeras universidades, al igual que los primeros hospitales y
centros de atención sanitaria, han nacido de la mano de la Iglesia. Las
diversas congregaciones religiosas, las cofradías y, en general, todas las
instituciones eclesiales tienen como fin el ejercicio de la caridad. La Iglesia
es caridad. Lo ha sido, lo es y será siempre, si quiere ser la Iglesia de
Cristo que dio su vida por todos. Cáritas, Manos Unidas y otras organizaciones
de la Iglesia especialmente vinculadas a Institutos de Vida Consagrada, gozan de
un bien ganado prestigio por su cercanía, atención y promoción de los más
pobres.
4.1.- Promover una actitud de
continua renovación y conversión
34. La solidaridad de Jesús con los hombres y,
sobre todo, con los pobres de su tiempo, le llevó a comenzar su misión
invitando a la conversión: «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de
Dios. Convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1,15). También nosotros, si
queremos ser hoy buena noticia para los pobres y hacerles presente el Evangelio
del amor compasivo y misericordioso de Dios, tenemos que ponernos en actitud de
conversión, tal como nos lo propone el papa Francisco: «Espero que todas las
comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de
una pastoral de conversión y misionera que no puede dejar las cosas como
están».66Esta llamada a cambiar nos afecta a todos, personas e instituciones, y
en todos los niveles de la existencia: personales, sociales e institucionales.
La conversión, si es auténtica, trae consigo
una esmerada solicitud por los pobres desde el encuentro con Cristo. En la
medida en que nos adhiramos más a Cristo, en la medida en que nos conformemos más
a Él, de manera que veamos con sus ojos, escuchemos con sus oídos y sintamos
con su corazón, nuestra caridad será más activa y más eficaz. Cuanto más
identificados estemos con los sentimientos de Cristo Jesús, más encendido será
nuestro amor a los hermanos. La conversión a Cristo ha de ir de la mano de un
retorno solícito a los que necesitan nuestro auxilio. Por otro lado, al
contemplar las penurias y estrecheces de los desfavorecidos con los ojos de
Cristo, se reaviva nuestra caridad y crece nuestra identificación con Él .
35. Cada cristiano y cada comunidad
estamos llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de
los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad. Esto nos
obliga a cambiar, a salir a las periferias para acompañar a los excluidos, y a
desarrollar iniciativas innovadoras que pongan de manifiesto que es posible
organizar la actividad económica de acuerdo con modelos alternativos a los
egoístas e individualistas.
“Sin la opción preferencial por los más
pobres, «el anuncio del Evangelio, aun siendo la primera caridad, corre el
riesgo de ser incomprendido o de ahogarse en el mar de palabras al que la
actual sociedad de la comunicación nos somete cada día»68 . Si el Evangelio que
anunciamos no se traduce en buena noticia para los pobres, pierde autenticidad
y credibilidad. El servicio privilegiado a los pobres está en el corazón del
Evangelio.
Pero, si realmente los pobres ocupan
ese lugar privilegiado en la misión de la Iglesia, nuestra programación pastoral
no podrá hacerse nunca al margen de ellos; han de ser, no sólo destinatarios de
nuestro servicio, sino motivo de nuestro compromiso, configuradores de nuestro
ser y nuestro hacer. Deseamos una sociedad que se preocupe de todas las
personas, y que muestre especial interés por los más débiles. Una sociedad que
se esfuerce por acabar con las pobrezas, antiguas y nuevas. “El Hijode Dios, en
su encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura” nos dice el papa
Francisco .
4.2 Cultivar una sólida espiritualidad
que dé consistencia y sentido a nuestro compromiso social.
36. La caridad «es una fuerza que tiene su
origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta», «de la que Jesucristo se ha
hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección».
Como dice san Juan, es la experiencia de ser amados por Dios la que nos posibilita
amar a los hermanos. Por eso, la caridad hunde sus raíces en la fe en Dios: «La
experiencia de un Dios uno y trino, que es unidad y comunión inseparable, nos
permite superar el egoísmo para encontrarnos plenamente en el servicio al
otro».
