LUZ DEL DOMINGO
Domingo, 15 de noviembre de 2015
TRIGÉSIMO TERCER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
CICLO B
TRIGÉSIMO TERCER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
CICLO B
Primera
lectura: Daniel 12,1-3
Interleccional: Salmo 15
Segunda lectura: Hebreos 10,11-14. 18
EVANGELIO: Marcos 13, 24-32
Interleccional: Salmo 15
Segunda lectura: Hebreos 10,11-14. 18
EVANGELIO: Marcos 13, 24-32
24Ahora bien, en aquellos
días, después de aquella angustia, el sol se oscurecerá y la luna no dará su
resplandor, 25las estrellas irán cayendo del cielo y las
potencias que están en el cielo vacilarán, 26y entonces verán
llegar al Hombre entre nubes, con gran potencia y gloria, 27y
entonces enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos,
del confín de la tierra al confín del cielo. 28De la higuera,
aprended el sentido de la parábola: Cuando ya sus ramas se ponen tiernas y echa
las hojas, sabéis que el verano está cerca. 29Así también vosotros:
cuando veáis que esas cosas están sucediendo, sabed que está cerca, a las
puertas. 30Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo
eso se cumpla. 31El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no
pasaran. 32En cambio, en lo referente al día aquel o la hora, nadie
entiende, ni siquiera los ángeles del cielo ni el Hijo, únicamente el Padre.
COMENTARIOS
I
EL FIN DE ESTE MUNDO
Leo en el
Evangelio de Marcos: "Pero en aquellos días, después de aquella angustia,
el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán
del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir a este Hombre sobre
las nubes, con gran fuerza y majestad, y enviará a los ángeles para reunir a
sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte..."
Los
predicadores de turno, interpretando este párrafo al pie de la letra, nos
asustaban con esa catástrofe a la que está abocado nuestro universo en su recta
final. El mismo Dios, que lo había creado y que parecía estar orgulloso de su
obra, parecería haber cambiado de opinión, pues estaría decidido -tal vez
debido al pecado del hombre- a acabar con el sistema que él mismo inventó. Dios
haría al final algo nuevo y mejor... Pero no terminaban ahí los comentarios.
Porque eso nuevo que Dios iba a hacer era enviar a su Hijo entre las nubes del
cielo, con ángeles a son de trompeta, con el fin de convocar a todas las
naciones para un ajuste de cuentas: un juicio de venganza para los malos y un
premio de vida eterna para los buenos.
Y me digo
yo: ¿de dónde se habrán sacado los predicadores todo este discurso? Porque me
da la impresión de que, en este párrafo, no se habla ni del fin del mundo ni
del juicio final. De nada de eso. Y por supuesto que nada se dice ahí de que
todo nuestro mundo creado por Dios - con su sol, luna y estrellas- vaya a
venirse por tierra, pues esto, si llega algún día, será por otras razones
distintas a las aquí expuestas.
A mi juicio
-y tras un estudio lento y minucioso del extraño lenguaje de esta página
evangélica - hay que dar otra explicación:
Vivimos en
un mundo que no funciona. La injusticia, la guerra, la división, la persecución
de todos aquellos que luchan por la verdad y la justicia, la opresión cada día
mayor de los oprimidos, la división en el seno de la familia, las luchas
fratricidas, la droga, el alcoholismo, la marginación, el paro, el hambre y un
largo etcétera de tristes realidades son el pan amargo nuestro de cada día.
(Con bellas palabras Marcos describe en el capítulo 13 de su Evangelio el mundo
de entonces, muy similar al nuestro). El mundo no funciona, ni hoy ni ayer. Y
ante tanta tragedia es necesario soñar y esperar que es posible un cambio al que
solamente llegaremos con la propia resistencia, lucha y unión de todos:
"Quien resista hasta el final, se salvará".
