viernes, 10 de junio de 2016

Domingo, 12 de junio de 2016 DECIMOPRIMER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C lecturas evangelio homilia

LUZ DEL DOMINGO

Domingo, 12 de junio de 2016 DECIMOPRIMER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C

Primera lectura: 2 Samuel 12,7-10. 13
Salmo responsorial: Salmo 31
Segunda lectura: Gálatas 2,6. 19-21

EVANGELIO Lucas 7, 36. 8,3

        “Un fariseo lo invitó a comer con él. Entró en casa del fariseo y se recostó a la mesa. En esto, una mujer conocida en la ciudad como pecadora, al enterarse de que estaba a la mesa en casa del fariseo, llegó con un frasco de perfume, se colocó detrás de él junto a sus pies, llorando, y empezó a regarle los pies con sus lágrimas; se los secaba con el pelo, se los besaba y se los ungía con perfume.
Al ver aquello, el fariseo que lo había invitado dijo para sus adentros:
-Este, si fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo está tocando y qué clase de mujer es: una pecadora.
Jesús tomó la palabra y dijo:
-Simón, tengo algo que decirte.
Él respondió:
-Dímelo, Maestro.
-Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como ellos no tenían con qué pagar, se lo perdonó a los dos. ¿Cuál de ellos le estará más agradecido?
Contestó Simón:
-Supongo que aquel a quien le perdonó más.
Jesús le dijo:
-Has juzgado con acierto.
Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón:
-¿Ves esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me diste agua para los pies; ella, en cambio, me ha regado los pies con sus lágrimas y me los ha secado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró no ha dejado de besarme los pies.Tú no me echaste ungüento en la cabeza; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus pecados, que eran muchos, se le han perdonado, por eso muestra tanto agradecimiento; en cambio, al que poco se le perdona, poco tiene que agradecer.
Y a ella le dijo:
-Tus pecados están perdonados.
49Los comensales empezaron a decirse:
-¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?
Pero él le dijo a la mujer:
-Tu fe te ha salvado; vete en paz.
A continuación fue también él caminando de pueblo en pueblo y de aldea en aldea, proclamando la buena noticia del reinado de Dios. Lo acompañaban los Doce y algunas mujeres, curadas de malos espíritus y enfermedades: María, la llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, la mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana, y otras muchas que les ayudaban con sus bienes.”
COMENTARIOS
I
DOS FORMAS DE ACOGIDA SEGÚN LA CAPACIDAD DE AMAR
Al término del primer tramo de la estructura paralela que estamos examinando, encontramos una perícopa (unidad bien delimitada que tiene sentido por sí misma) donde se ejemplifican dos actitudes contrastadas, actitudes que de hecho se dan ya entre los diversos componentes del grupo de discípulos de Jesús, a fin de que los miembros de las diversas comunidades que van a leerlo y comentarlo examinen sus propias actitudes y disciernan por sí mismos con cuál de los dos personajes se identifican.
Tratándose de la última perícopa del primer tramo de la estructura, podríamos decir que Lucas resume en ella las diversas actitudes con que Jesús se ha topado hasta ahora en Israel, y a la vez se sirve de ella, a manera de puente, para introducir el segundo tramo. Puesto que ya hemos identificado una serie de marcas y de rasgos característicos del «lenguaje» de Lucas, trataremos de relacionarlos y de contrastarlos, a fin de sacarles el meollo. Los cuatro evangelistas describen una escena análoga, pero
con rasgos muy discordes, indicativos de situaciones completamente diversas (véanse Mc 14,3-9; Mt 26,6-13; Jn 12,1-8).
LOS OBSERVANTES Y LOS MARGINADOS DE ISRAEL EN UN PUÑO
Empecemos por el escenario: la «casa del fariseo» Simón (7,36b), como lugar de reunión de todos los que participan de su mentalidad, la comunidad (vv. 37b.44b, subrayada por la repetición) constituida por Simón y los «comensales» (v. 49a). El escenario queda calificado a continuación por la intencionalidad mostrada por el fariseo: «Un fariseo lo invitó a comer con él» (7,36a). Se pone de relieve la función de «comer», siendo el «alimento» sinónimo de enseñanza: participar de una misma mesa comporta, en la mente de un semita, compartir una misma mentalidad. Jesús entra en casa del fariseo y se recuesta a la mesa (vv. 36b.37b.44b, nuevamente muy subrayado).