37. Nuestras instituciones de caridad y de
compromiso social, como Cáritas y Manos Unidas y otras asociaciones eclesiales
están llamadas a vivir una profunda espiritualidad. Por eso, en el documento
“La Iglesia y los pobres” se advirtió ya que «más de una vez, dentro de la
Iglesia, hemos caído en la tentación de contraponer la vida activa y la
contemplativa, el compromiso y la oración y, más concretamente, hemos considerado
la lucha por la justicia social y la vida espiritual como dos realidades no
sólo diferentes —que sí lo son en cuanto a su objeto inmediato—, sino
independientes y hasta contrarias, cuando no lo son en modo alguno, sino más
bien complementarias y vinculadas entre sí». Es el Amor personificado de Dios,
-el Espíritu Santo- «el que transforma y purifica los corazones de los
discípulos, cambiándolos de egoístas y cobardes en generosos y valientes; de
estrechos y calculadores, en abiertos y desprendidos; el que con su fuego
encendió en el hogar de la Iglesia la llama del amor a los necesitados hasta
darles la vida». Es muy importante no disociar acción y contemplación, lucha
por la justicia y vida espiritual. Estamos llamados a ser evangelizadores con
Espíritu, evangelizadores que oran y trabajan. «Siempre hace falta cultivar un
espacio interior que dé sentido al compromiso».
En el compromiso caritativo y social
hemos de estar muy atentos al Espíritu que lo anima y alienta: «El Espíritu es
también la fuerza que transforma el corazón de la Comunidad eclesial para que
sea en el mundo testigo del amor del Padre, que quiere hacer de la humanidad, en
su Hijo, una sola familia». Y es este mismo Espíritu, el que obró la
encarnación del Verbo en las entrañas de María, el artífice de la encarnación
del amor de Dios en la Iglesia.
La Iglesia puede y debe hacer suya la
proclamación de Jesús en la sinagoga de Nazaret, al comienzo de su vida
pública. Comentando el texto de Isaías dice: “El Espíritu del Señor está sobre
mí, / porque me ha ungido / para anunciar a los pobres la Buena Nueva, / me ha
enviado a proclamar la liberación a los cautivos / y la vista a los ciegos, /
para dar la libertad a los oprimidos / y proclamar un año de gracia del Señor”.
Y añadió después, al comenzar su comentario: “Esta Escritura, que acabáis de
oír, se ha cumplido hoy”.
38. La espiritualidad que anima a los que
trabajan en el campo caritativo y social no es una espiritualidad más. Posee
unas características particulares que nacen del Evangelio y de la realidad en
que se vive y actúa, y que hemos de cultivar: una espiritualidad trinitaria que
hunde sus raíces en la entraña de nuestro Dios, una espiritualidad encarnada y
de ojos y oídos abiertos a los pobres, una espiritualidad de la ternura y de la
gracia, una espiritualidad transformadora, pascual y eucarística.
La unión con Cristo que se realiza en
el sacramento de la Eucaristía es al mismo tiempo unión con todos los hermanos.
Cristo refuerza la comunión y apremia a la reconciliación y al compromiso por
la justicia. La vivencia del misterio de la Eucaristía, alimento de la verdad,
nos capacita e impulsa a realizar un trabajo audaz y comprometido para la
trasformación de las estructuras de este mundo.
4.3.- Apoyarse en la fuerza transformadora de la evangelización
39. Los problemas sociales tienen, como ya
hemos señalado, causas más profundas que las puramente materiales. Tienen su
origen “en la falta de fraternidad entre los hombres y los pueblos”. Derivan de
la ausencia de un verdadero “humanismo que permita al hombre hallarse a sí
mismo, asumiendo los valores espirituales superiores del amor, de la amistad,
de la oración y de la contemplación”. Por eso la proclamación del Evangelio,
fermento de libertad y de fraternidad, ha ido acompañado siempre de la
promoción humana y social de aquellos a los que se anuncia. El Evangelio afecta
al hombre entero, lo interpela en todas sus estructuras: personales, económicas
y sociales. Entre la evangelización y la promoción humana existen lazos muy
fuertes. La evangelización –la proclamación de la buena noticia del Reino de
Dios– tiene una clara implicación social.
