sábado, 28 de marzo de 2020

lecturas domingo 29 de marzo 5º cuaresma comentario

HOY ES DOMINGO

Lecturas y comentario - V domingo de Cuaresma ciclo A-
Domingo 29 marzo 2020




Comentario:
Hace unos años, en un viaje, al bajarme del coche, me topé con el Premio Cervantes José Jiménez Lozano, ya difunto; nos fuimos a tomar café, hablamos sobre la muerte de una amiga común, Lola Miranda Durán, joven profesora de filosofía; él me dijo que cada día se acercaba a Valladolid para asistir a misa, que no iba a la iglesia de su pueblo pues el sacerdote cantaba:  La misa es una fiesta muy alegre. ¿No era esto una tragedia? -preguntó.

José Jiménez Lozano

Si Grecia nos enseñó a pensar y representar teatralmente la tragedia, Israel  la vivió. No es lo mismo pensar y hacer teatro que vivir. Y sin embargo, la persona es capaz de ser a la vez Grecia e Israel. Pensar objetivamente es necesario, pero vivir lo pensado o pensar lo vivido puede convertir a la persona en poesía. La persona no es sólo el relato novelesco de acontecimientos objetivos; cuando damos un paso hacia adelante, accedemos a la poesía. Israel está más cerca de la poesía. Cuando alguien nos cuenta su vida, o la vida de otro de forma objetiva, percibimos que le faltan las emociones, la vida, el alma. Israel, buscando la tierra prometida al salir de Egipto, se topa con su propia alma, tiene que encontrar dentro de ella la tierra prometida. Esta tierra está primeramente dentro de nosotros; por ello es necesaria la conversión.

Si el domingo anterior nos centramos en el ciego que recupera la vista, este domingo nos presenta la Iglesia el relato de Lázaro muerto; revivido. Si el ciego era eso sólo, ciego, así lo conocían, por su carencia, hoy se nos presenta al hombre muerto; Lázaro, al perder la vida, carece de todo; y sin embargo, la vida no se olvida de él. “Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío… os infundiré mi espíritu y viviréis”. Otra vez Dios se nos presenta ante la oración del hombre “desde lo hondo a ti grito, Señor”.  Pero en este tiempo angustioso de epidemias no quisiera yo sacaros de la angustia, no quisiera distraer vuestra atención de ella, de la enfermedad y de la muerte, pues forman parte de nuestra vida; quisiera que la mirásemos a la cara, para ver lo que también somos nosotros: tragedia. En una ocasión, el filósofo madrileño Miguel García-Baró López, en una conferencia en el Colegio Español de Roma, recuerdo que nos dijo: el sufrimiento no tiene explicación, pues entonces tendría justificación y hay sufrimientos, tragedias que no pueden ni ser explicadas ni justificadas; y lleva razón, pero a esto hay que añadir: si lo trágico en nosotros supera las explicaciones, nuestra grandeza también supera las explicaciones y las justificaciones: el amor, la vida, la resurrección. Por ello, la persona que se construye en diálogo consigo mismo, con los demás, con Dios, da un paso hacia adelante convirtiendo lo trágico en poesía.  Pero como si fuésemos hegelianos, que no lo somos, podemos afirmar que lo poético encierra dentro de sí a la tragedia, superándola. Jesucristo después de su resurrección se presentará a sus discípulos, pero con el rastro de la muerte, con las señales de la cruz; será Tomás, de espíritu griego, quien sea invitado a meter el dedo en los agujeros de la cruz. La poesía balbucea el misterio del Hombre y de Dios.

