PREGÓN DIVINA PASTORA
D. ENRIQUE LEÓN, PRESBÍTERO
Pregón
Divina Pastora
Gójar
2015
Salve,
Pastora querida,
cuya
caridad te mueve
dejando
noventa y nueve
buscar
la oveja perdida.
Salve,
fuente de la Vida.
Salve,
bellísima Aurora.
Porque
en la ultima hora
de
su vida, el Sumo Rey
de
toda la humana grey
te constituyó Pastora.
Divina Pastora |
Reverendo Señor Cura
párroco, señor Alcalde y miembros de la Corporación municipal de este
Ayuntamiento de Gójar, Hermano Mayor y miembros de la junta de gobierno de la
Muy Antigua Hermandad de la Divina Pastora, muy queridos hermanos y paisanos, antes
de dar comienzo a este pregón con el que anunciamos las entrañables fiestas en
honor de nuestra Divina Pastora, quiero, porque de obligación lo considero,
dirigir mis ojos hacia la imagen de nuestra amada patrona, para suplicar a tan
excelsa soberana la venia para, con la humildad y sencillez de mis palabras,
comenzar a cantar en este pregón las excelencias de su amor de Madre y los
gozos que para nuestro pueblo, generación tras generación, ha supuesto la
profunda devoción que por Ella siente el corazón de Gójar:
Amada Señora, Madre y
Pastora de nuestras almas, postrando a tus plantas mi corazón y mi alma, sabiéndome
indigno, pero con confiado atrevimiento imploro vuestra venia, para dar
comienzo a este pregón, con el que tan sólo deseo cantar tus alabanzas y, desde
el amor con que en mi pecho culto os rindo, invitar a estos tus hijos y
hermanos míos a celebrar con fervor reverente las fiestas con las que te
honramos.
Desde este primer momento
quiero agradecer al Hermano Mayor y a la Junta de Gobierno de la Muy Antigua
Hermandad de la Divina Pastora, el inmenso honor de poder estar esta noche
entre vosotros anunciando y pregonando nuestras fiestas en honor de nuestra
Divina Pastora. Para un hijo de Gójar, que, en su corazón y desde su más tierna
infancia, ha sentido crecer día a día su amor hacia esta Madre y Patrona, poder
estar esta noche ocupando este lugar y llevando a cabo esta hermosa misión es
uno de los más serios compromisos, a la vez que el más bello de los regalos.
Mi agradecimiento de hoy
quiere extenderse, retrocediendo en el tiempo, hasta encontrarse con aquel
venerable Fray Isidoro de Sevilla, a quien debemos esta devoción a la Madre de
Jesús, contemplada y amada como Pastora Divina. Gracias a ese amor que él
sintió y vivió hacia la Santísima Virgen en esta advocación pastoreña, nuestro
pueblo de Gójar tiene hoy la suerte de tener en tal Señora el objeto de sus
alegrías, una confidente en sus desvelos, el consuelo de sus aflicciones, el
faro en sus oscuridades y, siempre y en todo momento, el Amor de una Madre.
Cuenta la tradición que el
24 de Junio de 1703, recién llegado Fray Isidoro al convento de los capuchinos
de Sevilla, estando en oración en el coro bajo de la Iglesia del convento, tuvo
una aparición de la Santísima Virgen, a la que amaba de una forma
extraordinaria, ataviada con ropas de pastora.
Al día siguiente de esta
manifestación, el padre Isidoro comenzó a buscar un artista que sobre el lienzo
plasmara lo que sus ojos habían contemplado y retenido. De ese lienzo salió el
primer estandarte que acompañaba los Rosarios que, según tradición recibida, se
cantaban por las calles.
Muy pronto funda Fray
Isidoro la primera de las muchas Hermandades de la Divina Pastora que habría de
fundar en Andalucía el venerable capuchino.