Los personajes. El primero que aparece en escena es un individuo masculino, descrito con los rasgos típicos de los personajes representativos («cierto», indefinido), perteneciente a una colectividad («de entre los fariseos», v. 36a). Representa, por tanto, una parte o facción de esta colectividad, no todo el partido fariseo. De momento no lleva nombre. Además del partitivo «cierto (individuo) de entre los fariseos», es identificado como «el fariseo» tres veces (vv. 36b.37b.39a). En el preciso momento en que pone en duda que Jesús sea un profeta, éste lo pone en evidencia designándolo por su nombre, «Simón», nombre que se repetirá a partir de ahora también tres veces. Es el único fariseo que lleva nombre en los evangelios sinópticos (de «fariseos» con nombre, sólo encontramos, en Jn 3,1, Nicodemo; en Hch 5,34, Gamaliel, y 23,6, Pablo: «Yo soy fariseo, hijo de fariseos»).
En contrapartida, el segundo personaje es femenino, una «mujer pública» (vv. 37a.39b.47-48; además, «mujer» aparece también en los vv. 44a.44b.50a: es el modo de subrayar al máximo, dentro de un género literario arcaico, la calidad de un personaje), sin nombre, introducido con una locución que los evangelistas emplean con frecuencia para centrar la atención en el personaje en torno al cual gira el relato («y, mirad, una mujer...», v. 37a: se corresponde con el foco de los escenarios; véase 2,25;
5,12; 7,12, etc.). Representa («cierta mujer») el estamento de los marginados por motivos religiosos y sociales por parte de la sociedad teocrática judía.
La descripción detallada que Lucas hace de la mujer, que todos tienen en la ciudad por una «pecadora», deja ya entrever que en ella se ha verificado un giro de ciento ochenta grados: «Y, mirad, una mujer conocida en la ciudad como pecadora, al enterarse de que estaba recostado en la mesa en casa del fariseo, llegó con un frasco de perfume, se colocó detrás de él, junto a sus pies, llorando, y empezó a regarle los pies con sus lágrimas; se los secaba con el pelo, se los besaba y se los ungía con perfume» (7,37-38). Con tres acciones –“regar/secar, besar, ungir” describe de forma tridimensional el sentimiento de profunda gratitud de esta mujer. Volveremos a ello en seguida.
¿QUÉ PINTA UNA PECADORA PÚBLICA EN CASA DE UN FARISEO?
En la escena que examinamos descubrimos una serie de rasgos sorprendentes: un individuo perteneciente al partido fariseo (los observantes y defensores por antonomasia de la Ley) invita a Jesús (vv. 36a.39a.45b, triple repetición tipos en negrilla actuales) «a comer con él», convencido que comparte las mismas ideas y convicciones religiosas, pese a que los dirigentes religiosos (los fariseos y los letrados juristas) hayan rechazado a Jesús (6,11) y que éste les haya reprobado haber frustrado el plan que Dios tenía previsto para ellos (7,30). El fariseo Simón, además, no está sólo, sino que ha invitado también a sus colegas que piensan como él, «los otros comensales» (v. 49a). Jesús, por el contrario, no va acompañado de nadie cuando entra en la casa (vv. 36b.44c).
Un segundo rasgo chocante lo constituye el hecho de que una mujer pública ponga los pies en casa de un fariseo. Simón, por lo que se ve, no es fariseo intransigente, ya que muestra cierta tolerancia hacia los individuos representados por la pecadora, por lo menos mientras Jesús está en su casa. Tampoco los comensales hacen aspavientos, al menos en principio.
Ni el fariseo ni los comensales se atreven a reprochar a Jesús su comportamiento hacia la pecadora, sino que lo formulan en su fuero interno (vv. 39a. 49a). El primero se escandaliza porque Jesús se ha dejado «tocar» por una «mujer pecadora» (7,39b), pues quien toca a un impuro queda él mismo impuro. Como buen fariseo, pese al afecto que profesa a Jesús, continúa creyendo en la validez de la Ley de lo puro e impuro, continúa dividiendo la humanidad entre buenos y malos, entre justos y pecadores, ufano de su condición privilegiada de hombre justo y observante. Los comensales se escandalizan también, pero en un segundo momento: «empezaron a decirse: "¿Quién es éste, que hasta perdona pecados"» (7,49), es decir, no repiten el reproche, sino que, complementándose con aquél, formulan uno más grave. El primero ponía en duda la aureola de «profeta» que rodeaba a Jesús; los segundos en la misma línea que los fariseos y los maestros de la Ley en el caso del paralítico (cf. 5,17.21-22)- se resisten a aceptar que un hombre pueda «perdonar pecados», cosa que ellos reservaban en exclusiva a Dios coronando así la pirámide del poder (Dios - dirigentes - pueblo), pirámide que les permitía excluir y marginar a todos los que no pensaban como ellos.
