LUZ
DEL DOMINGO
Domingo,
8 de mayo de 2016
LA ASCENSIÓN DEL SEÑORCICLO C
LA ASCENSIÓN DEL SEÑORCICLO C
Primera
lectura: Hechos 1,
1-11
Salmo responsorial: Salmo 46
Segunda lectura: Efesios 1, 17-23
Salmo responsorial: Salmo 46
Segunda lectura: Efesios 1, 17-23
EVANGELIO: Lucas
24, 46-53
46Y añadió:
-Así
estaba escrito: El Mesías padecerá, pero al tercer día resucitará
de la muerte; 47y
en su nombre se predicará la enmienda y el perdón de los pecados a
todas las naciones. Empezando por Jerusalén, 48vosotros
seréis testigos de todo esto.49Yo
voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre; por vuestra
parte, quedaos en la ciudad hasta que de lo alto os revistan de
fuerza.
50Después
los condujo fuera hasta las inmediaciones de Betania y, levantando
las manos, los bendijo. 51Mientras
los bendecía, se separó de ellos y se lo llevaron al cielo. 52Ellos
se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén llenos
de alegría. 53y
estaban continuamente en el templo bendiciendo a Dios.
COMENTARIOS
I
DESCENDER
Al igual que la
sociedad civil, también la Iglesia se ha configurado como estructura
de poder. Dentro de la jerarquía eclesiástica, casi todo ha estado
conformado al modo humano: un verdadero escalafón de títulos y
cargos de honor, de privi legios y glorias rodeaba -hoy menos, pero
todavía- a quie nes dicen ostentar, en nombre de Dios, el poder
divino y ser, en nombre de Jesús, sus más legítimos
representantes. Bien es verdad que hay honrosas y esperanzadoras
excepciones.
La comunidad
cristiana es una comunidad de hermanos, de iguales, se suele decir.
Pero no se ve. En la Iglesia, hom bre y mujer, sin ir más lejos, se
sitúan a años luz de distancia: el varón domina a la mujer,
reducida históricamente a una especie de monaguillo permanente, con
poca voz y menos voto dentro de la institución eclesial. El acceso
al presbiterado, así como a los órganos directivos, está vetado a
las mujeres, a quienes hasta hace poco ni siquiera se les permitía
leer la divi na Palabra en misa.
Pero incluso la
misma jerarquía, monopolio de varones, se asemeja a una pirámide:
desde el hermano lego hasta el Papa se escalonan diáconos,
sacerdotes, obispos, arzobispos y cardenales. A cada uno de éstos ha
correspondido, al menos, un título honorífico: Hermano, Reverendo,
Monseñor, Ilmo. y Excmo., Su Eminencia, Su Santidad... ¿Habrá algo
más ajeno al evangelio que tanta vanagloria histórica? Parece como
si la organización de la Iglesia se hubiese configurado de modo
vertical y ascendente.
Jesús no habría
soportado tanta desigualdad de tratamien tos, tanto escalafón de
poder. Su vida fue más bien un descen so en picado hacia el corazón
de la humanidad.
Nacido en la
pobreza, nunca se despegó de esa plataforma. Desde ella anunció su
evangelio, siempre rodeado de pobres, de gente de la periferia de la
vida. Se enfrentó con el capital: «-No podéis servir a Dios y al
dinero»; denunció la hipocre sía de una teología clasista y
conservadora: «-¡Ay de vos otros, escribas y fariseos!»; incluso
llegó a tratar de 'zorra' (animal común) a Herodes y a dejar sin
respuesta la pregunta de Pilato, representante directo del poder
romano. Su atre vido comportamiento le mereció un trágico y
precipitado des enlace. Murió solo y asesinado.
En la cruz termina
la crónica histórica de su vida. Lo de más, su resurrección y
ascensión son metahistoria, suponen la fe. Trascienden la tarea del
historiador y las coordenadas de nuestro mundo. Sólo por la fe
llegamos a afirmar la veracidad de estos acontecimientos.
