LUZ
DEL DOMINGO
Domingo, 4 de octubre de 2015
VIGESIMOSÉPTIMO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Primera
lectura: Génesis 2, 18-24
Salmo responsorial: Salmo 127
Segunda lectura: Hebreos 2, 9-11
Salmo responsorial: Salmo 127
Segunda lectura: Hebreos 2, 9-11
EVANGELIO: Marcos
10, 2-16
“Se acercaron
unos fariseos y, con intención de tentarlo, le preguntaron si está permitido al
marido repudiar a su mujer. 3El les replicó: -¿Qué os mandó
Moisés? 4Contestaron:. -Moisés permitió repudiarla, dándole un acta
de divorcio. 5Jesús les dijo: -Por lo obstinados que sois os dejó
escrito Moisés ese mandamiento. 6Pero, desde el principio de la
humanidad Dios los hizo varón y hembra; por eso el hombre dejará a su padre y a
su madre 8y serán los dos un solo ser; de modo que ya no son
dos, sino un solo ser. 9Luego lo que Dios ha unido, que no lo
separe un hombre. 10En la casa, los discípulos le preguntaron a su
vez sobre lo mismo. 11Él les dijo: -El que repudia a su mujer y
se casa con otra, comete adulterio contra la primera; 12y si
ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio. 13Le
llevaban chiquillos para que los tocase, pero los discípulos se pusieron a
regañarles. 14Al verlo Jesús, les dijo indignado: -Dejad que
los chiquillos se me acerquen, no se lo impidáis, porque los que son como éstos
tienen a Dios por rey. 15Os lo aseguro: quien no acoja el reino
de Dios como un chiquillo, no entrará en él. 16Y, abrazándolos, los
bendecía imponiéndoles las manos.”
COMENTARIOS
I
EN
DEFENSA DE LA MUJER
La cuestión
era meter a Jesús en un aprieto. Ahora sí que tendría que definirse. "Se
le acercaron unos fariseos y le preguntaron: ¿Le está permitido a un hombre
repudiar a su mujer?
En este tema
del divorcio los judíos andaban divididos:
Unos,
seguidores de Rabí Hillel, de talante liberal, decían rotunda y absolutamente
que sí, que el hombre podía repudiar a la mujer por cualquier motivo, con la
única condición de extenderle un acta de divorcio, una especie de certificado
de separación matrimonial que permitiera a la mujer repudiada poder contraer
legalmente nuevas nupcias. Un plato mal cocinado, un asado quemado, una
torpeza, la salida a la calle sin velo eran sobrado motivo para que el varón
pudiera repudiar a su esposa y casarse con otra. Rabí Aqiba enseñaba que
bastaba con encontrar otra mujer más guapa que la propia para poder hacerlo.
Más facilidades, imposible...
Otros,
seguidores de Rabí Shammai, conservador, sólo admitían un caso posible de
divorcio: que el marido hubiese encontrado en la esposa una "'erwat
dabar", expresión hebrea que aparece en el libro del Deuteronomio (24,1-4)
y cuyo significado y alcance era discutido, pero que los seguidores de este
rabino interpretaban como una acción deshonesta cometida por la esposa, o algo
perteneciente al área de la desnudez o de lo impúdico.
En todo
caso, el divorcio era un derecho adquirido e incuestionable del varón, derecho
del que no podía disfrutar la mujer, considerada en este, como en otros muchos
aspectos, un ser inferior.
Así estaban
las cosas cuando los fariseos le preguntaron a Jesús si está permitido a un
hombre repudiar a su mujer.
Jesús, que
no aceptaba la práctica divorcista vigente en Palestina, consideró que la
pregunta no procedía. Se le preguntaba por la reconocida institución del
repudio, como derecho del varón y verdadero instrumento de dominación de éste
sobre la mujer. La respuesta dejó sorprendidos a sus oyentes: "Lo que Dios
ha unido, que no lo separe el hombre".
