LUZ DEL DOMINGO
Domingo, 15 de marzo de 2015
CUARTO DOMINGO DE CUARESMA
CICLO B
CUARTO DOMINGO DE CUARESMA
CICLO B
Dílar - Granada -
Primera
lectura: 2 Crónicas 36,14-16.19-23
Salmo interleccional: Salmo 136
Segunda lectura: Efesios 2,4-10
Salmo interleccional: Salmo 136
Segunda lectura: Efesios 2,4-10
EVANGELIO: Juan 3, 14-21
"14Lo
mismo que en el desierto Moisés levantó en alto la serpiente, así tiene que
ser levantado el Hombre, 15para que todo el que lo haga objeto
de su adhesión tenga vida definitiva. 16Porque así demostró
Dios su amor al mundo, llegando a dar a su Hijo único, para que todo el que le
presta su adhesión tenga vida definitiva y ninguno perezca. 17Porque
no envió Dios el Hijo al mundo para que dé sentencia contra el mundo, sino para
que el mundo por él se salve. 18E1 que le presta adhesión no
está sujeto a sentencia: el que se niega a prestársela ya tiene la sentencia,
por su negativa a prestarle adhesión en su calidad de Hijo único de Dios.
19Ahora bien, ésta es la sentencia: que la luz ha venido al mundo y los
hombres han preferido las tinieblas a la luz, porque su modo de obrar era
perverso. 20Todo el que obra con bajeza, odia la luz y no se
acerca a la luz, para que no se le eche en cara su modo de obrar. 21En
cambio, el que pone en práctica la lealtad se acerca a la luz, y así se manifiesta
su modo de obrar, realizado en unión con Dios."
COMENTARIOS
I
SER
MAESTRO
Parroquia Dílar
En el griego común hay dos palabras para designar al maestro:
"didáskalos" significa hacer saber, enseñar, saber teórico, y
"epistátês" (de "epístêmi": estar sobre) con que se
denomina a quien tiene experiencia y sabe hacer lo que conviene en cada
momento: saber práctico.
El verdadero maestro reunía el saber teórico-práctico: sabía y sabía hacer;
por eso jugaba en la vida con ventaja sobre los otros. A sus pies se sentaban
los discípulos (en griego "mathêtai": aprendices), quienes se
convertían en acólitos (seguidores) del maestro, compartiendo la vida con él.
El maestro les enseñaba a vivir: ésta era su razón de ser.
En el país de Jesús, al maestro le llamaban Rabí, que quiere decir "mi
señor". Con esta palabra de la lengua aramea, que Jesús hablaba, se
designaba tanto al que es mucho como al que tiene mucho de grandeza, dignidad,
poder o cualidades, aquél que sobresale en la vida.
A maestro se llegaba con los años; de ahí que maestro (del latín:
"magister" = el que es más) y señor (también del latín
"senior": más viejo) fueran sinónimos. Para ser maestro se necesitaba
acumular durante años experiencia de vida y conocimientos.
El maestro, en el mundo griego, reunía a sus alumnos (= alimentados) en la
escuela, palabra ésta de origen griego que significaba "ocio" y pasó,
más tarde, a indicar el lugar donde, en los ratos de ocio, se reunía la gente
en torno al maestro para estudiar letras, filosofía y otras ciencias...
El saber no se había profesionalizado todavía e interesaba a alumnos y
maestros porque enseñaba a vivir e incidía en la vida.
Hoy, en nuestro mundo, han cambiado las cosas. Apenas quedan maestros. Eso
sí, proliferan los especialistas del saber, ese ejército numeroso de
profesionales que han dividido al hombre y al mundo en parcelas de estudio y
que, conociendo ampliamente una parcela, no tienen una perspectiva global de
humanidad. Por eso, para aprender a vivir -esa rara asignatura ausente de
nuestros planes de estudio- necesitamos muchos especialistas; antes bastaba con
un maestro.
Sin embargo, yo sigo pensando que nuestro mundo necesita maestros a la
antigua usanza. Hombres modélicos a quienes miren las nuevas generaciones para
aprender a sobrevivir en medio de esta marejadilla de sociedad que consume los
modelos antes de desgastarlos.