El Evangelio
anima a seguir luchando a los cristianos, inmersos en este mundo de desgracias
y sombras. Y como la realidad era tan dura -hoy también- recurre a la poesía, a
la hipérbole, citando frases e imágenes de los profetas-poetas Isaías, Daniel y
Zacarías, y recomponiéndolas para hacer un canto a la esperanza: el día en que
venga el Hijo del Hombre para reunir a los elegidos, a todos aquellos que
lucharon por la causa de un mundo distinto, los cimientos del orbe, de este
sistema mundano se conmoverán... Nada se dice aquí de que Jesús venga a
castigar a los malos: vendrá a reunir a todos los elegidos dispersos por el
mundo. Aquél será un gran día.
Mejor dicho, fue un gran día. Porque
el Hijo del Hombre ya vino, y ya comenzó a reunir a los hijos dispersos de
Dios. Por llevar adelante su tarea los hombres lo mataron, pero Dios -así lo
creemos- lo resucitó. Aquel día comenzó el fin de este mundo que aún no ha
llegado a su fin; porque este mundo, con su egoísta funcionamiento, fue
sentenciado a muerte cuando Jesús se manifestó con poder y majestad en el trono
de la cruz, invitándonos a seguir en la brecha para poner fin a un mundo que
conduce a la muerte. El fin del mundo ha comenzado ya. La luz del
amor de Jesús -allí donde brilla- hace oscurecer las tinieblas de todos esos
soles y astros, -el dinero, el capital, el poder, los honores...- en
torno a los que gira nuestro universo mundo.
II
EL PADRE NO ES UN DIOS DE TIRANOS
Desde que
los faraones se declaraban hijos de los dioses o los emperadores romanos
exigían que sus súbditos les rindieran adoración hasta los emperadores y los
dictadores de este siglo, todos los poderosos han justificado su poder en
nombre de Dios; algunos incluso en nombre del Dios de Jesús, a pesar de que
Jesús dejó claramente establecido que su Padre no es un Dios de tiranos
"DESPUES DE AQUELLA
ANGUSTIA..."
Jesús
acababa de anunciar que el templo de Jerusalén sería destruido (Mc 13,1-2).
Ante este anuncio, los discípulos interpretan que, como había sucedido en
otras ocasiones, también a este próximo desastre seguiría una acción salvadora
de Dios para realizar la restauración, ahora definitiva, del reino de Israel, y
preguntan a Jesús que cuándo sucederán esas cosas y con qué señal anunciará
Dios su intervención salvadora en favor de la nación judía (Mc 13,3-4). La
respuesta de Jesús, de la que forma parte el evangelio de hoy, es doble: por un
lado, les dice que Dios no va a intervenir para salvar a la nación israelita y
que, por tanto, no habrá señal ninguna que la anuncie (Mc 13,5-8.14-23); por
otro, les comunica que con el desastre de la religión judía comenzará una nueva
etapa de la historia, un proceso de liberación abierto a toda la humanidad (Mc
13,24-27). La ruina del templo no pertenece al plan de Dios, sino que es efecto
de la infidelidad de Israel; esta infidelidad -que ha llegado al colmo cuando
los dirigentes y la mayor parte del pueblo han rechazado a Jesús- ha hecho
ineficaz la fuerza salvadora de la antigua alianza, que por eso deja ya de
tener vigencia; su ruina será un momento de gran angustia, pero
éste no será el final, sino el comienzo de los dolores de parto que preceden al
alumbramiento de una nueva humanidad; el nacimiento y la maduración de ese
mundo nuevo serán consecuencia del anuncio de la Buena Noticia, que tiene
que proclamarse a todas las naciones (Mc 13,9-13). Al momento de la ruina
de Jerusalén y al comienzo de la entrada de los pueblos paganos en el reino de
Dios se refiere la comparación de la higuera.
«...EL SOL
SE OSCURECERA...»
En aquellos
días, después de aquella angustia, el sol se oscurecerá y la luna no dará su
resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo y las potencias que están en
el cielo vacilarán, y entonces verán llegar al Hombre entre nubes con gran
potencia y gloria...