Para 'ser ascendido
al cielo', para sentarse junto a Dios, Jesús tuvo que descender
primero, situándose a la cola de la humanidad, en la lista de espera
de la sociedad; renunció al poder, no flirteó con el dinero; se
negó a los honores; hablaba a los suyos llanamente, los trataba de
amigos, rechazando toda relación de dominación.
El día de las
Ascensión, dos mensajeros divinos tuvieron que transmitir un mensaje
urgente a los discípulos que lo veían irse: «-¿Qué hacéis ahí
plantados mirando al cielo?» (Hch 1,11).
No es hacia arriba
adonde hay que mirar. Lo propio del cristiano es descender, bajar,
como Jesús, al fondo de la existencia, al 'fuera de juego' de tantos
marginados, a lo profundo del dolor humano; descender hasta la muerte
para que toda esa gente suba y se siente a la mesa de la vida. Cuando
esto se hace, se ha iniciado ya el camino de la ascensión a Dios.
Mucho tiene que
cambiar de proceder nuestra Santa Ma dre Iglesia Católica para dar
esta imagen al mundo...
II
¿DE VUELTA A JERUSALÉN?
La vuelta atrás es
una de las tentaciones que más frecuentemente sentimos los seres
humanos. El pasado, aunque no nos haya hecho felices, lo conocemos, y
el conocimiento nos da seguridad. Pero el futuro, incierto siempre,
nos da miedo.
TESTIGOS DE TODO
ESTO
Así estaba escrito:
El Mesías padecerá, pero al tercer día resucitará de la muerte, y
en su nombre se predicará la enmienda y el perdón de los pecados a
todas las naciones. Empezando por Jerusalén, vosotros seréis
testigos de todo esto.
Jesús había sido
un Mesías muy particular. El no había realizado ninguna de las
grandes esperanzas de Israel, tal y como en su tiempo esperaban que
se cumplieran: no había sido un triunfador ni había llevado a la
gloria a su nación; al contrario, Jesús, a los ojos humanos, había
salido totalmente derrotado: todas las personas importantes se habían
puesto de acuerdo en que al pueblo -es decir, a ellos- les convenía
más un Jesús muerto que un Jesús vivo. El, de acuerdo con el plan
de Dios, había mantenido su fidelidad hasta la muerte, había
mostrado con su entrega cuál es el único camino de salvación que
le queda a este mundo: el amor, el amor hasta la exageración,
incluyendo en él hasta a los enemigos (Lc 6,27.35), el amor, si es
necesario, hasta la muerte. Dios se encargó de darle la razón,
conservándole la vida.
Después de su
resurrección, Jesús mismo se les manifestó y les explicó en
varias ocasiones por qué las cosas habían sucedido así: «Así
estaba escrito: El Mesías padecerá, pero al tercer día resucitará
de la muerte» (véase también Lc 24,13-35.36-49). Y ya al final, a
los que habían tenido la posibilidad de experimentar la realidad de
su victoria sobre la muerte les hace un último encargo: que no se
callen nada de lo que saben, que lo anuncien al mundo entero,
empezando por la ciudad en la que habían intentado acabar con su
vida: «Em pezando por Jerusalén, vosotros seréis testigos de todo
esto».
SE LO LLEVARON AL
CIELO
Después los condujo
fuera hasta las inmediaciones de Betania y, levan tando las manos,
los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y se lo
llevaron al cielo.
Si necesitaban
alguna prueba más para saber de parte de quién estaba Dios...
«Mientras los bendecía, se separó de ellos y se lo llevaron al
cielo». Jesús pasa a ocupar un lugar al lado del Padre. Su triunfo
es ya definitivo, aunque no ha sido fácil. Es el final de un camino
largo, la culminación de una dura tarea, la consecuencia de la
fidelidad mantenida incluso en las circunstancias más difíciles. Ha
subido al cielo, pero des pués de que el polvo de esta tierra se
hiciera barro con su sudor y con su sangre.
No se trata de una
huida. Jesús no va a desentenderse de los problemas de los hombres.