Me gustaría ahora no sólo
sintetizar, sino también ensalzar el ejemplo de Fray Isidoro con algunas de las
palabras que su mismo padre guardián escribió para comunicar el fallecimiento
del enamorado capuchino de María Santísima:
“celebérrimo
institutor del ternísimo, dulcísimo y peregrino título de María Santísima,
piadosísima Pastora de las Almas, en cuyo culto y en su extensión por todas
partes trabajó inmensísimamente, ya en el pulpito, ya en el libro intitulado la
mejor Pastora asunta, ya con novenas devotas, ya con ofrecimientos y canciones
fervorosas para alabarla por las calles. Erigió hermosas capillas con
fervorosas congregaciones, exornándola con edificantes constituciones con
aprobación apostólica, instituyendo, innumerables rosarios que continuamente
dan loores a la Pastora Divina. Varón verdaderamente todo de María, y todos sus
objetos se dirigirán a cultos y obsequios suyos, experimentando innumerables
prodigios de conversiones de almas atraídas a la dulce tierna moción de sus
marianas voces. Logró en sus días ver extendido título tan peregrino por todas
las Españas, y en las Indias, establecidas misiones bajo los soberanos
auspicios de su adorada Pastora”.
Así, cinco años
antes de la muerte del fraile misionero de la Divina Pastora, acaecida a fecha
de 7 de Noviembre de 1750, concretamente en el mes de Abril de 1745, el Sr.
Provisor y Vicario General del Arzobispado de Granada firmó las Constituciones
de la que iba a ser la Venerable Hermandad del Santísimo Rosario de la Divina
Pastora de las Almas de Gójar. Se da comienzo de esta forma a una historia de
la que hoy somos todos nosotros no sólo herederos, sino comprometidos
prolongadores en el tiempo de aquella hermosa aventura de amor a María
Santísima, iniciada aún en vida del propio Fray Isidoro.
Es por ello
que, junto a nuestro agradecimiento por la herencia recibida, además del
orgullo que hoy sentimos de sabernos hijos de tan Amantísima Madre y Pastora,
hemos de sentirnos también urgidos a transmitir a nuestros jóvenes la devoción
y amor que nuestros mayores nos legaron a nosotros, de forma que, en los siglos
venideros, el corazón de Gójar siga siendo “pastoreño”.
Nueve años
después del nacimiento de la Hermandad de la Divina Pastora, Gójar contempla la
bella imagen de la que iba a ser su Señora y Patrona, nuestra amorosa Pastora.
La imagen se atribuye a las manos de Torcuato Ruiz del Peral y, si tuviéramos
que resaltar tan sólo un detalle de tan hermosa obra, no dudaría en señalar la
dulce ternura que transmite el grupo escultórico, desde el rostro aniñado de
María al gesto de acogida maternal con que acaricia a ese su Cordero Divino,
pasando, de forma ineludible, por el encanto de su humilde mirada, con la que
contempla también a los otros corderos, en los que hemos de ver una evidente
representación de ese rebaño que es la Iglesia de su Hijo.
Con razón,
Madre, Gójar te canta afirmando que “eres, Pastora, el encanto de los ojos que
te ven”, que tu belleza del infierno es espanto, pero sois delicia y orgullo
del que siendo tres veces santo, por tres veces santa a Ti te tiene también.
Es imposible
comprender lo que significa la devoción a nuestra Pastora sin conocer las
experiencias que de Ella tienen todos y cada uno de sus hijos de Gójar. La
historia de cualquiera de nosotros es el resultado de la suma de todos los
momentos, sentimientos y experiencias que la constituyen. Y en la historia de
Gójar y en la de sus habitantes la experiencia de amor a la Pastora ocupa un
lugar fundamental en la configuración de lo que supone nuestro ser gojareños.
Ordenación Sacerdotal de don Enrique León |
Durante el tiempo dedicado a
pensar y confeccionar este pregón, han sido muchos los recuerdos que se han ido
haciendo presentes, recuerdos en los que la Divina Pastora de nuestras almas se
constituía en protagonista de una maravillosa historia de amor vivida desde mi
más temprana infancia.
De la misma manera que es en
el ámbito de la familia donde el sujeto adquiere los valores y actitudes que lo
van configurando, es también en la familia, como sucedió en mi caso, donde en
nuestro pueblo se va aprendiendo, incluso antes de aprender a hablar o de ser
capaz de razonar, a amar a la Pastora.
Este amor, que casi forma
parte del código genético de los hijos de nuestro pueblo, en mi vida comenzó a consolidarse
cuando a los seis años empecé a servir como monaguillo en las celebraciones litúrgicas
de nuestra parroquia, siendo párroco D. Ramón Villarreal.