En el
Antiguo Testamento, el sol y la luna representaban a las divinidades paganas
(Dt 4,19-20; 17,3; Jr 8,2; Ez 8,16); los astros y las potencias del cielo, a
los jefes de las naciones que justifican su poder en nombre de sus dioses y que
se divinizan a sí mismos (Is 14,12-14; 24,21; Dn 8,10). Diversos pasajes
describen la caída de los imperios usando imágenes de una catástrofe cósmica (Is
13; 34; Jr 4,20-26; Ez 32,1-8). Con este mismo lenguaje, Jesús anuncia cuál va
a ser el efecto del anuncio del evangelio a los demás pueblos. La traducción de
todo este conjunto de imágenes podría ser, en síntesis, ésta:
Los sistemas
de poder establecidos en las naciones se asientan en la opresión de los pueblos
y son justificados por las respectivas religiones paganas. Al igual que la
predicación de Jesús descubrió la corrupción del sistema judío, la predicación
del evangelio a todos los pueblos va a descubrir que esos sistemas son
injustos, tiránicos y causa de sufrimiento y de muerte; entonces las
divinidades paganas aparecerán ante quienes las veneran como dioses falsos y
los poderes opresores que se apoyan en ellas irán cayendo.
No se habla
aquí de un momento final en el que toda injusticia será derrotada, sino de un
proceso que se irá repitiendo a lo largo de la historia, consecuencia del
avance de la Buena Noticia entre los hombres y los pueblos del mundo.
«...VERAN LLEGAR AL HOMBRE...»
... y entonces
enviará a los ángeles y reunirá a los elegidos de los cuatro vientos, del
confín de la tierra al confín del cielo.
Naturalmente
que los poderosos se resistirán a caer, y usarán para defenderse su única arma:
la muerte, en la que afianzan sus cimientos sus sistemas de poder. Y como Jesús
entregó su vida por manifestar a los hombres que Dios es Padre, un Dios que es
amor, que comunica vida y que quiere que todos vivamos como hermanos, habrá
muchos otros seguidores de Jesús que continuarán su tarea y que serán perseguidos
a muerte por los poderosos, a quienes la revelación de un Dios que no soporta
la injusticia y la opresión deja en evidencia; muchos de estos seguidores,
fieles hasta el final, morirán, pero su muerte no será definitiva, porque el Hombre,
que posee la capacidad de dar vida definitiva, vendrá a recoger a
aquellos que vayan cayendo en la lucha por convertir este mundo en un mundo de
hermanos. Y lo que podría parecer una derrota, se revelará como el triunfo
definitivo del Hombre y de sus partidarios.
A ese
momento se refiere la última frase del evangelio de hoy, frase con la que
comenzaba el evangelio del primer domingo de Adviento; así la comentábamos:
«Ahora bien: "en lo referente al día aquel o a la hora, nadie entiende, ni
siquiera los ángeles del cielo ni el hijo; únicamente el Padre", esto es,
no hay que vivir preocupados por esa hora y ese día: de ese asunto entiende sólo
el Padre, quien, llegado el momento, prestará a sus hijos la ayuda que sea
menester. El peligro es dormirse mientras tanto en los
laureles.»
Y los peores laureles en los que un
seguidor de Jesús podría dormirse son los de los tiranos, que, a pesar del evangelio,
se empeñan en justificar sus tiranías por la gracia de Dios.
III
v.
24: «Ahora bien, en aquellos días, después de aquella angustia, el sol
se oscurecerá y la luna no dará su resplandor»...
La frase
introductoria marca una nueva época, con las mismas características que el
tiempo de «la angustia» (en aquellos días), pero que no se
identifica con ella (después de aquella angustia). Continúan
«los dolores» del parto (13,7) de la humanidad nueva, el proceso liberador en
la historia iniciado con la caída de Jerusalén. Es la época de la instauración
del reinado de Dios en la humanidad, el período histórico que puede llamarse
escatológico o último.
Era un
recurso literario frecuentemente utilizado por los profetas describir la caída
de un imperio o nación opresora, concebida como un juicio divino o una
intervención de Dios en la historia, utilizando imágenes cósmicas; así en los
siguientes pasajes: Is 13, ruina de Babilonia; Is 34, de Edom; Jr 4,20-23, del
desastre que amenazaba a Judea y Jerusalén; Ez 32,7s, de Egipto; también Jl
2,10; 3,4; 4,15; Am 8,9. Cada una de estas descripciones indica un viraje
decisivo en la historia, pero no el final de la historia misma; en ellas, la
destrucción se concibe como un juicio de Dios, pero no como un juicio final; de
hecho, la vida continúa. Como en los textos proféticos, las imágenes cósmicas
que se encuentran en este pasaje de Mc no han de ser tomadas en sentido
literal, sino figurado, y, como en ellos, no indican el fin del mundo y de la
historia.