40. El papa Benedicto XVI nos explica
claramente la interrelación entre las funciones de la Iglesia: «La naturaleza
íntima de la Iglesia se expresa en una triple tarea: anuncio de la Palabra de
Dios (kerygma-martyria), celebración de los Sacramentos (leiturgia) y servicio
de la caridad (diakonia). Son tareas que se implican mutuamente y no pueden
separarse una de otra. Para la Iglesia, la caridad no es una especie de
actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que
pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia
esencia. La Iglesia es la familia de Dios en el mundo. En esta familia no debe
haber nadie que sufra por falta de lo necesario. Pero, al mismo tiempo, la
caritas-agapé supera los confines de la Iglesia». El compromiso social en la
Iglesia no es algo secundario u opcional sino algo que le es consustancial y
pertenece a su propia naturaleza y misión. El Dios en el que creemos es el
defensor de los pobres.
La Iglesia nos llama al compromiso
social. Un compromiso social que sea transformador de las personas y de las
causas de las pobrezas, que denuncie la injusticia, que alivie el dolor y el
sufrimiento y sea capaz también de ofrecer propuestas concretas que ayuden a
poner en práctica el mensaje transformador del Evangelio y asumir las
implicaciones políticas de la fe y de la caridad.
4.4 Profundizar en la dimensión evangelizadora de la caridad y de la
acción social
41. La Iglesia existe para
evangelizar, nuestra misión es hacer presente la buena noticia del amor de Dios
manifestado en Cristo; estamos llamados a ser un signo en medio del mundo de
ese amor divino. El servicio caritativo y social expresa el amor de Dios. Es
evangelizador, y muestra de la fraternidad entre los hombres, base de la
convivencia cívica y fuerza motriz de un verdadero desarrollo.
Si Dios es amor, el lenguaje que
mejor evangeliza es el del amor. Y el medio más eficaz de llevar a cabo esta
tarea en el ámbito social es, en primer lugar, el testimonio de nuestra vida,
sin olvidar el anuncio explícito de Jesucristo. «Hablamos de Dios cuando
nuestro compromiso hunde sus raíces en la entraña de nuestro Dios y es fuente
de fraternidad; cuando nos hace fijarnos los unos en los otros y cargar los
unos con los otros; cuando nos ayuda a descubrir el rostro de Dios en el rostro
de todo ser humano y nos lleva a promover su desarrollo integral; cuando
denuncia la injusticia y es transformador de las personas y de las estructuras;
cuando en una cultura del éxito y de la rentabilidad apuesta por los débiles,
los frágiles, los últimos; cuando se vive como don y ayuda a superar la lógica
del mercado con la lógica del don y de la gratuidad; cuando se vive en
comunión, cuando contribuye a configurar una Iglesia samaritana y servidora de
los pobres y lleva a compartir los bienes y servicios; cuando se hace vida
gratuitamente entregada, alimentada y celebrada en la Eucaristía; cuando nos
hace testigos de una experiencia de amor de la que hemos sido hechos
protagonistas, y abre caminos, con obras y palabras, a la experiencia del encuentro
con Dios en Jesucristo».
42. No podemos olvidar que la Iglesia
existe, como Jesús, para evangelizar a los pobres y levantar a los oprimidos y
que, evangelizar en el campo social, es trabajar por la justicia y denunciar la
injusticia.
Nuestra caridad no puede ser
meramente paliativa, debe de ser preventiva, curativa y propositiva. La voz del
Señor nos llama a orientar toda nuestra vida y nuestra acción «desde la
realidad transformadora del Reino de Dios». Esto implica que el amor a quienes
ven vulnerada su vida, en cualquiera de sus dimensiones, «requiere que
socorramos las necesidades más urgentes, al mismo tiempo que colaboramos con
otros organismos e instituciones para organizar estructuras más justas».
43. El acompañamiento es otra forma
muy válida de presentar el Evangelio. No todos tenemos posibilidad de anunciar
a Jesucristo promoviendo grandes obras sociales, pero sí que podemos hacerlo en
el encuentro con el hermano, acompañándolo en sus dificultades, compartiendo
con él sueños y esperanzas, haciendo juntos el camino del crecimiento humano
integral y liberador; obrando así hacemos presente la buena noticia del amor
del Padre.
