lunes, 24 de agosto de 2015

pregón Divina Pastora Gójar Enrique León


 PREGÓN DIVINA PASTORA

D. ENRIQUE LEÓN, PRESBÍTERO
 


Pregón Divina Pastora

Gójar 2015

Salve, Pastora querida,
cuya caridad te mueve
dejando noventa y nueve
buscar la oveja perdida.
Salve, fuente de la Vida.
Salve, bellísima Aurora.
Porque en la ultima hora
de su vida, el Sumo Rey
de toda la humana grey
te constituyó Pastora.

Divina Pastora


Reverendo Señor Cura párroco, señor Alcalde y miembros de la Corporación municipal de este Ayuntamiento de Gójar, Hermano Mayor y miembros de la junta de gobierno de la Muy Antigua Hermandad de la Divina Pastora, muy queridos hermanos y paisanos, antes de dar comienzo a este pregón con el que anunciamos las entrañables fiestas en honor de nuestra Divina Pastora, quiero, porque de obligación lo considero, dirigir mis ojos hacia la imagen de nuestra amada patrona, para suplicar a tan excelsa soberana la venia para, con la humildad y sencillez de mis palabras, comenzar a cantar en este pregón las excelencias de su amor de Madre y los gozos que para nuestro pueblo, generación tras generación, ha supuesto la profunda devoción que por Ella siente el corazón de Gójar:

Amada Señora, Madre y Pastora de nuestras almas, postrando a tus plantas mi corazón y mi alma, sabiéndome indigno, pero con confiado atrevimiento imploro vuestra venia, para dar comienzo a este pregón, con el que tan sólo deseo cantar tus alabanzas y, desde el amor con que en mi pecho culto os rindo, invitar a estos tus hijos y hermanos míos a celebrar con fervor reverente las fiestas con las que te honramos.


Desde este primer momento quiero agradecer al Hermano Mayor y a la Junta de Gobierno de la Muy Antigua Hermandad de la Divina Pastora, el inmenso honor de poder estar esta noche entre vosotros anunciando y pregonando nuestras fiestas en honor de nuestra Divina Pastora. Para un hijo de Gójar, que, en su corazón y desde su más tierna infancia, ha sentido crecer día a día su amor hacia esta Madre y Patrona, poder estar esta noche ocupando este lugar y llevando a cabo esta hermosa misión es uno de los más serios compromisos, a la vez que el más bello de los regalos.


Mi agradecimiento de hoy quiere extenderse, retrocediendo en el tiempo, hasta encontrarse con aquel venerable Fray Isidoro de Sevilla, a quien debemos esta devoción a la Madre de Jesús, contemplada y amada como Pastora Divina. Gracias a ese amor que él sintió y vivió hacia la Santísima Virgen en esta advocación pastoreña, nuestro pueblo de Gójar tiene hoy la suerte de tener en tal Señora el objeto de sus alegrías, una confidente en sus desvelos, el consuelo de sus aflicciones, el faro en sus oscuridades y, siempre y en todo momento, el Amor de una Madre.

Cuenta la tradición que el 24 de Junio de 1703, recién llegado Fray Isidoro al convento de los capuchinos de Sevilla, estando en oración en el coro bajo de la Iglesia del convento, tuvo una aparición de la Santísima Virgen, a la que amaba de una forma extraordinaria, ataviada con ropas de pastora.

Al día siguiente de esta manifestación, el padre Isidoro comenzó a buscar un artista que sobre el lienzo plasmara lo que sus ojos habían contemplado y retenido. De ese lienzo salió el primer estandarte que acompañaba los Rosarios que, según tradición recibida, se cantaban por las calles.

Muy pronto funda Fray Isidoro la primera de las muchas Hermandades de la Divina Pastora que habría de fundar en Andalucía el venerable capuchino.


