LUZ
DEL DOMINGO
Domingo,
12 de junio de 2016 DECIMOPRIMER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C
Primera
lectura: 2 Samuel 12,7-10. 13
Salmo
responsorial: Salmo 31
Segunda
lectura: Gálatas 2,6. 19-21
EVANGELIO
Lucas 7, 36. 8,3
“Un
fariseo lo invitó a comer con él. Entró en casa del fariseo y se
recostó a la mesa. En esto, una mujer conocida en la ciudad como
pecadora, al enterarse de que estaba a la mesa en casa del fariseo,
llegó con un frasco de perfume, se colocó detrás de él junto a
sus pies, llorando, y empezó a regarle los pies con sus lágrimas;
se los secaba con el pelo, se los besaba y se los ungía con perfume.
Al
ver aquello, el fariseo que lo había invitado dijo para sus
adentros:
-Este,
si fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo está tocando y
qué clase de mujer es: una pecadora.
Jesús
tomó la palabra y dijo:
-Simón,
tengo algo que decirte.
Él
respondió:
-Dímelo,
Maestro.
-Un
prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y
el otro cincuenta. Como ellos no tenían con qué pagar, se lo
perdonó a los dos. ¿Cuál de ellos le estará más agradecido?
Contestó
Simón:
-Supongo
que aquel a quien le perdonó más.
Jesús
le dijo:
-Has
juzgado con acierto.
Y,
volviéndose a la mujer, dijo a Simón:
-¿Ves
esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me diste agua para los pies;
ella, en cambio, me ha regado los pies con sus lágrimas y me los ha
secado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que
entró no ha dejado de besarme los pies.Tú no me echaste ungüento
en la cabeza; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por
eso te digo: sus pecados, que eran muchos, se le han perdonado, por
eso muestra tanto agradecimiento; en cambio, al que poco se le
perdona, poco tiene que agradecer.
Y a
ella le dijo:
-Tus
pecados están perdonados.
49Los
comensales empezaron a decirse:
-¿Quién
es éste, que hasta perdona pecados?
Pero
él le dijo a la mujer:
-Tu
fe te ha salvado; vete en paz.
A
continuación fue también él caminando de pueblo en pueblo y de
aldea en aldea, proclamando la buena noticia del reinado de Dios. Lo
acompañaban los Doce y algunas mujeres, curadas de malos espíritus
y enfermedades: María, la llamada Magdalena, de la que habían
salido siete demonios; Juana, la mujer de Cusa, intendente de
Herodes; Susana, y otras muchas que les ayudaban con sus bienes.”
COMENTARIOS
I
DOS
FORMAS DE ACOGIDA SEGÚN LA CAPACIDAD DE AMAR
Al
término del primer tramo de la estructura paralela que estamos
examinando, encontramos una perícopa (unidad bien delimitada que
tiene sentido por sí misma) donde se ejemplifican dos actitudes
contrastadas, actitudes que de hecho se dan ya entre los diversos
componentes del grupo de discípulos de Jesús, a fin de que los
miembros de las diversas comunidades que van a leerlo y comentarlo
examinen sus propias actitudes y disciernan por sí mismos con cuál
de los dos personajes se identifican.
Tratándose
de la última perícopa del primer tramo de la estructura, podríamos
decir que Lucas resume en ella las diversas actitudes con que Jesús
se ha topado hasta ahora en Israel, y a la vez se sirve de ella, a
manera de puente, para introducir el segundo tramo. Puesto que ya
hemos identificado una serie de marcas y de rasgos característicos
del «lenguaje» de Lucas, trataremos de relacionarlos y de
contrastarlos, a fin de sacarles el meollo. Los cuatro evangelistas
describen una escena análoga, pero
con
rasgos muy discordes, indicativos de situaciones completamente
diversas (véanse Mc 14,3-9; Mt 26,6-13; Jn 12,1-8).
