Domingo, 25 de octubre de 2015
TRIGÉSIMO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
TRIGÉSIMO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Primera
lectura: Jeremías 31, 7-9
Salmo responsorial: Salmo 125
Segunda lectura: Hebreos 5, 1-6
Salmo responsorial: Salmo 125
Segunda lectura: Hebreos 5, 1-6
EVANGELIO Marcos
10, 46-52:
“Cuando
salía de Jericó con sus discípulos y una considerable multitud de gente, el
hijo de Timeo, Bartimeo, ciego, estaba sentado junto al camino pidiendo
limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: -Hijo de David,
Jesús, ten compasión de mí. Muchos le intimaban a que guardase silencio, pero
él gritaba más y más: -Hijo de David, ten compasión de mí. Jesús se detuvo y
dijo: -Llamadlo. Llamaron al ciego diciéndole: -Ánimo, levántate, que te llama.
Él tiró a un lado el manto, se puso en pie de un salto y se acercó a Jesús. Entonces
Jesús le preguntó: -¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: -Rabbuni,
que recobre la vista. Jesús le dijo: -Vete, tu fe te ha salvado. Inmediatamente
recobró la vista y lo seguía en el camino.”
COMENTARIOS
I
EXISTE LA LUZ
Como si se
tratase de un demonio, la gente comenzó a increpar al ciego para que se
callase. Su grito de auxilio, dirigido al Maestro nazareno, podía detener la
marcha de Jesús hacia Jerusalén. La gente andaba impaciente por ver qué pasaría
en la capital; esperaban con ansiedad el enfrentamiento de Jesús con las
autoridades, su alianza con el pueblo para derrocar la potencia militar
ocupante y barrer, de una vez para siempre, la corrompida jerarquía sacerdotal
del templo jerosolimitano. Poco podía ayudar a esta causa el hecho de que un
pobre ciego recuperase la vista.
Bartimeo (=
el hijo del honrado) no hacía honor a su nombre. Estaba en las afueras de
Jericó, una ciudad-oasis emergida en medio de un árido desierto. Sus ojos no
podían gozar de tanto derroche de vegetación, del milagro de una naturaleza
exuberante. La ceguera le había llevado a la marginación y a la deshonra:
además de "ciego", era "mendigo" y, por si esto fuera poco,
"estaba sentado a la vera del camino", dato este cargado de
simbolismo: en la mesa de la vida y de la sociedad no había sitio para él.
La ceguera
era considerada en tiempos de Jesús un castigo de Dios por los pecados propios,
o de los padres, si ésta era de nacimiento.
"Al oír
que era Jesús Nazareno" quien pasaba, "empezó a gritar: Jesús, hijo
de David, ten compasión de mí". Muchos lo increpaban para que se callara,
pero él gritaba mucho más: Hijo de David, ten compasión de mí".
Aquel ciego
había aprendido mucho de la vida. Sabía que nadie lo sacaría del estado de
postración en que se hallaba, a no ser que él mismo, luchando contra viento y
marea, se lo propusiera. Ciego como era, quiso poner remedio a su ceguera con
el único medio de que disponía: la voz, hasta el extremo de que nadie pudiera
apagarla. ¡Ay, si tomáramos conciencia de lo mucho que puede hacerse con la
voz...!
"Jesús
se detuvo". Para el Maestro nazareno, que prestaba especial atención a los
marginados de la tierra, detenerse era sumamente importante; nunca pasaba de
largo ante el grito del dolor o del sufrimiento, no podía soportar la
injusticia de un sistema social y religioso que marginaba -hoy también- a los
más necesitados de amparo y protección.
"Jesús
se detuvo y dijo: Llamadlo. Llamaron al ciego diciéndole: Animo, levántate, que
te llama. Echó a un lado el manto, dio un salto y se acercó a Jesús". El
manto simboliza en el Antiguo Oriente el espíritu o estilo de vida de la
persona. El ciego va a cambiar de estilo de vida, dejará de estar "a la
vera del camino" para seguir a Jesús hasta Jerusalén, se hará discípulo
del Maestro, idea que se expresa con "echar a un lado el manto".
"Jesús
le dijo: ¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: Maestro, que vea
otra vez. Jesús le dijo: Anda, tu fe te ha curado. Al momento recobró la vista
y lo siguió por el camino". Aquel camino lo llevaría seguramente a dar la
vida, como el Maestro, por la liberación de los oprimidos.