Con esta
frase lapidaria Jesús se declara abiertamente en contra del repudio tal y como
lo practicaban los judíos, como privilegio del varón. Hombre y mujer se sitúan
ante el matrimonio a un nivel de igualdad. El ideal del matrimonio es la
indisolubilidad de un amor que supera con creces el que se tiene a los padres.
Al proclamar este ideal, el Maestro nazareno situaba a varón y hembra, hombre y
mujer, en igualdad de derechos y obligaciones para conservar, alentar y
fortalecer un vínculo, ratificado por Dios.
En defensa
de la mujer, con frecuencia abandonada arbitrariamente por el marido, Jesús
niega la licitud del ejercicio del repudio tal y como lo practicaban los
judíos.
Nada dice el
Evangelio de la licitud o no de éste en los términos en que los plantea la
sociedad moderna. El contexto socio-cultural ha cambiado mucho desde Jesús a
nuestros días. Por otra parte, nuestra práctica cristiana, salvando siempre el
ideal de la indisolubilidad del matrimonio, propuesto por Jesús, debiera dar
respuesta humana y misericorde a tantas quiebras matrimoniales, ya de suyo
irremediables. Lo cortés no quita lo valiente.
II
IGUALES
EN NATURALEZA Y DIGNIDAD
La mujer,
excepto en algunas sociedades primitivas, ha ocupado siempre un lugar
secundario. Hoy parece que las sociedades más avanzadas, gracias a la lucha de
las mujeres mismas, van reconociendo la igualdad entre los sexos.
EL DERECHO
DE REPUDIO
Se acercaron
a Jesús unos fariseos y, con intención de tentarlo, le preguntaron
si está permitido al marido repudiar a su mujer...
En el
evangelio de hoy no se trata el tema del divorcio, que es una posibilidad a la
que pueden acceder tanto el hombre como la mujer; de lo que se trata es
del repudio, que consiste en el derecho del marido a despedir
a su mujer sin más trámite que darle «un acta de divorcio», sin que a este
derecho del varón corresponda otro semejante para la mujer.
En tiempos
de Jesús había diversas corrientes de opinión acerca de este asunto: unos
creían que era necesario sorprender a la mujer en adulterio para que fuese
lícito repudiarla; otros pensaban que para ello bastaba que le causara al
marido cualquier incomodidad, como el que un día se le quemara la comida. Lo
que ninguna corriente contemplaba, ni siquiera como posibilidad, es que la
mujer pudiera repudiar al marido (Jue 19,2-10); ése era un derecho exclusivo
del varón.
Los
fariseos, según el testimonio del evangelio, parece que no hacían nada de buena
fe. Con su pregunta es posible que buscaran enemistar a Jesús con una parte del
pueblo: si Jesús se mostraba tolerante, lo acusarían de tener la manga demasiado
ancha; si elegía la posibilidad más exigente, dirían que era un estrecho. O
quizá querían obligarlo a elegir entre los textos del Antiguo Testamento: unos
permitían el repudio (Dt 24,1); otros presentaban el matrimonio indisoluble
como el ideal para cualquier israelita fiel (Mal 2,14-16); así interpreta el
evangelio el texto de Gn 2,24.
AMOR, NO DOMINIO
AMOR, NO DOMINIO
-Por lo obstinados que sois os dejó escrito Moisés ese
mandamiento. Pero desde el principio de la humanidad Dios los hizo varón y
hembra; por eso el hombre dejará a su padre y a su madre y serán los dos un
solo ser; de modo que ya no son dos, sino un solo ser. Luego lo que Dios ha
unido, que no lo separe un hombre.
Lo que
quizá no esperaban es que, al responderles, Jesús estableciera un principio de
igualdad entre el hombre y la mujer: Dios quiere que el amor no se acabe nunca;
por eso no le agrada que el hombre o la mujer, cualquiera de los dos, ponga fin
al amor que El unió. Un amor -Dios lo quiso así- mayor que el que se tiene a
los propios padres: «por eso el hombre dejará a su padre y a su madre... » Pero
el mantener la unión en el amor no es un asunto exclusivo del varón, sino
responsabilidad compartida de la pareja. El matrimonio, por tanto, es cosa de
dos personas, iguales en derechos, dignidad y obligaciones.