LOS
OBSERVANTES Y LOS MARGINADOS DE ISRAEL EN UN PUÑO
Empecemos
por el escenario: la «casa del fariseo» Simón (7,36b), como lugar
de reunión de todos los que participan de su mentalidad, la
comunidad (vv. 37b.44b, subrayada por la repetición) constituida por
Simón y los «comensales» (v. 49a). El escenario queda calificado a
continuación por la intencionalidad mostrada por el fariseo: «Un
fariseo lo invitó a comer con él» (7,36a). Se pone de relieve la
función de «comer», siendo el «alimento» sinónimo de enseñanza:
participar de una misma mesa comporta, en la mente de un semita,
compartir una misma mentalidad. Jesús entra en casa del fariseo y se
recuesta a la mesa (vv. 36b.37b.44b, nuevamente muy subrayado).
Los
personajes. El primero que aparece en escena es un individuo
masculino, descrito con los rasgos típicos de los personajes
representativos («cierto», indefinido), perteneciente a una
colectividad («de entre los fariseos», v. 36a). Representa, por
tanto, una parte o facción de esta colectividad, no todo el partido
fariseo. De momento no lleva nombre. Además del partitivo «cierto
(individuo) de entre los fariseos», es identificado como «el
fariseo» tres veces (vv. 36b.37b.39a). En el preciso momento en que
pone en duda que Jesús sea un profeta, éste lo pone en evidencia
designándolo por su nombre, «Simón», nombre que se repetirá a
partir de ahora también tres veces. Es el único fariseo que lleva
nombre en los evangelios sinópticos (de «fariseos» con nombre,
sólo encontramos, en Jn 3,1, Nicodemo; en Hch 5,34, Gamaliel, y
23,6, Pablo: «Yo soy fariseo, hijo de fariseos»).
En
contrapartida, el segundo personaje es femenino, una «mujer pública»
(vv. 37a.39b.47-48; además, «mujer» aparece también en los vv.
44a.44b.50a: es el modo de subrayar al máximo, dentro de un género
literario arcaico, la calidad de un personaje), sin nombre,
introducido con una locución que los evangelistas emplean con
frecuencia para centrar la atención en el personaje en torno al cual
gira el relato («y, mirad, una mujer...», v. 37a: se corresponde
con el foco de los escenarios; véase 2,25;
5,12;
7,12, etc.). Representa («cierta mujer») el estamento de los
marginados por motivos religiosos y sociales por parte de la sociedad
teocrática judía.
La
descripción detallada que Lucas hace de la mujer, que todos tienen
en la ciudad por una «pecadora», deja ya entrever que en ella se ha
verificado un giro de ciento ochenta grados: «Y, mirad, una mujer
conocida en la ciudad como pecadora, al enterarse de que estaba
recostado en la mesa en casa del fariseo, llegó con un frasco de
perfume, se colocó detrás de él, junto a sus pies, llorando, y
empezó a regarle los pies con sus lágrimas; se los secaba con el
pelo, se los besaba y se los ungía con perfume» (7,37-38). Con tres
acciones –“regar/secar, besar, ungir” describe de forma
tridimensional el sentimiento de profunda gratitud de esta mujer.
Volveremos a ello en seguida.
¿QUÉ
PINTA UNA PECADORA PÚBLICA EN CASA DE UN FARISEO?
En la
escena que examinamos descubrimos una serie de rasgos sorprendentes:
un individuo perteneciente al partido fariseo (los observantes y
defensores por antonomasia de la Ley) invita a Jesús (vv.
36a.39a.45b, triple repetición tipos en negrilla actuales) «a comer
con él», convencido que comparte las mismas ideas y convicciones
religiosas, pese a que los dirigentes religiosos (los fariseos y los
letrados juristas) hayan rechazado a Jesús (6,11) y que éste les
haya reprobado haber frustrado el plan que Dios tenía previsto para
ellos (7,30). El fariseo Simón, además, no está sólo, sino que ha
invitado también a sus colegas que piensan como él, «los otros
comensales» (v. 49a). Jesús, por el contrario, no va acompañado de
nadie cuando entra en la casa (vv. 36b.44c).