Por eso, según cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles
(primera lectura), a los discí pulos que se quedan «plantados
mirando al cielo» unos men sajeros del Padre les hacen volver los
ojos al suelo y les anun cian que Jesús volverá de nuevo:
«Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo
Jesús que se han llevado a lo alto de entre vosotros vendrá tal
como lo habéis visto marcharse al cielo». Volverá para estar con
los que intentan poner en práctica el mandamiento del amor, para
hacerse presente en medio de los suyos cuando «dos o tres estén
reunidos en su nombre» (véase Mt 18,20), o cuando se reúnan para
partir el pan y celebrar la acción de gracias, y volverá para
llevarse consigo a los que vayan completando su mismo camino.
Su victoria es
anuncio de nuestra victoria, su presencia en la casa del Padre
anuncia la nuestra, pues él es el primero de los nuestros -el primer
humano- que se establece para siempre en ella; pero lo que nunca
podrá ser es una excusa para que, mirando al cielo, nos escapemos de
los problemas de cada día. Es necesario iluminar esos problemas con
el testimonio de la victoria de Jesús.
JERUSALÉN,
JERUSALÉN
Mientras los
bendecía, se separó de ellos y se lo llevaron al cielo. Ellos se
postraron ante él y se volvieron a Jerusalén llenos de alegría. Y
estaban continuamente en el templo bendiciendo a Dios.
Los discípulos de
Jesús todavía no habían logrado vencer definitivamente el miedo.
Están llenos de alegría, pero se la quedan para ellos. No la
comunican a los pobres y oprimidos de aquella ciudad -la ciudad,
Jerusalén, representa aquí al sistema religioso que había vuelto
la espalda a Dios porque se había puesto enfrente o
encima- de los desgraciados y de los débiles.
Se atreven a salir y
van a Jerusalén; pero se refugian en su pasado. No van a dar
testimonio de la resurrección de Jesús, sino a cobijarse en el
templo que los jerarcas habían convertido en cueva de bandidos (Lc
19,45). No son capaces de decir ante aquellos bandidos que Dios ya no
estaba allí, sino que se había manifestado en aquel que habían
asesinado fuera de la ciudad y que, en adelante, sólo estaría allí
donde se intentara seguir los pasos del injustamente ajusticiado. Por
eso, en lugar de dedicarse a la tarea que Jesús les había
enco mendado, se evaden con el pretexto de interminables oracio nes
de alabanza. Sólo empezarán a mirar con valor hacia adelante cuando
Jesús envíe sobre ellos el Espíritu, la Promesa de su Padre.
¿No estaremos
nosotros demasiado tiempo en el templo? ¿No pasamos demasiadas horas
mirando al cielo? ¿No tendre mos demasiado miedo de afrontar el reto
de dar testimonio de una victoria incómoda para los intereses de
este mundo?
III
LOS
DISCÍPULOS NO CEDEN NI UN PALMO, PERO JESÚS TAMPOCO
El encargo que en el
Evangelio les transmitió inmediatamente antes de la orden anterior:
«Y añadió: "Así estaba escrito: El Mesías padecerá, pero
al tercer día resucitará de la muerte; y en su nombre se predicará
la enmienda y el perdón de los pecados a todas las naciones paganas.
Empezando por Jerusalén, vosotros seréis testigos de todo esto"»
(Lc 24,46-48), en Hechos tiene lugar el último día, después que
los apóstoles se confabulasen -más adelante veremos el motivo- para
pedirle que restaurase el reino a Israel (Hch 1,6), cuya
representatividad les había con fiado el propio Jesús (cf. Lc
6,13-15), pero que, por culpa de la deserción de Judas, se había
ido al traste (recuérdese 22,3 y 22,47): «No es cosa vuestra
conocer ocasiones o momentos que el Padre ha reservado a su propia
autoridad (argumento disuaso rio); al contrario, recibiréis fuerza
cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros, y así seréis mis
testigos en Jerusalén y también en toda Judea y Samaria, y hasta
los confines de la tierra» (Hch 1,7-8). Cuándo y cómo Dios
intervendrá en la historia es cosa suya, nadie debe ni puede
manipular sus planes; y él respeta y secunda la libertad de los
hombres. El Espíritu Santo, en cambio, les dará fuerzas para
realizar la utopía del reino.
En el texto del
Evangelio, el deseo de justicia y de solidaridad humana son condición
previa para poder proclamar entre las naciones paganas la nueva y
definitiva presencia de Jesús como Señor de la historia del hombre.
El testimonio lo tienen que dar, en primer lugar, «en Jerusalén»
(transliteración del nombre he breo), en sentido sacral
(característica que se repite -manera de subrayar su importancia- al
final del primer libro y al prin cipio del segundo), tal como lo
acaba de dar él; esto les habría acarreado el éxodo forzoso, pero
liberador, fuera de la ciudad sagrada. De hecho no fue así, como
tendremos ocasión de com probar cuando empecemos el segundo libro.
La segunda etapa debería haber abarcado «toda la Judea (incluyendo
la Galilea) y Samaria». La tercera, después de entrenarse entre los
hetero doxos samaritanos, «todas las naciones paganas» (Lc), «hasta
los confines de la tierra» (Hch).
LA NUEVA PRESENCIA
DE JESÚS «TAL COMO LO HABÉIS VISTO MARCHARSE AL CIELO»
Al final del
Evangelio, Lucas (y solamente él) narra de forma sucinta la
ascensión de Jesús al cielo: «Después los sacó fuera, en
dirección a Betania, y levantando las manos los bendijo» (24,50).
De las palabras,
Jesús pasa ahora a los hechos: 'los saca' literalmente 'fuera' de
Jerusalén, como antiguamente Dios 'había sacado' al pueblo de
Israel de la tierra de Egipto (la misma expresión que en la versión
griega de los LXX en Ex 12,42.51; 13,3, etc.), es decir, 'los saca'
de la institución judía, que se ha convertido en tierra de
opresión, para que no regresen a ella nunca más.
Por desgracia, de
poco les servirá, puesto que -como nos dirá en seguida el
evangelista y luego repetirá al comienzo del segundo libro «ellos
regresaron a Jerusalén» (en sentido fuerte) y, por cierto, «con
gran alegría» (24,52), como si de un 'regreso' triunfal se tratara.
De ahí que ponga Lucas a modo de colofón del primer libro: «y
estaban continuamente en el templo bendi ciendo a Dios» (24,53),
puntualización que delata sin más la reverencia y estima que
profesan hacia la institución del templo. Hasta ese momento -viene a
decir Lucas- no se han enterado en absoluto de que «la cortina del
santuario se rasgó por medio» a la muerte de Jesús (cf. 23,45).
Este, previendo que regresarían a sus seguridades, les había
indicado la 'dirección' hacia la cual debía encaminarse la
comunidad de discípulos después de su partida: «"Betania"
debería haberse convertido en el punto de referencia de la pequeña
comunidad, en lugar del templo de Jerusalén. En el lenguaje figurado
del evangelista, "Betania" y "Jerosólima" se
oponen respectivamente a "templo" y "Jerusa lén".»
«Y sucedió que,
mientras él los bendecía, se separó de ellos y se lo llevaron al
cielo» (24,51). La ascensión de Jesús está descrita en términos
de separación, exenta de connotaciones gloriosas. Se abre así un
corto compás de espera, para que los discípulos, privados de la
presencia física de Jesús, reflexionen sobre el sentido que él con
su muerte y resurrección ha impreso de forma indeleble en su
condición de Mesías y aguarden con todas sus fuerzas la realización
de la promesa del Padre.
La segunda
descripción de la ascensión de Jesús en el libro de los Hechos
será mucho más minuciosa: «Y dicho esto», a saber: la predicción
de una irrupción inminente de la fuerza del Espíritu Santo sobre
ellos con vistas a la realización del encargo universal, cuando
ellos se habían confabulado precisamente para preguntarle si en este
preciso momento iba a restaurar el reino para Israel (cf. Hch 1,6-8),
«viéndolo ellos, fue llevado (al cielo) hasta que una nube lo
ocultó a sus ojos» (1,9). Ahora se compren de el porqué de su
confabulación, porque los había echado de la institución judía,
sagrada para ellos. De nuevo, en la descrip ción de la ascensión no
se aprecia ningún rasgo glorioso.