No se trata
de establecer nuevas leyes para exigir que sigan viviendo juntos, aunque su
vida sea un infierno, aquellos que no han sabido o no han podido realizar en
plenitud el proyecto de Dios. Jesús se limita a aplicar a un caso concreto su
proyecto global: para conseguir la felicidad no hay otro camino que la práctica
del amor. Y el amor entre los hombres sólo es posible -ya está claro en el
primer libro de la Biblia- en un plano de igualdad.
Quizá eso es
lo que más debió de sorprender a los fariseos: que Jesús, remontándose al
momento mismo de la creación, estableciera un principio de igualdad y ofreciera
un modelo de convivencia basado no en la ley, sino en la naturaleza misma, que
manifiesta la voluntad de Dios: la relación entre el hombre y la mujer es un
proyecto de amor que debe conducir a la fusión de dos personas en un único
ser; se excluye toda relación de dominio de uno sobre otro, todo privilegio de
cualquiera de las partes, y, por otro lado, hay que insistir, es de los dos la
responsabilidad de mantener vivo el amor.
... COMO UN CHIQUILLO
Le llevaban
chiquillos para que los tocase, pero los discípulos se pusieron a regañarles.
Al verlo, Jesús les dijo, indignado:
-Dejad que
los chiquillos se me acerquen, no se lo impidáis, porque los que son como éstos
tienen a Dios por rey. Os lo aseguro: quien no acoja el reino de Dios como un
chiquillo no entrará en él.
Marcos
coloca la cuestión sobre el matrimonio entre una advertencia contra la ambición
(Mc 10,17-22) y la afirmación de la necesidad de acoger el reino de Dios como
niños. El reino de Dios, según el último párrafo del evangelio de hoy, debe ser
acogido con la actitud de un chiquillo, que en este evangelio
representa a todo el que ha renunciado a la ambición de poder y ha adoptado
como norma de su vida el servicio, por amor, a sus semejantes. Apliquemos esto
a la relación de la pareja: dos personas que se quieren y, porque se quieren,
hacen todo lo que sea necesario para que la otra/el otro sea feliz; excluyendo,
por principio y desde el principio, todo intento de dominar en esa relación,
toda ambición de ser el/la que manda; comprometidos, los dos por igual, en
hacer todo lo posible para que esa relación no se arruine. ¿No será ésta la
clave para entender el verdadero sentido cristiano de la «indisolubilidad» del
matrimonio?
La Iglesia
-nosotros-, que tanto empeño ha mostrado en ocasiones en imponer hasta a los no
creyentes la indisolubilidad del matrimonio, incluso por medio de leyes
civiles, quizá se ha olvidado de dar el verdadero testimonio que el evangelio
exige: respetar el papel que le corresponde a la mujer en la Iglesia, en un
plano de absoluta igualdad con el varón, y así ser el ámbito adecuado para que
las parejas cristianas den su testimonio propio: mostrar al mundo que es
posible que un hombre y una mujer, iguales en naturaleza y dignidad, mantengan
una relación de amor hasta la muerte, como amó hasta la muerte el mismo Jesús.
III
v.
2: Se acercaron unos fariseos y, con intención de tentarlo, le
preguntaron si está permitido al marido repudiar a su mujer.
Los fariseos
que se acercan a Jesús pretenden tentarlo (cf. 1,13: de
Satanás; 8,11.33), es decir, ponerlo a prueba. Se debatía mucho en las escuelas
rabínicas cuáles eran los motivos que justificaban el repudio, que estaba
permitido por la Ley. Ahora quieren ver hasta qué punto lo acepta Jesús. El
repudio significaba que el hombre podía despedir a su mujer por algún motivo,
sin más explicación. Expresaba la superioridad del hombre y su dominio sobre la
mujer y reflejaba, en la esfera doméstica, la opresión ejercida en todos los
niveles de la sociedad judía.
vv.