Para eso
había venido Jesús. En palabras del profeta Isaías: "Para dar la buena
noticia a los pobres, para anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los
ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año de gracia
del Señor" (Is 61,1-2). Liberación que no se impone, ni se regala.
Liberación que hay que conseguir a base de gritar como el ciego, sacando
fuerzas de flaqueza, con la firme confianza de que es posible salir de la
opresión, a pesar de que la gente se oponga. No permanezcamos más tiempo
ciegos. Existe la luz.
II
CIEGA AMBICIÓN DEL PODER
Los hechos
son evidentes por sí mismos, no necesitan demostración. El evangelio, Jesús, nos
permite verlos con más nitidez, especialmente para saber si son o no favorables
al hombre. Pero hay que dejar que Jesús nos cure la ceguera, la ciega ambición
de poder, que, quizá sin culpa nuestra, a veces no nos permite ver.
JUNTO AL CAMINO...
Cuando salía de Jericó con sus
discípulos y una considerable multitud de gente, el hijo de Timeo, Bartimeo,
ciego, estaba sentado junto al camino pidiendo limosna.
Jesús
comparó en una parábola las distintas actitudes con que una persona puede
escuchar la palabra de Dios con otras tantas clases de tierra, peor o mejor
preparadas para recibir la semilla. Una de aquellas clases de tierra era la que
está en el extremo de la parcela, junto al camino. Esta
parábola la interpreta Jesús mismo para sus discípulos y, al hacerlo, les
explica que «los de junto al camino» son «aquellos donde se siembra el mensaje,
pero en cuanto lo escuchan llega Satanás y les quita el mensaje sembrado en
ellos». Satanás, el enemigo del hombre en toda la literatura bíblica,
representa en los evangelios la ideología y la ambición de poder que, cuando se
apodera de una persona, impide que la palabra de Jesús penetre y sea aceptada
por ella.
En el
evangelio de hoy, esa clase de personas, «los de junto al camino», está
simbolizada en un ciego, «sentado junto al camino». Más concretamente: el ciego
representa a Santiago y Juan y al resto de los discípulos, que, como mostraba
el evangelio del domingo pasado, están dominados por la ambición de poder y no
aceptan el camino de Jesús. Ellos están con Jesús, lo acompañan adondequiera
que va, pero no lo siguen, no lo entienden. En realidad, son discípulos de otro
Mesías, el Apreciado (eso es lo que significa «Timeo»;
«Bartimeo» significa hijo, partidario, discípulo de Timeo), el Mesías de las
tradiciones de su pueblo, el que -ya lo veíamos el domingo pasado- debía, según
ellos, triunfar un día en Jerusalén y de cuyo triunfo esperaban participar.
« ¿QUÉ QUIERES QUE HAGA POR TI?»
Al oír que
era Jesús Nazareno, empezó a gritar: -Hijo de David, Jesús, ten compasión de
mí... Entonces Jesús te preguntó: -¿Qué quieres que haga por ti?
Con el
relato del ciego Bartimeo, el evangelista, Marcos, explica a
las comunidades cristianas para las que él escribe qué se puede hacer para
salir de esa situación, indicando cuál fue la medicina que curó a los
discípulos de su ambición.
A los gritos
de aquel ciego, Jesús responde con la misma pregunta que había hecho a Santiago
y Juan: « ¿Qué quieres que haga por ti?» ( véase Mc 10,36). La solución al
grave problema de los discípulos, la solución a todo el que esté dominado por
la ambición, es ponerse en manos de Jesús. Los discípulos no entendían a Jesús
porque eran unos ambiciosos; no entendían que la muerte pudiera ser vencida,
porque para ellos el poder era más importante, más fuerte que el amor. Pero
tienen fe en Jesús. Están de su lado, aunque todavía no hayan sido capaces de
separarse del todo del lado de sus enemigos. De hecho, el ciego Bartimeo, al
dirigirse a Jesús, lo llama «Hijo de David», esto es, le da el título del
Mesías tradicional, que equivale al de «el Apreciado»; al mismo tiempo, lo
llama Jesús, el nombre que le da Marcos en el título mismo del
evangelio, en donde también lo llama «Hijo de Dios» (Mc 1,1). El evangelista
describe así la lucha interior de los discípulos, que, atados todavía a sus
tradiciones, están descubriendo que la salvación que Dios ofrece a la humanidad
sólo se obtiene por medio de Jesús (= salvador).
TU FE TE HA SALVADO
El
ciego le contestó: -Rabbuni, que recobre la vista. Jesús le dijo:
-Vete, tu fe te ha salvado. Inmediatamente recobró la vista y lo seguía en el
camino.
Esa lucha
interior les hace tomar conciencia de que están ciegos, de que necesitan
curación y de que el único que puede sanarlos es Jesús. Cuando le pidan ayuda
–"Rabbuni, que recobre la vista"-, volverán a ver. Y estarán entonces
capacitados para seguir a Jesús en su camino.
La
insistencia de los evangelistas en esta cuestión indica que el deseo de dominar
a los demás era una tentación no superada entre los primeros cristianos. Y esa
insistencia no está de más en el momento presente de la historia de la Iglesia.
Porque es cierto que en la Iglesia hay servicios diversos y que uno de ellos es
el del gobierno (distinto, por cierto, del carisma del apostolado, según dice
Pablo en 1 Cor 12,28; Ef 4,11. Pero también es cierto que, en determinados
momentos de la historia de la Iglesia, el ejercicio del gobierno de la
comunidad cristiana se ha confundido con el ejercicio del poder mundano; y
todavía quedan restos de esa confusión.
Así, por ejemplo, dejar sin trabajo
a un teólogo sin dar a la comunidad ninguna explicación y sin darle al
interesado opción alguna para que se defienda, ese modo de actuar, en cuanto
hecho objetivo, y sin pretender juzgar la subjetividad de nadie, se parece más
al de los jefes de las naciones, que imponen su autoridad a los pueblos, que al
del Hijo del Hombre, que no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida
por la liberación de todos. Y el lugar secundario que ocupa la mujer en la
Iglesia; y el condenar la violencia de los pobres y callar ante la violencia de
algunos ricos... Pero a todo esto se puede encontrar solución si, de una vez
por todas, nos ponemos en las manos de Jesús, si de una vez por todas lo
aceptamos a él como único cimiento de nuestra fe, si dejamos que nos abra los
ojos y, viendo ya claro, ponemos nuestra fidelidad y nuestra fe en Jesús por
encima de toda otra fe y de cualquier otra fidelidad.
III
v.
46: Cuando salía de Jericó con sus discípulos y una considerable multitud,
el hijo de Timeo, Bartimeo, ciego, estaba sentado junto al camino pidiendo
limosna.
Con la
salida de Jericó, donde Jesús no ha ejercido actividad alguna, empieza el
último tramo de la subida a Jerusalén. Jesús va acompañado del grupo de
discípulos, pero se ha añadido una gran multitud: la subida de Jesús a
Jerusalén despierta una gran expectativa. Aparece un ciego: es de nuevo figura
de los discípulos / los Doce, que no comprenden el mesianismo de Jesús ni su
entrega (10,38.45).
El ciego no
tiene nombre propio, se le designa solamente como el hijo de
Timeo (= el Honrado, Apreciado); el sentido de la expresión es «el discípulo
(hijo) del Apreciado», que designa al Mesías hijo de David, en oposición a
Jesús, el «despreciado» en su tierra (6,4). Está sentado, inmóvil, junto
al camino, el lugar donde cae el mensaje y no da fruto, porque Satanás
lo arrebata (4,15); el agente enemigo o Satanás es figura de la ideología de
poder, en este caso la que es propia del mesianismo davídico; teniendo esa
concepción del Mesías, también los discípulos aspiran al poder y rivalizan por
obtenerlo; es esto lo que les impide percibir el mensaje que Jesús les ha
expuesto abiertamente sobre el destino del Hijo del hombre.
El ciego
está mendigando, es decir, no es autónomo ni vive por sus
propios medios, está a merced de la ayuda que otros quieran prestarle. Se
describe así la falta de desarrollo humano de los Doce, a causa de la ideología
que cierra su horizonte (ciego) y de su dependencia (mendigo) del judaísmo que
la propone.
vv.
47-48: Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David,
Jesús, ten compasión de mí». Muchos le conminaban a que guardase silencio, pero
él gritaba mas y mas: «Hijo de David, ten compasión de mí».