Sin embargo,
a diferencia de los profetas, que usaban la imagen de la conmoción cósmica para
subrayar la gravedad de acontecimientos y desastres que afectaban a la
humanidad, en Mc los fenómenos cósmicos no aparecen como un reflejo de lo que
sucede en el mundo humano; se describen sin haber mencionado a éste, como
anteriores a las consecuencias que puedan tener. De hecho, las descripciones
de los profetas están teñidas de dolor y desgracia, mientras que en Mc la
figura de un sistema cósmico que se deshace es signo de liberación.
A la luz de
los textos proféticos, el significado de estas imágenes puede exponerse así: en
el AT, los astros aparecen como objeto de culto idolátrico, y dar culto a Yahvé
o los astros establecía la distinción entre Israel y los paganos (Dt 4,19s;
17,3; 2 Re 17,16; Jr 8,2; Ez 8,16). A diferencia de la unidad anterior
(14-23), donde se trataba del mundo judío, en ésta, el sol y la
luna representan a los falsos dioses: la conmoción cósmica afecta al
mundo pagano. El oscurecimiento de los astros mayores significa el eclipse de
esos dioses: los valores representados por ellos se juzgan ahora inaceptables.
v. 25: ...
«las estrellas irán cayendo del cielo y las potencias que están en el cielo
vacilarán».
Las
estrellas o astros designan en ciertos textos del AT a los
poderes políticos opresores (cf. Is 14,12-14; 24,21; Dn 8,10), que se han
arrogado rango divino; irán cayendo del cielo (c£ Is 14,12)
indica una serie de hechos puntuales sucesivos; la caída de estos poderes se
describe, por tanto, como un fenómeno que irá teniendo lugar durante toda la
época que sigue a la destrucción de la nación judía. Las potencias que
están en los cielos, en oposición a «vuestro Padre que está en los
cielos» (11,25), son entidades que han usurpado el lugar exclusivo del Padre.
Representan fuerzas de muerte (Dios = fuerza de vida), es decir, los poderes
opresores que se arrogan rango divino y que verán cuestionado su rango y su
dominio (vacilarán) en la época posterior a la ruina de
Jerusalén.
Bajo la
conmoción cósmica aparece, pues, el siguiente contenido: los valores del
paganismo se encarnan en los falsos dioses (sol y luna), que fundamentan la
divinización del poder (estrellas, potencias del cielo). El sistema
ideológico-religioso perderá crédito (oscurecimiento de sol y luna), lo que
provocará la caída progresiva de los regímenes legitimados por él.
Mc no
explicita la causa de estos hechos, pero la supone. Lo mismo que la nación e
institución judías conocen su ruina por rechazar el mensaje de Jesús y dar
muerte al «Hijo» (12,6-8), haciendo culminar así su infidelidad a la alianza,
también los regímenes paganos opresores caen por rechazar el mensaje de Jesús,
predicado ahora por sus seguidores en el mundo entero (13,10), y dar muerte a
los que lo proclaman. Es la actitud ante el mensaje de Jesús en favor del
hombre la que va decidiendo el curso de la historia.
v. 26: «y
entonces verán llegar al Hijo del hombre entre nubes, con gran potencia y
gloria».
Y entonces indica
que la llegada del Hijo del hombre se verifica inmediatamente después del
eclipse de los falsos dioses y la caída de los poderes opresores y significa su
triunfo sobre ellos. Son éstos los que verán esa llegada y ese
triunfo. Es la segunda llegada del Hijo del hombre; la primera, que
corresponde a la caída del sistema judío, es la que anunciará Jesús en su
juicio ante el sumo sacerdote y será vista por sus jueces (14,62). Ahora bien,
dado que la caída de las estrellas/poderes no indica un hecho único, sino
sucesivo en la historia, tampoco la segunda llegada será única, sino iterada:
cada caída de un poder opresor («estrellas y potencias») será un triunfo del
Hombre, percibido por los mismos opresores (14,62).