3-5: El les replicó: «¿Qué os mandó Moisés?» Contestaron: «Moisés permitió repudiarla,
dándole un acta de divorcio». Jesús les dijo: «Por lo obstinados que sois
os dejó escrito Moisés ese mandamiento».
Jesús les pregunta sobre el fundamento
de su postura. Cuando citan a Moisés, Jesús no se intimida: les declara
abiertamente que, al dar ese precepto cediendo a la obstinación y dureza del
pueblo, Moisés fue infiel a Dios y frustró el designio divino.
vv.
6-9: «Pero, desde el principio de la humanidad, Dios los hizo
varón y hembra; por eso el ser humano dejará a su padre y a su madre y serán
los dos un solo ser; de modo que ya no son dos, sino un solo ser. Luego
lo que Dios ha emparejado, que un ser humano no lo separe».
El ideal del
matrimonio está basado en el proyecto creador de Dios: un amor superior al de
los padres realiza una identificación que excluye el dominio (serán los
dos un solo ser). Contra toda la mentalidad y praxis de la cultura
judía, Jesús afirma claramente la igualdad del hombre y de la mujer. No valen
leyes humanas que destruyan esa igualdad querida por Dios. La mera decisión
unilateral de un cónyuge no basta para anular el vínculo creado en la
pareja (lo que Dios ha emparejado, que un ser humano no lo separe).
v. 10: En
la casa, los discípulos le preguntaron a su vez sobre lo mismo.
De nuevo
está Jesús en la casa/comunidad, y allí se vuelve a hacer patente la
incomprensión de los discípulos (cf. 7,17; 9,28), quienes no pueden entender
que se hable de igualdad entre el hombre y la mujer. Participan de la dureza y
obstinación que ha reprochado Jesús a los fariseos y al pueblo.
vv.
11-12: El les dijo: «El que repudia a su mujer y se casa con otra,
comete adulterio contra la primera; y si ella repudia a su marido y se casa con
otro, comete adulterio».
Jesús
reafirma la igualdad mencionando las dos posibilidades contrarias: ni el
hombre puede tomar esa decisión por su cuenta ni tampoco la mujer. Este último
caso era inconcebible en la sociedad judía, aunque sí se daba en la sociedad
romana.
v. 13: Le
llevaban chiquillos para que los tocase, pero los discípulos se pusieron a
conminarles.
Chiquillos, como en
9,36: nuevos seguidores de Jesús, no procedentes del judaísmo, que aceptan
plenamente su programa. Los discípulos quieren impedir que se acerquen a Jesús
y les conminan como si tuviesen un mal espíritu (como Pedro a Jesús en 8,32).
Aparece de nuevo la tensión entre los dos grupos (cf. 9,37).
v. 14: Al
verlo Jesús, les dijo indignado: «Dejad que los chiquillos se me acerquen, no
se lo impidáis, porque sobre los que son como éstos reina Dios».
Jesús se
indigna. Su prohibición: no se lo impidáis, relaciona esta
perícopa con la del exorcista (9,39), figura de un seguidor no israelita.
Tienen derecho al contacto con Jesús porque, gracias a su opción, Dios reina
sobre ellos; de los que son como éstos (lit. «de estos
tales»), es decir, de los que se hacen «últimos de todos y servidores de todos»
(9,35).
v. 15: Os
lo aseguro: «quien no acoja el Reino de Dios como un chiquillo, no entrará en
él».
Jesús
termina con un dicho solemne (Os lo aseguro): La actitud de
estos seguidores es la necesaria para entrar en el Reino, cuya primicia es la
comunidad cristiana. Para ellos, el Reino ya no está cerca (1,15): su opción
por Jesús ha colmado la distancia que lo separaba y entran en él. Son modelo de
aceptación/acogida del reinado de Dios
v. 16: Y,
abrazándolos, los bendecía imponiéndoles las manos.
Como hizo
Jesús antes con un «chiquillo» (9,36), también aquí abraza a
éstos, mostrándoles su identificación y afecto. Ya se ha notado la
correspondencia entre «abrazar» y «ser hermano, hermana y madre» de Jesús
(3,35). Al gesto del abrazo se une la bendición de Jesús, la abundante
comunicación de vida a los que han producido (4,24s).