Me gustaría ahora no sólo sintetizar, sino también ensalzar el ejemplo de Fray Isidoro con algunas de las palabras que su mismo padre guardián escribió para comunicar el fallecimiento del enamorado capuchino de María Santísima:

“celebérrimo institutor del ternísimo, dulcísimo y peregrino título de María Santísima, piadosísima Pastora de las Almas, en cuyo culto y en su extensión por todas partes trabajó inmensísimamente, ya en el pulpito, ya en el libro intitulado la mejor Pastora asunta, ya con novenas devotas, ya con ofrecimientos y canciones fervorosas para alabarla por las calles. Erigió hermosas capillas con fervorosas congregaciones, exornándola con edificantes constituciones con aprobación apostólica, instituyendo, innumerables rosarios que continuamente dan loores a la Pastora Divina. Varón verdaderamente todo de María, y todos sus objetos se dirigirán a cultos y obsequios suyos, experimentando innumerables prodigios de conversiones de almas atraídas a la dulce tierna moción de sus marianas voces. Logró en sus días ver extendido título tan peregrino por todas las Españas, y en las Indias, establecidas misiones bajo los soberanos auspicios de su adorada Pastora”.
Así, cinco años antes de la muerte del fraile misionero de la Divina Pastora, acaecida a fecha de 7 de Noviembre de 1750, concretamente en el mes de Abril de 1745, el Sr. Provisor y Vicario General del Arzobispado de Granada firmó las Constituciones de la que iba a ser la Venerable Hermandad del Santísimo Rosario de la Divina Pastora de las Almas de Gójar. Se da comienzo de esta forma a una historia de la que hoy somos todos nosotros no sólo herederos, sino comprometidos prolongadores en el tiempo de aquella hermosa aventura de amor a María Santísima, iniciada aún en vida del propio Fray Isidoro.

Es por ello que, junto a nuestro agradecimiento por la herencia recibida, además del orgullo que hoy sentimos de sabernos hijos de tan Amantísima Madre y Pastora, hemos de sentirnos también urgidos a transmitir a nuestros jóvenes la devoción y amor que nuestros mayores nos legaron a nosotros, de forma que, en los siglos venideros, el corazón de Gójar siga siendo “pastoreño”.


Nueve años después del nacimiento de la Hermandad de la Divina Pastora, Gójar contempla la bella imagen de la que iba a ser su Señora y Patrona, nuestra amorosa Pastora. La imagen se atribuye a las manos de Torcuato Ruiz del Peral y, si tuviéramos que resaltar tan sólo un detalle de tan hermosa obra, no dudaría en señalar la dulce ternura que transmite el grupo escultórico, desde el rostro aniñado de María al gesto de acogida maternal con que acaricia a ese su Cordero Divino, pasando, de forma ineludible, por el encanto de su humilde mirada, con la que contempla también a los otros corderos, en los que hemos de ver una evidente representación de ese rebaño que es la Iglesia de su Hijo.

Con razón, Madre, Gójar te canta afirmando que “eres, Pastora, el encanto de los ojos que te ven”, que tu belleza del infierno es espanto, pero sois delicia y orgullo del que siendo tres veces santo, por tres veces santa a Ti te tiene también.

Es imposible comprender lo que significa la devoción a nuestra Pastora sin conocer las experiencias que de Ella tienen todos y cada uno de sus hijos de Gójar. La historia de cualquiera de nosotros es el resultado de la suma de todos los momentos, sentimientos y experiencias que la constituyen. Y en la historia de Gójar y en la de sus habitantes la experiencia de amor a la Pastora ocupa un lugar fundamental en la configuración de lo que supone nuestro ser gojareños.

Ordenación Sacerdotal de don Enrique León

Durante el tiempo dedicado a pensar y confeccionar este pregón, han sido muchos los recuerdos que se han ido haciendo presentes, recuerdos en los que la Divina Pastora de nuestras almas se constituía en protagonista de una maravillosa historia de amor vivida desde mi más temprana infancia.


De la misma manera que es en el ámbito de la familia donde el sujeto adquiere los valores y actitudes que lo van configurando, es también en la familia, como sucedió en mi caso, donde en nuestro pueblo se va aprendiendo, incluso antes de aprender a hablar o de ser capaz de razonar, a amar a la Pastora.


Este amor, que casi forma parte del código genético de los hijos de nuestro pueblo, en mi vida comenzó a consolidarse cuando a los seis años empecé a servir como monaguillo en las celebraciones litúrgicas de nuestra parroquia, siendo párroco D. Ramón Villarreal.