Los
presentes en la escena llaman a Jesús el Nazareno, como lo
hizo el poseído de la sinagoga (1,23), y con el mismo sentido: Nazaret pertenecía
al sector fuertemente nacionalista de Galilea: atribuyen a Jesús ese espíritu y
esperan una actuación violenta suya en Jerusalén (cf. 1,9.24). Tal es el
ambiente que rodea a Jesús. Aparece así el motivo por el que la multitud lo
acompaña.
La índole de
la ceguera está formulada por el ciego mismo en su apelación Hijo de
David, Jesús, donde antepone el título al nombre propio: el objeto de
su adhesión es el hijo sucesor de David, el segundo David, modelo de rey
guerrero y triunfador, que ve encarnado en Jesús. Y la segunda vez que apela a
él lo llama simplemente Hijo de David (cf. 12, 35-37), acentuando
el modo como concibe el mesianismo de Jesús. El ideal de líder reformista y
nacionalista, que los Doce proyectan en Jesús, es el que los ciega. La gente lo
ha expresado antes con el apelativo «el Nazareno».
En paralelo
con el padre del chiquillo epiléptico (9,24), el ciego muestra al mismo tiempo
fe y falta de fe y pide la ayuda de Jesús (ten compasión de mí; 9,24:
«ayúdanos»). Esta petición necesitaban los discípulos para librarse de la idea
mesiánica que les impedía el seguimiento y la misión, según les había dicho
Jesús (9,29). La mayoría quiere impedírselo (muchos le intimaban a que
guardase silencio), es decir, quieren que no recurran a Jesús, sino
que se mantengan en su ideología mesiánica, que es el motivo que los impulsa a
subir con Jesús a Jerusalén.
vv.
49-50: Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo». Llamaron al ciego
diciéndole: «Animo, levántate, que te llama». El tiró a un lado el manto, se
puso en pie de un salto y se acercó a Jesús.
Jesús
atiende inmediatamente la súplica del ciego y, por medio de los presentes, lo
llama. El gesto del ciego: tiró a un lado el manto, es
revelador, si se tiene en cuenta que el manto es figura de la persona misma; el
ciego deja a un lado, de algún modo, su vida o su persona. De hecho, con este
gesto indica el evangelista que el ciego / discípulos cumple ahora las condiciones
del seguimiento: renuncia a la ambición de poder («renegar de sí mismo») y
acepta la condena de la sociedad («cargar con su cruz»), dispuesto, en el caso
extremo, a dar la vida (8,34). Por eso puede acercarse a Jesús (ha adoptado su
misma actitud) y, más tarde, podrá seguirlo (52).
v.
51 Entonces Jesús le preguntó: « ¿Qué quieres que haga por ti?»
El ciego le contestó: «Rabbuni, que recobre la vista».
La pregunta
de Jesús: ¿Qué quieres que haga por ti?, es la misma que hizo
a los Zebedeos (10,36); Mc muestra así de nuevo que el ciego representa a los
discípulos. El ciego sabe lo que quiere: recobrar la vista. Ya
no llama a Jesús «Hijo de David», lo llama Rabbuni («mi Señor»),
título que se daba a Dios mismo: ha reconocido en Jesús al Hombre-Dios, al
Mesías Hijo de Dios (1,1).
v. 52 Jesús
le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado». Inmediatamente recobró la vista y lo
seguía en el camino.
Las palabras
de Jesús: tu fe te ha salvado, son las que dijo a la mujer con
flujos (5,34) y señalan la comunicación del Espíritu, respuesta de Jesús a la
adhesión que le ha manifestado el ciego y a su compromiso. Ahora el ciego
(discípulos) acepta el mesianismo de Jesús (recobró la vista), «está
con Jesús» (3,14) y puede empezar a seguirlo. Ya no se quedará inmóvil «junto
al camino» (46), se pone en movimiento en el camino (8,27;
9,33b.34), detrás de Jesús.
Ese seguimiento, sin embargo, se frustrará, porque,
cuando vuelva a presentarse la tentación del nacionalismo, los discípulos no la
superarán. El mensaje no echa raíces en ellos (4,17).