Desde ese momento, acudía a
diario al templo parroquial para ejercer mi infantil ministerio y allí estaba
Ella, día tras día, siempre esperando con dulce mirada que mis pueriles ojos se
encontraran con los suyos. No se precisaban las palabras, sino que en ese
encuentro silencioso eran los sentimientos los que fluyendo hablaban de un amor
que comenzaba su andadura en el corazón de aquel niño que un día consagraría su
corazón de sacerdote a cantar las alabanzas de tan amable Madre.
Por aquellos años, recuerdo
que las fiestas en honor de nuestra excelsa Patrona comenzaban el día dos de
septiembre, día en que la venerada imagen de nuestra Pastora se bajaba desde su
camarín para estar más cerca de su pueblo. Para mí era algo extraordinariamente
gozoso, pues era como sentir que ese rostro que siempre contemplaba de lejos se
hacía más cercano, pudiendo experimentar cómo sus ojos penetraban con más
fuerza hasta lo más profundo de mi alma.
A partir de ese momento, el
día 3 de septiembre se iniciaba la Novena, que se prolongaba hasta el día 11,
pórtico de la gran fiesta. Durante la Novena, las funciones litúrgicas se
adornaban y solemnizaban con las voces del coro parroquial, en el que desde
esos primeros momentos yo comencé a colarme, gracias a que mis hermanas eran
voces de ese grupo. Yo quería ser juglar de María, cantor de la Pastora, con
unos sentimientos que hoy encuentro bien descritos en estas palabras de este
himno mariano de la Liturgia de las Horas:
“Quiero seguirte a ti, flor
de las flores,
siempre decir cantar de tus
loores;
no me partir de te servir,
mejor de las mejores”.
Así, avanzando los días de
la Novena entre inciensos y alabanzas, llegábamos a la víspera del gran día.
Cuando en la medianoche nos adentrábamos en la solemnidad de nuestra bendita Madre,
eran los pequeños monaguillos los que ascendiendo hasta las encumbradas
campanas de nuestra torre, lanzando al vuelo los pesados y sonoros hierros,
anunciaban a todo el pueblo que comenzaba el día de la Pastora.
Era en ese mismo momento,
cuando se abrían las puertas de la Iglesia para que las coplas de la aurora
inundaran las calles de nuestro pueblo. La voz de aquel recordado Joaquín Reyes
“el Quinillo” llegaba hasta los más ocultos rincones
cantando las tradicionales letras de las coplas que perduran hasta nuestros
días. Había comenzado la fiesta grande de aquella cuyos ojos yo traía impresos
en los míos y yo no quería perderme ni uno sólo de los actos. Así, me
incorporaba a aquel torrente de amores hechos rimas y lo haría año tras año,
hasta llegar aquel glorioso septiembre de 1966. Yo había cantado misa unos
meses antes, y la noche de auroros de aquel año fueron las voces de mi pueblo
las que, al parar en la puerta de mi casa, entonaron aquello de: ”Oh, dichoso
ministro de Cristo, que con vuestras manos consagráis a Dios y desciende del
cielo a la tierra con cinco palabras de consagración”.
Las coplas de la aurora
callaban al llegar de nuevo a la Iglesia parroquial, para dejar paso al Rosario
que se iniciaba, para sembrar de Avemarías, el recorrido que llevaría aquella
tarde la imagen gloriosa de la Divina Pastora en su solemne procesión.
Concluido el Rosario,
comenzaba la ya desaparecida Misa de la Aurora, una celebración realmente
entrañable para mí, pues, siendo ya sacerdote y estando en las parroquias de
Montefrío, Órgiva, Chimeneas o Dílar, tuve la dicha de venir a celebrarla hasta
que se perdió de nuestro calendario festivo.
Llegando al mediodía se
celebraba la Misa de función, la gran Eucaristía en honor de nuestra Madre y
Patrona. Se trataba de la gran explosión de amor de nuestro pueblo hacia su
Reina y Señora. Todos los detalles se cuidaban con gran esmero y cariño, con la
conciencia de que el amor se ha de mostrar hasta en los más pequeños detalles.