Un
segundo rasgo chocante lo constituye el hecho de que una mujer
pública ponga los pies en casa de un fariseo. Simón, por lo que se
ve, no es fariseo intransigente, ya que muestra cierta tolerancia
hacia los individuos representados por la pecadora, por lo menos
mientras Jesús está en su casa. Tampoco los comensales hacen
aspavientos, al menos en principio.
Ni el
fariseo ni los comensales se atreven a reprochar a Jesús su
comportamiento hacia la pecadora, sino que lo formulan en su fuero
interno (vv. 39a. 49a). El primero se escandaliza porque Jesús se ha
dejado «tocar» por una «mujer pecadora» (7,39b), pues quien toca
a un impuro queda él mismo impuro. Como buen fariseo, pese al afecto
que profesa a Jesús, continúa creyendo en la validez de la Ley de
lo puro e impuro, continúa dividiendo la humanidad entre buenos y
malos, entre justos y pecadores, ufano de su condición privilegiada
de hombre justo y observante. Los comensales se escandalizan también,
pero en un segundo momento: «empezaron a decirse: "¿Quién es
éste, que hasta perdona pecados"» (7,49), es decir, no repiten
el reproche, sino que, complementándose con aquél, formulan uno más
grave. El primero ponía en duda la aureola de «profeta» que
rodeaba a Jesús; los segundos en la misma línea que los fariseos y
los maestros de la Ley en el caso del paralítico (cf. 5,17.21-22)-
se resisten a aceptar que un hombre pueda «perdonar pecados», cosa
que ellos reservaban en exclusiva a Dios coronando así la pirámide
del poder (Dios - dirigentes - pueblo), pirámide que les permitía
excluir y marginar a todos los que no pensaban como ellos.
EL
AGRADECIMIENTO, DISTINTIVO DE LA PERSONA LIBERADA
La
parábola que encontramos en el centro de la perícopa ilumina y
desenmascara dos actitudes contrapuestas, invirtiendo la escala de
valores que todos tenían como válida: «"Un prestamista tenía
dos deudores: uno le debía quinientos denarios de plata y el otro
cincuenta. Como ellos no tenían con qué pagar, hizo gracia (de la
deuda) a los dos. ¿Cuál de ellos le estará más agradecido?"
Contestó Simón: "Supongo que aquel a quien hizo mayor gracia."
Jesús le dijo: "Has juzgado con acierto"» (7,41-43). El
número «cinco», factor común a «quinientos» y a «cincuenta»,
pone en íntima relación los dos deudores y su deuda. El término
«hizo gracia» indica que no solamente se les ha perdonado la deuda
(aspecto negativo), sino que los ha «agraciado» con un don, el don
del Espíritu (aspecto positivo). La experiencia del Espíritu se
manifiesta en la capacidad de agradecimiento de uno y otro.
Teniendo
en cuenta la descripción que acaba de hacer de los dos personajes,
nos damos cuenta de que el observante, el fariseo, tiene una exigua
capacidad de agradecimiento, pues está convencido de que se ha
ganado a pulso la salvación, a excepción de la pequeña deuda que
había contraído. La seguridad personal que le da el cumplimiento de
la Ley le impide experimentar plenamente la gratuidad de la
salvación. La liberación que experimenta es relativa, pues está
condicionada por el lastre de sus prácticas religiosas. La mujer
pecadora, en cambio, que ha tocado fondo, tiene mucha más capacidad
que el otro de percatarse de la novedad que comporta el mensaje de
Jesús y de la nueva e incomparable libertad que ha experimentado al
acogerlo.