44. El recto ejercicio de la función pública
representa una forma exquisita de caridad. Es preciso que el impulso de la
caridad se manifieste eficazmente en el modo justo de gobernar, en la promoción
de políticas fiscales equitativas, en propiciar las reformas necesarias para
una razonable distribución de los bienes, en la efectiva supervisión de las
instituciones bancarias, en la humanización del trabajo industrial, en la
regulación de los flujos migratorios, en la salvaguardia del medioambiente, en
la universalización de la sanidad y la educación, protección social, pensiones
y ayuda a la discapacidad. Que mueva a los depositarios del poder político a
colaborar estrechamente con otros gobiernos para resolver aquellos problemas
que, en una economía globalizada, superan el control de los Estados
particulares. Y a cooperar en el pronto establecimiento de una autoridad
política mundial, reconocida por todos y dotada de poder efectivo capaz de
garantizar a cada uno la seguridad, el cumplimiento de la justicia y el respeto
de los derechos y de la paz.
45. Tenemos, además, el reto de ejercer una
caridad más profética. No podemos callar cuando no se reconocen ni respetan los
derechos de las personas, cuando se permite que los seres humanos no vivan con
la dignidad que merecen. Debemos elevar el nivel de exigencia moral en nuestra
sociedad y no resignarnos a considerar normal lo inmoral. Porque la actividad
económica y política tienen requerimientos éticos ineludibles, los deberes no
afectan sólo a la vida privada. La caridad social nos urge a buscar propuestas
alternativas al actual modo de producir, de consumir y de vivir, con el fin de
instaurar una economía más humana en un mundo más fraterno.
4.5 Promover el desarrollo
integral de la persona y afrontar las raíces de las pobrezas
46. El aumento de la pobreza en esta
crisis ha obligado a las instituciones de la Iglesia a dar una respuesta
urgente de primera asistencia -reparto de comida, ropa, pago de medicamentos,
de alquileres y otros consumos- que considerábamos ya superadas en nuestro
país. Estos servicios de beneficencia se han multiplicado tanto que en
ocasiones han restado tiempo y disponibilidad para poder atender a tareas tan
importantes como el acompañamiento y la promoción de la persona. Este segundo
nivel de asistencia, junto con la erradicación de las causas estructurales de
la pobreza, constituyen las metas superiores de nuestra acción caritativa.
47. El acompañamiento a las personas
es básico en nuestra acción caritativa. Es necesario “estar con” los pobres –
hacer el camino con ellos– y no limitarnos a “dar a” los pobres recursos
(alimento, ropa, etc.). El que acompaña se acerca al otro, toca el sufrimiento,
comparte el dolor. “Los pobres, los abandonados, los enfermos, los marginados
son la carne de Cristo”. La cercanía es auténtica cuando nos afectan las penas
del otro, cuando su desvalimiento y su congoja remueven nuestras entrañas y
sufrimos con él. Ya no se trata sólo de asistir y dar desde fuera, sino de
participar en sus problemas y tratar de solucionarlos desde dentro. Por eso, si
queremos ser compañeros de camino de los pobres, necesitamos que Dios nos toque
el corazón; sólo así seremos capaces de compartir cansancios y dolores,
proyectos y esperanzas con la confianza de que no vamos solos, sino en compañía
del buen Pastor.
48. La pobreza no es consecuencia de un
fatalismo inexorable, tiene causas responsables. Detrás de ella hay mecanismos
económicos, financieros, sociales, políticos…; nacionales e internacionales.
«Un enfrentamiento lúcido y eficaz contra la pobreza exige indagar cuáles son
las causas y los mecanismos que la originan y de alguna manera la
consolidan». Debemos hacerlo movidos por la convicción de que la pobreza hoy
es evitable; tenemos los medios para superarla. Los principales obstáculos para
conseguirlo no son técnicos, sino antropológicos, éticos, económicos y
políticos. “Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres,
renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación
financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se
resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La
inequidad es raíz de los males sociales”. Debemos asumir todos la propia responsabilidad,
a nivel individual y social, las naciones desarrolladas y las naciones en vías
de desarrollo.
49. Hemos de trabajar con tesón para alcanzar
esta ambiciosa meta de eliminar las causas estructurales de la pobreza. Los
objetivos han de ser:
· Crear empleo. Las empresas han de
ser apoyadas para que cumplan una de sus finalidades más valiosas: la creación
y el mantenimiento del empleo. En los tiempos difíciles y duros para todos
—como son los de las crisis económicas— no se puede abandonar a su suerte a los
trabajadores pues sólo tienen sus brazos para mantenerse.