Jesús de Nazaret fue un maestro en el sentido pleno de la palabra, aunque
ni siquiera sabemos si empleó sus ratos de ocio en ir a la escuela. Como buen
maestro enseñó a un puñado de discípulos a vivir. Quienes vivieron con él
aprendieron un estilo de vida y de humanidad, difícilmente superable.
Él, que era el maestro (= el que más) se hizo ministro (= el que menos,
servidor) y sentó su cátedra en la cruz, a la que subió por haber ejercido un
magisterio auténtico, cuya única razón de ser era enseñar a vivir de otro modo
y devolver la vida al pueblo, vida que los
maestros-señores-dominadores-sabedores de la época le habían quitado.
"Todo el que crea en él -dice el evangelista Juan- tendrá vida
eterna". Pues solo es maestro quien enseña a vivir y está dispuesto a dar
la vida por esta causa. Jesús la dio.
II
No nos debe dar miedo de Dios; si hay que temer a alguien es a
nosotros mismos. No es Dios el que puede amargarnos la vida -ni ésta ni la
futura-. Lo que nos puede perder es nuestra insensatez, nuestra resistencia a
aceptarlo tal y como él se quiere manifestar: como amor sin límite.
NACER DE NUEVO
Nicodemo, a quien Jesús dirige las palabras del evangelio de hoy, era
un fariseo. El partido fariseo era adversario del saduceo, al
que pertenecía la mayoría de los sumos sacerdotes, los jerarcas religiosos que
gobernaban el templo de Jerusalén y a los que los fariseos acusaban de
ilegítimos. Por eso Nicodemo, después de la expulsión de los mercaderes del
templo, vino a negociar con Jesús para establecer un acuerdo.
El estaba dispuesto a aceptar que Jesús era un «maestro venido de parte de
Dios», pero quería que todo se desarrollara «dentro de un orden», dentro del
orden que establecía la Ley. Nicodemo propone a Jesús que realice su
misión de acuerdo con ellos, actuando como maestro de la Ley de
Moisés, que era, según las doctrinas fariseas, fuente de vida y norma de
comportamiento para el hombre.
La respuesta de Jesús fue tajante: no es sólo una reforma de las
instituciones religiosas lo que él propone; según el proyecto de Dios, hay que
«nacer de nuevo», hay que crear una nueva sociedad formada por hombres nuevos (Jn
3,1-12).
LEVANTADO EN ALTO
Lo mismo que en el desierto Moisés
levantó en alto la serpiente, así tiene que ser levantado este Hombre, para que
todo el que lo haga objeto de su adhesión tenga vida definitiva.
La Ley, explica Jesús a Nicodemo, ya no puede desempeñar las
funciones que se le atribuían en la doctrina de los fariseos. De hecho, no
había cumplido esas funciones en el pueblo de Israel, pues no había sido capaz
de impedir que la más importante de sus instituciones, el templo, se hubiera
convertido en instrumento de muerte y de opresión de los pobres ¡en nombre de
Dios mismo!
La vida de Dios llegará a los hombres por un cauce totalmente distinto:
por un hombre, el Hombre «levantado en alto», colgado en una cruz a la que lo
llevará la fidelidad y la lealtad en el cumplimiento de su compromiso de amor
con toda la humanidad. De este modo, «todo el que lo haga objeto de su
adhesión», todo el que decida asumir esa forma de vivir y de morir (morir por
amor, gastar la vida amando), nacerá de nuevo y obtendrá la «vida definitiva».
Y, de ese modo, el Hombre «levantado en alto», el Mesías crucificado, será la
norma de comportamiento para todos los que quieran caminar iluminados por Dios,
para todos los que elijan la luz y abandonen la oscuridad de un mundo
organizado en contra de la voluntad de Dios y de la felicidad del hombre.
ASÍ MANIFESTÓ SU AMOR
Porque así demostró Dios su amor al mundo, llegando a dar a su Hijo único,
para que todo el que le presta su adhesión tenga vida definitiva.