Lola Miranda Durán en Roma

Para terminar este comentario quisiera aludir a un texto del teólogo  Balthasar sobre Marta y María:
<<Como paradigma de esta angustia cristiana puede tomarse en el Evangelio la angustia de aquellas amigas de Jesús, las hermanas de Lázaro, Marta y María, que, como lo demuestran su amistad con Jesús y su actitud ante Él (Jn 11), eran perfectas creyentes, y cuya angustia les está impuesta por el Señor mismo, cuando, ante su apremiante ruego de acudir a auxiliarlas, permanece mudo y se demora, para dar tiempo a Lázaro tiempo de morir y a ellos tiempo de angustiarse, “a fin de que el Hijo de Dios sea glorificado. Privadas de la persona que más querían en la tierra, y aparentemente abandonadas en ese despojo por el que amaban en el cielo, estas hermanas se parecen al doliente Job, cuya angustia penetra tan lejos por el Nuevo Testamento. Y, sin embargo, esta angustia impuesta -impuesta por la participación en la Cruz, aun antes de que ésta fuera erigida; impuesta a los miembros antes de que sufriera la cabeza-, es una angustia profundamente diversa de la de Job, porque es angustia en el amor encarnado, en la paciencia entregada, aun sin entender, angustia sin crispación, sin rebelión, sin patetismo: tomada inmediatamente de la fuente del Cordero angustiado, que, llevado al sacrificio, no abre la boca. Todo lo que recuerde la discusión de Job con Dios sobre su razón, todas las preguntas impetuosas: “Por qué” y “¿Hasta cuándo?” Faltan aquí: sólo queda el estar dispuesto, en plena ceguera estremecida. Pero aún más característico es que esta angustia se imponga dentro de la preocupación por el prójimo. Job está solo porque no tiene posibilidad de relacionar su sufrimiento con nadie más. Las hermanas quedan solitarias en medio de una preocupación que las domina, por el hermano agonizante, y aún más por el Señor  a quien sirven humana y cristianamente: su existencia se define por este servicio activo y contemplativo. Y este servicio al Señor, como punto de partida de la angustia, ha sido un servicio del gozo. Desde el gozo en el Señor han sido llevadas a compartir las preocupaciones del Señor por el prójimo, y desde esa preocupación compartida, a compartir el sufrimiento y la angustia…
…teniendo el cristianismo su resumen en el “nuevo mandato” del Señor -amar al prójimo como a uno mimo y aún más que a uno mismo, porque nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos (Jn 15,13), e incluso por sus enemigos (Rm 5,10)- sólo puede tener su punto de partida la angustia cristiana en la preocupación amorosa por el prójimo, amigo o enemigo, del cual no se puede desolidarizar el creyente al dar el salto entrando en Dios, y al cual no puede abandonar a su destino, debiendo tomarle consigo y arrastrarle al saltar tomando su lugar, en una comunidad de salvación que nada disolverá…>>
Hans Urs von Balthasar, El cristianismo y la angustia, traducción de José María Valverde, Caparrós editores.

Lecturas domingo V de Cuaresma ciclo A

Lectura de la profecía de Ezequiel 37, 12-14

Así dice el Señor:
—«Yo mismo abriré vuestros sepulcros,
y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío,
y os traeré a la tierra de Israel.
Y, cuando abra vuestros sepulcros
y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío,
sabréis que soy el Señor.
Os infundiré mi espíritu, y viviréis;
os colocaré en vuestra tierra
y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago».
Oráculo del Señor.
Palabra de Dios.

Salmo responsorial: Salmo 129:

Del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa.

Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica. R.

Si llevas cuentas de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
así infundes respeto. R.

Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.
Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora. R.

Porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos. R.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 8-11
Hermanos:
Los que viven sujetos a la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo.
Pues bien, si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justificación obtenida. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.
Palabra de Dios.


EVANGELIO

Lectura del santo evangelio según san Juan 11, 3-7. 17. 20-27. 33b-45

En aquel tiempo, las hermanas mandaron recado a Jesús, diciendo:
—«Señor, tu amigo está enfermo».
Jesús, al oírlo, dijo:
—«Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella».
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba.
Sólo entonces dice a sus discípulos:
—«Vamos otra vez a Judea».
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado.
Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús:
—«Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá».
Jesús le dijo:
—«Tu hermano resucitará».
Marta respondió:
—«Sé que resucitará en la resurrección del último día».
Jesús le dice:
—«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».
Ella le contestó:
—«Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».
Jesús sollozó y, muy conmovido, preguntó:
—«¿Donde lo habéis enterrado?».
Le contestaron:
—«Señor, ven a verlo».
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban:
—«¡Cómo lo quería!».
Pero algunos dijeron:
—«Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?».
Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa.
Dice Jesús:
—«Quitad la losa».
Marta, la hermana del muerto, le dice:
—«Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días».
Jesús le dice:
—«¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?».
Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo:
—«Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado».
Y dicho esto, gritó con voz potente:
—«Lázaro, ven afuera».
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo:
—«Desatadlo y dejadlo andar».
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.
Palabra del Señor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario