sábado, 4 de abril de 2020

lecturas domingo de ramos 2020 ciclo A

DOMINGO DE RAMOS



Lectura del santo evangelio según san Mateo 21, 1-11:

Cuando se acercaban a Jerusalén, y llegaban a Betfagé, junto al monte de los Olivos. Jesús mandó dos discípulos diciéndoles:
—«Id a la aldea de enfrente, encontrareis enseguida una borrica atada con su pollino, desatadlos y traédmelos. Si alguien os dice algo contestadle que el señor los necesita y los devolverá pronto». Esto ocurrió para que sucediera lo que dijo el profeta:
«Decid a la hija de Sión:
"Mira a tu rey, que viene a ti,
humilde, montado en su asno,
en un pollino, hijo de acémila"».
Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús: Trajeron la borrica y el pollino, echaron encima sus mantos y Jesús se montó. La multitud extendió sus mantos por el camino; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás gritaba:
—«¡viva el hijo de David!». «¡Bendito el que viene en nombre del Señor!».«¡Viva el Altísimo!».  
Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada
—«¿Quién es este?».
La gente que venía con él  decía
—«Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea».
Palabra del señor.


Primera Lectura: Lectura del libro de Isaías 50, 4-7:

Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado,
para saber decir al abatido
una palabra de aliento.
Cada mañana me espabila el oído,
para que escuche como los iniciados.
El Señor Dios me ha abierto el oído;
y yo no me he revelado ni me he echado atrás:
ofrecí la espalda a los que me golpeaban,
la mejilla a los que mesaban mi barba.
No oculté el rostro a insultos y salivazos.
Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido;
por eso ofrecí el rostro como pedernal,
y sé que no quedaré avergonzado.
Palabra de Dios.

Salmo responsorial:

R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Al verme se burlan de mí,
hacen visajes, menean la cabeza:
«Acudió al Señor, que lo ponga a salvo;
que lo libre si tanto lo quiere».

R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Me acorrala una jauría de mastines,
me cerca una banda de malhechores;
me taladran las manos y los pies,
puedo contar mis huesos. 

R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Se reparten mi ropa,
echan a suerte mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía ven corriendo a ayudarme. 

R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.
Fieles del Señor, alabadlo;
linaje de Jacob, glorificadlo;
temedlo, linaje de Israel. 

R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?



Segunda lectura:
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 2, 6-11

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango,
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo,
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se dobla
—en el cielo, en la tierra, en el abismo—,
toda lengua proclame: 
«¡Jesucristo es Señor!»,
para gloria de Dios Padre.
Palabra de Dios.


Lectura del santo evangelio según san Mateo 27, 11-54


C. Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó:
S. —«¿Eres tú el rey de los judíos?».
C. Jesús respondió:
—«Tú lo dices».
C. Y mientras la acusaban los sumos sacerdotes y los senadores no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó:
S. —«¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?».
C. Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, dijo Pilato:
S. —«¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman Mesías?».
C. Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir:
S. —«No te metas con ese justo porque esta noche he sufrido mucho soñando con él».
C. Pero los sumos sacerdotes y los senadores convencieron a la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús. El gobernador preguntó:
S. —«¿A cuál de los dos queréis que os suelte?».
C. Ellos dijeron:
S. —«A Barrabás».
C. Pilato les preguntó:
S. —«¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?».
C. Contestaron todos:
S. —«¡Que lo crucifiquen!».
C. Pilato insistió:
S. —«Pues ¿qué mal ha hecho?».
C. Pero ellos gritaban más fuerte:
S. —«¡Que lo crucifiquen!».
C. Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia del pueblo, diciendo:
S. —«Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!».
C. Y el pueblo contestó:
S. —«¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!».
C. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotado, lo entregó para que lo crucificaran.
C. Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y trenzando una corona de espinas se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo:
S. —«¡Salve, rey de los judíos!».
C. Luego lo escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella en la cabeza. Y terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.
C. Al salir, encontraron un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz.
C. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir «La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo, probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Este es el Rey de los Judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda.
C. Los que pasaban, lo injuriaban y decían meneando la cabeza:
S. —«Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz».
C. Los sumos sacerdotes con los letrados y los senadores se burlaban también diciendo:
S. —«A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¿No es el rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?».
C. Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.
C. Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó:
pastedGraphic.png «Elí, Elí, lamá sabaktaní».
C. (Es decir:
pastedGraphic.png —«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»).
C. Al oírlo algunos de los que estaban allí dijeron:
S. —«A Elías llama éste».
C. Uno de ellos fue corriendo; en seguida cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Los demás decían:
S. —«Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo».
C. Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu.
Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rasgaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos. El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba dijeron aterrorizados:
S. —«Realmente éste era Hijo de Dios».
Palabra del Señor

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