El hombre «levantado en alto» será, además, la revelación de una
imagen de Dios inconcebible para los que habían vivido bajo la Ley. Esta,
además de indicar qué era lo que el hombre debía hacer y qué lo que le estaba
prohibido, establecía también el castigo que correspondía a los que violaban
sus mandatos. La Ley era para el hombre (Pablo desarrollará
espléndidamente estas ideas. Véase, por ejemplo, Rom 7,7-24; Gál 3,23-4,7) una
constante amenaza de castigo. Pero Dios no es, no quiere ser, una amenaza para
los seres que más ama, para los hombres. Y por eso ha decidido revelarse y
manifestar su gloria en el amor de aquel hombre que llevó su compromiso hasta
la entrega de su propia vida. Y en lugar de prometer un cielo para los que se
porten bien y de amenazar con un infierno para los que se porten mal, envía a
su hijo para que nos descubra el infierno en que hemos convertido la tierra, y
nos enseñe a construir el cielo aquí y ahora. Y dimite de su
función de juez supremo y nos traspasa a nosotros la responsabilidad de
decidir y de escoger entre salvar y condenar nuestra vida y nuestro mundo:
«Porque no envió Dios el Hijo al mundo para que dé sentencia contra el mundo,
sino para que el mundo por él se salve. El que le presta adhesión no está
sujeto a sentencia; el que se niega á prestársela ya tiene la sentencia, por su
negativa a prestarle adhesión en calidad de Hijo único de Dios».
Para mantener el desorden que nos empeñamos en
llamar orden (la ley y el orden, que dicen algunos) es
necesario un Dios que mande mucho y que amenace más; para que sus amenazas
produzcan efecto y los hombres obedezcan sus leyes algunos necesitan un Dios
que meta miedo; pero por lo que Jesús le dice a Nicodemo, Dios no va a estar
por la labor. Cierto que él no va a imponer su punto de vista; sólo lo va a
exponer... «levantado en alto». Allí lo podrán ver todos y podrán comprobar que
Dios es amor. Y podrán escoger y ponerse del lado del crucificado o de sus
asesinos; y elegir, para sí mismos y para el mundo, la salvación del amor de
Dios o la ruina del orden este. Sin miedo: ¿qué miedo va a dar
un Dios que se manifiesta en un hombre clavado en una cruz? Pero asumiendo cada
cual su responsabilidad, no sólo por el lado en el que se coloque, sino por la
imagen de Dios que anuncie a los demás, pues sólo una es válida: la que revela
el Hombre aquel, el Hijo único de Dios.
III
vv.14-15 Lo mismo que en el desierto Moisés levantó en alto
la serpiente, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el
que lo haga objeto de su adhesión tenga vida definitiva.
Frente a las dos reacciones, la de los violentos y la de los legalistas, se
expone la verdadera realidad del Mesías. Éste es designado como el Hijo
del hombre y se afirma que ha bajado del cielo.
Señala así el evangelista que la condición divina del Hijo del hombre no
procede de su condición humana ni es resultado del mero desarrollo personal,
sino que se debe a la plenitud del Espíritu que ha recibido de lo alto (cf.
1,32: el Espíritu que bajaba como paloma desde el cielo). El
hombre no puede alcanzar la plenitud si no es en comunión con Dios, fuente de
la vida.
Subir al cielo para quedarse será la victoria, el éxito de su misión. Aparecen de este modo
el punto inicial (bajar del cielo) y el final (subir
al cielo) de la trayectoria del Hijo del hombre, del Hombre-Dios. Como
se ha expresado antes (v. 6), del Espíritu nace espíritu; de
lo divino y permanente surge lo fuerte y definitivo.
Se anuncia la exaltación del Hijo del hombre (levantado en
alto). El evangelista establece un paralelo con Nm 21,8, donde se
cuenta que Moisés, ante una plaga de serpientes venenosas, fabricó por
indicación de Dios una serpiente de bronce y la levantó en un poste. Quien era
mordido, al mirar a la serpiente alzada quedaba curado o, según la expresión
hebrea, "vivía", "seguía vivo".