QUE
CADA COFRADE TOME SU VELA
En la
aplicación de la parábola, Jesús recalca los rasgos con que Lucas
había descrito la actitud de acogida de la persona de Jesús por
parte de la pecadora y los contrasta con las omisiones del fariseo:
éste no ha sido capaz siquiera de ofrecerle las tradicionales
muestras de hospitalidad típicas del mundo oriental: « ¿Ves esta
mujer? (¡la que él tanto ha despreciado!). Cuando entré en tu casa
no me diste agua para los pies; ella, en cambio, me ha regado los
pies con sus lágrimas y me los ha secado con su pelo. Tú no me
besaste, ella, en cambio, desde que entró no ha dejado de besarme
los pies. Tú no me echaste ungüento en la cabeza; ella, en cambio,
me ha ungido los pies con perfume» (7,44-46).
El
contraste palmario entre «el fariseo» y la mujer «pecadora»,
personajes que ejemplarizan dos tipos de «deudores» a quienes «se
ha hecho gracia» de deuda (500/50 denarios) que nunca hubieran
podido saldar (vv. 41-43) y que, no obstante haberse sentido atraídos
uno y otro por la persona de Jesús y su mensaje liberador, dan
muestras muy diversas de «agradecimiento», sirve para elevar a
nivel de paradigma dos actitudes contrapuestas que con toda
probabilidad se dan ya entre los mismos discípulos: la del grupo que
representa a Israel, compuesto de judíos observantes y religiosos
(su única preocupación es la Ley de la pureza / impureza ritual),
tipificado por Simón, Santiago y Juan (c£ 5, 1-11), así como por
los Doce (cf 6,12-16) y, ahora, por el fariseo Simón (¿es pura
coincidencia la homonimia entre Simón «Pedro» y el «fariseo»
Simón?), y la del grupo que representa a los marginados de Israel,
descreídos y ateos, tipificado por el recaudador de impuestos, Leví
(cf. 5,27-32), y, ahora, por la mujer pecadora.
LA
CONCIENCIA DEL PERDÓN ACRECIENTA LA CAPACIDAD DE AMAR
La
acogida que uno y otro han brindado a Jesús es diametralmente
opuesta. Ambos han sido descritos mediante una terna -agua, beso,
ungüento- de acciones / omisiones (vv. 38 / 44-46) que son
interpretadas como muestras de agradecimiento / de falta de afecto:
«Por eso te digo (forma solemne de introducir una aseveración
importante): "Sus pecados, que eran muchos, se le han perdonado,
por eso muestra tanto agradecimiento; en cambio, al que poco se le
perdona, poco tiene que agradecer"» (7,47). Tanto a Simón como
a la mujer les ha sido perdonada una deuda personal con anterioridad
a la presente escena: la invitación hecha a Jesús para que comiese
con él quería ser una muestra de gratitud, pero como el cambio de
vida que había experimentado no ha sido profundo, se ha mostrado
poco agradecido; la mujer, en
cambio,
todo lo contrario, ha dado grandes muestras de agradecimiento por la
liberación plena que había experimentado.
El
hilo conductor de la secuencia es la actitud agradecida de la mujer
por la salvación que ha experimentado gracias a su adhesión a
Jesús; por contraste, queda en evidencia la actitud fría y
desagradecida del fariseo Simón. En el fondo, la temática es la
sólita de Lucas: «justos / pecadores». Aquí se nos explica por
qué los justos no son capaces de amar y, por tanto, de dar una
adhesión plena y confiada a Jesús: porque se les ha perdonado poco
y no han tomado conciencia de que la deuda, por pequeña que les
pareciese, nunca la habrían podido enjugar; no están capacitados
para valorar la gracia del perdón, ya que son unos autosuficientes.
Los pecadores, en cambio, tienen concien-cia clara de la absoluta
gratitud del perdón y se adhieren plenamente y sin reservas a Jesús,
gracias al cual se han sentido liberados.