EL AGRADECIMIENTO, DISTINTIVO DE LA PERSONA LIBERADA
La parábola que encontramos en el centro de la perícopa ilumina y desenmascara dos actitudes contrapuestas, invirtiendo la escala de valores que todos tenían como válida: «"Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios de plata y el otro cincuenta. Como ellos no tenían con qué pagar, hizo gracia (de la deuda) a los dos. ¿Cuál de ellos le estará más agradecido?" Contestó Simón: "Supongo que aquel a quien hizo mayor gracia." Jesús le dijo: "Has juzgado con acierto"» (7,41-43). El número «cinco», factor común a «quinientos» y a «cincuenta», pone en íntima relación los dos deudores y su deuda. El término «hizo gracia» indica que no solamente se les ha perdonado la deuda (aspecto negativo), sino que los ha «agraciado» con un don, el don del Espíritu (aspecto positivo). La experiencia del Espíritu se manifiesta en la capacidad de agradecimiento de uno y otro.
Teniendo en cuenta la descripción que acaba de hacer de los dos personajes, nos damos cuenta de que el observante, el fariseo, tiene una exigua capacidad de agradecimiento, pues está convencido de que se ha ganado a pulso la salvación, a excepción de la pequeña deuda que había contraído. La seguridad personal que le da el cumplimiento de la Ley le impide experimentar plenamente la gratuidad de la salvación. La liberación que experimenta es relativa, pues está condicionada por el lastre de sus prácticas religiosas. La mujer pecadora, en cambio, que ha tocado fondo, tiene mucha más capacidad que el otro de percatarse de la novedad que comporta el mensaje de Jesús y de la nueva e incomparable libertad que ha experimentado al acogerlo.
QUE CADA COFRADE TOME SU VELA
En la aplicación de la parábola, Jesús recalca los rasgos con que Lucas había descrito la actitud de acogida de la persona de Jesús por parte de la pecadora y los contrasta con las omisiones del fariseo: éste no ha sido capaz siquiera de ofrecerle las tradicionales muestras de hospitalidad típicas del mundo oriental: « ¿Ves esta mujer? (¡la que él tanto ha despreciado!). Cuando entré en tu casa no me diste agua para los pies; ella, en cambio, me ha regado los pies con sus lágrimas y me los ha secado con su pelo. Tú no me besaste, ella, en cambio, desde que entró no ha dejado de besarme los pies. Tú no me echaste ungüento en la cabeza; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume» (7,44-46).
El contraste palmario entre «el fariseo» y la mujer «pecadora», personajes que ejemplarizan dos tipos de «deudores» a quienes «se ha hecho gracia» de deuda (500/50 denarios) que nunca hubieran podido saldar (vv. 41-43) y que, no obstante haberse sentido atraídos uno y otro por la persona de Jesús y su mensaje liberador, dan muestras muy diversas de «agradecimiento», sirve para elevar a nivel de paradigma dos actitudes contrapuestas que con toda probabilidad se dan ya entre los mismos discípulos: la del grupo que representa a Israel, compuesto de judíos observantes y religiosos (su única preocupación es la Ley de la pureza / impureza ritual), tipificado por Simón, Santiago y Juan (c£ 5, 1-11), así como por los Doce (cf 6,12-16) y, ahora, por el fariseo Simón (¿es pura coincidencia la homonimia entre Simón «Pedro» y el «fariseo» Simón?), y la del grupo que representa a los marginados de Israel, descreídos y ateos, tipificado por el recaudador de impuestos, Leví (cf. 5,27-32), y, ahora, por la mujer pecadora.