Por este paralelo, "ser levantado en alto" indica una señal
destinada a ser vista y mirada (contemplada) y, al mismo tiempo, la
localización de una fuerza salvadora, de una fuente de vida. En el caso de la
serpiente, se obtenía la vida física; en el del Hijo del hombre, vida
definitiva.
Esta expresión: vida definitiva, no significa solamente la
salvación final, la vida después de la muerte, sino al mismo tiempo una vida de
calidad divina de que goza el hombre ya durante su existencia mortal. Es la vida
del Espíritu, nuevo principio vital que se integra en el ser del hombre; por
ser definitiva, ni su existencia ni sus frutos perecerán con la muerte. El
momento inicial de esta vida ha sido formulado por Jesús como "nacer de
nuevo" (v. 3), "nacer de agua y Espíritu" (v. 5).
Al omitir la mención del nombre de Jesús y usar en cambio la denominación
"el Hijo del hombre", el evangelista presenta al Mesías como el
prototipo de la nueva humanidad. Indica así que lo que salva a los hombres de
la muerte es fijar la mirada en el modelo de Hombre, es decir, aspirar a la
plenitud humana que resplandece en esa figura, que, levantada en alto,
destacará sobre todos y será el polo de atracción para la humanidad.
La figura aparece como estática, porque, aunque aún no se especifique, se
refiere a Jesús en la cruz, donde acabará de realizarse el Proyecto divino, el
Hombre-Dios. Por el momento, el evangelista no menciona la muerte, sólo alude a
ella en términos de exaltación; prepara así al lector para que no vea en la
cruz un suplicio infamante, sino un hecho glorioso.
Para los fariseos, la Ley era fuente de vida y norma de conducta.
Pero la única verdadera fuente de vida es el Hijo del hombre levantado en alto;
es él la señal visible que libra de la muerte, de la muerte en vida y de la
muerte final, a todo el que lo hace objeto de su adhesión.
vv. 16-18 Porque así demostró Dios su amor al mundo, llegando
a dar a su Hijo único, para que todo el que le presta su adhesión tenga vida
definitiva y ninguno perezca. Porque no envió Dios el Hijo al mundo para que dé
sentencia contra el mundo, sino para que el mundo por él se salve. E1 que le
presta adhesión no está sujeto a sentencia: el que se niega a prestársela ya
tiene la sentencia, por su negativa a prestarle adhesión en su calidad de Hijo
único de Dios.
La razón de todo esto es el amor de Dios por la humanidad. Subraya el texto
hasta dónde ha llegado ese amor: Dios no se ha reservado para sí a su Hijo
único, sino que lo ha dado para que todo ser humano tenga plenitud de vida.
De hecho, la denominación "el Hijo único" alude a la historia de
Abrahán, que llegó a exponer a la muerte a su hijo único o amado, Isaac (Gn
22,2). También Dios, por amor a la humanidad, expone al peligro de muerte a su
Hijo único, para que todo ser humano tenga plenitud de vida.
La única condición para ello es la adhesión al Hijo, que
significa la adhesión a todo lo más noble de la condición humana.
Dios no quiere que los hombres perezcan, es decir, que acaben en la muerte,
porque en él no hay nada negativo. De hecho, Dios no se acerca al mundo en su
Hijo para condenar al mundo; no es un Dios airado contra el género
humano: es puro amor, pretende sólo salvar mediante el Hijo, es decir,
comunicar a los hombres plenitud de vida hasta superar la muerte.
En consecuencia, no hay juicio por parte de Dios; él no juzga. Es el hombre
mismo el que, por su opción, determina su suerte. Quien opta por la vida, que
Dios ofrece en Jesús, tendrá vida; quien rechaza la vida, firma su propia
sentencia.