IV
En la
primera lectura nos encontramos con el segundo relato de la creación, que está
centrado en la creación del hombre y de la mujer, ambos formados de tierra y
aliento divino. Los dos son hechura de Dios, y por lo tanto deberían ser
iguales, a pesar de su diversidad. La relación perfecta entre los dos no está
garantizada ni escrita en su sangre: es una conquista de la libertad que ellos
deben construir. Un proyecto de unidad que compromete la responsabilidad de
cada uno.
El autor de
la carta a los hebreos nos dice que la pasión y la muerte de Jesús no son fines
en sí mismos, sino solamente un camino hacia la resurrección y la salvación
plena. Los cristianos no nos podemos quedar contemplando al crucificado del
viernes santo, construyendo nuestra vida desde el dolor, el sufrimiento y la
muerte. La misma epístola nos dice que el propio Jesús “en los días de su vida
mortal presentó, con gritos y lágrimas, oraciones y súplicas, al que lo podía
salvar de la muerte”. Esto quiere decir que él mismo luchó por encontrar una
alternativa que no estaba sujeta a su voluntad sino a hacer la voluntad del
Padre. Estamos en hora de superar todo tipo de devoción que se queda en la
contemplación de los sufrimientos y dolores de Jesús y construir nuestra vida
cristiana desde la esperanza que nos ofrece la resurrección.
En el
evangelio, los fariseos ponen a prueba a Jesús preguntándole qué pensaba sobre
el divorcio y si era lícito repudiar a una mujer. La respuesta de Jesús es
significativa cuando caemos en cuenta de que, tanto en el judaísmo como en el
mundo greco-romano, el repudio era algo muy corriente y estaba regulado por la
ley. Si Jesús respondía que no era lícito, estaba contra la ley de Moisés. Por
eso les devuelve la pregunta y les dice que la ley de Moisés es provisional y
que ahora se han inaugurado los tiempos de la plenitud en los que la vida se
construye desde un orden social nuevo, en el que el hombre y la mujer forman
parte de la armonía y el equilibrio de la creación. La novedad de esta
afirmación de Jesús saltaba a la vista; en su interpretación desautorizaba no
sólo las opiniones de los maestros de la ley que pensaban que a una mujer se le
podía repudiar incluso por una cosa tan insignificante como dejar quemar la
comida, sino incluso, relativizaba la misma motivación de la ley de Moisés.
Además tiraba por tierra las pretensiones de superioridad de los fariseos, que
despreciaban a la mujer, como despreciaban a los niños, a los pobres, a los
enfermos, al pueblo. Nuevamente, al defender a la mujer, Jesús se ponía de
parte de los rechazados, los marginados, los ‘sin derechos’.
Pero como
los discípulos en esto compartían las mismas ideas de los fariseos, no
entendieron y, ya en casa, le preguntaron sobre lo que acababa de afirmar.
Jesús no explicó mucho más, simplemente les amplió las consecuencias de
aquello: “Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra
la primera; y lo mismo la mujer: si repudia a su marido y se casa con otro,
comete adulterio”.
El segundo
episodio de nuestro evangelio nos presenta un altercado de Jesús con sus
discípulos porque ellos no permiten que los niños se acerquen a Jesús para que
él los bendiga. Los discípulos pensaban que un verdadero maestro no se debía
entretener con niños porque perdía autoridad y credibilidad. Decididamente algo
no era claro en ellos. No acababan de asimilar las actitudes de Jesús ni los
criterios del Reino. Y Jesús se enojó con ellos; su paciencia también tenía
límites y si algo no toleraba era el desprecio hacia los marginados. Y les dijo
con mucha energía: dejen que los niños se me acerquen. ¿Con qué derecho se lo
impiden, cuando el Padre ha decidido que su Reinado sea precisamente en favor
de ellos? ¿No entienden todavía que en el Reino de Dios las cosas se entienden
totalmente al contrario que en el mundo?