La dignidad
del Hijo del hombre (el Hombre en su plenitud, incluyendo la condición divina)
va explicada por varios símbolos: entre nubes, marco que rodea
su figura, señala su verdadera condición divina, por oposición a la usurpada
por los poderes; la llegada equivale a la de Dios mismo (Sal 89/88,7;
68/67,34); la potencia es la fuerza que da vida (12,24;
14,62); la gloria, la realeza, que es la del Padre (8,38).
Con estas
imágenes afirma Mc que, a partir de la caída de Jerusalén, se irá verificando
en la historia del mundo un triunfo progresivo de lo humano (el Hijo del
hombre) sobre lo inhumano (los regímenes opresores de la humanidad).
v. 27: «y
entonces enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos,
del confín de la tierra al confín del cielo».
Así como la
conmoción cósmica no anuncia un juicio, tampoco la llegada del Hijo del hombre
presenta rasgo alguno de violencia o castigo; su objetivo es reunir a sus
elegidos. Enviará a sus ángeles, manera de designar a sus
seguidores que han llegado a la meta (cf. 8,38): la reunión de los
elegidos es la última misión de los seguidores de Jesús; los que le
ayudaron a realizar su obra le ayudan a recoger el fruto (cf. 4,29). Como la
llegada del Hijo del hombre, también esta reunión tendrá lugar cada vez que se
verifique «la caída de las estrellas». Sus elegidos (por oposición
a los de la antigua alianza, vv. 20.22) son los que, en la proclamación del
mensaje, «han resistido hasta el fin» (13,13; cf. 10,38s), la nueva humanidad,
procedente del mundo entero (de los cuatro vientos, cf. Dt
28,64; 30,4).
No se
menciona la resurrección de los elegidos antes de su reunión; se habla de
ellos, sin embargo, como de hombres vivos. En contexto de mundo pagano, Jesús
no utiliza el término «resurrección», perteneciente a la cultura judía, expresa
la misma realidad afirmando simplemente la continuidad de la vida. El objetivo
de la reunión es integrar a los elegidos en la comunidad definitiva, «el fin»
(13,7.13: «se salvará»), el reino de Dios y del Hombre.
Esquematiza
así Mc la dinámica de la salvación en la historia: ésta no tendrá lugar
mediante una intervención divina portentosa (contra la ideología mesiánica del
judaísmo), sino mediante la colaboración de los hombres que, siguiendo a Jesús,
proclaman la buena noticia sin arredrarse ante la persecución. La caída de los
poderes, que aparece como instantánea, es un proceso histórico que se
desarrolla en el tiempo; lo cierto es que lo que se opone al desarrollo y
plenitud humanos acabará por caer.
v. 28: «De
la higuera, aprended el sentido de la parábola: Cuando ya sus ramas se ponen
tiernas y echa las hojas, sabéis que el verano esta cerca».
La mención
de la higuera coloca al lector en la temática del templo y de
su ruina (11,13.20s: la higuera seca); se conecta así esta unidad con «la gran
angustia» descrita en la parte anterior (13,14-23). Lo que sucede con la
higuera puede aclarar el sentido de una determinada parábola, en
concreto la de los viñadores homicidas, pronunciada en el templo (12,1-9); su
sentido no ha sido agotado por la predicción de la catástrofe, pues en ella se
anuncian al mismo tiempo destrucción (aspecto negativo) y paso del Reino a
otros pueblos (aspecto positivo).