Hemos
visto la última secuencia del primer tramo de la estructura
paralela. Por cuarta vez se formula en el marco de esta estructura la
cuestión sobre la identidad de Jesús: «Un gran profeta ha surgido
entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo», en boca de Israel
(D); « ¿Eres tú el que tenía que llegar o esperamos a otro?», en
boca del Precursor (E); «Este, si fuera profeta, sabría quién es
la mujer que lo está tocando: una pecadora», en boca de Simón
(Fi); «¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?», en boca de
los comensales (F2). Jesús ha ido mostrando toda su capacidad
liberadora: curando al esclavo del centurión romano, representante
del paganismo (C); resucitando al hijo único de la viuda de Naín,
representante del pueblo de Israel (D); respondiendo a la
interpelación de Juan con toda clase de signos liberadores (E) y
dejando constancia una vez más de que el Hombre tiene autoridad en
la tierra para perdonar pecados (F: cf. 5,24). La liberación es
condición previa para que el mensaje pueda ser proclamado.
JESÚS
TOMA POSESIÓN DE LA TIERRA PROMETIDA
Con
la fórmula «también él» Lucas nos indica, una vez más, que
tiene ante los ojos un paradigma veterotestamentario. En el caso
presente, el personaje aludido es sin duda Abrahán, a quien Dios
prometió dar en herencia toda la tierra que atravesase. «Levántate,
atraviesa la tierra a lo largo y a lo ancho, porque te la daré» (Gn
13,17). Jesús, como nuevo Abrahán, toma posesión, para el nuevo
Israel, de la tierra prometida, 'atravesando' -la misma 'tierra', sin
duda, que había 'atravesado' Abrahán (por eso no se explicita el
objeto del 'atravesar')- de pueblo en pueblo y de aldea en aldea.
La
referencia a la proclamación de la buena noticia sobre la llegada
del reinado de Dios se presenta aquí por segunda vez. La primera
servía de conclusión de la sección programática, donde el propio
Jesús declaraba: «"También a las otras ciudades tengo que dar
la buena noticia del reino de Dios, pues para eso me han enviado."
Y anduvo predicando por las sinagogas del país judío» (4,43-44).
Ahora se dispone a atravesar de hecho 'pueblos y ciudades'
'proclamando la buena noticia del reino de Dios'. Ya no se afirma que
lo haga 'en' o 'por las sinagogas', como había hecho antes que lo
forzasen a «salir hacia el monte» (c£ 6,12).
EL
SERVICIO, DISTINTIVO DEL GRUPO DE JESÚS
Jesús,
sin embargo, no «atraviesa» la tierra a solas, sino que «lo
acompañaban los Doce» (8, 1b), el nuevo Israel, «y algunas
mujeres, curadas de malos espíritus y enfermedades» (8,2a).
¿Quiénes son estas mujeres y a quién representan? El hecho de
mencionar a algunas de ellas por su nombre indica que se trata de un
grupo muy real, como el que representan los Doce; por otro lado, el
número tres (tres nombres propios) señala una totalidad: «María,
la llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana,
la mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana, y otras muchas que
habían puesto sus bienes al servicio del grupo» (8,2b-3).
Por
primera vez, el grupo de Jesús se presenta como un grupo mixto,
compuesto: por un lado, los Doce, que engloban la totalidad de los
discípulos de origen y tradición israelita, pero en calidad de
nuevo Israel; por otro, las mujeres, representantes de las clases
marginadas (en la línea del recaudador de impuestos Leví y de la
mujer pecadora). El segundo grupo, como le es propio (por haber dado
la adhesión a Jesús después de haber experimentado en su propia
carne los efectos de la marginación social y religiosa), es un grupo
muy liberado: María había estado poseída por «siete demonios»,
es decir, por todas las ideologías contrarias al hombre («demonios»)
que se puedan imaginar («siete»: universalidad), y había quedado
definitivamente libre de ellos en el pasado; además, se predica de
las tres: «las cuales habían sido curadas de malos espíritus y de
enfermedades», es decir, de la manera de pensar de la sociedad
opresora que priva de libertad a la persona y la enferma. Gracias al
mensaje de Jesús, ninguna de ellas ha tenido necesidad de acudir al
psicólogo o al psiquiatra. De los Doce no se ha afirmado, de
momento, que hayan sido liberados de nada. ¿Acaso no estaban
condicionados por los principios que regían aquella sociedad? Más
tarde comprobaremos que serán incapaces de liberar a nadie, pues
participan de la misma mentalidad de la que pretenden liberar al
pueblo.