· Que las Administraciones públicas,
en cuanto garantes de los derechos, asuman su responsabilidad de mantener el
estado social de bienestar, dotándolo de recursos suficientes.
· Que la sociedad civil juegue un
papel activo y comprometido en la consecución y defensa del bien común.
· Que se llegue a un Pacto Social
contra la pobreza aunando los esfuerzos de los poderes públicos y de la
sociedad civil.
· Que el mercado cumpla con su responsabilidad
social a favor del bien común y no pretenda sólo sacar provecho de esta
situación.
· Que las personas orientemos nuestras
vidas hacia actitudes de vida más austeras y modelos de consumo más
sostenibles.
· Que, en la medida de nuestras
posibilidades, nos impliquemos también en la promoción de los más pobres y
desarrollemos, en coherencia con nuestros valores, iniciativas conjuntas,
trabajando en “red”, con las empresas y otras instituciones; apoyando, también
con los recursos eclesiales, las finanzas éticas, microcréditos y empresas de
economía social.
· Que la dificultad del actual momento económico no nos
impida escuchar el clamor de los pueblos más pobres de la tierra y extender a
ellos nuestra solidaridad y la cooperación internacional y avanzar en su
desarrollo integral.
· Cultivar con esmero la formación de
la conciencia sociopolítica de los cristianos de modo que sean consecuentes con
su fe y hagan efectivo su compromiso de colaborar en la recta ordenación de los
asuntos económicos y sociales.
4.6 Defender la vida y la familia como bienes sociales fundamentales
50. La familia ha sido la gran
valedora social en estos años. ¡Cuántos han podido subsistir ante la crisis
gracias al apoyo moral, afectivo y económico de la familia! Este hecho nos tiene
que llevar a valorar la vida y la familia como bienes sociales fundamentales y
superar lo que san Juan Pablo II llamó la cultura de la muerte y de la
desintegración. También el papa Francisco nos exhorta en este sentido al
recordarnos que no hay una verdadera promoción del bien común ni un verdadero
desarrollo del hombre cuando se ignoran los pilares fundamentales que sostienen
una nación, sus bienes inmateriales, como lo son la vida y la familia. Tenemos
una sociedad demográficamente envejecida a la vez que empobrecida en el orden
moral y cada vez más limitada para mantener determinados servicios sociales:
pensiones, subsidios por desempleo, atención a la dependencia, etc.
51. Nos preocupan las desigualdades
que sufren las mujeres en el ámbito familiar, laboral y social. Es preciso
aceptar las legítimas reivindicaciones de sus derechos, convencidos de que
varón y mujer tienen la misma dignidad. Debemos reconocer que la aportación
específica de la mujer, con su sensibilidad, su intuición y capacidades
propias, resulta indispensable y nos enriquece a todos. Es urgente crear cauces
para «acompañar adecuadamente a las mujeres que se encuentran en situaciones
muy duras porque el aborto se les presenta como una rápida solución a sus
profundas angustias ¿Quién puede dejar de comprender esas situaciones de tanto
dolor?». Nuestras instituciones sociales deben movilizarse para asistir,
acompañar y ofrecer respuestas suficientes a las mujeres que se encuentran en
estas difíciles situaciones.
4.7 Afrontar el reto de una economía inclusiva y de comunión
52. “No a la economía de la exclusión”, a esta
economía que olvida a tantas personas, que no se interesa por los que menos
tienen, que los descarta convirtiéndolos en “sobrantes”, en “desechos”.
No a la indiferencia globalizada, que
nos lleva a perder la capacidad de sentir y sufrir con el otro, a buscar
nuestro propio interés de manera egoísta, y a apoyar el sistema económico
vigente pensando que el crecimiento, cuando se logra, beneficia a todos de
forma automática. Es preciso superar el actual modelo de desarrollo y plantear
alternativas válidas sin caer en populismos estériles. No podemos seguir
confiando en que el crecimiento económico, por sí solo, vaya a solucionar los
problemas; esto no sucederá si el comportamiento económico no tiene en cuenta
el bien de todos y cada uno de los ciudadanos, si no considera que todos
importan, que ninguno nos resulta indiferente. La búsqueda del verdadero
desarrollo implica dar relevancia a los pobres, valorarlos como importantes
para la sociedad y para las políticas económicas.