LA CONCIENCIA DEL PERDÓN ACRECIENTA LA CAPACIDAD DE AMAR
La acogida que uno y otro han brindado a Jesús es diametralmente opuesta. Ambos han sido descritos mediante una terna -agua, beso, ungüento- de acciones / omisiones (vv. 38 / 44-46) que son interpretadas como muestras de agradecimiento / de falta de afecto: «Por eso te digo (forma solemne de introducir una aseveración importante): "Sus pecados, que eran muchos, se le han perdonado, por eso muestra tanto agradecimiento; en cambio, al que poco se le perdona, poco tiene que agradecer"» (7,47). Tanto a Simón como a la mujer les ha sido perdonada una deuda personal con anterioridad a la presente escena: la invitación hecha a Jesús para que comiese con él quería ser una muestra de gratitud, pero como el cambio de vida que había experimentado no ha sido profundo, se ha mostrado poco agradecido; la mujer, en
cambio, todo lo contrario, ha dado grandes muestras de agradecimiento por la liberación plena que había experimentado.
El hilo conductor de la secuencia es la actitud agradecida de la mujer por la salvación que ha experimentado gracias a su adhesión a Jesús; por contraste, queda en evidencia la actitud fría y desagradecida del fariseo Simón. En el fondo, la temática es la sólita de Lucas: «justos / pecadores». Aquí se nos explica por qué los justos no son capaces de amar y, por tanto, de dar una adhesión plena y confiada a Jesús: porque se les ha perdonado poco y no han tomado conciencia de que la deuda, por pequeña que les pareciese, nunca la habrían podido enjugar; no están capacitados para valorar la gracia del perdón, ya que son unos autosuficientes. Los pecadores, en cambio, tienen concien-cia clara de la absoluta gratitud del perdón y se adhieren plenamente y sin reservas a Jesús, gracias al cual se han sentido liberados.
Hemos visto la última secuencia del primer tramo de la estructura paralela. Por cuarta vez se formula en el marco de esta estructura la cuestión sobre la identidad de Jesús: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo», en boca de Israel (D); « ¿Eres tú el que tenía que llegar o esperamos a otro?», en boca del Precursor (E); «Este, si fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo está tocando: una pecadora», en boca de Simón (Fi); «¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?», en boca de los comensales (F2). Jesús ha ido mostrando toda su capacidad liberadora: curando al esclavo del centurión romano, representante del paganismo (C); resucitando al hijo único de la viuda de Naín, representante del pueblo de Israel (D); respondiendo a la interpelación de Juan con toda clase de signos liberadores (E) y dejando constancia una vez más de que el Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados (F: cf. 5,24). La liberación es condición previa para que el mensaje pueda ser proclamado.
JESÚS TOMA POSESIÓN DE LA TIERRA PROMETIDA
Con la fórmula «también él» Lucas nos indica, una vez más, que tiene ante los ojos un paradigma veterotestamentario. En el caso presente, el personaje aludido es sin duda Abrahán, a quien Dios prometió dar en herencia toda la tierra que atravesase. «Levántate, atraviesa la tierra a lo largo y a lo ancho, porque te la daré» (Gn 13,17). Jesús, como nuevo Abrahán, toma posesión, para el nuevo Israel, de la tierra prometida, 'atravesando' -la misma 'tierra', sin duda, que había 'atravesado' Abrahán (por eso no se explicita el objeto del 'atravesar')- de pueblo en pueblo y de aldea en aldea.
La referencia a la proclamación de la buena noticia sobre la llegada del reinado de Dios se presenta aquí por segunda vez. La primera servía de conclusión de la sección programática, donde el propio Jesús declaraba: «"También a las otras ciudades tengo que dar la buena noticia del reino de Dios, pues para eso me han enviado." Y anduvo predicando por las sinagogas del país judío» (4,43-44). Ahora se dispone a atravesar de hecho 'pueblos y ciudades' 'proclamando la buena noticia del reino de Dios'. Ya no se afirma que lo haga 'en' o 'por las sinagogas', como había hecho antes que lo forzasen a «salir hacia el monte» (c£ 6,12).
EL SERVICIO, DISTINTIVO DEL GRUPO DE JESÚS
Jesús, sin embargo, no «atraviesa» la tierra a solas, sino que «lo acompañaban los Doce» (8, 1b), el nuevo Israel, «y algunas mujeres, curadas de malos espíritus y enfermedades» (8,2a). ¿Quiénes son estas mujeres y a quién representan? El hecho de mencionar a algunas de ellas por su nombre indica que se trata de un grupo muy real, como el que representan los Doce; por otro lado, el número tres (tres nombres propios) señala una totalidad: «María, la llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, la mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana, y otras muchas que habían puesto sus bienes al servicio del grupo» (8,2b-3).
