domingo, 26 de abril de 2020

lecturas domingo 26 de abril 2020 pascua





Lecturas domingo 26 de abril de 2020

José Antonio Espejo Zamora
Comentario:

Los discípulos de Emaús se alejan de Jerusalén, han contemplado la tragedia de Jesús, nada más patente que la muerte para asegurar el fracaso; al alejarse de la ciudad, se van volviendo a la rutina, que para ellos era una vida sin esperanza, la resignación. “Suele suceder que los decorados se derrumben. Despertar, tranvía, cuatro horas de oficina o de fábrica, comida, tranvía, cuatro horas de trabajo, cena, sueño y lunes, martes, miércoles, jueves, viernes y sábado al mismo ritmo, es una ruta fácil de seguir la mayoría del tiempo. Pero un día surge el <<porqué>> y todo comienza con esa lasitud teñida de asombro… la lasitud está al final de una vida maquinal… durante todos los días de una vida sin brillo, el tiempo nos lleva…”; así el premio Nobel de literatura, Camus, nos va desvelando lo absurdo de la vida; a ese mundo absurdo vuelven los discípulos de Emaús. En ellos había surgido la esperanza cuando vieron cómo Jesucristo hacía irrumpir la eternidad en el tiempo, cuando vieron cómo la lógica absurda del mundo quedaba rota por los milagros de Jesucristo: “los ciegos ven, los sordos oyen…”, cuando en lo alto de la montaña oyeron: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos; bienaventurados los que lloran porque serán consolados, bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados… Caminan de vuelta a su casa, a la casa sin Dios, a la casa del absurdo, edulcorada con mil cosas para tapar y olvidar el verdadero rostro del mundo: lo absurdo. Todo estaba bajo el peso de la muerte. ¿Por qué los que mataron a Jesús prefieren que todo el pueblo viva un mundo sin esperanza, sin Dios, sin sentido? ¿Por qué mataron a Jesús los que dirigen el mundo? Seguramente porque de esta manera el mundo reducido al tiempo, a lo puramente humano, aunque sea absurdo y desesperanzado, el mundo les pertenece a ellos, lo pueden manejar, y muerto Dios, ellos se convierten en dios. No se convierte el pueblo en dios, sino sólo una élite, (económica, política…), aunque como la élite es inteligente le dirán al pueblo que ellos son dios, (la soberanía reside en el pueblo) vosotros sois dios, vosotros elegís a la élite, por tanto vosotros sois nosotros y nosotros, vosotros; pero nosotros, la élite, dirigimos en vuestro nombre el cielo y el infierno en este mundo, pues nos pertenece. Jesucristo había roto esto y no lo podían consentir. ¿No es el mismo motivo por el que mataron a Gandhi, a Oscar Romero, a Martin Luther King, o por lo que intentaron matar a Juan Pablo II? Éstos sólo tenían, como Jesucristo, un arma: la Palabra y los cuatro proclamaban la no violencia, como Jesucristo, pero contra ellos se ejerció la violencia. ¿Quién venció? Para los de Emaús, vencieron los de siempre; sin embargo, de la India se marcharon los ingleses, en Estados Unidos ya ha habido un presidente negro; en los países del este cayeron las dictaduras, en el Salvador, se llenó de sinrazón la élite; sin embargo, hoy como hace 2.000 años, millones de personas creemos y pensamos que Jesucristo es el Hijo de Dios; como Pedro, en la primera lectura, nos ponemos de pie y con solemnidad decimos: “A Jesús el Nazareno, al que matasteis… Dios lo resucitó…”. ¿Cómo podemos afirmar esto? Sería suficiente decir que cuando vemos que los hombres que tienen como arma sólo la Palabra vencen a los que tienen en sus manos la propaganda, la economía y la violencia… ¿No es esto un milagro? ¿No es esto la eternidad irrumpiendo en el tiempo? ¿No es esto un milagro que perturba la lógica del mundo? Sin embargo, hay mucho más. Cuando los de Emaús son acompañados por un hombre que les hablaba de la vida de Jesús, les ardía el corazón, la eternidad despertaba dentro de ellos mismos; pero hay más, se les abrieron los ojos, comprendieron cuando, sentados a la mesa, compartieron el pan, como nosotros, cuando celebramos la misa, esto es, cuando nosotros entramos en una relación en comunión entre nosotros y con Dios, cuando nosotros, al celebrar los sacramentos, rompemos el tiempo, y la eternidad que vive dentro de cada persona sale fuera… y hay mucho más…








Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (2,14.22-33):

EL día de Pentecostés Pedro, poniéndose en pie junto a los Once, levantó su voz y con toda solemnidad declaró:
«Judíos y vecinos todos de Jerusalén, enteraos bien y escuchad atentamente mis palabras.
A Jesús el Nazareno, varón acreditado por Dios ante vosotros con los milagros, prodigios y signos que Dios realizó por medio de él, como vosotros mismos sabéis, a este, entregado conforme al plan que Dios tenía establecido y previsto, lo matasteis, clavándolo a una cruz por manos de hombres inicuos. Pero Dios lo resucitó, librándolo de los dolores de la muerte, por cuanto no era posible que esta lo retuviera bajo su dominio, pues David dice, refiriéndose a él:
“Veía siempre al Señor delante de mí,
pues está a mi derecha para que no vacile.
Por eso se me alegró el corazón,
exultó mi lengua,
y hasta mi carne descansará esperanzada.
Porque no me abandonarás en el lugar de los muertos, ni dejarás que tu Santo experimente corrupción.
Me has enseñado senderos de vida,
me saciarás de gozo con tu rostro”.

Hermanos, permitidme hablaros con franqueza: el patriarca David murió y lo enterraron, y su sepulcro está entre nosotros hasta el día de hoy. Pero como era profeta y sabía que Dios “le había jurado con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo”, previéndolo, habló de la resurrección del Mesías cuando dijo que “no lo abandonará en el lugar de los muertos” y que “su carne no experimentará corrupción”. A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos.

Exaltado, pues, por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo».

Palabra de Dios

Salmo
Sal 15,1-2.5.7-8.9-10.11

R/. Señor, me enseñarás el sendero de la vida

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
Yo digo al Señor: «Tú eres mi Dios».
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
mi suerte está en tu mano. R/.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré. R/.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa esperanzada.
Porque no me abandonarás en la región de los muertos,
ni dejarás a tu fiel ver la corrupción. R/.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. R/.


Segunda lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro (1,17-21):

Queridos hermanos:
Puesto que podéis llamar Padre al que juzga imparcialmente según las obras de cada uno, comportaos con temor durante el tiempo de vuestra peregrinación, pues ya sabéis que fuisteis liberados de vuestra conducta inútil, heredada de vuestros padres, pero no con algo corruptible, con oro o plata, sino con una sangre preciosa, como la de un cordero sin defecto y sin mancha, Cristo, previsto ya antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos por vosotros, que, por medio de él, creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, de manera que vuestra fe y vuestra esperanza estén puestas en Dios.

Palabra de Dios


Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Lucas (24,13-35)

Aquel mismo día (el primero de la semana), dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios;
iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo:
«¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?».
Ellos se detuvieron con aire entristecido, Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió:
«Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?».
Él les dijo:
«¿Qué?».
Ellos le contestaron:
«Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».
Entonces él les dijo:
«¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?».
Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.
Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo:
«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída».
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron.
Pero él desapareció de su vista.
Y se dijeron el uno al otro:
«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».
Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón».
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Palabra del Señor

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