53. La reducción de las desigualdades
–en el ámbito nacional e internacional– debe ser uno de los objetivos
prioritarios de una sociedad que quiera poner a las personas, y también a los
pueblos, por delante de otros intereses. Para ello necesitamos tomar conciencia
de que no es deseable un mundo injustamente desigual y trabajar por superar
esta inequidad, bien conscientes de que la solución no puede dejarse en manos
de las fuerzas ciegas del mercado.
Es preciso dar paso a una economía de
comunión, a experiencias de economía social que favorezcan el acceso a los
bienes y a un reparto más justo de los recursos; llevar a cabo lo que ya nos
pedía Benedicto XVI: «No sólo no se pueden olvidar o debilitar los principios
tradicionales de la ética social, como la transparencia, la honestidad y la
responsabilidad, sino que en las relaciones mercantiles el principio de
gratuidad y la lógica del don, como expresión de fraternidad, pueden y deben
tener espacio en la actividad económica ordinaria. Esto es una exigencia del
hombre en el momento actual, pero también de la razón económica misma».
4.8 Fortalecer la animación comunitaria
54. La caridad es una dimensión
esencial, constitutiva, de nuestra vida cristiana y eclesial, que compete a
cada uno en particular y a toda la comunidad. Así lo dice Benedicto XVI: «El
amor al prójimo enraizado en el amor a Dios es ante todo una tarea para cada
fiel, pero lo es también para toda la comunidad eclesial...También la Iglesia
en cuanto comunidad ha de poner en práctica el amor. En consecuencia, el amor
necesita también una organización, como presupuesto para un servicio
comunitario ordenado». Y amplía: «Cuando la actividad caritativa es asumida
por la Iglesia como iniciativa comunitaria, a la espontaneidad del individuo
debe añadirse también la programación, la previsión, la colaboración con otras
instituciones».
El documento “La Iglesia y los pobres”,
refiriéndose a la Iglesia servidora que encarna el rostro misericordioso de
Dios manifestado en Cristo, afirmaba que «en la Iglesia de hoy debemos adquirir
“una conciencia más honda” de esta misión recibida del Espíritu Santo para dar
testimonio de la misericordia de Dios. Se trata de un deber de toda la
comunidad, y no solamente de unos pocos, digamos, especializados en este
ministerio Es necesario que la comunidad cristiana sea el verdadero sujeto
eclesial de la caridad y toda ella se sienta implicada en el servicio a los
pobres; toda la comunidad ha de estar en vigilancia permanente para responder a
los retos de la marginación y la pobreza.
55. La acción social en la Iglesia no
es labor de personas inmunes al cansancio y a la fatiga, sino de personas
normales, frágiles, que también necesitan de cuidado y acompañamiento. Han de
prestarse mutuamente asistencia y ayuda para poder cumplir la noble tarea en la
que están comprometidos. En servir a los demás ponen su alegría. Las
organizaciones han de cuidar con solicitud de sus agentes; también a ellos se
extiende el deber de la caridad. Son instrumentos de Dios para la liberación y
promoción de los pobres, signos e instrumentos de su presencia salvadora. Pero
tienen sus limitaciones, necesitan ayudarse unos a otros para más saber y mejor
hacer, para crecer en formación y en espiritualidad.
5.- Conclusión
56. “He visto la opresión de mi
pueblo en Egipto y he oído sus quejas”, dijo el Señor a Moisés (Ex 3,7).
También nosotros Pastores del Pueblo de Dios hemos contemplado cómo el
sufrimiento se ha cebado en los más débiles de nuestra sociedad. Pedimos perdón
por los momentos en que no hemos sabido responder con prontitud a los clamores
de los más frágiles y necesitados. No estáis solos. Estamos con vosotros;
juntos en el dolor y en la esperanza; juntos en el esfuerzo comunitario por
superar esta situación difícil. Juntos, hermanos en Jesucristo, debemos
edificar la casa común en la que todos podamos vivir en dichosa fraternidad.