Como telón de fondo
ha colocado Lucas el paradigma de la ascensión de Elías (léase 4
Re LXX 2 Sam 2). Los discípulos, siguiendo el
ejemplo de Eliseo, observan fijamente el cielo, espe rando que cual
nuevo Elías Jesús les deje automáticamente su manto, su herencia.
Pero aquí, aunque
lo han visto mientras se iba, no les ha dejado nada. Ni carro de
Israel ni sus caballeros, nada de torbe llino: «Mientras miraban
fijamente al cielo cuando se marchaba, mirad (el foco ilumina a dos
personajes introducidos en escena, que permanecían en la penumbra),
dos hombres vestidos de blanco que se habían presentado a su lado»
(Hch 1,10), pero que habían pasado completamente inadvertidos para
ellos. Son Moisés y Elías, según se desprende de sus dos
anteriores apari ciones (cf. Lc 9,30 y 24,4). En lugar del nuevo
Elías, se les presenta el antiguo, en representación de los
Profetas, junto con Moisés, personificación de la Ley.
Moisés y Elías, la
Ley y los Profetas, la Escritura en persona, como en el caso de las
mujeres en el sepulcro, serán los intérpre tes de la nueva
situación, intentando disuadir a los discípulos de sus vanas e
inútiles esperanzas cifradas en el Elías nacionalista y violento:
«Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo
Jesús que se han llevado a lo alto de entre vosotros vendrá tal
como lo habéis visto marcharse al cielo» (Hch 1,11).
La vuelta de Jesús,
como su ida al cielo, se realizará sin manifestación alguna
esplendorosa, sin gloria ni poder, y tendrá lugar en el momento de
la efusión del Espíritu Santo. Jesús ya les había predicho que su
Espíritu no lo iban a recibir automá ticamente, como ocurrió en
tiempos de Elías/Eliseo. También nosotros únicamente lo
descubriremos a través de su encarnación en la historia, siempre
que consigamos atravesar esta 'nube' que ahora nos lo oculta. La
'nube' separa dos presencias: la histórica, caduca y mortal, y la
definitiva, sin condicionamientos de espacio y tiempo. Una y otra
tienen en común la encarnación real y solidaria en la historia del
hombre.
Jesús ha completado
definitivamente su éxodo, con su ida hacia el Padre; pero ellos
«regresaron a Jerusalén», la institución judía de donde aquél
los había 'sacado' (1,12a). Están muy verdes todavía para que
puedan llevar a término su éxodo personal.
IV
En primer
lugar recomendamos vivamente revisitar un excelente texto de Leonardo
BOFF, tanto para quienes han de preparar una homilía, como para
quienes quieran utilizarlo en la reunión de estudio bíblico, o
incluso para el estudio personal; puede ser tomado de la biblioteca
de los Servicios Koinonía,
aquí: http://www.servicioskoinonia.org/biblico/textos/ascension.htm Además,
les ofrecemos un comentario tradicional.
Lucas ha escrito dos
libros: un evangelio y los Hechos de los apóstoles. En Hch 1,1-2
Lucas retoma la referencia a Teófilo que hizo al comienzo de su
Evangelio (“ilustre Teófilo” Lc 1,3). Teófilo significa “amigo
de Dios”. El hecho de agregarlo aquí, después de separarse su
obra en dos, refuerza la idea que Teófilo es una designación
simbólica general. Todos los que leemos estos libros somos Teófilos.
Su evangelio termina con «Jesús llevado al cielo» (Lc 24,51). Los
Hechos comienzan con el relato de «Jesús yéndose al cielo» (Hch
1,6-11). En el evangelio se presenta a Jesús con su cuerpo. En los
Hechos ya no está corporalmente. Actúa por medio de su Espíritu.
La orden que Jesús da a los apóstoles en Hch 1,4 exige pasividad
total: no ausentarse de la ciudad y aguardar. En Lc 24,49 es
semejante: permanecer en la ciudad (con la connotación de esperar
sin hacer nada). La permanencia y espera pasiva debe durar “hasta
que sean bautizados en el Espíritu Santo” (Hch 1,5) o “hasta que
sean revestidos del poder de lo alto” (Lc 24,49). Lucas se está
aquí refiriendo claramente a Pentecostés.