El
verano es la estación de la cosecha y, por tanto, de la
abundancia y la alegría (Sal 126/125,5; Is 9,2); ha de relacionarse con 4,29:
«la cosecha está ahí», donde «cosecha» es un colectivo que engloba los frutos
individuales, imagen de los hombres nuevos. La alegría connotada por «el
verano» se refiere, pues, a una cosecha de hombres, en particular paganos (Jl
4,10.13), que comenzarán a aceptar en gran número el mensaje de Jesús. La ruina
de la nación judía señalará el momento propicio para ello. La fecundidad sigue
existiendo, pero no ya en ese pueblo, cuyas instituciones no han cumplido su
cometido y están destinadas a desaparecer: el reino de Dios se ha transferido
a otros pueblos (12,9).
v. 29: «Así
también vosotros: Cuando veáis que esas cosas están sucediendo, sabed que está
cerca, a las puertas».
En este
contexto, la fórmula así también vosotros implica de nuevo la
incomprensión de los discípulos (cf. 7,17) y les advierte que deben aprender,
como ya han hecho otros y lo indicaba la parábola de los viñadores, que la ruina
que se ha descrito anuncia el paso del reinado de Dios a la humanidad entera.
Han de pasar de una solidaridad étnica a otra universal.
v. 30: «Os
aseguro que no pasara esta generación antes que todo eso se cumpla».
Este dicho
solemne (Os aseguro) es el centro de la unidad. Esta generación es
la de Jesús, la que mantiene la esperanza de un Mesías triunfador que había de
dar a Israel la hegemonía sobre los pueblos paganos (cf. 8,12.38; 9,19); es la
generación del segundo éxodo, el del Mesías, que se comporta como la del
primero (Dt 32,5.20; Sal 95/94,10); ella debía haber visto el cumplimiento de
las promesas, pero rechaza la oferta de salvación.
Todo
eso, lo que se va a cumplir dentro de la misma generación, incluye tanto la
ruina de Jerusalén como la entrada de los paganos en el Reino.
v. 31: «El
cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán».
Este dicho
lapidario confirma la certeza profética de la predicción anterior: la promesa
del Reino es más segura que la continuación del universo.
v. 32: «En
cambio, en lo referente al día aquel o la hora, nadie entiende, ni siquiera los
ángeles del cielo ni el Hijo, únicamente el Padre».
En contraste
con el momento conocido («esta generación») expuesto en el dicho anterior, se
habla aquí de un momento desconocido. El día es el de la
llegada del Hijo del hombre en relación con la caída de un poder opresor,
descrita en la unidad anterior (13,26), y señala un acontecimiento gozoso y
definitivo: la vida, más allá de la muerte, de los que se han entregado hasta
el fin por la proclamación del mensaje (13,27: reunión de los elegidos, el
Reino definitivo); la hora es la de la pasión de cada discípulo
(13,11: ayuda divina, el Espíritu), acontecimiento doloroso, pero transitorio.
Los discípulos habían preguntado por el momento de un «fin» colectivo, que
iniciaría el reino mesiánico (13,4); pero «el fin» no es único ni está ligado a
la destrucción de Jerusalén; se va verificando para cada individuo, como
desenlace de su entrega personal (13,13). Por eso no es importante conocer el
momento, sino saber que está en manos «del Padre», nombre de Dios en la
comunidad cristiana, en la nueva humanidad (cf. 13,19: «Dios», el Creador, se
refiere a la humanidad entera; 13,20.22: «el Señor» Yahvé, a la
antigua alianza).
Nadie
entiende: es decir, a nadie compete actuar más que al Padre, con
su amor hacia los discípulos, sus hijos (11,25); él desplegará su actividad en
esos momentos cruciales. En «la hora», dando al discípulo la ayuda del Espíritu
para que tenga las palabras adecuadas a la situación (13,11); en «el día», con
la llegada del Hijo del hombre, portador de la fuerza de vida (13,16); ésta
hará que superen la muerte, y serán reunidos en la gloriosa etapa final del
Reino. Será el Padre quien reivindique al Hijo y a los suyos ante los
perseguidores (cf. 12,36).