Dar la adhesión a Jesús como a Hijo único o amado de Dios (cf. Gn 22.2)
equivale a creer en las posibilidades del hombre, viendo el horizonte que el
amor de Dios abre al género humano. Significa aspirar a la plenitud que aparece
en Jesús y ha sido hecha posible por él, modelo de los hijos de Dios que nacen
por su medio.
vv. 19-21 Ahora bien, ésta es la sentencia: que la luz ha venido al
mundo y los hombres han preferido las tinieblas a la luz, porque su modo de
obrar era perverso. Todo el que obra con bajeza, odia la luz y no se acerca a
la luz, para que no se le eche en cara su modo de obrar. En cambio, el que
practica la lealtad se acerca a la luz, y así se manifiesta su modo de obrar,
realizado en unión con Dios.
La Ley era norma de conducta. Ahora lo es el Hijo del hombre levantado
en alto, el que expresa el amor hasta el fin. Él es la luz que penetra en la
tiniebla y distingue actitudes. Su figura descubre la opción profunda del
hombre; éste puede aceptar la luz-vida o rechazarla.
El evangelista ha afirmado antes que el que rechaza dar la adhesión al Hijo
pronuncia su propia sentencia. Ahora lo explica: el que opta contra la
vida-amor elige la muerte. La razón de la opción mala es que su modo de
obrar era perverso; es el modo de obrar de los opresores y
explotadores, de los causantes de muerte, de los que prefieren la tiniebla, que
les proporciona justificaciones ideológicas a su manera de proceder; odian
la luz, porque no pueden soportar su denuncia (1,5; 11,53; 12,10;
19,15). No son doctrinas las que separan de Dios, sino conductas (su
modo de obrar).
En el polo opuesto se encuentra el que practica la lealtad, es
decir, aquel cuya conducta está inspirada por el amor; éste se acerca a Jesús,
en quien ve el modelo de su modo de obrar; no teme a la luz, porque no tiene nada
de qué avergonzarse; aunque no lo supiera, su modo de obrar estaba apoyado por
Dios.
IV
Jn 3,14-21 corresponde a la respuesta que Jesús da a Nicodemo cuando
pregunta «¿cómo puede ser eso?», refiriéndose al nuevo nacimiento en el
Espíritu. Es también la segunda y última parte del diálogo de Jesús con este
“jefe” de los fariseos de Jerusalén.
Nicodemo,
cuyo nombre significa “el que vence al pueblo”, aparece varias veces en el
evangelio de Juan (3,1-21; 7,50-52; 19,39). No es un cualquiera. Por su filiación
religiosa es un fariseo, es decir, un rígido observante de la Ley, considerada
como la expresión suprema e indiscutible de la voluntad de Dios para el ser
humano. Es el primer rasgo que señala Juan antes del nombre mismo. Nicodemo se
define como hombre de la Ley antes que por su misma persona. Juan añade otra
precisión sobre el personaje: en la sociedad judía es un “jefe” título que se
le aplica particularmente a los miembros del Gran Consejo o Sanedrín, órgano de
gobierno de la nación (11,47). En éste, el grupo de los letrados fariseos era
el más influyente y dominaba por el miedo a los demás miembros del Consejo
(12,42).
Nicodemo
habla en plural (3,2: sabemos). Es, pues, una figura representativa. La escena
va a describir, por tanto, un diálogo de Jesús con representantes del poder y
de la Ley. Nicodemo llama a Jesús “Rabbí” (3,2) término usado comúnmente para
los letrados o doctores de la Ley que mostraban al pueblo el camino de Dios.
Así es como este fariseo adicto ferviente de la Ley, ve a Jesús. Es extraño,
porque hasta el momento, Jesús no ha dado pie para semejante interpretación de
su persona. En realidad, Nicodemo está proyectando sobre Jesús la idea farisea
de Mesías-maestro, avalado por Dios para interpretar la Ley e instaurar el
reinado de Dios enseñando al pueblo la perfecta observancia de la Ley de
Moisés. Lejos de comprender el cambio radical que propone Jesús. Para los
fariseos en la Ley está el porvenir de Israel, para Jesús, el nacimiento en el
Espíritu abre el reino de Dios al porvenir humano. El ser humano no puede
obtener plenitud y vida por la observancia de una Ley, sino por la capacidad de
amar que completa su ser. Sólo con personas dispuestas a entregarse hasta el
fin puede construirse la sociedad verdaderamente justa humana y humanizadora.