Desde ese momento, acudía a diario al templo parroquial para ejercer mi infantil ministerio y allí estaba Ella, día tras día, siempre esperando con dulce mirada que mis pueriles ojos se encontraran con los suyos. No se precisaban las palabras, sino que en ese encuentro silencioso eran los sentimientos los que fluyendo hablaban de un amor que comenzaba su andadura en el corazón de aquel niño que un día consagraría su corazón de sacerdote a cantar las alabanzas de tan amable Madre.

Por aquellos años, recuerdo que las fiestas en honor de nuestra excelsa Patrona comenzaban el día dos de septiembre, día en que la venerada imagen de nuestra Pastora se bajaba desde su camarín para estar más cerca de su pueblo. Para mí era algo extraordinariamente gozoso, pues era como sentir que ese rostro que siempre contemplaba de lejos se hacía más cercano, pudiendo experimentar cómo sus ojos penetraban con más fuerza hasta lo más profundo de mi alma.

A partir de ese momento, el día 3 de septiembre se iniciaba la Novena, que se prolongaba hasta el día 11, pórtico de la gran fiesta. Durante la Novena, las funciones litúrgicas se adornaban y solemnizaban con las voces del coro parroquial, en el que desde esos primeros momentos yo comencé a colarme, gracias a que mis hermanas eran voces de ese grupo. Yo quería ser juglar de María, cantor de la Pastora, con unos sentimientos que hoy encuentro bien descritos en estas palabras de este himno mariano de la Liturgia de las Horas:

“Quiero seguirte a ti, flor de las flores,
siempre decir cantar de tus loores;
no me partir de te servir,
mejor de las mejores”.

Así, avanzando los días de la Novena entre inciensos y alabanzas, llegábamos a la víspera del gran día. Cuando en la medianoche nos adentrábamos en la solemnidad de nuestra bendita Madre, eran los pequeños monaguillos los que ascendiendo hasta las encumbradas campanas de nuestra torre, lanzando al vuelo los pesados y sonoros hierros, anunciaban a todo el pueblo que comenzaba el día de la Pastora.

Era en ese mismo momento, cuando se abrían las puertas de la Iglesia para que las coplas de la aurora inundaran las calles de nuestro pueblo. La voz de aquel recordado Joaquín Reyes “el Quinillo” llegaba hasta los más ocultos rincones cantando las tradicionales letras de las coplas que perduran hasta nuestros días. Había comenzado la fiesta grande de aquella cuyos ojos yo traía impresos en los míos y yo no quería perderme ni uno sólo de los actos. Así, me incorporaba a aquel torrente de amores hechos rimas y lo haría año tras año, hasta llegar aquel glorioso septiembre de 1966. Yo había cantado misa unos meses antes, y la noche de auroros de aquel año fueron las voces de mi pueblo las que, al parar en la puerta de mi casa, entonaron aquello de: ”Oh, dichoso ministro de Cristo, que con vuestras manos consagráis a Dios y desciende del cielo a la tierra con cinco palabras de consagración”.


Las coplas de la aurora callaban al llegar de nuevo a la Iglesia parroquial, para dejar paso al Rosario que se iniciaba, para sembrar de Avemarías, el recorrido que llevaría aquella tarde la imagen gloriosa de la Divina Pastora en su solemne procesión.

Concluido el Rosario, comenzaba la ya desaparecida Misa de la Aurora, una celebración realmente entrañable para mí, pues, siendo ya sacerdote y estando en las parroquias de Montefrío, Órgiva, Chimeneas o Dílar, tuve la dicha de venir a celebrarla hasta que se perdió de nuestro calendario festivo.

Llegando al mediodía se celebraba la Misa de función, la gran Eucaristía en honor de nuestra Madre y Patrona. Se trataba de la gran explosión de amor de nuestro pueblo hacia su Reina y Señora. Todos los detalles se cuidaban con gran esmero y cariño, con la conciencia de que el amor se ha de mostrar hasta en los más pequeños detalles.