Por primera vez, el grupo de Jesús se presenta como un grupo mixto, compuesto: por un lado, los Doce, que engloban la totalidad de los discípulos de origen y tradición israelita, pero en calidad de nuevo Israel; por otro, las mujeres, representantes de las clases marginadas (en la línea del recaudador de impuestos Leví y de la mujer pecadora). El segundo grupo, como le es propio (por haber dado la adhesión a Jesús después de haber experimentado en su propia carne los efectos de la marginación social y religiosa), es un grupo muy liberado: María había estado poseída por «siete demonios», es decir, por todas las ideologías contrarias al hombre («demonios») que se puedan imaginar («siete»: universalidad), y había quedado definitivamente libre de ellos en el pasado; además, se predica de las tres: «las cuales habían sido curadas de malos espíritus y de enfermedades», es decir, de la manera de pensar de la sociedad opresora que priva de libertad a la persona y la enferma. Gracias al mensaje de Jesús, ninguna de ellas ha tenido necesidad de acudir al psicólogo o al psiquiatra. De los Doce no se ha afirmado, de momento, que hayan sido liberados de nada. ¿Acaso no estaban condicionados por los principios que regían aquella sociedad? Más tarde comprobaremos que serán incapaces de liberar a nadie, pues participan de la misma mentalidad de la que pretenden liberar al pueblo.
La liberación, acabamos de afirmarlo, pertenece ya al pasado. Y es que el grupo tipificado por las mujeres no se ha quedado en el aspecto negativo de la liberación, sino que en seguida «han puesto sus bienes al servicio» de Jesús y de todos los que lo acompañaban. Al lado de los Doce, que se mostraron tan reacios a aceptar al Mesías tal como lo entendía y encarnaba Jesús, hay otro grupo de seguidores, real también, que ha comprendido ya a fondo cuál debe ser la característica de los verdaderos discípulos: el «servicio» comunitario, la marca distintiva del grupo predilecto de Jesús.
Se confirma lo que apuntábamos antes: el contraste entre el fariseo Simón y la mujer pecadora aparece aquí con todas las letras en el propio grupo de discípulos: los Doce (representantes del nuevo Israel y herederos de la promesa) y las tres mujeres (representantes de un grupo sin fronteras nacionales ni religiosas).
II
En la primera lectura, David, el rey elegido por Dios, ha pecado gravemente. No sólo ha cometido adulterio con Betsabé, esposa de uno de sus generales más leales, sino que además hizo matar al esposo engañado. Se ha mofado así del mismo Dios, al arrogarse un derecho abusivo sobre la vida y la muerte en beneficio de sus deseos depravados, poniendo en entredicho la absolutez de la realeza divina, única fuente del auténtico derecho. Esto merece un castigo. Pero el rey reconoce su delito y se manifiesta humildemente arrepentido. Muestra así la profundidad de su fe, real a pesar de su pecado. Por eso Dios lo perdona. David quedará para siempre como el ejemplo vivo del hombre que, sobrepasando sus miserias, se ha situado en la dinámica divina que, sin desatender la justicia, aplica la misericordia y el perdón a quien se arrepiente, incluso por delitos enormes.
En la segunda lectura, Pablo no cesa de combatir la mentalidad que empuja al hombre a pensar que gracias a sus buenas acciones tiene derechos ante Dios. La religión fundada sobre la obediencia a la ley y sobre un contrato “te he dado y tienes que darme” falsea la verdadera relación con el Señor. Este tipo de religión condujo al judaísmo a rechazar el mensaje de misericordia de Jesús, para cerrarse en su frío esquema de la legalidad vacía. La fe transforma radicalmente esta mentalidad y nos hace abrirnos al amor divino tal como se ha mostrado en Jesús.
En el evangelio, una mujer -¡y qué mujer!- se atreve a estropear una sobremesa cuidadosamente preparada. La arrogante entrometida no sólo quebranta las leyes de la buena educación, sino que, además, comete una infracción de tipo religioso: un ser impuro no debe manchar la casa de un hombre socialmente puro (un fariseo).