Después sólo restaba esperar
el gran momento en que la imagen de la Pastora saldría en la tarde inundando de
luz radiante las calles de su pueblo. El cortejo andaba encabezado por la cruz
parroquial y a continuación la imagen de san Roque, seguido por dos filas de
mujeres que, con un orden envidiable, marchaban a la luz de las velas cantando
las coplas a nuestra Virgen. Tras las mujeres, llegaba el turno de los hombres,
que, portando también ardientes cirios, alumbraban los pasos de la Señora que,
majestuosa, avanzaba adentrándose hasta el corazón de Gójar.
Había que disfrutar de ese
momento. Cuántas veces soñé con detener el tiempo del reloj, para prolongar el
paso de la Virgen por nuestras calles. Pero el momento llegaba y la procesión
se acercaba de nuevo a la Iglesia donde volvería a adentrarse aquel rostro, que
desde su camarín, volvería a soñar con bajar de nuevo a su pueblo.
La llegada de la Pastora al
templo suponía un nuevo ritual de gritos y vivas fervorosos que culminaría en
el canto emocionado de la salve, compendio de amor acumulado y que, como un
último piropo, Gójar cantaba y continúa cantando a su celestial Madre.
Las fiestas habían culminado
y mi único consuelo era saber que, mientras no llegara un nuevo septiembre, al
menos me quedaba la dicha silenciosa de seguir contemplando tu rostro encumbrado
en tu camarín, soñando que yo era aquel pequeño cordero que, cobijado en el
hueco de la peña, se quiere quedar contigo, Madre, Pastora y Reina.
Son los recuerdos no sólo de
una infancia, sino de toda una vida junto a Ella, toda una vida esperando año
tras año que llegase el momento de volver a verla paseando su sombrero pastoril
por las calles y barrios de este su pueblo.
Un año más, cuando el mes de
agosto va llegando a su fin, se acercan esos días en que Gójar se ilumina con
la luz de su mirada, la lumbre de unos ojos que, de amor de Madre, enciende
cual antorchas los corazones de sus hijos.
La misión de un pregonero es
convertirse en voz que anuncia e invita. Y con ese encargo me puse en medio de
vosotros esta noche. Así pues, os anuncio, hermanos y paisanos, que ya están
llegando nuestras fiestas, esos días en que celebramos las glorias de la
Pastora, los días en que nuestro fervor y devoción de hijos se hacen rezo,
música, flores y coloridos fuegos de artificio. Son los días en que unos y
otros, hasta aquellos que menos suelen hacerlo, buscamos el momento de
acercarnos al aprisco, desde el que nuestra Reina Pastora recibe la oración de
todo un pueblo, que, en amores encendido, se postra ante las plantas de su
adorada Señora.
Preparaos para la fiesta,
que se dispongan y preparen tronos y quienes los portan, mantillas y ciriales,
nardos y rosas, rosarios y estandartes, pero que no se olvide prepararle a
nuestra Madre el mejor de los altares, la sede que Ella prefiere, el sitial que
más le agrade, un aprisco de corazones, un pueblo entero en la calle, cantando
a una sola voz: “Salve, Pastora y Madre”.
Va llegando el momento de ir
concluyendo, poniendo punto y final a este pregón con que quisiera encender en
vuestras almas la alegría de una fiesta que llena de gozo el corazón de todos
los que, aunque sea quizá de formas muy distintas, sentimos fluir por nuestras
venas el amor a la Pastora.
Vamos, pastoreños, que si en
el corazón la lleváis, llegan ahora los días en que, poniéndole por palio el
cielo de nuestro pueblo, portéis a la Señora, por nuestras calles y plazas, al
encuentro de unos hijos de los que es Reina, Pastora y Madre, el suspiro de un
anhelo, la ternura de una lágrima y la nostalgia de un recuerdo.
Salve, Madre, de nuestras
almas Pastora, guía, consuelo, esperanza de los hijos de este pueblo. Acompaña,
amante Reina, nuestros pasos de este suelo, y no dejes, Virgen Santa, que
perdamos la gran dicha de gozarte en el cielo. Sea tu aprisco hoy mi casa, tu
Cordero, mi consuelo, tu cayado, sea mi apoyo y tus ojos el reflejo de todo un
Dios, que rendido a tu pureza, te ha hecho Reina de su Reino y Pastora de este
pueblo.
¡VIVA LA DIVINA PASTORA!
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