IV
Cercanos
ya al final del año litúrgico, la liturgia de hoy nos presenta a través de la
lectura del Antiguo Testamento y del evangelio, textos relativos al final de
los tiempos. En efecto, el pasaje de Daniel anuncia la intervención de Dios a
favor de sus fieles a través de Miguel, el ángel encargado de proteger a su
pueblo. Estas palabras de Daniel hay que enmarcarlas en el marco amplio de todo
el libro cuyo género y estilo corresponden a la corriente apocalíptica bastante
popularizada a finales del período veterotestamentario. Todo el libro de Daniel
es un llamado a la esperanza, característica principal de toda la literatura
apocalíptica. No se trata tanto de una revelación especial de lo que sucederá
al final de los tiempos, cuanto la utilización de imágenes que invitan a
mantener viva la esperanza, a no sucumbir ante la idea de una dominación
absoluta de un determinado imperio. El texto que leemos hoy es subversivo para
la época, pues invita al rechazo del señorío absoluto de los opresores griegos
de aquel entonces que a punta de violencia se hacían ver como dueños absolutos
de las personas, del tiempo y de la historia.
Por su parte
el evangelio nos presenta una mínima parte del «discurso escatológico» según san
Marcos. Un poco antes de comenzar la narración de la pasión, muerte y
resurrección de Jesús, los tres sinópticos nos presentan palabras de Jesús
cargadas de sabor escatológico.
El pasaje de
hoy hay que leerlo a la luz de todo el capítulo 13. Es más, conviene que en
casa o en el grupo lo leamos completo y, de ser posible, leamos también el
discurso escatológico de Mateo y de Lucas, eso nos ayudará a ver mucho mejor
las semejanzas y las diferencias entre los tres y, por otro lado, nos
facilitará una mejor comprensión del sentido y finalidad que cada uno quiso
darle a esta sección.
Tengamos en
cuenta que en ningún momento hablan los evangelistas del «fin del mundo», en
sentido estricto, esa es una interpretación equivocada que no ha traído los
mejores resultados ni a la fe del creyente ni a su compromiso con el prójimo y
con la historia. No es éste, con palabras sacadas de aquí y de allá, el
«fundamento» bíblico o teológico de las «postrimerías» del hombre que nos
enseñaba el «catecismo del padre Astete», o de los «novísimos» que nos
enseñaban en teología... O, por lo menos, no se debe reducir a eso.
Jesús no
predica el fin del mundo, ése no era su interés. Las imágenes de una conmoción
cósmica descrita como estrellas que caen, sol y luna que se oscurecen, etc.,
son una forma veterotestamentaria de describir la caída de algún rey o de una
nación opresora. Para los antiguos, el sol y la luna eran representaciones de
divinidades paganas (cf. Dt 4,19-20; Jr 8,2; Ez 8,16), mientras que los demás
astros y lo que ellos llamaban «potencias del cielo», representaban a los jefes
que se sentían hijos de esas divinidades y en su nombre oprimían a los pueblos,
sintiéndose ellos también como seres divinos (Is 14,12-14; 24,21; Dn 8,10).
Pues bien, en línea con al Primer Testamento, Jesús describe no tanto la caída
de un imperio o cosa por el estilo, para él lo más importante es anunciar los
efectos liberadores de su evangelio; y es que el evangelio de Jesús debe
propiciar en efecto el resquebrajamiento de todos los sistemas injustos que de
uno u otro modo se van erigiendo como astros en el firmamento humano.
Jesús es
consciente y sabe que la única forma de rescatar, redireccionar el rumbo de la
historia por los horizontes queridos por el Padre y su justicia, es haciendo
caer los sistemas que a lo largo de la historia intentan suplantar el proyecto
de la justicia querido por Dios, con un proyecto propio, disfrazado de vida
pero que en realidad es de muerte. Esta tarea la debe realizar el discípulo, el
que ha aceptado a Jesús y su proyecto. Recordemos la intencionalidad teológica
y catequética de Marcos: a Jesús, el Mesías (cuyo «secreto» se mantiene a lo
largo de todo el evangelio) sólo se le puede conocer siguiéndolo; y bien, el
seguimiento implica no sólo ir detrás de él, implica además, tomar el lugar de
él, asumir su propuesta como propia y luchar hasta el final por su realización.