IV
El
libro de Jeremías nos muestra un aspecto de la manifestación de Dios al que no
estamos acostumbrados: la ternura. Dios nos ama sin importar si vamos por la
vida como ciegos o cojos, es decir, si a duras penas podemos caminar o si
apenas vemos o presentimos por dónde vamos. Dios nos ama, así estemos en un
estado de vulnerabilidad o debilidad absoluta, como lo puede estar una mujer
encinta o una madre que recién ha alumbrado a su hija. Dios nos ama incluso si
hemos huido de él y nos hemos refugiado en el último confín de la tierra. Y la
razón de ese amor no es otra que la de sentirnos hijos suyos, la de habernos
engendrado por su amor, la de hacernos partícipes de su reino. Una de las
insistencias de Jesús era la de vivir la experiencia amorosa de Dios como la
esencia sobre la que se funda y funde nuestra vida; y no porque ello estuviera
a tono con la sensibilidad religiosa de su tiempo.
El salmo
empalma bien con la primera lectura y nos muestra cómo la magnificencia de Dios
consiste en el rescate y redención de su pueblo. La experiencia del exilio ya
no es la de vivir en un país extranjero, sino la de sentir que ningún lugar del
mundo es extraño al proyecto transformador de Dios.
La segunda
lectura, de la carta a los Hebreos, afianza y confirma esa dimensión del poder
de Dios manifestado como compasión y misericordia. Jesús consagra nuestra vida
a Dios por medio de su vida y su Palabra. El redime nuestras faltas y nos encamina
por una experiencia en la que convertimos en fortalezas nuestras infaltables
debilidades humanas. El nos ofrece un camino de redención que supera el puro
precepto religioso, la simple justificación sentimental o un vacío racionalismo
abstracto. Dios es el que llama, y nosotros somos quienes podemos responderle.
Ya no queremos un gurú o un experto en religión, sino un hermano o una hermana
que camine con nosotros y nos ayude a realizar esa vocación por la cual nos
hemos hecho cristianos.
El evangelio
de Marcos narra la curación del ciego Bartimeo, el último “milagro” de Jesús
narrado por Marcos. Tradicionalmente este pasaje se ha incluido en el género
“milagro”, pero si se lo examina bien, carece de algunos elementos típicos de
este género, como por ejemplo el gesto de curación o la palabra sanadora.
Estamos, más bien, ante un relato, basado tal vez en un hecho histórico, que
acentúa, sobre todo, la importancia de la fe como fundamento del discipulado.
El relato,
dentro de su sobriedad, está cargado de detalles. Marcos nos indica el lugar
donde sucede este episodio: a la salida de Jericó, la ciudad de las palmeras en
medio del desierto de Judá, la puerta de entrada en la tierra prometida (cf Dt
32, 49; 34,1), paso obligado para los peregrinos que venían de Galilea, por el
camino del Jordán, a Jerusalén, ciudad de la que dista algo más de 30
kilómetros. La Jericó del tiempo de Jesús estaba situada al suroeste de la
mencionada en el AT. Había surgido en torno a la lujosa residencia invernal
construida por Herodes. Hay, además, una alusión explícita -aunque suene un
tanto genérica- al nombre del ciego: Bartimeo, el hijo de Timeo. Mateo y Lucas
no mencionan este detalle. Junto con el de Jairo es el único nombre propio que
aparece en Marcos antes de iniciar el relato de la pasión. Algunos piensan que
esto es debido al hecho de que probablemente este hombre formó parte de la
comunidad cristiana palestinense.
El
protagonista es un hombre ciego, doblemente pobre, por tanto. Lv 19,14, Dt
27,18, Is 59,9 son textos que nos ayudan a comprender la situación de los
ciegos en Israel. La liturgia ha establecido un nexo entre este evangelio y la
primera lectura de Jeremías porque en ambos casos se habla de un acontecimiento
gozoso para los ciegos.