El misterio del
resucitado se expresa de muchas maneras en el Nuevo Testamento: está
vivo, se ha despertado, se ha levantado... En la Carta a los Efesios
vemos un ejemplo de estas manifestaciones: Pablo hace un claro
énfasis en la glorificación de Jesús a la derecha del Padre. Y es
a partir de esta glorificación que nosotros y nosotras, sus
discípulos, recibiremos la fuerza del Espíritu Santo, espíritu de
sabiduría y de revelación, para conocerle perfectamente y conocer
así su voluntad, asumiendo por completo el desafío de continuar su
tarea a favor del Reino.
Lucas quiere
mostramos también que Jesús ha sido «glorificado» por Dios: ha
entrado en la gloria del Padre. Separa ambos eventos (resurrección y
ascensión), para subrayar el carácter histórico que cada uno de
ellos tiene. Jesús resucitado, antes de su
ascensión-exaltación-glorificación, convive con sus discípulos:
come con ellos y los instruye. La ascensión de Jesús señala, en
Lucas, la tensión en la que entra la comunidad de los discípulos
desde aquel momento, una vez que han terminado las apariciones del
Resucitado: tensión entre la ausencia y al mismo tiempo la presencia
del Señor. Jesús continúa su acción y enseñanza después de ser
llevado al cielo; Jesús resucitado sigue actuando y enseñando en la
comunidad después de su ascensión. Lucas (como también Pablo en el
pasaje de la segunda lectura) une íntimamente la ausencia física
con el Don del Espíritu Santo.
La insistencia de
que los discípulos veían a Jesús subiendo hacia el cielo, podría
considerarse alusiva a las escenas de asunción de Elías, cuando
Eliseo tuvo asegurado el espíritu de profecía del maestro porque
pudo verlo. Así, la comunidad de los discípulos queda configurada
en la ascensión como la comunidad profética que hereda el Espíritu
de Jesús para continuar su misión. En la ascensión Jesús no se
va, sino que es exaltado, glorificado. La parusía no es el retorno
de un Jesús ausente, sino la manifestación gloriosa de un Jesús
que siempre ha estado presente en la comunidad. Esto aparece
claramente en las últimas palabras de Jesús en Mt 28,19: “he aquí
que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de este mundo”.
La ascensión expresa el cambio en Jesús resucitado, una nueva
manera de ser, gloriosa, glorificada, pero siempre histórica, pues
Jesús glorificado sigue viviendo en la comunidad.
La narración de la
ascensión es para Lucas, la culminación del itinerario de Jesús, y
el tránsito entre el “tiempo de Jesús” y el “tiempo de la
Iglesia”, inaugurada con el Espíritu Santo, prometido por Jesús.
Al recibir el Espíritu la comunidad de los creyentes asume en sí la
misión de continuar el trabajo inaugurado por Jesús, de manifestar
el Reino del Padre.
Para la revisión
de vida
¿Estoy
asumiendo la misión propia de mi identidad como bautizado/a en
Cristo Jesús? ¿En qué doy verdadero «testimonio» de Jesús y de
su Causa, y en qué no lo doy aún?
¿Qué me
falta para madurar más en la fe? ¿Conozco suficientemente el
Proyecto de Jesús? ¿Busco vivir por su Causa con la fuerza de su
Espíritu y su experiencia de Dios Padre-Madre?
¿Qué señales
doy de interés por los demás y por su liberación de esclavitudes o
angustias, de sufrimientos, marginación, opresión o depresión?
Para la reunión
de grupo
La ascensión del
Señor, ¿fue un hecho histórico, físico, espiritual, teológico...?
Cuál es el mensaje
fundamental del «misterio» de la ascensión?
La tierra es el
único camino que tenemos para ir al cielo... Comentar esta famosa
sentencia del famoso misionólogo P. Charles.
El "texto
complementario", de Boff, que ofrecemos, se presta muy
fácilmente a ser utilizado como una sesión de estudio bíblico que
involucre a varios temas fundamentales de la comprensión de la
Biblia, así como otros respecto a la cosmovisión -cielo, tierra,
tiempo, eternidad...-.