Por un momento Cristo pierde su dignidad de profeta a los ojos de su anfitrión: “Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que le está tocando, y lo que es: una pecadora”.
Ante la situación que se ha presentado, Jesús utiliza el recurso de los sabios: el método socrático de inducir la conclusión correcta a partir de argumentos correctos. En vez de corregir a su anfitrión, lo invita a salir de su ignorancia y a reconocer que el verdadero pecador es él; el fariseo que se cree puro.
La mujer, a nadie ha engañado: ha repetido los gestos de su oficio; la misma actitud sensual que ha tenido con todos sus amantes. Pero esta tarde sus gestos no tienen el mismo sentido. Ahora expresan su respeto y el cambio de su corazón. El perfume lo ha comprado con sus ahorros, que son el precio de su “pecado”. Y sin dudarlo rompe el vaso (cf. Mc 14,3), para que nadie pueda recuperar ni un gramo del precioso perfume. Una vez más, el gesto fino y elegante.
Salen aquí a la luz dos dimensiones de la salvación. Por una parte, estalla la libertad propia del amor. En esta comida el fariseo tenía todo previsto y preparado. Pero basta con que una mujer empujada por su corazón entre sin haber sido invitada, y la sobremesa cambia del todo. Por otra parte, el episodio revela la liberación ofrecida por Jesús. El Mesías proclama con sus actos y palabras que el hombre ya no está condenado
a la esclavitud de la ley y de una religión alienante. El cristiano es un ser liberado sobre la base de esa fe hecha amor práctico que predica Jesús: “tu fe te ha salvado”.
En la antigüedad las prostitutas eran consideradas esclavas; socialmente no existían. Sin embargo, esta tarde una prostituta escucha las palabras de absolución y de canonización, porque ha hecho el gesto sacramental, ha expresado su decisión de cambiar de vida. Así se coloca a la cabeza del Evangelio. ¿Qué otra cosa pueden significar las palabras de Cristo “tus pecados están perdonados”? Es lo mismo que decir: “María, eres una santa”.
Para la revisión de vida
¿Qué puesto ocupa el amor en mi vida interior, en mi vida espiritual, en el sentido de mi vida?
Para la reunión de grupo
¿Qué significa que «sus muchos pecados están perdonados porque tiene mucho amor»?
¿Qué pensar de aquella expresión de san Agustín, que dice que «ama y haz lo que quieras»?
Si el perdón de los pecados lo consigue el amor, ¿cuál es el papel del sacramento de la confesión?
¿A qué se debe que el sacramento de la confesión parezca que hoy se encuentra «colapsado»?
¿Qué reformas propondría nuestra comunidad cristiana si se le pidiera elaborar un plan pastoral para reformar la administración del sacramento de la confesión de forma que se convirtiera en un gesto creíble, no controlador, amable, comunitario, gozoso?
Para la oración de los fieles
Para que nos hagas comprender que el ser humano necesita amor para vivir, y un amor profundo, roguemos al Señor...
Por la Iglesia, para que supere su actual situación interior de crispación que hace que tantos millones de personas se hayan apartado de ella en el primer mundo...
Para que el amor pastoral sea puesto en la Iglesia por encima de todo...
Oración comunitaria
Oh Misterio infinito, a quien creemos presente en el proceso de la vida y en la historia del cosmos... Haz que seamos capaces de comprender que la fuerza que todo lo sostiene es el Amor, y que nosotros mismos sólo alcanzaremos la felicidad en el Amor. Nosotros te lo pedimos apoyados en el ejemplo de Jesús, unidos a todos los hombres y mujeres que te buscan por los muchos caminos. Amén.

Estos comentarios están tomados de diversos libros, editados por Ediciones El Almendro de Córdoba, a saber: - Jesús Peláez: La otra lectura de los Evangelios, I y II. Ediciones El Almendro, Córdoba. - Rafael García Avilés: Llamados a ser libres. No la ley, sino el hombre. Ciclo A,B,C. Ediciones El Almendro, Córdoba. - Juan Mateos y Fernando Camacho: Marcos. Texto y comentario. Ediciones El Almendro. - Juan. Texto y comentario. Ediciones El Almendro. Más información sobre estos libros en www.elalmendro.org - El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Ediciones Cristiandad, Madrid. Acompaña siempre otro comentario tomado de la Confederación Internacional.

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