sábado, 13 de febrero de 2021

lecturas y comentario domingo 14 de febrero de 2021

 LUZ DEL DOMINGO

Lecturas y comentario a las lecturas del domingo 14 de febrero de 2020.


José Antonio Espejo Zamora


Comentario a las lecturas:


En el relato del Génesis se nos dice que Dios creó el paraíso; de Él no podía surgir otra cosa; de la misma manera, vemos cómo de Jesús surge la liberación del hombre y su vuelta a la comunidad de la que había sido expulsado.


Paraíso, armonía y belleza vienen a significar lo mismo; la convivencia de los contrarios en paz: 


“Habitará el lobo con el cordero,

el leopardo se tumbará con el cabrito,

el ternero y el león pacerán juntos: un muchacho será su pastor. 

La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas;

el león como el buey, comerá paja.

El niño de pecho retoza junto al escondrijo de la serpiente,

y el recién destetado extiende la mano hacia la madriguera del áspid.” (Is. 11, 6-8)


A lo largo de la historia del arte, los arquitectos, pintores, escultores, músicos, a partir de formulas matemáticas, han conseguido reflejar en su obra el paraíso; cuando nos acercamos a un edificio del Renacimiento o de la Grecia clásica, cuando contemplamos una escultura o pintura, cuando nos sumergimos en la música de Joan Sebastian Bach o en la de Wagner, quizás no sepamos descifrar ni el trabajo ni las fórmulas matemáticas que hay detrás de esas obras; de lo que sí es capaz el hombre es de leer con su alma la belleza que nace de esa obra, sentir que se es elevado al paraíso; o como Santa Teresa, caer ante un crucificado para, a través de la oración, entrar en comunión con Dios.


El paraíso perdido late en la historia de la humanidad como una herida;  en la primera lectura, vemos cómo el leproso es declarado impuro y expulsado de la comunidad, cómo Adán y Eva lo fueron del paraíso, buscando que la mayoría, esto es, la comunidad, pueda convivir lo más armónicamente posible; recuerdo, en aquella facultad donde estudié, que las mentes, autodenominadas como las más abiertas, se sonreían al mirar al pasado y constatar los errores de aquella lejana historia bíblica que excluía al enfermo declarándolo impuro; no sé si ahora siguen sonriéndose al constatar cómo ante la pandemia del coronavirus sanos y enfermos hemos sido declarados impuros prohibiéndosenos la convivencia en nombre de los expertos y de la cultura laicista. En este caso, la convivencia que hace posible la comunidad y el surgimiento de los pueblos, ha sido prohibida.


El pálpito constante por recuperar el paraíso perdido llevó a Tomás Moro a soñar con la isla Utopía; a Marx, con una sociedad sin clases; a Hitler, con un pueblo de raza aria; al liberalismo económico, con una sociedad de éxito científico-técnico; sin embargo, aún esperamos la irrupción del mismo.


Sabemos que Jesucristo correrá el mismo destino que los leprosos, será apartado de la comunidad para que ésta siga conservándose; sin embargo, en el evangelio vemos cómo Jesucristo libera al leproso de la enfermedad haciendo posible su vuelta a la comunidad. Es curioso que no es  ni la religión ni el sacerdote el que cura, sino Dios mismo, que en ese encuentro personal entre su Hijo y el hombre, queda éste sano y reconstruida la comunidad rota. Hay que ir más allá de lo aparente, esto es, de las estructuras sociales, y por ello convencionales, para llegar desde el fondo del alma a contactar con la fuente de la belleza donde la obra de arte palidece ante el encuentro vivo de la criatura con su creador.

En la segunda lectura, dice Pablo que, a imitación de Cristo, él busca no su propio bien sino el de la mayoría; ambos trabajan por el bien de la comunidad, pero no por exigencia de ésta sino como expresión del amor de Cristo a cada individuo de los que están compuestos los pueblos, pues cuando la comunidad exige la exclusión del diferente, se autoaniquila, pasando del bien común al bien de un grupo que pide no la convivencia de los contrarios, sino la eliminación del otro. No es, por tanto, posible el paraíso si falta la libertad y la diferencia o el diferente.


Vayamos a la vida concreta; podríamos comenzar analizando la propia alma ¿Qué hay en mí que yo he excluido de mí mismo? ¿Cualidades, defectos, miedos…?; ¿Qué o a quién excluyo de mi familia o de la comunidad a la que pertenezco? ¿He perdido la capacidad de elevarme con la contemplación de una obra de arte? ¿He perdido la capacidad para la oración y, con ello, la posibilidad de encontrarme con el que me puede sanar? ¿A quién excluyo de la Iglesia, de la comunidad, de mi pueblo, del trabajo?

José Antonio Espejo Zamora


Primera lectura

Lectura del libro del Levítico (13,1-2.44-46)


El Señor dijo a Moisés y a Aarón: «Cuando alguno tenga una inflamación, una erupción o una mancha en la piel, y se le produzca la lepra, será llevado ante Aarón, el sacerdote, o cualquiera de sus hijos sacerdotes. Se trata de un hombre con lepra: es impuro. El sacerdote lo declarará impuro de lepra en la cabeza. El que haya sido declarado enfermo de lepra andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: "¡Impuro, impuro!" Mientras le dure la afección, seguirá impuro; vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento.»


Palabra de Dios


Salmo

Sal 31,1-2.5.11


R/. Tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación


Dichoso el que está absuelto de su culpa,

a quien le han sepultado su pecado;

dichoso el hombre a quien el Señor 

no le apunta el delito. R/.


Había pecado, lo reconocí,

no te encubrí mi delito;

propuse: «Confesaré al Señor mi culpa» 

y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. R/.


Alegraos, justos, y gozad con el Señor;

aclamadlo, los de corazón sincero. R/.



Segunda lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (10,31–11,1)


Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios. No deis motivo de escándalo a los judíos, ni a los griegos, ni a la Iglesia de Dios, como yo, por mi parte, procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propio bien, sino el de la mayoría, para que se salven. Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo.


Palabra de Dios



Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,40-45)


En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme.»

Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio.» 

La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio.

Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.»

Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo, se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.


Palabra del Señor



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