Dice Lucas en Hch
1,3, que Jesús, después de resucitar, se dedicó con insistencia a
hablar a sus discípulos acerca «del Reino de Dios»: ¿qué creemos
que significaba eso para Jesús entonces, y para aquellos primeros
discípulos; y qué significa para nosotros hoy? Compartamos nuestra
opinión personal sobre ello.
En Mc 16,15-18
aparece esta promesa de Jesús: quienes crean el anuncio del
Evangelio y se bauticen, ejercerán «poderes mesiánicos»
liberadores, para destruir lo que amenaza y mata la vida. El texto
simboliza esos poderes en estas «señales»: «expulsarán demonios,
hablarán lenguas, agarrarán serpientes y, aunque beban veneno no
les hará daño; curarán enfermos». ¿Qué pueden significar hoy
los «demonios», las «lenguas», las «serpientes», los «venenos»
y también la «imposición de manos»? ¿Cuáles deben o pueden ser
las «señales» que hemos de dar hoy?
Para la oración
de los fieles
Por las Iglesias,
por el Papa, obispos, presbíteros, religiosas y religiosos y laicos
y laicas, para que todos los bautizados en Jesucristo seamos fieles
testigos suyos y de su Causa del Reino con la fuerza de su Espíritu:
Oremos
Por todos los
miembros de las comunidades cristianas, para que busquemos la madurez
en la fe y en la gracia, a la medida de Jesús crucificado y
resucitado, constituido Cabeza de la Iglesia: Oremos
Por los que viven y
anuncian el Evangelio del Reino en las fronteras del dolor de los
pueblos y de los sectores humanos más sufridos y excluidos de la
vida, para que les apliquen el poder de Cristo, Mesías sufriente y
resucitado, en signos de liberación e inclusión en la vida digna,
justa y solidaria propia del Reino de Dios: Oremos
Por los más
sufridos, olvidados y excluidos en nuestro país y en todo el mundo,
para que la fuerza del amor del Espíritu de Jesús nos lleve a vivir
una solidaridad que les abra caminos de esperanza real: Oremos
Por nuestro pueblo,
para que todo él supere las injustas desigualdades y los odios, y
crezcamos en paz verdadera, en puestos de trabajo y en vida justa y
solidaria según el Proyecto del Dios de Jesús: Oremos
Por todas las
personas que participamos en esta celebración, para que la ascensión
del Señor sea nuestra victoria y todos vivamos la experiencia del
poder transformante de Cristo resucitado: Oremos
Oración
comunitaria
Dios Padre nuestro,
al celebrar con gozosa esperanza la exaltación de tu amado Hijo
Jesús, que fue crucificado por ser fiel a tu voluntad de vida digna
para todos y todas, te pedimos que, con la fuerza del amor del
Espíritu, le sigamos al servicio de tu Reino de justicia, de amor y
de paz. Nosotros te lo pedimos inspirados en Jesús de Nazaret, hijo
tuyo y hermano nuestro.
Estos
comentarios están
tomados de diversos libros, editados por Ediciones El Almendro de
Córdoba, a saber:
- Jesús Peláez: La otra lectura de los Evangelios, I y II. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Rafael García Avilés: Llamados a ser libres. No la ley, sino el hombre. Ciclo A,B,C. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Juan Mateos y Fernando Camacho: Marcos. Texto y comentario. Ediciones El Almendro.
- Juan. Texto y comentario. Ediciones El Almendro. Más información sobre estos libros en www.elalmendro.org
- El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Ediciones Cristiandad, Madrid.
Acompaña siempre otro comentario tomado de la Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica: Diario bíblico
- Jesús Peláez: La otra lectura de los Evangelios, I y II. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Rafael García Avilés: Llamados a ser libres. No la ley, sino el hombre. Ciclo A,B,C. Ediciones El Almendro, Córdoba.
- Juan Mateos y Fernando Camacho: Marcos. Texto y comentario. Ediciones El Almendro.
- Juan. Texto y comentario. Ediciones El Almendro. Más información sobre estos libros en www.elalmendro.org
- El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Ediciones Cristiandad, Madrid.
Acompaña siempre otro comentario tomado de la Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica: Diario bíblico
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