La
liberación, acabamos de afirmarlo, pertenece ya al pasado. Y es que
el grupo tipificado por las mujeres no se ha quedado en el aspecto
negativo de la liberación, sino que en seguida «han puesto sus
bienes al servicio» de Jesús y de todos los que lo acompañaban. Al
lado de los Doce, que se mostraron tan reacios a aceptar al Mesías
tal como lo entendía y encarnaba Jesús, hay otro grupo de
seguidores, real también, que ha comprendido ya a fondo cuál debe
ser la característica de los verdaderos discípulos: el «servicio»
comunitario, la marca distintiva del grupo predilecto de Jesús.
Se
confirma lo que apuntábamos antes: el contraste entre el fariseo
Simón y la mujer pecadora aparece aquí con todas las letras en el
propio grupo de discípulos: los Doce (representantes del nuevo
Israel y herederos de la promesa) y las tres mujeres (representantes
de un grupo sin fronteras nacionales ni religiosas).
II
En la
primera lectura, David, el rey elegido por Dios, ha pecado
gravemente. No sólo ha cometido adulterio con Betsabé, esposa de
uno de sus generales más leales, sino que además hizo matar al
esposo engañado. Se ha mofado así del mismo Dios, al arrogarse un
derecho abusivo sobre la vida y la muerte en beneficio de sus deseos
depravados, poniendo en entredicho la absolutez de la realeza divina,
única fuente del auténtico derecho. Esto merece un castigo. Pero el
rey reconoce su delito y se manifiesta humildemente arrepentido.
Muestra así la profundidad de su fe, real a pesar de su pecado. Por
eso Dios lo perdona. David quedará para siempre como el ejemplo vivo
del hombre que, sobrepasando sus miserias, se ha situado en la
dinámica divina que, sin desatender la justicia, aplica la
misericordia y el perdón a quien se arrepiente, incluso por delitos
enormes.
En la
segunda lectura, Pablo no cesa de combatir la mentalidad que empuja
al hombre a pensar que gracias a sus buenas acciones tiene derechos
ante Dios. La religión fundada sobre la obediencia a la ley y sobre
un contrato “te he dado y tienes que darme” falsea la verdadera
relación con el Señor. Este tipo de religión condujo al judaísmo
a rechazar el mensaje de misericordia de Jesús, para cerrarse en su
frío esquema de la legalidad vacía. La fe transforma radicalmente
esta mentalidad y nos hace abrirnos al amor divino tal como se ha
mostrado en Jesús.
En el
evangelio, una mujer -¡y qué mujer!- se atreve a estropear una
sobremesa cuidadosamente preparada. La arrogante entrometida no sólo
quebranta las leyes de la buena educación, sino que, además, comete
una infracción de tipo religioso: un ser impuro no debe manchar la
casa de un hombre socialmente puro (un fariseo).
Por
un momento Cristo pierde su dignidad de profeta a los ojos de su
anfitrión: “Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer
que le está tocando, y lo que es: una pecadora”.
Ante
la situación que se ha presentado, Jesús utiliza el recurso de los
sabios: el método socrático de inducir la conclusión correcta a
partir de argumentos correctos. En vez de corregir a su anfitrión,
lo invita a salir de su ignorancia y a reconocer que el verdadero
pecador es él; el fariseo que se cree puro.