La Ley no elimina las raíces de la injusticia. Por eso, una sociedad basada
sobre la Ley, no sobre el amor, nunca deja de ser opresora, codiciosa e
injusta.
La segunda
parte del diálogo de Jesús con Nicodemo se centra en el que “bajó del cielo”
sin dejar de ser “del cielo” “para que todo el que crea tenga vida eterna”. La
reflexión de Jesús resalta la relación que hay entre creer y vivir en las obras
de la vida eterna, es decir, en el reino de Dios. “Bajar del cielo” y ser
“levantado” es un asunto de amor de Dios. Veamos los énfasis teológicos
propuestos por el discurso:
Frente a la
centralidad farisaica de la Ley, el evangelio de Juan propone la dinámica
liberadora de la fe en Jesús “levantado” (crucificado), como la serpiente que
Moisés levantó en el desierto. Creer es la respuesta al inmenso amor de Dios.
Es la reciprocidad del amor. Creer no es un concepto o una doctrina, es un acto
de amor por el que adviene el reino de Dios. El juicio sobre la humanidad tiene
como criterio la fe como acto de amor recíproco. Nuevamente llegamos a la
insistencia de Juan. Una humanidad justa y feliz sólo es posible sobre el amor,
no sobre la Ley. Ésta es la fe que proclama Juan.
Pablo,
después de agradecer el don de la fe (Ef 1,3-14), contrasta y contrapone dos
tiempos: el de la muerte y el de la resurrección. El tiempo de la muerte (Ef
2,1-3) corresponde a “delitos y pecados” según el “proceder de este mundo” bajo
la dominación de Satanás. Es tiempo de esclavitud e infrahumanidad. De ese
tiempo Dios rescata tanto a judíos como a gentiles, por ser “rico en
misericordia”, vivificándolos “juntamente con Cristo”, por su resurrección.
Sólo la gracia mediante el don de la fe puede “explicar” tal sobreabundancia de
amor divino. El tiempo de la resurrección es tiempo de “nueva creación” en
Cristo Jesús, lo que se expresa en las “buenas obras” practicadas por quienes
han sido vivificadas y vivificados. No es de extrañar que la “medida” de las
buenas obras sea como la medida de Dios: el amor. El tiempo de la resurrección
es el tiempo de afirmación de la vida en el amor. Para la fe cristiana, la
muerte (la esclavitud) no tiene la última palabra. Vivir a plenitud como nuevas
criaturas el tiempo de la resurrección es el llamado que Pablo hace a lo largo
de esta carta a la iglesia nacida entre la gentilidad.
Para la
revisión de vida
Nicodemo se
acercó a Jesús. Le movía la curiosidad, el deseo de escuchar una palabra
especial, la revelación de algún oscuro secreto. ¿Por qué quiero yo acercarme a
Jesús? Pero antes, ¿quiero yo acercarme a Jesús? ¿Deseo encontrarme con él?
Nicodemo
espera la llegada de la noche para buscar a Jesús. Era evidente su miedo a ser
visto y delatado a esos judíos que por conveniencia no aceptaban al galileo.
¿Tenemos también el mismo miedo a que se nos descubra como seguidores de Jesús
en sentido real y concreto, como luchadores por la justicia y la verdad?
Para la
reunión de grupo
La primera
lectura es la conclusión del segundo libro de las Crónicas, del AT. Es un buen
resumen del esquema interpretativo de la historia por parte de los redactores
bíblicos, y del mismo pueblo. ¿Pero lo podemos aceptar nosotros, hoy día,
fácilmente? ¿Qué dificultades nos presenta? ¿A qué se pueden deber esas
dificultades? ¿Cómo combinar estas dificultades y estas respuestas con el hecho
de que consideramos estos textos bíblicos «revelación»? ¿En qué sentido?