Discípulas y
discípulos están entonces comprometidos en ese final de los sistemas injustos
cuya desaparición causa no miedo, sino alegría, aquella alegría que sienten los
oprimidos cuando son liberados. Esa debiera de ser nuestra preocupación
constante y el punto para discernir si en efecto nuestras tareas de
evangelización y nuestro compromiso con la transformación de lo injusto en
relaciones de justicia está causando de veras ese efecto que debe tener el
evangelio o si simplemente estamos ahí a merced de las corrientes del momento
esperando quizás que se cumpla lo que no ni siquiera pasó por la mente de
Jesús.
Para la
revisión de vida
¿Cuál
es mi compromiso real y concreto en la transformación del orden de cosas actual
para que llegue el nuevo orden, el futuro orden, el «otro mundo posible», el
«sueño de Dios».
Para la
reunión de grupo
Hacer un
cuadro en el que aparezcan lo que se denomina como «discurso escatológico» de
Jesús según la versión de Mt, Mc y Lc. Establecer las semejanzas y las
diferencias. Elaborar sus propias conclusiones en orden a corregir las falsas
creencias que sobre algunas palabras de Jesús nos han metido en la cabeza.
El final de
este mundo, en cuanto tal, es algo que en principio no entra en nuestros
cálculos humanos; nadie se plantea la eventualidad de que pueda acontecer
durante su propia vida. ¿Qué pueden significar, en este contexto, los relatos
evangélicos (y bíblicos en general) sobre «el fin del mundo»? ¿Bajo qué
condiciones hermenéuticas (interpretativas) pueden ser «significantes» para el
hombre y la mujer actual?
En la Edad
Media, y aun mucho después, y en algunos contextos culturales casi hasta hace
poco, la estrella principal del horizonte humano era la salvación/condenación,
la eternidad más allá de la muerte, el fin del mundo-global o del
mundo-personal por la muerte cósmica o personal. La sociedad y la cultura
occidental actual ignoran positivamente estas dimensiones. ¿Qué hacer para
hablar de ellas: repetición, reinterpretación, resignificación, abandono…?
Para la
oración de los fieles
Por los
cristianos del mundo entero para que su esperanza en la venida de Cristo se
traduzca en un efectivo compromiso de lucha por la justicia, oremos.
Por quienes
dirigen nuestras iglesias para que llenos de esperanza sepan promover el bien
entre los demás, oremos.
Por nuestros
grupos y comunidades para que nuestro trabajo apostólico esté siempre orientado
a la búsqueda de una mejor calidad de vida para todos, oremos.
Por quienes
no creen o no aceptan el Evangelio, para que viéndonos a nosotros lleguen a
descubrir el reino de la justicia y el amor, oremos.
Oración
comunitaria
Dios
Padre del ser humano, de la Tierra, del Cosmos, de los miles de millones de
estrellas que pueblan la noche… Tú que eres el origen misterioso de los Astros,
y el fin inefable del Universo, danos un corazón sensato para comprender la
pequeñez de nuestra vida, y lúcido para ponerse al servicio de la Vida hacia la
que nos llamas. Tú que vives y haces vivir, por los siglos de los siglos. Amén.
Estos comentarios están
tomados de diversos libros, editados por Ediciones El Almendro de Córdoba, a
saber:
- Jesús Peláez: La otra lectura de los Evangelios, I y II. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Rafael García Avilés: Llamados a ser libres. No la ley, sino el hombre. Ciclo A,B,C. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Juan Mateos y Fernando Camacho: Marcos. Texto y comentario. Ediciones El Almendro.
- Juan. Texto y comentario. Ediciones El Almendro. Más información sobre estos libros en www.elalmendro.org
- El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Ediciones Cristiandad, Madrid.
Acompaña siempre otro comentario tomado de la Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica: Diario bíblico
- Jesús Peláez: La otra lectura de los Evangelios, I y II. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Rafael García Avilés: Llamados a ser libres. No la ley, sino el hombre. Ciclo A,B,C. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Juan Mateos y Fernando Camacho: Marcos. Texto y comentario. Ediciones El Almendro.
- Juan. Texto y comentario. Ediciones El Almendro. Más información sobre estos libros en www.elalmendro.org
- El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Ediciones Cristiandad, Madrid.
Acompaña siempre otro comentario tomado de la Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica: Diario bíblico
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