La
mujer, a nadie ha engañado: ha repetido los gestos de su oficio; la
misma actitud sensual que ha tenido con todos sus amantes. Pero esta
tarde sus gestos no tienen el mismo sentido. Ahora expresan su
respeto y el cambio de su corazón. El perfume lo ha comprado con sus
ahorros, que son el precio de su “pecado”. Y sin dudarlo rompe el
vaso (cf. Mc 14,3), para que nadie pueda recuperar ni un gramo del
precioso perfume. Una vez más, el gesto fino y elegante.
Salen
aquí a la luz dos dimensiones de la salvación. Por una parte,
estalla la libertad propia del amor. En esta comida el fariseo tenía
todo previsto y preparado. Pero basta con que una mujer empujada por
su corazón entre sin haber sido invitada, y la sobremesa cambia del
todo. Por otra parte, el episodio revela la liberación ofrecida por
Jesús. El Mesías proclama con sus actos y palabras que el hombre ya
no está condenado
a la
esclavitud de la ley y de una religión alienante. El cristiano es un
ser liberado sobre la base de esa fe hecha amor práctico que predica
Jesús: “tu fe te ha salvado”.
En la
antigüedad las prostitutas eran consideradas esclavas; socialmente
no existían. Sin embargo, esta tarde una prostituta escucha las
palabras de absolución y de canonización, porque ha hecho el gesto
sacramental, ha expresado su decisión de cambiar de vida. Así se
coloca a la cabeza del Evangelio. ¿Qué otra cosa pueden significar
las palabras de Cristo “tus pecados están perdonados”? Es lo
mismo que decir: “María, eres una santa”.
Para
la revisión de vida
¿Qué
puesto ocupa el amor en mi vida interior, en mi vida espiritual, en
el sentido de mi vida?
Para
la reunión de grupo
¿Qué
significa que «sus muchos pecados están perdonados porque tiene
mucho amor»?
¿Qué
pensar de aquella expresión de san Agustín, que dice que «ama y
haz lo que quieras»?
Si el
perdón de los pecados lo consigue el amor, ¿cuál es el papel del
sacramento de la confesión?
¿A
qué se debe que el sacramento de la confesión parezca que hoy se
encuentra «colapsado»?
¿Qué
reformas propondría nuestra comunidad cristiana si se le pidiera
elaborar un plan pastoral para reformar la administración del
sacramento de la confesión de forma que se convirtiera en un gesto
creíble, no controlador, amable, comunitario, gozoso?
Para
la oración de los fieles
Para
que nos hagas comprender que el ser humano necesita amor para vivir,
y un amor profundo, roguemos al Señor...
Por
la Iglesia, para que supere su actual situación interior de
crispación que hace que tantos millones de personas se hayan
apartado de ella en el primer mundo...
Para
que el amor pastoral sea puesto en la Iglesia por encima de todo...
Oración
comunitaria
Oh
Misterio infinito, a quien creemos presente en el proceso de la vida
y en la historia del cosmos... Haz que seamos capaces de comprender
que la fuerza que todo lo sostiene es el Amor, y que nosotros mismos
sólo alcanzaremos la felicidad en el Amor. Nosotros te lo pedimos
apoyados en el ejemplo de Jesús, unidos a todos los hombres y
mujeres que te buscan por los muchos caminos. Amén.
Estos
comentarios están tomados de diversos libros, editados por Ediciones
El Almendro de Córdoba, a saber: - Jesús Peláez: La otra lectura
de los Evangelios, I y II. Ediciones El Almendro, Córdoba. - Rafael
García Avilés: Llamados a ser libres. No la ley, sino el hombre.
Ciclo A,B,C. Ediciones El Almendro, Córdoba. - Juan Mateos y
Fernando Camacho: Marcos. Texto y comentario. Ediciones El Almendro.
- Juan. Texto y comentario. Ediciones El Almendro. Más información
sobre estos libros en www.elalmendro.org - El evangelio de Mateo.
Lectura comentada. Ediciones Cristiandad, Madrid. Acompaña siempre
otro comentario tomado de la Confederación Internacional.
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