Pedimos al Padre que nos colme de inteligencia y acierto para construir una
sociedad más justa en la que los anhelos y necesidades de los más
desfavorecidos queden satisfechos.
Las víctimas de esta situación social
sois nuestros predilectos, como lo sois del Señor. Queremos, con todos los
cristianos, ser signo en el mundo de la misericordia de Dios. Y queremos
hacerlo con la revolución de la ternura a la que nos convoca el papa Francisco.
“Todos los cristianos estamos llamados a cuidar a los más frágiles de la
Tierra”.
57. No podemos dejar de agradecer el esfuerzo
tan generoso que, en medio de estas dificultades, están haciendo las
instituciones de Iglesia como Cáritas, Manos Unidas, Institutos de Vida
Consagrada –que realizan una gran labor en el servicio de la caridad con niños,
jóvenes, ancianos, etc–; y otras muchas. Hemos podido comprobar con gran
satisfacción el ingente trabajo llevado a cabo por voluntarios, directivos y
contratados en la atención a las personas y en la gestión de recursos. Tras
ellos están las comunidades cristianas, tantos hombres y mujeres anónimos que
responden con su interés y preocupación, con su oración y su aportación de
socios y donantes.
58. A pesar de las crecientes
desigualdades sociales y económicas que advertimos y de las demandas cada día
mayores que los pobres nos presentan, os pedimos a todos que continuéis en el
esfuerzo por superar la situación y mantengáis viva la esperanza. La caridad
hay que vivirla no sólo en las relaciones cotidianas –familia, comunidad,
amistades o pequeños grupos–, sino también en las macro-relaciones – sociales,
económicas y políticas–. Necesitamos imperiosamente «que los gobernantes y los
poderes financieros levanten la mirada y amplíen sus perspectivas, que procuren
que haya trabajo digno, educación y cuidado de la salud para todos los
ciudadanos».
Es preciso que todos seamos capaces
de comprometernos en la construcción de un mundo nuevo, codo a codo con los
demás; y lo haremos, no por obligación, como quien soporta una carga pesada que
agobia y desgasta, sino como una opción personal que nos llena de alegría y nos
otorga la posibilidad de expresar y fortalecer nuestra identidad cristiana en
el servicio a los hermanos.
Recordamos frecuentemente con el papa
Francisco que “el tiempo es superior al espacio”. «Este principio permite
trabajar a largo plazo sin obsesionarse por resultados inmediatos. Ayuda a
soportar con paciencia las situaciones difíciles y adversas. […] Darle
prioridad al espacio lleva a enloquecerse para tener todo resuelto en el
presente. […] Darle prioridad al tiempo es ocuparse de iniciar procesos más que
de poseer espacios». Por eso, no nos quedemos en lo inmediato, en los limitados
espacios sociales en que nos movemos, en lo que logramos aquí y ahora. Demos
prioridad a los procesos que abren horizontes nuevos y promovamos acciones
significativas que hagan patente la presencia ya entre nosotros del Reino de
Dios que se consumará en la vida eterna.
59. Con María cantamos que Dios
«derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes». Es el canto de
la Madre que lleva en su seno la esperanza de toda la humanidad. Y es el canto
de la comunidad creyente que siente cómo el Reino de Dios está ya entre
nosotros transformando desde dentro la historia y alumbrando un mundo nuevo y
una nueva sociedad, asentados no en la fuerza de los poderosos, sino en la dignidad
y los derechos inalienables de los pobres. El canto de María es nuestro canto,
un canto que es llamada a la esperanza, canto que nos apremia a ser luz
alentadora, soplo vivificante para todos, de manera especial para aquellos que
más hondamente están sufriendo los efectos devastadores de la pobreza y la
exclusión social.
Que santa María, Virgen de la
Esperanza y Consoladora de los afligidos, ruegue por nosotros hoy y siempre.
Que ella consiga que no nos falte nunca en el corazón la necesaria y urgente
solidaridad con los más pobres.
A nuestra Madre del Cielo unimos la
intercesión de Santa Teresa de Jesús, bajo cuya protección, en el V Centenario
de su nacimiento, ponemos también nuestro servicio a los más pobres.
Ávila, 24 de abril de 2015
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