sábado, 20 de febrero de 2021

primer domingo de cuaresma, domingo 21 febrero 2021 comentario a las lecturas

Luz del Domingo


José Antonio Espejo Zamora

El Desierto


Jesús es llevado al desierto por el Espíritu.


Por desierto entendemos ese espacio, esa situación vital donde mi mundo se derrumba, esto es, todo lo que hay en mí de falsedad; ir al desierto es confrontarte no sólo con las mentiras asumidas como propias y que hemos aprendido desde pequeños sino también con aquellas con las que uno mismo ha construido su vida. En el desierto, hay un momento donde la sed se apodera de nosotros en un lugar cuya característica principal es que no hay nada que pueda saciar la sed; el desierto, además, no tiene caminos; las huellas con los que otros han podido marcar la arena han desaparecido; así, el que cae en el desierto tiene que crear su propio camino, marcar con sus huellas su salida, pisadas que serán borradas por el viento; sólo hay un punto de referencia que me permite cada noche buscar la salida, mirar las estrellas o durante el día seguir el camino que el Sol recorre. San Juan de la Cruz describe en dos ocasiones el desierto, dos noches oscuras, y lo que a él le permitió salir de ese desierto fue fijar los ojos en Dios, que como al mirar al Sol, su luz nos ciega impidiendo ver, así, deslumbrados, ciegos por el exceso de luz, cada persona debe crear su propio camino; guiados por Dios sin que Él pueda sustituirnos, sin que podamos realmente seguir sus huellas, pues Él espera de nosotros que desde la libertad recuperada en el desierto, realicemos nuestro propio camino, nuestra propia vida. Jesús es impulsado por el Espíritu al desierto para ser Él mismo, esto es, el Hijo de Dios, esto es, Jesucristo.


Albert Camus, en El mito de Sísifo nos describe una de las causas por las que el hombre puede caer en el desierto:

“Suele suceder que los decorados se derrumben. Despertar, tranvía, cuatro horas de oficina o de fábrica, comida, tranvía, cuatro horas de trabajo, cena, sueño y lunes, martes, miércoles, jueves, viernes y sábado al mismo ritmo, es una ruta fácil de seguir la mayoría del tiempo. Pero un día surge el <<por qué>> y todo comienza con esa lasitud teñida de asombro. <<Comienza>>, eso es importante. La lasitud está al final de los actos de una vida maquinal, pero inaugura al mismo tiempo el movimiento de la conciencia. Lo despierta y provoca la continuación. La continuación es la vuelta inconsciente a la cadena, o el despertar definitivo… Así mismo, y durante todos los días de una vida sin brillo, el tiempo nos lleva. Pero llega siempre un momento en que hay que llevarlo a él…”


El despertar de una vida maquinal nos lleva al desierto, a tomar conciencia de lo absurdo de nuestra vida; aún más, nos damos cuenta de que hemos vivido la vida de otros. La muerte de un ser querido, la pérdida del trabajo, o simplemente ser suficientemente inteligente para tomar conciencia de la propia realidad, o bien, como Dante en Beatrice, quedar deslumbrado por la belleza, iluminado por el amor para descubrir que para uno puede haber una vida mejor; todo estas experiencias y otras muchas nos pueden conducir al desierto. 


En el desierto puede uno permanecer toda la vida, como Camus, que no es capaz de superar el absurdo de la vida o salir de él con una vida propia como Jesucristo, San Juan de la Cruz, Santa Teresa, Teresa de Calcuta… Aquí cabe preguntarse si la experiencia vital de Camus es la cumbre de cualquier vida o son la experiencias nacidas en torno a Jesucristo las que nos indican que tras el desierto hay mucho más y que todo ser humano puede llegar, después de atravesar el desierto a esa vida personal donde ésta adquiere pleno sentido  a la luz del Sol, de Dios.


Si observamos la política internacional, vemos cómo en nuestro mundo occidental en todos los países, se dan los mismo debates, se ponen sobre la mesa los mismos problemas y las mismas soluciones; esto nos hace pensar que los protagonistas de nuestra vida social, cultural, económica y política no tienen vida propia sino que como marionetas son otros los que mueven los hilos, tocan el tambor para hacer que bailemos todos al mismo ritmo. ¿Quiénes mueven los hilos? Lo ignoro, pero de lo que sí podemos estar seguros es de que unos tocan la trompeta y todos bailamos. El sonido de la trompeta nos llega a través de los medios de comunicación, del sistema educativo… pensemos en un maestr@ que prepara en infantil a los niñ@ para celebrar Halloween, el maest@ puede sentir que su vida esta llena de sentido por el trabajo realizado; sin embargo, es el último escalón de una escalera que comenzó cuando el músico tocó la trompeta, el sonido llegó al ministerio de cultura, el cual reprodujo el sonido al que bailaron los consejeros de educación de las distintas autonomías y ahora el maestr@ y los niñ@ bailan y cantan a su son; después, el niñ@ y el maestr@ se van a su casa; mientras comen, ven la tele y salen niñ@s y maestr@s de otros colegios haciendo lo que ellos han hecho; uno puede sentir que ha hecho lo debido y con ello ha entrado a formar parte de un gran grupo de baile en una gran discoteca o bien uno se da cuenta de que no es más que una marioneta que ha bailado al son que le han tocado. Y quien dice maestr@s puede decir alcald@ o concejal@s…

Entrar en el desierto por la propia voluntad, como nos enseñan las escrituras, San Juan de la Cruz o la Cuaresma, no es la búsqueda de un periodo vital donde me puedo perder, sino como en la Beatriz de Dante yo he visto la Belleza, sé que hay una vida personal para mí y allí me dirijo iluminado por Dios.




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