Los niños
que no pueden reclamar méritos, carecen de privilegios y no tienen poder, son
ejemplo para los discípulos, porque están desprovistos de cualquier ambición o
pretensión egoísta y por eso pueden acoger el Reino de Dios como un don
gratuito. De los que son como ellos es el Reino de Dios, dice Jesús.
Es necesario
que nuestra experiencia cristiana sea verdaderamente una realidad de acogida y
de amor para todos aquellos que son excluidos por los sistemas injustos e
inhumanos que imperan en el mundo. Nuestra tarea fundamental es incluir a todos
aquellos que la sociedad ha desechado porque no se ajustan al modelo de ser
humano que se han propuesto. Si nos reconocemos como verdaderos seguidores de
Jesús, es necesario comenzar a trabajar por la humanidad que a los débiles de
este mundo se les ha arrebatado.
En este tema
del evangelio, que centrará hoy la homilía de este domingo en muchas
comunidades cristianas, el divorcio, la liturgia, lógicamente, propone como
primera lectura el relato de la creación del hombre y de la mujer, en el relato
del Génesis. Por ser de la Biblia, por ser del Génesis, por ser del relato de
la creación... todo pareciera dar a suponer que contiene en sí mismo el
fundamento religioso último y máximo de la visión cristiana del matrimonio.
Probablemente, en muchas homilías, el relato bíblico se constituirá en la única
referencia, en la referencia total, y se querrá sacar de él el fundamento
integral de la postura actual de la Iglesia sobre el matrimonio. ¿No será eso
fundamentalismo?
Hoy ya
sabemos que el relato de la «creación» no es un relato científico, de historia
natural: no tiene nada que decir ante lo que la ciencia nos dice hoy sobre el
origen de la Tierra, de la Vida, de nuestra especie humana o sobre nuestra
sexualidad. El relato no es -mucho menos- histórico: no hay que entenderlo como
una narración de algo que realmente ocurrió... hoy nadie sostiene lo contrario.
En las catequesis bíblicas solemos decir ahora que tenemos que «tratar de
captar lo que los autores bíblicos querían decir...», que no era lo que la mera
letra dice... En realidad, no se trata ni de eso, porque los autores bíblicos
no escribían para nosotros, ni estaban pensando en un mensaje distinto de lo
que leemos.
La verdad es
que no deberíamos abandonar una postura de profunda humildad en este campo,
porque los cristianos, durante casi toda nuestra historia, hasta hace unos cien
años hemos estado pensando lo contrario
de esto que ahora decimos. Hemos estado pensando que eran textos históricos,
que había que entender al pie de la letra y que había que creer ciegamente, y
que su contenido era real, e incluso «más que científicos» (la ciencia no
podría contradecirlos): porque eran textos directamente divinos, revelados, y
por tanto dogmáticos, contra los que la ciencia no tenía ninguna autoridad.
Hace apenas 100 años el Pontificio Instituto Bíblico, la máxima autoridad
oficial católico-romana, condenó taxativamente a quienes pusieran en duda el
«carácter histórico» de los once primeros capítulos del Génesis... y en todo el
conjunto de la Iglesia se pensaba así, desafiando arrogantemente a la ciencia y
a la antropología.
Durante
siglos, durante más de un milenio, el texto del relato de la creación que hoy
leemos ha sido utilizado para justificar directa o indirectamente la
inferioridad de la mujer, creada «en segundo lugar», y «de una costilla de
Adán». Durante más de dos mil años -y aún hoy, para la mayor parte de la civilización
occidental- este texto ha justificado el antropocentrismo, el mirar y entender
la realidad toda como puesta al servicio de este ser diferente, superior a
todos los demás, «sobre-natura», que sería el ser humano, poniéndolo todo bajo
«el valor absoluto de la persona humana», a cuyo servicio y bajo cuyo dominio
habría puesto Dios toda la «creación», con el mandato de explotar omnímodamente
la naturaleza: «crezcan y multiplíquense, y dominen la Tierra»...