Marcelo
Barros hace caer en la cuenta del sincretismo de la Biblia, en la que aparecen
muchas tradiciones, elementos, categorías, leyendas, símbolos... procedentes de
la religiosidad del Oriente Próximo, en el que ella se haya claramente
ambientada. Y señalaba que el becerro de oro fue rechazado, pero la serpiente
de bronce entró en la Biblia... ¿Cabe hacer alguna reflexión al respecto?
Prefirieron
las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas... Este texto del evangelio
de Juan está en plena sintonía con la epistemología moderna: la estructura del
conocimiento humano es tal, que el sujeto entra en la composición misma de la
experiencia cognoscitiva, con sus intereses, prejuicios, limitaciones... No hay
un conocimiento neutro y desinteresado, una «razón pura», una «verdad
objetiva», sin intereses... En la respuesta ética que damos a la vida, en la
respuesta de fe (o de no fe) que damos a los desafíos de la realidad, estamos
movidos también –tal vez inconscientemente- por nuestro deseo de luz o nuestro
de oscuridad. Comentar.
Dios mandó a
su Hijo para que el mundo se salve por Él; no lo envió para condenar, sino para
que el mundo se salve por él. Pero de hecho muchas veces el cristiano se siente
más juzgado que salvado, y siente la moral como un deber exterior e impuesto,
como una carga más que como una ayuda... ¿A qué se debe? Si el Evangelio es
Buena Noticia y Dios es pura voluntad de salvación, ¿qué es lo que puede estar
fallando?
Para la
oración de los fieles
Para que
sean iluminados nuestros corazones con la luz que brota de la esperanza de los
débiles y marginados del sistema, roguemos al Señor...
Para que nos
decidamos sin demora a incluir en nuestra vida diaria acciones que, como las de
Jesús, irradien luz y solidaridad, roguemos al Señor...
Por los que
no saben de dolores verdaderos, de injusticias planificadas, de pobreza
globalizada, para que se abran sus ojos a la verdad, roguemos al Señor...
Por los
niños y adultos que hoy siguen muriendo "antes de tiempo", por los
"pueblos crucificados", para que seamos para ellos señal y compromiso
de liberación, roguemos al Señor...
Para que
nuestra conducta sea correcta e incorruptible, de forma que nunca temamos a la
verdad ni prefiramos a las tinieblas, roguemos al Señor...
Oración comunitaria
Dios
«todo-bondadoso», Padre y Madre de la Humanidad, que en Jesús has levantado
ante el mundo una y muchas señales, para que todos los hombres y mujeres se
salven y lleguen al conocimiento de la Verdad: te expresamos nuestro
agradecimiento al descubrir que tú actúas a favor de toda la Humanidad y a toda
ella la conduces, «por caminos sólo por ti conocidos». Ello nos hace sentirnos
llenos de una alegría y una confianza, que para nosotros concretamente se
apoyan en Jesucristo, nuestro hermano, predilecto tuyo.
Estos comentarios están
tomados de diversos libros, editados por Ediciones El Almendro de Córdoba, a
saber:
- Jesús Peláez: La otra lectura de los Evangelios, I y II. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Rafael García Avilés: Llamados a ser libres. No la ley, sino el hombre. Ciclo A,B,C. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Juan Mateos y Fernando Camacho: Marcos. Texto y comentario. Ediciones El Almendro.
- Juan. Texto y comentario. Ediciones El Almendro. Más información sobre estos libros en www.elalmendro.org
- El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Ediciones Cristiandad, Madrid.
Acompaña siempre otro comentario tomado de la Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica: Diario bíblico
- Jesús Peláez: La otra lectura de los Evangelios, I y II. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Rafael García Avilés: Llamados a ser libres. No la ley, sino el hombre. Ciclo A,B,C. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Juan Mateos y Fernando Camacho: Marcos. Texto y comentario. Ediciones El Almendro.
- Juan. Texto y comentario. Ediciones El Almendro. Más información sobre estos libros en www.elalmendro.org
- El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Ediciones Cristiandad, Madrid.
Acompaña siempre otro comentario tomado de la Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica: Diario bíblico
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