jueves, 30 de abril de 2020

silencio por nuestros difuntos

TRES MINUTOS DE SILENCIO
Por los difuntos del coronavirus y por sus familiares

(Hoy, jueves 30 de abril, en Gójar,  a las 18:00 h.; al repique de campanas; cada uno desde donde se encuentre)

José Antonio Espejo Zamora




Esta tarde, tras el repique de campanas, en Gójar, guardaremos 3 minutos de silencio. Hemos sido convocados para ello por la Corporación Municipal de Gójar. Toda la corporación ha coincidido en lo conveniente de este gesto. El estar de acuerdo en lo esencial es fundamental para la solución de los problemas comunes y para conseguir una convivencia pacífica. Por otra parte, puesto que los concejales, alcalde, diputados, etc… no son el pueblo, sino la representación del mismo, esto hace que el gesto, el acto que haremos esta tarde sea el ejercicio de una de las funciones de las personas electas: intuir, rastrear el sentir del pueblo y llevarlo a cabo; una perversión del sistema sería lo contrario, esto es, dirigirme a la gente para modificarles su sentir, su pensamiento y sus  acciones con el objeto de que el pueblo piense, sienta, quiera y pida aquello que  a los dirigentes les conviene. No es el caso; el mismo hecho que gentes de distintos modos de pensar el funcionamiento de la sociedad se hayan puesto de acuerdo en los 3 minutos de silencio es muestra de ello.

El silencio, ¿para qué? y ¿por quién?

El silencio puede ser un problema para algunas personas, no saben qué hacer; ¿hacia dónde dirigir el corazón y la mente? Nosotros, que somos religiosos, sabemos que inmediatamente que cerramos los ojos, la boca y el pensamiento, dirigimos una mirada al centro de nuestra alma y activamos el mecanismo interno, que conocemos bien, y que hace que lo más profundo de nosotros mismos se dirija a Dios para, entablando un diálogo con Él, podamos pedirle por los difuntos y por sus familiares; pedir es lo más sencillo, pero hay algo más profundo que es sentir y participar con Dios en el amor común que nos envuelve a nosotros, a los difuntos, a los familiares, y a Dios mismo; pensemos que hacer oración es como introducirte en una piscina donde uno y todos nos encontramos rodeados de agua, y esa agua sería el amor, que nos rodea, nos inunda y nos penetra; si en una piscina el agua está fuera de nosotros, cuando oramos, el amor no sólo nos rodea sino que nos penetra. El silencio, por tanto, es para adentrarnos en esa balsa que constantemente nos rodea, que es el amor de Dios y que sólo cuando hago silencio y me adentro en mí mismo buscándolo, lo encuentro. Hay gente con un excelente oído musical, no es mi caso; esto les hace percibir el mundo sonoro de forma distinta; yo, que soy como un ciego para la música, sé lo que me pierdo cuando veo a otras personas elevarse al momento que a través del oído perciben la Belleza; es obvio que el sonido ha tocado el alma, y por tanto es una carencia en mí; igualmente, la persona que no puede orar tiene una carencia, está impedida para disfrutar de la relación con Dios y con los demás desde el centro de la propia alma. Los músicos nos dirán que aunque no se tenga oído, se puede adquirir y con el tiempo se puede llegar a disfrutar de la música; de igual manera, el que piensa que está incapacitado para la oración, también con el tiempo y la práctica puede llegar a tener ese contacto con Dios y con los demás a ese nivel profundo. Ese nivel puede llegar a ser tan profundo y claro que el amor nos permita adentrarnos en el alma del otro, y esto Dios lo hace con nosotros constantemente…

Silencio por quién:

Para nosotros, el silencio es oración, y la oración, como dirá San Juan de la Cruz, es soledad sonora, esto es, no hay en él ni silencio ni soledad.  Nosotros sabemos que los muertos resucitan; esto nos lo enseñó la iglesia desde niños; sin embargo, la vida, el pensamiento, la búsqueda personal y las experiencias nos confirman lo rotundo de esta verdad. Rezar, o aún algo más profundo, celebrar la Eucaristía por nuestros difuntos no es pedirle al Señor que los lleve al cielo; se trata de algo más hondo. Cuando yo oro por ellos, lo que realmente hago es intentar conectar desde el fondo de mi alma con el amor que los envuelve a ellos y que ellos son y tienen; conectar con el amor con el que ellos han amado a los suyos y que les nacía de dentro y por tanto con algo que nuestros difuntos conocen muy bien. Orar por los difuntos es superar la tragedia de la muerte, empujarlos hacia el corazón de Dios, hacia la comunión de los Santos, como nos enseña la iglesia; esto es, cuando oro por ellos estoy entrando, despertando en mí la común-unión con ellos y con Dios. Orar por el otro es estar en presencia del otro aunque él haya atravesado la muerte.

Algo flota en el aire y eso que flota es el amor que presencializa a Dios; necesitamos el silencio que nos permita percibir la presencia del Señor que a todos nos acompaña y en todos está, muertos y vivos.



No hay comentarios:

Publicar un comentario