El diálogo
comienza con una petición de Bartimeo, de hondo trasfondo veterotestamentario
(cf Os 6,6), y que la liturgia eucarística ha incorporado en el acto
penitencial: “Ten compasión de mí”. La petición va precedida por el título
mesiánico de hijo de David. Esta es la única vez que aparece este título en el
evangelio. Posteriormente el ciego le llamará “rabbuni” (término que solemos
traducir por “maestro” y que el original de Marcos no traduce). La gente lo
manda callar para que no moleste. Este mandato no tiene nada que ver con el
“secreto mesiánico” tan típico de Marcos, ya que aquí quien manda callar no es
Jesús sino la gente. Cuando el ciego se entera de que Jesús lo llama, “soltó el
manto” y se acercó a Jesús. Este detalle aparece también en 2 Re 7,15. Es una
manera de indicar la excitación que produce un acontecimiento. El diálogo
posterior se narra de una manera esquemática: pregunta (¿Qué quieres que haga
por ti?), petición (“Maestro, que pueda ver”) y respuesta (“Anda, tu fe te ha
curado”). Como ya se indicó antes, faltan el gesto y las palabras de la
curación. El acento recae en la fuerza de la fe. Esta es la que permite pasar
de la tiniebla a la luz, del borde del camino al interior del camino, de la
pasividad de quien mendiga a la actividad de quien sigue a Jesús hasta el
final.
Hoy se habla
mucho de las terapias sanadoras a través de la medicina natural, de las
técnicas psicológicas, de las tradiciones budistas, de los flujos de energía...
y de los problemas sicosomáticos, que se curan de un modo también psico-somático.
Los milagros se desnudan y se nos hacen mucho más explicables, mucho más del
día a día. La vida está llena de «milagros» para quien sabe llevarla. La
«inteligencia emocional» (cfr. Daniel Goleman), la «inteligencia ecológica»
(del mismo autor), la «inteligencia espiritual» (cfr. Danah Zohar), el holismo,
la sinergia... nos trasladan a un «realismo mágico» nada inaccesible. Los
milagros de nuestra fe no tienen por qué ser milagros “metafísicos”,
“estrictamente sobrenaturales”... Al menos, los de Jesús de Nazaret parece que
no lo fueron, y los nuestros de hoy día tampoco tienen por qué serlo. Tal vez
se trate de «educar los ojos» con esa inteligencia emocional, ecológica,
espiritual... en todo caso, no en la visión lineal en la que nos educaron en el
viejo paradigma...
Para la revisión de vida
¿En qué sentido puedo o debo decir yo también, como el
ciego Bartimeo: "Maestro, que pueda ver"…? ¿Qué necesidades
fundamentales de mi vida podría expresar en mí esa oración? Voy a hacer esa
oración en ese sentido, en profundidad…
Para la reunión de grupo
¿Cuáles son hoy las mediaciones a través de las cuales
«Dios nos llama»? ¿Qué acontecimientos transparentan hoy para nosotros la
presencia del misterio y de lo sagrado?
¿Cuáles son hoy nuestros gritos? ¿Demandamos misericordia
o nos contentamos con luchar por una mejor calidad de vida?
Para la oración de los fieles
Para que la luz de la verdad abra los ojos de todos
los seres humanos y les ayude a caminar sin tropiezo por el camino de la vida,
roguemos al Señor.
Por todos los invidentes, para que se puedan integrar
a la sociedad con respeto a sus derechos y sin ser relegados a puestos
marginales…
Para que todos los catequistas sepan unir a una buena
preparación para ejercer su ministerio el testimonio de su propia vida…
Para que cuantos viven sumidos en la duda, el temor o
la intranquilidad se encuentren con Dios vivo y alcancen la luz y la paz que
buscan y necesitan….
Por cuantos buscan un mundo más justo y en paz, para
que encuentren la recompensa a sus trabajos y desvelos…
Oración comunitaria
Dios, Padre de bondad, que nos has creado
para caminar, para salir al encuentro de los demás y de ti, y que abres para
ello ante nosotros el camino que debemos recorrer. Te pedimos ilumines nuestros
ojos para que podamos caminar sin tropiezo y ayudar a caminar a los demás. Por
Jesucristo N.S.
Estos comentarios están
tomados de diversos libros, editados por Ediciones El Almendro de Córdoba, a
saber:
- Jesús Peláez: La otra lectura de los Evangelios, I y II. Ediciones El Almendro, Córdoba. - Rafael García Avilés: Llamados a ser libres. No la ley, sino el hombre. Ciclo A,B,C. Ediciones El Almendro, Córdoba. - Juan Mateos y Fernando Camacho: Marcos. Texto y comentario. Ediciones El Almendro. - Juan. Texto y comentario. Ediciones El Almendro. Más información sobre estos libros en www.elalmendro.org - El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Ediciones Cristiandad, Madrid. Acompaña siempre otro comentario tomado de la Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica: Diario bíblico |
muy interesante
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