Después sólo restaba esperar el gran momento en que la imagen de la Pastora saldría en la tarde inundando de luz radiante las calles de su pueblo. El cortejo andaba encabezado por la cruz parroquial y a continuación la imagen de san Roque, seguido por dos filas de mujeres que, con un orden envidiable, marchaban a la luz de las velas cantando las coplas a nuestra Virgen. Tras las mujeres, llegaba el turno de los hombres, que, portando también ardientes cirios, alumbraban los pasos de la Señora que, majestuosa, avanzaba adentrándose hasta el corazón de Gójar.

Había que disfrutar de ese momento. Cuántas veces soñé con detener el tiempo del reloj, para prolongar el paso de la Virgen por nuestras calles. Pero el momento llegaba y la procesión se acercaba de nuevo a la Iglesia donde volvería a adentrarse aquel rostro, que desde su camarín, volvería a soñar con bajar de nuevo a su pueblo.

La llegada de la Pastora al templo suponía un nuevo ritual de gritos y vivas fervorosos que culminaría en el canto emocionado de la salve, compendio de amor acumulado y que, como un último piropo, Gójar cantaba y continúa cantando a su celestial Madre.

Las fiestas habían culminado y mi único consuelo era saber que, mientras no llegara un nuevo septiembre, al menos me quedaba la dicha silenciosa de seguir contemplando tu rostro encumbrado en tu camarín, soñando que yo era aquel pequeño cordero que, cobijado en el hueco de la peña, se quiere quedar contigo, Madre, Pastora y Reina.

Son los recuerdos no sólo de una infancia, sino de toda una vida junto a Ella, toda una vida esperando año tras año que llegase el momento de volver a verla paseando su sombrero pastoril por las calles y barrios de este su pueblo.

Un año más, cuando el mes de agosto va llegando a su fin, se acercan esos días en que Gójar se ilumina con la luz de su mirada, la lumbre de unos ojos que, de amor de Madre, enciende cual antorchas los corazones de sus hijos.

La misión de un pregonero es convertirse en voz que anuncia e invita. Y con ese encargo me puse en medio de vosotros esta noche. Así pues, os anuncio, hermanos y paisanos, que ya están llegando nuestras fiestas, esos días en que celebramos las glorias de la Pastora, los días en que nuestro fervor y devoción de hijos se hacen rezo, música, flores y coloridos fuegos de artificio. Son los días en que unos y otros, hasta aquellos que menos suelen hacerlo, buscamos el momento de acercarnos al aprisco, desde el que nuestra Reina Pastora recibe la oración de todo un pueblo, que, en amores encendido, se postra ante las plantas de su adorada Señora.

Preparaos para la fiesta, que se dispongan y preparen tronos y quienes los portan, mantillas y ciriales, nardos y rosas, rosarios y estandartes, pero que no se olvide prepararle a nuestra Madre el mejor de los altares, la sede que Ella prefiere, el sitial que más le agrade, un aprisco de corazones, un pueblo entero en la calle, cantando a una sola voz: “Salve, Pastora y Madre”.

Va llegando el momento de ir concluyendo, poniendo punto y final a este pregón con que quisiera encender en vuestras almas la alegría de una fiesta que llena de gozo el corazón de todos los que, aunque sea quizá de formas muy distintas, sentimos fluir por nuestras venas el amor a la Pastora.

Vamos, pastoreños, que si en el corazón la lleváis, llegan ahora los días en que, poniéndole por palio el cielo de nuestro pueblo, portéis a la Señora, por nuestras calles y plazas, al encuentro de unos hijos de los que es Reina, Pastora y Madre, el suspiro de un anhelo, la ternura de una lágrima y la nostalgia de un recuerdo.


Salve, Madre, de nuestras almas Pastora, guía, consuelo, esperanza de los hijos de este pueblo. Acompaña, amante Reina, nuestros pasos de este suelo, y no dejes, Virgen Santa, que perdamos la gran dicha de gozarte en el cielo. Sea tu aprisco hoy mi casa, tu Cordero, mi consuelo, tu cayado, sea mi apoyo y tus ojos el reflejo de todo un Dios, que rendido a tu pureza, te ha hecho Reina de su Reino y Pastora de este pueblo.

¡VIVA LA DIVINA PASTORA!


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