Desde hace
medio siglo forman un coro reciente y mayoritario las voces de científicos y
humanistas que achacan a los textos bíblicos la minusvaloración y el desprecio
que la tradición cultural occidental ha sentido y ejercido sobre la naturaleza,
hasta provocar la actual crisis ambiental que nos ha puesto al borde del
colapso y amenaza con colapsar efectivamente.
Viene todo
esto a decir que hoy no podemos deducir directamente de los textos bíblicos
nuestra visión de los problemas humanos -matrimonio y divorcio incluidos-, como
si la construcción de nuestra visión moral y humana dependiera de unos textos
que en buena parte contienen las experiencias religiosas de unos pueblos
nómadas del desierto hace unos tres mil años... Sería bueno que los oyentes de
las homilías supieran discernir con sentido crítico la dosis de fundamentalismo
que algunas de nuestras construcciones morales clásicas pueden contener. Sería
todavía mejor que los autores de las homilías incorporaran a sus contenidos
esta visión crítica y esta superación del fundamentalismo.
Para la revisión
de vida
¿Cuál
es mi posición respecto al matrimonio católico? ¿Qué pienso sobre las parejas
separadas y vueltas a casar? ¿Hay recelos contra ellas? ¿Considero justa la
norma según la cual esas personas deben ser excluidas de la comunión? Confronto
mis posiciones y las disposiciones de la iglesia católica con el evangelio de
Jesús.
Para la
reunión de grupo
- Siguiendo
el método de «lectura popular de la Biblia» volver a tomar el relato de la
creación completo, y comentarlo desde una perspectiva de género, con ojos
sensibles a la igualdad del hombre y de la mujer.
-
Hacer lo mismo desde un punto de vista ecológico, enjuiciando la forma como
estos textos presentan la relación del hombre con la naturaleza.
-
Debemos los cristianos hacer que se sancione por ley civil la legislación
canónica ? ¿Por qué los cristianos no podemos pedir que se exija a todos los
ciudadanos lo que nos exigimos a nosotros en razón de nuestra propia fe?
Comparar esto con fundamentalismos de otras religiones.
Para la
oración de los fieles
Oremos
por nuestras iglesias, para que las acciones pastorales que en ellas realizamos
sean en verdad un signo creíble del amor y acogida de Dios a los más débiles.
Por
quienes dirigen la sociedad para que desde sus puestos de responsabilidad y
gobierno impulsen políticas de justicia y reconocimiento a la dignidad de la
mujer.
Por
nuestras mujeres, para que sepamos ver en ellas la presencia tierna del Padre
que nos invita a trabajar por el bien de todos y todas.
Por
nosotros, por nuestros grupos, por las parejas de nuestra comunidad, para que
en lugar de tanta teoría nos empeñemos en dar testimonio del amor y la
misericordia entre nosotros mismos.
Oración
comunitaria
Dios
de amor y de bondad que has sembrado en cada corazón las semillas del bien y de
la justicia; haz que despojándonos de nuestras tendencias de dominio, volvamos
a tu proyecto original de armonía y de equilibrio en nuestra relación con los
demás, en la relación entre hombres y mujeres, y en la relación con nuestra
madre. Nosotros te lo pedimos inspirados en Jesús, nuestro hermano mayor,
transparencia tuya. Amén.
Estos comentarios están
tomados de diversos libros, editados por Ediciones El Almendro de Córdoba, a
saber:
- Jesús Peláez: La otra lectura de los Evangelios, I y II. Ediciones El Almendro, Córdoba. - Rafael García Avilés: Llamados a ser libres. No la ley, sino el hombre. Ciclo A,B,C. Ediciones El Almendro, Córdoba. - Juan Mateos y Fernando Camacho: Marcos. Texto y comentario. Ediciones El Almendro. - Juan. Texto y comentario. Ediciones El Almendro. Más información sobre estos libros en www.elalmendro.org - El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Ediciones Cristiandad, Madrid. Acompaña siempre otro comentario tomado de la Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica: Diario bíblico |
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